Capítulo XV
Erick salió del salón, sentía enormes deseos de llorar y aunque trató de contenerse, sabía que no iba a lograr mantenerse fuerte si volvía al comedor; dio media vuelta y fue a una de las puertas, saliendo hacia el camino del muelle, corriendo escaleras abajo. Al llegar al muelle, no se detuvo ahí, siguió corriendo hasta la playa y cuando ya no pudo más, se dejó caer de rodillas en la arena, sin importar que las olas alcanzaran a llegar hasta él, gritando hacia el cielo, empezando a llorar.
Se sentía decepcionado por lo que acababa de saber y ahora entendía que, para su padre, él realmente solo tenía valor por sus ojos, de ahí en más, no era nadie. Le dolía, se sentía frustrado y miserable, más, porque sentía que debía estar furioso, enfrentando a su padre en vez de estar llorando, así que intentó limpiar sus lágrimas, pero no podía parar de llorar.
Sin que el pelinegro se diera cuenta, Alejandro llegó hasta él; lo había visto salir del salón, pero antes de que fuera a verlo, el otro corrió, así que decidió seguirlo a cierta distancia, para ver lo que se proponía. Le causaba curiosidad, especialmente porque no comprendía lo que le ocurría a Erick; él no había visto llorar a nadie jamás, pues bajo el mar, era imposible llorar, pero al escucharlo gritar y verlo tan abatido, entendió que no se encontraba bien.
«Erick…» pensó con tristeza y se hincó frente a él, pasando la mano por el cabello negro.
El ojiazul levanto el rostro y miró al rubio; quiso contener el llanto, pero no pudo y sucumbió ante ese dolor, abrazándose al otro con fuerza, aferrándose a la ropa y sollozando contra su cuello. Alejandro lo abrazó y movió sus manos por la espalda, sintiéndose impotente por no poder decirle nada para tratar de consolarlo.
Se quedaron así por algunos minutos, hasta que Erick se apartó; seguía llorando, pero no tanto como al principio. Alejandro movió la mano y limpió las lágrimas que caían como caudales sin fin; le llamó la atención el líquido y lo acercó a sus labios, probándolo y degustando el sabor salado.
«¡Sabe a mar!» pensó con sorpresa, «es cómo si el mar estuviera dentro de él y lo dejara salir por sus ojos…»
El ojiazul se dio cuenta del gesto sorprendido del otro y se sintió avergonzado— lo siento —dijo a media voz—, esto es impropio de mi parte y…
Alejandro no permitió que siguiera, se acercó y besó la mejilla, aprovechando para probar más las lágrimas, con la punta de su lengua; Erick sintió cómo el otro lamía su piel y se estremeció, pero no le disgustó.
—Alex… —musitó débilmente—. No es… no es correcto…
El rubio se movió y acercó los labios a la boca del otro, buscando un beso que no se le negó, al contrario; el pelinegro se ofreció con sumisión y llevó las manos hacia la melena clara, enredando sus dedos en las hebras doradas, mientras el beso empezaba a ser más pasional.
Alejandro no dudó en empujar a Erick y recostarlo sobre la arena; sus manos se movieron con desespero, buscando la manera de desnudarlo, pero al no tener la experiencia ni pericia, terminó rompiendo la ropa sin dudar, mientras lo seguía besando con pasión.
Al sentir las manos sobre su cuerpo y al otro entre sus piernas, el miedo volvió al pelinegro—¡Alex, detente!
Erick lo llamó con nervios y el rubio se detuvo; ambos se quedaron mirando fijamente a los ojos y Alejandro cerró los parpados, suspirando resignado.
«Lo siento…» pensó con algo de frustración.
Erick pareció entender ese gesto y movió las manos con lentitud, sujetando el rostro del otro, obligándolo a verlo.
—No es… No es que no quiera —confesó, sintiéndose avergonzado por admitirlo—. Solo… tómalo con calma, ¿sí? —sonrió nervioso—. Es… Mi… Primera vez y…No quisiera… Que se arruinara, ¿me explico?
El ojiverde sonrió complacido y besó las manos con devoción, antes de volver a inclinarse, a besar los labios de Erick; una vez más, se fundieron en un beso pero en esa ocasión, las manos del ojiazul se movieron a desnudar al rubio con rapidez, dejándole el torso descubierto.
Cuando sintió que la ropa ya estaba desabrochada, Alejandro se incorporó y se la quitó por completo; con esa acción y al quedar semidesnudo, consiguió que Erick sintiera que el calor subía a su cuerpo, a pesar de que empezaba a humedecerse, debido al agua que lo alcanzaba de las olas. Sin dudar, la mano del ojiazul se movió, alcanzando a acariciar los pectorales del otro con deseo, a la par que el rubio lo desnudaba por completo, quitándole las calzas y los pantalones.
Erick quedó desnudo sobre la arena y se estremeció por completo, al sentir la humedad del mar empapar su cuerpo, debido a las olas que lo alcanzaban; Alejandro lo observó con interés y deseo, pues aunque la luz de la luna creciente no era suficiente para cualquiera, él podía ver con claridad aun en la completa oscuridad, debido a su naturaleza y sangre real.
«Erick…» el ojiverde se inclinó y besó a su pareja con deseo, moviendo sus manos con desespero, tratando de recorrer por completo, el cuerpo que estaba bajo el suyo.
El pelinegro correspondió el beso con ansia y necesidad, disfrutando como la lengua húmeda del otro, hurgaba en su boca con deseo; sus manos acariciaron los hombros de Alejandro y recorrieron la espalda con timidez, acariciando la piel, delineando con sus dedos, los músculos firmes y gimió cuando su boca fue liberada.
El abrazo que Alejandro le dio a Erick, fue el preludio al acto, pues el ojiazul sintió como el otro se acomodaba entre sus piernas, mientas los labios recorrían su cuello. Estaba perdido en el momento, que no se dio cuenta cuando la mano de Alejandro fue a liberar su propia erección y acomodó la punta en la entrada oculta de Erick; en cuanto el pelinegro sintió la tibia dureza, se estremeció pero se aferró con fuerza al torso de su compañero.
—Alex… —musitó y cerró los parpados, a la espera de lo que se avecinaba.
El rubio movió su cadera con lentitud, forzando la virginal cavidad, sintiendo una presión que jamás había imaginado. Erick se tensó y mordió el hombro que tenía cerca, consiguiendo que el otro se detuviera.
—No… —musitó el ojiazul—. No te detengas —pidió en un murmullo—, si lo haces, puede que me arrepienta… —un intento de risa se ahogó en su garganta.
Alejandro asintió y besó la mejilla que tenía cerca, antes de volver a moverse.
Erick enterró las uñas en los hombros de Alejandro y respiró agitado; sentía que le dolía su entrada, pero también sentía como su vientre se calentaba, expectante a la espera de lo que ansiaba de manera inconsciente.
Apenas entró la punta del miembro del rubio, cuando las piernas del ojiazul se enredaron en la cintura del otro. Movió el rostro y mordió el cuello de Alex, tratando de no imprimir mucha fuerza.
El ojiverde sonrió, pasó una mano por debajo de la espalda, para sostener a su pareja y empezó a entrar lentamente, encontrando que a pesar de lo estrecho que se sentía, había humedad. Sabía que no era el agua del mar que los alcanzaba, así que se sobresaltó, pensando que quizá lo había lastimado, por lo que al estar completamente dentro, se detuvo de inmediato. Y se alejó de Erick, observándolo con inquietud.
El pelinegro quedó tendido contra la arena; el agua del mar lo mojaba, cuando el romper de las olas llegaba hasta él. Respiraba con agitación y tenía un gesto deseoso, sintiendo todo su cuerpo arder.
—¿Por qué…? —musitó Erick haciendo un mohín—. ¿Por qué te detienes? —preguntó intentando moverse él.
Alejandro pasó saliva y movió la mano hasta la entrada del príncipe de ojos azules, esa que estaba completamente llena de su miembro; palpó con los dedos y sintió una humedad espesa. Alejó la mano y observó la sangre, pero aunque podía distinguir el color a pesar de la oscuridad de la noche, el olor no era como la sangre, parecía algo más, algo que no pudo discernir en ese momento.
—Alex… —la voz de Erick sonó necesitada—. ¡Muévete! —suplicó en tono deseoso y con esa voz, consiguió que el raciocinio del rubio desapareciera, concentrándose en su amante.
Alejandro se inclinó, sujetó las manos de Erick y entrelazó sus dedos, apresándolas sobre la arena húmeda, mientras lo besaba, para callar los gemidos que empezaban a aumentar de intensidad, mientras su cadera se movía con desespero y de manera abrupta.
Erick sentía dolor, placer, un sentimiento que no podía definir, pero no quería que terminara. Sentía que Alejandro llegaba tan profundo que golpeaba su vientre y eso en vez de lastimarlo, le excitaba y llenaba de lujuria.
—¡Más! —gimió cuando Alejandro se alejó de sus labios—. ¡Más fuerte, Alex! —suplicó con desespero.
El rubio no lo dudó, sujetó al ojiazul y se incorporó, llevándolo con él, dejándolo sentado sobre su miembro. Erick afianzó sus rodillas en la arena y empezó a mover su cadera con rapidez, tratando de hacer que llegara más profundo, lográndolo por momentos, haciéndolo tocar el cielo, por lo que empezó a llorar, mientras sus labios dibujaban una sonrisa.
—¡Alex! ¡Alex! —gimió el pelinegro contra el oído del otro, antes de mordisquear la oreja que tenía cerca.
Las manos del ojiverd acariciaban el cuerpo que se le ofrecía sin pudor, disfrutando de esa piel suave y dulce a su percepción, ya que para él, siendo un tritón, todo tenía sabor a mar, pero Erick no, Erick tenía un sabor tan dulce y embriagante, que difícilmente se cansaría de saborearlo.
Una mano de Erick bajó, acariciando el torso del rubio primero, luego yendo a su propio vientre, sintiendo como cada que el miembro del otro entraba por completo, este parecía inflamarse un poco y el sentimiento que se apoderó de él fue tan perverso como exquisito. Su mano fue a estimular su propio sexo, pero de inmediato, sintió la enorme mano del otro, acariciándolo también, estimulándolo con cuidado y devoción.
—Más rápido…
El susurro llamó la atención de Alejandro, quien buscó la mirada azul, tratando de entender lo que quería decirle. Erick lo besó, una caricia llena de deseo, placer y necesidad, donde las lenguas se entrelazaban, degustando el sabor de su contraparte; el pelinegro puso la mano sobre la de Alex, haciendo que estimulara su erección con mayor rapidez y fuerza, empezando a gemir contra la boca del otro.
—¡Alex! —gimió el nombre al separarse de los labios de su amante, sintiendo que llegaba al orgasmo, mientras sus uñas se encajaban en los hombros anchos del rubio, a la par que su cuerpo se tensaba y estremecía, debido a las pequeñas descargas de placer que estaba experimentando mientras liberaba todo su semen.
Alejandro sintió la tibieza en su mano, así que la levantó, acercándolos dedos a sus labios, probando la esencia de su amado príncipe y disfrutando el sabor que percibía.
«Perfecto…» pensó, relamiendo sus labios y buscando la boca de Erick, para besarlo una vez más.
Erick correspondió el beso con sumisión, estaba completamente extasiado y exhausto, pero aun y con eso, movió sus manos con pesadez, acariciando los mechones dorados de su pareja.
—Aun no terminas… —musitó con voz suave y un tinte divertido, aun siendo inundado por la lujuria y el placer—. Déjame ayudarte…
Alejandro no entendía lo que el otro quería decirle, pero no opuso resistencia cuando el ojiazul lo empujó, recostándolo sobre la arena húmeda y puso las manos en el abdomen marcado, afianzándose más.
—Me toca…
Erick relamió sus labios, su mente estaba completamente nublada, solo quería disfrutar y Alejandro no pudo negarse a cumplirle ese capricho.
Los ojos verdes resplandecían como esmeraldas a contraluz, sus manos se movieron acariciando el torso que se encontraba a su alcance, estimulando los pezones erectos, antes de bajar a aferrarse a la cadera suave de Erick.
El pelinegro empezó a mover su cuerpo de arriba abajo, sintiendo que moriría al sentir tan profundo al otro, pero eso no lo detuvo, al contrario, empezó un movimiento frenético y desesperado; jamás imaginó que tener sexo fuese tan delicioso, a pesar de saber que era casi prohibido disfrutarlo de esa manera, al menos para una persona de sangre real, pues si bien, podía disfrutar de la compañía masculina, los libros decían que era él quien debía ser el dominante.
«No soy un príncipe de verdad…» pensó el ojiazul, «y aunque lo fuera, preferiría renunciar a todo solo por un poco más de esto con Alex…»
Sus gemidos se convirtieron en gritos de placer y no pudo evitar volver a tener un orgasmo, que lo obligó a parar. Recostándose sobre el pecho del otro.
Hubo un momento de silencio, mientras las manos de Alejandro acariciaban la espalda de Erick y sus labios repartían besos en la melena negra.
—¿No has… terminado? —preguntó en un tono casi de reproche, porque creyó que lograría satisfacerlo de esa manera.
El rubio sonrió y negó.
—Ya no puedo moverme —Erick besó los labios de su compañero antes de proseguir—, tendrás que hacerlo tú, de nuevo…
Las manos de Alejandro se movieron, acariciando el rostro de Erick con delicadeza, buscando la mirada azul, «¿Estás seguro?» preguntó mentalmente, esperando que su gesto le dijera a Erick lo que se preguntaba en ese momento.
El pelinegro sonrió, besó los labios de Alejandro y lo miró a los ojos, con un dejo de arrogancia— lo haremos, hasta que termines dentro de mí, no solo una vez, sino hasta que me llenes por completo, no importa si nos toma toda la noche —sentenció con seguridad—, este es un deseo de un príncipe de Celestia y —mordió su labio inferior de manera traviesa— tienes que complacerme.
Alejandro sonrió divertido por esa respuesta y lo abrazó, girando para dejar a Erick contra la arena, embistiéndolo con mayor fuerza, mientras el cabello rubio caía a los lados de su rostro, húmedo por el agua salada.
Erick no paraba de decir el nombre— ¡Alex! —disfrutando de pertenecerle al otro de esa manera en que sabía que no sería de nadie más.
Ambos estaban perdidos en su momento intimo que no se dieron cuenta de dos personas que se acercaron a la playa y aunque uno estuvo a punto de gritar, el otro le cubrió la boca para no interrumpir y se lo llevó lejos de ahí, para darle privacidad a la pareja que estaba amándose por primera vez.
Erick salió del salón, sentía enormes deseos de llorar y aunque trató de contenerse, sabía que no iba a lograr mantenerse fuerte si volvía al comedor; dio media vuelta y fue a una de las puertas, saliendo hacia el camino del muelle, corriendo escaleras abajo. Al llegar al muelle, no se detuvo ahí, siguió corriendo hasta la playa y cuando ya no pudo más, se dejó caer de rodillas en la arena, sin importar que las olas alcanzaran a llegar hasta él, gritando hacia el cielo, empezando a llorar.
Se sentía decepcionado por lo que acababa de saber y ahora entendía que, para su padre, él realmente solo tenía valor por sus ojos, de ahí en más, no era nadie. Le dolía, se sentía frustrado y miserable, más, porque sentía que debía estar furioso, enfrentando a su padre en vez de estar llorando, así que intentó limpiar sus lágrimas, pero no podía parar de llorar.
Sin que el pelinegro se diera cuenta, Alejandro llegó hasta él; lo había visto salir del salón, pero antes de que fuera a verlo, el otro corrió, así que decidió seguirlo a cierta distancia, para ver lo que se proponía. Le causaba curiosidad, especialmente porque no comprendía lo que le ocurría a Erick; él no había visto llorar a nadie jamás, pues bajo el mar, era imposible llorar, pero al escucharlo gritar y verlo tan abatido, entendió que no se encontraba bien.
«Erick…» pensó con tristeza y se hincó frente a él, pasando la mano por el cabello negro.
El ojiazul levanto el rostro y miró al rubio; quiso contener el llanto, pero no pudo y sucumbió ante ese dolor, abrazándose al otro con fuerza, aferrándose a la ropa y sollozando contra su cuello. Alejandro lo abrazó y movió sus manos por la espalda, sintiéndose impotente por no poder decirle nada para tratar de consolarlo.
Se quedaron así por algunos minutos, hasta que Erick se apartó; seguía llorando, pero no tanto como al principio. Alejandro movió la mano y limpió las lágrimas que caían como caudales sin fin; le llamó la atención el líquido y lo acercó a sus labios, probándolo y degustando el sabor salado.
«¡Sabe a mar!» pensó con sorpresa, «es cómo si el mar estuviera dentro de él y lo dejara salir por sus ojos…»
El ojiazul se dio cuenta del gesto sorprendido del otro y se sintió avergonzado— lo siento —dijo a media voz—, esto es impropio de mi parte y…
Alejandro no permitió que siguiera, se acercó y besó la mejilla, aprovechando para probar más las lágrimas, con la punta de su lengua; Erick sintió cómo el otro lamía su piel y se estremeció, pero no le disgustó.
—Alex… —musitó débilmente—. No es… no es correcto…
El rubio se movió y acercó los labios a la boca del otro, buscando un beso que no se le negó, al contrario; el pelinegro se ofreció con sumisión y llevó las manos hacia la melena clara, enredando sus dedos en las hebras doradas, mientras el beso empezaba a ser más pasional.
Alejandro no dudó en empujar a Erick y recostarlo sobre la arena; sus manos se movieron con desespero, buscando la manera de desnudarlo, pero al no tener la experiencia ni pericia, terminó rompiendo la ropa sin dudar, mientras lo seguía besando con pasión.
Al sentir las manos sobre su cuerpo y al otro entre sus piernas, el miedo volvió al pelinegro—¡Alex, detente!
Erick lo llamó con nervios y el rubio se detuvo; ambos se quedaron mirando fijamente a los ojos y Alejandro cerró los parpados, suspirando resignado.
«Lo siento…» pensó con algo de frustración.
Erick pareció entender ese gesto y movió las manos con lentitud, sujetando el rostro del otro, obligándolo a verlo.
—No es… No es que no quiera —confesó, sintiéndose avergonzado por admitirlo—. Solo… tómalo con calma, ¿sí? —sonrió nervioso—. Es… Mi… Primera vez y…No quisiera… Que se arruinara, ¿me explico?
El ojiverde sonrió complacido y besó las manos con devoción, antes de volver a inclinarse, a besar los labios de Erick; una vez más, se fundieron en un beso pero en esa ocasión, las manos del ojiazul se movieron a desnudar al rubio con rapidez, dejándole el torso descubierto.
Cuando sintió que la ropa ya estaba desabrochada, Alejandro se incorporó y se la quitó por completo; con esa acción y al quedar semidesnudo, consiguió que Erick sintiera que el calor subía a su cuerpo, a pesar de que empezaba a humedecerse, debido al agua que lo alcanzaba de las olas. Sin dudar, la mano del ojiazul se movió, alcanzando a acariciar los pectorales del otro con deseo, a la par que el rubio lo desnudaba por completo, quitándole las calzas y los pantalones.
Erick quedó desnudo sobre la arena y se estremeció por completo, al sentir la humedad del mar empapar su cuerpo, debido a las olas que lo alcanzaban; Alejandro lo observó con interés y deseo, pues aunque la luz de la luna creciente no era suficiente para cualquiera, él podía ver con claridad aun en la completa oscuridad, debido a su naturaleza y sangre real.
«Erick…» el ojiverde se inclinó y besó a su pareja con deseo, moviendo sus manos con desespero, tratando de recorrer por completo, el cuerpo que estaba bajo el suyo.
El pelinegro correspondió el beso con ansia y necesidad, disfrutando como la lengua húmeda del otro, hurgaba en su boca con deseo; sus manos acariciaron los hombros de Alejandro y recorrieron la espalda con timidez, acariciando la piel, delineando con sus dedos, los músculos firmes y gimió cuando su boca fue liberada.
El abrazo que Alejandro le dio a Erick, fue el preludio al acto, pues el ojiazul sintió como el otro se acomodaba entre sus piernas, mientas los labios recorrían su cuello. Estaba perdido en el momento, que no se dio cuenta cuando la mano de Alejandro fue a liberar su propia erección y acomodó la punta en la entrada oculta de Erick; en cuanto el pelinegro sintió la tibia dureza, se estremeció pero se aferró con fuerza al torso de su compañero.
—Alex… —musitó y cerró los parpados, a la espera de lo que se avecinaba.
El rubio movió su cadera con lentitud, forzando la virginal cavidad, sintiendo una presión que jamás había imaginado. Erick se tensó y mordió el hombro que tenía cerca, consiguiendo que el otro se detuviera.
—No… —musitó el ojiazul—. No te detengas —pidió en un murmullo—, si lo haces, puede que me arrepienta… —un intento de risa se ahogó en su garganta.
Alejandro asintió y besó la mejilla que tenía cerca, antes de volver a moverse.
Erick enterró las uñas en los hombros de Alejandro y respiró agitado; sentía que le dolía su entrada, pero también sentía como su vientre se calentaba, expectante a la espera de lo que ansiaba de manera inconsciente.
Apenas entró la punta del miembro del rubio, cuando las piernas del ojiazul se enredaron en la cintura del otro. Movió el rostro y mordió el cuello de Alex, tratando de no imprimir mucha fuerza.
El ojiverde sonrió, pasó una mano por debajo de la espalda, para sostener a su pareja y empezó a entrar lentamente, encontrando que a pesar de lo estrecho que se sentía, había humedad. Sabía que no era el agua del mar que los alcanzaba, así que se sobresaltó, pensando que quizá lo había lastimado, por lo que al estar completamente dentro, se detuvo de inmediato. Y se alejó de Erick, observándolo con inquietud.
El pelinegro quedó tendido contra la arena; el agua del mar lo mojaba, cuando el romper de las olas llegaba hasta él. Respiraba con agitación y tenía un gesto deseoso, sintiendo todo su cuerpo arder.
—¿Por qué…? —musitó Erick haciendo un mohín—. ¿Por qué te detienes? —preguntó intentando moverse él.
Alejandro pasó saliva y movió la mano hasta la entrada del príncipe de ojos azules, esa que estaba completamente llena de su miembro; palpó con los dedos y sintió una humedad espesa. Alejó la mano y observó la sangre, pero aunque podía distinguir el color a pesar de la oscuridad de la noche, el olor no era como la sangre, parecía algo más, algo que no pudo discernir en ese momento.
—Alex… —la voz de Erick sonó necesitada—. ¡Muévete! —suplicó en tono deseoso y con esa voz, consiguió que el raciocinio del rubio desapareciera, concentrándose en su amante.
Alejandro se inclinó, sujetó las manos de Erick y entrelazó sus dedos, apresándolas sobre la arena húmeda, mientras lo besaba, para callar los gemidos que empezaban a aumentar de intensidad, mientras su cadera se movía con desespero y de manera abrupta.
Erick sentía dolor, placer, un sentimiento que no podía definir, pero no quería que terminara. Sentía que Alejandro llegaba tan profundo que golpeaba su vientre y eso en vez de lastimarlo, le excitaba y llenaba de lujuria.
—¡Más! —gimió cuando Alejandro se alejó de sus labios—. ¡Más fuerte, Alex! —suplicó con desespero.
El rubio no lo dudó, sujetó al ojiazul y se incorporó, llevándolo con él, dejándolo sentado sobre su miembro. Erick afianzó sus rodillas en la arena y empezó a mover su cadera con rapidez, tratando de hacer que llegara más profundo, lográndolo por momentos, haciéndolo tocar el cielo, por lo que empezó a llorar, mientras sus labios dibujaban una sonrisa.
—¡Alex! ¡Alex! —gimió el pelinegro contra el oído del otro, antes de mordisquear la oreja que tenía cerca.
Las manos del ojiverd acariciaban el cuerpo que se le ofrecía sin pudor, disfrutando de esa piel suave y dulce a su percepción, ya que para él, siendo un tritón, todo tenía sabor a mar, pero Erick no, Erick tenía un sabor tan dulce y embriagante, que difícilmente se cansaría de saborearlo.
Una mano de Erick bajó, acariciando el torso del rubio primero, luego yendo a su propio vientre, sintiendo como cada que el miembro del otro entraba por completo, este parecía inflamarse un poco y el sentimiento que se apoderó de él fue tan perverso como exquisito. Su mano fue a estimular su propio sexo, pero de inmediato, sintió la enorme mano del otro, acariciándolo también, estimulándolo con cuidado y devoción.
—Más rápido…
El susurro llamó la atención de Alejandro, quien buscó la mirada azul, tratando de entender lo que quería decirle. Erick lo besó, una caricia llena de deseo, placer y necesidad, donde las lenguas se entrelazaban, degustando el sabor de su contraparte; el pelinegro puso la mano sobre la de Alex, haciendo que estimulara su erección con mayor rapidez y fuerza, empezando a gemir contra la boca del otro.
—¡Alex! —gimió el nombre al separarse de los labios de su amante, sintiendo que llegaba al orgasmo, mientras sus uñas se encajaban en los hombros anchos del rubio, a la par que su cuerpo se tensaba y estremecía, debido a las pequeñas descargas de placer que estaba experimentando mientras liberaba todo su semen.
Alejandro sintió la tibieza en su mano, así que la levantó, acercándolos dedos a sus labios, probando la esencia de su amado príncipe y disfrutando el sabor que percibía.
«Perfecto…» pensó, relamiendo sus labios y buscando la boca de Erick, para besarlo una vez más.
Erick correspondió el beso con sumisión, estaba completamente extasiado y exhausto, pero aun y con eso, movió sus manos con pesadez, acariciando los mechones dorados de su pareja.
—Aun no terminas… —musitó con voz suave y un tinte divertido, aun siendo inundado por la lujuria y el placer—. Déjame ayudarte…
Alejandro no entendía lo que el otro quería decirle, pero no opuso resistencia cuando el ojiazul lo empujó, recostándolo sobre la arena húmeda y puso las manos en el abdomen marcado, afianzándose más.
—Me toca…
Erick relamió sus labios, su mente estaba completamente nublada, solo quería disfrutar y Alejandro no pudo negarse a cumplirle ese capricho.
Los ojos verdes resplandecían como esmeraldas a contraluz, sus manos se movieron acariciando el torso que se encontraba a su alcance, estimulando los pezones erectos, antes de bajar a aferrarse a la cadera suave de Erick.
El pelinegro empezó a mover su cuerpo de arriba abajo, sintiendo que moriría al sentir tan profundo al otro, pero eso no lo detuvo, al contrario, empezó un movimiento frenético y desesperado; jamás imaginó que tener sexo fuese tan delicioso, a pesar de saber que era casi prohibido disfrutarlo de esa manera, al menos para una persona de sangre real, pues si bien, podía disfrutar de la compañía masculina, los libros decían que era él quien debía ser el dominante.
«No soy un príncipe de verdad…» pensó el ojiazul, «y aunque lo fuera, preferiría renunciar a todo solo por un poco más de esto con Alex…»
Sus gemidos se convirtieron en gritos de placer y no pudo evitar volver a tener un orgasmo, que lo obligó a parar. Recostándose sobre el pecho del otro.
Hubo un momento de silencio, mientras las manos de Alejandro acariciaban la espalda de Erick y sus labios repartían besos en la melena negra.
—¿No has… terminado? —preguntó en un tono casi de reproche, porque creyó que lograría satisfacerlo de esa manera.
El rubio sonrió y negó.
—Ya no puedo moverme —Erick besó los labios de su compañero antes de proseguir—, tendrás que hacerlo tú, de nuevo…
Las manos de Alejandro se movieron, acariciando el rostro de Erick con delicadeza, buscando la mirada azul, «¿Estás seguro?» preguntó mentalmente, esperando que su gesto le dijera a Erick lo que se preguntaba en ese momento.
El pelinegro sonrió, besó los labios de Alejandro y lo miró a los ojos, con un dejo de arrogancia— lo haremos, hasta que termines dentro de mí, no solo una vez, sino hasta que me llenes por completo, no importa si nos toma toda la noche —sentenció con seguridad—, este es un deseo de un príncipe de Celestia y —mordió su labio inferior de manera traviesa— tienes que complacerme.
Alejandro sonrió divertido por esa respuesta y lo abrazó, girando para dejar a Erick contra la arena, embistiéndolo con mayor fuerza, mientras el cabello rubio caía a los lados de su rostro, húmedo por el agua salada.
Erick no paraba de decir el nombre— ¡Alex! —disfrutando de pertenecerle al otro de esa manera en que sabía que no sería de nadie más.
Ambos estaban perdidos en su momento intimo que no se dieron cuenta de dos personas que se acercaron a la playa y aunque uno estuvo a punto de gritar, el otro le cubrió la boca para no interrumpir y se lo llevó lejos de ahí, para darle privacidad a la pareja que estaba amándose por primera vez.
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