Capítulo XXI
Hace milenios, cuando la Atlántida reinaba los mares y las aguas de todo el mundo, los humanos temieron su poder, pero sabían que no podrían vencerlos, así que solo podían inclinarse ante los Atlantes y aceptar las migajas que recibían de su tecnología y magia.
Avaricia, envidia, orgullo, todo eso dominaba a los dirigentes de la tierra, por lo que el brujo del mar, se aprovechó de eso.
El antiguo brujo sabía que la única manera de reinar, era poseyendo el tridente, pero él no podía tenerlo, a menos que uno de sus legítimos dueños se lo entregara por voluntad propia, por lo que hizo un trato con los humanos; él les ayudaría a vencer a los Atlantes, a cambio de que le dieran el tridente, cuando lo obtuvieran.
Los humanos aceptaron y fue cuando el brujo envió a algunas abominaciones a secuestrar a una pequeña sirena, hija de la segunda familia más poderosa de la Atlántida, los hechiceros reales más fieles al rey, la princesa Ceres, de quien se decía, en un futuro se casaría con el heredero al trono de Atlántida, pues sus padres habían concretado el compromiso, cuando los herederos de ambas familias nacieron casi a la par.
La pequeña sirena fue capturada y llevada a un reino humano, donde la mantuvieron en una celda de cristal, llena de agua, para que mantuviera su forma mitad pez. El rey de esas tierras, junto con el brujo, se pusieron de acuerdo con los padres de la sirena y ellos, con tal de que no le hicieran nada a su pequeña, aceptaron traicionar a su soberano.
Así, cuando la batalla llegó a Atlántida, la familia de Ceres robó el tridente y huyeron de la ciudad, mientras todo era caos. Sabían que no tendrían perdón, pero no dudaron, pues amaban tanto a su hija, que no les importaba pagar el precio por que la liberaran.
Pero los humanos no solo traicionaron a la familia de Ceres, sino al brujo, a quien no le entregaron el tridente, porque lo querían para ellos y después de matar a toda la familia de la sirena, ocultaron el tridente, porque en realidad, no podían usarlo.
Por eso, la pequeña sirena, con su poco poder, antes de morir, hechizó a la familia real que la capturó, haciendo que solo el que naciera con ojos azules pudiera quedarse con el trono y saber la ubicación del Tridente de Poseidón.
Avaricia, envidia, orgullo, todo eso dominaba a los dirigentes de la tierra, por lo que el brujo del mar, se aprovechó de eso.
El antiguo brujo sabía que la única manera de reinar, era poseyendo el tridente, pero él no podía tenerlo, a menos que uno de sus legítimos dueños se lo entregara por voluntad propia, por lo que hizo un trato con los humanos; él les ayudaría a vencer a los Atlantes, a cambio de que le dieran el tridente, cuando lo obtuvieran.
Los humanos aceptaron y fue cuando el brujo envió a algunas abominaciones a secuestrar a una pequeña sirena, hija de la segunda familia más poderosa de la Atlántida, los hechiceros reales más fieles al rey, la princesa Ceres, de quien se decía, en un futuro se casaría con el heredero al trono de Atlántida, pues sus padres habían concretado el compromiso, cuando los herederos de ambas familias nacieron casi a la par.
La pequeña sirena fue capturada y llevada a un reino humano, donde la mantuvieron en una celda de cristal, llena de agua, para que mantuviera su forma mitad pez. El rey de esas tierras, junto con el brujo, se pusieron de acuerdo con los padres de la sirena y ellos, con tal de que no le hicieran nada a su pequeña, aceptaron traicionar a su soberano.
Así, cuando la batalla llegó a Atlántida, la familia de Ceres robó el tridente y huyeron de la ciudad, mientras todo era caos. Sabían que no tendrían perdón, pero no dudaron, pues amaban tanto a su hija, que no les importaba pagar el precio por que la liberaran.
Pero los humanos no solo traicionaron a la familia de Ceres, sino al brujo, a quien no le entregaron el tridente, porque lo querían para ellos y después de matar a toda la familia de la sirena, ocultaron el tridente, porque en realidad, no podían usarlo.
Por eso, la pequeña sirena, con su poco poder, antes de morir, hechizó a la familia real que la capturó, haciendo que solo el que naciera con ojos azules pudiera quedarse con el trono y saber la ubicación del Tridente de Poseidón.
—Esa es la verdad —sentenció el octo-tritón, terminando con su relato.
Cuando Jair terminó de contar la historia, el rey del mar, su hijo y sus súbditos estaban anonadados. No imaginaban que una familia, fiel a su linaje, los hubiera traicionado en antaño. Claro que aunque eran longevos, ya habían pasado varias generaciones de eso, por lo que el padre de Alejandro no estaba enterado de cómo había desaparecido esa familia, ya que todos creyeron que había sido por la guerra.
El silencio reinó por unos segundos, hasta que la risa de Erick se escuchó, sacando de su estupor a los presentes.
—¿Esa es tu versión de la historia? —preguntó con sarcasmo.
—Eso fue lo que mi padre me contó —siseó el brujo—. ¡A él lo traicionaron los humanos!
—¡Mentira! —sentenció el oijiazul con frialdad—. Tu padre no fue traicionado, ni los humanos fueron manipulados, la familia de Ceres decidió que si debían traicionar a su reino, al menos no permitirían que humanos o brujo, tuvieran ese poder y la sirena, a sabiendas de que no iba a tener opción y de cualquier manera iba a morir, aceptó.
—¡¿Qué dices?!
—La sirena iba a casarse con el sucesor al trono de Atlántida, por lo tanto, el tridente ya le pertenecía también —explicó Erick—. A pesar de eso, estaba consciente de que no podía controlarlo del todo, por ser tan pequeña, pero su familia le ayudó, sacrificándose al darle su magia —sonrió—. Con un hechizo del tridente, devolvió al brujo al mar y le nubló la mente ¡para que jamás pudiera dar con el reino con el que había hecho el trato!
Jair sintió que el mundo le caía encima; Alejandro, por su parte, se sorprendió por esa declaración.
—Debido al enorme poder del Tridente, iba a perecer, así que el ultimo hechizo que usó, fue para proteger el poder del tridente —prosiguió el pelinegro—. Solo el que tuviera su sangre o fuera el legítimo heredero de la Atlántida, podía usar y proteger esa poderosa magia e hizo un pacto con el aquel entonces príncipe de Celestia, quien había quedado cautivado con su belleza y este, por amor, accedió —dijo con debilidad—. Ella usó el hechizo de protección en él también y el príncipe pudo tener el mar en su mirada, por lo que también se comprometió a cuidar de ese tesoro del mar —contó—. Por eso, cada que nacía un heredero con los ojos azules, era el elegido para ser el nuevo rey y proteger tanto la tumba de la sirena, como el tridente —suspiró—, pero con el paso de las generaciones, los ojos azules se fueron perdiendo y solo los que conocían la verdad, idearon un plan…
La mirada azul, chocó con la castaña del brujo, que tenía un gesto de incredulidad.
—Con ayuda de unos monjes, consiguieron obtener un elixir de los restos de la sirena —explicó Erick.
Agustín se sobresaltó, entendiendo de antemano lo que el otro quería decir, ya que ellos habían estado en un monasterio.
—Los monjes juraron guardar ese secreto con un voto de silencio y usar solo ese conocimiento cuando fuera necesario, además de comprometerse en educar y criar durante diez años al heredero, para educarlo como era necesario para cuidar esa reliquia —sonrió con suficiencia.
«Los diez años que estuvimos en el monasterio, eran para eso…» pensó Agustín.
—Así, por generaciones, a quien regía, fuera hombre o mujer, se le decía que debía elegir entre el amor y el deber —posó la mirada en Alejandro, para que entendiera por qué había aceptado lo que su padre había ordenado—, pues la persona con la que debía procrear, si no le daba un heredero de forma natural, debía sacrificarse, tomando ese elixir y así, asegurar un nacimiento de un heredero de ojos azules que pudiera proteger dicho poder —cerró los parpados con dolor—, aunque la posibilidad de que naciera un heredero con esa característica era muy escasa, además de que la vida para quien tomara el brebaje, después del nacimiento de su hijo, era nula, ya que, todo hechizo tiene un costo, ¿no es así?
Una lágrima rodó por su mejilla, ese mismo día había sabido que su madre había muerto, por culpa de ese estúpido aceite que su padre le dio a beber, para tener un hijo de ojos azules, ya que la reina solo le había dado una hija legítima sin el aceite, pero había muerto y cuando el rey le había propuesto tomar el elixir para tener otro heredero y asegurar los ojos azules, esta se reusó, por lo tanto, su más fiel y leal concubina, por amor, lo bebió.
—Esa es la verdad —Erick miró al brujo—. Tu padre no era tan poderoso —se burló—, pero al menos, ahora ellos… —señaló con un ademán de su rostro al rey y a Alejandro—. Saben la verdad… Y saben que esa familia solo hizo lo que debía hacer, para proteger no solo a los Atlantes, sino a los humanos, porque seguramente tu padre hubiera hecho mucho daño con ese poder…
Jair levantó una ceja y luego empezó a reír.
—¿Eres estúpido? —preguntó con sarcasmo—. Hicimos un trato… Yo contaba la historia y tú me decías donde está el tridente… Por lo tanto, lo que no hizo mi padre ¡lo haré yo!
Uno de los tentáculos se movió y sujetó a Erick del cuello liberándolo de la trampa de Arena.
—¡¿Dónde está el tridente?!
—Aunque te diga… no podrás tomarlo… debo ir yo… por él… soy la llave… para sacarlo de ahí —sonrió con dolor y burla a la vez—. Si me matas… no lo podrás tener…
Jair rechinó los dientes y lanzó a Erick contra la arena.
—¡Tráelo! —ordenó—. Si no lo traes en una hora… —se movió hasta colocarse tras Alejandro y lo apresó del cuello también—. Tu amado príncipe ¡morirá! —sonrió con diversión.
—No lo hagas… Erick —pidió el rubio a media voz—. No se lo des… Prefiero morir.
Erick miró al pulpo y suspiró— te entregaré el tridente, pero tú debes soltar a Alejandro y a todos los demás, cuando lo tengas en tus manos, ¿aceptas el trato?
Jair ladeó el rostro—, por supuesto, es un trato…
—Hecho…
—¡No! —Alejandro intentó gritar, pero Jair apretó más el agarre.
—Tranquilo, príncipe, cumpliré este trato si él me entrega el tridente —aseguró.
Erick miró a Alejandro y le sonrió conciliador, dio media vuelta y corrió hacia el castillo, en busca de lo que el otro quería. Cuando la silueta se perdió en la oscuridad, Jair acercó los labios al oído del rubio.
—Aunque claro… ese chico tendrá que pagar de alguna manera, ¿no lo crees?
Con esas palabras, Alejandro se estremeció; Erick estaba en peligro y él no podía ayudarle.
El castillo era un caos total, tanto, que la guardia estaba tratando de contener a todas las personas, aunque no podían usar la fuerza para ello.
Algunas jóvenes casaderas solicitaban audiencia, ya que querían apelar la decisión de la futura reina, especialmente porque sabían que Erick ahora era el rey y quien tomaba las decisiones. Por su parte, Guillermo presionaba a su padre, para saber el por qué había tomado esa decisión y su madre lloraba de manera desconsolada, reprochándole el haberle dado la corona a un bastardo; pero el hombre se miraba sumamente cansado, así que estaba sentado en su silla, desde donde vio a Erick entrar corriendo, yendo a la sala del trono.
—¿Erick? —musitó y se puso de pie, yendo a buscar a su hijo.
Algunos soldados ayudaron al anterior soberano a salir del enorme salón y la guardia Elite lo llevó hasta la sala del trono, porque les dijo que quería ver al rey, ya que su hijo necesitaba saber algo importante. De esa manera el hombre llegó al trono, pero no encontró al ojiazul.
—¿Erick? —llamó con nervios, pero no recibió respuesta—. ¡¿Erick?! —repitió.
—Su majestad no está aquí —dijo el capitán de la guardia, quien no miraba al nuevo soberano en el lugar.
—Sí, está —dijo el de barba, caminando hacia atrás del trono.
Una puerta oculta tras el enorme trono, se encontraba abierta.
—Fue a la tumba… —los labios del hombre, temblaron y entró por la puerta, bajando unas escaleras, seguido por el capitán y los cuatro guardias elite, quienes tampoco conocían ese lugar.
Después de unos minutos, llegaron al final, una gruta oculta, donde había una pequeña fuente en el centro, de donde brotaba agua de una piedra azul, parecida a la que tenía la corona que Erick había usado por primera vez ese día. A un lado de esa fuente, había un altar, con flores y una urna, que tenía un nombre inscrito; ahí estaban los restos de la princesa Ceres, de donde los monjes sacaban el ingrediente principal para hacer el elixir; en el otro lado había una figura de piedra en un pedestal.
Erick estaba frente a la fuente, acercó las manos a la piedra y la sujetó con sus manos, diciendo unas palabras que estaban inscritas en la base; sus ojos brillaron, la piedra desapareció y sus manos se cubrieron de una luz azul.
El pelinegro caminó hacia la figura de piedra en el pedestal y cuando la sujetó en las manos, la piedra se resquebrajó, cayéndose en pedazos y dejando a la vista, un tridente de oro y joyas brillantes.
—¡¿Qué estás haciendo?! —preguntó su padre con susto.
El ojiazul lo miró de soslayo y no respondió. El tridente brilló entre sus manos y después, tanto la luz del artefacto, como la que rodeaba las manos Erick, se desvaneció; después de un suspiro, levantó el tridente, sacándolo de su lugar, para caminar a con él a la salida.
—¡No puedes sacar esa reliquia de aquí! Te lo dije en la mañana, ¡esto debe mantenerse oculto! —señaló el hombre.
—¡No! —negó Erick—. Me dijiste que debíamos protegerlo y algún día devolverlo a su legítimo dueño.
—¡No hay un legítimo dueño! —su padre habló con desespero—. Los atlantes perecieron, ¡no existen!
El ojiazul suspiró— lo siento padre, pero te equivocas…
—¡¿Qué?!
—No tengo tiempo de explicar —negó—. ¡Debo salvar a Alex!
Su padre lo sujetó del brazo— no sé lo que piensas, no sé lo que te propones y a estas alturas, no me importa lo que hagas, ¡pero no debes hacer una tontería! —dijo con molestia—. Nuestro deber es…
—Sé cuál es mi deber —Erick movió el brazo, zafándose del agarre de su padre—. Debo cuidar algo que ni siquiera nos pertenece —miró el Tridente—, pero también, debo velar por la persona que amo —sentenció—, por mi familia, mis súbditos y todos los seres inocentes… —miró hacia el líder de la guardia y levantó la voz—. Capitán, que nadie salga del castillo —ordenó—, especialmente al muelle y a la bahía —especificó—, si para el amanecer no vuelvo, envíe a alguien a buscarme y si no me encuentran después de las rocas que delimitan el castillo, entonces, denme por muerto, ¡¿entendido?!
El hombre se asustó— pero… señor….
—¡Es una orden, capitán!
Con esas palabras, el hombre sabía que no podía oponerse a esas palabras, así que solo le quedaba aceptar, haciendo una reverencia— como ordene.
Erick miró a su padre con tristeza— mi madre te amaba, por eso se ofreció a sacrificarse… dime, ¿has pensado que lo que necesitas para tener un hijo de ojos azules no es el elixir, sino el amor?
—¿Qué?
—La princesa Ceres se sacrificó por amor a su raza… el primer príncipe de ojos azules, lo hizo por amor a ella, no por obligación —dijo con debilidad—. Mi madre bebió el elixir por amor y no por obligación, como las demás de tus concubinas, que nunca pudieron darte un hijo —reprochó—. Y esto que voy a hacer es por amor, no por obligación… —sonrió con tristeza—. Solo los tontos no se darían cuenta de lo que realmente significa esto…
Con esas últimas palabras, emprendió el camino de regreso a la playa, dejando a su padre pensativo.
—Amor… —musitó, recordando que desde hacía mucho que se había acabado el amor con la reina, por eso tenía concubinas, pero aun así, ésta logró darle una hija de ojos azules, que murió siendo una bebé y después de eso, no hubo nada más entre ellos—. Amor… —repitió y miró hacia la urna que estaba en su lugar, de dónde salía ese elixir que representaba la supervivencia de su linaje.
Él se había casado por obligación, jamás amo a su esposa y a la única mujer que había llegado a amar, había sido a la madre de Erick, por eso le había dolido su muerte, pero tuvo que fingir que no, porque era su obligación.
—Todo este tiempo… yo estuve equivocado.
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