Capítulo X
Al sentir humedad en su frente, Alejandro abrió los ojos de golpe y se incorporó, sentándose sobre el colchón, manoteando para alejar a quien sea que estuviera cerca, tratando de concentrarse para usar su habilidad sobre el agua del océano y atacar, aunque nada parecía ocurrir; el grito de una mujer se escuchó y de inmediato, una mano se posó en su hombro.
—Tranquilo, tranquilo… —dijo una voz suave y lo obligó a recostarse.
El rubio respiraba con agitación, se sentía desorientado y sus ojos apenas se estaban acostumbrando a la luz del sol que entraba por los enormes ventanales, así que se removió inquieto, pero cuando distinguió a quien estaba a su lado se calmó de inmediato.
«¡Erick!» la emoción se hizo presente y lo miró con anhelo.
—¿Cómo te sientes? —preguntó el ojiazul con amabilidad—. Disculpa si Claudia te sorprendió, pero…
Erick calló; la mano del ojiverde se posó con delicadeza en su rostro, acariciando la mejilla y sonrió. El ojiazul sintió un cosquilleo en la boca de su estómago, debido a la tibia caricia; desde que lo vio en la playa, algo en ese hombre le era vagamente familiar y en ese momento, cayó en cuenta de su cabello claro y sus ojos escudriñaron la sonrisa, con lo que el recuerdo que poco a poco había estado desvaneciéndose en su mente, volvió con rapidez.
—Tú… creo haberte visto antes… ¿acaso te conozco?
El rubio asintió con lentitud, mientras se perdía en los ojos azules que tenía tan cerca; había deseado hacer eso desde hacía más de diez años, por lo que se sentía en el paraíso.
—¡¿Cómo te llamas?! — la ansiedad se reflejó en la pregunta de Erick.
Alejandro intentó responder, pero ni un solo sonido salió de sus labios; fue entonces que recordó su condición y pasó la mano por su cuello, desesperado por no poder decirle lo que quería
—¿Qué ocurre? —el pelinegro frunció el ceño—. ¿No puedes hablar?
«No, no puedo…» Alejandro apretó los puños.
—¡Oh! —Erick se sorprendió, pero luego se inclinó—. ¿Es por decisión o por condición? —indagó curioso.
El rubio levantó una ceja, confundido por esa pregunta y Erick se dio cuenta que el otro no pensaba que pudiera ser una opción, así que suspiró; había pensado que quizá, el joven que estaba frente a él, no hablaba por un voto de silencio, como los monjes que conoció, pero si era una condición, entonces no había nada qué hacer, se había equivocado.
—Es por condición —dijo decepcionado—. Entonces… no eres quien pensé en un principio —negó y volvió a la realidad—. Pero dices que te conozco, ¿de dónde?
Alejandro movió la mano y señaló a la ventana de inmediato. Erick miró de reojo y luego mordió su labio; un gesto que el rubio disfrutó, porque le parecía adorable.
—Afuera es muy grande —comentó el ojiazul—, veamos, ¿sabes escribir?
«¡Eso es! Si le escribo todo, ¡él me entenderá!» pensó el rubio y asintió.
—Bien, Claudia, tráeme una hoja y una pluma, por favor.
—Sí, majestad…
La chica se movió con rapidez, yendo a un escritorio cercano.
—En un momento, traerán lo que necesitas, no te preocupes por nada…
El sonido de cosas cayendo, así como el grito de otra chica, se escuchó en la otra habitación, llamando la atención de los dos.
—¡Tranquilo! ¡Tranquilo!
La voz de Agustín alertó al ojiazul, quien de inmediato se puso de pie, corriendo hacia allá, seguido de un Alejandro que el primer paso lo dio con torpeza, pero pudo sobreponerse con rapidez, para seguir al príncipe.
Cuando Erick entró, se encontró a dos sirvientas a unos pasos de la cama, con gesto de terror, mientras Agustín estaba contra el colchón y el castaño desconocido para todos, estaba sobre él, sujetándolo con fuerza de las muñecas para mantenerlo inmovilizado.
—¡¿Qué ocurre?! —preguntó Erick, levantando la voz.
Julián movió el rostro y parpadeó, parecía intentar enfocar; cuando por fin, sus ojos se adecuaron a la luz, se dio cuenta que el príncipe Erick había llegado y tras él, el príncipe Alejandro lo miraba con algo de confusión.
El castaño volteó hacia el lecho, mirando el rostro del pelinegro que estaba bajo su cuerpo, reconociéndolo de inmediato; Agustín lo miraba con sorpresa y algo de inquietud, ya que la fuerza que el otro tenía, era muy superior a la suya.
Julián lo soltó de inmediato y se sentó en la cama, mirando alrededor; obviamente estaba desorientado, en un lugar desconocido y eso lo había hecho actuar así. Agustín se incorporó con lentitud, sin apartar la mirada del invitado.
—Agustín, ¿qué ocurrió? —indagó Erick.
—Él… —pasó saliva— despertó, empujó a Janeth, tiró las cosas y cuando lo intenté detener… él me… sometió con… facilidad —respondió aun sin creerlo, ya que él era el más fuerte, no solo de la guardia de Erick, sino de todos los guardias de ese palacio, incluso, nadie le había podido ganar jamás en un combate a excepción de Erick.
Julián intentó disculparse, pero aunque sus labios se movieron, ni un sonido se escuchó y bajó el rostro, frustrado.
—Parece que tampoco puede hablar —el ojiazul frunció el ceño, si ambos tenían esa misma condición, podrían ser de algún culto o en el peor de los casos, esclavos o criminales de algún país extranjero, ya que sabía que algunos gobiernos hacían practicas salvajes, para someter a otros.
Julián vio la mano de Agustín cerca, la sujetó y antes de que el otro reaccionara, la acercó a sus labios y besó la muñeca; todos se sorprendieron por esa acción, incluyendo Alejandro. Agustín alejó la mano de inmediato y desvió el rostro, sintiendo que sus mejillas ardían.
—Creo que quiere disculparse —comentó Erick, pasando la mano por su boca.
—No fue… no fue nada —Agustín se puso de pie—, al menos ya está despierto…
—Sí, es un avance — sonrió el príncipe —, pero no sabemos nada de ellos…
Julián le dedicó una mirada a Alejandro, dándose cuenta que portaba ropa humana y después, cayó en cuenta que él también lo hacía; por su parte, las chicas que estaban ahí, se acercaron con algo de miedo, recogiendo las cosas que estaban tiradas.
Claudia llegó con unas hojas y un tintero con una pluma— majestad, aquí está.
—Muchas gracias —sonrió el pelinegro y agarró las cosas, antes de acercarse al rubio.
Erick no lo pensó, sujetó del brazo al otro y lo acercó a una mesa; lo sentó en una silla y puso el tintero, junto con la hoja, sobre la superficie.
—Bien, ahora podrás escribirme tu nombre…
Alejandro miró el objeto y lo sujetó con algo de curiosidad; había leído sobre la manera en que los humanos y atlantes de clase baja, escribían en antaño, así que suponía que, en teoría, sabia usar eso, aunque él normalmente usara su poder para grabar las letras en conchas, piedras, corales y en escasas ocasiones, sobre cristal submarino.
Con algo de torpeza, el ojiverde empezó a escribir, llamando la atención, tanto de Erick, como de Agustín, quienes pusieron un gesto confuso; los símbolos que quedaban plasmados con la tinta, eran desconocidos para ambos.
—¿Qué es eso? —preguntó Agustín.
«¿Cómo que qué es?» pensó Alejandro con sarcasmo, ya que él pensaba que estaba escribiendo de manera correcta, a pesar de lo raro que le era usar ese artilugio que le dieron.
Erick puso la mano en la hoja y suspiró— creo que es otro idioma —mencionó con decepción, logrando que Alejandro lo viera sorprendido—. Lo siento, pero no podremos entendernos de esta manera tampoco —anunció.
—Pero ellos parecen entender lo que decimos —señaló su amigo.
—Seguramente la fonética es igual, pero no la escritura —Erick se alzó de hombros—, por eso nos entienden —ladeó el rostro y miró al rubio—. Esto es un caso perdido —sonrió condescendiente—. Por ahora, lo dejaremos así, es mejor que se preparen para comer y buscarles ropa adecuada.
—Tranquilo, tranquilo… —dijo una voz suave y lo obligó a recostarse.
El rubio respiraba con agitación, se sentía desorientado y sus ojos apenas se estaban acostumbrando a la luz del sol que entraba por los enormes ventanales, así que se removió inquieto, pero cuando distinguió a quien estaba a su lado se calmó de inmediato.
«¡Erick!» la emoción se hizo presente y lo miró con anhelo.
—¿Cómo te sientes? —preguntó el ojiazul con amabilidad—. Disculpa si Claudia te sorprendió, pero…
Erick calló; la mano del ojiverde se posó con delicadeza en su rostro, acariciando la mejilla y sonrió. El ojiazul sintió un cosquilleo en la boca de su estómago, debido a la tibia caricia; desde que lo vio en la playa, algo en ese hombre le era vagamente familiar y en ese momento, cayó en cuenta de su cabello claro y sus ojos escudriñaron la sonrisa, con lo que el recuerdo que poco a poco había estado desvaneciéndose en su mente, volvió con rapidez.
—Tú… creo haberte visto antes… ¿acaso te conozco?
El rubio asintió con lentitud, mientras se perdía en los ojos azules que tenía tan cerca; había deseado hacer eso desde hacía más de diez años, por lo que se sentía en el paraíso.
—¡¿Cómo te llamas?! — la ansiedad se reflejó en la pregunta de Erick.
Alejandro intentó responder, pero ni un solo sonido salió de sus labios; fue entonces que recordó su condición y pasó la mano por su cuello, desesperado por no poder decirle lo que quería
—¿Qué ocurre? —el pelinegro frunció el ceño—. ¿No puedes hablar?
«No, no puedo…» Alejandro apretó los puños.
—¡Oh! —Erick se sorprendió, pero luego se inclinó—. ¿Es por decisión o por condición? —indagó curioso.
El rubio levantó una ceja, confundido por esa pregunta y Erick se dio cuenta que el otro no pensaba que pudiera ser una opción, así que suspiró; había pensado que quizá, el joven que estaba frente a él, no hablaba por un voto de silencio, como los monjes que conoció, pero si era una condición, entonces no había nada qué hacer, se había equivocado.
—Es por condición —dijo decepcionado—. Entonces… no eres quien pensé en un principio —negó y volvió a la realidad—. Pero dices que te conozco, ¿de dónde?
Alejandro movió la mano y señaló a la ventana de inmediato. Erick miró de reojo y luego mordió su labio; un gesto que el rubio disfrutó, porque le parecía adorable.
—Afuera es muy grande —comentó el ojiazul—, veamos, ¿sabes escribir?
«¡Eso es! Si le escribo todo, ¡él me entenderá!» pensó el rubio y asintió.
—Bien, Claudia, tráeme una hoja y una pluma, por favor.
—Sí, majestad…
La chica se movió con rapidez, yendo a un escritorio cercano.
—En un momento, traerán lo que necesitas, no te preocupes por nada…
El sonido de cosas cayendo, así como el grito de otra chica, se escuchó en la otra habitación, llamando la atención de los dos.
—¡Tranquilo! ¡Tranquilo!
La voz de Agustín alertó al ojiazul, quien de inmediato se puso de pie, corriendo hacia allá, seguido de un Alejandro que el primer paso lo dio con torpeza, pero pudo sobreponerse con rapidez, para seguir al príncipe.
Cuando Erick entró, se encontró a dos sirvientas a unos pasos de la cama, con gesto de terror, mientras Agustín estaba contra el colchón y el castaño desconocido para todos, estaba sobre él, sujetándolo con fuerza de las muñecas para mantenerlo inmovilizado.
—¡¿Qué ocurre?! —preguntó Erick, levantando la voz.
Julián movió el rostro y parpadeó, parecía intentar enfocar; cuando por fin, sus ojos se adecuaron a la luz, se dio cuenta que el príncipe Erick había llegado y tras él, el príncipe Alejandro lo miraba con algo de confusión.
El castaño volteó hacia el lecho, mirando el rostro del pelinegro que estaba bajo su cuerpo, reconociéndolo de inmediato; Agustín lo miraba con sorpresa y algo de inquietud, ya que la fuerza que el otro tenía, era muy superior a la suya.
Julián lo soltó de inmediato y se sentó en la cama, mirando alrededor; obviamente estaba desorientado, en un lugar desconocido y eso lo había hecho actuar así. Agustín se incorporó con lentitud, sin apartar la mirada del invitado.
—Agustín, ¿qué ocurrió? —indagó Erick.
—Él… —pasó saliva— despertó, empujó a Janeth, tiró las cosas y cuando lo intenté detener… él me… sometió con… facilidad —respondió aun sin creerlo, ya que él era el más fuerte, no solo de la guardia de Erick, sino de todos los guardias de ese palacio, incluso, nadie le había podido ganar jamás en un combate a excepción de Erick.
Julián intentó disculparse, pero aunque sus labios se movieron, ni un sonido se escuchó y bajó el rostro, frustrado.
—Parece que tampoco puede hablar —el ojiazul frunció el ceño, si ambos tenían esa misma condición, podrían ser de algún culto o en el peor de los casos, esclavos o criminales de algún país extranjero, ya que sabía que algunos gobiernos hacían practicas salvajes, para someter a otros.
Julián vio la mano de Agustín cerca, la sujetó y antes de que el otro reaccionara, la acercó a sus labios y besó la muñeca; todos se sorprendieron por esa acción, incluyendo Alejandro. Agustín alejó la mano de inmediato y desvió el rostro, sintiendo que sus mejillas ardían.
—Creo que quiere disculparse —comentó Erick, pasando la mano por su boca.
—No fue… no fue nada —Agustín se puso de pie—, al menos ya está despierto…
—Sí, es un avance — sonrió el príncipe —, pero no sabemos nada de ellos…
Julián le dedicó una mirada a Alejandro, dándose cuenta que portaba ropa humana y después, cayó en cuenta que él también lo hacía; por su parte, las chicas que estaban ahí, se acercaron con algo de miedo, recogiendo las cosas que estaban tiradas.
Claudia llegó con unas hojas y un tintero con una pluma— majestad, aquí está.
—Muchas gracias —sonrió el pelinegro y agarró las cosas, antes de acercarse al rubio.
Erick no lo pensó, sujetó del brazo al otro y lo acercó a una mesa; lo sentó en una silla y puso el tintero, junto con la hoja, sobre la superficie.
—Bien, ahora podrás escribirme tu nombre…
Alejandro miró el objeto y lo sujetó con algo de curiosidad; había leído sobre la manera en que los humanos y atlantes de clase baja, escribían en antaño, así que suponía que, en teoría, sabia usar eso, aunque él normalmente usara su poder para grabar las letras en conchas, piedras, corales y en escasas ocasiones, sobre cristal submarino.
Con algo de torpeza, el ojiverde empezó a escribir, llamando la atención, tanto de Erick, como de Agustín, quienes pusieron un gesto confuso; los símbolos que quedaban plasmados con la tinta, eran desconocidos para ambos.
—¿Qué es eso? —preguntó Agustín.
«¿Cómo que qué es?» pensó Alejandro con sarcasmo, ya que él pensaba que estaba escribiendo de manera correcta, a pesar de lo raro que le era usar ese artilugio que le dieron.
Erick puso la mano en la hoja y suspiró— creo que es otro idioma —mencionó con decepción, logrando que Alejandro lo viera sorprendido—. Lo siento, pero no podremos entendernos de esta manera tampoco —anunció.
—Pero ellos parecen entender lo que decimos —señaló su amigo.
—Seguramente la fonética es igual, pero no la escritura —Erick se alzó de hombros—, por eso nos entienden —ladeó el rostro y miró al rubio—. Esto es un caso perdido —sonrió condescendiente—. Por ahora, lo dejaremos así, es mejor que se preparen para comer y buscarles ropa adecuada.
Buscarle ropa al rubio y al castaño, fue un poco complicado, ya que eran más altos que la mayoría de los habitantes y guardias del palacio, aun así, pudieron conseguirles algo que les quedara de manera decente.
A la hora de comida, el salón estaba lleno, debido a las invitadas del rey, así que los dos desconocidos no podían ir al comedor real; ellos debían acudir a la zona de comedor de los siervos, aunque para ello, pasaron por las cocinas, junto con Agustín.
Alejandro y Julián, miraron como los cocineros y las sirvientas, preparaban los pescados y mariscos, así que empezaron a sentir náuseas y se alejaron de inmediato; Agustín agarró un camarón empanizado y los alcanzó en los balcones de la cocina.
—¿Qué ocurre? —preguntó mordiendo el aperitivo que llevaba en mano y los otros dos lo vieron con desagrado—. ¿No comen esto? —acercó el camarón y ambos desviaron el rostro, haciendo un gesto de repugnancia—. ¿Tampoco comen pescado?
Ellos negaron de inmediato.
—Ya veo, eso será un inconveniente —terminó su camarón—, como vivimos cerca del mar, es lo que se come con mayor frecuencia —se alzó de hombros—, pero si no comen eso, pediré que les sirvan otro tipo de carne, ¿eso si comen, verdad?
El rubio y el castaño se miraron de soslayo; no sabían a lo que se refería el otro, pero tendrían que probar. Asintieron y el pelinegro sonrió.
—Vuelvo, no se muevan de aquí.
Mientras Agustín se alejaba, Alejando movió la mano en la superficie de piedra, creando algo de humedad y escribiendo en su propio idioma, para decirle algunas cosas a su amigo.
Estaba molesto porque no podía comer con Erick, así que tenía que buscar la manera de acercarse; Julián empapó un par de dedos con esa agua y escribió en otro lado, respondiéndole. Realmente no sabían los protocolos y tradiciones, así que no podían actuar de manera imprudente, además, debía buscar la manera de enviarle un mensaje a Miguel y Marisela, como había dicho. Unos ladridos llamaron la atención de ambos y Alejandro desapareció el agua de inmediato.
—¡Aquí están! —la voz de Erick se escuchó—. ¿Dónde está Agustín?
Ambos señalaron a la cocina.
—De acuerdo, vámonos —el ojiazul sujetó a ambos de los brazos y los guió a las cocinas, seguido por sus mascotas.
—¡Majestad! —Agustín iba de regreso—. ¿Qué hace aquí?
—Un nuevo lio se armó en el comedor y mi padre ordenó que la familia comiera en la terraza, mientras los ánimos se calmaban —se alzó de hombros—. Creo que piensa hacer depuración de candidatas —se burló—, pero como sigo de pleito con mi hermano, me disculpé y decidí venir a buscarlos, para comer en otro lado.
—¿Quiere comer aquí? —preguntó con amabilidad, a pesar de que normalmente él acompañaba al príncipe, incluso en el comedor, sabía que Erick en ocasiones gustaba de comer en el área de siervos, aunque se llevara un regaño por ello.
—No —negó—. Llevaremos a nuestros invitados al pueblo, comeremos allá y tal vez vayamos de visita, además de comprar ropa —le guiño el ojo—. Espero sepan montar…
Erick soltó al castaño y llevó al rubio por la cocina, sin soltarlo del brazo, incluso, se recargó en él; Agustín suspiró y luego observó al otro chico. Las mascotas de Erick lo seguían con emoción, buscando su atención también.
—Ah… no esperes que yo te agarre del brazo —señaló el menor—; a pesar de los años, ni siquiera me acostumbro a que su majestad haga eso conmigo y no lo haría con un desconocido.
Julián sonrió de lado «si tú no lo haces, lo haré yo…», sin dudar, lo sujetó de la mano y empezó a caminar.
Agustín se estremeció por el toque, pero no le desagradó en lo más mínimo, al contrario; entrelazó los dedos con el otro y siguieron al príncipe y su amigo.
Al llegar a la zona de las caballerizas, Alejandro y Julián se sorprendieron de ver a los caballos; se parecían a los hipocampos con los que jugaban cuando eran niños, pero los animales que tenían enfrente tenían cuatro patas y no estaban bajo el mar.
—¿Sabes montar un caballo? —preguntó Erick para el rubio—. Casi todo el mundo lo sabe, porque son comunes en todos lados.
El ojiverde miró a todos lado y luego, miró a un humano sobre un caballo, caminando cerca; «¡¿quieres que me suba a esa cosa?!» pensó sin poder creerlo.
—Tu gesto ya me respondió —rió el pelinegro—. José —llamó a uno de los mozos de establo—, tomaremos una carroza, ¿hay alguna lista?
—Una está casi lista, majestad —sonrió el joven, más la mirada verde del rubio lo hizo estremecer.
Alejandro sentía que ese sujeto no le sonreía a Erick de una manera normal, era obvio que le agradaba de más.
—Solo… solo engancharemos los caballos y podrá salir —anunció el joven y dio media vuelta, para ir a hacer su trabajo.
—Bien, mientras podemos esperar…
Agustín se recargó en unas tablas de las caballerizas y Julián hizo lo mismo; los canes se echaron de inmediato y se quedaron quietos, parecían dormitar. Erick se movió y se subió de un salto, a una pequeña barda de piedra que había ahí, sentándose en la orilla; Alejandro se quedó de pie, pero se puso entre las piernas del ojiazul, mirándolo al rostro.
—Esto es un poco atrevido —señalo Erick—. ¿Acaso no tienes concepto de espacio personal?
Alejandro levantó una ceja y sonrió «lo tengo, pero no quiero ponerlo en práctica contigo»
Erick se dio cuenta del gesto pícaro del otro y que no parecía tener intenciones de alejarse, así que se resignó— bueno, mientras mi padre o mi hermano no nos vean, no hay problema —le guiñó un ojo—. Pero ahora, hay un detalle que no me deja estar tranquilo —suspiró—, no sé tu nombre, debería buscar la manera de averiguarlo.
—¡Claro! Será sencillo, cómo no hay millones de nombres en el mundo —Agustín habló con sarcasmo—. Debería tomar un libro y empezar a nombrar —suspiró—; mientras no sean nombres raros de algún país lejano, tendría alguna oportunidad, porque de lo contrario sería imposible atinarle —se alzó de hombros—, ya que si es un nombre de nuestro idioma, agarre una letra común, como la ‘j’ y empiece con los nombres básicos Juan, José, Jesús, Jorge, Javier, Julián…
El castaño volteó de inmediato y puso la mano en el hombro del menor.
—¿Qué? —preguntó el pelinegro—. ¿Le atiné?
El castaño asintió.
—¿Te llamas Juan?
Alejandro rió; por su parte su amigo suspiró y negó.
—¿José? —preguntó y el otro negó de nuevo, así que Agustín decidió decir cada nombre, hasta que el otro asintiera— ¿Jorge? ¿Javier? ¿Julián?
El castaño asintió.
—Julián —repitió el otro—, es un nombre común de nuestro país, no fue tan difícil y no está mal.
«¿No está mal?» Julián frunció el ceño, no sabía si sentirse bien o no, por ese comentario.
—Si él tiene un nombre común… —señaló Erick —. ¿Tú también lo tienes? —fijó sus ojos en el rubio.
«Admito que es común…» pensó, por lo que terminó asintiendo.
—¡Bien! —el ojiazul puso las manos en los hombros del ojiverde —. Veamos si le atino… te llamas… —pensó por un momento, pero el único nombre, aparte el suyo, que se le venía a la mente, era el que no podía sacar de ahí, desde pequeño—. ¿Alejandro?
El corazón de Alejandro se aceleró; no pensó que el primer nombre que diría, fuera el suyo. Asintió y sujetó las manos de Erick con ansiedad.
—¡¿De verdad te llamas Alejandro?! —preguntó el pelinegro aún sin creerlo.
El rubio asintió con efusividad y puso las manos en el rostro del príncipe; Erick se perdió en la mirada verde y sintió una enorme sensación de paz.
—Alex… —musitó el ojiazul y sonrió, pero luego negó —. Es decir, Alejandro —repitió y se alejó de las manos del otro—. Es… es un buen nombre.
«¿Es un buen nombre? ¿Sólo eso?» el rostro de Alejandro mostró confusión, no sabía que había querido decir con eso.
—Majestad… la carroza está lista —anunció el mozo.
—De acuerdo, vamos…
Erick intentó bajar de dónde estaba sentado, pero no podía, debido a que el rubio aún estaba entre sus piernas; Alejandro lo sujetó de la cintura y lo bajó con suma facilidad, ya que para él, Erick no pesaba nada. Aun así, aunque lo deposito con suavidad en el piso, no lo soltó ni se alejó.
—Gra… gracias… —Erick lo miró hacia arriba y sintió que su rostro ardía—. Alex…
El ojiverde sonrió, hizo una ligera reverencia con el rostro y se alejó un paso, ofreciéndole la mano con amabilidad; lo estaba tratando como sabía que debían tratarse a los miembros de la corte en su hogar y especialmente, a quien se suponía, sería su pareja.
—Esto es muy… raro… —el pelinegro rió nervioso y prefirió desviar su atención—. Iremos al pueblo —repitió—, José, por favor, cuida de Thunder y Bolt mientras no estoy.
—Cómo ordene.
Erick se inclinó y se despidió de sus mascotas, después, caminó a la carroza, aunque se detuvo a medio camino, observando que Alejandro hacía lo mismo y los animales le lamían la mano con efusividad. El pelinegro sabía que sus mascotas no eran muy cariñosas con los desconocidos, al contrario, casi siempre eran poco accesibles, pero al rubio, parecían conocerlo desde antes.
«Parece que le agradan los perros…» pensó el ojiazul, con un dejo de añoranza, debido a que esperaba que su futura pareja, apreciara a sus mascotas también.
Buscarle ropa al rubio y al castaño, fue un poco complicado, ya que eran más altos que la mayoría de los habitantes y guardias del palacio, aun así, pudieron conseguirles algo que les quedara de manera decente.
A la hora de comida, el salón estaba lleno, debido a las invitadas del rey, así que los dos desconocidos no podían ir al comedor real; ellos debían acudir a la zona de comedor de los siervos, aunque para ello, pasaron por las cocinas, junto con Agustín.
Alejandro y Julián, miraron como los cocineros y las sirvientas, preparaban los pescados y mariscos, así que empezaron a sentir náuseas y se alejaron de inmediato; Agustín agarró un camarón empanizado y los alcanzó en los balcones de la cocina.
—¿Qué ocurre? —preguntó mordiendo el aperitivo que llevaba en mano y los otros dos lo vieron con desagrado—. ¿No comen esto? —acercó el camarón y ambos desviaron el rostro, haciendo un gesto de repugnancia—. ¿Tampoco comen pescado?
Ellos negaron de inmediato.
—Ya veo, eso será un inconveniente —terminó su camarón—, como vivimos cerca del mar, es lo que se come con mayor frecuencia —se alzó de hombros—, pero si no comen eso, pediré que les sirvan otro tipo de carne, ¿eso si comen, verdad?
El rubio y el castaño se miraron de soslayo; no sabían a lo que se refería el otro, pero tendrían que probar. Asintieron y el pelinegro sonrió.
—Vuelvo, no se muevan de aquí.
Mientras Agustín se alejaba, Alejando movió la mano en la superficie de piedra, creando algo de humedad y escribiendo en su propio idioma, para decirle algunas cosas a su amigo.
Estaba molesto porque no podía comer con Erick, así que tenía que buscar la manera de acercarse; Julián empapó un par de dedos con esa agua y escribió en otro lado, respondiéndole. Realmente no sabían los protocolos y tradiciones, así que no podían actuar de manera imprudente, además, debía buscar la manera de enviarle un mensaje a Miguel y Marisela, como había dicho. Unos ladridos llamaron la atención de ambos y Alejandro desapareció el agua de inmediato.
—¡Aquí están! —la voz de Erick se escuchó—. ¿Dónde está Agustín?
Ambos señalaron a la cocina.
—De acuerdo, vámonos —el ojiazul sujetó a ambos de los brazos y los guió a las cocinas, seguido por sus mascotas.
—¡Majestad! —Agustín iba de regreso—. ¿Qué hace aquí?
—Un nuevo lio se armó en el comedor y mi padre ordenó que la familia comiera en la terraza, mientras los ánimos se calmaban —se alzó de hombros—. Creo que piensa hacer depuración de candidatas —se burló—, pero como sigo de pleito con mi hermano, me disculpé y decidí venir a buscarlos, para comer en otro lado.
—¿Quiere comer aquí? —preguntó con amabilidad, a pesar de que normalmente él acompañaba al príncipe, incluso en el comedor, sabía que Erick en ocasiones gustaba de comer en el área de siervos, aunque se llevara un regaño por ello.
—No —negó—. Llevaremos a nuestros invitados al pueblo, comeremos allá y tal vez vayamos de visita, además de comprar ropa —le guiño el ojo—. Espero sepan montar…
Erick soltó al castaño y llevó al rubio por la cocina, sin soltarlo del brazo, incluso, se recargó en él; Agustín suspiró y luego observó al otro chico. Las mascotas de Erick lo seguían con emoción, buscando su atención también.
—Ah… no esperes que yo te agarre del brazo —señaló el menor—; a pesar de los años, ni siquiera me acostumbro a que su majestad haga eso conmigo y no lo haría con un desconocido.
Julián sonrió de lado «si tú no lo haces, lo haré yo…», sin dudar, lo sujetó de la mano y empezó a caminar.
Agustín se estremeció por el toque, pero no le desagradó en lo más mínimo, al contrario; entrelazó los dedos con el otro y siguieron al príncipe y su amigo.
Al llegar a la zona de las caballerizas, Alejandro y Julián se sorprendieron de ver a los caballos; se parecían a los hipocampos con los que jugaban cuando eran niños, pero los animales que tenían enfrente tenían cuatro patas y no estaban bajo el mar.
—¿Sabes montar un caballo? —preguntó Erick para el rubio—. Casi todo el mundo lo sabe, porque son comunes en todos lados.
El ojiverde miró a todos lado y luego, miró a un humano sobre un caballo, caminando cerca; «¡¿quieres que me suba a esa cosa?!» pensó sin poder creerlo.
—Tu gesto ya me respondió —rió el pelinegro—. José —llamó a uno de los mozos de establo—, tomaremos una carroza, ¿hay alguna lista?
—Una está casi lista, majestad —sonrió el joven, más la mirada verde del rubio lo hizo estremecer.
Alejandro sentía que ese sujeto no le sonreía a Erick de una manera normal, era obvio que le agradaba de más.
—Solo… solo engancharemos los caballos y podrá salir —anunció el joven y dio media vuelta, para ir a hacer su trabajo.
—Bien, mientras podemos esperar…
Agustín se recargó en unas tablas de las caballerizas y Julián hizo lo mismo; los canes se echaron de inmediato y se quedaron quietos, parecían dormitar. Erick se movió y se subió de un salto, a una pequeña barda de piedra que había ahí, sentándose en la orilla; Alejandro se quedó de pie, pero se puso entre las piernas del ojiazul, mirándolo al rostro.
—Esto es un poco atrevido —señalo Erick—. ¿Acaso no tienes concepto de espacio personal?
Alejandro levantó una ceja y sonrió «lo tengo, pero no quiero ponerlo en práctica contigo»
Erick se dio cuenta del gesto pícaro del otro y que no parecía tener intenciones de alejarse, así que se resignó— bueno, mientras mi padre o mi hermano no nos vean, no hay problema —le guiñó un ojo—. Pero ahora, hay un detalle que no me deja estar tranquilo —suspiró—, no sé tu nombre, debería buscar la manera de averiguarlo.
—¡Claro! Será sencillo, cómo no hay millones de nombres en el mundo —Agustín habló con sarcasmo—. Debería tomar un libro y empezar a nombrar —suspiró—; mientras no sean nombres raros de algún país lejano, tendría alguna oportunidad, porque de lo contrario sería imposible atinarle —se alzó de hombros—, ya que si es un nombre de nuestro idioma, agarre una letra común, como la ‘j’ y empiece con los nombres básicos Juan, José, Jesús, Jorge, Javier, Julián…
El castaño volteó de inmediato y puso la mano en el hombro del menor.
—¿Qué? —preguntó el pelinegro—. ¿Le atiné?
El castaño asintió.
—¿Te llamas Juan?
Alejandro rió; por su parte su amigo suspiró y negó.
—¿José? —preguntó y el otro negó de nuevo, así que Agustín decidió decir cada nombre, hasta que el otro asintiera— ¿Jorge? ¿Javier? ¿Julián?
El castaño asintió.
—Julián —repitió el otro—, es un nombre común de nuestro país, no fue tan difícil y no está mal.
«¿No está mal?» Julián frunció el ceño, no sabía si sentirse bien o no, por ese comentario.
—Si él tiene un nombre común… —señaló Erick —. ¿Tú también lo tienes? —fijó sus ojos en el rubio.
«Admito que es común…» pensó, por lo que terminó asintiendo.
—¡Bien! —el ojiazul puso las manos en los hombros del ojiverde —. Veamos si le atino… te llamas… —pensó por un momento, pero el único nombre, aparte el suyo, que se le venía a la mente, era el que no podía sacar de ahí, desde pequeño—. ¿Alejandro?
El corazón de Alejandro se aceleró; no pensó que el primer nombre que diría, fuera el suyo. Asintió y sujetó las manos de Erick con ansiedad.
—¡¿De verdad te llamas Alejandro?! —preguntó el pelinegro aún sin creerlo.
El rubio asintió con efusividad y puso las manos en el rostro del príncipe; Erick se perdió en la mirada verde y sintió una enorme sensación de paz.
—Alex… —musitó el ojiazul y sonrió, pero luego negó —. Es decir, Alejandro —repitió y se alejó de las manos del otro—. Es… es un buen nombre.
«¿Es un buen nombre? ¿Sólo eso?» el rostro de Alejandro mostró confusión, no sabía que había querido decir con eso.
—Majestad… la carroza está lista —anunció el mozo.
—De acuerdo, vamos…
Erick intentó bajar de dónde estaba sentado, pero no podía, debido a que el rubio aún estaba entre sus piernas; Alejandro lo sujetó de la cintura y lo bajó con suma facilidad, ya que para él, Erick no pesaba nada. Aun así, aunque lo deposito con suavidad en el piso, no lo soltó ni se alejó.
—Gra… gracias… —Erick lo miró hacia arriba y sintió que su rostro ardía—. Alex…
El ojiverde sonrió, hizo una ligera reverencia con el rostro y se alejó un paso, ofreciéndole la mano con amabilidad; lo estaba tratando como sabía que debían tratarse a los miembros de la corte en su hogar y especialmente, a quien se suponía, sería su pareja.
—Esto es muy… raro… —el pelinegro rió nervioso y prefirió desviar su atención—. Iremos al pueblo —repitió—, José, por favor, cuida de Thunder y Bolt mientras no estoy.
—Cómo ordene.
Erick se inclinó y se despidió de sus mascotas, después, caminó a la carroza, aunque se detuvo a medio camino, observando que Alejandro hacía lo mismo y los animales le lamían la mano con efusividad. El pelinegro sabía que sus mascotas no eran muy cariñosas con los desconocidos, al contrario, casi siempre eran poco accesibles, pero al rubio, parecían conocerlo desde antes.
«Parece que le agradan los perros…» pensó el ojiazul, con un dejo de añoranza, debido a que esperaba que su futura pareja, apreciara a sus mascotas también.
El viaje fue corto, ya que el castillo no estaba lejos del pueblo. Al llegar, los aldeanos reconocieron no solo la carroza, sino al príncipe; el joven de ojos azules acababa de volver, pero ya se había esparcido el rumor de que estaba por casarse.
Apenas entraron a la taberna, todos los presentes se mantuvieron expectantes, no imaginaban que el príncipe entraría ahí.
Erick buscó la mesa más alejada de la gente y fue a sentarse, por lo que Alejandro lo siguió; Agustín fue a la barra, seguido de Julián, que no parecía querer apartarse de él y pidió algo de comida, algunos tarros de cerveza, así como una botella de aguamiel, porque sabía que Erick solo bebía vino, pero ahí no encontraría.
—Pedí cerdo asado —anunció Agustín cuando llegó.
—¿Cerdo? —el ojiazul frunció el ceño—. ¿Por qué no pescado?
—Ellos no gustan de la comida del mar —señaló a sus acompañantes.
—¿Cómo lo sabes?
—En las cocinas del castillo, ellos no se sintieron muy bien con los pescados y mariscos —contó con burla.
Erick paso la mano por su barbilla— tendré que recordar pedir que hagan otra comida para ellos.
Un par de jóvenes se acercaron con charolas y las bebidas, mientras que un mozo les llevó un pequeño lechón que momentos antes tenían en el fuego; aunque era para otra mesa, le dieron prioridad al príncipe, a sabiendas que no solo les pagaría, sino que les dejaría una gran propina.
—¡Gracias! —sonrió el ojiazul y las chicas suspiraron.
Alejandro miró de soslayo a Erick y sintió que los celos se hacían presentes «¿Por qué les sonríes así? ¿Te gustan?», se preguntó con nervios, imaginando que si al príncipe le agradaban las chicas, sería imposible lograr lo que quería.
Erick sujetó la botella que le habían llevado y la sirvió en un vaso, ahí no había copas de cristal, así que se adecuó al ambiente; bebió un poco, todo, ante la mirada de Alejandro.
—Oh, disculpa, ¿prefieres aguamiel o cerveza? —el rubio puso un gesto confuso y Erick le acercó el vaso—. ¿No sabes que es el aguamiel?
Alejandro sujetó el vaso y olió el líquido; para él era desagradable, pero al ver de soslayo a Julián, se encontró con que su amigo bebió del tarro que Agustín le había puesto enfrente, aunque al final, terminó escupiendo el líquido e hizo un gesto de desagrado, consiguiendo que el otro chico, riera por ello.
«De acuerdo, no quiero que Erick se burle de mí, así que, lo beberé…»
Dudó; él vivía en el océano, así que no tenía necesidad de beber nada, pero ahora debía aceptar que estaba en la superficie e históricamente, sabía que los humanos bebían ciertas cosas, tanto para rehidratarse, como para comer.
El ojiazul notó que el rubio vacilaba— si no quieres beberlo, no te esfuerces, podemos pedir otra cosa.
Alejandro se armó de valor, no quería que Erick pensara que era débil, así que bebió el líquido de golpe. A pesar de haber pasado todo el contenido del vaso, al final, no pudo evitar el gesto de molestia por haber hecho eso.
—Creo que el aguamiel no va contigo —rió el pelinegro—. Ten, come algo para que se quite el mal sabor…
Erick le acercó un poco de carne de cerdo y Alejandro tomó aire, tratando de esforzarse por probar eso; cuando lo hizo, el sabor no le desagradó, incluso, era mucho mejor que las algas y el plancton que llegaba a su palacio. Pero no fue al único, ya que Julián también disfrutó esa comida y ambos, comieron con rapidez; tenían mucha hambre, pero al sentir que la boca se les secaba, debido a las especias de la comida, tuvieron que beber lo que tenían a la mano, dándose cuenta que el segundo trago de lo que les habían servido, ya no era tan malo.
Erick y Agustín comían también, aunque de manera mesurada, mientras sus compañeros, poco a poco empezaron a beber también, uno la cerveza y el otro el aguamiel. El príncipe y su siervo, observaban a los extraños; les parecían un par de niños descubriendo tanto la comida como la bebida y eso los inquietaba, especialmente al ojiazul. Esa podía ser una señal de que eran personas que no podían acceder a eso, como esclavos o prisioneros y seguramente, el rey los devolvería a sus dueños o los ejecutaría si se llegaba a enterar.
—Después de comer, iremos al sastre —sonrió Erick, bebiendo un poco de aguamiel.
—¿No prefiere que vaya al castillo? —indagó Agustín con frialdad—. No debemos estar en el pueblo por mucho tiempo —forzó una sonrisa.
—Si lo dices por mi padre, francamente no me molesta, él sabe que aún no me acostumbro a la idea de casarme…
Alejandro detuvo su comida y miró a Erick de soslayo.
—De hecho, si pudiera, me escaparía —prosiguió el ojiazul—. Pero le prometí hacerlo, así que al final, simplemente aceptaré a la chica que él decida, porque no me interesan.
Los músculos del ojiverde se tensaron.
—No lo digo solo por eso —Agustín miró a todos lados, llamando la atención de Julián—. Usted sabe que hay gente que puede causar problemas.
—¿Crees que no podemos defendernos? —Erick sonrió con suficiencia.
—Podemos —respondió su amigo—, pero eso no quita que los chismes lleguen al rey.
Erick chasqueó la lengua, rió y bebió más aguamiel— no importa lo que pase, este día no me preocupo, ya que no traigo mi insignia —rió.
Sabía que lo que a su padre le preocupaba, era que perdiera su insignia real, por lo que muchas veces no la usaba; esa era la razón de que el rey siempre le preguntara por ella.
—¡Escuché que un miembro de la realeza está aquí!
La voz de un hombre se escuchó y los cuatro voltearon a la puerta; todos se quedaron en silencio y miraron hacia donde estaba el príncipe.
—Y espero sea el que me debe dinero —rió el moreno, mientras repasaba con la mirada la posada, encontrándose al ojiazul en la mesa—. ¡Lo es! —gritó y fue corriendo hacia allá.
Erick se puso de pie de un salto, alertando a Alejandro y con la mano, detuvo el acercamiento del moreno, manteniéndolo lejos de él, evitando el abrazo.
—¡Oh, vamos! No me dirás que no me extrañaste todos estos años, ¿o sí?
—No imaginé que vendrías a buscarme, Víctor —el príncipe levantó una ceja—, especialmente porque tenía pensado ir a casa de tu padre en un rato más.
—¡Mi casa! —anunció con orgullo el recién llegado—. Ahora yo soy el sastre.
—Tal vez debemos buscar otro sastre —comentó Agustín con burla, bebiendo de su cerveza.
—¿Qué insinúas? —Víctor lo miró con molestia—. Tengo buen gusto —señaló su ropa.
—Y si eres el sastre, ¿qué haces lejos de tu trabajo? —indagó Erick con desconfianza.
—Oh, bueno…
—Nos trajo la noticia de que andabas en el pueblo.
La voz de otro hombre se escuchó con seriedad y Erick volteó, encontrándose con Luis y Daniel.
El príncipe sonrió de lado— los chismes corren rápido en nuestra pequeña comunidad.
—Cuando el único príncipe de ojos azules, vuelve después de diez años, por supuesto será la comidilla del pueblo —Luis se acercó y le ofreció la mano.
—¿Me dirás que ahora eres el dueño de la granja? —indagó el príncipe con suspicacia.
—No, hasta que me case —se burló el castaño.
—Yo no necesité casarme —contó Víctor.
—Eso es porque tu padre no tuvo de otra, desde que enfermó —reprochó Daniel, quien se acercó al príncipe e hizo una reverencia—. Majestad.
—Déjate de formalidades —Erick sonrió y le ofreció la mano—, déjalas para cuando esté mi padre o mi hermano presente, señor oficial carpintero.
—Aún soy el hijo del carpintero —corrigió con amabilidad—. No tengo tanta suerte como los que no se bañan —miró de soslayo a su amigo.
—¡Ey! ¡Yo si me baño! —se defendió el moreno, aunque levanto los brazos y olió su axila.
—¡Tú no cambias! —se burló Erick—. ¡Oh, sí! Dejen les presento a mis acompañantes —se movió y puso las manos en los hombros del rubio—. Este joven es Alejandro y él —señaló al castaño con un ademán de su rostro—, es Julián.
Alejandro se puso de pie y los recién llegados lo miraron hacia arriba, ya que era mucho más alto que todos ellos.
—¿Alejandro? —preguntó Luis, un tanto sorprendido.
Sabía bien que el príncipe había buscado a un chico de cabello claro de nombre Alejandro y ese sujeto que tenía enfrente, se adecuaba a la descripción, por lo que su corazón se oprimió.
—¿El Alejandro que…?
—No —Erick negó y suspiró.
Luis soltó el aire más tranquilo y le ofreció la mano al ojiverde— un gusto, mi nombre es Luis.
Alejandro había escudriñado el gesto del otro y se dio cuenta de inmediato «Erick te gusta…» pensó molesto, pero aunque quisiera alejarlo de inmediato, sabía que no le era posible; al ver que el otro le ofrecía la mano, en un principio no quiso aceptarla, pero tuvo que hacerlo, ya que parecía normal en ese lugar.
—Ellos no hablan —específico Erick con voz baja—, pero son chicos amables —sonrió.
—¡Ah! Ya veo —Luis sonrió mucho más confiado y luego se acercó a Julián, mientras los otros dos saludaban a Alejandro.
—¿Gustan acompañarnos a comer? —ofreció Erick, volviendo a sentarse al lado de Alejandro, quien lo imitó de inmediato.
—Yo sí —Víctor se sentó a lado de Agustín y le quitó el tarro de cerveza.
—¡Ey! —el pelinegro frunció el ceño—. Eso era mío.
—¡Era! Además, ¿no eres muy joven para beber?
—Soy solo dos años menor que el príncipe y ustedes —señaló a los recién llegados.
—Siendo así, dale prioridad a tus mayores —se burló el moreno y bebió de la cerveza.
Agustín entrecerró los ojos y Julián se molestó también; aunque a él no le gustara del todo esa bebida, era obvio que al otro chico sí y no le había agradado que le quitaran el tarro, pero el enojo se esfumó, cuando el pelinegro se giró hacia él.
—¿Puedo tomar de tu cerveza? —preguntó con poco interés el menor.
Julián observó los ojos miel y sonrió, entregándole su bebida de inmediato.
—Gracias.
Daniel y Luis también se sentaron; aunque Luis quiso hacerlo al lado de Erick, no le fue posible por la disposición de la mesa.
—Y… ¿cuál es el plan para hoy, majestad? —se burló Luis.
—Hoy no hay plan —negó el ojiazul—, debo volver temprano al palacio, así que solo iremos a la sastrería y de ahí, a casa.
—Es una lástima —el castaño suspiró—, sería agradable que fueras a la granja —lo miró de soslayo, mientras bebía cerveza—. Hay nuevos animales, podrías buscar otras mascotas.
Erick entorno los ojos y negó— no tengo tiempo para nuevas mascotas —respondió fríamente.
—¿Y eso por qué? —preguntó Daniel, después de comer un poco de lechón.
—Si saben de los chismes, deben estar enterados que hay muchas visitas en el palacio —el príncipe suspiró—, por eso debo estar la mayor parte del tiempo ahí, pero en los próximos días, encontraré la manera de escabullirme y recorreré los alrededores.
—¿De verdad? —Víctor lo miró con curiosidad.
—Sí —Erick se recargo en el hombro de Alejandro—. Agustín y yo, llevaremos a Alex y a Julián, a recorrer las tierras, para que conozcan —sonrió y le dedicó una mirada al rubio—, ¿te gustaría? —pregunto con voz suave.
El rubio fijó su mirada verde en el rostro del otro «contigo, iría al fin del mundo…», sonrió y asintió.
Luis sintió una punzada en el estómago al ver esa escena e hizo un gesto de desagrado, algo que no pasó desapercibido para Daniel, quien le dedicó una mirada seria.
El castaño desvió la mirada de inmediato— siendo así, los esperaré en la granja —anunció fríamente.
—Si pasan a la carpintería, también serán bienvenidos —ofreció Daniel con mayor amabilidad.
—Gracias… ¿quieres más vino, Alex? —preguntó el ojiazul, acercándole el vaso al rubio.
Alejandro dudó un poco, pero aceptó, sujetando el vaso, junto con la mano del príncipe, acercando el vaso a su boca y dando un sorbo, mientras le dedicaba una mirada retadora a Luis, quien observaba la escena, sin poder ocultar su molestia.
—Sabe mejor después de un rato, ¿no crees? —sonrió el pelinegro.
El ojiverde le correspondió la sonrisa, «sabe mucho mejor, porque es tuyo…»
Esa manera de actuar de Erick, le parecía muy cariñosa a Luis y no podía dejar de sentir celos, de ver que las miradas del príncipe, parecían tener dueño.
El viaje fue corto, ya que el castillo no estaba lejos del pueblo. Al llegar, los aldeanos reconocieron no solo la carroza, sino al príncipe; el joven de ojos azules acababa de volver, pero ya se había esparcido el rumor de que estaba por casarse.
Apenas entraron a la taberna, todos los presentes se mantuvieron expectantes, no imaginaban que el príncipe entraría ahí.
Erick buscó la mesa más alejada de la gente y fue a sentarse, por lo que Alejandro lo siguió; Agustín fue a la barra, seguido de Julián, que no parecía querer apartarse de él y pidió algo de comida, algunos tarros de cerveza, así como una botella de aguamiel, porque sabía que Erick solo bebía vino, pero ahí no encontraría.
—Pedí cerdo asado —anunció Agustín cuando llegó.
—¿Cerdo? —el ojiazul frunció el ceño—. ¿Por qué no pescado?
—Ellos no gustan de la comida del mar —señaló a sus acompañantes.
—¿Cómo lo sabes?
—En las cocinas del castillo, ellos no se sintieron muy bien con los pescados y mariscos —contó con burla.
Erick paso la mano por su barbilla— tendré que recordar pedir que hagan otra comida para ellos.
Un par de jóvenes se acercaron con charolas y las bebidas, mientras que un mozo les llevó un pequeño lechón que momentos antes tenían en el fuego; aunque era para otra mesa, le dieron prioridad al príncipe, a sabiendas que no solo les pagaría, sino que les dejaría una gran propina.
—¡Gracias! —sonrió el ojiazul y las chicas suspiraron.
Alejandro miró de soslayo a Erick y sintió que los celos se hacían presentes «¿Por qué les sonríes así? ¿Te gustan?», se preguntó con nervios, imaginando que si al príncipe le agradaban las chicas, sería imposible lograr lo que quería.
Erick sujetó la botella que le habían llevado y la sirvió en un vaso, ahí no había copas de cristal, así que se adecuó al ambiente; bebió un poco, todo, ante la mirada de Alejandro.
—Oh, disculpa, ¿prefieres aguamiel o cerveza? —el rubio puso un gesto confuso y Erick le acercó el vaso—. ¿No sabes que es el aguamiel?
Alejandro sujetó el vaso y olió el líquido; para él era desagradable, pero al ver de soslayo a Julián, se encontró con que su amigo bebió del tarro que Agustín le había puesto enfrente, aunque al final, terminó escupiendo el líquido e hizo un gesto de desagrado, consiguiendo que el otro chico, riera por ello.
«De acuerdo, no quiero que Erick se burle de mí, así que, lo beberé…»
Dudó; él vivía en el océano, así que no tenía necesidad de beber nada, pero ahora debía aceptar que estaba en la superficie e históricamente, sabía que los humanos bebían ciertas cosas, tanto para rehidratarse, como para comer.
El ojiazul notó que el rubio vacilaba— si no quieres beberlo, no te esfuerces, podemos pedir otra cosa.
Alejandro se armó de valor, no quería que Erick pensara que era débil, así que bebió el líquido de golpe. A pesar de haber pasado todo el contenido del vaso, al final, no pudo evitar el gesto de molestia por haber hecho eso.
—Creo que el aguamiel no va contigo —rió el pelinegro—. Ten, come algo para que se quite el mal sabor…
Erick le acercó un poco de carne de cerdo y Alejandro tomó aire, tratando de esforzarse por probar eso; cuando lo hizo, el sabor no le desagradó, incluso, era mucho mejor que las algas y el plancton que llegaba a su palacio. Pero no fue al único, ya que Julián también disfrutó esa comida y ambos, comieron con rapidez; tenían mucha hambre, pero al sentir que la boca se les secaba, debido a las especias de la comida, tuvieron que beber lo que tenían a la mano, dándose cuenta que el segundo trago de lo que les habían servido, ya no era tan malo.
Erick y Agustín comían también, aunque de manera mesurada, mientras sus compañeros, poco a poco empezaron a beber también, uno la cerveza y el otro el aguamiel. El príncipe y su siervo, observaban a los extraños; les parecían un par de niños descubriendo tanto la comida como la bebida y eso los inquietaba, especialmente al ojiazul. Esa podía ser una señal de que eran personas que no podían acceder a eso, como esclavos o prisioneros y seguramente, el rey los devolvería a sus dueños o los ejecutaría si se llegaba a enterar.
—Después de comer, iremos al sastre —sonrió Erick, bebiendo un poco de aguamiel.
—¿No prefiere que vaya al castillo? —indagó Agustín con frialdad—. No debemos estar en el pueblo por mucho tiempo —forzó una sonrisa.
—Si lo dices por mi padre, francamente no me molesta, él sabe que aún no me acostumbro a la idea de casarme…
Alejandro detuvo su comida y miró a Erick de soslayo.
—De hecho, si pudiera, me escaparía —prosiguió el ojiazul—. Pero le prometí hacerlo, así que al final, simplemente aceptaré a la chica que él decida, porque no me interesan.
Los músculos del ojiverde se tensaron.
—No lo digo solo por eso —Agustín miró a todos lados, llamando la atención de Julián—. Usted sabe que hay gente que puede causar problemas.
—¿Crees que no podemos defendernos? —Erick sonrió con suficiencia.
—Podemos —respondió su amigo—, pero eso no quita que los chismes lleguen al rey.
Erick chasqueó la lengua, rió y bebió más aguamiel— no importa lo que pase, este día no me preocupo, ya que no traigo mi insignia —rió.
Sabía que lo que a su padre le preocupaba, era que perdiera su insignia real, por lo que muchas veces no la usaba; esa era la razón de que el rey siempre le preguntara por ella.
—¡Escuché que un miembro de la realeza está aquí!
La voz de un hombre se escuchó y los cuatro voltearon a la puerta; todos se quedaron en silencio y miraron hacia donde estaba el príncipe.
—Y espero sea el que me debe dinero —rió el moreno, mientras repasaba con la mirada la posada, encontrándose al ojiazul en la mesa—. ¡Lo es! —gritó y fue corriendo hacia allá.
Erick se puso de pie de un salto, alertando a Alejandro y con la mano, detuvo el acercamiento del moreno, manteniéndolo lejos de él, evitando el abrazo.
—¡Oh, vamos! No me dirás que no me extrañaste todos estos años, ¿o sí?
—No imaginé que vendrías a buscarme, Víctor —el príncipe levantó una ceja—, especialmente porque tenía pensado ir a casa de tu padre en un rato más.
—¡Mi casa! —anunció con orgullo el recién llegado—. Ahora yo soy el sastre.
—Tal vez debemos buscar otro sastre —comentó Agustín con burla, bebiendo de su cerveza.
—¿Qué insinúas? —Víctor lo miró con molestia—. Tengo buen gusto —señaló su ropa.
—Y si eres el sastre, ¿qué haces lejos de tu trabajo? —indagó Erick con desconfianza.
—Oh, bueno…
—Nos trajo la noticia de que andabas en el pueblo.
La voz de otro hombre se escuchó con seriedad y Erick volteó, encontrándose con Luis y Daniel.
El príncipe sonrió de lado— los chismes corren rápido en nuestra pequeña comunidad.
—Cuando el único príncipe de ojos azules, vuelve después de diez años, por supuesto será la comidilla del pueblo —Luis se acercó y le ofreció la mano.
—¿Me dirás que ahora eres el dueño de la granja? —indagó el príncipe con suspicacia.
—No, hasta que me case —se burló el castaño.
—Yo no necesité casarme —contó Víctor.
—Eso es porque tu padre no tuvo de otra, desde que enfermó —reprochó Daniel, quien se acercó al príncipe e hizo una reverencia—. Majestad.
—Déjate de formalidades —Erick sonrió y le ofreció la mano—, déjalas para cuando esté mi padre o mi hermano presente, señor oficial carpintero.
—Aún soy el hijo del carpintero —corrigió con amabilidad—. No tengo tanta suerte como los que no se bañan —miró de soslayo a su amigo.
—¡Ey! ¡Yo si me baño! —se defendió el moreno, aunque levanto los brazos y olió su axila.
—¡Tú no cambias! —se burló Erick—. ¡Oh, sí! Dejen les presento a mis acompañantes —se movió y puso las manos en los hombros del rubio—. Este joven es Alejandro y él —señaló al castaño con un ademán de su rostro—, es Julián.
Alejandro se puso de pie y los recién llegados lo miraron hacia arriba, ya que era mucho más alto que todos ellos.
—¿Alejandro? —preguntó Luis, un tanto sorprendido.
Sabía bien que el príncipe había buscado a un chico de cabello claro de nombre Alejandro y ese sujeto que tenía enfrente, se adecuaba a la descripción, por lo que su corazón se oprimió.
—¿El Alejandro que…?
—No —Erick negó y suspiró.
Luis soltó el aire más tranquilo y le ofreció la mano al ojiverde— un gusto, mi nombre es Luis.
Alejandro había escudriñado el gesto del otro y se dio cuenta de inmediato «Erick te gusta…» pensó molesto, pero aunque quisiera alejarlo de inmediato, sabía que no le era posible; al ver que el otro le ofrecía la mano, en un principio no quiso aceptarla, pero tuvo que hacerlo, ya que parecía normal en ese lugar.
—Ellos no hablan —específico Erick con voz baja—, pero son chicos amables —sonrió.
—¡Ah! Ya veo —Luis sonrió mucho más confiado y luego se acercó a Julián, mientras los otros dos saludaban a Alejandro.
—¿Gustan acompañarnos a comer? —ofreció Erick, volviendo a sentarse al lado de Alejandro, quien lo imitó de inmediato.
—Yo sí —Víctor se sentó a lado de Agustín y le quitó el tarro de cerveza.
—¡Ey! —el pelinegro frunció el ceño—. Eso era mío.
—¡Era! Además, ¿no eres muy joven para beber?
—Soy solo dos años menor que el príncipe y ustedes —señaló a los recién llegados.
—Siendo así, dale prioridad a tus mayores —se burló el moreno y bebió de la cerveza.
Agustín entrecerró los ojos y Julián se molestó también; aunque a él no le gustara del todo esa bebida, era obvio que al otro chico sí y no le había agradado que le quitaran el tarro, pero el enojo se esfumó, cuando el pelinegro se giró hacia él.
—¿Puedo tomar de tu cerveza? —preguntó con poco interés el menor.
Julián observó los ojos miel y sonrió, entregándole su bebida de inmediato.
—Gracias.
Daniel y Luis también se sentaron; aunque Luis quiso hacerlo al lado de Erick, no le fue posible por la disposición de la mesa.
—Y… ¿cuál es el plan para hoy, majestad? —se burló Luis.
—Hoy no hay plan —negó el ojiazul—, debo volver temprano al palacio, así que solo iremos a la sastrería y de ahí, a casa.
—Es una lástima —el castaño suspiró—, sería agradable que fueras a la granja —lo miró de soslayo, mientras bebía cerveza—. Hay nuevos animales, podrías buscar otras mascotas.
Erick entorno los ojos y negó— no tengo tiempo para nuevas mascotas —respondió fríamente.
—¿Y eso por qué? —preguntó Daniel, después de comer un poco de lechón.
—Si saben de los chismes, deben estar enterados que hay muchas visitas en el palacio —el príncipe suspiró—, por eso debo estar la mayor parte del tiempo ahí, pero en los próximos días, encontraré la manera de escabullirme y recorreré los alrededores.
—¿De verdad? —Víctor lo miró con curiosidad.
—Sí —Erick se recargo en el hombro de Alejandro—. Agustín y yo, llevaremos a Alex y a Julián, a recorrer las tierras, para que conozcan —sonrió y le dedicó una mirada al rubio—, ¿te gustaría? —pregunto con voz suave.
El rubio fijó su mirada verde en el rostro del otro «contigo, iría al fin del mundo…», sonrió y asintió.
Luis sintió una punzada en el estómago al ver esa escena e hizo un gesto de desagrado, algo que no pasó desapercibido para Daniel, quien le dedicó una mirada seria.
El castaño desvió la mirada de inmediato— siendo así, los esperaré en la granja —anunció fríamente.
—Si pasan a la carpintería, también serán bienvenidos —ofreció Daniel con mayor amabilidad.
—Gracias… ¿quieres más vino, Alex? —preguntó el ojiazul, acercándole el vaso al rubio.
Alejandro dudó un poco, pero aceptó, sujetando el vaso, junto con la mano del príncipe, acercando el vaso a su boca y dando un sorbo, mientras le dedicaba una mirada retadora a Luis, quien observaba la escena, sin poder ocultar su molestia.
—Sabe mejor después de un rato, ¿no crees? —sonrió el pelinegro.
El ojiverde le correspondió la sonrisa, «sabe mucho mejor, porque es tuyo…»
Esa manera de actuar de Erick, le parecía muy cariñosa a Luis y no podía dejar de sentir celos, de ver que las miradas del príncipe, parecían tener dueño.
Aunque después de comer, iban a ir a la sastrería, tuvieron que posponerlo, ya que tanto Alejandro como Julián, al salir de la posada se miraban un poco desorientados y necesitaban sujetarse a Erick y a Agustín, para poder dar los pasos de manera titubeante.
—Creo que les afectó mucho el alcohol —comentó Daniel al ver el gesto confundido de los dos.
—Seguramente —Erick suspiró—. Parece que nunca habían bebido alcohol.
—Al menos fue aguamiel y cerveza —Víctor se cruzó de brazos—, es lo más suave que hay por aquí.
—No creo que puedan acompañarnos, majestad —comentó Agustín, teniendo dificultades para guiar a Julián.
—Debemos volver al palacio —sonrió Erick—. Lo siento chicos, pero nos veremos otro día.
—¿Por qué no los envías al palacio y vas tu a la sastrería? —indagó Luis, deseando tener un momento para platicar a solas con el ojiazul.
Alejandro intentó incorporarse, sabía lo que esa invitación significaba, pues era obvio que el castaño quería hablar con Erick, «sobre mi cadáver…» pensó con frialdad e intentó retarlo con la mirada, pero estaba demasiado mareado para poder reaccionar.
—No es posible —Erick negó—. Si quiero ir a la sastrería, es para conseguirle ropa a ellos —comentó tranquilo.
—Siendo así, les ayudamos a subirlos a la carroza —comentó Daniel con amabilidad, ante el gesto molesto de Luis.
Entre los cinco, subieron a Alejandro y Julián a la carroza; Erick agradeció que llevaran un cochero, para poder ir los cuatro juntos en los asientos dobles, así, él se sentó al lado de Alejandro y Agustín, al lado de Julián, para poder cuidarlos en el trayecto. Se despidieron efímeramente de los otros tres y apenas inició el camino, el rubio y el castaño, se tumbaron contra las piernas de los otros dos y se durmieron.
—Creo que no deben beber de nuevo —comentó el ojiazul, pasando los dedos por las hebras doradas, con mucho cuidado.
—Sí, es obvio que les afectó más de lo que creí —Agustín suspiró y también peinó un poco los mechones castaños—. No imagine que personas con su altura y complexión, no soportaran un poco de alcohol.
Erick rió— parecen niños, descubriendo cosas nuevas —su mano recorrió la mejilla blanca «pero es el “niño” más atractivo que he conocido…» pensó con añoranza.
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