Capítulo XIV
A la hora de la cena, las mesas estaban dispuestas en el salón; muchas señoritas tomaron sus lugares y esperaron ansiosas a que llegara el príncipe. El rey llegó con su esposa y se sorprendió, ya que él y sus hijos, debían haber estado antes que las invitadas, pero entendió que ellas estaban emocionadas porque sabía que su hijo descartaría a unas esa misma noche y en la siguiente semana, trataría a las cinco que quedarían como candidatas, para su matrimonio. Guillermo llegó en compañía de la princesa Judith, su esposa y se sentaron a la derecha del rey.
Poco después, llegó Erick, en compañía de Agustín, Alejandro y Julián, quienes vestían con ropa noble; su porte, elegancia y gallardía, hacían notar que, si no eran parte de la realeza en algún otro reino, por lo menos provenían de casta noble. Debido a su apariencia y actitud, todas las jóvenes observaron al rubio con interés, pero él no les prestó atención; él solo tenía ojos para Erick.
A pesar de que no era correcto, Erick había pedido que dispusieran un lugar para Agustín, más que nada, para que acompañara a Julián, ya que él si era un invitado. En cuanto llegaron a sus lugares, tanto Alejandro, como Julián, movieron las sillas de sus acompañantes, con caballerosidad, para que tomaran asiento; Erick sonrió complacido y le dedico una mirada amorosa a Alejandro, quien le correspondió la sonrisa; por su parte, Agustín sintió que el calor subía a su rostro y bajó el rostro, agradeciendo en murmullo la atención; después de eso, los otros dos tomaron asiento.
El rey había observado la situación, pero no le prestó la más mínima atención; Guillermo al contrario, sentía ansiedad, ya que sabía lo que Erick tenía planeado hacer y esperaba que tuviera éxito, más que nada por él mismo.
Ante una orden del rey, los siervos empezaron a servir la comida y le dedicó una mirada a su hijo. Erick respiró profundamente y se incorporó; sujetó una copa y dio unos golpecitos con un cubierto, para llamar la atención y que el cuchicheo callara.
—Buenas noches, señoritas —dijo para las damas que lo miraban expectantes—. El día de hoy, quiero disculparme con ustedes, porque están en este lugar, esperando una elección mía, sobre las cinco candidatas que se quedarán una semana más, hasta que decida quien será mi esposa —sonrió de lado—, pero antes de proseguir, quisiera hacerles una pregunta, ¿realmente están felices de ser tratadas solo como un objeto de intercambio?
Las mujeres pusieron un gesto de susto; Alejandro, Julián y Agustín se sorprendieron, a la par que la reina y la princesa Judith, ya que Guillermo se mantenía impasible, esperando la reacción de su padre, pues su gesto mostraba desconcierto en ese momento.
—Porque eso es lo que son en este momento —prosiguió el ojiazul—, todas y cada una de ustedes, están aquí porque fueron enviadas por sus familias, para buscar una unión que ayude a la política de su país, con un príncipe que ni siquiera está en la lista futura de heredar el trono —señaló con diversión— y eso es algo desagradable, al menos para mí…
Los músculos del rey se tensaron completamente y apretó los descansabrazos de su silla.
—Todas ustedes son hermosas, eso no se niega —Erick se alzó de hombros—, pero lamentablemente para ustedes, no me gustan las mujeres —dijo con total seguridad y los presentes se quedaron helados—, así que, aquella que realmente quiera casarse, con un hombre que ni siquiera la va a desear, no debe tener una pisca de amor propio.
—¡Erick! —su padre se puso de pie y todos voltearon a verlo.
El príncipe sonrió— bien, he dicho lo que tenía que decir, si mañana, aún queda alguna de ustedes deseando casarse conmigo por interés, conveniencia u obligación, quiero que le quede claro que realmente, puede quedarse en este lugar como invitada de mi familia, pero perderá tiempo valioso que puede aprovechar en buscar un hombre que realmente la ame, en otro lugar —ladeó el rostro—, porque, al menos conmigo, no va a tener un matrimonio ya que no me pienso casar con ninguna.
El silencio reinó y el soberano se movió de su lugar, yendo hasta su hijo, lo sujeto del brazo y lo guió, sin consideraciones a la salida del comedor; Alejandro quiso seguirlo, pero Agustín lo sujetó del brazo y negó, por lo que el rubio se volvió a sentar, pero se quedó inquieto.
Algunas chicas empezaron a reaccionar y se pusieron de pie, retirándose de la mesa, pero otras seguían estupefactas y no supieron qué hacer, más que quedarse en su lugar.
Por su parte, el rey llevó a su hijo a otro salón— ¡¿te das cuenta de lo que hiciste?! —preguntó con ira.
—¿Qué? —Erick lo miró con fingida inocencia.
—Todas esas chicas son de reinos con poder político grande y tú, ¡acabas de humillarlas! —gritó—. En los próximos días, ellos exigirán una disculpa adecuada, una compensación o tu palabra de matrimonio —respiró agitado— y si no los complacemos, ¡podríamos ir a la guerra!
Erick se cruzó de brazos— me diste la opción de elegir.
—¡Sí! —aceptó su padre—. ¡Pero tenías que elegir a una de las personas del salón!
El príncipe sonrió— ¿Es eso? ¿Tengo que elegir a alguien de ahí? Bien, elijo a Alejandro.
—¡¿Qué estás diciendo?!
—Elijo para casarme, a Alejandro, el chico rubio que encontré en la playa —dijo con seguridad.
—¡¿Estás loco?!
—No, no lo estoy…
El rey pasó la mano por su frente, estuvo a punto de quitarse la corona y estrellarla en el piso, pero no lo hizo, solo respiró profundamente— Erick… —dijo el nombre de su hijo con seriedad—. Tienes que casarte con una dama —habló con lentitud.
—¿Por qué? —el pelinegro levantó una ceja—. No es necesario, no necesito tener herederos, solo quiero una vida tranquila, especialmente si no voy a ser el rey y…
—¡Tú eres el heredero a la corona! —gritó su padre frustrado.
—¿Yo? ¿Por qué yo? —preguntó con incredulidad, aún y que su hermano se lo dijo, no lo creía del todo.
—Porque eres mi hijo, ¡el único con ojos azules! —señaló el mayor con cansancio—. Eres el único que puede ser mi sucesor, ¡¿entiendes?!
Erick pasó las manos por su rostro y suspiró— ¿sólo es por mis ojos?
—Sí —respondió escuetamente el soberano.
Erick apretó los labios— padre… si yo no hubiera nacido con ojos azules, ¿me hubieras reconocido? —preguntó débilmente.
—No quiero hablar de eso.
—Creí que lo hiciste, porque amabas a mi madre, a pesar que no era tu esposa…
—Erick, tu madre era solo… —dudó—. Era una concubina más —su voz sonó fría —. Tuve varias —confesó—, pero tu madre fue la única que quedó embarazada y aunque mi esposa me pidió que la echara, cuando tu naciste y me di cuenta que tenías los ojos azules, supe que no podía negarte el derecho que te corresponde por tradición, ya que mis otros dos hijos no tienen ojos azules, pero mi única hija legítima, que sí los tenía, falleció y si eso no hubiera pasado, ella debía haber sido la reina —contó con toda seriedad.
El príncipe sintió un nudo en su garganta y luego forzó una sonrisa— toda mi vida… Pensé que me habías reconocido, porque amabas a mi madre —confesó con tristeza.
El monarca miró al techo— la quise, quizá más de lo que quise a otra, pero…
—¿Y a la reina?
—¿Qué quieres decir?
—¿Amas a la reina o solo la quieres?
—Erick…
—¡Responde! —exigió el joven con ansiedad.
—Alguna vez la amé… Pero de eso ya hace mucho, el amor es pasajero.
El príncipe negó— no… —apretó sus puños —. El amor no es así.
—Erick, tú no sabes cómo es el amor —dijo el mayor con desdén—, eres joven, estuviste diez años en un monasterio y no tienes experiencia en esas cosas.
—Tal vez soy inexperto —afirmó—, pero de algo estoy seguro —buscó la mirada de su padre—, ¡no quiero ser como tú! —dijo con un dejo de desprecio—. Quiero casarme por amor, ¡no por imposición! —se irguió con seguridad—. No me importa si pierdo el derecho de ser príncipe, ¡no importa si pierdo todo! —se quitó la insignia real que usaba en su traje y la dejó con un golpe seco en la mesa—. Realmente no soy tu hijo legítimo, así que, ¡¿qué importa?!
—Pero, ¡la corona…!
—Dásela a Guillermo, él de seguro sabrá qué hacer con ella, después de todo, siguió tus pasos también, ¿no es así? —levantó una ceja—. Solo se casó por conveniencia.
Erick salió del salón, dejando a su padre observando la insignia en la mesa; se acercó y acarició la piedra azul del centro, mirándola con tristeza.
—¿Qué debo hacer? —preguntó con debilidad y luego miró hacia uno de los ventanales, desde dónde se alcanzaba ver el océano.
A la hora de la cena, las mesas estaban dispuestas en el salón; muchas señoritas tomaron sus lugares y esperaron ansiosas a que llegara el príncipe. El rey llegó con su esposa y se sorprendió, ya que él y sus hijos, debían haber estado antes que las invitadas, pero entendió que ellas estaban emocionadas porque sabía que su hijo descartaría a unas esa misma noche y en la siguiente semana, trataría a las cinco que quedarían como candidatas, para su matrimonio. Guillermo llegó en compañía de la princesa Judith, su esposa y se sentaron a la derecha del rey.
Poco después, llegó Erick, en compañía de Agustín, Alejandro y Julián, quienes vestían con ropa noble; su porte, elegancia y gallardía, hacían notar que, si no eran parte de la realeza en algún otro reino, por lo menos provenían de casta noble. Debido a su apariencia y actitud, todas las jóvenes observaron al rubio con interés, pero él no les prestó atención; él solo tenía ojos para Erick.
A pesar de que no era correcto, Erick había pedido que dispusieran un lugar para Agustín, más que nada, para que acompañara a Julián, ya que él si era un invitado. En cuanto llegaron a sus lugares, tanto Alejandro, como Julián, movieron las sillas de sus acompañantes, con caballerosidad, para que tomaran asiento; Erick sonrió complacido y le dedico una mirada amorosa a Alejandro, quien le correspondió la sonrisa; por su parte, Agustín sintió que el calor subía a su rostro y bajó el rostro, agradeciendo en murmullo la atención; después de eso, los otros dos tomaron asiento.
El rey había observado la situación, pero no le prestó la más mínima atención; Guillermo al contrario, sentía ansiedad, ya que sabía lo que Erick tenía planeado hacer y esperaba que tuviera éxito, más que nada por él mismo.
Ante una orden del rey, los siervos empezaron a servir la comida y le dedicó una mirada a su hijo. Erick respiró profundamente y se incorporó; sujetó una copa y dio unos golpecitos con un cubierto, para llamar la atención y que el cuchicheo callara.
—Buenas noches, señoritas —dijo para las damas que lo miraban expectantes—. El día de hoy, quiero disculparme con ustedes, porque están en este lugar, esperando una elección mía, sobre las cinco candidatas que se quedarán una semana más, hasta que decida quien será mi esposa —sonrió de lado—, pero antes de proseguir, quisiera hacerles una pregunta, ¿realmente están felices de ser tratadas solo como un objeto de intercambio?
Las mujeres pusieron un gesto de susto; Alejandro, Julián y Agustín se sorprendieron, a la par que la reina y la princesa Judith, ya que Guillermo se mantenía impasible, esperando la reacción de su padre, pues su gesto mostraba desconcierto en ese momento.
—Porque eso es lo que son en este momento —prosiguió el ojiazul—, todas y cada una de ustedes, están aquí porque fueron enviadas por sus familias, para buscar una unión que ayude a la política de su país, con un príncipe que ni siquiera está en la lista futura de heredar el trono —señaló con diversión— y eso es algo desagradable, al menos para mí…
Los músculos del rey se tensaron completamente y apretó los descansabrazos de su silla.
—Todas ustedes son hermosas, eso no se niega —Erick se alzó de hombros—, pero lamentablemente para ustedes, no me gustan las mujeres —dijo con total seguridad y los presentes se quedaron helados—, así que, aquella que realmente quiera casarse, con un hombre que ni siquiera la va a desear, no debe tener una pisca de amor propio.
—¡Erick! —su padre se puso de pie y todos voltearon a verlo.
El príncipe sonrió— bien, he dicho lo que tenía que decir, si mañana, aún queda alguna de ustedes deseando casarse conmigo por interés, conveniencia u obligación, quiero que le quede claro que realmente, puede quedarse en este lugar como invitada de mi familia, pero perderá tiempo valioso que puede aprovechar en buscar un hombre que realmente la ame, en otro lugar —ladeó el rostro—, porque, al menos conmigo, no va a tener un matrimonio ya que no me pienso casar con ninguna.
El silencio reinó y el soberano se movió de su lugar, yendo hasta su hijo, lo sujeto del brazo y lo guió, sin consideraciones a la salida del comedor; Alejandro quiso seguirlo, pero Agustín lo sujetó del brazo y negó, por lo que el rubio se volvió a sentar, pero se quedó inquieto.
Algunas chicas empezaron a reaccionar y se pusieron de pie, retirándose de la mesa, pero otras seguían estupefactas y no supieron qué hacer, más que quedarse en su lugar.
Por su parte, el rey llevó a su hijo a otro salón— ¡¿te das cuenta de lo que hiciste?! —preguntó con ira.
—¿Qué? —Erick lo miró con fingida inocencia.
—Todas esas chicas son de reinos con poder político grande y tú, ¡acabas de humillarlas! —gritó—. En los próximos días, ellos exigirán una disculpa adecuada, una compensación o tu palabra de matrimonio —respiró agitado— y si no los complacemos, ¡podríamos ir a la guerra!
Erick se cruzó de brazos— me diste la opción de elegir.
—¡Sí! —aceptó su padre—. ¡Pero tenías que elegir a una de las personas del salón!
El príncipe sonrió— ¿Es eso? ¿Tengo que elegir a alguien de ahí? Bien, elijo a Alejandro.
—¡¿Qué estás diciendo?!
—Elijo para casarme, a Alejandro, el chico rubio que encontré en la playa —dijo con seguridad.
—¡¿Estás loco?!
—No, no lo estoy…
El rey pasó la mano por su frente, estuvo a punto de quitarse la corona y estrellarla en el piso, pero no lo hizo, solo respiró profundamente— Erick… —dijo el nombre de su hijo con seriedad—. Tienes que casarte con una dama —habló con lentitud.
—¿Por qué? —el pelinegro levantó una ceja—. No es necesario, no necesito tener herederos, solo quiero una vida tranquila, especialmente si no voy a ser el rey y…
—¡Tú eres el heredero a la corona! —gritó su padre frustrado.
—¿Yo? ¿Por qué yo? —preguntó con incredulidad, aún y que su hermano se lo dijo, no lo creía del todo.
—Porque eres mi hijo, ¡el único con ojos azules! —señaló el mayor con cansancio—. Eres el único que puede ser mi sucesor, ¡¿entiendes?!
Erick pasó las manos por su rostro y suspiró— ¿sólo es por mis ojos?
—Sí —respondió escuetamente el soberano.
Erick apretó los labios— padre… si yo no hubiera nacido con ojos azules, ¿me hubieras reconocido? —preguntó débilmente.
—No quiero hablar de eso.
—Creí que lo hiciste, porque amabas a mi madre, a pesar que no era tu esposa…
—Erick, tu madre era solo… —dudó—. Era una concubina más —su voz sonó fría —. Tuve varias —confesó—, pero tu madre fue la única que quedó embarazada y aunque mi esposa me pidió que la echara, cuando tu naciste y me di cuenta que tenías los ojos azules, supe que no podía negarte el derecho que te corresponde por tradición, ya que mis otros dos hijos no tienen ojos azules, pero mi única hija legítima, que sí los tenía, falleció y si eso no hubiera pasado, ella debía haber sido la reina —contó con toda seriedad.
El príncipe sintió un nudo en su garganta y luego forzó una sonrisa— toda mi vida… Pensé que me habías reconocido, porque amabas a mi madre —confesó con tristeza.
El monarca miró al techo— la quise, quizá más de lo que quise a otra, pero…
—¿Y a la reina?
—¿Qué quieres decir?
—¿Amas a la reina o solo la quieres?
—Erick…
—¡Responde! —exigió el joven con ansiedad.
—Alguna vez la amé… Pero de eso ya hace mucho, el amor es pasajero.
El príncipe negó— no… —apretó sus puños —. El amor no es así.
—Erick, tú no sabes cómo es el amor —dijo el mayor con desdén—, eres joven, estuviste diez años en un monasterio y no tienes experiencia en esas cosas.
—Tal vez soy inexperto —afirmó—, pero de algo estoy seguro —buscó la mirada de su padre—, ¡no quiero ser como tú! —dijo con un dejo de desprecio—. Quiero casarme por amor, ¡no por imposición! —se irguió con seguridad—. No me importa si pierdo el derecho de ser príncipe, ¡no importa si pierdo todo! —se quitó la insignia real que usaba en su traje y la dejó con un golpe seco en la mesa—. Realmente no soy tu hijo legítimo, así que, ¡¿qué importa?!
—Pero, ¡la corona…!
—Dásela a Guillermo, él de seguro sabrá qué hacer con ella, después de todo, siguió tus pasos también, ¿no es así? —levantó una ceja—. Solo se casó por conveniencia.
Erick salió del salón, dejando a su padre observando la insignia en la mesa; se acercó y acarició la piedra azul del centro, mirándola con tristeza.
—¿Qué debo hacer? —preguntó con debilidad y luego miró hacia uno de los ventanales, desde dónde se alcanzaba ver el océano.
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