Capítulo XXI
Alejandro había corrido hacia la playa, seguido por Julián. Se sentía defraudado, decepcionado; quería gritar, sacar lo que sentía, pero no le era posible.
Julián se acercó a él y se quedó a su lado, observando como el sol ya se estaba ocultando en el horizonte y acabaría el plazo que les habían dado. Pero aun así, no importaba si podían quedarse o no, el joven a quien su príncipe amaba, había decidido quedarse con alguien más.
—¡Alejandro!
El grito de Erick se escuchó a lo lejos, el rubio lo miró de reojo, apretando los puños y poniéndose de pie.
—¡Alex! —repitió el oijiazul, que llegó corriendo.
Ya no portaba la corona, ni la capa, ni la cinta carmín o zapatos; solo iba con el traje manchado de su sangre y la de su padre, pues en el camino se fue quitando todo, para poder avanzar con mayor rapidez
—Alex, ¡déjame explicarte! —dijo con desespero.
El ojiverde rechazó al otro, que intentó acercarse. Agustín llegó tras Erick, pero Julián evitó que se acercara a la pareja, debían dejar que se arreglaran solos.
—Alex, por favor… ¡te lo suplico! —pidió entre sollozos el pelinegro—. No podía negarme, tengo que hacerlo…
La mirada del rubio se volvió sombría; quería abofetear al otro, pero por más enojado que estuviera y aun con la decepción, no se atrevía a lastimarlo.
—Alex… te juro que no es lo que crees… Yo a quien en verdad…
—¡Alex! —un nuevo grito se escuchó, pero desde el mar, llamando la atención, tanto del rubio como de Julián, pero sorprendiendo a Erick y Agustín.
«¿Marisela?» pensaron ambos tritones y corrieron hacia el mar, yendo hacia la sirena, quien parecía estar sin fuerzas, tratando de ayudar a Miguel, que estaba herido no solo del pecho, sino de su cola también.
—Eso es… —Erick y Agustín se acercaron también, observando a la chica que tenía cola de pez.
—¿Sirenas? —se preguntaron los dos humanos al unísono.
La castaña se quejaba de una herida en su torso, por lo que no podía moverse mucho. Entre Julián y Alejandro, sacaron a sus amigos hasta la arena y el rubio empezó a curar las heridas que tenían, enfocándose en Miguel, quien parecía mucho más lastimado que la chica, pues estaba sin sentido.
Cuando Marisela se recuperó por el hechizo de su príncipe respiró un tanto aliviada, pero de inmediato, buscó entre su cabello recogido y sacó un caracol, el cual, Alejandro reconoció como el objeto en el que el octo-tritón había confinado las voces de su amigo y él.
—Alex —la chica lo miró con tristeza —. ¡Tu padre no pudo acabar con el brujo y al contrario, tuvo que hacer un trato con él! —dijo con desespero—. Tu trato con el brujo terminó, pero aun así, debes cumplir con el que hizo tu padre.
«¡¿Qué?!» se preguntaron el rubio y el castaño con sorpresa, sin entender.
—¿Brujo? —musitó Erick, temblando y miró a Alejandro—. ¿Acaso tú…?
Alejandro lo miró molesto, sujetó el caracol y lo aplastó con su mano, haciendo uso de su magia; su voz y la de Julián se liberaron y volvieron a sus dueños. Todo ante el asombro de Erick y Agustín, que no daban crédito a lo que sus ojos veían.
—¿Cuál fue el trato? —preguntó el ojiverde con furia.
Erick se sorprendió y estremeció al escuchar por primera vez la voz del rubio y el recuerdo de su niñez llegó de inmediato a su mente. “Alejandro”.
«¡Es él! ¡De verdad es él!»
—Tú… debes casarte con él —sentenció Marisela con pesar.
—¡¿Qué demonios?!
El grito de Julián hizo que Agustín se sobresaltara y diera un paso hacia atrás. La voz del castaño era grave y a pesar de sonar molesta, Agustín no pudo evitar suspirar por escucharlo por primera vez.
—¿Julián…? —musitó sin poder creer que el otro estaba hablando.
El castaño lo miró de soslayo— ahora no puedo explicarte —dijo fríamente y volvió su atención a sus amigos.
—¡¿Cómo llegó a ese trato?! —preguntó el ojiverde, aun sin poder creer que su padre hubiera hecho eso.
La castaña bajó el rostro, empezando a contar lo ocurrido.
—Miguel y yo, le dimos tu mensaje cómo ordenaste —suspiró—, de inmediato, tu padre ordenó atacar la Fosa y todos los tritones guerreros y magos se prepararon para acompañarlo, pero parece que el brujo tenía varios aliados en Atlantida…
“me enteré que el heredero al trono, se encontraba confinado a su castillo a causa de un extraño interés por un… ¿humano?”
Esas habían sido las palabras de Jair y ahora podía estar seguro que tenía a alguien dentro de su hogar, alguien que le daba las noticias, alguien que lo mantenía al tanto y seguramente, desde un principio, tal vez había buscado la manera de engañarlo tanto a él como a su padre, para conseguir su cometido.
—Las cosas se complicaron más de lo que te imaginas —musitó Miguel recuperando el sentido—. Los tritones que fuimos, acabamos con muchas abominaciones, pocos fueron los que sufrimos e incluso, no hubo bajas, pero… —guardó silencio.
—¡¿Pero qué?! —gruñó el rubio.
—La princesa Alana… —sollozó Marisela—. Ella nos traicionó, entregando al brujo, a tu madre como rehén.
Los ojos verdes se abrieron con susto, al saber que su madre estaba en manos de ese repugnante ser.
—No puede ser… —Julián se sorprendió.
—Cuando tu padre se enteró que la reina era su rehén, ordenó detener el ataque —continuó Miguel—, pero era demasiado tarde y tuvo que usar su poder para detenernos a todos…
—Por eso estaban heridos y por eso mi padre aceptó el trato… —musitó el rubio—. Debo ir a ponerle fin…
—¡No! —Marisela negó—. ¡Tu madre no quiere que te cases!
—Ella fue la que nos pidió venir a avisarte —señaló Miguel—, tuvimos muchas dificultades para escapar y llegar aquí, ¡no puedes echar nuestros esfuerzos a la basura!
—Además, tu madre dijo que no le importa lo que le pase, tienes que irte, ¡no debes casarte con él! —presionó Marisela con nervios.
Alejandro imaginaba que su madre quería protegerlo, pero no podía dejar a los suyos a la deriva; ya había ocasionado demasiados problemas.
—Esto es mi culpa, ¡tengo que hacer algo!
—Nada puedes hacer —negó Miguel—, ¡entiende!
—Ellos tienen razón —Julián lo sujetó del brazo—. Tal vez podrías haberle hecho frente al brujo solo —señaló—, pero ahora está tu padre de por medio y ambos sabemos que él haría cualquier cosa por su esposa… tú madre.
—¡Pero tengo qué hacer algo!
—Entiéndelo, Alejandro, tú mismo lo dijiste, ¡sin el estúpido tridente, somos simples peces inútiles en el fondo del océano! —dijo su amigo con frialdad, repitiendo lo que el otro había dicho con anterioridad.
—¿Tridente? —Erick lo miró con susto—. ¿De qué tridente hablan? —preguntó intrigado.
—No es de tu incumbencia, “rey de Celestia” —dijo el rubio con sarcasmo.
El ojiazul se sorprendió y sintió mariposas en el estómago, a pesar de que las palabras del otro parecían llenas de desprecio; sacudió su cabeza y se puso delante de él.
—¡Quiero saber la verdad! Quiero saber quién eres, quiero saber por qué ahora puedes hablar y quiero saber de qué tridente hablas, ¡tengo derecho a enterarme! —exigió, mirándolo a los ojos
—No tienes ningún derecho de exigirme nada, no después de anunciar ¡que te casarías con una de esas mujeres! —señaló el rubio hacia el palacio.
—¡Ya te dije que no tenía opción!
—¿Ah sí? Pues no te creo —siseó Alejandro—. Pero quieres saberlo, bien, aquí está la verdad, ¡soy un tritón¡ —se señaló—. Hice un maldito trato con un brujo para poder acercarme a ti y ahora, toda mi familia tendrá que pagar por mi estúpido error, por enamorarme de un humano que nunca me amará, ¡a pesar de todos mis sacrificios! —le reprochó—. Pero aunque estaba dispuesto a perder lo que fuera por ti, ahora que sé que lo que pasó entre nosotros no significa nada para ti, ¡no estoy dispuesto a perder a mi madre!
Erick se sobresaltó y las lágrimas empezaron a caer por sus mejillas.
—¿Crees que no significa nada? —preguntó a media voz—. ¡¿De verdad lo crees?! —gritó—. ¡Eres un imbécil! —lo abofeteó sin pensar, sorprendiendo a todos los presentes—. ¡Te amo! —dijo cuándo el rubio volvió a fijar su mirada en él—. ¡Me entregué a ti porque te amo! —repitió desesperado—. ¡Quería casarme contigo! ¡Quería irme contigo! Pero mi familia también depende de mí —señaló con frustración—, aunque si me hubieras dicho todo desde el principio, todo se habría solucionado, si me hubieras dicho que eras un tritón, de igual manera te hubiera amado, ¡no necesitabas ser humano para eso!
—Erick…
—Pero si tú eres un tritón —musitó el ojiazul, cubriendo su boca con las manos—, significa que… todo lo que me dijo mi padre hoy… es verdad…
—¿Qué cosa te dijo tu padre? —preguntó el ojiverde, sin entender las palabras del otro.
Pero no alcanzó a obtener respuesta, ya que el sonido del agua los alertó; el mar empezó a burbujear y una figura empezó a surgir.
—Vaya, ¡príncipe Alejandro! —la voz de Jair molestaba los oídos de Erick y Agustín—, consiguió que el humano le dijera que lo amaba antes de que el ultimo rayo de sol desapareciera en el horizonte —señaló donde el sol acababa de ocultarse—, pero ¡ya es demasiado tarde!
Rió a carcajadas, mientras que otras dos figuras aparecían tras él. Una era una esfera donde su madre parecía congelada y en la otra esfera, con el agua líquida, estaba su padre, con las muñecas apresadas por un listón verdoso.
La mirada verde del tritón se fijó en su hijo con desaprobación y decepción, algo que le dolió al rubio, pero no más que ver la condición de su madre, quien parecía muerta.
—¡Madre!
Alejandro quiso correr hacia ella, pero un tentáculo de Jair se movió, lanzándolo lejos, sorprendiendo a todos, especialmente a Erick, quien ahogó un grito al ver al rubio ser lanzado por los aires, debido a esa cosa que parecía tener vida propia.
—Sabes… —el pulpo se movió, saliendo hasta la orilla del mar, manteniéndose erguido por sus tentáculos—. Debo admitir que no hubiese tenido oportunidad contra tu padre y debo agradecer que hayas hecho enojar a una princesita berrinchuda —se burló, mientras Alejandro se ponía de pie—. Pero no te preocupes, ella también recibió su castigo…
El pulpo lanzó una botella llena de agua a la arena; dentro, estaba la princesa Alana, convertida en una pequeña versión de ella, parecía gritar y golpear el cristal, pero no se escuchaba nada.
—Todos tienen que pagar un precio por un favor… —siseó Alejandro con desprecio al ver la situación, de alguna manera, sentía que la princesa que había entregado a su madre, había recibido su merecido, pero eso no quitaba que quisiera destruirla.
—Entendiste bien, mi joven príncipe —Jair sonrió, mostrando sus dientes—. Creo que ya estás enterado, pero te lo diré de nuevo, tu padre, destruyó nuestro trato…
El brujo se burló y lanzó la tablilla quebrada en dos, a la arena también, ante la mirada atónita del príncipe, quien se asombró al darse cuenta que, aun sin el tridente, su padre tenía el poder de destruir cristales de ese tipo, sin problemas.
—Pero debido a que yo tengo lo que él más ama en el mundo —hizo un ademán, señalando a la reina congelada—, me prometió una boda con su hijo, a cambio de devolverle a su amada reina y este trato es imposible de romper —hizo un ademán, sacando un pergamino que parecía de cristal, pero tenía la flexibilidad de un papel—, un artilugio mucho más especial que la tablilla que tu firmaste —se burló—. Créeme, esperaba la oportunidad de usarlo con un rey y tú me la diste.
Alejandro apretó los puños con furia; aun y que intentara destruir esa cosa, con el débil poder que tenía, por no tener cien años, no serviría de nada.
—Ahora, es momento de nuestra boda, príncipe heredero de Atlantida.
—Atlantida… —Erick miró a Alejandro y corrió hasta él—. ¡¿De verdad eres el heredero de la ciudad perdida?! —preguntó con ansiedad.
El ojiverde asintió débilmente.
—¡Aléjate humano! —gritó el brujo y movió la mano, lanzando una bola luminosa hacia el ojiazul.
—¡Majestad!
Agustín corrió y se interpuso, siendo empujado con fuerza hacia atrás.
—¡Agus! —el ojiazul se asustó.
—¡Guti! —Julián corrió a su lado y se dio cuenta que lo único que había sido destruido, había sido la ropa—. ¡¿Guti, estás bien?! —preguntó incrédulo.
—Si… sí… creo… —respondió Agustín mirando su pecho.
—Un humano que sobrevive a un hechizo menor… ¡Sorprendente! —señaló Jair con curiosidad—. Esto tengo que verlo de cerca…
Con un ademan de la mano del brujo, la arena bajo las piernas de Erick y Alejandro, se movió y los apresó para que no pudieran moverse; no se preocupó por inmovilizar a Miguel y Marisela, ya que en tierra, no eran problema, pero él si debía caminar, así que sus tentáculos se convirtieron en piernas y caminó desnudo por la arena, acercándose hasta Agustín, con mirada desdeñosa. Julián intentó alejar al brujo, pero le fue imposible, ya que unas algas lo atraparon, alejándolo del otro y también manteniendo a Agustín inmovilizado en su lugar. La mano de Jair sujetó el mentón de Agustín y lo escudriñó con la mirada.
—¡Ah! Es por eso —rió—. Eres mitad tritón…
—¡¿Qué?! —Agustín se sobresaltó.
Todos se sorprendieron por esa declaración.
—¿Nadie te lo dijo? —preguntó con burla el brujo—. Oh, seguro que te mintieron… —rió—. Conozco cada trato que hizo mi padre desde hace milenios —dijo con orgullo— y los resultados de los mismos, tienen el trato grabado en sus ojos —señaló al otro con el índice.
La uña de Jair creció, acercándose a una de las pupilas color miel y sonrió, enseñando los colmillos, logrando estremecer a Agustín, quien temía que encajara esa uña, que parecía aguja, en su ojo.
—Un tritón se enamoró de una joven humana —comentó—, una mujer que iba a los esteros a recoger plantas, así que ese tritón hizo un trato con mi padre, pero no se cumplieron las condiciones, ya que debía quedarse con la mujer, sin poseerla, por unos días, para demostrar que era amor de verdad lo que sentía… Obviamente si naciste tú, él falló —se carcajeó.
—No… —Agustín negó—. Mi padre era un marinero, que partió a la mar y mi madre lo siguió.
—Ash, que historia tan trillada —se burló el brujo—. ¡Entiende! Eres un medio tritón —dijo con indiferencia—, tal vez por eso eres más fuerte que los humanos normales, pero en el mar, no eres nadie… Eres igual que yo, una abominación y no eres digno que te reclame…
Agustín tembló y muchos recuerdos llegaron a su mente.
Cuando demostró que era el más fuerte de todos los que aspiraban a ser guardia del príncipe; cuando le elogiaban su agilidad, su rápido nado, todo… todo eso era porque era medio tritón, era lo suficientemente fuerte, para soportar trabajos duros, pero su piel no soportaba las heridas lacerantes, igual que acababa de ver en la sirena y el tritón que conoció esa misma tarde.
—Bien, he saciado mi curiosidad —Jair alejó a Agustín con un empujón, caminó al mar de nuevo y se acercó a Alejandro—, mi querido príncipe, es hora de que cumpla su parte, ¿está de acuerdo?
Alejandro apretó la mandíbula, pero no tenía opción, no si quería salvar a su madre— bien —dijo entre dientes.
Jair sonrió satisfecho y con un chasquido, el pergamino que había mostrado antes, se movió, yendo a apresar a Alejandro de las muñecas, mientras la arena lo liberaba.
—Volveremos a la Atlantida —dijo el brujo, recuperando sus tentáculos— y ¡gobernaremos juntos! —guió a Alejandro hacia el mar.
—¡Espera! —el grito de Erick se escuchó—. ¡Quiero hacer un trato contigo!
Esas palabras llamaron la atención del octo-tritón, quien volteó a verlo con desprecio— ¿te atreves a hablarme, humano despreciable?
—Eres un brujo y cualquiera puede pedirte hacer un trato, ¿no?
—Cualquier criatura del océano, no un despreciable bípedo como tú —señaló Jair.
—Entonces, ¿no te interesa obtener algo del regente del reino Celestia, los soberanos guiados por Ceres?
«¡¿Ceres?!»
La palabra retumbó en la mente de Jair y giró al ver al ojiazul con un dejo de incredulidad.
—¿Estamos en… el reino guiado por “Ceres”? —preguntó a media voz, llamando la atención de todos los presentes.
Erick sonrió con suficiencia— así es, este es el reino de Celestia, bajo la protección de Ceres y yo, el nuevo rey —mostró una de las heridas que había hecho la corona en su sien.
Los ojos de Jair se abrieron con sorpresa y regresó de inmediato con Erick— el soberano… guiado por Ceres… —dijo acariciando el rostro Erick y fijando su mirada en las pupilas azules—. El soberano que tiene el mar en su mirada, en memoria de los Atlantes que murieron en la guerra entre la tierra y el mar… —su voz empezaba a descompasarse—. ¡El único ser que sabe dónde está oculto el Tridente de Poseidón, en los reinos del hombre!
Todos se sorprendieron por esa declaración.
—No puede ser —el rey de la Atlántida negó, incrédulo.
—¡¿Erick?! —preguntó Alejandro, temeroso de saber la verdad.
El rubio conocía toda la historia de la Atlántida y nunca había encontrado nada sobre dónde encontrar el tridente, aunque había leído el nombre de Ceres, en un linaje extinto en la guerra.
Jair apretó los puños y soltó un gruñido; se había dejado llevar por la avaricia que habló de más.
—¿Acaso no lo sabían? —preguntó el ojiazul, con algo de desdén.
—¡No tienen por qué saberlo! —gritó Jair.
—Si tú puedes saciar tu curiosidad, ellos también, ¿no lo crees? —Erick se burló—. Vamos, diles por qué te interesaste en mí, después de saber quién soy, cuéntales porqué el reino de Celestia es tan prospero, explícales la traición que ocurrió hace milenios… ¡Confiesa la verdad!
—No tengo por qué hacerlo —el brujo se cruzó de brazos y sonrió.
—Entonces, acepta el trato —el ojiazul lo retó con la mirada—, cuéntales la historia detrás de la caída de Atlantida y yo, te diré dónde está el Tridente de Poseidón.
Con esas palabras, todos los presentes se quedaron boquiabiertos.
—¡No, Erick! —gritó Alejandro, no sabía si era verdad, pero sí lo era, darle el tridente al brujo, sería peor que casarse con él.
—¡Trato hecho! —sentenció Jair.
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