Duele mucho…
Duele que ya no estés…
Duele que todo me recuerde a ti…
Al lavar, la funda de la lavadora me recordó a ti, la compramos, porque tenías la maña de marcar territorio en ella, todos los días; mi madre en una de sus visitas, se quejó de eso, pero eras mi hijo y estaba consciente que estaba mal, pero no podía hacer nada para evitarlo, más que tratar de cubrir la lavadora. Eso nunca te detuvo.
El cartón a media escalera, que evitaba que subieras a la segunda planta, para que no marcaras territorio en cada escalón, lo quitamos ayer… Tu padre dijo—qué raro se siente que ya no esté ese obstáculo en la escalera…
Es obvio, teníamos, siete años con algo obstruyendo tu paso y aunque a los visitantes les molestaba que hubiera un obstáculo a medio camino, yo decía— lo siento, pero mi hijo es demasiado travieso y no lo puedo dejar subir y si la quito lo hará inmediatamente…
Veo los muebles y me acuerdo de ti…
Están sucios, están feos y maltratados de abajo, porque el aserrín prensado y la madera, se arruinaron, por tu constante marca de territorio y era peor, cada que llegaba a limpiar, porque te empeñabas en volver a dejar tu marca tantas veces como podías, porque ya no tenía tu olor, sino el del cloro y el pinol con el que terminaba trapeando.
También cuando mi madre vino, me criticó por eso, porque mis muebles estaban así y le dije— es por mi hijo, no importa, cuando él se muera compraré otros…
Pero siempre lo decía, esperando que tú, mi bebé, viviera muchos años más.
No me importaba tener no muebles bonitos o cambiarlos, porque es un precio a pagar, por tener una mascota; igual que las sillas son atacadas por mis gatos al afilarse las uñas.
Veo tu camita, sola. No me atrevo a tirarla, no sé qué hacer con ella; Triz va y la olfatea, pero no se echa como cuando tú estabas ahí y te iba a molestar. Tú le gruñías, pero al final, dejabas que se echara contigo, porque ambos se calentaban en los días fríos.
Hoy en el supermercado, tu padre dijo— comprare solo un kilo de salchichas, ya no ocupamos más.
Tuve que aguantar las lágrimas, porque, desde hace mucho empezamos a darte comida molida, comida blanda, pollo, salchichas, porque no tenías dientes y tu papá, siempre que llegaba, él agarraba una salchicha para comer y te daba cachitos a ti, aunque aún así, seguías gruñéndole y no querías que te agarrara, solo querías comer…
Recuerdo hace años que aún tenías todos tus dientes, cuando tu padre, mientras asaba carne, te dio un enorme trozo de filete y te lo quisiste pasar así sin siquiera masticarlo, pero no pudiste y mejor lo llevaste a tu camita, donde lo empezaste a mordisquear poco a poco, hasta que te llenaste y dejaste la mitad para después…
Recuerdo como siempre que comía algo, tenía que darte de lo que comía, excepto chocolate; aunque tus enorme ojitos café me miraran de esa forma suplicante, lo único que no te daba, era chocolate, pero mis galletas, mis panes, mi comida… todo lo compartía contigo y tú te ibas feliz, a comértelo y luego volvías por más.
Hacías lo mismo con tu papá, en cuanto él abría una bolsa de botanas, tú eras el primero en estar a su lado, esperando a que te diera una. Yo lo regañaba, porque él comía papitas con picante, pero parecía que a ti no te importaba…
Recuerdo cuando aún tenías un año y eras el único hijo en casa. Ese día estaba haciendo chiles rellenos y se me cayó la vena de uno de los chiles, porque la acababa de quitar y se me resbaló. Tu corriste y antes de la pudiera recoger, te la comiste. Te enchilaste, fue obvio, estuviste relamiéndote por varios minutos, pero eso no te quitó lo gusgo,
Eras todo un caso Loki…
Eras un gruñón incontrolable, la alarma de la casa, porque siempre estabas ladrando cuando alguien llegaba; odiabas que te cortara las uñas y tu padre decía que eras 50% odio y 50% temblores, pero aunque a veces me hacías enojar y hasta enfurecer, siempre te amé, siempre fuiste mi bebé y cuando te dejabas agarrar y te quedabas en mis piernas por un rato, volvía a disfrutar acariciarte, rozar tus orejas, que eran como antes parabólicas, según el veterinario, rascar tu espalda y aunque fueran solo unos minutos, porque de inmediato bajabas a ladrar por cualquier cosa, lo disfrutaba.
Y así pasaron más de ocho años… Hubiera querido que fueran más, pero está bien… me queda el consuelo de que nunca pasaste hambre, ni frío, tampoco te cansabas, porque cuando te intentaba sacar a pasar, preferías que te cargara y no dar un paso por ti mismo.
No sé si creer en el cielo o no, pero si la película animada de “todos los perros van al cielo”, tiene razón, espero al menos, te encuentres mejor, tal vez allá tengan esos bocadillos que nunca más pude volver a comprarte por que dejaron de hacerlos… Tal vez conozcas a tu madre, tal vez ella y tu puedan perdonarme, porque, no pude cuidarte bien… Pero por favor, no te enojes con tu hermano, él no sabe lo que hizo…
Fue un accidente…
Y en caso de que haya alguna culpa… prefiero que caiga sobre mí, porque estoy segura que Choncho no quería lastimarte en realidad…
Nunca lo hizo antes, solo fue, porque estaba cegado por la ira y como a mí nunca me hace nada, la agarro contra ti, porque te le acercaste a gruñirle también.
Fue mi error, solo mío, recuérdalo…
Siempre voy a recordarte y así como aun me duele la perdida de tu madre, siempre me dolerá tu perdida.
Te quise, te quiero y te querré y como dijo tu padre, cuando tengamos dinero, te mandaremos a poner una lapidita en el patio…
Ojalá estés mejor… y trataré de no llorar más, porque, sé que eso no te dejará estar en paz, como cuando me mirabas llorar y me observabas sin comprender y en algunas ocasiones me buscabas para quedarte conmigo en mi regazo, mientras lloraba y ahora es Vollmond el que me está consolando, porque Triz y Dumkel, están dormidos como siempre.
Descansa, Loki, ya no tienes que estar alerta todo el tiempo…