Capítulo XII
Erick no dijo nada en todo el trayecto de regreso al castillo; Alejandro intentó sujetarlo la mano, pero el pelinegro lo rechazó y se giró para el lado contrario, algo que molestó al rubio, pero nada podía hacer, era obvio que el príncipe estaba molesto. Agustín y Julián también estaban serios y no se movieron en lo más mínimo; ambos esperaban las reacciones de los otros dos, para actuar.
Al llegar al palacio, Erick bajó de un salto— que nadie me moleste hasta la cena —ordenó y corrió al interior, dejando a los otros tres aun en la carroza.
—Esta vez sí está enojado— suspiró Agustín y negó, bajando con calma, seguido de los otros dos—. Es mejor no molestarlo o puede ser contraproducente —comentó—, ¿quieren ir a recorrer la playa otra vez? —pregunto con amabilidad, a sabiendas que si se quedaban en el castillo, sería aburrido esperar hasta la hora de la cena y la fiesta.
Alejandro y Julián no pudieron objetar, así que siguieron al pelinegro a recorrer la playa.
En un momento, Alejandro se separó, quedándose en una orilla, junto con las mascotas de Erick, quienes los habían acompañado también; Agustín y Julián siguieron su camino. El castaño sabía que Alejandro trataría de obtener noticias de su hogar, por lo que debía darle su espacio y entretener a su acompañante, pero al alejarse un poco, Agustín empezó a hablar.
—¿Él de verdad se llama Alejandro? —preguntó mirando al castaño.
Julián sonrió; era obvio que Agustín era más precavido que el príncipe Erick y por ello quería estar seguro de las cosas, así que debía decirle la verdad, como pudiera. Se detuvo un momento, lo sujetó de los hombros, lo miró a los ojos y finalmente asintió, tratando de demostrarle que estaba siendo completamente sincero.
Agustín fijó su mirada miel en los ojos castaños y luego sonrió más tranquilo.
—Es obvio… —dijo con voz baja—. Que él no es el Alejandro que mi señor esperaba —comentó cansado, llamando la atención de Julián—. Es decir… debemos ser honestos y realistas —sonrió con sarcasmo—, es imposible que un par de chicos estuvieran en medio del mar, para ayudarnos cuando naufragamos, ¿cierto?
Julián entrecerró los ojos «no, no es imposible…» y apretó los puños, sintiéndose frustrado, ya que no podía decirle o explicarle nada al otro.
—Yo mismo he dudado de lo que vi aquella vez, hace más de diez años —continuó el pelinegro—, de hecho, me esforcé por seguir adelante y fingir que todo fue un sueño, para tratar de buscar algo real y tangible —se alejó unos pasos—, pero no tuve el valor de decirle al príncipe que hiciera lo mismo…
El castaño se asustó «¡no me digas qué…!» su respiración se agitó, se acercó a Agustín y lo sujetó de la muñeca, haciéndolo girar y mirándolo al rostro, «¡¿te gusta?!» a pesar de que no podía decir nada, su gesto fue muy claro para el pelinegro.
—¿Piensas que me gusta el príncipe Erick? —preguntó con susto y Julián asintió—. ¡Por supuesto que no! —negó—. Él y yo somos demasiado parecidos, sería como interesarme en mi hermano —hizo un gesto de desagrado, pues un escalofrío recorrió su columna y se estremeció—. No, ni siquiera quiero imaginarlo —pasó la mano por su cabello—. ¡Fuera, imagen mental!
Julián suspiró tranquilo y luego sonrió, pasando la mano por el cabello negro «lo siento»
Agustín lo miró molesto— no vuelvas a pensarlo —pidió con seriedad—. Aprecio mucho al príncipe, es cierto —confesó—, pero es porque estoy muy agradecido con él…
Agustín caminó hacia la orilla del mar, cerca de dónde las olas alcanzaban a llegar y se sentó en la arena; Julián lo imitó y se sentó a su lado.
—¿Sabes que para alguien que no es de familia noble, es imposible pertenecer, siquiera, a la guardia real? —preguntó el pelinegro, abrazando sus piernas—. Ya no digo ser el acompañante de un príncipe, pues solo hijos de la alta nobleza deberían tener ese honor.
«No lo sabía…» pensó el castaño, ladeando el rostro «aunque en Atlántida es parecido, ya que si no eres descendiente de los antiguos cortesanos o estás emparentado con alguna familia de clase alta y eres fuerte, no puedes estar en la milicia…» divagó.
—Yo no soy de sangre noble —la voz triste de Agustín interrumpió el monólogo de Julián—, de hecho, no soy nadie en realidad —confesó—, ni siquiera sé quién es mi padre, ya que abandonó a mi madre cuando ella estaba embarazada de mí… —miró hacia el mar—. Mi madre hizo lo mismo conmigo cuando tenía seis años —sonrió tristemente—, se fue con un marinero y nunca más volvió, así que yo me quedé con mi abuela, que trabajaba en el molino y apenas si tenía para alimentarme…
Julián no supo qué hacer, así que solo atino a mover la mano y acariciar los mechones de cabello negro con suavidad, tratando de confortar al otro.
Agustín sonrió— cuando tenía siete años —prosiguió con su relato—, mi abuela enfermó, así que, le pidió un favor a la señora Rosa, que ayudaba en las cocinas del palacio, para que me metieran de mozo, a limpiar y hacer los trabajos que nadie quería hacer —se encogió de hombros—. Yo no quería dejarla sola, pero ella me dijo “Guti, tienes que buscar cómo ganarte la vida, porque yo no voy a durar mucho y no quiero que quedes a la deriva, así que ve, trata de portarte bien y hacer todo lo que puedas para quedarte a trabajar en el palacio, dónde al menos, sé que comerás tres veces al día” —mordió su labio y calló un momento.
«Guti… es un lindo sobrenombre…»
—Así, llegué al palacio… Y a pesar de que no podía entrar al castillo, porque solo podía quedarme en la zona de criados y partes externas, todo era tan distinto a mi humilde casa, que me sentía fuera de lugar —apretó los parpados—. En un principio, me pusieron a limpiar el establo y casi un mes después, me dieron la oportunidad de entrar a la cocina —rió—, la señora Rosa me dijo que ocupaban un siervo que llevara algunas bebidas al cuarto del príncipe y como el chico que normalmente lo hacía estaba enfermo y no querían que contagiara a su majestad, me recomendó a mí —se alzó de hombros—, después supe que debido a la edad del príncipe, no podía estar con personas mucho más grandes que él, excepto con su tutor, por eso no podían enviar a nadie más.
«Tan estrictos como en Atlántida…» Julián esbozó una sonrisa, ya que a Alejandro tampoco le permitían estar cerca de personas mucho más grandes que él, a excepción de sus maestros y sus compañeros debían ser de un rango de edad aproximado, por eso él, Miguel y Marisela, eran sus únicos amigos.
—Cuando fui a la habitación, el príncipe no me esperaba —Agustín seguía con su historia—, es decir, él esperaba a su siervo, así que al verme, se asustó y pensó que iba a ocasionarle problemas, por lo que se puso a la defensiva con una espada que traía en mano —rió—. Él tenía nueve años, así que ya podía usar la de esgrima y aunque intenté explicarle, no me escuchó y al hacerme retroceder, me caí, rompiendo las copas de cristal —bajó el rostro apenado.
Julián frunció el ceño, no entendía el porqué de esa reacción.
—Sabía que eso era una falta grave —el pelinegro se mordió el labio—, ni con mi salario de un año, podría pagar una copa tan fina —suspiró—, así que… me puse a llorar, como cualquier niño —se burló, aunque sentía un nudo en su garganta.
El castaño respiró profundamente, imaginándose a ese niño llorando, triste, al sentirse mal por esa situación, así que paso la mano por los hombros del otro y lo acercó a su cuerpo.
—Ante el escándalo, los guardias llegaron y le dijeron al príncipe quién era yo —Agustín respiró hondamente—, pero en ese momento, también llegó el señor Grim, su tutor —un estremecimiento lo cimbró completamente—, él quiso llevarme a azotar por haber roto las copas y haber derramado el jugo de frutas, sobre un tapete muy caro.
Julián no comprendía algunas palabras que Agustín usaba, pero imaginaba que “azotar”, era alguna clase de castigo.
—El príncipe intentó explicarle que había sido su culpa, pero él no lo dejó —negó—, solo me agarró de la mano y aunque yo no quería salir de ahí, temiendo lo que me iba a pasar, porque ya había visto los castigos que le daban a algunos por sus errores, él me obligó a seguirlo.
«Sabía que era un castigo…»
—No supe que pasó con el príncipe, ya que lo último que vi fue que, salió corriendo por el pasillo y después nada —sonrió—, minutos después, yo estaba en el patio, amarrado al poste de castigo, el profesor Grim me quitó la camisa que traía y dejó mi espalda descubierta —apretó los puños—. La señora Rosa le suplicó que no me castigara, pero él ordenó que me dieran diez latigazos, uno por cada moneda de oro que nunca podría pagar —respiró profundamente—, el verdugo titubeó, porque era un niño claro, y normalmente no castigan a menores sin el consentimiento real, pero entonces el maestro Grim sujetó el látigo y sin dudar, me dio el primer azote.
El silencio reinó un momento; Julián se sorprendió, aun no comprendía que era un azote, pero seguro lo investigaría, para saber que era.
—¿Alguna vez te han castigado así? —Agustín levantó el rostro y miró a su compañero—. ¿Eres un esclavo? Si lo eres, debes saber lo que se siente…
El castaño negó y el pelinegro suspiró.
—Entonces no eres un esclavo —sonrió más tranquilo—, pero sí sabes cómo es, ¿verdad?
Julián volvió a negar.
—Debes ser de un país donde castigan de otras maneras…
El castaño asintió y el menor entendió que debía explicarle.
—El golpe del látigo arde —confesó Agustín—, el dolor es tan grande, que incluso los adultos no pueden soportar mucho, sin que sus espaldas empiecen a sangrar, ya que el látigo lacera profundamente la piel y produce heridas que dejan cicatrices…
El rostro de Julián mostró el desconcierto que esas palabras le causaron y sus ojos se abrieron desmesuradamente; aunque quería imaginar lo que el otro le contaba, no podía.
—Lloré —el pelinegro prosiguió—, pedí y supliqué perdón, juré que tendría más cuidado, pero él no me escuchó —negó.
La respiración de Julián se aceleró, no sabía quién era ese hombre, pero si lo encontraba, seguramente lo mataría con sus propias manos, especialmente al ver el semblante tan triste de Agustín y el como una lágrima rodaba por su mejilla. Julián movió la mano y limpió la humedad con delicadeza; él no comprendía esa reacción, ya que debajo del mar nadie lloraba, era imposible; por su parte, Agustín movió sus manos y se limpió con rapidez y algo de frustración, las lágrimas que aún no derramaba, ya que no quería que el otro lo viera vulnerable.
—El profesor Grim recogió el látigo y estuvo a punto de darme el segundo golpe, cuando la voz del rey lo detuvo…
«¿El rey?» pensó el mayor, confundido.
—Había llegado, junto con el príncipe, quien había ido a buscarlo para que me ayudara —sonrió débilmente—, el rey reprendió al tutor del príncipe, por haber dispuesto ese castigo sin consultarlo con él y ordenó que me llevaran a una de las habitaciones del palacio —suspiró—, ahí me atendieron, pues aunque fue un solo latigazo, me había sacado sangre…
Julián sintió que la ira lo invadía, al imaginar al otro herido, a causa de un sujeto irracional «¡Lo mataré! ¡¿Cómo pudo atreverse?!»
—Estando ahí, el príncipe me dijo que su padre aceptó que yo me quedara con él, como su acompañante, compañero de juegos y mozo personal, por lo que todos en el castillo, me tendrían las consideraciones merecidas por mi nuevo trabajo —sonrió—. Desde entonces, todos me tratan bien —suspiró—, al único que aún no le agrado del todo, es al profesor Grim… De hecho, a pesar de que ya está grande, me sigue viendo con desaprobación —hizo una mueca cansada—, pero no puedo hacer nada, ya que no le caigo bien porque dice que ser el acompañante del príncipe, debería ser un trabajo para alguien de cuna noble también…
«Eso no importa… es obvio que el príncipe se dio cuenta de que eres especial…» Julián acarició la mejilla de Agustín y posó los dedos en la barbilla del menor, obligándolo a levantar el rostro, para sonreírle.
Agustín miró los ojos castaños del otro; sintió una sensación rara en la boca de su estómago y cómo su rostro ardía, especialmente cuando Julián se acercó lentamente a su rostro, en un intento de besarlo.
El pelinegro se asustó y de inmediato se alejó, se puso de pie de un salto y sonrió nervioso—yo… Creo que debemos volver —dijo con voz trémula, mientras su corazón latía acelerado—, es tarde y debemos comer un poco —señaló.
Julián suspiró cansado, realmente quería besar a Agustín; quería saber qué se sentía besar a un humano y especialmente, qué sabor tendría.
El castaño asintió y se puso de pie, caminando tras Agustín, que parecía querer poner distancia entre ambos; después de unos minutos, llegaron a dónde Alejandro estaba, recostado sobre la arena, donde el agua del mar aun lo alcanzaba, acompañado por las mascotas de Erick. Estaba pensativo, pero se notaba tranquilo, así que Julián supo que las cosas debían estar bien, de lo contrario, su actitud lo delataría.
—¿Descansaste? —preguntó el pelinegro, al estar cerca del rubio.
Alejandro abrió los parpados, se sentó y asintió, antes de ponerse de pie.
—Vamos, iremos a comer un poco y después, veremos si el sastre envió la ropa, para que escojan un atuendo para la noche —señaló y empezó a caminar.
Julián se puso al lado de Alejandro y le dedicó una mirada seria; el ojiverde lo miró de soslayo y le sonrió confiado. Era todo lo que el castaño necesitaba, para saber que las cosas estaban tranquilas en Atlantida.
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