Capítulo XIX
Al caer la mañana, Agustín llevó el desayuno a Erick y se encontró a Alejandro y Julián, esperando en la puerta, ya que los guardias no los dejaban pasar. Agustín envió por desayunos para él y los invitados, pues era obvio que acompañarían al príncipe Erick, con eso los guardias se retiraron a cumplir las órdenes.
Cuando Agustín entró, los otros lo siguieron y se encontraron a Erick aseado y con ropa algo lujosa.
—¡Buenos días! —dijo el ojiazul—. Llegan tarde para desayunar.
—Ah, mi señor, no sabía que hoy iniciaría su rutina como siempre… —se disculpó Agustín, ya que no estuvo para ayudar a Erick con su aseo—. ¿Va a salir a algún lado? —preguntó mientras acomodaba el desayuno en la mesa, ayudado por Julián.
—No —negó—, pero mi padre dijo que quería hablar conmigo y debo estar preparado para cuando eso suceda —explicó mientras caminaba hacia Alejandro y le acariciaba la mejilla, poniéndose de puntillas para besarlo en los labios de forma delicada—. ¡Buenos días! —dijo con amor.
El rubio se sorprendió por ese saludo, pero lo correspondió abrazando al otro por la cintura y besándolo más apasionadamente.
Julián observó esa acción y luego miró con picardía a Agustín; el pelinegro sintió la mirada y se estremeció, así que dio un paso a un lado, alejándose del castaño, temiendo que intentara lo mismo y luego carraspeó.
—Príncipe… —dijo con nervios, consiguiendo interrumpir el beso—. Sus amigos, Jorge, Daniel y Luis estuvieron preocupados por usted, desea que les envíe un mensaje para avisarles que está mejor.
Erick hizo un mohín y luego suspiró— supongo que sí, de todos modos, debo hablar con Luis —gruñó—. Envía un mensaje a mi padre, para saber a qué hora quiere hablar conmigo y en caso de que no sea en la comida, invita a mis amigos a comer.
—¿Qué hay de las señoritas que esperan…?
—Diles que sigo delicado y no puedo ver a ninguna de ellas —sentenció molesto—. Espero quitármelas de encima después de hablar con el rey.
Al caer la mañana, Agustín llevó el desayuno a Erick y se encontró a Alejandro y Julián, esperando en la puerta, ya que los guardias no los dejaban pasar. Agustín envió por desayunos para él y los invitados, pues era obvio que acompañarían al príncipe Erick, con eso los guardias se retiraron a cumplir las órdenes.
Cuando Agustín entró, los otros lo siguieron y se encontraron a Erick aseado y con ropa algo lujosa.
—¡Buenos días! —dijo el ojiazul—. Llegan tarde para desayunar.
—Ah, mi señor, no sabía que hoy iniciaría su rutina como siempre… —se disculpó Agustín, ya que no estuvo para ayudar a Erick con su aseo—. ¿Va a salir a algún lado? —preguntó mientras acomodaba el desayuno en la mesa, ayudado por Julián.
—No —negó—, pero mi padre dijo que quería hablar conmigo y debo estar preparado para cuando eso suceda —explicó mientras caminaba hacia Alejandro y le acariciaba la mejilla, poniéndose de puntillas para besarlo en los labios de forma delicada—. ¡Buenos días! —dijo con amor.
El rubio se sorprendió por ese saludo, pero lo correspondió abrazando al otro por la cintura y besándolo más apasionadamente.
Julián observó esa acción y luego miró con picardía a Agustín; el pelinegro sintió la mirada y se estremeció, así que dio un paso a un lado, alejándose del castaño, temiendo que intentara lo mismo y luego carraspeó.
—Príncipe… —dijo con nervios, consiguiendo interrumpir el beso—. Sus amigos, Jorge, Daniel y Luis estuvieron preocupados por usted, desea que les envíe un mensaje para avisarles que está mejor.
Erick hizo un mohín y luego suspiró— supongo que sí, de todos modos, debo hablar con Luis —gruñó—. Envía un mensaje a mi padre, para saber a qué hora quiere hablar conmigo y en caso de que no sea en la comida, invita a mis amigos a comer.
—¿Qué hay de las señoritas que esperan…?
—Diles que sigo delicado y no puedo ver a ninguna de ellas —sentenció molesto—. Espero quitármelas de encima después de hablar con el rey.
Erick recibió de respuesta, que su padre hablaría con él hasta la mañana del siguiente día, antes del desayuno, por lo que no tenía que estar en el comedor para la cena si no lo deseaba, así que tenía todo el día para estar tranquilo; pudo recibir a Thunder y Bolt en sus aposentos, se puso ropa más cómoda y a la hora de la comida recibió a sus amigos, aunque fue un poco distante con Luis, lo disculpó de inmediato cuando le entregó un obsequio.
—Pensaba… Pensaba dártelo en tu cumpleaños —comentó el castaño con vergüenza—. Pero espero que sea una ofrenda de paz.
Erick abrió la caja y encontró dentro un pequeño gazapo negro, de orejas caídas, que parecía asustado.
Alejandro observó esa cosa negra que se caminaba dando pequeños saltos en círculos y no paraba de mover lo que parecía su nariz.
—¡Conejo! —Erick sujetó con cariño el animal y lo acercó a su nariz, rozando la del animal—.
—Es descendiente del que tenías antes de irte al monasterio —comentó el castaño con añoranza.
—Y… ¿Kire? —preguntó el ojiazul con debilidad.
Erick había tenido un conejo negro de ojos azules y cuando se fue a su viaje, le pidió a su amigo que lo cuidara, lamentablemente el animalito murió, pero dejó otras crías y por eso, el castaño buscó al que más se parecía en los últimos gazapos que habían nacido, para llevárselo.
—Lo siento, pero los conejos no viven más de diez años, Erick…
—Entiendo… —musitó, pero luego se centró en el pequeño que tenía en brazos—. Pues este ¡es hermoso! —sonrió emocionado—. Te llamarás Kire Segundo, Duque honorario de los jardines —sentenció con rapidez.
Agustín suspiró, imaginando que debería empezar por preparar todo lo necesario para el nuevo “Duque”, ya que seguramente necesitaría más que solo alimento.
Por su parte, Erick, después de besar la cabeza del conejo, cambio a un rostro serio y miró a Luis— pero no te perdono del todo —le dijo y el otro bajó el rostro—, te perdono un ochenta por ciento, pero aún me debes compensar…
El castaño suspiró y sonrió cansado— como desee, majestad…
Víctor miró las manos de Erick, ya que traía manga corta y su curiosidad le ganó— ¿de verdad, las hiciste tú? —preguntó con un dejo de duda.
Daniel le dio un codazo— te dijimos que no mencionaras nada, Animal.
Erick puso al conejo sobre sus piernas y empezó a acariciarlo con lentitud, ante la mirada expectante de Alejandro. El ojiazul estiró la mano, sujetó una taza de té y bebió un poco.
—Sí, yo lo hice —anunció con total seguridad, dejando a sus amigos boquiabiertos—. Tuve que hacerlo.
Con esas palabras, Alejandro se sorprendió.
—¡¿Por qué?! —preguntó Luis de inmediato y por primera vez, Alejandro agradecía que hablara, ya que era lo mismo que él quería saber.
—Mi padre quería que fuera rey —señaló sin interés—, yo me reusé pero él dijo que no iba a permitirlo, así que le dije que si me obligaba, entonces yo tomaría una drástica decisión —se alzó de hombros—. Al principio solo alardeaba, no pensaba cumplir, ni hacer alguna tontería —confesó con una risita débil, ante el asombro de todos los presentes—, pero cuando le dije las condiciones y él “aceptó” —el tono de voz en esa palabra era de sarcasmo—, entendí que si no le demostraba de lo que era capaz, no me tomaría en serio —su rostro se ensombreció—. Por eso me corte la muñeca izquierda y coloqué el mango de mi cuchillo entre mi brazo y mi cuerpo, para poder hacer el corte en la derecha —contó con frialdad.
«Por eso el corte en la derecha era menos profundo…» pensó Alejandro, entendiendo cómo Erick se había herido a sí mismo.
—¡Eso fue una locura! —Daniel pasó la mano por su cabello.
—¡Pudiste morir! —recriminó Luis con susto.
Erick acarició al conejo una vez más— lo sé —suspiró—, pero si algo aprendí con los monjes, es que es preferible la libertad que te da la muerte, a vivir una vida encerrado en una celda, por muy lujosa que sea, sin poder tener lo que más anhelas.
Alejandro se quedó atónito ante esas palabras; él había pasado años encerrado en su palacio y nunca pensó en la muerte, porque lo que quería era estar con Erick, pero ahora, Erick parecía no quererlo lo suficiente como para vivir.
El rubio se puso de pie y caminó hacia el balcón; Julián lo siguió y observó el semblante de su príncipe. Algo no estaba bien, pero no podía preguntar.
Pasó mucho tiempo, hasta que Luis, Daniel y Víctor se fueron, así que Agustín los acompañó a las afueras del palacio, junto con Julián. De ahí, irían ver lo de la cena, por lo que Erick y Alejandro se quedaron a solas.
Erick se acercó al rubio, que estaba sentado en un sillón y buscó la mirada verde— ¿qué ocurre? —preguntó con debilidad.
Alejandro lo miró y sus labios se abrieron, quería poder hablar y preguntarle, «¿acaso no pensaste en mí cuando te lastimaste…» pero no podía y la duda seguramente le iba a carcomer el corazón desde ese momento.
Erick se inclinó, dejó al pequeño conejo en el piso, junto con algunas hojas de lechuga, para que comiera, pero el animal se movió con lentitud, yendo a explorar. El pelinegro se sentó al lado del otro y le sujetó la mano.
—Sé que algo ocurre —dijo con voz suave—, pero lamentablemente, el que no puedas hablar y la barrera de la distinta escritura, no permite que nos comuniquemos bien —sonrió—, aun así, por tu actitud, sé que se trata de esto… —señaló sus cicatrices.
Alejandro acarició la piel, suspiró y negó, «no es por las cicatrices, ni por lo que hiciste, sino el motivo que te llevó a ello…» pensó frustrado.
La mirada verde se opacó y Erick lo observó con curiosidad.
—No quería morir —dijo con seriedad, logrando llamar la atención del rubio—. Si eso es lo que crees, no es así —negó con una débil sonrisa—, pero si no hacía esto, si solo acataba las ordenes de mi padre, él encontraría la manera de separarnos —apretó la mano de Alejandro con fuerza, sorprendiéndolo por esa confesión—. No comprendo a mi padre y sus motivos, pero lo que sí sé, es que él me quiere vivo y sería capaz de encerrarme en este lugar y a ti enviarte lejos o hasta matarte, por lo que no tendría libertad y eso no lo hubiera soportado, así que mi primera condición era que mi hermano fuera el rey y la segunda condición fue, que te dejara a mi lado, por eso hice lo que hice, ¿me entiendes?
«Erick…» el rubio entendió en ese momento las palabras que dijo el ojiazul cuando despertó “…al menos mi padre cumplió su parte…”
Alejandro sonrió y se movió, abrazando a Erick y recostándolo sobre el sillón, para besarlo con demanda. Tal vez no había obtenido aun la promesa de amor eterno del ojiazul, pero era obvio que ambos se amaban, así que estaba seguro de poder conseguirla, aunque no fuera al día siguiente y eso lo hacía sentir completamente seguro.
Erick correspondió el beso con deseo y pasó las manos por la nuca del otro, acariciando los mechones dorados y disfrutando las caricias del otro sobre su cuerpo, intentando desnudarlo.
—Alex… —musitó el pelinegro—. Vamos a la cama —pidió con voz suave—, así, si vuelven Agus y Julián, no nos interrumpirán —dijo con picardía.
El ojiverde asintió, tomó en brazos a su pareja y recorrió la estancia llevándolo hasta la zona de cama, en lo más profundo de esa habitación.
Apenas estuvieron sobre el colchón, Erick empezó a ayudarle a su amante a desvestirse, quedando ambos desnudos en segundos, por lo que el rubio se puso sobre él de inmediato.
—No… no, espera —pidió el ojiazul, alejándose con timidez—. Esta vez, primero quiero probar algo.
Alejandro levantó una ceja. Erick lo empujó y se puso entre las piernas a lo que Alejandro lo sujetó del hombro y negó, mirándolo a los ojos. Erick se sorprendió y luego rió.
—No quiero ser yo el activo —dijo con vergüenza, sorprendiendo al rubio—. Solo… —relamió sus labios y terminó mordiendo el inferior—. Solo quiero probarte, ¿me explico?
El rubio puso un gesto confuso, por lo que el pelinegro lo besó fugazmente y sin titubear, bajó de inmediato a probar el miembro del otro.
El rubio se sorprendió, pero la tibieza que lo envolvió fue deliciosa, tanto que de inmediato su mente se puso en blanco; sin pensar, sujetó la melena negra de Erick y lo empezó a mover con un ritmo rápido, casi agresivo. El ojiazul gemía, pero le excitaba sobremanera ese trato. Sabía que estaba mal, sabía que no debía sentirse así, pero le gustaba solo porque era Alex la pareja con quien estaba, “su” Alejandro.
En un momento, el miembro del rubio estuvo completamente erecto y era imposible que cupiera en la garganta del otro, así que Erick se ahogaba y las lágrimas empezaron a resbalar y con ello, Alejandro lo alejó.
—¿Por…? —Erick empezó a toser, sin poder terminar de hablar
«Lo siento, ¡no quería lastimarte!» pensó el otro con algo de ansiedad, al ver las lágrimas y cómo Erick tosía, sin poder terminar la pregunta.
El ojiazul pasó la mano por su barbilla, recogiendo la saliva que había humedecido su piel.—¿por qué te detienes? —terminó haciendo un mohín—. Dije que quería probarte —relamió sus labios de forma sensual—, lo que significa que quiero que termines en mi boca —puso el dedo índice en su lengua, después de mostrarla de manera cínica—. ¿No quieres? —preguntó con picardía.
Alejandro asintió y Erick volvió a acercarse a su entrepierna, lamiendo desde la base, hasta la punta, dejando un beso en ella.
—Tú no te preocupes por mí —susurró el pelinegro—, solo déjate llevar, igual que yo…
Con esas palabras, la barrera que aún quedaba en el rubio, para poder disfrutar a Erick de cualquier manera, se derrumbó y no dudó en tomar todo lo que el príncipe de ese reino le ofrecía de manera tan sumisa.
Agustín y Julián volvieron a la habitación del príncipe a la hora de la cena, con la comida para todos. Erick y Alejandro estaban en la bañera, aseándose para ese entonces, algo que extrañó a Agustín, pero prefirió no indagar, porque no quería ni imaginar lo que había ocurrido, después de ver la cama del príncipe, desarreglada y con muchas manchas en las mantas, por lo que tuvo que mandar a arreglarla de inmediato.
Cuando el baño terminó, los cuatro cenaron con tranquilidad, mientras Erick y Alejandro se miraban con complicidad.
Aunque ambos hubiesen querido pasar la noche juntos, el ojiazul tuvo que despedir al rubio, diciéndole que fuera a dormir a su habitación y lo miraría al día siguiente, después de hablar con su padre; sabía que vería al rey antes del desayuno y no quería que alguien, aparte de Agustín, los sorprendiera en la cama, de lo contrario, las cosas se complicarían.
Alejandro no se negó, no después de haber tenido toda la tarde con él; así que se despidió con un beso en los labios y fue a su habitación. Agustín fue a la suya, ya que Erick le dijo que no era necesario que lo acompañara esa noche, ni que lo fuera a despertar en la mañana, ya que su padre quería hablar con él a solas a temprana hora y seguramente enviaría a alguien de su entera confianza por él; por lo tanto, Agustín podía descansar, aunque el príncipe se dio cuenta que Julián siguió a su amigo, aunque este parecía algo renuente, terminó accediendo a que se quedara en su habitación por esa noche.
«Me da gusto por él…» pensó Erick, sonriendo ilusionado, «si es igual que Alex, seguro será una relación perfecta…» rió mientras iba a recostarse en su cama.
A pesar de que habían cambiado las ropas de cama, el olor de Alejandro seguía impregnado en su colchón y sobre todo en él: miró hacia la pared y sonrió; estaba ilusionado con el rubio y suponía que después de hablar con su padre, las cosas se resolverían a su favor.
—Buenas noches, Alex… —musitó y lanzó un beso, imaginando que llegaría hasta la persona que le había robado el corazón.
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