Capítulo XVIII
Durante dos días, el príncipe estuvo en cama, sin reaccionar.
Un médico, junto con varias asistentes, se mantenía al pendiente de Erick, pero seguía sin reaccionar; Agustín, Alejandro y Julián, no podían entrar a la habitación, ya que el profesor Grim, con un par de guardias acompañándolo, se mantenía en la puerta para evitar el paso, así que el rubio se encontraba sumamente alterado por ello, pero debía comportarse, por lo que durante esas noches, él, junto con Julián, buscaban la manera de escabullirse del castillo, y que debido a lo ocurrido, no podían salir por las puertas, ni ir al mar en el día y debían buscar mantener comunicación con Miguel y Marisela.
Al anochecer del tercer día, el médico salió de la habitación, cansado, con visibles ojeras y un gesto preocupado, seguido por las jovencitas que lo habían ayudado con las heridas, que el mismo príncipe se había infligido.
—No puedo hacer nada más —dijo con voz baja—. Solo queda esperar…
Alejandro se movió pero Agustín lo sujetó del brazo, mirándolo de soslayo, aun no sabía si podían pasar.
—¿Podemos pasar, doctor? —preguntó Agustín con debilidad.
—Sí, pero es mejor que avisen a su majestad, porque… realmente no estoy seguro que sobreviva.
Alejandro entró de inmediato a la habitación, seguido por Agustín y Julián, mientras que el profesor Grim iba a darle las noticias al rey.
Alejandro llegó al lecho y observó que Erick estaba pálido; sus antebrazos y manos estaban vendados, pero aun así, había ligeras manchas rojas en las muñecas.
Días atrás, cuando supo que Erick estaba herido, quiso ir hasta él, pero los guardias se lo impidieron. No le hubiera sido difícil eliminarlos, pero comprendió que debía esperar, porque Agustín le suplicó que se calmara, hasta comprender qué era lo que había ocurrido.
Al enterarse de que había sido el mismo Erick quien se lastimó y de la extraña condición de que su hermano asumiera el trono, algo en el interior del rubio sabía que la situación estaba mal. No imaginaba que el ojiazul intentara dañarse, pero debía tener una razón y la había, aunque él no la sabía, porque la segunda condición, la mantuvo el rey en secreto.
—Príncipe Erick… —musitó Agustín al acercarse a la cama.
Los ojos miel del pelinegro se humedecieron al ver a su amigo en cama, posiblemente no sobreviviría esa noche; Julián se acercó a Agustín y lo abrazó, mientras el ojiverde escudriñaba las vendas y entendió de inmediato qué tipo de heridas se había hecho el otro, gracias a las formas dibujadas por las manchas rojizas.
«¡Estúpidos humanos y su rudimentaria medicina!» pensó molesto, «por muy profundas que sean estas heridas, se pueden curar con rapidez, si me hubieran dejado verlo desde el día que ocurrió, ya estaría bien…»
Alejandro levantó el rostro y le hizo gesto a Julián, quien entendió lo que su príncipe quería. Con sumo cuidado y lentitud, guio a Agustín hacia la sala de estar de la enorme habitación, sentándolo en un sillón y ofreciéndole agua. Los tres habían pasado las noches en vela por distintas razones, pero era obvio que Agustín debería estar más débil por ser un humano.
Mientras la pareja estaba lejos, Alejandro rasgo las vendas del brazo derecho de Erick, dejando al descubierto la herida y los extraños puntos de sutura que el dichoso médico había hecho, para evitar que siguiera la hemorragia, sin conseguirlo del todo.
La ira se apoderó del rubio y con rapidez, usó una de sus habilidades, curando la herida de Erick de inmediato, lamentablemente no pudo borrar la cicatriz, porque ya había pasado mucho tiempo. Realizó el mismo acto con el otro brazo y de inmediato, la herida sanó, dejando otra cicatriz que parecía tener años en esa hermosa piel que había venerado noches atrás.
«Hora de que despiertes, mi amor… no me queda mucho tiempo y a pesar de lo que pasó, aun no consigo tu palabra de amor…»
Sin dudar, el rubio se inclinó y besó los labios de Erick, usando su poder para devolverle la vitalidad que le faltaba, ya que había perdido mucha sangre, además de no haber comido los últimos dos días.
Erick despertó en medio del beso y sonrió cuando el rubio se alejó, observándolo con amor.
—Hola… —musitó el pelinegro y movió su mano hasta acariciar la mejilla del otro—. Al menos mi padre cumplió su parte —suspiró.
Alejandro puso un gesto de confusión, «¿su parte?» eso lo confundía, pero aunque quisiera saber, le era imposible preguntar.
—¡Mi señor! —Agustín corrió al lecho, al ver que Erick estaba moviéndose—. ¡¿Está bien?! —preguntó con susto—. No debería moverse, sus heridas…
Agustín y Erick observaron las manos que ya no estaban vendadas y se sorprendieron al notar las cicatrices.
—¡¿Cuánto tiempo estuve inconsciente?! —preguntó el oijiazul con nervios, imaginando que habían pasado varias semanas al menos.
—Dos… dos días —Agustín seguía asombrado, observando las manos de su príncipe.
Era obvio que esas marcas no eran de heridas recientes, pero no entendían lo que ocurría.
Por su parte, Julián miró con seriedad a Alejandro, «no deberías gastar tu magia en esto, no has descansado y puede afectarte también…» pensó con molestia.
El ojiverde comprendió que el otro quería regañarlo y sonrió «al menos así, no tengo que aguantar tus sermones…»
La puerta de la habitación principal se abrió y el rey entró, junto con el profesor Grim, sorprendiéndose al ver que Erick estaba sentado en su cama y parecía completamente recuperado.
—Mi, joven… señor… — musitó el maestro, asustado.
El soberano se encontraba inquieto, pero trató de mantener una pose seria, entrando a la habitación y con una seña de su mano, los guardias se quedaron en la puerta.
—Creí que seguías mal —dijo un dejo de alivio en su voz y una débil sonrisa dibujándose en sus labios—, me alegra ver que estás mejor.
Erick sonrió débilmente— yo me alegro de que hayas cumplido tu palabra —comentó con sinceridad y sujetó la mano de Alejandro, quien seguía sentado a su lado.
El rey miró al rubio con desagrado, pero no quiso decir nada al respecto, él se quería centrar en lo importante— cómo veo que ya estás mejor, necesito hablar contigo, a solas…
Erick frunció el ceño y suspiró— de acuerdo, déjenos…
—No —interrumpió su padre—, hoy no, hoy es mejor que cenes y descanses, tal vez mañana hablaremos, si te sientes lo suficientemente bien.
Sin permitir réplica, el hombre dio media vuelta, seguido por el profesor Grim y finalmente, su escolta.
—De acuerdo… —musitó el joven príncipe, sin comprender la actitud de su padre, pero ya estaba acostumbrado a que se hiciera su voluntad, así que no se podía oponer.
Durante dos días, el príncipe estuvo en cama, sin reaccionar.
Un médico, junto con varias asistentes, se mantenía al pendiente de Erick, pero seguía sin reaccionar; Agustín, Alejandro y Julián, no podían entrar a la habitación, ya que el profesor Grim, con un par de guardias acompañándolo, se mantenía en la puerta para evitar el paso, así que el rubio se encontraba sumamente alterado por ello, pero debía comportarse, por lo que durante esas noches, él, junto con Julián, buscaban la manera de escabullirse del castillo, y que debido a lo ocurrido, no podían salir por las puertas, ni ir al mar en el día y debían buscar mantener comunicación con Miguel y Marisela.
Al anochecer del tercer día, el médico salió de la habitación, cansado, con visibles ojeras y un gesto preocupado, seguido por las jovencitas que lo habían ayudado con las heridas, que el mismo príncipe se había infligido.
—No puedo hacer nada más —dijo con voz baja—. Solo queda esperar…
Alejandro se movió pero Agustín lo sujetó del brazo, mirándolo de soslayo, aun no sabía si podían pasar.
—¿Podemos pasar, doctor? —preguntó Agustín con debilidad.
—Sí, pero es mejor que avisen a su majestad, porque… realmente no estoy seguro que sobreviva.
Alejandro entró de inmediato a la habitación, seguido por Agustín y Julián, mientras que el profesor Grim iba a darle las noticias al rey.
Alejandro llegó al lecho y observó que Erick estaba pálido; sus antebrazos y manos estaban vendados, pero aun así, había ligeras manchas rojas en las muñecas.
Días atrás, cuando supo que Erick estaba herido, quiso ir hasta él, pero los guardias se lo impidieron. No le hubiera sido difícil eliminarlos, pero comprendió que debía esperar, porque Agustín le suplicó que se calmara, hasta comprender qué era lo que había ocurrido.
Al enterarse de que había sido el mismo Erick quien se lastimó y de la extraña condición de que su hermano asumiera el trono, algo en el interior del rubio sabía que la situación estaba mal. No imaginaba que el ojiazul intentara dañarse, pero debía tener una razón y la había, aunque él no la sabía, porque la segunda condición, la mantuvo el rey en secreto.
—Príncipe Erick… —musitó Agustín al acercarse a la cama.
Los ojos miel del pelinegro se humedecieron al ver a su amigo en cama, posiblemente no sobreviviría esa noche; Julián se acercó a Agustín y lo abrazó, mientras el ojiverde escudriñaba las vendas y entendió de inmediato qué tipo de heridas se había hecho el otro, gracias a las formas dibujadas por las manchas rojizas.
«¡Estúpidos humanos y su rudimentaria medicina!» pensó molesto, «por muy profundas que sean estas heridas, se pueden curar con rapidez, si me hubieran dejado verlo desde el día que ocurrió, ya estaría bien…»
Alejandro levantó el rostro y le hizo gesto a Julián, quien entendió lo que su príncipe quería. Con sumo cuidado y lentitud, guio a Agustín hacia la sala de estar de la enorme habitación, sentándolo en un sillón y ofreciéndole agua. Los tres habían pasado las noches en vela por distintas razones, pero era obvio que Agustín debería estar más débil por ser un humano.
Mientras la pareja estaba lejos, Alejandro rasgo las vendas del brazo derecho de Erick, dejando al descubierto la herida y los extraños puntos de sutura que el dichoso médico había hecho, para evitar que siguiera la hemorragia, sin conseguirlo del todo.
La ira se apoderó del rubio y con rapidez, usó una de sus habilidades, curando la herida de Erick de inmediato, lamentablemente no pudo borrar la cicatriz, porque ya había pasado mucho tiempo. Realizó el mismo acto con el otro brazo y de inmediato, la herida sanó, dejando otra cicatriz que parecía tener años en esa hermosa piel que había venerado noches atrás.
«Hora de que despiertes, mi amor… no me queda mucho tiempo y a pesar de lo que pasó, aun no consigo tu palabra de amor…»
Sin dudar, el rubio se inclinó y besó los labios de Erick, usando su poder para devolverle la vitalidad que le faltaba, ya que había perdido mucha sangre, además de no haber comido los últimos dos días.
Erick despertó en medio del beso y sonrió cuando el rubio se alejó, observándolo con amor.
—Hola… —musitó el pelinegro y movió su mano hasta acariciar la mejilla del otro—. Al menos mi padre cumplió su parte —suspiró.
Alejandro puso un gesto de confusión, «¿su parte?» eso lo confundía, pero aunque quisiera saber, le era imposible preguntar.
—¡Mi señor! —Agustín corrió al lecho, al ver que Erick estaba moviéndose—. ¡¿Está bien?! —preguntó con susto—. No debería moverse, sus heridas…
Agustín y Erick observaron las manos que ya no estaban vendadas y se sorprendieron al notar las cicatrices.
—¡¿Cuánto tiempo estuve inconsciente?! —preguntó el oijiazul con nervios, imaginando que habían pasado varias semanas al menos.
—Dos… dos días —Agustín seguía asombrado, observando las manos de su príncipe.
Era obvio que esas marcas no eran de heridas recientes, pero no entendían lo que ocurría.
Por su parte, Julián miró con seriedad a Alejandro, «no deberías gastar tu magia en esto, no has descansado y puede afectarte también…» pensó con molestia.
El ojiverde comprendió que el otro quería regañarlo y sonrió «al menos así, no tengo que aguantar tus sermones…»
La puerta de la habitación principal se abrió y el rey entró, junto con el profesor Grim, sorprendiéndose al ver que Erick estaba sentado en su cama y parecía completamente recuperado.
—Mi, joven… señor… — musitó el maestro, asustado.
El soberano se encontraba inquieto, pero trató de mantener una pose seria, entrando a la habitación y con una seña de su mano, los guardias se quedaron en la puerta.
—Creí que seguías mal —dijo un dejo de alivio en su voz y una débil sonrisa dibujándose en sus labios—, me alegra ver que estás mejor.
Erick sonrió débilmente— yo me alegro de que hayas cumplido tu palabra —comentó con sinceridad y sujetó la mano de Alejandro, quien seguía sentado a su lado.
El rey miró al rubio con desagrado, pero no quiso decir nada al respecto, él se quería centrar en lo importante— cómo veo que ya estás mejor, necesito hablar contigo, a solas…
Erick frunció el ceño y suspiró— de acuerdo, déjenos…
—No —interrumpió su padre—, hoy no, hoy es mejor que cenes y descanses, tal vez mañana hablaremos, si te sientes lo suficientemente bien.
Sin permitir réplica, el hombre dio media vuelta, seguido por el profesor Grim y finalmente, su escolta.
—De acuerdo… —musitó el joven príncipe, sin comprender la actitud de su padre, pero ya estaba acostumbrado a que se hiciera su voluntad, así que no se podía oponer.
Agustín ordenó la comida y la servidumbre se apresuró a servir al príncipe y a sus amigos.
La comida fue llevada a los aposentos. Aunque Erick se sentía bien, ni Agustín, ni Alejandro, permitieron que se levantara, así que cenó en la cama, ayudado por el rubio quien disfrutaba de los gestos del ojiazul, porque había algunas cosas que no le agradaban y hacía mohines infantiles, pero aun así, debía comerlas si era el otro quien se las acercaba a la boca. Julián y Agustín cenaban en una mesa cercana.
Mientras comían, Agustín puso al tanto a Erick, no solo de que sus amigos, habían ido a preguntar por su salud los dos tres días, sino de las novedades con respecto al sobrino que no conocía, la princesa Judith que estaba bien también y su hermano.
—El príncipe Guillermo aun no es coronado —dijo con seriedad—, inclusive, las jóvenes casaderas aún no se han ido del palacio.
Erick respiró profundamente, «no cumpliste con tu parte del trato, padre…» pensó molesto, «pero, entonces… ¿por qué Alex sigue aquí?» miró de reojo al rubio.
—Supongo que decidió esperar por mi estado —comentó en un murmullo el ojiazul.
—Es posible —secundó su amigo—, ¿de verdad…? —no terminó la pregunta.
—¿Qué? —indagó el ojiazul.
—¿De verdad, renunció a la corona?
Erick sonrió—sí… no me interesa ser rey.
Esa frase llamó la atención de Alejandro, pero en parte lo entendía, ya que él también había renunciado a eso, con tal de tener a Erick a su alcance.
—Su padre no parece muy de acuerdo ni tampoco parece resignado a esa decisión…
—No le quedará de otra —sonrió con suficiencia—, no después de lo que hice —miró sus muñecas y suspiró, «ahora sabe que soy capaz de todo…»
Después de cenar, Erick debía descansar, así que Agustín acompañó a Julián y Alejandro a sus aposentos y luego fue al suyo.
Los dos tritones fingieron dormir, pero cuando el silencio sumió a casi todo el castillo y solo se escuchaban a los lejos, los pasos de los guardias haciendo sus rondas nocturnas, ambos se pusieron de pie, salieron por el balcón y debido a las enredaderas que llegaban ahí, bajaron sin ningún problema hasta los jardines, justo como las dos noches anteriores.
En sigilo, ambos fueron hacia el muelle y caminaron por la playa, alejándose más, pasando las rocas que limitaban los terrenos del castillo y se acercaron al mar, esperando.
Casi una hora después, un tritón se asomó en la superficie y nadó acercándose, llegando con los otros dos, que se habían metido al mar hasta donde el agua les cubría sus cinturas.
—¡Esta es la peor de las ordenes que me has dado! —se quejó Miguel.
Alejandro entornó los ojos.
—Sabes que a Marisela y a mí nos tienen sumamente vigilados, fue un verdadero desafío librarme de los guardias, para venir en persona —se quejó el pelinegro.
Julián sujetó el hombro del otro con fuerza y le dedicó una mirada fría.
Miguel suspiró— bien, ya sé que ustedes tienen más limitantes, pero es mi cabeza y la de Marisela, la que está en juego, si tu padre se da cuenta que lo hemos engañado todos estos días… —dijo con nervios—. Por favor, dime que ya conseguiste la promesa de amor de ese príncipe —el tono de voz de Miguel parecía una súplica.
Alejandro negó.
—¡¿Pero qué…?! —Miguel puso gesto de susto—. ¡Quedan dos días, Alejandro! —dijo con desespero—. Pasado mañana, al anochecer, es el solsticio de invierno, ¡¿qué piensas hacer?!
Alejandro movió la mano y el agua empezó a formar letras flotantes.
“Aún me quedan dos días, el límite es pasado mañana al atardecer, si mañana a la media noche, no recibes un mensaje mío, tú y Marisela, le dirán todo a mi padre, al medio día…”
—No —Miguel negó—, lo haré solo —dijo con frialdad—, en cuanto tu padre se entere, seguro nos mandará ejecutar y no quiero que a ella le pase nada.
Un movimiento de la mano del rubio, el mensaje del agua cambió.
“Nada les pasará. Porque ustedes no sabrán nada…” Alejandro sacó un pequeño cristal que había grabado; encontró con que el cristal que los humanos usaban era mucho más débil que los antiguos cristales de la Atlántida, así que grabar en eso era más sencillo.
Miguel sujetó ese trozo de cristal y leyó el mensaje, sorprendiéndose de lo que decía.
—¡¿Estás loco?! —miró con temor a Alejandro—. Esto podría llevar a que el rey ataque la fosa, en busca del brujo, para matarlo.
El ojiverde movió la mano y las letras cambiaron.
“Eso quiero.”
El pelinegro masajeó el puente de su nariz— pero eso no solucionará tus problemas…
El príncipe asintió.
“Lo sé, pero no busco que me libre de la maldición, solo el tiempo para quedarme al lado de Erick, sin problema…”
Miguel hizo un gesto molesto y luego golpeó la superficie del agua con una mano— sabía que estabas loco, pero no imaginaba qué tanto… —bufó—. Y tú, ¡¿estás de acuerdo?! —preguntó para Julián.
El castaño asintió.
—Qué bueno que me enamoré de una sirena, si no, estaría perdido, como ustedes —masculló Miguel—. ¡Está bien! —sentenció—. Pero realmente espero que las cosas salgan justo como esperas, porque de lo contrario, todo, absolutamente todo, se irá al diablo, ¿lo sabes, verdad? —presionó—. Ir contra las abominaciones de la fosa, puede ser un combate difícil, especialmente porque ni siquiera sabemos a qué nos enfrentamos.
Alejandro chasqueó sus dedos y el agua volvió a moverse.
“Todo estará bien, mientras hagas lo que te digo, recuerda que tú y Marisela, por ser mis compañeros y amigos, no pueden ser manipulados mentalmente por la casa real, así que mi padre no puede obligarlos a hablar y no sabrá que siempre supieron sobre esto.”
Miguel suspiró— está bien… espero logres tu cometido.
Alejandro asintió y Miquel se despidió con una ligera reverencia de él, además de un apretón de manos con Julián. Después de eso, el tritón se sumergió.
«Esto tiene que resultar…» Pensó el rubio, mirando la luna, «debo hacer que funcione…»
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