Capítulo XX
Apenas despuntaba el alba, cuando el profesor Grim fue por el príncipe Erick. Ni siquiera permitió que el ojiazul se aseara, solo le buscó un cambio de ropa y lo guió hasta bajar las enormes escaleras. Erick no preguntó, sabía que el profesor Grim, era un fiel sirvo y amigo de su padre, más que su maestro, así que seguramente si el rey le ordenó que no dijera nada, se llevaría eso a la tumba.
Cuando el príncipe llegó al salón del trono, los guardias lo dejaron pasar, pero dejaron las puertas abiertas, algo que llamó su atención, pero aun así, siguió caminando; llevaba otra daga escondida en su bota, por si tenía que volver a actuar, así que no le preocupaba si su padre lo amenazaba.
Cuando llegó frente al trono, hizo una reverencia.
El rey lo observó y miró a los guardias de elite, que siempre estaban en ese salón, cuidándolo.
—Retírense, esto es un asunto privado, entre mi hijo y yo.
La guardia hizo un solo ruido al dar el primer paso para reunirse en el pasillo de salida y luego, se retiraron marchando, cerrando la puerta tras ellos. Erick sintió un escalofrío; su padre nunca se apartaba de su guardia, así que eso era sumamente extraño.
—Erick… —dijo el de barba con seriedad y se puso de pie—. No quería recurrir a esto, ya que no estás listo y debía esperar a tu próximo cumpleaños, pero tú me obligaste.
—¿De qué hablas? —preguntó el príncipe con nervios, observando la mirada fría de su padre.
—Hoy sabrás por qué tienes qué obedecerme…
Apenas despuntaba el alba, cuando el profesor Grim fue por el príncipe Erick. Ni siquiera permitió que el ojiazul se aseara, solo le buscó un cambio de ropa y lo guió hasta bajar las enormes escaleras. Erick no preguntó, sabía que el profesor Grim, era un fiel sirvo y amigo de su padre, más que su maestro, así que seguramente si el rey le ordenó que no dijera nada, se llevaría eso a la tumba.
Cuando el príncipe llegó al salón del trono, los guardias lo dejaron pasar, pero dejaron las puertas abiertas, algo que llamó su atención, pero aun así, siguió caminando; llevaba otra daga escondida en su bota, por si tenía que volver a actuar, así que no le preocupaba si su padre lo amenazaba.
Cuando llegó frente al trono, hizo una reverencia.
El rey lo observó y miró a los guardias de elite, que siempre estaban en ese salón, cuidándolo.
—Retírense, esto es un asunto privado, entre mi hijo y yo.
La guardia hizo un solo ruido al dar el primer paso para reunirse en el pasillo de salida y luego, se retiraron marchando, cerrando la puerta tras ellos. Erick sintió un escalofrío; su padre nunca se apartaba de su guardia, así que eso era sumamente extraño.
—Erick… —dijo el de barba con seriedad y se puso de pie—. No quería recurrir a esto, ya que no estás listo y debía esperar a tu próximo cumpleaños, pero tú me obligaste.
—¿De qué hablas? —preguntó el príncipe con nervios, observando la mirada fría de su padre.
—Hoy sabrás por qué tienes qué obedecerme…
Al medio día, las nubes de tormenta se alzaban en el horizonte; parecía que se formaría un huracán; los vientos eran fuertes y las olas aumentaron de tamaño considerablemente. Los guardias al exterior del castillo, empezaron a tomar las precauciones de siempre, cuando una tormenta se acercaba y algunos otros, fueron hacia el pueblo, para ayudar a las personas en caso de necesitar refugiarlas dentro de las murallas del castillo.
Alejandro observaba el mar desde el balcón, tamboreando los dedos con ansiedad; seguramente a esa hora, su padre y demás tritones iban hacia la fosa, en busca del brujo. No había visto a Erick en toda la mañana, ni sabía nada de él, así que esperaba las noticias de Agustín, quien también había sido solicitado en los salones secundarios, por el profesor Grim.
El rubio observaba el océano; los relámpagos en el horizonte eran demasiado visibles, era obvio que su padre estaba furioso. Julián se acercó a él y también observó el mar y el cielo, sintiendo como la brisa marina le causaba escalofríos; miró de reojo a su príncipe y este curvó los labios débilmente, mientras creaba humedad con su mano y escribía en la superficie.
“Todo saldrá bien…”
Julián suspiró y movió el dedo, dibujando letras con el agua que el otro había convocado.
“Más vale que así sea…”
En ese momento, la puerta se abrió y Agustín entró corriendo, con unos trajes en mano.
—¡Tienen que asearse y ponerse esto! —dijo con rapidez, entregándole a cada uno un traje.
Ambos lo miraron confusos y el otro sonrió.
—Todo está bien, es solo que la comida será especial y se retrasará un poco, por eso comeremos hasta las cuatro —rió—. Parece que el rey aceptó los términos del príncipe, por lo que después de la comida, adelantarán los eventos y ¡habrá coronación!
Alejandro y Julián se sorprendieron.
—El príncipe Guillermo fue vestido con ropa de gala, al igual que la princesa Judith y les enviaron los medallones para anunciar su nueva posición real —explicó—. No he visto al príncipe Erick, ni al rey, pero todo parece indicar que esto ocurrirá de inmediato, porque el príncipe Erick así lo solicitó —sonrió emocionado—. Dijo el profesor Grim, que el señor Erick lo quiso así, para poder anunciar lo más pronto posible, a quien elegirá como consorte —fijó su mirada miel en Alejandro.
El rubio se sorprendió y de inmediato entendió esa mirada; su sonrisa se amplió, no necesitó más explicación y tanto él como Julián fueron a arreglarse.
El ojiverde se sentía emocionado; no le importaba ser consorte del rey, el título era lo de menos, la cuestión era que Erick le daría su palabra de amor, así se quedaría a su lado y su padre no podría hacer nada al respecto.
Al medio día, las nubes de tormenta se alzaban en el horizonte; parecía que se formaría un huracán; los vientos eran fuertes y las olas aumentaron de tamaño considerablemente. Los guardias al exterior del castillo, empezaron a tomar las precauciones de siempre, cuando una tormenta se acercaba y algunos otros, fueron hacia el pueblo, para ayudar a las personas en caso de necesitar refugiarlas dentro de las murallas del castillo.
Alejandro observaba el mar desde el balcón, tamboreando los dedos con ansiedad; seguramente a esa hora, su padre y demás tritones iban hacia la fosa, en busca del brujo. No había visto a Erick en toda la mañana, ni sabía nada de él, así que esperaba las noticias de Agustín, quien también había sido solicitado en los salones secundarios, por el profesor Grim.
El rubio observaba el océano; los relámpagos en el horizonte eran demasiado visibles, era obvio que su padre estaba furioso. Julián se acercó a él y también observó el mar y el cielo, sintiendo como la brisa marina le causaba escalofríos; miró de reojo a su príncipe y este curvó los labios débilmente, mientras creaba humedad con su mano y escribía en la superficie.
“Todo saldrá bien…”
Julián suspiró y movió el dedo, dibujando letras con el agua que el otro había convocado.
“Más vale que así sea…”
En ese momento, la puerta se abrió y Agustín entró corriendo, con unos trajes en mano.
—¡Tienen que asearse y ponerse esto! —dijo con rapidez, entregándole a cada uno un traje.
Ambos lo miraron confusos y el otro sonrió.
—Todo está bien, es solo que la comida será especial y se retrasará un poco, por eso comeremos hasta las cuatro —rió—. Parece que el rey aceptó los términos del príncipe, por lo que después de la comida, adelantarán los eventos y ¡habrá coronación!
Alejandro y Julián se sorprendieron.
—El príncipe Guillermo fue vestido con ropa de gala, al igual que la princesa Judith y les enviaron los medallones para anunciar su nueva posición real —explicó—. No he visto al príncipe Erick, ni al rey, pero todo parece indicar que esto ocurrirá de inmediato, porque el príncipe Erick así lo solicitó —sonrió emocionado—. Dijo el profesor Grim, que el señor Erick lo quiso así, para poder anunciar lo más pronto posible, a quien elegirá como consorte —fijó su mirada miel en Alejandro.
El rubio se sorprendió y de inmediato entendió esa mirada; su sonrisa se amplió, no necesitó más explicación y tanto él como Julián fueron a arreglarse.
El ojiverde se sentía emocionado; no le importaba ser consorte del rey, el título era lo de menos, la cuestión era que Erick le daría su palabra de amor, así se quedaría a su lado y su padre no podría hacer nada al respecto.
Poco antes de las cuatro de la tarde, la tormenta había cesado, el cielo se despejó y el sol volvió a verse en el cielo, como cualquier día tranquilo, lo que significaba que su padre se había tranquilizado un poco, pero eso ya no le importaba a Alejandro. Seguramente su padre había finiquitado el asunto y esa noche iría a buscarlo, pero ya estaría comprometido con Erick.
A las cuatro en punto, el comedor estaba lleno, a la expectativa y en espera del rey y del príncipe Erick.
El príncipe Guillermo estaba en su lugar, sonriendo con orgullo y su esposa cuidaba en brazos a su primogénito, mientras su madre lo miraba con emoción y cariño, justo como jamás miraba a Erick. Las jóvenes casaderas que estaban ahí, portaban sus mejores vestimentas y el banquete era excelso.
Casi veinte minutos después, llegó el rey y todos se pusieron de pie, para recibirlo, pero llegaba solo, algo que llamó la atención, no solo de Alejandro, sino de todos los presentes.
—Mi hijo Erick, nos acompañará en unos minutos más, solo que no quería que se retrasara más la comida, así que me pidió que la iniciara, considerando que ya es tarde y tanto sus invitados —hizo un ademán hacia donde estaban Julián y Alejandro—, así como mis invitadas y familia —hizo otro ademán—, no merecen pasar hambre, porque él se tarda en su arreglo —sonrió—, empecemos.
Con esa indicación todos empezaron a comer, excepto Julián, Alejandro y Agustín. El pelinegro era quien ayudaba normalmente a Erick, incluso en su vestimenta y ese día, él no había sido notificado que lo necesitaría; frunció el ceño y sin dudar, se puso de pie, iría a buscar al príncipe y ayudarle, ya que era su trabajo y deber, hacerlo.
Agustín caminó hacia la salida, pero un guardia se puso frente a él— nadie sale del salón, hasta después de los anuncios —dijo con frialdad.
—Soy el asistente del príncipe Erick, mi deber es ayudarlo en todo momento y…
—El señor Grim lo está ayudando hoy —interrumpió el soldado—, son órdenes del rey y tú, no puedes ir contra ellas —dijo con desdén.
Agustín apretó los puños y le dedicó una mirada fría al otro; sabía que muchos guardias no lo toleraban, porque decían a sus espaldas que era muy inferior para el trabajo que desempeñaba, pero no dijo nada más y solo regresó a la mesa, apretando los cubiertos entre sus manos. Julián se inclinó hasta él y fue cuando el pelinegro habló en susurros.
—Algo está mal —dijo con debilidad, pero tanto Alejandro como Julián, le pusieron atención—. El príncipe Erick no aceptaría que alguien más lo ayudara si se trata de algo tan importante —tragó seco—, algo está muy mal…
Con esas palabras, los dos tritones se pusieron alerta; la mirada verde de Alejandro se posó en el rey y se dio cuenta que la mirada azul del soberano estaba sobre él, pero no podía definir el gesto que tenía en el rostro, ya que no reflejaba ninguna emoción.
«¿Dónde está Erick?»
Casi una hora después, el sonido de los músicos de la orquesta real, anunciaron la llegada del príncipe Erick. Las puertas se abrieron y el ojiazul entró al recinto, vistiendo un traje completamente blanco, con una banda roja que cruzaba su pecho y una larga capa en tono rojo también.
Alejandro lo observó y se dio cuenta de algo inmediatamente; los ojos azules estaban opacos, casi sin vida y estaba pálido, incluso más que cuando estuvo a punto de morir.
«Erick… ¡¿Qué ocurre?!» pensó el ojiverde e intentó ponerse de pie, pero Julián lo sujetó del brazo, no podía interrumpir una ceremonia real o los guardias lo sacarían, debía esperar.
Los cuchicheos no se dejaron esperar, especialmente porque el príncipe caminó hasta quedar frente a la mesa real y mantenía la mirada en el piso.
El rey se puso de pie y todos guardaron silencio.
—Es hora de decir las noticias —habló con solemnidad—. El día de hoy se coronará a mi sucesor —miró de soslayo a Guillermo, quien sonrió con confianza, en especial al ver que el profesor Grim llevaba la corona de sucesión en sus manos y otro llevaba una medalla que seguramente era para nombrar duque a su hermano— y también se anunciará una boda…
Todas las señoritas se emocionaron.
El soberano miró a su hijo mayor— Guillermo —dijo con seriedad—, acompaña a tu hermano.
El castaño se puso de pie con rapidez, levantó el rostro con orgullo y caminó con paso firme, hasta llegar al lado de Erick, quien ni siquiera se movió en lo más mínimo.
—He aquí a mis dos hijos, mi primogénito, Guillermo y mi último hijo, Erick —señaló a los hermanos—, uno de ellos deberá llevar el peso de la corona el resto de su vida —su voz sonó melancólica—, igual que yo lo he hecho.
Todos guardaron silencio y el monarca se movió, rodeando la mesa y llegando frente a sus hijos, a la par que el señor Grim se acercaba con la corona de sucesión, que era de oro blanco, con intrincadas figuras que nadie podía identificar y varias piedras en tono azul, con una más grande que parecía tener el color del océano.
Alejandro observó esa piedra, pareció ver un destello por un segundo, un destello que nadie más vio o notó, ya que los demás no se sorprendieron cómo él.
«Fue como aquella noche…» pensó, al recordar cuando rescató a Erick del mar, pero la voz del rey lo sacó de sus pensamientos.
—Hijos míos, inclínense —dijo el rey.
Ambos pusieron una rodilla en el piso, bajando el rostro y Guillermo observó de reojo a Erick — gracias… —dijo con emoción contenida.
El ojiazul apretó los parpados y un par de lágrimas rodaron por sus mejillas, algo que llamó la atención de su hermano, especialmente cuando murmuró— perdóname…
El rey sujetó la corona y aunque nadie lo notó, Alejandro, debido a su vista mejorada, sí pudo observar, que esa corona tenía puntas filosas, ya que aunque el soberano la sujetó con mucho cuidado, aun así, sus manos fueron laceradas, consiguiendo que su sangre manchara parte de la base. El hombre caminó hasta Erick, colocando el preciado emblema en la cabeza de su hijo menor, ante el asombro de todos los presentes y el grito ahogado de la reina; Erick apretó los parpados, sintiendo el dolor de cargar ese objeto.
El rubio, desde su lugar, pudo observar como el pelinegro se estremecía, «le duele…» pensó, a la par que su respiración se agitaba, «no es una coronación… ¡es una iniciación! Pero… ¿de qué?»
—He aquí al nuevo rey, Erick I de Celestia.
Guillermo levantó el rostro con susto, observando como su padre le ofrecía la mano a su hermano y el otro la sujetaba de manera automática, aunque las manos de su padre estaban manchadas de rojo; era como si hilos invisibles obligaran a Erick a moverse, sin pensar en nada más.
—Como primer acto siendo el nuevo rey —prosiguió el hombre, aunque su respiración empezó a descompasarse—, anunciará su matrimonio y después, le dará un ducado a su hermano.
Todos tenían un gesto de asombro, mientras Erick mantenía la mirada en el piso y Alejandro lo miraba desde su lugar. Nadie parecía darse cuenta, pero él sí, él podía notar el leve temblor en el labio inferior y alcanzó a ver las lágrimas que resbalaban por sus mejillas, así como las gotas de sangre que su cabello negro apenas podía ocultar, aunque algunas ya habían caído en la capa, donde el color no se notaba.
«¡Erick!»
—Yo… —la voz de Erick se ahogó—. Yo… —sus piernas temblaron y se tambaleó, por lo que su padre lo sujetó con fuerza del brazo, manchando el traje blanco de rojo.
—Es la emoción —lo excusó el hombre, forzando una sonrisa—, pero él ya me había dicho su elección antes de iniciar la comida y la diré en su nombre —miró fríamente al rubio.
Alejandro sabía que eso era una sentencia de lo que vendría y no sería buena para él.
—Mi hijo, se casará con la duquesa de Torreblanca, la señorita Ivanna.
La joven saltó de su asiento y empezó a gritar emocionada, mientras Alejandro no podía apartar la vista de Erick, quien levantó el rostro solo para verlo.
«¡¿Por qué?!» se preguntó el rubio, fijando la mirada en los ojos azules.
El nuevo rey tenía una mirada llena de dolor, parecía sufrir a causa de lo que ocurría y Alex pudo leer los labios del ojiazul, quien pareció musitar un “perdóname…”.
Alejandro se dio cuenta que el otro no podía oponerse a su padre y se puso de pie de un salto, apresurando los pasos a la salida; Julián lo siguió de inmediato, ya que sabía que el rubio podía hacer una locura si lo dejaba solo. Los guardias no los detuvieron, al contrario, les abrieron el paso, parecían tener indicaciones para dejarlos ir de inmediato.
—¡Alex! —gritó el ojiazul y se soltó del agarre de su padre con un movimiento, para seguirlo, ante la mirada atónita de todos los presentes, no solo por su reacción, sino por la mancha roja en el atuendo y varias gotas que cayeron, salpicando su torso, ante su acción.
Al ver que el pelinegro iba a la salida, su padre gritó.
—¡Guardias! ¡Deténganlo!
Todos los guardias que estaban en el acceso, reaccionaron de inmediato, colocándose frente al ojiazul, tratando de cortarle el paso y Erick se enfureció.
—Ahora yo soy el rey —dijo con frialdad—, ¡apártense o los mando ejecutar a todos!
Su padre se quedó atónito; sabía que su hijo tenía razón, así que cómo último esfuerzo miró al líder de la guardia de elite— ¡hagan algo! —ordenó.
El capitán y líder se acercó al nuevo rey y desenfundó su espada, por lo que los otros cuatro lo imitaron.
—¡Ya escucharon! —dijo el capitán—. Su nuevo rey ha dado una orden y deben acatarla, o nosotros seremos quienes los ejecutaremos —amenazó sin dudar.
—¡¿Qué demonios hacen?! —gritó el de barba.
El profesor Grim se acercó al padre de Erick— su trabajo —respondió con frialdad—, en cuanto el príncipe sucesor es coronado como nuevo rey, todos debemos obedecerlo a él y no a su antecesor.
—¡Grim! —el padre de Erick lo observó con asombro.
—Lo siento señor, pero esas son las leyes… Usted las sabe tan bien como yo.
Con esas palabras, los guardias no dudaron en acatar la indicación de su nuevo soberano, haciéndose a un lado; Erick salió corriendo y tras él, Agustín, quien no lo iba a dejar solo.
El salón se quedó en silencio y Guillermo fijó la mirada en su padre— ¿Por qué…? —preguntó a media voz—. ¡¿Por qué él?! —repitió con furia, aun sin comprender.
—Porque… es su destino… —respondió su padre, dejándose caer en la escalinata, dándose cuenta que ya no tenía poder y sus fuerzas, lentamente lo estaban abandonando.
Casi una hora después, el sonido de los músicos de la orquesta real, anunciaron la llegada del príncipe Erick. Las puertas se abrieron y el ojiazul entró al recinto, vistiendo un traje completamente blanco, con una banda roja que cruzaba su pecho y una larga capa en tono rojo también.
Alejandro lo observó y se dio cuenta de algo inmediatamente; los ojos azules estaban opacos, casi sin vida y estaba pálido, incluso más que cuando estuvo a punto de morir.
«Erick… ¡¿Qué ocurre?!» pensó el ojiverde e intentó ponerse de pie, pero Julián lo sujetó del brazo, no podía interrumpir una ceremonia real o los guardias lo sacarían, debía esperar.
Los cuchicheos no se dejaron esperar, especialmente porque el príncipe caminó hasta quedar frente a la mesa real y mantenía la mirada en el piso.
El rey se puso de pie y todos guardaron silencio.
—Es hora de decir las noticias —habló con solemnidad—. El día de hoy se coronará a mi sucesor —miró de soslayo a Guillermo, quien sonrió con confianza, en especial al ver que el profesor Grim llevaba la corona de sucesión en sus manos y otro llevaba una medalla que seguramente era para nombrar duque a su hermano— y también se anunciará una boda…
Todas las señoritas se emocionaron.
El soberano miró a su hijo mayor— Guillermo —dijo con seriedad—, acompaña a tu hermano.
El castaño se puso de pie con rapidez, levantó el rostro con orgullo y caminó con paso firme, hasta llegar al lado de Erick, quien ni siquiera se movió en lo más mínimo.
—He aquí a mis dos hijos, mi primogénito, Guillermo y mi último hijo, Erick —señaló a los hermanos—, uno de ellos deberá llevar el peso de la corona el resto de su vida —su voz sonó melancólica—, igual que yo lo he hecho.
Todos guardaron silencio y el monarca se movió, rodeando la mesa y llegando frente a sus hijos, a la par que el señor Grim se acercaba con la corona de sucesión, que era de oro blanco, con intrincadas figuras que nadie podía identificar y varias piedras en tono azul, con una más grande que parecía tener el color del océano.
Alejandro observó esa piedra, pareció ver un destello por un segundo, un destello que nadie más vio o notó, ya que los demás no se sorprendieron cómo él.
«Fue como aquella noche…» pensó, al recordar cuando rescató a Erick del mar, pero la voz del rey lo sacó de sus pensamientos.
—Hijos míos, inclínense —dijo el rey.
Ambos pusieron una rodilla en el piso, bajando el rostro y Guillermo observó de reojo a Erick — gracias… —dijo con emoción contenida.
El ojiazul apretó los parpados y un par de lágrimas rodaron por sus mejillas, algo que llamó la atención de su hermano, especialmente cuando murmuró— perdóname…
El rey sujetó la corona y aunque nadie lo notó, Alejandro, debido a su vista mejorada, sí pudo observar, que esa corona tenía puntas filosas, ya que aunque el soberano la sujetó con mucho cuidado, aun así, sus manos fueron laceradas, consiguiendo que su sangre manchara parte de la base. El hombre caminó hasta Erick, colocando el preciado emblema en la cabeza de su hijo menor, ante el asombro de todos los presentes y el grito ahogado de la reina; Erick apretó los parpados, sintiendo el dolor de cargar ese objeto.
El rubio, desde su lugar, pudo observar como el pelinegro se estremecía, «le duele…» pensó, a la par que su respiración se agitaba, «no es una coronación… ¡es una iniciación! Pero… ¿de qué?»
—He aquí al nuevo rey, Erick I de Celestia.
Guillermo levantó el rostro con susto, observando como su padre le ofrecía la mano a su hermano y el otro la sujetaba de manera automática, aunque las manos de su padre estaban manchadas de rojo; era como si hilos invisibles obligaran a Erick a moverse, sin pensar en nada más.
—Como primer acto siendo el nuevo rey —prosiguió el hombre, aunque su respiración empezó a descompasarse—, anunciará su matrimonio y después, le dará un ducado a su hermano.
Todos tenían un gesto de asombro, mientras Erick mantenía la mirada en el piso y Alejandro lo miraba desde su lugar. Nadie parecía darse cuenta, pero él sí, él podía notar el leve temblor en el labio inferior y alcanzó a ver las lágrimas que resbalaban por sus mejillas, así como las gotas de sangre que su cabello negro apenas podía ocultar, aunque algunas ya habían caído en la capa, donde el color no se notaba.
«¡Erick!»
—Yo… —la voz de Erick se ahogó—. Yo… —sus piernas temblaron y se tambaleó, por lo que su padre lo sujetó con fuerza del brazo, manchando el traje blanco de rojo.
—Es la emoción —lo excusó el hombre, forzando una sonrisa—, pero él ya me había dicho su elección antes de iniciar la comida y la diré en su nombre —miró fríamente al rubio.
Alejandro sabía que eso era una sentencia de lo que vendría y no sería buena para él.
—Mi hijo, se casará con la duquesa de Torreblanca, la señorita Ivanna.
La joven saltó de su asiento y empezó a gritar emocionada, mientras Alejandro no podía apartar la vista de Erick, quien levantó el rostro solo para verlo.
«¡¿Por qué?!» se preguntó el rubio, fijando la mirada en los ojos azules.
El nuevo rey tenía una mirada llena de dolor, parecía sufrir a causa de lo que ocurría y Alex pudo leer los labios del ojiazul, quien pareció musitar un “perdóname…”.
Alejandro se dio cuenta que el otro no podía oponerse a su padre y se puso de pie de un salto, apresurando los pasos a la salida; Julián lo siguió de inmediato, ya que sabía que el rubio podía hacer una locura si lo dejaba solo. Los guardias no los detuvieron, al contrario, les abrieron el paso, parecían tener indicaciones para dejarlos ir de inmediato.
—¡Alex! —gritó el ojiazul y se soltó del agarre de su padre con un movimiento, para seguirlo, ante la mirada atónita de todos los presentes, no solo por su reacción, sino por la mancha roja en el atuendo y varias gotas que cayeron, salpicando su torso, ante su acción.
Al ver que el pelinegro iba a la salida, su padre gritó.
—¡Guardias! ¡Deténganlo!
Todos los guardias que estaban en el acceso, reaccionaron de inmediato, colocándose frente al ojiazul, tratando de cortarle el paso y Erick se enfureció.
—Ahora yo soy el rey —dijo con frialdad—, ¡apártense o los mando ejecutar a todos!
Su padre se quedó atónito; sabía que su hijo tenía razón, así que cómo último esfuerzo miró al líder de la guardia de elite— ¡hagan algo! —ordenó.
El capitán y líder se acercó al nuevo rey y desenfundó su espada, por lo que los otros cuatro lo imitaron.
—¡Ya escucharon! —dijo el capitán—. Su nuevo rey ha dado una orden y deben acatarla, o nosotros seremos quienes los ejecutaremos —amenazó sin dudar.
—¡¿Qué demonios hacen?! —gritó el de barba.
El profesor Grim se acercó al padre de Erick— su trabajo —respondió con frialdad—, en cuanto el príncipe sucesor es coronado como nuevo rey, todos debemos obedecerlo a él y no a su antecesor.
—¡Grim! —el padre de Erick lo observó con asombro.
—Lo siento señor, pero esas son las leyes… Usted las sabe tan bien como yo.
Con esas palabras, los guardias no dudaron en acatar la indicación de su nuevo soberano, haciéndose a un lado; Erick salió corriendo y tras él, Agustín, quien no lo iba a dejar solo.
El salón se quedó en silencio y Guillermo fijó la mirada en su padre— ¿Por qué…? —preguntó a media voz—. ¡¿Por qué él?! —repitió con furia, aun sin comprender.
—Porque… es su destino… —respondió su padre, dejándose caer en la escalinata, dándose cuenta que ya no tenía poder y sus fuerzas, lentamente lo estaban abandonando.
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