Capítulo IX
Alejandro y Julián llegaron a la playa, cerca del muelle del palacio, pero se mantenían escondidos en las rocas del mar; ya no podían hablar ni comunicarse, a excepción por lo escrito, así que el rubio escribió en una roca lo que quería que hicieran. Ambos debían intentar llegar al príncipe, para que este les ayudara, ya que si terminaban con un guardia, seguramente no podrían alcanzar su objetivo.
Finalmente, bebieron la pócima y empezaron a retorcerse a causa de un dolor inimaginable; ambos se hundieron en el agua, ya que sintieron que su cuerpo ardía por un calor que no se podían quitar y después de un minuto, que para ellos fue una eternidad, salieron nuevamente a la superficie, respirando con agitación, dándose cuenta que habían perdido su cola de tritón y cada uno tenía un par de piernas humanas.
Estaban sumamente cansados, pero alcanzaron a nadar hasta la orilla, donde se recostaron en la arena, intentando recuperar las fuerzas; el proceso los había dejado exhaustos, por lo que sucumbieron de inmediato a un sueño profundo.
Después del desayuno, Erick había salido, a recorrer la playa con Agustín y sus mascotas. Como ninguna de las princesas gustaba de animales, prefirió no exponerlas a algo que no deseaban y pudo escapar de sus constantes coqueteos, que desde el día anterior, lo tenían fastidiado.
Mientras Agustín y Erick cuidaban de los canes en la playa, se quedaron platicando un momento.
—¿Cómo terminó el pleito de anoche? — preguntó Agustín con diversión.
Erick entornó los ojos, soltó el aire a manera frustrada y gruñó por lo bajo.
La noche anterior, una de las princesas se metió a su habitación, intentando seducirlo; pero no fue la única que tuvo esa idea.
Cuando el ojiazul sacó a la princesa que se había colado en su alcoba antes de que acabara la cena, un par de señoritas, una duquesa y otra condesa, llegaban a la puerta de su habitación; al darse cuenta de la presencia de otras mujeres, que querían acercarse de manera impropia también, empezaron a discutir con tanta intensidad, que llegaron a los golpes, a pesar de que sus propios guardias y los de Erick, intentaron evitar el bochornoso momento. Los gritos y el ruido de cosas rompiéndose, llamaron la atención de casi todo el palacio, especialmente de quien estaba durmiendo en las habitaciones contiguas, fue por eso que Agustín se enteró con rapidez.
Cuando el rey llegó a poner orden, envió a todos a sus aposentos, mientras él hablaría con las jovencitas inmiscuidas en el escándalo y también sermoneó a su hijo, por dar pie a escándalos con las invitadas.
—Para mi padre, yo tuve la culpa —respondió molesto.
—¡¿Usted?! —Agustín se sorprendió—. Pero usted no hizo nada.
—Eso es lo que intenté explicarle, pero según él, como caballero, debí evitar que el escandalo se supiera —el ojiazul se cruzó de brazos—, como si yo tuviera la culpa de las tonterías que hacen un montón de niñas exaltadas, intentando…
Erick no pudo seguir.
Thunder y Bolt empezaron a ladrar, llamando de inmediato su atención y la de Agustín; ambos conocían a los canes y sabían que ese comportamiento era signo de alarma. Los dos corrieron, tratando de alcanzar a las mascotas, quienes al ver que se acercaban, corrían en círculos y se alejaban un poco más, guiándolos hasta el otro lado del muelle. Ambos quedaron paralizados al ver a dos hombres jóvenes, desnudos e inconscientes en la arena.
«¡Náufragos!» pensaron a la vez y corrieron a socorrerlos. Ellos sabían lo que era naufragar y seguramente esas personas necesitaban ayuda de inmediato.
Al acercarse, el corazón de Erick se aceleró, al notar con claridad, que uno de ellos tenía el cabello claro; sin dudar, se acercó al rubio y se hincó a su lado, mientras Agustín se acercaba al otro. Thunder y Bolt por su parte, se acercaron a lamer las mejillas de los desconocidos, un poco emocionados.
Tanto Erick como Agustín, revisaron el pulso de los desconocidos y constataron que respiraban.
—Agus, ve a pedir a ayuda a los guardias, ¡que vengan de inmediato! —ordenó el ojiazul.
—¡Sí!
Agustín se puso de pie y corrió hacia el castillo.
Erick sabía que tardaría unos minutos en volver, así que se quedó ahí, sin moverse. Finalmente, a lo lejos observó a Agustín, regresando con media docena de hombres tras él; como seguía al lado del desconocido, sintió el momento en que el cuerpo se movió como si algo lo cimbrara y el otro abrió los parpados.
—¿Estás bien? —preguntó el ojiazul, un tanto preocupado.
El rubio sonrió, con pesadez movió la mano y acarició la mejilla de Erick, consiguiendo que con su acción, el príncipe de ojos azules se sonrojara; los labios de Alejandro se movieron, intentando decir el nombre del otro, pero no hubo ni un sonido y finalmente, volvió a perder el sentido.
Erick movió los mechones rubios con delicadeza y su mano acarició la mejilla, igual que había sentido en su rostro la caricia— tú me eres familiar —musitó— pero… no estoy seguro…
El movimiento del otro hombre lo sobresaltó, ya que se movió de manera abrupta, tratando de incorporarse.
Agustín acababa de llegar y lo sostuvo, poniendo una mano en su espalda, ya que se notaba mareado— tranquilo, todo está bien, calma…
Los ojos castaños observaron por un momento el rostro del recién llegado y sonrió al poder ver los ojos miel tan de cerca, pero aunque intentó mantenerse sentado, las fuerzas le abandonaron y hubiera terminado contra la arena una vez más, de no ser por Agustín.
—Debieron pasar por momentos muy difíciles —suspiró el príncipe—, pero ya están en un lugar seguro y a salvo —sentenció y levantó el rostro—. ¡Hay que llevarlos al palacio! —indicó para los guardias que habían acompañado a Agustín—. No sabemos quiénes son, así que investiguen si en el pueblo hay alerta de naufragio —ordenó—, por el momento, serán mis invitados.
Los guardias asintieron y ayudaron a cargar a los dos náufragos, mientras Erick apresuraba el paso, para mandar a los siervos del palacio a encargarse de las cosas para los desconocidos. Envió por el médico al pueblo, también dispuso que los instalaran en una recamara doble, que se encontraba contigua a la suya, pues los demás pisos de aposentos, estaban ocupados por las invitadas de su padre.
Debido a todo el revuelo, las jóvenes que estaban de visita, estaban intrigadas de saber quiénes eran los náufragos y rápidamente, los rumores se esparcieron; decían que por su apariencia, seguramente eran personas importantes de algún reino del otro lado del mar, incluso, quizá podrían ser príncipes. Por ello, el interés se acrecentó, aunque no podían subir al piso dónde se encontraban, debido al incidente de la noche anterior, así que preguntaban a los sirvientes, quienes respondían lo poco que sabían también, dando pie a más cuchicheos.
La presencia de desconocidos en el palacio, llamó la atención no solo del rey, sino del hermano mayor de Erick, quien fue a buscar al ojiazul con rapidez, encontrándolo junto a Agustín, en el pasillo exterior, frente a la puerta de la recámara dónde el médico estaba auscultando a sus invitados, que aún seguían inconscientes.
—¡¿Qué es eso que trajiste a dos náufragos a mi palacio?! —preguntó de manera autoritaria.
Erick miró a su hermano con frialdad; el otro era diez años mayor que él y sabía perfectamente que era el futuro rey de Celestia, más no iba a dejar que lo pisoteara solo por considerarse superior, al ser el primogénito.
—Este también es mi hogar, Guillermo —anunció con seriedad— y mientras tú no seas el rey, ambos tenemos los mismos derechos de tener huéspedes, como también tenemos la obligación de ayudar a aquellos que lo necesiten.
—Alabo tu generosidad —el castaño lo miró con desdén—, pero si no sabes quienes son, no debiste meterlos a una habitación del castillo —señaló la puerta—, pudiste llevarlos a un cuarto de criados.
El ojiazul respiró profundamente— eso es asunto mío —le dio la espalda a su hermano y el mayor lo sujetó, obligándolo a verle el rostro.
—No me des la espalda, Erick —gruñó—, soy mayor que tú y bien sabes que aunque no sea el rey, debes obedecerme.
El pelinegro se soltó con un manotazo— ¡tú no tienes derecho de tratarme así! —contestó—. Eres mayor que yo, sí; eres el futuro soberano, sí —frunció el ceño—; pero mientras sea nuestro padre el que mande y ordene, tú no tienes ninguna autoridad sobre mí, porque ambos somos príncipes y si no te gusta, pues lo siento, pero a menos que ostentes el título de rey y me corras del palacio, aunque te fastidie mi presencia, tendrás que tolerarla.
La mano del mayor se estampó en el rostro del ojiazul, sorprendiéndolo, al igual que a Agustín, quien se quedó atónito; su deber era proteger a Erick, pero no podía levantar un solo dedo contra el príncipe heredero.
—¡No vuelvas a hablarme así! —gruñó el mayor—. Y mejor prepárate, porque padre quiere hablar contigo en este momento.
Guillermo dio media vuelta y se alejó por el pasillo.
Erick pasó la mano por su rostro, apretando los parpados al darse cuenta que la sangre manchaba su piel; su hermano le había hecho una herida, tanto en la comisura de sus labios, como en su mejilla, a causa de los anillos que portaba
—¡Idiota! —musitó con rabia, limpiando su rostro, pero respiró profundamente para calmarse, irguiéndose con rapidez—. Agus, voy a ver a mi padre —anunció—, encárgate de mis invitados y que los demás los traten de la manera adecuada, ¿entendido?
—Sí, majestad.
Erick se alejó con paso rápido, dejando a su siervo a la espera de las noticias del médico.
—Esto no pinta nada bien, señor Erick —musitó Agustín, mientras se recargaba en la puerta.
Agustín sabía de las rencillas entre los hermanos de Erick y su señor, por lo que estaba seguro que en cuanto el príncipe Guillermo tomara la corona, Erick sería desterrado a otro lugar, sin miramientos.
Después del desayuno, Erick había salido, a recorrer la playa con Agustín y sus mascotas. Como ninguna de las princesas gustaba de animales, prefirió no exponerlas a algo que no deseaban y pudo escapar de sus constantes coqueteos, que desde el día anterior, lo tenían fastidiado.
Mientras Agustín y Erick cuidaban de los canes en la playa, se quedaron platicando un momento.
—¿Cómo terminó el pleito de anoche? — preguntó Agustín con diversión.
Erick entornó los ojos, soltó el aire a manera frustrada y gruñó por lo bajo.
La noche anterior, una de las princesas se metió a su habitación, intentando seducirlo; pero no fue la única que tuvo esa idea.
Cuando el ojiazul sacó a la princesa que se había colado en su alcoba antes de que acabara la cena, un par de señoritas, una duquesa y otra condesa, llegaban a la puerta de su habitación; al darse cuenta de la presencia de otras mujeres, que querían acercarse de manera impropia también, empezaron a discutir con tanta intensidad, que llegaron a los golpes, a pesar de que sus propios guardias y los de Erick, intentaron evitar el bochornoso momento. Los gritos y el ruido de cosas rompiéndose, llamaron la atención de casi todo el palacio, especialmente de quien estaba durmiendo en las habitaciones contiguas, fue por eso que Agustín se enteró con rapidez.
Cuando el rey llegó a poner orden, envió a todos a sus aposentos, mientras él hablaría con las jovencitas inmiscuidas en el escándalo y también sermoneó a su hijo, por dar pie a escándalos con las invitadas.
—Para mi padre, yo tuve la culpa —respondió molesto.
—¡¿Usted?! —Agustín se sorprendió—. Pero usted no hizo nada.
—Eso es lo que intenté explicarle, pero según él, como caballero, debí evitar que el escandalo se supiera —el ojiazul se cruzó de brazos—, como si yo tuviera la culpa de las tonterías que hacen un montón de niñas exaltadas, intentando…
Erick no pudo seguir.
Thunder y Bolt empezaron a ladrar, llamando de inmediato su atención y la de Agustín; ambos conocían a los canes y sabían que ese comportamiento era signo de alarma. Los dos corrieron, tratando de alcanzar a las mascotas, quienes al ver que se acercaban, corrían en círculos y se alejaban un poco más, guiándolos hasta el otro lado del muelle. Ambos quedaron paralizados al ver a dos hombres jóvenes, desnudos e inconscientes en la arena.
«¡Náufragos!» pensaron a la vez y corrieron a socorrerlos. Ellos sabían lo que era naufragar y seguramente esas personas necesitaban ayuda de inmediato.
Al acercarse, el corazón de Erick se aceleró, al notar con claridad, que uno de ellos tenía el cabello claro; sin dudar, se acercó al rubio y se hincó a su lado, mientras Agustín se acercaba al otro. Thunder y Bolt por su parte, se acercaron a lamer las mejillas de los desconocidos, un poco emocionados.
Tanto Erick como Agustín, revisaron el pulso de los desconocidos y constataron que respiraban.
—Agus, ve a pedir a ayuda a los guardias, ¡que vengan de inmediato! —ordenó el ojiazul.
—¡Sí!
Agustín se puso de pie y corrió hacia el castillo.
Erick sabía que tardaría unos minutos en volver, así que se quedó ahí, sin moverse. Finalmente, a lo lejos observó a Agustín, regresando con media docena de hombres tras él; como seguía al lado del desconocido, sintió el momento en que el cuerpo se movió como si algo lo cimbrara y el otro abrió los parpados.
—¿Estás bien? —preguntó el ojiazul, un tanto preocupado.
El rubio sonrió, con pesadez movió la mano y acarició la mejilla de Erick, consiguiendo que con su acción, el príncipe de ojos azules se sonrojara; los labios de Alejandro se movieron, intentando decir el nombre del otro, pero no hubo ni un sonido y finalmente, volvió a perder el sentido.
Erick movió los mechones rubios con delicadeza y su mano acarició la mejilla, igual que había sentido en su rostro la caricia— tú me eres familiar —musitó— pero… no estoy seguro…
El movimiento del otro hombre lo sobresaltó, ya que se movió de manera abrupta, tratando de incorporarse.
Agustín acababa de llegar y lo sostuvo, poniendo una mano en su espalda, ya que se notaba mareado— tranquilo, todo está bien, calma…
Los ojos castaños observaron por un momento el rostro del recién llegado y sonrió al poder ver los ojos miel tan de cerca, pero aunque intentó mantenerse sentado, las fuerzas le abandonaron y hubiera terminado contra la arena una vez más, de no ser por Agustín.
—Debieron pasar por momentos muy difíciles —suspiró el príncipe—, pero ya están en un lugar seguro y a salvo —sentenció y levantó el rostro—. ¡Hay que llevarlos al palacio! —indicó para los guardias que habían acompañado a Agustín—. No sabemos quiénes son, así que investiguen si en el pueblo hay alerta de naufragio —ordenó—, por el momento, serán mis invitados.
Los guardias asintieron y ayudaron a cargar a los dos náufragos, mientras Erick apresuraba el paso, para mandar a los siervos del palacio a encargarse de las cosas para los desconocidos. Envió por el médico al pueblo, también dispuso que los instalaran en una recamara doble, que se encontraba contigua a la suya, pues los demás pisos de aposentos, estaban ocupados por las invitadas de su padre.
Debido a todo el revuelo, las jóvenes que estaban de visita, estaban intrigadas de saber quiénes eran los náufragos y rápidamente, los rumores se esparcieron; decían que por su apariencia, seguramente eran personas importantes de algún reino del otro lado del mar, incluso, quizá podrían ser príncipes. Por ello, el interés se acrecentó, aunque no podían subir al piso dónde se encontraban, debido al incidente de la noche anterior, así que preguntaban a los sirvientes, quienes respondían lo poco que sabían también, dando pie a más cuchicheos.
La presencia de desconocidos en el palacio, llamó la atención no solo del rey, sino del hermano mayor de Erick, quien fue a buscar al ojiazul con rapidez, encontrándolo junto a Agustín, en el pasillo exterior, frente a la puerta de la recámara dónde el médico estaba auscultando a sus invitados, que aún seguían inconscientes.
—¡¿Qué es eso que trajiste a dos náufragos a mi palacio?! —preguntó de manera autoritaria.
Erick miró a su hermano con frialdad; el otro era diez años mayor que él y sabía perfectamente que era el futuro rey de Celestia, más no iba a dejar que lo pisoteara solo por considerarse superior, al ser el primogénito.
—Este también es mi hogar, Guillermo —anunció con seriedad— y mientras tú no seas el rey, ambos tenemos los mismos derechos de tener huéspedes, como también tenemos la obligación de ayudar a aquellos que lo necesiten.
—Alabo tu generosidad —el castaño lo miró con desdén—, pero si no sabes quienes son, no debiste meterlos a una habitación del castillo —señaló la puerta—, pudiste llevarlos a un cuarto de criados.
El ojiazul respiró profundamente— eso es asunto mío —le dio la espalda a su hermano y el mayor lo sujetó, obligándolo a verle el rostro.
—No me des la espalda, Erick —gruñó—, soy mayor que tú y bien sabes que aunque no sea el rey, debes obedecerme.
El pelinegro se soltó con un manotazo— ¡tú no tienes derecho de tratarme así! —contestó—. Eres mayor que yo, sí; eres el futuro soberano, sí —frunció el ceño—; pero mientras sea nuestro padre el que mande y ordene, tú no tienes ninguna autoridad sobre mí, porque ambos somos príncipes y si no te gusta, pues lo siento, pero a menos que ostentes el título de rey y me corras del palacio, aunque te fastidie mi presencia, tendrás que tolerarla.
La mano del mayor se estampó en el rostro del ojiazul, sorprendiéndolo, al igual que a Agustín, quien se quedó atónito; su deber era proteger a Erick, pero no podía levantar un solo dedo contra el príncipe heredero.
—¡No vuelvas a hablarme así! —gruñó el mayor—. Y mejor prepárate, porque padre quiere hablar contigo en este momento.
Guillermo dio media vuelta y se alejó por el pasillo.
Erick pasó la mano por su rostro, apretando los parpados al darse cuenta que la sangre manchaba su piel; su hermano le había hecho una herida, tanto en la comisura de sus labios, como en su mejilla, a causa de los anillos que portaba
—¡Idiota! —musitó con rabia, limpiando su rostro, pero respiró profundamente para calmarse, irguiéndose con rapidez—. Agus, voy a ver a mi padre —anunció—, encárgate de mis invitados y que los demás los traten de la manera adecuada, ¿entendido?
—Sí, majestad.
Erick se alejó con paso rápido, dejando a su siervo a la espera de las noticias del médico.
—Esto no pinta nada bien, señor Erick —musitó Agustín, mientras se recargaba en la puerta.
Agustín sabía de las rencillas entre los hermanos de Erick y su señor, por lo que estaba seguro que en cuanto el príncipe Guillermo tomara la corona, Erick sería desterrado a otro lugar, sin miramientos.
Erick llegó al salón del trono e ingresó de inmediato, ya que los guardias no esperaron para abrir la puerta. El ojiazul apresuró el paso y se presentó ante el rey, bajando el rostro con sumisión.
—¿Querías verme, padre?
—Dime, ¿por qué hay dos desconocidos en el palacio y están siendo atendidos como si fueran miembros de la corte?
Erick respiró profundamente; cuando levantó el rostro, notó a su hermano mayor a la derecha de su padre, sonriendo de manera triunfal.
—Parece que son náufragos —anunció con rapidez—, gracias a mis mascotas, Agustín y yo los encontramos en la playa, así que decidí traerlos para ayudarles —explicó—. Yo también naufragué una vez y aunque tuve suerte de llegar a este país y a tus tierras, de no haber sido de esa manera, me hubiese sentido mucho mejor si alguien me hubiese tendido la mano, por eso lo hice.
El rey frunció el ceño— es loable tu actitud ante esos desdichados, pero no debes actuar sin pensar, no sabes quienes son y podrían ser personas no gratas, incluso, asesinos de algún barco de esclavos.
Erick apretó la mandíbula, seguramente esa idea era de su hermano, quien era sumamente alarmista.
—Padre, con todo respeto —prosiguió el pelinegro—, tú me enviaste a un monasterio a estudiar y no solo aprendí de historia, leyes y armas —levantó el rostro con orgullo—. Los monjes me enseñaron humildad, gratitud y caridad a los más necesitados, especialmente a aquellos que han sufrido, sin importar su pasado o incluso, si me han hecho daño —relató—, mis acciones me definen a mí, no a los demás y es lo que estoy haciendo —señaló con firmeza—. Si ellos son prófugos, lo sabré y serán entregados a las autoridades, pero por ahora, los trataré como a cualquier persona.
—¡¿Cómo te atreves a hablarle así a nuestro padre?!
—¡No estoy diciendo nada que lo ofenda! —respondió Erick para su hermano, en el mismo tono que el otro usó.
—¡Deberías ser castigado por tu insolencia! —gritó el otro príncipe.
—¡¿Por qué no vienes tú y me enseñas modales?! —retó el pelinegro con coraje.
—¡Voy a mandarte azotar! —contestó su hermano.
—¡Silencio! —el monarca se puso de pie—. Tú no vas a mandar azotar a nadie, ¡porque el rey soy yo! —dijo para su hijo mayor.
Guillermo se sorprendió, pero no dijo nada, solo posó la mirada en su hermano; Erick notó la ira en la mirada miel de su hermano, pero se mantuvo firme.
—Guillermo, déjame hablar a solas con tu hermano.
—Pero…
—¡Largo! —gritó el rey.
Guillermo apretó los puños, pero no dijo nada; al bajar del estrado del trono, miró de soslayo a su hermano, amenazándolo con esa simple acción y caminó hacia la salida del salón con rapidez.
Al quedarse a solas, el rey volvió a sentarse— sabes que lo que hiciste, no fue lo correcto —dijo con voz más calmada.
—¿Criticas mis acciones, a pesar de saber que lo que he hecho, es lo que me enseñaron en el lugar a dónde tú me enviaste?
El rey respiró profundamente— lo sé —asintió—, lo sé bien —repitió—, pero me preocupa que hayas actuado sin pensar y que esos hombres sean peligrosos, para ti, para mi… para nuestra familia.
—No lo creo —negó el pelinegro—. Pero aunque lo fueran, están débiles y no podrían hacer nada —explicó.
El monarca masajeó sus sienes— está bien… —suspiró—. Pero prométeme que vas a investigar sobre ellos y si sabes algo raro, me lo avisarás de inmediato, para tomar acciones.
Las palabras de su padre, confundieron a Erick— ¿algo raro? ¿Cómo qué?
Su padre respiró profundamente— ven —hizo un ademán y le señaló la silla a su derecha.
El pelinegro titubeó— ese… ese es el lugar de Guillermo —dijo con seriedad—, yo no puedo…
—Siéntate, Erick, no me hagas repetirlo.
Ante la orden, el ojiazul suspiró, caminó y tomó el lugar que su padre le señaló, pero se mantuvo en silencio.
El monarca observó el rostro de su hijo con seriedad y movió su mano, moviendo los mechones negros, casi como un cariño— ¿qué te ocurrió? —preguntó al pasar los dedos por el rasguño en la mejilla.
El ojiazul suspiró— tuve una disputa con Guillermo —respondió fríamente.
Su padre guardó silencio un momento— Erick… —dijo con voz seria, alejando la mano de su hijo—. Hay cosas que debido a tu edad y posición, no sabes —prosiguió—, pero las sabrás a su debido tiempo y esa es la razón del por qué deseo que te cases pronto.
—¿Qué tiene que ver mi matrimonio en esto? —indagó su hijo.
El monarca inhaló profundamente— no puedo decirte —negó—, hasta que cumplas veinticinco y te cases, podré hablar contigo de esas cosas, por ahora, solo te pido que seas sensato e investigues sobre esos dos hombres y si sabes algo, sea bueno, malo o incluso, algo que parezca sin importancia, me lo dirás de inmediato, ¿entendido?
Erick no comprendía la actitud de su padre, pero no quería incomodarlo, así que terminó aceptando— está bien, lo haré.
—De acuerdo —su padre asistió—, retírate.
Erick se puso de pie de inmediato, le incomodaba esa silla, pero aún tenía algo que decir— ¿qué pasará con Guillermo? —preguntó con seriedad—. Él no desea que…
—Guillermo no hará nada —negó el monarca—, hablaré con él en este momento, no te preocupes.
Erick se sintió más tranquilo— gracias.
—¿Querías verme, padre?
—Dime, ¿por qué hay dos desconocidos en el palacio y están siendo atendidos como si fueran miembros de la corte?
Erick respiró profundamente; cuando levantó el rostro, notó a su hermano mayor a la derecha de su padre, sonriendo de manera triunfal.
—Parece que son náufragos —anunció con rapidez—, gracias a mis mascotas, Agustín y yo los encontramos en la playa, así que decidí traerlos para ayudarles —explicó—. Yo también naufragué una vez y aunque tuve suerte de llegar a este país y a tus tierras, de no haber sido de esa manera, me hubiese sentido mucho mejor si alguien me hubiese tendido la mano, por eso lo hice.
El rey frunció el ceño— es loable tu actitud ante esos desdichados, pero no debes actuar sin pensar, no sabes quienes son y podrían ser personas no gratas, incluso, asesinos de algún barco de esclavos.
Erick apretó la mandíbula, seguramente esa idea era de su hermano, quien era sumamente alarmista.
—Padre, con todo respeto —prosiguió el pelinegro—, tú me enviaste a un monasterio a estudiar y no solo aprendí de historia, leyes y armas —levantó el rostro con orgullo—. Los monjes me enseñaron humildad, gratitud y caridad a los más necesitados, especialmente a aquellos que han sufrido, sin importar su pasado o incluso, si me han hecho daño —relató—, mis acciones me definen a mí, no a los demás y es lo que estoy haciendo —señaló con firmeza—. Si ellos son prófugos, lo sabré y serán entregados a las autoridades, pero por ahora, los trataré como a cualquier persona.
—¡¿Cómo te atreves a hablarle así a nuestro padre?!
—¡No estoy diciendo nada que lo ofenda! —respondió Erick para su hermano, en el mismo tono que el otro usó.
—¡Deberías ser castigado por tu insolencia! —gritó el otro príncipe.
—¡¿Por qué no vienes tú y me enseñas modales?! —retó el pelinegro con coraje.
—¡Voy a mandarte azotar! —contestó su hermano.
—¡Silencio! —el monarca se puso de pie—. Tú no vas a mandar azotar a nadie, ¡porque el rey soy yo! —dijo para su hijo mayor.
Guillermo se sorprendió, pero no dijo nada, solo posó la mirada en su hermano; Erick notó la ira en la mirada miel de su hermano, pero se mantuvo firme.
—Guillermo, déjame hablar a solas con tu hermano.
—Pero…
—¡Largo! —gritó el rey.
Guillermo apretó los puños, pero no dijo nada; al bajar del estrado del trono, miró de soslayo a su hermano, amenazándolo con esa simple acción y caminó hacia la salida del salón con rapidez.
Al quedarse a solas, el rey volvió a sentarse— sabes que lo que hiciste, no fue lo correcto —dijo con voz más calmada.
—¿Criticas mis acciones, a pesar de saber que lo que he hecho, es lo que me enseñaron en el lugar a dónde tú me enviaste?
El rey respiró profundamente— lo sé —asintió—, lo sé bien —repitió—, pero me preocupa que hayas actuado sin pensar y que esos hombres sean peligrosos, para ti, para mi… para nuestra familia.
—No lo creo —negó el pelinegro—. Pero aunque lo fueran, están débiles y no podrían hacer nada —explicó.
El monarca masajeó sus sienes— está bien… —suspiró—. Pero prométeme que vas a investigar sobre ellos y si sabes algo raro, me lo avisarás de inmediato, para tomar acciones.
Las palabras de su padre, confundieron a Erick— ¿algo raro? ¿Cómo qué?
Su padre respiró profundamente— ven —hizo un ademán y le señaló la silla a su derecha.
El pelinegro titubeó— ese… ese es el lugar de Guillermo —dijo con seriedad—, yo no puedo…
—Siéntate, Erick, no me hagas repetirlo.
Ante la orden, el ojiazul suspiró, caminó y tomó el lugar que su padre le señaló, pero se mantuvo en silencio.
El monarca observó el rostro de su hijo con seriedad y movió su mano, moviendo los mechones negros, casi como un cariño— ¿qué te ocurrió? —preguntó al pasar los dedos por el rasguño en la mejilla.
El ojiazul suspiró— tuve una disputa con Guillermo —respondió fríamente.
Su padre guardó silencio un momento— Erick… —dijo con voz seria, alejando la mano de su hijo—. Hay cosas que debido a tu edad y posición, no sabes —prosiguió—, pero las sabrás a su debido tiempo y esa es la razón del por qué deseo que te cases pronto.
—¿Qué tiene que ver mi matrimonio en esto? —indagó su hijo.
El monarca inhaló profundamente— no puedo decirte —negó—, hasta que cumplas veinticinco y te cases, podré hablar contigo de esas cosas, por ahora, solo te pido que seas sensato e investigues sobre esos dos hombres y si sabes algo, sea bueno, malo o incluso, algo que parezca sin importancia, me lo dirás de inmediato, ¿entendido?
Erick no comprendía la actitud de su padre, pero no quería incomodarlo, así que terminó aceptando— está bien, lo haré.
—De acuerdo —su padre asistió—, retírate.
Erick se puso de pie de inmediato, le incomodaba esa silla, pero aún tenía algo que decir— ¿qué pasará con Guillermo? —preguntó con seriedad—. Él no desea que…
—Guillermo no hará nada —negó el monarca—, hablaré con él en este momento, no te preocupes.
Erick se sintió más tranquilo— gracias.
En el palacio de Atlántida, todo estaba tranquilo. A pesar de que el príncipe Alejandro y la princesa Alana no se habían presentado a desayunar, el soberano y su esposa, pensaban que estaban en la alcoba de ella, debido a las noticias de que su hijo había entrado a esa habitación la noche anterior.
Casi a medio día, una sirena fue a apresurarlos; debían prepararse para la ceremonia y al entrar a la habitación, se encontró a la princesa sirena aún atada al lecho. La acompañante no pudo liberar a Alana, ya que ella estaba echa una fiera y se removía con desespero, por lo que tuvo que llamar a los guardias para realizar el trabajo.
En cuanto estuvo libre, la princesa fue directamente con el rey, quejándose a gritos; contándole con rabia cómo el príncipe la había engañado y que nadie fue a ayudarla en toda la noche y la mañana. Se sentía humillada y amenazó con irse de inmediato a contarle a su padre lo ocurrido, algo que el padre de Alejandro tuvo que impedir, prometiéndole mil y un cosas para que se calmara, ya que no quería iniciar una guerra con otro clan, a causa de la irresponsabilidad y arrebato de su hijo.
Apenas calmó lo suficiente a la princesa, el rey la dejó en compañía de su esposa y fue al salón del trono, dónde ya no pudo contener su cólera y casi se sale de control; de inmediato mandó buscar a su hijo y ordenó que fueran por los amigos del príncipe, para interrogarlos.
Varios minutos después, los únicos que se presentaron ante el monarca, fueron Marisela y Miguel, a quienes los guardias llevaron casi como si fueran prisioneros y le dieron la noticia a su rey, de que los habían encontrado realizando sus actividades rutinarias.
—¡¿Dónde está?! —preguntó el de barba, intentando no sucumbir ante la ira que lo inundaba.
Los recién llegados se miraron entre sí y luego, Miguel se atrevió a hablar— ¿quién, majestad?
—¡Sabes bien que pregunto por mi hijo! —gritó el mayor con desespero—. ¡Ustedes deben saber dónde está!
Ambos temblaron, pero trataron de sobreponerse.
—Disculpe, mi rey —musitó la castaña—, pero lo último que supimos fue que el príncipe Alejandro se quedó en la alcoba de su prometida —anunció con voz trémula.
—¡¿Piensan que voy a creer eso?! —el rey se levantó de su trono—. ¡Él huyó anoche! — gritó —. Ató a la princesa y después escapó, seguramente por una ventana, ¡ya que nadie vio nada!
Ante la actitud del rey, las corrientes marinas empezaron a moverse con fuerza alrededor, consiguiendo que sus súbditos entendieran que estaba por desatarse una tormenta.
—Majestad… —Miguel hablo con voz más audible, aunque mantenía la mirada hacia abajo—. Con todo respeto, pero nosotros nos fuimos a nuestros aposentos temprano, ya que no entablamos conversación con el príncipe en todo el día de ayer, a excepción de cuando nos mandó a buscar a uno de los guardias, para darle el recado de que quería hablar con usted.
El rey sabía que eso era verdad, pues el espía que puso para su hijo, le dijo que sus amigos no estuvieron con él en todo el día, así que quizá era verdad que no sabían nada de lo ocurrido.
—¿Dónde está Julián? —preguntó el soberado con suspicacia.
—No lo hemos visto desde la cena —respondió de inmediato Marisela.
—Él y yo, salimos a hacer rondas alrededor de Atlántida de manera ocasional —prosiguió Miguel—, es un trabajo como futuro guardia real, para conocer a detalle los alrededores, hoy le tocaba realizar ese rondín, pero a mí no.
El padre de Alejandro estaba enterado de eso también y de igual manera, había recibido esa información de los guardias del palacio, pero aunque el amigo de su hijo, hubiera realizado esa tarea, ya debería haber vuelto.
Justo en ese momento, uno de los guardias de mayor rango, entró al recinto con rapidez— majestad —dijo con voz solemne y se inclinó—, Julián no se presentó a los puntos de vigilancia hoy —anunció con nervios—, de hecho, creemos que no durmió en su habitación.
—¡Él fue quién lo ayudó! —sentenció el rey, imaginando que el tercer amigo de su hijo, había sido su único cómplice, pues así, el príncipe minimizaba el riesgo de que alguien se enterara de su plan y por eso dejó a los otros dos fuera, para que su actitud inocente en todo sentido, despistara a su espía— ¡maldita sea, Alejandro! —gruñó.
—¿Qué hacemos, majestad? —preguntó el guardia.
—¡Búsquenlos! —ordenó de inmediato—. Envíen mensajeros a los demás reinos, ¡encuéntrenlos y tráiganmelos! —su voz era grave, denotando la ira que lo inundaba—. Quiero a mi hijo de vuelta, para obligarlo a cumplir con lo acordado, antes de que esto se convierta en un problema más grave —siseó.
—Sí.
El tritón salió del lugar, nadando con rapidez; tenía que cumplir las órdenes de inmediato y debía enviar a muchos otros miembros de la guardia real, en busca del príncipe Alejandro.
—¡Y ustedes! —el rey se dirigió a los otros dos amigos de su hijo—. Si saben algo de él, más vale que me lo vengan a decir de inmediato, ¡¿entendido?!
Miguel y Marisela asintieron— como ordene, majestad.
—Seguramente fue a buscar a ese humano —el rey rechinó los dientes—. ¡¿Saben quién es?!
Los dos negaron.
—El príncipe nunca nos habló de él —negó la sirena.
—De hecho, realmente pensamos que lo había olvidado y por eso había aceptado a la princesa —mintió el pelinegro, aunque lo hizo de manera convincente.
—¡Maldita sea! —gruñó el monarca—. Seguramente el que sabe todo, es Julián ¡y por eso se fue con él! —apretó los parpados, se sentía frustrado—. Bien, váyanse, pero no salgan del palacio, quiero mantenerlos vigilados.
Miguel y Marisela asintieron y salieron del salón.
—No puedo creer que caí en su juego —el rey masajeó sus parpados con frustración—. No imaginé que fuera tan bueno realizando un plan para salirse con la suya… —rechinó los dientes pero después sonrió cansado—. Debo recordar felicitarlo por lo inteligente que es, después de castigarlo —su rostro se ensombreció, mientras su mente ideaba la mejor manera para corregir el comportamiento de su hijo, cuando regresara.
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