Capítulo XXI
Erick corrió con el tridente en sus manos; a pesar de que era una reliquia grande y pesada, hecha de oro puro con incrustaciones de piedras preciosas, para él no pesaba nada, ni siquiera significaba algo. Desde el momento en que la sujetó en la gruta, se dio cuenta que era como una pluma para él, pero aun así, debía tratarla con respeto.
Cuando llegó a dónde lo esperaban, a Jair le brillaron los ojos al ver el tridente. El padre de Alejandro se asustó y el rubio tembló.
—Aquí está… —dijo Erick con seriedad, caminando con lentitud, acercándose al brujo.
Jair lanzó a Alejandro a un lado— es el Tridente… de Poseidón —su voz tembló con emoción mientras se acercaba al ojiazul, cambiando lentamente sus tentáculos por piernas.
—¡No se lo entregues, Erick! —gritó el rubio.
—¡No lo haga, señor Erick! —secundó Julián con miedo, desde donde aún lo tenían las algas, atrapado.
—No se lo dé, ¡por favor! —suplicó Marisela.
—¡No tiene idea de lo que ocasionará! —Miguel se sentía impotente.
—Muchacho… —la voz del rey del mar se escuchó—. No lo hagas —pidió con voz trémula.
Erick los observó y sonrió— suéltalos a todos, incluyendo a la reina y a la princesa de la botella, con eso, te entregaré esto —hizo un ademán con el rostro—, ¿es lo que quieres no?
—Si su nuevo dueño me lo da, lo podré usar… —la voz de Jair sonaba emocionada, por lo que no lo dudó,
Con un chasquido, las algas soltaron a Julián y Agustín; las esferas que contenían a los reyes de Atlantida desaparecieron y el soberano fue de inmediato con su esposa, para ver si estaba bien; la princesa Alana fue liberada de la botella, pero seguía anonadada por todo lo que había escuchado desde su pequeña prisión.
—Ten… —Erick extendió los brazos, acercando el tridente al brujo.
—Por supuesto… —Jair extendió la mano, pero no tocó el tridente, levantó la mirada y sonrió con malicia—. Olvidé decirte, cuando haces un trato, debes pagar algo por ello.
—¿Qué?
El último tentáculo que no había desaparecido, se movió, convirtiéndose en una especie de espina y atravesó el tórax del ojiazul, quien soltó el tridente y cayó con pesadez contra la arena, al mismo tiempo que el artefacto.
—¡Erick! —Alejandro corrió hasta el cuerpo del ojiazul.
—Mi señor, ¡no! —gritó Agustín intentando ir, pero Julián lo abrazó, evitando que se acercara.
—Erick… ¡Erick! — la voz del rubio era desesperada—. Voy a curarte, no te preocupes —dijo colocando una mano en el tórax del otro.
—No podrás curar eso —sonrió el brujo, inclinándose por el tridente—. Todo trato, se debe pagar —se burló.
Las manos de Jair temblaron al sujetar la pieza y su emoción lo inundó, al darse cuenta que sí podía tocarlo— al fin… ¡es mío!
—Alex… —la voz de Erick era apagada, mientras la sangre escurría por la comisura de sus labios.
—No hables, por favor, ¡no hables! —suplicó el ojiverde, intentando curar la herida, sin obtener resultado.
Jair levantó el tridente— por fin, el océano entero, las aguas de la tierra, ¡todo será mío! —gritó al cielo—. Lo hice, padre, ¡soy mejor que tú! —dijo con desprecio, mientras caminaba hacia el mar, para usar el tridente
—Alex… —la mano de Erick se movió con lentitud y sujetó la mano que estaba en su pecho—. Te amo…
—Yo también te amo, Erick… —los ojos verdes se humedecieron—. Pero… no debiste darle el tridente… no por mí.
El ojiazul sonrió— le di lo que quería… no lo que merecía… —musitó—. Bésame…
—¡¿Qué?! —preguntó el rubio confundido.
—Bésame… —repitió el pelinegro con debilidad—. Te devuelvo… lo que… por… dere… cho te… pertenece…
Alejandro besó los labios de Eric y se dio cuenta que exhaló su último aliento, pero unos recuerdos del hechizo de la princesa Ceres, llegaron a su mente. Una tenue luz empezó a brillar desde la herida, llamando la atención de todos los que estaban cerca, especialmente porque el pequeño destello empezó a aumentar de intensidad, envolviendo el cuerpo del ojiazul.
—¡¿Qué ocurre?!
El grito de Jair llamó la atención de todos; el tridente que tenía en mano, al tocar el mar, se desmoronaba como arena.
“…le di lo que quería… no lo que merecía… Te devuelvo lo que por derecho te pertenece…”
Las palabras tomaron sentido en la mente de Alejandro, especialmente al tener como recuerdo, lo que había hecho la antigua princesa.
El rubio respiró profundamente y concentró su magia en el pecho de Erick, donde la luz brillaba cada vez más; depositó el cuerpo con suavidad en la arena y él se puso de pie. Desde el cuerpo inerte del ojiazul, algo reluciente empezó a brotar, tomando la forma del tridente, ante la mirada atónita de todos, especialmente de Jair.
—¡¿Qué es eso?! —preguntó el brujo con nervios.
—Esto… —dijo Alejandro—. Es el verdadero Tridente de Poseidón —movió el objeto y apuntó hacia el brujo.
—Imposible, ¡él me lo dio a mí! —señaló el cuerpo inerte de Erick, que yacía en la arena.
—Él te dio el primer tridente, pero desde que la princesa Ceres hizo su hechizo, ella reclamó el poder del tridente para contenerlo en su cuerpo y que nadie, que tomara esa reliquia, pudiera usarla —explicó lo que él mismo acababa de entender—. Tú hiciste un trato y conseguiste lo que querías, el tridente, más no su poder.
Jair tembló, especialmente al ver como los ojos verdes brillaban con fiereza; las olas del mar aumentaron de tamaño, las nubes de tormenta se formaron con rapidez y la lluvia se desató con fuerza. El brujo intentó ir hacia el mar, a esconderse; sus piernas se volvieron tentáculos lo más rápido que podía para su poder, pero no logró escapar. Un rayo verde azulado, salió de la punta del tridente y le atravesó el pecho.
Jair gritó, pero lentamente su cuerpo se convirtió en espuma y empezó a disolverse en el mar.
Alejandro cerró los parpados y calmó su furia, consiguiendo que el mar se calmara de inmediato; dejó el tridente de lado y se hincó ante el cuerpo de Erick, besando la frente con devoción, mientras un par de lágrimas rodaban por sus mejillas.
A excepción de la princesa Alana, todos los demás se acercaron, incluyendo a los padres del rubio.
—Alex… —dijo su madre con tristeza.
—Realmente me amaba… tanto como yo a él… —dijo el ojiverde entre dientes.
—¿Por qué lloras? —preguntó su padre con frialdad, consiguiendo que Alejandro levantara el rostro.
—¡¿Cómo te atreves a preguntar eso?! —la furia se mostró en su gesto, especialmente al ver la sonrisa que se dibujaba en el rostro de su padre, a pesar de que la barba que usaba, la ocultaba ligeramente.
—Lo pregunto, porque estás haciendo mucho drama —entrecerró los ojos molesto y antes de que Alejandro le reclamara, le señaló el tridente—. Tienes el poder de hacer lo que quieras, puedes hacer que los tritones volvamos a andar en la tierra, puedes crear tecnología que ningún humano puede imaginar, puedes cambiar el orden natural, casándote con un varón y teniendo herederos —se burló—, ¿crees que no tienes el poder para recuperarlo? —preguntó con sarcasmo.
El rubio observó el tridente y lo sujetó, de inmediato— pero… no sé… —negó, ya que no sabía qué hechizo recitar.
Alejandro escuchó una voz suave, delicada, era obvio que era una sirena y entendió que era Ceres, la que le estaba ayudando para que recitara el hechizo correcto. Guiado por esa voz, colocó la punta en el pecho de Erick, recitó el cantico y la herida se cerró lentamente; cuando el cuerpo estuvo regenerado, Alejandro se inclinó y besó los labios de Erick, consiguiendo darle la energía que le faltaba para revivir, el amor.
Erick abrió los ojos y sonrió débilmente— hola… —musitó.
—Hola… —sonrió el rubio, abrazándolo con dulzura
—Perdón —se disculpó el ojiazul al corresponder el abrazo.
—Está bien, no pasó nada —le restó importancia el otro.
—No —el pelinegro negó—, no me disculpo por lo que hice, sino por lo que no dije antes —explicó y mordió su labio—. Te amo —repitió con seguridad—, me entregué a ti, porque te amo, aunque no sabía si eras el chico que me había rescatado en el mar, me enamoré del hombre que estuvo a mi lado los últimos días… —confesó—. Por eso, si pudieras darme una oportunidad, yo, prometo no volver a callar lo que siento…
Alejandro rió— yo era el que no podía decirte nada, así que… estamos a mano.
Erick buscó los labios de Alejandro y lo besó, hasta que un carraspeo se escuchó. La pareja se separó y miraron hacia quienes los rodeaban.
—Deberías usar eso para volvernos humanos y presentarnos correctamente —indicó su padre.
—¿Siempre vas a darme órdenes? —preguntó con sarcasmo el rubio.
—Soy tu padre y ¡aun tienes que disculparte por haber roto tu palabra!
—¡¿Disculparme con una traidora?! —gritó Alejandro—. Prefiero ejecutarla aquí mismo.
Se incorporó de inmediato, buscando con la mirada a la princesa Alana, sin encontrarla.
—Creo que huyó, majestad —comentó Julián.
Alejandro sujetó el tridente y sonrió— ¡ey! ¡Viejo! —dijo para su padre—. Después de hacerlos humanos, ¿puedo declararles la guerra a los del segundo océano?
—¡Alejandro! —su madre se sobresaltó, ya que era la primera que cambiaba a humana, aunque claro, con ropa que cubriera su desnudez.
—¡¿Guerra?! —gruñó su padre—. Esos miserables no valen la pena para declararles la guerra, no después de la traición de su princesa —espetó molesto, mientras volvía a ser humano, con ropa adecuada—, solo destrúyelos a todos, de una forma lenta y dolorosa —sonrió con diversión.
—¡Diego! —gritó la reina con susto.
—¡Esa es una buena idea! —Alejandro habló con emoción, terminando de convertir a sus amigos en humanos, con ropas de nobleza.
—¡Alex! —Erick lo miró con terror—. No hablas en serio, ¿o sí? ¡No te devolví el tridente para que hicieras eso!
Alejandro chasqueó la lengua— de acuerdo, no los destruiré, pero si los castigaré… ¿de acuerdo?
—De acuerdo —suspiró el ojiazul.
«Los castigaré de una manera lenta y dolorosa, hasta que supliquen por su muerte…» pensó el ojiverder con diversión— ahora sí, las presentaciones adecuadas… —padre, madre, él es Erick, soberano de Celestia y mi futuro esposo.
—Un placer —dijo el rey Atlante.
—Agradezco tu acto de amor hacia mi hijo —sonrió la reina—, sé que serás un buen esposo.
—Ah… gracias… pero… yo… ya no seré el rey de Celestia —comentó con vergüenza—. La verdad, nunca quise serlo y bueno, si me caso con Alex, prefiero ser consorte nada más…
—¿Qué pasará con este reino? —preguntó el rubio con curiosidad.
—Mi hermano seguro estará feliz de quedarse con el trono —el ojiazul se alzó de hombros.
—Entiendo… ahora… ¿qué hacemos primero? —preguntó Alejandro—. Vamos a presentarles a los padres de Erick o recuperamos la Atlantida del fondo del mar.
—Mis padres pueden esperar —Erick ladeó el rostro—, al menos hasta después.
—Me parece bien —la reina asintió—. Debemos vestirnos y presentarnos de manera adecuada ante los padres de nuestro futuro yerno, ¿no lo crees querido?
—Odio ser la visita, ¿no pueden ellos visitarnos? —reclamó el rey—. Así son ellos los que se inclinan y no yo.
Erick miró al castillo y suspiró— a ellos no les importará mucho si no visitan el castillo, quizá sea mejor que los inviten después a su hogar y así ahorramos el protocolo…
El rey sonrió— me caes mucho mejor ahora, muchacho.
—Y ¿él? —Miguel señaló a Agustín, quien se había mantenido en silencio todo ese tiempo.
—Él es mío —añadió Julián con seriedad y lo sujetó de la mano.
Agustín levantó el rostro y lo miró con tristeza— pero soy… una… abominación… —dijo con debilidad, recordando lo que le había dicho el brujo con desprecio.
Julián sonrió y lo besó— tú no eres una abominación —musitó—, eres un hijo de la tierra y el mar, perfecto para mí.
—Pero…
—Agus es mi amigo —Erick se regresó y sujetó la mano libre de Agustín—. Siempre ha estado conmigo y sé que tampoco no me dejará solo en esta ocasión, ¿verdad?
Agustín sonrió conmovido y asintió— usted sabe que siempre lo acompañaré a dónde necesite.
Erick lo abrazó— gracias, Agus… —susurró—. Aunque quisiera volver por Thunder, Bolt y el Duque, Kire Segundo, pero, no quiero ver a mi familia, aun…
—No te preocupes por eso…
Alejandro abrió tres pequeños portales y los dos perros, junto con el conejo, aparecieron a los pies de Erick.
—¿Algo más? —sonrió el rubio con suficiencia.
Erick sonrió— no, no por ahora, majestad —levantó la mano y lo sujetó del cuello obligándolo a inclinarse y susurrarle al oído—, aunque estoy ansioso por ir a tu habitación a que me muestres nuevos trucos…
El ojiverde relamió sus labios con diversión— esa es una excelente idea…
—Pero antes, ¿puedo pedir algo? —lo miró a los ojos con ilusión.
—Lo que desees…
—Volví a mi hogar, porque me iba a casar en mi cumpleaños… honestamente no estaba a gusto con esa decisión, pero desde que apareciste en mi vida, la idea se volvió tan tentadora que… me gustaría casarme en mi cumpleaños.
—¿Cuándo es tu cumpleaños, querido? —preguntó la reina.
—En tres días —la pareja respondió a la vez.
—Eso es pronto, pero nos da tiempo de preparar todo —sonrió el rey—, solo espero que no escapes esta vez —miró a su hijo con molestia.
—¡¿Escapar?! —Alejandro miró a Erick—. He soñado durante años estar con Erick, nunca escaparía de ese destino.
El ojiazul sintió que su rostro ardía— yo tampoco te dejaría escapar…
Alejandro se inclinó y le susurró— espero que digas lo mismo cuando estemos en el lecho —lamió la oreja con deseo, consiguiendo que el otro se estremeciera y luego se incorporó—vamos a casa, que quiero casarme de inmediato.
Con esa simple frase, todos fueron envueltos en una burbuja y se sumergieron en el mar, para ir hacia Atlantida y desde ahí, hacerla surgir hacia la superficie.
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