Capítulo XI
A pesar de que Alejandro quería cenar con Erick, le fue imposible; su cuerpo sucumbió a causa del alcohol que nunca antes había bebido, así que tanto él, como Julián, se quedaron no solo la tarde, sino toda la noche en la recamara, durmiendo. Algunos siervos estuvieron al pendiente, pero ninguno de los dos despertó, hasta que amaneció.
En cuanto empezaron a recobrar el sentido, una sirvienta fue a avisarle al príncipe, quien ya estaba en el comedor junto con su familia y las invitadas, así que el ojiazul le pidió a Agustín que fuera a atenderlos, porque él no podía escaparse; Agustín no estaba en la mesa sino tras él, por si lo necesitaba y él sí podía acudir al llamado.
Agustín salió del comedor y fue a la habitación, encontrándose al rubio y al castaño, sentados en una mesa, con el desayuno enfrente, pero tenían cara de pocos amigos.
—¡Buenos días! —saludó el recién llegado, pero se sorprendió al ver que ambos hacían gesto de molestia—. No me digan que tienen resaca —se burló—, eso sí que es extraño —se sentó al lado de Julián y sonrió—, realmente nunca habían bebido, ¿eh?
Los dos lo miraron con cansancio y el pelinegro les dedicó un gesto condescendiente.
—Está bien, no creo que el príncipe deje que beban alcohol de nuevo —se alzó de hombros y sujeto una jarra, sirviendo jugo en un vaso, para él—, esto es simple jugo de naranja —explicó dando un sorbo, para que entendieran que no era “peligroso”—, así que no debe ocasionarles ningún malestar.
Alejandro y Julián se vieron entre sí. El castaño sujetó el vaso y lo acercó a su boca, percibiendo un aroma dulce, así que le dio un sorbo, disfrutando el líquido; lo alejó y asintió para su propio príncipe, diciéndole con ese gesto, que no había problema. El rubio imitó a su amigo y disfrutó esa bebida.
«Por lo menos, no todo es igual a lo de ayer…» suspiró el ojiverde.
Ambos empezaron a comer con algo de curiosidad, ya que había cosas diferentes a lo que habían probado el día anterior; Julián le ofreció a Agustín y el chico negó.
—Gracias, pero ya desayuné —sonrió—. Ustedes deben comer bien, además, hoy me encargaré de acompañarlos, porque no sabemos a qué hora se desocupe su majestad.
Con esas palabras, Alejandro levantó el rostro de inmediato y Agustín notó su semblante preocupado.
—Lo que ocurre es que él tiene que pasar tiempo con las invitadas —explicó—, así que está llegando a un acuerdo con su padre y con ellas, para tener tiempo y salir con ustedes también.
Alejandro apretó los cubiertos en la mano; no le agradaba que Erick pasara tiempo con chicas, especialmente porque eso era tiempo perdido para él.
—Aunque no podemos ir al pueblo, el príncipe Erick me pidió que los llevara a conocer el terreno del palacio —prosiguió Agustín—, eso incluye la playa.
Julián fijó la mirada en Alejandro y el rubio entendió lo que quería decirle; era el momento de enviar el mensaje a Marisela y Miguel.
Agustín llevó a los invitados de Erick a recorrer los terrenos aledaños del castillo; los tres eran seguidos por Thunder y Bolt, quienes no podían pasar tiempo dentro del castillo, porque el hermano del príncipe no deseaba a esas bestias dentro.
Después de recorrer un poco el muelle y un tramo de la playa, Alejandro le hizo una seña a Julián y el castaño se llevó a Agustín un poco lejos, seguidos de los canes, permitiendo que el príncipe de Atlántida se introdujera al agua y buscara ayuda de algún pez, para enviar el mensaje; fue complicado, ya que aparte de no poder estar mucho tiempo bajo el agua, tampoco tenía voz, pero grabó un mensaje en una concha y un par de peces le llevaron mar adentro, donde algún otro se encargaría de llevarlo al fondo del mar. Después, él regresó a la superficie, quedando de pie, ya que no estaba en un lugar tan profundo y el agua le llegaba a la cintura.
«Espero lo reciban…» pensó, mirando el horizonte.
—¡Si te quedas mucho tiempo ahí, puedes enfermar!
La voz de Erick se escuchó y Alejandro volteó a verlo.
—Aún es temprano y debido a la época, el agua está fría —sonrió el pelinegro—, además, no debes entrar al mar con ropa —Erick se descalzó y quitó parte de su ropa, quedando solo en la interior e introduciéndose al mar también, nadando hasta acercarse al ojiverde, saliendo frente a el otro, quedando de pie también—. Después de naufragar, pensé que no querrías estar en el mar —comentó divertido.
Alejandro no había apartado la mirada del otro, sintiéndose sumamente inquieto al verlo con la ropa ligera pegada al cuerpo, que debido a la tela y al color claro, podía apreciarlo casi como si estuviera desnudo.
—¿Te sientes mejor? —Erick lo miró hacia arriba.
«Mucho mejor ahora…» Alejandro asintió, pero no pudo contenerse, acercándose al pelinegro y sus manos se movieron con rapidez, una a la cintura, por debajo del agua y la otra a la mejilla del otro.
Erick se estremeció por el toque y bajó el rostro— no es correcto que me toques así —comentó débilmente—, ahora no hay guardias cerca, pero si lo llegan a ver, irán a decírselo al rey y lo menos que mi padre haría, sería enviarte a azotar.
El rubio levantó una ceja «no sé qué es eso, pero pagaría el precio…»; movió su mano y obligó al príncipe a levantar el rostro, mirándolo a los ojos.
La respiración del ojiazul se aceleró y supo que si no se alejaba, se perdería en esas hermosas esmeraldas que lo miraban de una manera tan intensa, que sentía que lo calcinaría; puso las manos en el torso del rubio y creyó que lo estaba empujando, pero realmente lo sujetó y se acercó con lentitud.
Alejandro no desaprovecho la oportunidad; sin dudar se inclinó y besó a Erick, saboreando un dulce sabor, como el del jugo que había bebido antes. El ojiazul cerró los ojos y se perdió en la caricia; jamás había besado a nadie, pero eso no le impidió rendirse a ese sentimiento que lo inundó. La otra mano de Alejandro se movió al cuello y luego, recorrió la espalda de Erick, uniéndose a la que ya lo tenía sujeto por la cintura, ejerciendo presión y acercándolo más; el ojiazul subió los brazos, sus manos primero acariciaron el cuello de su compañero y después, enredó los dedos en los mechones dorados, húmedos por el mar.
Por un instante, todo desapareció para ambos, más los ladridos de Thunder y Bolt se escucharon y Erick reaccionó, empujando a Alejandro, apartándose de golpe y sorprendiendo al rubio, quien quería ahondar más la caricia. El ojiazul se movió de inmediato, nadando hacia la orilla, necesitaba alejarse de la tentación.
Agustín llegó poco después— ¡¿majestad?! ¡Está empapado! —señaló y se movió para ayudarle con la ropa que estaba en la arena.
—Sí, yo… es que Alex estaba en el agua… yo tenía mucho que no me metía al mar y lo acompañé —explicó, ya que desde que era niño, no podía entrar al agua, por orden de su padre.
Alejandro llego a la orilla también; Julián lo miró con suspicacia y el rubio le sonrió cómplice.
«Creo que realmente le gusto…»
—Debemos ir a cambiarnos para salir —anunció el príncipe—. Necesitamos ropa con urgencia, ya que mi padre hará una cena especial hoy —señaló—, quiere que disminuya la cantidad de candidatas para casarme y no puede esperar más.
—Está bien, cómo ordene.
Después de recorrer un poco el muelle y un tramo de la playa, Alejandro le hizo una seña a Julián y el castaño se llevó a Agustín un poco lejos, seguidos de los canes, permitiendo que el príncipe de Atlántida se introdujera al agua y buscara ayuda de algún pez, para enviar el mensaje; fue complicado, ya que aparte de no poder estar mucho tiempo bajo el agua, tampoco tenía voz, pero grabó un mensaje en una concha y un par de peces le llevaron mar adentro, donde algún otro se encargaría de llevarlo al fondo del mar. Después, él regresó a la superficie, quedando de pie, ya que no estaba en un lugar tan profundo y el agua le llegaba a la cintura.
«Espero lo reciban…» pensó, mirando el horizonte.
—¡Si te quedas mucho tiempo ahí, puedes enfermar!
La voz de Erick se escuchó y Alejandro volteó a verlo.
—Aún es temprano y debido a la época, el agua está fría —sonrió el pelinegro—, además, no debes entrar al mar con ropa —Erick se descalzó y quitó parte de su ropa, quedando solo en la interior e introduciéndose al mar también, nadando hasta acercarse al ojiverde, saliendo frente a el otro, quedando de pie también—. Después de naufragar, pensé que no querrías estar en el mar —comentó divertido.
Alejandro no había apartado la mirada del otro, sintiéndose sumamente inquieto al verlo con la ropa ligera pegada al cuerpo, que debido a la tela y al color claro, podía apreciarlo casi como si estuviera desnudo.
—¿Te sientes mejor? —Erick lo miró hacia arriba.
«Mucho mejor ahora…» Alejandro asintió, pero no pudo contenerse, acercándose al pelinegro y sus manos se movieron con rapidez, una a la cintura, por debajo del agua y la otra a la mejilla del otro.
Erick se estremeció por el toque y bajó el rostro— no es correcto que me toques así —comentó débilmente—, ahora no hay guardias cerca, pero si lo llegan a ver, irán a decírselo al rey y lo menos que mi padre haría, sería enviarte a azotar.
El rubio levantó una ceja «no sé qué es eso, pero pagaría el precio…»; movió su mano y obligó al príncipe a levantar el rostro, mirándolo a los ojos.
La respiración del ojiazul se aceleró y supo que si no se alejaba, se perdería en esas hermosas esmeraldas que lo miraban de una manera tan intensa, que sentía que lo calcinaría; puso las manos en el torso del rubio y creyó que lo estaba empujando, pero realmente lo sujetó y se acercó con lentitud.
Alejandro no desaprovecho la oportunidad; sin dudar se inclinó y besó a Erick, saboreando un dulce sabor, como el del jugo que había bebido antes. El ojiazul cerró los ojos y se perdió en la caricia; jamás había besado a nadie, pero eso no le impidió rendirse a ese sentimiento que lo inundó. La otra mano de Alejandro se movió al cuello y luego, recorrió la espalda de Erick, uniéndose a la que ya lo tenía sujeto por la cintura, ejerciendo presión y acercándolo más; el ojiazul subió los brazos, sus manos primero acariciaron el cuello de su compañero y después, enredó los dedos en los mechones dorados, húmedos por el mar.
Por un instante, todo desapareció para ambos, más los ladridos de Thunder y Bolt se escucharon y Erick reaccionó, empujando a Alejandro, apartándose de golpe y sorprendiendo al rubio, quien quería ahondar más la caricia. El ojiazul se movió de inmediato, nadando hacia la orilla, necesitaba alejarse de la tentación.
Agustín llegó poco después— ¡¿majestad?! ¡Está empapado! —señaló y se movió para ayudarle con la ropa que estaba en la arena.
—Sí, yo… es que Alex estaba en el agua… yo tenía mucho que no me metía al mar y lo acompañé —explicó, ya que desde que era niño, no podía entrar al agua, por orden de su padre.
Alejandro llego a la orilla también; Julián lo miró con suspicacia y el rubio le sonrió cómplice.
«Creo que realmente le gusto…»
—Debemos ir a cambiarnos para salir —anunció el príncipe—. Necesitamos ropa con urgencia, ya que mi padre hará una cena especial hoy —señaló—, quiere que disminuya la cantidad de candidatas para casarme y no puede esperar más.
—Está bien, cómo ordene.
Después de cambiarse de ropa, los cuatro salieron al pueblo una vez más; en esa ocasión, fueron directamente a la sastrería.
Víctor los recibió con efusividad y de inmediato les mostró algo de ropa que tenía ya hecha, la cual solo necesitaba ajustes mínimos, como los dobladillos o ajustar en la costura del torso.
Mientras el moreno le buscaba ropa a Alejandro, llegó Luís; Alejandro lo miró con frialdad. Realmente no le agradaba ese sujeto y menos, porque era obvio que se sentía atraído por Erick.
—Parece que están ocupados —comentó el castaño.
—Un poco —Erick estaba sentado al lado de Alejandro, leyendo un libro, mientras Agustín le ayudaba a Julián, pasándole algo de ropa que Víctor le separó antes y que podía quedarle—. ¿Vienes solo?
—Daniel vendrá en un momento más —señalo el recién llegado—. Me adelanté porque… Príncipe, ¿me permite un momento? —indagó con seriedad.
Erick bajó el libro y lo miró de soslayo; la voz seria de su amigo, le llamó la atención y debido a su curiosidad, accedió de inmediato.
—¿Qué necesitas?
—Lo que quiero decirle, tiene que ser a solas y de preferencia, afuera —Luis forzó una sonrisa—. Si no es molestia.
Erick dejó el libro sobre la mesita que tenía al lado— vuelvo en un momento.
Víctor se asomó desde la habitación donde tenía la ropa— no tardes, quiero que veas los trajes que Alex puede usar para esta noche y después la ropa común.
—Está bien… —el ojiazul asintió, pero antes de alejarse, el rubio lo sujetó de la muñeca con rapidez y buscó su mirada con ansiedad—. No tardamos… —sonrió—. Tranquilo, cualquier cosa, Agustín está aquí.
A pesar de no querer soltarlo, Alejandro tuvo que hacerlo, pero su mirada chocó con la de Luis, que parecía molesto por lo que acababa de presenciar. Erick acarició los mechones de cabello dorado, tratando de confortar al rubio y después, salió de la sastrería con su amigo; apenas cruzaron la puerta, Alejandro apresuró el paso para ir tras ellos.
Los amigos salieron al patio trasero, ya que no era correcto que la gente viera al príncipe en la calle, platicando de forma casual con alguien, especialmente si ya había ocurrido en la taberna y las murmuraciones llegarían tarde o temprano al palacio y a su padre.
Erick se recargó en una columna, que sostenía el techo exterior de la sastrería— ¿ocurre algo malo? —preguntó directamente.
—Erick…
Con el simple hecho de escuchar a Luis decir el nombre del ojiazul, Alejandro apretó los puños con molestia; él no podía nombrarlo y le disgustaba sobremanera que otros sí pudieran, pero con ese chico castaño era peor, ya que estaba seguro del interés que tenía en Erick.
—Sé que eres un chico de buen corazón —prosiguió el castaño—, eres el príncipe de Celestia y desde pequeño demostraste tener calidad humana, pero no creo que sea correcto que te acerques mucho a ese sujeto rubio, que está ahora acompañándote.
—¿Te refieres a Alejandro?
—¿Realmente ese es su verdadero nombre?
—¡Claro que sí! Él asintió cuando le pregunté si ese era su nombre —sonrió el pelinegro—, no creo que lo haya hecho por que sí.
—Erick… —Luis se acercó a su amigo, lo sujetó del hombro y lo miró a los ojos—. Todos en el pueblo saben qué hace años, buscabas a un chico de cabello claro y de nombre Alejandro, ¿qué tal si él lo dijo solo para que tú le creyeras y lo aceptaras con facilidad?
—No creo que él supiera eso, no es de este lugar, dudo mucho que sea de nuestro país —objetó el príncipe.
Luis entornó los ojos, le parecía molesto que el otro no quisiera entender su desconfianza; le parecía increíble que Erick fuera tan cordial, a pesar de las circunstancias.
—Erick, realmente me preocupo —insistió el castaño—. Ayer y hoy, he visto que tienes una actitud muy cariñosa con él.
Erick se estremeció y desvió la mirada— estas… estás imaginando cosas —rió nerviosamente.
—No, no las imagino —Luis negó—. Realmente te sientes atraído a ese sujeto, pero temo que no sea por él, sino por la ilusión que tienes, sobre un chico que te salvó en el mar —habló con frialdad—, tú mismo dijiste que él te dio su nombre, entonces, este sujeto —señaló al interior de la sastrería—, obviamente no puede ser ese chico y más vale que lo entiendas o de lo contrario, saldrás herido.
El príncipe suspiró— sé que no puede ser él, estoy consciente de ello —sonrió tristemente—, pero aun así, esto que él provoca en mí, esto que siento cada que lo veo, no es solo por eso —negó—, él realmente me agrada —confesó—, pero aun así, nada serio puede haber entre nosotros… —su rostro mostró un semblante triste—. Mi padre no lo permitiría y además, se supone que debo casarme con una mujer, así que, no importa cómo me sienta o lo que desee.
—Pero… ¡¿por qué él?!
Erick se sorprendió al escuchar el tono de Luis— ¿a qué te refieres?
—Digo que… si solo quieres un amante varón, hay otros que puedes tener —añadió con molestia—. Cualquiera sería feliz con eso, aunque no pueda aspirar a un matrimonio y solo sea un entretenimiento ocasional —movió la mano y sujetó la de Erick—, especialmente yo.
Los ojos azules del príncipe, se abrieron con sorpresa y no atinó a reaccionar cuando Luis se acercó a intentar besarlo, pero antes de lograr su objetivo, alguien lo alejó, sujetándolo del hombro y apartándolo con un empujón.
—¡¿Pero qué demonios?! —Luis volteó y al ver al rubio, su ira se acrecentó.
Alejandro estaba interponiéndose entre él y Erick, mirándolo con furia. Luis intentó acercarse y el rubio le plantó un puñetazo en el rostro, consiguiendo que cayera hacia atrás, sentado en la madera que formaba el piso del pequeño porche.
—¡Alex! —gritó el ojiazul con sorpresa—. ¡¿Qué es lo que te sucede?!
Alejandro se giró y lo sujetó de la mano, buscando su mirada con ansiedad, evitando que se alejara de él y fuera con el otro.
«¡Soy yo! ¡Realmente soy yo! ¡¿Qué no lo ves?!» sin dudar, el ojiverde acercó la mano de Erick a sus labios y la besó con devoción.
El príncipe entendió que estaba un poco alterado, así que debía calmarlo— está bien, tranquilo —sonrió—, no voy a dejarte, solo… Déjame ayudar a Luis.
«¡No!» negó con efusividad, «él quiere separarme de ti y suficiente tengo con las limitantes del brujo, como para permitirlo también…» sin dudar, abrazó a Erik con fuerza.
Erick no supo cómo reaccionar; era obvio que Alejandro estaba inquieto, así que lo abrazó, acariciando su espalda con suavidad. Por alguna razón, ese chico, aunque lo sabía un adulto igual que él, le parecía como un niño desorientado, así que quería ayudarlo.
—De acuerdo, no te soltaré, calma —accedió el ojiazul.
Víctor, Agustín y Julián, habían salido al escuchar el grito de Erick y Víctor fue el que se acercó a ayudar a Luis a levantarse.
—¿Estás bien?
—¡No! —gritó el castaño y se soltó de un manotazo—. ¡¿Quién te crees que eres para hacer eso?! —intentó acercarse a la pareja, pero tanto Víctor, como Agustín lo impidieron—. ¡Déjenme! ¡Erick no es de tu propiedad! —gritó fúrico—. ¡Yo lo conocí antes que tú!
Alejandro giró el rostro, su mirada destellaba ira; se alejó de Erick y estuvo por ir a golpear nuevamente a Luis, pero Julián lo sujetó, alejándolo de inmediato. El castaño sabía que si su príncipe alcanzaba al otro, seguramente lo mataría, por lo que debía impedirlo, especialmente para evitarle problemas con Erick, ya que Luis era amigo del príncipe de ojos azules.
—¿Qué? ¿Crees que no me puedo defender? —preguntó Luis—. No solo los caballeros de cuna noble, aprenden a defenderse ¡y no dejaré que te quedes con él! ¡¿Entendiste?!
Luis estuvo a punto de soltarse, pero en ese momento iba llegando Daniel y de inmediato se metió también, sujetando a Luis junto con los otros dos.
—¡Cálmate! ¡Ya! —pidió el recién llegado, que había escuchado lo último e imaginaba lo que ocurría, así que intentó razonar con su amigo.
Alejandro movió la mano y estuvo a punto de usar su poder para extraer toda el agua que hubiera en el cuerpo de Luis, aunque no lo tocara, pero Erick se puso en medio y tuvo que cancelar su hechizo.
—¡Ya basta! —gritó el ojiazul, molesto—. ¡Tu actitud está de más! —señaló a Luis—. Mis intenciones con Alex son asunto mío y suficiente tengo con que mi padre quiera decidir mi futuro, así que no pienso permitir ¡que tú también quieras interferir en mi vida! —sentenció con seguridad—. Si Alejandro me gusta, ¡tú no tienes por qué meterte!
—¡Ni siquiera lo conoces! —objetó el castaño.
—¡¿Y eso qué?! —Erick frunció el ceño—. El hecho de que tú no creas en el amor a primera vista, ¡no significa que yo sea igual! —añadió con seguridad.
—¡Creo en el amor a primera vista! —gritó Luis—. Me enamoré de ti desde que te conocí, cuando tenía quince años, ¡¿acaso no te has dado cuenta?!
—Pero yo no siento nada más que amistad por ti a diferencia de lo que siento por Alex, porque ¡él me gusta!
Todos se quedaron en silencio; Alejandro observaba a Erick con sorpresa y Julián ya no ejercía presión en el agarre que tenía contra el rubio, porque se había quedado anonadado con esa confesión y no fue el único, ya que Daniel, Víctor y Agustín, soltaron lentamente a Luis.
—No… —Luis negó—. No es posible… Solo estás dejándote llevar por un vago recuerdo de algo ¡que seguramente ni siquiera fue real! —recriminó con furia—. Ese chico que dijiste ver en el mar, fue solo una ilusión, ¡no existe! ¡Nunca existió! ¡Estás aferrado a un fantasma!
Un golpe calló a Luis y sus amigos tuvieron que sostenerlo para que no volviera a caer. Erick había dado un paso y sin dudar, le plantó un puñetazo en el rostro. El pelinegro levantó el rostro con altivez y respiró profundamente.
—Ese es mi problema —dijo entre dientes, conteniendo la ira que lo inundaba y con un movimiento, acomodó la parte superior de su traje—. Agustín, deja el dinero de la ropa, nos vamos —giró el rostro y miró a Víctor—, manda la ropa al castillo, después de la comida.
El moreno asintió, pero no dijo nada. Erick dio media vuelta y caminó al interior de la sastrería, para ir directamente a la salida principal, seguido por Alejandro; Julián se quedó con Agustín, quien sacó el dinero y pagó por la ropa, antes de seguir al príncipe.
Cuando los amigos se quedaron a solas, Daniel miró con seriedad a Luis— buena la hiciste esta vez, animal.
—Yo… pensé que él…
—¿Te correspondería? —Víctor se cruzó de brazos—. Eres un idiota si pensaste eso — negó—, es obvio que no eres su tipo.
Después de cambiarse de ropa, los cuatro salieron al pueblo una vez más; en esa ocasión, fueron directamente a la sastrería.
Víctor los recibió con efusividad y de inmediato les mostró algo de ropa que tenía ya hecha, la cual solo necesitaba ajustes mínimos, como los dobladillos o ajustar en la costura del torso.
Mientras el moreno le buscaba ropa a Alejandro, llegó Luís; Alejandro lo miró con frialdad. Realmente no le agradaba ese sujeto y menos, porque era obvio que se sentía atraído por Erick.
—Parece que están ocupados —comentó el castaño.
—Un poco —Erick estaba sentado al lado de Alejandro, leyendo un libro, mientras Agustín le ayudaba a Julián, pasándole algo de ropa que Víctor le separó antes y que podía quedarle—. ¿Vienes solo?
—Daniel vendrá en un momento más —señalo el recién llegado—. Me adelanté porque… Príncipe, ¿me permite un momento? —indagó con seriedad.
Erick bajó el libro y lo miró de soslayo; la voz seria de su amigo, le llamó la atención y debido a su curiosidad, accedió de inmediato.
—¿Qué necesitas?
—Lo que quiero decirle, tiene que ser a solas y de preferencia, afuera —Luis forzó una sonrisa—. Si no es molestia.
Erick dejó el libro sobre la mesita que tenía al lado— vuelvo en un momento.
Víctor se asomó desde la habitación donde tenía la ropa— no tardes, quiero que veas los trajes que Alex puede usar para esta noche y después la ropa común.
—Está bien… —el ojiazul asintió, pero antes de alejarse, el rubio lo sujetó de la muñeca con rapidez y buscó su mirada con ansiedad—. No tardamos… —sonrió—. Tranquilo, cualquier cosa, Agustín está aquí.
A pesar de no querer soltarlo, Alejandro tuvo que hacerlo, pero su mirada chocó con la de Luis, que parecía molesto por lo que acababa de presenciar. Erick acarició los mechones de cabello dorado, tratando de confortar al rubio y después, salió de la sastrería con su amigo; apenas cruzaron la puerta, Alejandro apresuró el paso para ir tras ellos.
Los amigos salieron al patio trasero, ya que no era correcto que la gente viera al príncipe en la calle, platicando de forma casual con alguien, especialmente si ya había ocurrido en la taberna y las murmuraciones llegarían tarde o temprano al palacio y a su padre.
Erick se recargó en una columna, que sostenía el techo exterior de la sastrería— ¿ocurre algo malo? —preguntó directamente.
—Erick…
Con el simple hecho de escuchar a Luis decir el nombre del ojiazul, Alejandro apretó los puños con molestia; él no podía nombrarlo y le disgustaba sobremanera que otros sí pudieran, pero con ese chico castaño era peor, ya que estaba seguro del interés que tenía en Erick.
—Sé que eres un chico de buen corazón —prosiguió el castaño—, eres el príncipe de Celestia y desde pequeño demostraste tener calidad humana, pero no creo que sea correcto que te acerques mucho a ese sujeto rubio, que está ahora acompañándote.
—¿Te refieres a Alejandro?
—¿Realmente ese es su verdadero nombre?
—¡Claro que sí! Él asintió cuando le pregunté si ese era su nombre —sonrió el pelinegro—, no creo que lo haya hecho por que sí.
—Erick… —Luis se acercó a su amigo, lo sujetó del hombro y lo miró a los ojos—. Todos en el pueblo saben qué hace años, buscabas a un chico de cabello claro y de nombre Alejandro, ¿qué tal si él lo dijo solo para que tú le creyeras y lo aceptaras con facilidad?
—No creo que él supiera eso, no es de este lugar, dudo mucho que sea de nuestro país —objetó el príncipe.
Luis entornó los ojos, le parecía molesto que el otro no quisiera entender su desconfianza; le parecía increíble que Erick fuera tan cordial, a pesar de las circunstancias.
—Erick, realmente me preocupo —insistió el castaño—. Ayer y hoy, he visto que tienes una actitud muy cariñosa con él.
Erick se estremeció y desvió la mirada— estas… estás imaginando cosas —rió nerviosamente.
—No, no las imagino —Luis negó—. Realmente te sientes atraído a ese sujeto, pero temo que no sea por él, sino por la ilusión que tienes, sobre un chico que te salvó en el mar —habló con frialdad—, tú mismo dijiste que él te dio su nombre, entonces, este sujeto —señaló al interior de la sastrería—, obviamente no puede ser ese chico y más vale que lo entiendas o de lo contrario, saldrás herido.
El príncipe suspiró— sé que no puede ser él, estoy consciente de ello —sonrió tristemente—, pero aun así, esto que él provoca en mí, esto que siento cada que lo veo, no es solo por eso —negó—, él realmente me agrada —confesó—, pero aun así, nada serio puede haber entre nosotros… —su rostro mostró un semblante triste—. Mi padre no lo permitiría y además, se supone que debo casarme con una mujer, así que, no importa cómo me sienta o lo que desee.
—Pero… ¡¿por qué él?!
Erick se sorprendió al escuchar el tono de Luis— ¿a qué te refieres?
—Digo que… si solo quieres un amante varón, hay otros que puedes tener —añadió con molestia—. Cualquiera sería feliz con eso, aunque no pueda aspirar a un matrimonio y solo sea un entretenimiento ocasional —movió la mano y sujetó la de Erick—, especialmente yo.
Los ojos azules del príncipe, se abrieron con sorpresa y no atinó a reaccionar cuando Luis se acercó a intentar besarlo, pero antes de lograr su objetivo, alguien lo alejó, sujetándolo del hombro y apartándolo con un empujón.
—¡¿Pero qué demonios?! —Luis volteó y al ver al rubio, su ira se acrecentó.
Alejandro estaba interponiéndose entre él y Erick, mirándolo con furia. Luis intentó acercarse y el rubio le plantó un puñetazo en el rostro, consiguiendo que cayera hacia atrás, sentado en la madera que formaba el piso del pequeño porche.
—¡Alex! —gritó el ojiazul con sorpresa—. ¡¿Qué es lo que te sucede?!
Alejandro se giró y lo sujetó de la mano, buscando su mirada con ansiedad, evitando que se alejara de él y fuera con el otro.
«¡Soy yo! ¡Realmente soy yo! ¡¿Qué no lo ves?!» sin dudar, el ojiverde acercó la mano de Erick a sus labios y la besó con devoción.
El príncipe entendió que estaba un poco alterado, así que debía calmarlo— está bien, tranquilo —sonrió—, no voy a dejarte, solo… Déjame ayudar a Luis.
«¡No!» negó con efusividad, «él quiere separarme de ti y suficiente tengo con las limitantes del brujo, como para permitirlo también…» sin dudar, abrazó a Erik con fuerza.
Erick no supo cómo reaccionar; era obvio que Alejandro estaba inquieto, así que lo abrazó, acariciando su espalda con suavidad. Por alguna razón, ese chico, aunque lo sabía un adulto igual que él, le parecía como un niño desorientado, así que quería ayudarlo.
—De acuerdo, no te soltaré, calma —accedió el ojiazul.
Víctor, Agustín y Julián, habían salido al escuchar el grito de Erick y Víctor fue el que se acercó a ayudar a Luis a levantarse.
—¿Estás bien?
—¡No! —gritó el castaño y se soltó de un manotazo—. ¡¿Quién te crees que eres para hacer eso?! —intentó acercarse a la pareja, pero tanto Víctor, como Agustín lo impidieron—. ¡Déjenme! ¡Erick no es de tu propiedad! —gritó fúrico—. ¡Yo lo conocí antes que tú!
Alejandro giró el rostro, su mirada destellaba ira; se alejó de Erick y estuvo por ir a golpear nuevamente a Luis, pero Julián lo sujetó, alejándolo de inmediato. El castaño sabía que si su príncipe alcanzaba al otro, seguramente lo mataría, por lo que debía impedirlo, especialmente para evitarle problemas con Erick, ya que Luis era amigo del príncipe de ojos azules.
—¿Qué? ¿Crees que no me puedo defender? —preguntó Luis—. No solo los caballeros de cuna noble, aprenden a defenderse ¡y no dejaré que te quedes con él! ¡¿Entendiste?!
Luis estuvo a punto de soltarse, pero en ese momento iba llegando Daniel y de inmediato se metió también, sujetando a Luis junto con los otros dos.
—¡Cálmate! ¡Ya! —pidió el recién llegado, que había escuchado lo último e imaginaba lo que ocurría, así que intentó razonar con su amigo.
Alejandro movió la mano y estuvo a punto de usar su poder para extraer toda el agua que hubiera en el cuerpo de Luis, aunque no lo tocara, pero Erick se puso en medio y tuvo que cancelar su hechizo.
—¡Ya basta! —gritó el ojiazul, molesto—. ¡Tu actitud está de más! —señaló a Luis—. Mis intenciones con Alex son asunto mío y suficiente tengo con que mi padre quiera decidir mi futuro, así que no pienso permitir ¡que tú también quieras interferir en mi vida! —sentenció con seguridad—. Si Alejandro me gusta, ¡tú no tienes por qué meterte!
—¡Ni siquiera lo conoces! —objetó el castaño.
—¡¿Y eso qué?! —Erick frunció el ceño—. El hecho de que tú no creas en el amor a primera vista, ¡no significa que yo sea igual! —añadió con seguridad.
—¡Creo en el amor a primera vista! —gritó Luis—. Me enamoré de ti desde que te conocí, cuando tenía quince años, ¡¿acaso no te has dado cuenta?!
—Pero yo no siento nada más que amistad por ti a diferencia de lo que siento por Alex, porque ¡él me gusta!
Todos se quedaron en silencio; Alejandro observaba a Erick con sorpresa y Julián ya no ejercía presión en el agarre que tenía contra el rubio, porque se había quedado anonadado con esa confesión y no fue el único, ya que Daniel, Víctor y Agustín, soltaron lentamente a Luis.
—No… —Luis negó—. No es posible… Solo estás dejándote llevar por un vago recuerdo de algo ¡que seguramente ni siquiera fue real! —recriminó con furia—. Ese chico que dijiste ver en el mar, fue solo una ilusión, ¡no existe! ¡Nunca existió! ¡Estás aferrado a un fantasma!
Un golpe calló a Luis y sus amigos tuvieron que sostenerlo para que no volviera a caer. Erick había dado un paso y sin dudar, le plantó un puñetazo en el rostro. El pelinegro levantó el rostro con altivez y respiró profundamente.
—Ese es mi problema —dijo entre dientes, conteniendo la ira que lo inundaba y con un movimiento, acomodó la parte superior de su traje—. Agustín, deja el dinero de la ropa, nos vamos —giró el rostro y miró a Víctor—, manda la ropa al castillo, después de la comida.
El moreno asintió, pero no dijo nada. Erick dio media vuelta y caminó al interior de la sastrería, para ir directamente a la salida principal, seguido por Alejandro; Julián se quedó con Agustín, quien sacó el dinero y pagó por la ropa, antes de seguir al príncipe.
Cuando los amigos se quedaron a solas, Daniel miró con seriedad a Luis— buena la hiciste esta vez, animal.
—Yo… pensé que él…
—¿Te correspondería? —Víctor se cruzó de brazos—. Eres un idiota si pensaste eso — negó—, es obvio que no eres su tipo.
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