Capítulo XVII
Amanecía cuando Erick abrió los parpados; se encontraba recostado sobre el pecho de Alejandro, ambos, estaban llenos de arena y desnudos. No sabía en qué momento se había quedado dormido, pero cuando se incorporó un poco, sintió una humedad extraña entre sus nalgas; movió sin pensar la mano y la llevó ahí, encontrándose con un líquido blanco, pegajoso y sintió que su rostro ardía.
Los recuerdos de todas las veces que Alejandro lo había poseído durante la noche llegaron a su mente; también había momentos dónde no había nada, porque su cuerpo se rendía al cansancio, pero cuando reaccionaba, Alejandro seguía poseyéndolo con ímpetu en distintas posiciones y sus propias palabras llegaron a su mente.
“…lo haremos, hasta que termines dentro de mí, no solo una vez, sino hasta que me llenes por completo, no importa si nos toma toda la noche, este es un deseo de un príncipe de Celestia y tienes que complacerme…”
«¿Realmente lo tomó en serio?» pensó nervioso.
La mano de Alejandro se movió y lo sujetó de un brazo, volviendo a recostarlo sobre su cuerpo.
—Alex… espera… ya tenemos que… tenemos que irnos —señaló el ojiazul con nervios.
El rubio buscó la mirada y le sonrió, acariciando la mejilla; se incorporó y lo besó en los labios con delicadeza, consiguiendo que Erick le correspondiera la caricia, pero solo un momento, ya que lo apartó, sintiendo que si seguían, volvería excitarse.
—Debemos cambiarnos y volver —musitó con nervios—. Mi padre debe estar furioso y no sé qué pueda pasar ahora.
Alejandro suspiró y asintió.
Ambos se cambiaron y regresaron caminando, encontrándose a medio camino a Julián y Agustín, quienes también acababan de cambiarse, después de pasar la noche, juntos.
—¿Te mandaron a buscarme? —preguntó Erick con nervios.
—Ah… sí —sonrió nervioso el otro—. Bueno… de hecho… desde anoche pero… usted estaba ocupado y…
—¡¿Nos viste?! —el grito de Erick asustó a Agustín.
—¡No! No, no, no… solo… solo escuchamos y preferimos no interrumpir, ¿verdad? —buscó el apoyo de Julián, quien asintió con media sonrisa, algo que Alejandro entendió que estaba mintiendo y si habían visto más de lo que el otro decía.
—Julián y yo nos regresamos y nos quedamos platicando y… y… —su rostro se tiñó de rojo, recordando esa noche que había pasado con el otro—. Nos dormimos y despertamos hace un momento así que decidí ir a ver si ya podía volver al palacio —explicó Agustín con nervios.
Ante esas palabras, Alejandro miró a su amigo y levantó una ceja; Julián le sonrió con suficiencia y el rubio entendió que habían hecho mucho más que dormir, igual que él y Erick.
—Está bien, volvamos al palacio —ordenó Erick—, mi padre debe estar furioso.
—Sobre eso…
—¿Qué ocurre? —el ojiazul lo miró con seriedad.
Agustín hizo un gesto de incomodidad, no quería hablar, pero tenía qué hacerlo— su padre les dijo a las pocas señoritas que se quedaron, después de sus palabras, que usted sería el próximo rey de Celestia… —dijo con voz baja—. ¿Es eso cierto?
Erick resopló— es lo que quiere, pero no lo seré, no, si eso significa que perderé mi libertad —sentenció, empezando a caminar hacia el palacio, seguido por los otros tres.
Amanecía cuando Erick abrió los parpados; se encontraba recostado sobre el pecho de Alejandro, ambos, estaban llenos de arena y desnudos. No sabía en qué momento se había quedado dormido, pero cuando se incorporó un poco, sintió una humedad extraña entre sus nalgas; movió sin pensar la mano y la llevó ahí, encontrándose con un líquido blanco, pegajoso y sintió que su rostro ardía.
Los recuerdos de todas las veces que Alejandro lo había poseído durante la noche llegaron a su mente; también había momentos dónde no había nada, porque su cuerpo se rendía al cansancio, pero cuando reaccionaba, Alejandro seguía poseyéndolo con ímpetu en distintas posiciones y sus propias palabras llegaron a su mente.
“…lo haremos, hasta que termines dentro de mí, no solo una vez, sino hasta que me llenes por completo, no importa si nos toma toda la noche, este es un deseo de un príncipe de Celestia y tienes que complacerme…”
«¿Realmente lo tomó en serio?» pensó nervioso.
La mano de Alejandro se movió y lo sujetó de un brazo, volviendo a recostarlo sobre su cuerpo.
—Alex… espera… ya tenemos que… tenemos que irnos —señaló el ojiazul con nervios.
El rubio buscó la mirada y le sonrió, acariciando la mejilla; se incorporó y lo besó en los labios con delicadeza, consiguiendo que Erick le correspondiera la caricia, pero solo un momento, ya que lo apartó, sintiendo que si seguían, volvería excitarse.
—Debemos cambiarnos y volver —musitó con nervios—. Mi padre debe estar furioso y no sé qué pueda pasar ahora.
Alejandro suspiró y asintió.
Ambos se cambiaron y regresaron caminando, encontrándose a medio camino a Julián y Agustín, quienes también acababan de cambiarse, después de pasar la noche, juntos.
—¿Te mandaron a buscarme? —preguntó Erick con nervios.
—Ah… sí —sonrió nervioso el otro—. Bueno… de hecho… desde anoche pero… usted estaba ocupado y…
—¡¿Nos viste?! —el grito de Erick asustó a Agustín.
—¡No! No, no, no… solo… solo escuchamos y preferimos no interrumpir, ¿verdad? —buscó el apoyo de Julián, quien asintió con media sonrisa, algo que Alejandro entendió que estaba mintiendo y si habían visto más de lo que el otro decía.
—Julián y yo nos regresamos y nos quedamos platicando y… y… —su rostro se tiñó de rojo, recordando esa noche que había pasado con el otro—. Nos dormimos y despertamos hace un momento así que decidí ir a ver si ya podía volver al palacio —explicó Agustín con nervios.
Ante esas palabras, Alejandro miró a su amigo y levantó una ceja; Julián le sonrió con suficiencia y el rubio entendió que habían hecho mucho más que dormir, igual que él y Erick.
—Está bien, volvamos al palacio —ordenó Erick—, mi padre debe estar furioso.
—Sobre eso…
—¿Qué ocurre? —el ojiazul lo miró con seriedad.
Agustín hizo un gesto de incomodidad, no quería hablar, pero tenía qué hacerlo— su padre les dijo a las pocas señoritas que se quedaron, después de sus palabras, que usted sería el próximo rey de Celestia… —dijo con voz baja—. ¿Es eso cierto?
Erick resopló— es lo que quiere, pero no lo seré, no, si eso significa que perderé mi libertad —sentenció, empezando a caminar hacia el palacio, seguido por los otros tres.
En el palacio, había conmoción cuando el príncipe y los demás llegaron. El profesor Grim, quien estaba a la espera de la llegada de Erick, le dio las novedades; la princesa Judith había dado a luz a un varón prematuro y ambos se encontraban delicados de salud y además, su padre quería verlo en el salón del trono de inmediato.
Erick fue a su habitación, se aseó y cambio de ropa, yendo al salón del trono, donde entró sin siquiera dar tiempo a que lo anunciaran, encontrando a su padre y hermano, discutiendo.
—¡Es un varón! ¡Tiene ojos azules!
—No son azules, son ojos claros, ¡así los tienen la mayoría de los recién nacidos y no significa que no cambien a un color oscuro al crecer! —refutó su padre
—¡Es mi derecho ser el rey! —gruñó Guillermo—. ¡Además, Erick no quiere serlo!
—No es por derecho, ¡es una obligación! —gritó el monarca.
—¡Renuncio a esa obligación! —la voz de Erick se escuchó con seriedad y fue cuando los otros dos repararon en su presencia.
—¡Erick! —su padre le miró con sorpresa.
—No quiero ser rey, no me interesa —repitió el pelinegro, mirando retador a su padre— y si el hijo de Guillermo tiene ojos claros, es un legítimo heredero al trono —sentenció.
Guillermo sonrió emocionado por las palabras de Erick y fijó la mirada en su padre, esperando que lo aceptara también.
El soberano de Celestia respiró profundamente y caminó hasta su lugar, el trono, sentándose con pesadez.
—Un recién nacido, siempre tiene ojos claros —dijo con frialdad—, esto puede cambiar en unos días, unos meses e inclusive unos años —miró a sus hijos molesto.
—Tenemos todo el tiempo del mundo para esperar —dijo Erick, restándole importancia.
Guillermo se sintió complacido con las palabras de su hermano, con eso como respaldo, su padre no se podía negar.
El padre de ambos suspiró y luego fijó la mirada en su hijo mayor— Guillermo, retírate, debo hablar con Erick a solas.
—Pero…
—¡Lárgate! —gritó el de barba y su hijo se cimbro ante ese grito que parecía lleno de furia.
El castaño salió de inmediato del salón y el sonido de la puerta, anunció que se había cerrado, el rey habló.
—¿Dónde estuviste toda la noche? —preguntó con frialdad.
Erick lo miró con altivez— prefiero no responder, porque eso podría ofenderte —anunció con total seguridad.
Su padre apretó los puños— necesito saber, dónde estuviste —gruñó—, ahora, ¡dime!
El ojiazul suspiró y fijó la mirada en los ojos de su padre, que eran del mismo color que los suyos.
—Pasé la noche en la playa, fuera de los límites del castillo, entregándome a la persona que amo.
—¿Qué quieres… decir? —preguntó el rey a media voz.
—Pasé la noche con Alejandro —respondió el príncipe sin dudar y con orgullo.
Su padre pasó las manos por su rostro— ¡maldita sea! —masculló sumamente furioso.
Hubo un largo momento de silencio y finalmente, el rey soltó el aire con seriedad.
—De acuerdo… —dijo confundiendo a su hijo—. Quieres a ese sujeto, quédatelo como amante, esclavo, concubino, me da igual, no me interesa, pero te casarás con una señorita que te de hijos —lo señaló.
—¡No! —Erick negó—. No quiero casarme por compromiso, no quiero estar con nadie más que con Alex.
—¡Es una orden, Erick! —gruñó su padre—. No me obligues a tomar medidas drásticas.
—¿Cómo qué? —preguntó el pelinegro—. ¿Alejarías a Alejandro de mí?
—¡Estaría dispuesto a matarlo, con tal de que me obedecieras! —siseó el hombre con determinación.
Erick se sobresaltó, pero la furia lo inundó— no te atrevas —dijo con frialdad—, porque si lo haces, tú serás el que pierda más…
—¿Yo? —el soberano sonrió—. “Muerto el perro se acabó la rabia” —dijo con burla.
Su hijo lo miró y con un movimiento rápido sacó una daga que llevaba tras su espalda, asustando a su padre y logrando que la guardia de Elite, que nunca se separaba de su majestad, se pusiera en guardia.
—¿Piensas amenazarme o intentar matarme? —indagó el monarca sin creer que su hijo tuviera las agallas para hacerlo.
—¿Por qué te amenazaría? —Erick levantó una ceja—. Ya anunciaste que yo sería el siguiente soberano, así que si tu mueres, quiera o no, tendré que tomar el puesto —dijo con desagrado—, pero la verdad es esta —acercó la daga a su muñeca izquierda—. Al parecer y aunque no logro entender el por qué, tú me necesitas, así que si yo muero, tus planes no podrán llevarse a cabo.
El rey se puso de pie de un salto— ¡guardias, deténgalo! —gritó.
Los cinco hombres se acercaron de inmediato, rodeando al príncipe, algunos intentando sujetarlo, pero este los esquivó y aprovechando el impulso que los otros llevaban, consiguió hacerlos tropezar; de algo le había servido practicar espada, esgrima y toda clase de defensa en el monasterio. Por el sonido de las armas y armaduras chocando en el piso, las puertas se abrieron entrando otros, observando la escena, dónde los guardias de Elite de su majestad estaban anonadados, sin sus armas, algunos aún no se ponían de pie y el príncipe Erick tenía el filo de la daga contra su muñeca. Pero al acercarse, el joven príncipe la puso sobre su cuello.
—Un solo movimiento y será la última vez que me veas vivo, padre.
—¡No se acerquen! —ordenó el rey con nervios—. Erick —suavizó la voz—, hablemos con calma… sé que no te atreverías a hacer una tontería…
—No me conoces padre… Pasé diez años en un monasterio y créeme, lo que menos temo es la muerte —sonrió—, ahora, si quieres que siga vivo, aceptarás mis condiciones…
—¿Qué dices?
—Uno, no seré rey… —los ojos azules se mantenían fijos en los de su padre—. Por lo que darás el trono a Guillermo y número dos, no alejarás a Alejandro de mí o de lo contrario, te juro por nuestros antepasados, que moriré de una u otra manera y no podrás evitarlo.
—Está… Está bien —la voz del soberano tembló—. Haré lo que pides, solo, suelta el arma… —dijo con rapidez.
El ojiazul observó la mirada de su progenitor y se dio cuenta que estaba dudando; podía no cumplir o cumplir a medias, aunque conociéndolo, simplemente podía buscar la manera de evitar hacer lo que su hijo pedía y tenía el poder de hacerlo, por algo era el rey.
—No te creo —Erick negó—, pero te pondré a prueba —sonrió—, justo como tú siempre lo haces con los demás—sentenció con total seriedad—. Si sobrevivo, más vale que Alejandro esté a mi lado cuando despierte y mi hermano se esté preparando para convertirse en rey, de lo contrario, lo próximo que haré, no será algo tan simple.
Con rapidez, Erick movió la mano, alejando la daga de su cuello y llevó el filo a su muñeca izquierda, haciendo un corte profundo; con la misma agilidad, sujetó la daga entre su torso y brazo y movió el brazo haciendo otro corte en su mano derecha, cayendo después al piso, ante los gritos de su padre y los guardias corriendo a tratar de socorrerlo, porque la sangre brotaba con rapidez, debido a que se había cortado las venas, de una manera que difícilmente pararían la hemorragia.
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