Capítulo VIII
Alejandro y Julián nadaron toda la noche, cruzaron la zona de los naufragios y aun cuando llegaron a la orilla del abismo, nadaron mucho más, adentrándose en la oscuridad; tanto el rubio como el castaño, sabían que los seguían, ya que sentían la presencia de algo tras ellos, pero seguramente eran cosas con las que podían lidiar sin problemas y por ello, no se acercaban.
Después de cierta profundidad, Alejandro tuvo que guiar a Julián, ya que el castaño no podía ver con claridad como él, pero podía ubicarse debido a la luminiscencia propia de la cola del rubio. Tardaron unas horas hasta llegar al punto que buscaban de la brecha, justo dónde se encontraba la montaña submarina más grande y donde estaba la cueva del único ser que podía ayudarle a Alejandro, según su investigación.
Al estar ahí, algunas aberraciones se mostraron, intentando cerrarles el paso; eran seres un tanto diferentes a ellos, algunos eran mezcla de dos o más animales marinos, algunos peces ciegos, cefalópodos, crustáceos e invertebrados. El sonido que emitían era grave, una voz gutural un poco difícil de entender para Julián, pero Alejandro alcanzó a comprender lo que querían decir.
—Soy Alejandro, príncipe heredero de Atlántida y he venido a ver al hechicero —respondió con voz seria.
Lo seres se notaban algo desconfiados, pero al final, se alejaron y el que parecía el líder, se movió, haciéndoles una seña con un tentáculo y los guió por una cueva.
Julián miró de soslayo a Alejandro y el rubio hizo un movimiento con su rostro, dándole a entender que por el momento, todo iría según lo planeado; ambos habían hablado durante el camino y habían pensado en un plan de contingencia por si algo llegaba a ocurrir, así que el castaño se mantenía atento.
Finalmente, llegaron al fondo de la cueva, que extrañamente se encontraba completamente aluzada por pequeños seres y algas luminiscentes. El ser que los llevó ahí, los dejó a solas un momento, perdiéndose en otra gruta y finalmente regresó.
—Él ya viene —dijo con voz grave y salió por donde habían ingresado antes los visitantes.
Momentos después, un joven de cabello negro y ojos miel, mitad pulpo, se asomó por la grieta. Alejandro se sorprendió; sabía que el brujo del mar, era un octo-tritón, pero lo imaginaba más viejo, ya que se suponía que tenía incluso más edad que su propio padre.
—¡Príncipe Alejandro! —sonrió y se movió con libertad, nadando hasta estar frente al rubio—. Es un honor que visite mi hogar.
Los ojos verdes del príncipe recorrieron la silueta que tenía enfrente; a pesar de que era un pequeño ser, mitad pulpo y que los tentáculos, a primera vista parecían largos, era mucho más pequeño que él.
—¿Eres el… brujo del mar?
La risa divertida hizo eco— sí, lo soy —asintió—, ¿por qué? ¿Esperaba algo diferente?
—No, es solo que… los libros decían que eras…
—Un viejo y desagradable octo-tritón, con cabello desaliñado, dedos largos y deformes, terminados en garras, de dientes afilados y grotescos que salen de su boca como espinas, ¿cierto?
Alejandro entrecerró los ojos— sí, exactamente eso.
—Oh, los libros se refieren a mi padre —el pelinegro se alzó de hombros.
—No sabía que el hechicero tenía descendencia.
—Mi padre hizo un pacto con una sirena —explicó el joven—, debido a que ella no pudo cumplir con las condiciones de su trato, tuvo que quedarse como su esposa y yo nací de esa unión —le restó importancia—, solo que mi padre falleció en circunstancias… difíciles de explicar —relamió sus labios— y ahora yo soy el nuevo brujo del mar, mi nombre es Jair.
—Te ves… muy joven —comentó el ojiverde con algo de suspicacia.
—Solo tengo 21 —el jovencito se movió de un lado a otro—, pero tengo seis años haciendo el trabajo de papá, con muy buenos resultados —rió.
—Majestad… —Julián se puso a un lado del rubio—. Creo que es mejor irnos, no creo que él pueda ayudarle…
—¡¿Qué quieres decir?! —los tentáculos del jovencito se movieron con rapidez y lo llevaron a ponerse frente al castaño—. Soy mucho mejor que mi padre ¡y puedo hacer más de lo que él hubiera podido imaginar¡
—Julián —Alejandro le puso una mano en el hombro a su compañero—, yo me encargo, no te preocupes.
La mirada del castaño se posó directamente en el rostro del brujo; era notorio que no confiaba en lo más mínimo en ese jovencito, pero no podía negarse a una indicación de Alejandro.
—Cómo diga, majestad —asintió el castaño y se puso tras el príncipe, para dejarlo negociar.
El rubio sonrió—, si eres el brujo del mar, entonces, quiero hacer un trato contigo.
—¿Un trato con el futuro soberano de Atlántida? —Jair rodeó al príncipe—. Seguro eso pondrá mi nombre en boca de todas las sirenas y tritones del mar —sonrió con emoción—, dígame, ¿qué puedo hacer por usted, majestad? —se relamió los labios.
—Según los libros, tú eres el único que puede hacer magia prohibida…
—¿Magia oscura? —el pelinegro hizo un gesto de fingida sorpresa—. Un miembro de la casta más pura, interesado en esa magia, es un tanto peculiar… aunque seguramente, lo que quiere es algo que no puede obtener con su propia magia, ¿cierto? —uno de sus tentáculos se movió e intentó acariciar la mano del príncipe.
Alejandro se cruzó de brazos de inmediato, evitando el toque del otro— quiero ir a la superficie —sentenció de manera directa—, quiero que me conviertas en humano.
Los ojos de Jair se abrieron con sorpresa y se alejó un poco— ¿en… humano? —preguntó sorprendido.
—Sí, ¿acaso no puedes?
—¡Por supuesto que puedo! —ladeó el rostro—. Es solo que me doy cuenta que, los rumores de los residentes de Atlántida, puede que hayan estado en lo cierto…
—¿Qué rumores? —Alejandro entrecerró los ojos, esperando saber a qué se refería el brujo.
—Bueno… me enteré que el heredero al trono, se encontraba confinado a su castillo a causa de un extraño interés por un… ¿humano?
Los músculos del rubio se tensaron; supuso que el brujo tenía sus contactos para conocer esa información, pero no aceptó, ni negó lo que acababa de escuchar, ya que eso podría afectar en la negociación.
—Solo dime si me convertirás o no, en un humano, para que pueda salir de la superficie.
Jair rió— cómo dije, puedo hacerlo, pero debe saber que la magia oscura no es como la de la Atlántida… esta requiere un pago y debe ser…
—Del mismo valor de lo que se pide, lo sé, investigué bastante.
—¡Oh, me agradan los chicos curiosos! —Jair rodeo de nuevo al príncipe y se pegó más a su cuerpo, mientras sus tentáculos se movían acariciando la larga cola del tritón—. Pero hay algo que no hay en los libros —comentó con voz suave, al acercarse al rostro del rubio—, además del pago por el hechizo —su mano acarició el mentón de Alejandro con suavidad—, también hay consecuencias y tarde o temprano, se debe equilibrar lo que se cambió por un deseo…
—¿Qué quieres decir?
—El pago, es por realizar el hechizo y el uso de mis habilidades —explicó alejándose un poco—. No es fácil conseguir ciertos ingredientes —se cruzó de brazos—, pero… todos los hechizos tienen condiciones —sonrió—, si se cumple una condición y el hechizo es satisfactorio, no ocurre nada y el comprador es feliz, pero si no se cumple… —mordió su labio inferior—. Entonces, es cuando se pagan las consecuencias de intentar tomar el camino fácil…
Alejandro entendió que había un truco oculto, seguramente para el beneficio del brujo, pero estaba desesperado y necesitaba ir a la superficie, sin importar el costo.
—¿Y cuál sería esa condición? —preguntó con frialdad.
—Quiere ir a la superficie a buscar a un humano, ¿me equivoco? —Jair levantó una ceja—. ¿Es amor lo que siente por él?
—No tengo por qué responder eso —respondió el rubio entre dientes.
—¡Oh, claro que tiene! —anunció el pelinegro—. Porque es la única manera en que puede realizarse el hechizo —sonrió divertido—, si no se establecen con precisión las condiciones, puede resultar mal para usted y no creo que eso lo satisfaga, ¿o sí, su majestad? —preguntó con un dejo de sarcasmo.
Alejandro apretó los puños, no quería responder eso, pero sabía que debía hacerlo— sí, lo es…
Jair sonrió complacido— de acuerdo —se alejó un poco, yendo a lo que parecía ser un cráter en un extremo de la cueva—, puedo hacerle una poción mágica que lo convierta en humano —anunció, llamando la atención de Alejandro—, claro que, esta pócima no lo hará humano para siempre…
—¿Qué quieres decir?
—Simple… la poción mágica lo convertirá en humano por un corto periodo de tiempo y ahí viene la condición a cumplir —el pelinegro se alzó de hombros—, si el humano que busca, se enamora de usted antes de que se acabe el tiempo, es decir, le da su palabra y promesa de amor verdadero, para quedarse con usted, seguirá siendo humano y se quedará con ese humano, para siempre —sonrió— o hasta que él muera, ya que los humanos son menos longevos que un tritón —se burló.
Alejandro frunció el ceño— dices que esa es la condición, ¿pero si eso no ocurre?
—Si ese humano no le da su amor, es decir, no le jura amor eterno a usted o le da su palabra de amor a alguien más, en el tiempo establecido, entonces, usted volverá a convertirse en tritón y deberá volver al mar, pero su vida le pertenecerá a alguien más —nadó hasta quedar frente al príncipe una vez más—, a mí.
Alejandro se sorprendió y Julián reaccionó.
—¡Jamás! —negó el castaño—. Majestad, usted no puede hacer eso —dijo con seriedad, poniéndose entre el rubio y el brujo—, sabe que enamorarse de alguien puede tardar mucho tiempo.
—A veces solo basta una mirada… —comentó el príncipe, recordando cómo se enamoró de Erick solo por eso—. Julián, es mi única oportunidad y no pienso desaprovecharla.
—Pero… — el castaño apretó los puños —. Ser un sirviente de él…
—¡¿Sirviente?! —Jair puso la mano en su pecho—. ¡Eso me ofende! —señaló—. ¿Quién dijo que quiero que el príncipe sea mi sirviente.
Ambos tritones se mostraron confundidos y el pelinegro sonrió.
—¿Acaso no es obvio lo que quiero? —preguntó el brujo—. El príncipe es el futuro soberano de Atlántida —se movió y se puso tras el rubio, colocando las manos en los hombros anchos con deseo—, el legítimo heredero de todo el océano y las aguas de este mundo —su voz denotaba el deseo que lo embargaba—. Lógicamente, una persona como yo, tiene anhelos mayores —rió con emoción—, no se me considera un legítimo atlante, porque no soy un tritón en sí, soy un octo-tritón —enfatizó la palabra— y para los tritones y sirenas, soy una abominación, como los antiguos miembros de mi raza extinta —explicó—, es por ello que deseo algo más… —anunció con ansiedad—. Por lo que si usted vuelve al océano, deberá desposarme y convertirme en su consorte real, para que todos me respeten como merezco y que juntos gobernemos el inmenso mar.
Alejandro puso un gesto serio, pero Julián no pudo evitar mostrar un gesto de desagrado; el rubio guardó silencio un momento y después, movió la mano y se alejó de los tentáculos del pulpo, que seguían rozándolo con insistencia.
—Antes de aceptar, quiero saber, ¿cuál es el tiempo que me darías?
—Tres días —respondió el pelinegro.
—Me niego —el ojiverde negó—. Tres días es muy poco tiempo, por lo cual, simplemente no me estás dando la oportunidad de conseguir nada y solo te aseguras de que falle —ladeó el rostro—, deberías darme por lo menos un par de meses.
Jair hizo un mohín— no es por que quiera que falle, es porque mi magia no se puede extender por mucho tiempo sin que se cumplan las condiciones —explicó—, pero podría darle hasta el solsticio de invierno que será en siete días más, sería lo más que se puede extender el plazo y créame, realmente será difícil para mí hacerlo, pero por ser usted, me esforzaré —negoció con interés.
Alejandro dudó, el plazo se cumpliría a cuatro días del cumpleaños de Erick; era poco tiempo, pero sabía que si se negaba, seguramente no conseguiría esa oportunidad que tanto deseaba.
—Bien… supongo que puedo hacer algo en una semana —asintió— y… ¿Cuál será el pago por el hechizo?
—Normalmente pido algo de la persona que recibirá el favor —Jair se movió yendo tras el príncipe una vez más y rodeándolo con interés—, pero puedo hacer una excepción esta vez… siendo usted… —sonrió divertido—. Déjeme a su seguidor como pago.
—¡¿Qué?! —Julián intentó moverse y unas enormes algas lo sujetaron con fuerza, cubriéndole la boca también.
—¡Él no es parte del trato! —negó Alejandro.
—¡Oh, pero sí que lo es! —Jair asintió—. No pensará que dejaré a un tritón libre, para que vaya con su padre y él venga a eliminarme, mientras usted se encuentra a salvo en la superficie, asegurándose con ello de que en caso de fallar, yo no pueda cobrar mi parte, ¿verdad?
Julián se removía, intentando liberarse, pero las algas eran demasiado fuertes, incluso para él, que era uno de los tritones más poderosos, ya que podría llegar a ser líder de la guardia real; Alejandro miró a su amigo y estuvo a punto de usar su magia para soltarlo, pero eso podría ser contraproducente, así que se contuvo y pensó las cosas fríamente.
—Entonces, ¿qué dice, majestad? —presionó el pulpo con ansiedad.
—No acepto —negó, sorprendiendo al brujo—. No pienso dejarte a Julián aquí.
—¿Está diciendo que no piensa sacrificar nada por obtener lo que desea?
—Yo no dije eso —Alejandro sonrió—. Si reconsideras tomar una parte de mí, como pago y dejar que Julián me acompañe a la superficie, entonces, tú te aseguras que nadie le diga nada a mi padre y yo me aseguro que él estará a salvo, conmigo.
Jair titubeó. No confiaba del todo en esa propuesta; sabía bien que el príncipe de la Atlantida, por ser de casta real, poseía algo de magia y eso podría causarle problemas a sus intereses. Pero dado que el premio era demasiado tentador, tampoco quería negarse por completo, así que debía encontrar una manera conseguir su meta.
El octo-tritón mordió su labio y luego sonrió— está bien, pero el deberá tener el mismo destino que usted —se cruzó de brazos.
—¿Qué quieres decir? —preguntó el ojiverde con recelo.
—No me interesa lo que pase con él, si usted consigue o no su objetivo —anunció el pelinegro—, ya que él volverá a ser tritón si usted lo hace o se quedará como humano si usted logra su cometido —explicó—, pero lo que usted pierda, él lo perderá también —señaló al castaño, que había dejado de luchar contra las algas, atónito por lo que escuchaba.
Alejandro apretó los puños y dudó— primero dime, ¿qué es lo que quieres a cambio?
El brujo se movió coqueto, abrazando al príncipe con sus tentáculos y acaricio el rostro con sus manos— algo que todos los de su raza presumen, algo de lo que todos ustedes se jactan, especialmente los de sangre real —dijo con un tinte de seducción—, lo que deseo a cambio de concederle su deseo, majestad, es… su voz —terminó la frase en un susurro.
Los ojos verdes se abrieron con sorpresa y alejó al otro de inmediato— ¡sin mi voz no podré hablar con quién quiero! —reclamó.
—Cierto, pero el amor no es solo por una voz —se alzó de hombros—, además, así nos aseguramos que sea amor verdadero —rió—, después de todo, no queremos que solo lo hechice con su voz, para no tener que pagarme, en caso de fallar de una manera natural, ¿o sí?
Alejandro bajó el rostro, debía admitir que había pensado en esa opción; deseaba tanto obtener a Erick que pensó que de necesitarlo, lo hechizaría con su voz para que lo aceptara, pero el brujo tenía razón, no sería amor de verdad si lo hacía.
—¿Qué dice, príncipe Alejandro? —presionó el pelinegro con emoción.
El rubio lo miró con frialdad, pero ya había tomado una decisión y no se iba a echar para atrás— trato hecho.
Julián abrió los parpados con sorpresa, pero no pudo decir nada; él también habría pagado el precio por ver a Agustín, pero sabía el riesgo que Alejandro estaba corriendo, por no poder hablar con el príncipe Erick y decirle la verdad.
—Siendo así, deme un momento, necesito algo especial para nuestro trato…
Jair se movió por su cueva, abriendo algunos lugares que parecían escondrijos, tirando cosas sin preocuparse por nada, buscando con desespero, mascullando entre dientes por no dar con lo que quería; finalmente, después de abrir un compartimiento cerca del caldero, sacó una tablilla de un cristal brillante. Alejandro se sorprendió por eso; era el cristal que en antaño, los atlantes usaban para su tecnología.
—Mi padre tenía razón, ¡esto serviría en algún momento! —rió el pelinegro y regresó con el príncipe—. Este es un contrato especial —puso la tablilla frente a Alejandro—, la antigua tecnología atlante, tiene un dejo de fuerza de antaño y puede llegar a reaccionar con la magia de alguien de la familia real —explicó—, tal vez no con tanta fuerza como hace milenios, pero sí la suficiente, para protegerme a mí —se señaló con un movimiento de su mano—, de represalias de un miembro de la familia de atlantes más poderosa.
El rubio miró la placa con frialdad; sabía que si firmaba eso, estaba obligado a cumplir su palabra en todo sentido, ya que no había nada que pudiera romper eso, excepto el tridente perdido o que uno de los inmiscuidos en el trato, falleciera.
—¿Firmará? —preguntó el pelinegro, fijando su mirada miel en el rubio.
Alejandro no lo dudó; su mano brilló y la acercó a la superficie cristalina, la cual brilló con fuerza y el nombre del príncipe quedó grabado, como si hubiese sido cincelado.
—¡Bien! —dijo el pelinegro, abrazando la tablilla con emoción.
Los tentáculos de Jair se movieron y le quitaron un cabello a cada tritón; el pelinegro se acercó al cráter burbujeante, que parecía bullir como un caldero. Dejó la tablilla de lado e Inició un ritual; rápidamente el lugar se llenó de una corriente extraña, con agua revuelta que envolvía a los tritones. Del cráter, unas formaciones de energía oscura se mostraron, simulando tentáculos, brillando en un tono purpura y fueron directamente a los tritones, sujetándolos con fuerza para inmovilizarlos.
Alejandro y Julián, sintieron que esas formas luminiscentes quemaban su piel, aunque no dejaban marca; un par de ellas se aferraron a sus cuellos y brillaron con intensidad, absorbiendo la voz de ambos y llevándolas como pequeñas esferas de luz, al brujo, quien las atrapó en un pequeño contenedor de caracol. Después de eso, los tritones fueron liberados, quedando cansados, flotando en el agua, mientras el brujo realizaba su trabajo.
Minutos después, Jair se acercó a ellos, con dos frascos de un cristal traslucido, parecido al que Alejandro se encontraba entre los restos de barcos humanos.
—Aquí están —anunció, entregándole a cada tritón un frasco—. Deben ir a la superficie y al estar ahí, beber el contenido —explicó con detenimiento—, si lo hacen aquí, morirán antes de alcanzar la superficie, no solo por la falta de aire, sino porque un cuerpo humano no soportaría la presión del fondo del océano —sonrió con diversión.
Alejandro y Julián sujetaron los frascos y se miraron entre sí, antes de dar media vuelta para ir a la salida; sabían que ya no había marcha atrás.
—Y no olvide, príncipe —la voz de Jair llamó la atención del rubio—, su fecha límite es el solsticio —se relamió los labios—, en cuanto la oscuridad caiga ese día, si no ha conseguido la promesa de amor de ese humano, deberá volver a mi lado, cumplir con nuestro trato y casarse conmigo.
El rubio le dedicó una mirada llena de ira y después, salió de ahí, nadando a toda velocidad, junto con Julián; dirigiéndose a las playas del reino Celestia, para que al convertirse en humanos, pudieran tener mayor oportunidad de encontrarse con quienes ambos deseaban.
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