Capítulo XVI
El rey había vuelto después de mucho tiempo al salón dónde se realizaba la reunión, observando la situación y tratando de sobreponerse a la ira que lo inundaba porque Erick no estaba ahí; la discusión con su hijo se había salido de control, pero esperaba que al menos hubiera regresado a mantener su imagen, aunque no se disculpara.
Había pocas señoritas aun en sus lugares, parecían dudar en lo que debían hacer; era obvio que habían sido ofendidas, pero las que se habían retirado eran las que nada tenían que perder, en cambio las que aún se mantenían en sus lugares, tenían miedo de volver a sus hogares, porque seguramente sus familias se molestarían con ellas.
El soberano caminó con paso seguro y firme, yendo hacia su lugar; se quedó de pie y respiró profundamente, ante la mirada expectante de su familia y las demás personas que estaban ahí, incluyendo a los siervos.
—Lamento lo ocurrido —dijo con voz solemne—. Mi hijo ha estado bajo mucha presión —sonrió forzadamente—; de hecho, le había dicho que tenía que disminuir a las candidatas a unirse en matrimonio con él y no sabía que esta sería la manera en que lo haría.
Todos se sorprendieron, especialmente Guillermo.
—Cómo saben, el reino Celestia es uno de los más prósperos y es obvio que muchas de las jóvenes que respondieron al llamado para un compromiso, lo hizo solo por obligación y no porque quería un compromiso real —explicó—. Pero supongo que las que se quedaron —hizo un ademán sutil con su mano—, entienden que nuestro reino es sumamente especial y deben pasar muchas pruebas para casarse con el príncipe Erick, quien debido a esta situación, es mejor dejarlo en claro —dijo seriamente—, es el heredero legítimo a la corona, por lo cual, la joven que se case con él, será la futura reina de Celestia.
Todos se sorprendieron.
Guillermo no se imaginó que su padre anunciaría eso, pero era obvio que necesitaba usar esa carta para mantener tranquilas a las jóvenes que se habían quedado para concretar un compromiso. Por su parte, la reina puso cara de susto, pues ella no estaba enterada de que anunciaría eso tan vergonzoso para ella; a pesar de que nadie, fuera de los siervos fieles y su familia, sabían la verdad sobre Erick, para ella se sentía ofendida, porque sus hijos legítimos, del matrimonio con su esposo, no podían llegar a ser reyes, más no así, el hijo bastardo de una concubina.
La princesa Judith se quedó fría; su mano se movió temblorosa y sujetó la mano de Guillermo, mirándolo con susto. Guillermo observó el rostro pálido de su esposa y tuvo que contener su ira, para hablarle con calma.
—¿Te sientes mal, querida? —preguntó con seriedad, especialmente al ver la palidez de su esposa y el gesto de terror que tenía.
Los labios de ella temblaron, pero antes de hablar puso una mano sobre su vientre abultado y se quejó.
—¡¿Querida?! —preguntó Guillermo asustado.
—El… Bebé… —musitó con miedo.
De inmediato, todos se pusieron en alerta por la situación de la joven princesa; algunos siervos ayudaron al príncipe a llevarla a su habitación, mientras otros fueron de inmediato a llamar al médico.
El rey miró de soslayo a su hijo cuando se retiraba; su esposa se levantó sin dudar y acompañó a su hijo y nuera, pues ellos eran su familia.
—Cómo ven, ahora mismo tenemos cuestiones familiares —anunció el rey—, espero que comprendan que tenemos que retirarnos, pero las tomaremos en cuenta como las candidatas finales para el compromiso con mi hijo, el príncipe Erick, por ahora, disfruten la cena, mientras yo, debo hablar con mis hijos.
Sin esperar a que las preguntas iniciaran, el rey dio media vuelta y se fue, siguiendo a Guillermo.
Las jovencitas empezaron a cuchichear entre ellas, emocionadas por lo que habían escuchado de Erick y olvidándose de la situación de la princesa Judith, a quien días antes le habían tenido todas las consideraciones, por pensar que era la futura reina, ahora sabían que no era así y una de ellas tendría tal honor.
Por su parte, Agustín estaba estupefacto. Ni siquiera él sabía que Erick iba a ser el rey, por lo que seguí tratando de asimilar la situación; sus manos temblaban, sujetando los cubiertos y sentía que debía haber un error, porque de ser así, entonces, «el príncipe no tiene opción…» pensó con nervios, «debe casarse con una mujer para tener descendencia» pensó con nervios.
Julián se dio cuenta de la actitud de Agustín, lo sujetó con suavidad de la mano, dándose cuenta que estaba helado.
Ante el tacto tibio, el pelinegro levantó el rostro y observó los ojos castaños del otro, así que intentó sonreír— estoy… Estoy bien —mintió.
Julián suspiró, era obvio que era mentira, pero seguramente, Agustín había sido educado para no mostrar muchos sentimientos, igual que él, por lo que lo entendía a la perfección.
En ese momento, el profesor Grim llegó hasta ellos, hablándole con frialdad al pelinegro.
—Agustín —dijo con desdén—, ve a buscar al príncipe Erick, los demás guardias están ayudando a las princesas que se retirarán esta misma noche, otros cuidando a las princesas que se quedan, también algunos ayudando al príncipe Guillermo y los demás se están preparando por cualquier eventualidad y nadie lo ha visto en el castillo —siseó—, tu eres el único que sabe dónde se esconde cuando escapa, así que tráelo de inmediato.
—Sí, señor Grim —musitó el pelinegro y se puso de pie.
El hombre canoso dio media vuelta y se fue, dando pasos largos, sin darse cuenta que la mirada de Julián estaba sobre él. El castaño ahora sabía quién le había causado daño a Agustín y quería vengarse, aunque eso hubiese pasado mucho tiempo atrás, un tritón como él, no olvidaba las ofensas que le hacían a quienes apreciaba, mucho menos, a quien amaba y había aceptado que amaba a Agustín, desde aquella noche del naufragio.
—Vamos —sonrió el pelinegro—. Seguramente Alejandro alcanzó al príncipe, cuando se fue hace rato —dijo con calma—, debemos ir por ellos antes de que el profesor Grim le diga algo al rey.
Julián asintió.
Debido a que la mesa que ocupaban estaba casi vacía, Agustín no tuvo que disculparse con las comensales que antes tenían cerca. Julián se puso de pie y lo siguió.
La pareja salió del castillo, yendo directamente al muelle, en busca del príncipe y su compañero.
—Qué raro… —Agustín frunció el ceño al darse cuenta que el lugar estaba solo—. Normalmente el príncipe Erick gustaba de venir aquí o ir a su habitación, pero por lo que dijo el profesor Grim, dudo que esté en el castillo.
Julián levantó el rostro, mirando a los alrededores; él también sabía los lugares a dónde el príncipe de Atlantida iba, cuando se escapaba siendo un niño, pero seguramente, siendo un adulto, si no quería que lo encontraran, iría a otro lado.
—¿Debería ir por Thunder y Bolt, para buscarlo? —musitó el pelinegro, mirando hacia el castillo.
Julián le puso la mano en el hombro, llamando su atención; Agustín lo miró y observó cuando el castaño negaba, antes de señalar hacia la playa.
—¿Crees que hayan ido más allá? —preguntó incrédulo—. Es muy noche, puede ser peligroso.
Julián le sonrió con sarcasmo, «no creo que Alex piense en eso, con tal de estar a solas con quien quiere…»
—De acuerdo —Agustín suspiró—. Ya hemos recorrido la playa, más allá de los límites, así que no perdemos nada con intentar, pero si no los encontramos, habrá que volver de inmediato por Thunder y Bolt, son los únicos que pueden encontrar al príncipe, gracias a su olfato.
El castaño le guiñó el ojo y lo sujetó de la mano, consiguiendo que el menor se sonrojara, pero aun así, no alejó la mano y empezó a caminar a su lado, por la orilla de la playa.
El cielo estaba cubierto de estrellas. Agustín levantó el rostro y observó las constelaciones que alcanzaban a divisarse desde esa zona.
—Cuando era pequeño, aprendí con el príncipe sobre astronomía —comentó con diversión.
Julián lo miró confundido y el pelinegro rió.
—Es algo que deben aprender los marineros y la nobleza —explicó y levantó la mano—, ahí está la osa mayor y la osa menor por acá, donde resplandece Polaris, la estrella polar —señaló la estrella más brillante—, es muy útil para saber dónde está el norte y para ubicarte en caso de que te pierdas.
Julián por fin puso atención al cielo nocturno. Nunca lo había hecho, pues tenía prohibido ir a la superficie y cuando lo hacía, era para enterarse de algo en específico y no prestaba atención en nada más, que lo que ocupaba. Pero en ese momento, observaba con claridad y le parecía increíble lo que se perdían los tritones y sirenas, por no poder salir a la superficie.
—¡Allá está Orión! —dijo el otro con emoción—, una de mis favoritas, ¿ves las tres estrellas brillantes? Son el cinturón de Orión.
Julián no entendía de lo que el otro le hablaba, pero le gustaba esa emoción que denotaba en sus palabras; parecía un niño contándole sus logros y eso le enternecía y por supuesto, le fascinaba cada vez más.
Siguieron caminando por la playa, incluso tuvieron que quitarse las calzas, porque caminaban donde las olas rompían y les mojaban los pies.
Agustín rió divertido.
—Está fría —dijo sintiendo como sus dedos se enterraban en la arena húmeda, cuando el agua se alejaba de sus pies.
Julián suspiró, al sentir el agua en sus pies; se sentía diferente a como había sentido antes el mar, pero de alguna forma, le agradaba.
Siguieron caminando y después de un rato, empezaron a escuchar gemidos, el nombre de Alejandro o Alex, se escuchaba con fuerza y Agustín identificó la voz de Erick por lo que quiso correr a buscarlo, pensando que quizá se encontraba mal, pero Julián lo sujetó con fuerza, dándose cuenta de inmediato lo que ocurría.
—¡¿Qué haces?! —preguntó el pelinegro—. ¡El príncipe Erick puede estar en dificultades!
Julián negó y puso el dedo en su boca, en una señal de que guardara silencio y se calmara, para acercarse lentamente.
Así lo hicieron y llegaron hasta unas enormes rocas que eran el límite permitido para pasear en los alrededores del castillo, cuando ambos se asomaron, observaron la escena de amor que protagonizaban los príncipes de ambos.
Un grito casi escapa de Agustín, pero Julián alcanzó a evitar que el sonido saliera, cubriendo con su mano la boca del pelinegro; lo abrazó y lo volvió a esconder tras las rocas.
Agustín estaba anonadado por lo que había visto y más, por los gemidos y gritos de Erick que aun alcanzaba a escuchar.
El pelinegro no era tonto, sabía por libros, lo que debía ocurrir entre las parejas, cuando se unían, pero nunca imaginó que su príncipe estaría haciendo eso con alguien y menos, siendo pasivo, ya que de la familia real, era considerado un tabú serlo.
Julián lo sujetó del hombro y le hizo una seña, para retirarse.
—S… Sí… —musitó el otro, aun nervioso—. Es mejor esperar más atrás… Para que no… que no sepan que… los vimos, ¿verdad?
Julián sonrió y asintió, solo para hacerlo sentir seguro, pero sabía que aunque Agustín estuviera susurrando, seguro Alejandro ya lo había escuchado. Ambos empezaron a alejarse, llegando a una distancia prudente para no escuchar nada de lo que ocurría con la otra pareja.
Agustín se sentó en la arena y mantenía una pose rígida.
Estaba preocupado; si el rey llegase a enterarse de lo ocurrido, las cosas se podrían poner graves. Empezó a apretar sus puños de manera insistente, por lo que Julián se sentó frente a él y le sujetó las manos con suavidad, entrelazando los dedos del pelinegro, con los suyos. La mirada castaña buscó la miel y le sonrió.
Los labios de Agustín temblaron, intentando sonreír, pero no puedo, así que solo mordió su labio.
—Yo… Sé bien lo que ocurría, con mi señor Erick y tu amigo… —dijo con vergüenza, llamando la atención de Julián—. Pero, nunca yo… Es decir… Se la teoría pero no… —guardó silencio un momento y apretó los parpados—. Yo jamás… —no pudo terminar la frase —. Tú me entiendes —se encogió de hombros—. Es por eso que… No sé cómo reaccionar, ¿me explico? —su voz denotaba la ansiedad que sentía—. Tengo que darle las noticias al príncipe Erick de lo que dijo su padre, pero… —empezó a estrujar las manos de Julián con nervios—. Es obvio que él ama a alguien más, entonces, no sé qué debería…
Julián no lo dudó y lo besó en los labios, un beso que sorprendió al pelinegro, pero todo lo que rondaba su mente desapareció con esa acción, aunque no correspondió como el castaño esperaba, ya que se quedó estático.
El mayor se alejó un poco, decepcionado de no haber tenido una respuesta. Agustín por su parte acercó los dedos en sus labios y los rozó con suavidad; aún sentía la tibieza de los labios del otro.
—No… no sabía que se sintiera tan… bien —musitó el pelinegro, llamando la atención de su compañero.
«¿Crees que eso se sintió bien?», pensó Julián y sonrió con malicia, «espera a sentir todo lo que tengo que mostrarte.»
Con esa idea en mente, se volvió a acercar, pero lentamente, esperando que Agustín reaccionara y lo hizo. El pelinegro ofreció los labios de manera instintiva y recibió el nuevo beso, tratando de corresponder. En medio de la caricia, Julián empujó al menor contra la arena, recostándolo y sus manos acariciaron la piel por encima de la ropa que portaba; algo que lo molestaba, por lo que de inmediato se propuso a librarse de esas telas estorbosas.
Agustín estaba tan perdido en la sensación que le producía el beso, ese sentimiento que inundaba su pecho y le provocaba sentir mariposas en el estómago, que no supo en qué momento quedó completamente desnudo en la arena, hasta que Julián se alejó de él, para empezar a desnudarse también.
Los ojos del pelinegro se abrieron desmesuradamente al observar el cuerpo del otro. Ya lo había visto desnudo en la playa, cuando lo encontró, pero por alguna razón, en ese momento le parecía diferente, especialmente porque podía ver como esa mirada castaña brillaba de una manera casi hipnotizante para él.
El labio inferior de Agustín tembló, justo antes de que Julián lo besara de nuevo; un beso distinto, un beso demandante, un beso lleno de deseo, desespero y ansiedad. Todos esos sentimientos que había reprimido por años estaban saliendo a la luz y no solo por medio de esa caricia; sus manos recorrían el cuerpo de Agustín, apreciando cada mínimo detalle, como los músculos se definían, como la piel se erizaba por los estremecimientos que le producía por los movimientos lentos y suaves y además, disfrutaba los suspiros y gemidos que se ahogaban en su boca, mientras sus dedos bajaban más y más, llegando a su vientre, aventurándose a la entrepierna.
El pelinegro se asustó y pensó en empujar a Julián, pero sus manos hicieron todo lo contrario, aferrándose a los hombros anchos con tanta fuerza, que incluso le encajó las uñas, evitando que se alejara, ya que el castaño había roto el beso. Julián sonrió, al sentir esa caricia ruda marcando su piel, pero no se alejó, empezó a bajar por el mentón del otro, hasta el cuello, dejando marcas de su paso por esa piel que por lo que el otro había dicho, era obvio que era virgen.
—Ju… lián…
El tono de voz que Agustín usó, hizo sonreía al mayor, mientras seguía besando el torso, dejando una estela de saliva, al bajar sin titubear, justo a dónde quería. Él, como tritón, su miembro siembre estaba en reposo, oculto en una cavidad en su larga cola de tritón, hasta que sobresalía por una erección, pero sabía, por la historia antigua que había tenido la oportunidad de leer en su hogar y por los pocos días que tenía en tierra, que era muy diferente con el cuerpo humano, que siempre estaba a la vista y era sumamente sensible.
Acababa de probar los labios de Agustín y le parecían dulces, «¿será lo mismo con su sexo?» pensó con lujuria y no dudó en probar, dándose cuenta que el otro ya estaba erecto.
Julián se relamió los labios y sin dudar atrapó la cabeza del miembro de Agustín, sorprendiendo al menor, quien intentó incorporarse al sentir la tibia humedad, pero cuando el otro engullo su sexo casi por completo, volvió a recostarse, empezando a gemir ahogadamente.
—Espe… no… yo… —no pudo decir más.
Mordió sus nudillos de la mano izquierda, tratando de callar sus gemidos, «¡¿por qué se siente tan bien?!» se preguntó con susto, pero su mano derecha, fue a sujetar los mechones castaños con ansiedad, perdiéndose ante la caricia que el otro le daba de una forma tan indecente.
Julián disfrutaba esos gemidos que el otro intentaba acallar, pero era obvio que le gustaba; la mano en su cabello lo acariciaba, rozando sus orejas y mejilla, como una forma de decirle que siguiera.
El castaño no se alejó, siguiendo con sus atenciones en el sexo del pelinegro, pero sus manos bajaron un poco más, tocando la única cavidad que podía reclamar, descubriendo con sus dedos el pequeño ojete que parecía palpitar, a la espera de lo que ocurriría, pero Julián pudo darse cuenta que no había humedad.
«Esto no es… normal, podría lastimarlo…» pensó el castaño, que aunque sabía que relacionarse con tritones no estaba del todo prohibido, al menos tenía conocimiento de que en el océano, había humedad, además los cuerpos de tritones y sirenas, producían cierta mucosidad ante el acto sexual.
Julián se alejó un poco del miembro y humedeció sus dedos con su saliva, llevándolos a la entrada, introduciendo un dedo con dificultad. Agustín hizo un mohín de incomodidad y un gemido de molestia escapó de sus labios, aun así trató de relajarse.
«Solo será esto por ahora…» pensó Julián, imaginando que podría lastimar al otro si se aventuraba a realizar lo que más deseaba. Con esa idea en mente se centró en darle placer a su pareja; sus dedos se movieron con lentitud y delicadeza, tratando de estimular y sin entender cómo, se dio cuenta que lo hizo, cuando palpó algo en el interior, que consiguió no solo que Agustín gimiera con fuerza, sino que su cuerpo se tensara y llegara al orgasmo en su boca.
El mayor se incorporó, alejándose de Agustín, cuando dejó de sentir el miembro palpitar; saboreó la esencia del pelinegro y le fascinó el sabor, distinto a todo lo que probaba en el océano; a su perfección, ese néctar era dulce y por sobretodo, embriagante.
Agustín estaba recuperando el aliento y su pecho se movía al ritmo de su acelerada respiración, pero hizo un gesto molesto y fijó su mirar miel en los ojos del otro, al darse cuenta que Julián se apartaba con lentitud.
—¡¿Por qué te detienes?! —preguntó molesto.
La pregunta sorprendió a Julián quien lo observó sin entender.
Agustín bajó el rostro avergonzado— es decir… —mordió su labio—. Ya que empezamos… no… no… ¿no deberías… tomar tu responsabilidad y terminar adecuadamente con… esto? —dijo en un murmullo, casi en un tono infantil—. A menos que no… Que no te guste y solo te hayas querido burlar de mi… —sus ojos se humedecieron, pensando en la posibilidad.
«¡¿Burlarme de ti?!»
El castaño se sintió ofendido, empujó el otro contra la arena y se recostó sobre él, sujetándole una de las manos y llevándola hacia su propia erección, para que se diera cuenta de lo duro que estaba.
«¡¿Crees que me burlaría de ti, cuando he soñado por años el hacerte mío?!»
Agustín no comprendía el gesto de Julián o lo que quería decir, pero parecía frustrado; aun así, podía darse cuenta de algo, Julián lo deseaba, o al menos eso parecía por la enorme erección que con su mano, palpaba tímidamente.
—Eso… eso significa que… ¿quieres hacerlo? —preguntó aun con miedo el pelinegro.
Julián asintió, sin apartar la mirada de los ojos miel.
Un estremecimiento cimbró a Agustin, pero una risita nerviosa lo sorprendió— entonces… ¿por qué no sigues? —preguntó en tono pícaro—. Yo… yo también quiero que sigas.
Con esas palabras, Julián no lo dudó, volvió a besarlo y se acomodó entre las piernas de Agustín, no iba a hacerlo esperar; ni siquiera él podría esperar más, porque lo había ansiado durante tantos años, que no pararía, hasta saciarse de ese jovencito de quien se había enamorado cuando aún eran niños.
El rey había vuelto después de mucho tiempo al salón dónde se realizaba la reunión, observando la situación y tratando de sobreponerse a la ira que lo inundaba porque Erick no estaba ahí; la discusión con su hijo se había salido de control, pero esperaba que al menos hubiera regresado a mantener su imagen, aunque no se disculpara.
Había pocas señoritas aun en sus lugares, parecían dudar en lo que debían hacer; era obvio que habían sido ofendidas, pero las que se habían retirado eran las que nada tenían que perder, en cambio las que aún se mantenían en sus lugares, tenían miedo de volver a sus hogares, porque seguramente sus familias se molestarían con ellas.
El soberano caminó con paso seguro y firme, yendo hacia su lugar; se quedó de pie y respiró profundamente, ante la mirada expectante de su familia y las demás personas que estaban ahí, incluyendo a los siervos.
—Lamento lo ocurrido —dijo con voz solemne—. Mi hijo ha estado bajo mucha presión —sonrió forzadamente—; de hecho, le había dicho que tenía que disminuir a las candidatas a unirse en matrimonio con él y no sabía que esta sería la manera en que lo haría.
Todos se sorprendieron, especialmente Guillermo.
—Cómo saben, el reino Celestia es uno de los más prósperos y es obvio que muchas de las jóvenes que respondieron al llamado para un compromiso, lo hizo solo por obligación y no porque quería un compromiso real —explicó—. Pero supongo que las que se quedaron —hizo un ademán sutil con su mano—, entienden que nuestro reino es sumamente especial y deben pasar muchas pruebas para casarse con el príncipe Erick, quien debido a esta situación, es mejor dejarlo en claro —dijo seriamente—, es el heredero legítimo a la corona, por lo cual, la joven que se case con él, será la futura reina de Celestia.
Todos se sorprendieron.
Guillermo no se imaginó que su padre anunciaría eso, pero era obvio que necesitaba usar esa carta para mantener tranquilas a las jóvenes que se habían quedado para concretar un compromiso. Por su parte, la reina puso cara de susto, pues ella no estaba enterada de que anunciaría eso tan vergonzoso para ella; a pesar de que nadie, fuera de los siervos fieles y su familia, sabían la verdad sobre Erick, para ella se sentía ofendida, porque sus hijos legítimos, del matrimonio con su esposo, no podían llegar a ser reyes, más no así, el hijo bastardo de una concubina.
La princesa Judith se quedó fría; su mano se movió temblorosa y sujetó la mano de Guillermo, mirándolo con susto. Guillermo observó el rostro pálido de su esposa y tuvo que contener su ira, para hablarle con calma.
—¿Te sientes mal, querida? —preguntó con seriedad, especialmente al ver la palidez de su esposa y el gesto de terror que tenía.
Los labios de ella temblaron, pero antes de hablar puso una mano sobre su vientre abultado y se quejó.
—¡¿Querida?! —preguntó Guillermo asustado.
—El… Bebé… —musitó con miedo.
De inmediato, todos se pusieron en alerta por la situación de la joven princesa; algunos siervos ayudaron al príncipe a llevarla a su habitación, mientras otros fueron de inmediato a llamar al médico.
El rey miró de soslayo a su hijo cuando se retiraba; su esposa se levantó sin dudar y acompañó a su hijo y nuera, pues ellos eran su familia.
—Cómo ven, ahora mismo tenemos cuestiones familiares —anunció el rey—, espero que comprendan que tenemos que retirarnos, pero las tomaremos en cuenta como las candidatas finales para el compromiso con mi hijo, el príncipe Erick, por ahora, disfruten la cena, mientras yo, debo hablar con mis hijos.
Sin esperar a que las preguntas iniciaran, el rey dio media vuelta y se fue, siguiendo a Guillermo.
Las jovencitas empezaron a cuchichear entre ellas, emocionadas por lo que habían escuchado de Erick y olvidándose de la situación de la princesa Judith, a quien días antes le habían tenido todas las consideraciones, por pensar que era la futura reina, ahora sabían que no era así y una de ellas tendría tal honor.
Por su parte, Agustín estaba estupefacto. Ni siquiera él sabía que Erick iba a ser el rey, por lo que seguí tratando de asimilar la situación; sus manos temblaban, sujetando los cubiertos y sentía que debía haber un error, porque de ser así, entonces, «el príncipe no tiene opción…» pensó con nervios, «debe casarse con una mujer para tener descendencia» pensó con nervios.
Julián se dio cuenta de la actitud de Agustín, lo sujetó con suavidad de la mano, dándose cuenta que estaba helado.
Ante el tacto tibio, el pelinegro levantó el rostro y observó los ojos castaños del otro, así que intentó sonreír— estoy… Estoy bien —mintió.
Julián suspiró, era obvio que era mentira, pero seguramente, Agustín había sido educado para no mostrar muchos sentimientos, igual que él, por lo que lo entendía a la perfección.
En ese momento, el profesor Grim llegó hasta ellos, hablándole con frialdad al pelinegro.
—Agustín —dijo con desdén—, ve a buscar al príncipe Erick, los demás guardias están ayudando a las princesas que se retirarán esta misma noche, otros cuidando a las princesas que se quedan, también algunos ayudando al príncipe Guillermo y los demás se están preparando por cualquier eventualidad y nadie lo ha visto en el castillo —siseó—, tu eres el único que sabe dónde se esconde cuando escapa, así que tráelo de inmediato.
—Sí, señor Grim —musitó el pelinegro y se puso de pie.
El hombre canoso dio media vuelta y se fue, dando pasos largos, sin darse cuenta que la mirada de Julián estaba sobre él. El castaño ahora sabía quién le había causado daño a Agustín y quería vengarse, aunque eso hubiese pasado mucho tiempo atrás, un tritón como él, no olvidaba las ofensas que le hacían a quienes apreciaba, mucho menos, a quien amaba y había aceptado que amaba a Agustín, desde aquella noche del naufragio.
—Vamos —sonrió el pelinegro—. Seguramente Alejandro alcanzó al príncipe, cuando se fue hace rato —dijo con calma—, debemos ir por ellos antes de que el profesor Grim le diga algo al rey.
Julián asintió.
Debido a que la mesa que ocupaban estaba casi vacía, Agustín no tuvo que disculparse con las comensales que antes tenían cerca. Julián se puso de pie y lo siguió.
La pareja salió del castillo, yendo directamente al muelle, en busca del príncipe y su compañero.
—Qué raro… —Agustín frunció el ceño al darse cuenta que el lugar estaba solo—. Normalmente el príncipe Erick gustaba de venir aquí o ir a su habitación, pero por lo que dijo el profesor Grim, dudo que esté en el castillo.
Julián levantó el rostro, mirando a los alrededores; él también sabía los lugares a dónde el príncipe de Atlantida iba, cuando se escapaba siendo un niño, pero seguramente, siendo un adulto, si no quería que lo encontraran, iría a otro lado.
—¿Debería ir por Thunder y Bolt, para buscarlo? —musitó el pelinegro, mirando hacia el castillo.
Julián le puso la mano en el hombro, llamando su atención; Agustín lo miró y observó cuando el castaño negaba, antes de señalar hacia la playa.
—¿Crees que hayan ido más allá? —preguntó incrédulo—. Es muy noche, puede ser peligroso.
Julián le sonrió con sarcasmo, «no creo que Alex piense en eso, con tal de estar a solas con quien quiere…»
—De acuerdo —Agustín suspiró—. Ya hemos recorrido la playa, más allá de los límites, así que no perdemos nada con intentar, pero si no los encontramos, habrá que volver de inmediato por Thunder y Bolt, son los únicos que pueden encontrar al príncipe, gracias a su olfato.
El castaño le guiñó el ojo y lo sujetó de la mano, consiguiendo que el menor se sonrojara, pero aun así, no alejó la mano y empezó a caminar a su lado, por la orilla de la playa.
El cielo estaba cubierto de estrellas. Agustín levantó el rostro y observó las constelaciones que alcanzaban a divisarse desde esa zona.
—Cuando era pequeño, aprendí con el príncipe sobre astronomía —comentó con diversión.
Julián lo miró confundido y el pelinegro rió.
—Es algo que deben aprender los marineros y la nobleza —explicó y levantó la mano—, ahí está la osa mayor y la osa menor por acá, donde resplandece Polaris, la estrella polar —señaló la estrella más brillante—, es muy útil para saber dónde está el norte y para ubicarte en caso de que te pierdas.
Julián por fin puso atención al cielo nocturno. Nunca lo había hecho, pues tenía prohibido ir a la superficie y cuando lo hacía, era para enterarse de algo en específico y no prestaba atención en nada más, que lo que ocupaba. Pero en ese momento, observaba con claridad y le parecía increíble lo que se perdían los tritones y sirenas, por no poder salir a la superficie.
—¡Allá está Orión! —dijo el otro con emoción—, una de mis favoritas, ¿ves las tres estrellas brillantes? Son el cinturón de Orión.
Julián no entendía de lo que el otro le hablaba, pero le gustaba esa emoción que denotaba en sus palabras; parecía un niño contándole sus logros y eso le enternecía y por supuesto, le fascinaba cada vez más.
Siguieron caminando por la playa, incluso tuvieron que quitarse las calzas, porque caminaban donde las olas rompían y les mojaban los pies.
Agustín rió divertido.
—Está fría —dijo sintiendo como sus dedos se enterraban en la arena húmeda, cuando el agua se alejaba de sus pies.
Julián suspiró, al sentir el agua en sus pies; se sentía diferente a como había sentido antes el mar, pero de alguna forma, le agradaba.
Siguieron caminando y después de un rato, empezaron a escuchar gemidos, el nombre de Alejandro o Alex, se escuchaba con fuerza y Agustín identificó la voz de Erick por lo que quiso correr a buscarlo, pensando que quizá se encontraba mal, pero Julián lo sujetó con fuerza, dándose cuenta de inmediato lo que ocurría.
—¡¿Qué haces?! —preguntó el pelinegro—. ¡El príncipe Erick puede estar en dificultades!
Julián negó y puso el dedo en su boca, en una señal de que guardara silencio y se calmara, para acercarse lentamente.
Así lo hicieron y llegaron hasta unas enormes rocas que eran el límite permitido para pasear en los alrededores del castillo, cuando ambos se asomaron, observaron la escena de amor que protagonizaban los príncipes de ambos.
Un grito casi escapa de Agustín, pero Julián alcanzó a evitar que el sonido saliera, cubriendo con su mano la boca del pelinegro; lo abrazó y lo volvió a esconder tras las rocas.
Agustín estaba anonadado por lo que había visto y más, por los gemidos y gritos de Erick que aun alcanzaba a escuchar.
El pelinegro no era tonto, sabía por libros, lo que debía ocurrir entre las parejas, cuando se unían, pero nunca imaginó que su príncipe estaría haciendo eso con alguien y menos, siendo pasivo, ya que de la familia real, era considerado un tabú serlo.
Julián lo sujetó del hombro y le hizo una seña, para retirarse.
—S… Sí… —musitó el otro, aun nervioso—. Es mejor esperar más atrás… Para que no… que no sepan que… los vimos, ¿verdad?
Julián sonrió y asintió, solo para hacerlo sentir seguro, pero sabía que aunque Agustín estuviera susurrando, seguro Alejandro ya lo había escuchado. Ambos empezaron a alejarse, llegando a una distancia prudente para no escuchar nada de lo que ocurría con la otra pareja.
Agustín se sentó en la arena y mantenía una pose rígida.
Estaba preocupado; si el rey llegase a enterarse de lo ocurrido, las cosas se podrían poner graves. Empezó a apretar sus puños de manera insistente, por lo que Julián se sentó frente a él y le sujetó las manos con suavidad, entrelazando los dedos del pelinegro, con los suyos. La mirada castaña buscó la miel y le sonrió.
Los labios de Agustín temblaron, intentando sonreír, pero no puedo, así que solo mordió su labio.
—Yo… Sé bien lo que ocurría, con mi señor Erick y tu amigo… —dijo con vergüenza, llamando la atención de Julián—. Pero, nunca yo… Es decir… Se la teoría pero no… —guardó silencio un momento y apretó los parpados—. Yo jamás… —no pudo terminar la frase —. Tú me entiendes —se encogió de hombros—. Es por eso que… No sé cómo reaccionar, ¿me explico? —su voz denotaba la ansiedad que sentía—. Tengo que darle las noticias al príncipe Erick de lo que dijo su padre, pero… —empezó a estrujar las manos de Julián con nervios—. Es obvio que él ama a alguien más, entonces, no sé qué debería…
Julián no lo dudó y lo besó en los labios, un beso que sorprendió al pelinegro, pero todo lo que rondaba su mente desapareció con esa acción, aunque no correspondió como el castaño esperaba, ya que se quedó estático.
El mayor se alejó un poco, decepcionado de no haber tenido una respuesta. Agustín por su parte acercó los dedos en sus labios y los rozó con suavidad; aún sentía la tibieza de los labios del otro.
—No… no sabía que se sintiera tan… bien —musitó el pelinegro, llamando la atención de su compañero.
«¿Crees que eso se sintió bien?», pensó Julián y sonrió con malicia, «espera a sentir todo lo que tengo que mostrarte.»
Con esa idea en mente, se volvió a acercar, pero lentamente, esperando que Agustín reaccionara y lo hizo. El pelinegro ofreció los labios de manera instintiva y recibió el nuevo beso, tratando de corresponder. En medio de la caricia, Julián empujó al menor contra la arena, recostándolo y sus manos acariciaron la piel por encima de la ropa que portaba; algo que lo molestaba, por lo que de inmediato se propuso a librarse de esas telas estorbosas.
Agustín estaba tan perdido en la sensación que le producía el beso, ese sentimiento que inundaba su pecho y le provocaba sentir mariposas en el estómago, que no supo en qué momento quedó completamente desnudo en la arena, hasta que Julián se alejó de él, para empezar a desnudarse también.
Los ojos del pelinegro se abrieron desmesuradamente al observar el cuerpo del otro. Ya lo había visto desnudo en la playa, cuando lo encontró, pero por alguna razón, en ese momento le parecía diferente, especialmente porque podía ver como esa mirada castaña brillaba de una manera casi hipnotizante para él.
El labio inferior de Agustín tembló, justo antes de que Julián lo besara de nuevo; un beso distinto, un beso demandante, un beso lleno de deseo, desespero y ansiedad. Todos esos sentimientos que había reprimido por años estaban saliendo a la luz y no solo por medio de esa caricia; sus manos recorrían el cuerpo de Agustín, apreciando cada mínimo detalle, como los músculos se definían, como la piel se erizaba por los estremecimientos que le producía por los movimientos lentos y suaves y además, disfrutaba los suspiros y gemidos que se ahogaban en su boca, mientras sus dedos bajaban más y más, llegando a su vientre, aventurándose a la entrepierna.
El pelinegro se asustó y pensó en empujar a Julián, pero sus manos hicieron todo lo contrario, aferrándose a los hombros anchos con tanta fuerza, que incluso le encajó las uñas, evitando que se alejara, ya que el castaño había roto el beso. Julián sonrió, al sentir esa caricia ruda marcando su piel, pero no se alejó, empezó a bajar por el mentón del otro, hasta el cuello, dejando marcas de su paso por esa piel que por lo que el otro había dicho, era obvio que era virgen.
—Ju… lián…
El tono de voz que Agustín usó, hizo sonreía al mayor, mientras seguía besando el torso, dejando una estela de saliva, al bajar sin titubear, justo a dónde quería. Él, como tritón, su miembro siembre estaba en reposo, oculto en una cavidad en su larga cola de tritón, hasta que sobresalía por una erección, pero sabía, por la historia antigua que había tenido la oportunidad de leer en su hogar y por los pocos días que tenía en tierra, que era muy diferente con el cuerpo humano, que siempre estaba a la vista y era sumamente sensible.
Acababa de probar los labios de Agustín y le parecían dulces, «¿será lo mismo con su sexo?» pensó con lujuria y no dudó en probar, dándose cuenta que el otro ya estaba erecto.
Julián se relamió los labios y sin dudar atrapó la cabeza del miembro de Agustín, sorprendiendo al menor, quien intentó incorporarse al sentir la tibia humedad, pero cuando el otro engullo su sexo casi por completo, volvió a recostarse, empezando a gemir ahogadamente.
—Espe… no… yo… —no pudo decir más.
Mordió sus nudillos de la mano izquierda, tratando de callar sus gemidos, «¡¿por qué se siente tan bien?!» se preguntó con susto, pero su mano derecha, fue a sujetar los mechones castaños con ansiedad, perdiéndose ante la caricia que el otro le daba de una forma tan indecente.
Julián disfrutaba esos gemidos que el otro intentaba acallar, pero era obvio que le gustaba; la mano en su cabello lo acariciaba, rozando sus orejas y mejilla, como una forma de decirle que siguiera.
El castaño no se alejó, siguiendo con sus atenciones en el sexo del pelinegro, pero sus manos bajaron un poco más, tocando la única cavidad que podía reclamar, descubriendo con sus dedos el pequeño ojete que parecía palpitar, a la espera de lo que ocurriría, pero Julián pudo darse cuenta que no había humedad.
«Esto no es… normal, podría lastimarlo…» pensó el castaño, que aunque sabía que relacionarse con tritones no estaba del todo prohibido, al menos tenía conocimiento de que en el océano, había humedad, además los cuerpos de tritones y sirenas, producían cierta mucosidad ante el acto sexual.
Julián se alejó un poco del miembro y humedeció sus dedos con su saliva, llevándolos a la entrada, introduciendo un dedo con dificultad. Agustín hizo un mohín de incomodidad y un gemido de molestia escapó de sus labios, aun así trató de relajarse.
«Solo será esto por ahora…» pensó Julián, imaginando que podría lastimar al otro si se aventuraba a realizar lo que más deseaba. Con esa idea en mente se centró en darle placer a su pareja; sus dedos se movieron con lentitud y delicadeza, tratando de estimular y sin entender cómo, se dio cuenta que lo hizo, cuando palpó algo en el interior, que consiguió no solo que Agustín gimiera con fuerza, sino que su cuerpo se tensara y llegara al orgasmo en su boca.
El mayor se incorporó, alejándose de Agustín, cuando dejó de sentir el miembro palpitar; saboreó la esencia del pelinegro y le fascinó el sabor, distinto a todo lo que probaba en el océano; a su perfección, ese néctar era dulce y por sobretodo, embriagante.
Agustín estaba recuperando el aliento y su pecho se movía al ritmo de su acelerada respiración, pero hizo un gesto molesto y fijó su mirar miel en los ojos del otro, al darse cuenta que Julián se apartaba con lentitud.
—¡¿Por qué te detienes?! —preguntó molesto.
La pregunta sorprendió a Julián quien lo observó sin entender.
Agustín bajó el rostro avergonzado— es decir… —mordió su labio—. Ya que empezamos… no… no… ¿no deberías… tomar tu responsabilidad y terminar adecuadamente con… esto? —dijo en un murmullo, casi en un tono infantil—. A menos que no… Que no te guste y solo te hayas querido burlar de mi… —sus ojos se humedecieron, pensando en la posibilidad.
«¡¿Burlarme de ti?!»
El castaño se sintió ofendido, empujó el otro contra la arena y se recostó sobre él, sujetándole una de las manos y llevándola hacia su propia erección, para que se diera cuenta de lo duro que estaba.
«¡¿Crees que me burlaría de ti, cuando he soñado por años el hacerte mío?!»
Agustín no comprendía el gesto de Julián o lo que quería decir, pero parecía frustrado; aun así, podía darse cuenta de algo, Julián lo deseaba, o al menos eso parecía por la enorme erección que con su mano, palpaba tímidamente.
—Eso… eso significa que… ¿quieres hacerlo? —preguntó aun con miedo el pelinegro.
Julián asintió, sin apartar la mirada de los ojos miel.
Un estremecimiento cimbró a Agustin, pero una risita nerviosa lo sorprendió— entonces… ¿por qué no sigues? —preguntó en tono pícaro—. Yo… yo también quiero que sigas.
Con esas palabras, Julián no lo dudó, volvió a besarlo y se acomodó entre las piernas de Agustín, no iba a hacerlo esperar; ni siquiera él podría esperar más, porque lo había ansiado durante tantos años, que no pararía, hasta saciarse de ese jovencito de quien se había enamorado cuando aún eran niños.
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