Capítulo VII
Julián había estado observando el palacio con interés.
Habían pasado años desde que supo algo de información del príncipe Erick y Agustín; la última vez había sido cuando fueron enviados lejos; pero ese día escuchó rumores de los guardias que vigilaban el acceso por la playa, diciendo que el príncipe había regresado.
Cuando pudo ver al príncipe de ojos azules, supo que Alejandro se pondría feliz con la noticia, más todo se desvaneció en su mente al ver a Agustín; él había mantenido en su mente el recuerdo de un niño, pero al verlo convertido en un hombre, se sentía inquieto de haber estado interesado en alguien que ya no existía. Aun así se acercó hasta las rocas más cercanas al muelle, poniendo mucha atención en la plática de ambos y su corazón se aceleró cuando Agustín dijo que recordó al chico que vio la noche del naufragio y le había gustado, pero la molestia apareció, cuando dijo que era una ilusión y debía avanzar. Fue por eso que no lo pensó y terminó asomándose más de lo debido, llamando la atención de Agustín, antes de volver a esconderse.
Mientras Agustín y el príncipe volvían al palacio, él supo que era momento de regresar con Alejandro, para darle las noticias.
Julián tardó un par de horas en llegar a la ciudad de Atlántida, pero debido a que ya era un tritón mayor de edad, nadie lo vigilaba como cuando era un niño y era más sencillo para él, salir y volver al palacio, sin que lo interrogaran. Lo primero que hizo fue encontrarse con Marisela y Miguel, a quienes les contó las novedades y después, los tres fueron a la biblioteca del castillo, dónde encontrarían al príncipe leyendo, como en los últimos diez años.
Alejandro no había podido salir de su hogar, pero tenía libertad de moverse por algunas zonas del castillo, a diferencia de las primeras semanas, en las que había sido confinado a su habitación. El rubio tuvo que pedirle a su madre que interviniera por él ante su padre y fue así que consiguió la oportunidad de salir, más su meta siempre fue ir a la biblioteca, en busca de una solución a su situación.
Miguel, Marisela y Julián, llegaron a las puertas del enorme recinto, un par de guardias estaban cuidando la puerta, pero debido a que nada había pasado en los últimos años, ya no los vigilaban con tanta seriedad como antes y les permitieron el paso libremente.
—¿Alex? —preguntó la castaña, al ingresar primero que sus compañeros.
—¡Acá! —dijo el rubio, desde una parte alta de la biblioteca, ya que estaba revisando un compendio de siglos atrás, donde hablaba de la tecnología de la Atlántida.
Los recién llegados nadaron hasta alcanzar al rubio y éste los miró con indiferencia.
—¿Qué pasa? —preguntó con poco interés.
—Alex… —Julián lo miró a los ojos—. Volvió.
Con esa simple palabra, Alejandro supo a lo que se refería, ya que su amigo le había dicho años atrás, que Erick había sido enviado lejos y esa había sido la razón por la que se había enfrascado en buscar la manera de salir de ahí con mayor ahínco, sin conseguirlo.
—¡¿Estás seguro?! —preguntó en voz baja, aunque no pudo ocultar su ansiedad.
—Lo vi —sentencio el castaño—, pero volvió para casarse en su cumpleaños…
—¡¿Qué?! —el rubio se sorprendió.
—Su padre quiere casarlo —prosiguió.
—¿Recuerdas lo que te conté hace días? —añadió Miguel, pues cuando él estuvo rondando las orillas, escuchó las pláticas de guardias y marinos, sobre la llegada al palacio de princesas y señoritas nobles, en busca de un compromiso—. Es obvio que están aquí por él.
—No puede ser… —el rubio apretó el libro entre sus manos.
—No tienes tiempo —Marisela negó—, el cumpleaños del príncipe es pronto.
Todos sabían algunos detalles del príncipe, debido a que los tres habían roto la regla de no subir a la superficie varias veces, con tal de enterarse de todo lo que pudieran del ojiazul, para llevarle novedades a Alejandro; las primeras cosas que supieron, fue su edad y fecha de cumpleaños, porque era un día importante para el palacio.
—No hay manera de que pueda salir a la superficie —el ojiverde rechinó los dientes—, no puedo usar mi magia, porque sigo siendo muy joven, ya que necesito más de cien años para hacer lo que hace mi padre —se quejó— y tampoco puedo usar tecnología, ya que su energía desapareció en la guerra… lo único que he aprendido estos años es que sin el estúpido tridente, ¡somos simples peces inútiles en el fondo del océano!
Alejandro lanzó el libro que traía en manos con ira y Miguel se movió de inmediato a sujetarlo, pues era hecho de placas de cristal y si golpeaba contra algo, se rompería.
—Si no hay nada qué hacer… entonces no tiene caso que te mortifiques —comentó Marisela de manera condescendiente.
—Hay una cosa…
—¿Qué cosa? —preguntó Julián con interés, él también quería ir a la superficie.
—Hay una magia impura… una magia oscura… algo que los atlantes rechazaron hace milenios…
—¿Una magia impura? —Miguel frunció el ceño, había devuelto el libro a su lugar y le puso atención a la plática.
—No conozco nada parecido —negó Julián.
—No, no la conoces, porque es una magia que pide que sacrifiques mucho a cambio de obtener un favor y solo las abominaciones la usan…
—¡¿Estás loco?! —Marisela se asustó.
—No, no estoy loco —negó el rubio—, estoy desesperado que es diferente —apretó los puños—, necesito salir de aquí, a cualquier costo.
El rey de Atlántida, se encontraba en su trono.
Minutos antes, un guardia lo buscó para darle un recado de su hijo; el príncipe solicitaba una audiencia con él y esperaba que aceptara cruzar unas palabras, ya que tenían más de diez años sin hablar.
Cuando la puerta se abrió, el de barba se irguió en su lugar y observó a su hijo con desdén; el príncipe ingresó con un nado lento y su mirada estaba fija en el rostro de su padre. No hubo saludo de cortesía, ni reverencias, ni un solo gesto amable por parte de ninguno; ambos eran orgullosos y no estaban dispuestos a ceder ante el otro o al menos, eso pensaba el rey.
—Bien, estamos aquí, ¿qué es lo que quieres? —preguntó el monarca con frialdad.
—Acepto casarme con la princesa Alana —anunció Alejandro.
El mayor se sorprendió y luego lo miró con algo de desconfianza— ¿a qué viene ese cambio tan repentino?
—He estado más de diez años, confinado a solo algunos lugares del palacio —respondió su hijo con molestia—, solo veo a mi madre un par de veces al mes y honestamente, ya me está fastidiando esta situación, especialmente porque me he acabado todos los libros de la biblioteca y no voy a tener con qué más entretenerme —cerró los parpados, parecía costarle lo que iba a decir—, realmente, la soledad es demasiado para mí.
Su padre se sintió complacido; todo indicaba que por fin, había doblegado a su hijo, pero no podía estar completamente seguro de eso.
—¿Ya te olvidaste de esa locura de la superficie y el humano? —preguntó, levantándose de su asiento y acercándose a su hijo.
—El humano… —Alejandro bajó el rostro—. Nunca supe su nombre y ha pasado tanto tiempo, que ya ni siquiera recuerdo su rostro y seguramente él, ya tiene una vida —parecía afligido—, con alguien que si puede estar a su lado a diferencia de mí, que no puedo salir del agua y él no puede acompañarme tampoco…
El rey pasó la mano por su barba rubia, del mismo tono platinado que su cabello; se sentía satisfecho de esas reacciones de su hijo, era obvio que ya había aprendido su lugar y aunque tardó años en hacerlo, al menos no tuvo que esperar un siglo.
—De acuerdo… siendo así, ¿cuándo quieres casarte?
—Mañana mismo —respondió fríamente el príncipe.
—¡¿Mañana?!
—La princesa Alana sigue aquí, ¿no? —Alejandro ladeó el rostro—. Me he enterado que solo abandona el palacio una vez al año, para ir a visitar a su familia y dentro de poco debería viajar a ello.
—Sí, es cierto, pero…
—También supe que su padre estaba presionando para que me obligaras a casarme o desposaría a su hija con otro príncipe.
El soberano se sorprendió— ¿quién te lo dijo?
—Lo escuché de los guardias —respondió de inmediato— y mis amigos me dijeron que eran rumores, pero no quiero comprometer a nuestra familia por eso.
—Está bien —el rey sonrió satisfecho—, mañana haremos la ceremonia.
—¿Puedo ver a mi madre ahora?
—Claro, puedes verla —el rey asintió—, debe estar en uno de los salones de la corte, departiendo con la princesa, así que salúdala correctamente también —dio media vuelta, pero al ver que su hijo no se movía, le llamó la atención—, ¿qué estás esperando?
—A los guardias —respondió el príncipe—, supongo que quieres que me escolten.
El rey sonrió con sarcasmo— no es necesario, de todos modos, aun no te van a dejar salir del palacio, por eso sé que no podrás huir.
—De acuerdo…
Alejandro hizo una reverencia y nadó hacia la salida; el rey escudriñó su actitud y se sintió casi completamente convencido de su cambio, ya que se notaba que estaba resignado, más no alcanzó a ver que al salir del salón, el príncipe sonrió con malicia.
Minutos antes, un guardia lo buscó para darle un recado de su hijo; el príncipe solicitaba una audiencia con él y esperaba que aceptara cruzar unas palabras, ya que tenían más de diez años sin hablar.
Cuando la puerta se abrió, el de barba se irguió en su lugar y observó a su hijo con desdén; el príncipe ingresó con un nado lento y su mirada estaba fija en el rostro de su padre. No hubo saludo de cortesía, ni reverencias, ni un solo gesto amable por parte de ninguno; ambos eran orgullosos y no estaban dispuestos a ceder ante el otro o al menos, eso pensaba el rey.
—Bien, estamos aquí, ¿qué es lo que quieres? —preguntó el monarca con frialdad.
—Acepto casarme con la princesa Alana —anunció Alejandro.
El mayor se sorprendió y luego lo miró con algo de desconfianza— ¿a qué viene ese cambio tan repentino?
—He estado más de diez años, confinado a solo algunos lugares del palacio —respondió su hijo con molestia—, solo veo a mi madre un par de veces al mes y honestamente, ya me está fastidiando esta situación, especialmente porque me he acabado todos los libros de la biblioteca y no voy a tener con qué más entretenerme —cerró los parpados, parecía costarle lo que iba a decir—, realmente, la soledad es demasiado para mí.
Su padre se sintió complacido; todo indicaba que por fin, había doblegado a su hijo, pero no podía estar completamente seguro de eso.
—¿Ya te olvidaste de esa locura de la superficie y el humano? —preguntó, levantándose de su asiento y acercándose a su hijo.
—El humano… —Alejandro bajó el rostro—. Nunca supe su nombre y ha pasado tanto tiempo, que ya ni siquiera recuerdo su rostro y seguramente él, ya tiene una vida —parecía afligido—, con alguien que si puede estar a su lado a diferencia de mí, que no puedo salir del agua y él no puede acompañarme tampoco…
El rey pasó la mano por su barba rubia, del mismo tono platinado que su cabello; se sentía satisfecho de esas reacciones de su hijo, era obvio que ya había aprendido su lugar y aunque tardó años en hacerlo, al menos no tuvo que esperar un siglo.
—De acuerdo… siendo así, ¿cuándo quieres casarte?
—Mañana mismo —respondió fríamente el príncipe.
—¡¿Mañana?!
—La princesa Alana sigue aquí, ¿no? —Alejandro ladeó el rostro—. Me he enterado que solo abandona el palacio una vez al año, para ir a visitar a su familia y dentro de poco debería viajar a ello.
—Sí, es cierto, pero…
—También supe que su padre estaba presionando para que me obligaras a casarme o desposaría a su hija con otro príncipe.
El soberano se sorprendió— ¿quién te lo dijo?
—Lo escuché de los guardias —respondió de inmediato— y mis amigos me dijeron que eran rumores, pero no quiero comprometer a nuestra familia por eso.
—Está bien —el rey sonrió satisfecho—, mañana haremos la ceremonia.
—¿Puedo ver a mi madre ahora?
—Claro, puedes verla —el rey asintió—, debe estar en uno de los salones de la corte, departiendo con la princesa, así que salúdala correctamente también —dio media vuelta, pero al ver que su hijo no se movía, le llamó la atención—, ¿qué estás esperando?
—A los guardias —respondió el príncipe—, supongo que quieres que me escolten.
El rey sonrió con sarcasmo— no es necesario, de todos modos, aun no te van a dejar salir del palacio, por eso sé que no podrás huir.
—De acuerdo…
Alejandro hizo una reverencia y nadó hacia la salida; el rey escudriñó su actitud y se sintió casi completamente convencido de su cambio, ya que se notaba que estaba resignado, más no alcanzó a ver que al salir del salón, el príncipe sonrió con malicia.
Alejandro fue al salón principal donde se reunía la corte. Al llegar, todos los presentes se sorprendieron de verlo, pero de inmediato se inclinaron ante él; era innegable quien era, debido a sus rasgos idénticos a su padre, la distintiva cola de la familia real y obviamente la manera en la que la reina Alejandra se acercó a él, para abrazarlo con cariño.
El rubio saludó con efusividad a su madre y le besó las manos con amor, después, fue directamente con la princesa Alana y la saludó de manera cordial, anunciándole que la desposaría al día siguiente, cosa que sorprendió a la sirena y de inmediato, todos los presentes se retiraron a dar la buena nueva a toda Atlántida.
Un guardia se movió con sigilo y fue de inmediato a avisarle al rey lo ocurrido, algo que complació sobremanera al soberano; había dudado de su hijo, pero al ver que acataba las indicaciones, no le quedaba ni una pisca de duda de su cambio.
El príncipe pasó toda la tarde al lado de la princesa sirena, comportándose con galantería, tratándola con suma amabilidad, cuidado e incluso, un dejo de cariño, algo que satisfizo a sus padres, porque se notaba que estaba poniendo de su parte para complacer a su futura esposa; la sirena, por su parte, había quedado encantada con el príncipe y cada que escuchaba su voz, suspiraba. Sabía que ella, por ser mujer, debía ser quien encantara a cualquiera con sus palabras, pero estaba segura que el tono del príncipe era mucho más fascinante y cautivador.
En la noche, después de la cena, el príncipe llevó a la princesa a la habitación que ella ocupaba desde tiempo atrás y ella lo invitó a pasar; él intentó negarse, especialmente porque había guardias cerca, cuidándolos, pero ella lo obligó a entrar, escudándose en el hecho de que estarían casados al día siguiente. El rubio no se negó más e ingresó a la habitación, ante el beneplácito del espía que había enviado el rey a seguirlo, mismo que rápidamente fue a anunciarle la buena nueva al soberano.
—Alex… —musitó la joven de cabello rojizo, en medio del beso.
—Tranquila —sonrió el rubio, llevándola hacia el enorme lecho—, no debemos precipitarnos…
—He esperado esto por tanto tiempo —comentó ella, pasando las manos por el cuello de Alejandro—, no puedo esperar más…
—Alana… tenemos que hablar —dijo el ojiverde con seriedad.
La chica se asustó por la manera de hablar del príncipe— ¡¿de qué?!
—Alana… —Alejandro acarició el rostro de ella y fijó su mirada verde en las pupilas miel de ella—. No soy un tritón cualquiera y honestamente, después de estar solo durante años, tengo algunos deseos un tanto… perversos.
Ante la palabra, la chica se estremeció— ¿en qué…? ¿En qué sentido?
El príncipe sonrió y la recostó en el lecho, sujetando las delicadas muñecas de ella por encima de la cabellera rojiza, con algo de fuerza; por un momento, la princesa se quejó, pero un gemido suave y deseoso, escapó de sus labios después.
Alejandro se inclinó y mordisqueó el lóbulo de la oreja de ella— podría tratarte de manera un poco brusca —ella gimió audiblemente ante el susurro de él—, pero te prometo que te gustará… solo tienes que obedecerme…
La chica no se dio cuenta que el príncipe estaba usando el hechizo de su voz, para poder doblegarla fácilmente; él, por ser miembro de la familia real tenía esa habilidad y en un grado mayor que las sirenas de otras familias nobles, por eso, a pesar de que no debía ser de esa manera, Alana cayó bajo ese encantamiento tan sutil, que ni siquiera se dio cuenta. La pelirroja asintió y se dejó mover a voluntad del ojiverde, quien usó unas algas para atarle las muñecas y luego, sujetarla a las orillas de la construcción que fungía de cama, después le amordazó la boca y finalmente, le habló al oído.
—Lo siento, pero realmente, no me atraes en lo más mínimo…
Ella se sorprendió, quiso replicar, pero en ese momento se dio cuenta que estaba completamente inmovilizada; se removió, intentó gritar, pero no pudo conseguir nada. Alejandro se inclinó y sonrió.
—Duerme, princesa…
Alana sintió como el sueño se adueñaba de ella de una manera rápida e imposible, pero no pudo luchar contra el hechizo de la voz del príncipe y de inmediato, sucumbió ante el sueño.
Alejandro se alejó y se asomó por una de las ventanas de esa habitación; no había nadie cerca, así que seguramente Miguel, Julián y Marisela, se habrían encargado de los guardias. Salió por la ventana y con mucho sigilo, nadó hacia una de las orillas del reino; al llegar, se encontró con sus amigos.
—Bien, la primera parte del plan, está hecha.
—¡Tu padre va a matarnos cuando se entere! —sentenció Marisela.
—No, porque por eso me iré solo —sonrió—, ustedes deben quedarse aquí, para que no los acusen de complicidad.
—¡No cuentes con ello! —Julián se cruzó de brazos.
—No podemos dejarte —negó Miguel—, juramos protegerte toda la vida y no vamos a abandonarte ahora, ¡aunque nos cueste la cabeza después!
—Pero necesito que se queden aquí, no quiero que me sigan a dónde voy —su voz sonó seria—, el brujo del mar puede hacerles algo y además, necesito que cubran mis huellas.
—No vamos a hacer eso, Alex —insistió Marisela.
—Si tú vas, nosotros vamos —añadió Julián—, es preferible que nos pase algo a nosotros que a ti.
El rubio entornó los ojos— ya habíamos quedado en otra cosa.
—No, tú dijiste eso, nosotros no aceptamos —señaló Miguel con frialdad.
—Pero si vamos todos, el plan puede fracasar —explicó el ojiverde—, además, necesito que se queden para que eviten que mi padre me encuentre.
Los amigos del príncipe se vieron entre sí; en parte, tenía razón, pero no querían dejarlo solo.
—De acuerdo —Julián asintió—, Miguel y Marisela se quedarán, yo voy contigo.
—¡¿Tú solo?! —la sirena se asustó.
—No es una buena idea —Miguel negó.
Alejandro frunció el ceño— ¿por qué quieres ir?
—Sabes que yo también quiero acercarme a un humano —el castaño sonrió—, así que tengo motivos para querer acompañarte, además de cuidar de tu espalda.
El príncipe pasó la mano por su cabello, en un ademán frustrado, pero sabía que no podía evitar eso, especialmente porque ellos tres, no iban a querer dejarlo solo.
—Está bien —asintió—. Miguel, Marisela, se quedarán y evitarán que mi padre me busque —ordenó—, trataré de llegar a un acuerdo con el brujo para ir al reino Celestia —explicó—, desde ahí les enviaré un mensaje, en caso de que no sepan nada de mí en cinco días, le cuentan la verdad al rey…
La pareja asintió.
—Sé que mi padre los mantendrá vigilados —prosiguió el rubio—, pero encuentren la manera de responder mis mensajes y mantenerme al tanto de la situación, ¿entendido?
—Sí —dijeron a la vez.
—Julián, vámonos.
Alejandro emprendió el camino, nadando a toda velocidad en dirección a La Fosa y Julián lo siguió con rapidez. Miguel y Marisela se quedaron un momento en ese lugar y luego, se devolvieron al palacio; debían ir a sus habitaciones y tratar de dormir, ya que al amanecer, seguramente todo se volvería un caos y ellos tendrían que fingir que no estaban enterados de nada.
El rubio saludó con efusividad a su madre y le besó las manos con amor, después, fue directamente con la princesa Alana y la saludó de manera cordial, anunciándole que la desposaría al día siguiente, cosa que sorprendió a la sirena y de inmediato, todos los presentes se retiraron a dar la buena nueva a toda Atlántida.
Un guardia se movió con sigilo y fue de inmediato a avisarle al rey lo ocurrido, algo que complació sobremanera al soberano; había dudado de su hijo, pero al ver que acataba las indicaciones, no le quedaba ni una pisca de duda de su cambio.
El príncipe pasó toda la tarde al lado de la princesa sirena, comportándose con galantería, tratándola con suma amabilidad, cuidado e incluso, un dejo de cariño, algo que satisfizo a sus padres, porque se notaba que estaba poniendo de su parte para complacer a su futura esposa; la sirena, por su parte, había quedado encantada con el príncipe y cada que escuchaba su voz, suspiraba. Sabía que ella, por ser mujer, debía ser quien encantara a cualquiera con sus palabras, pero estaba segura que el tono del príncipe era mucho más fascinante y cautivador.
En la noche, después de la cena, el príncipe llevó a la princesa a la habitación que ella ocupaba desde tiempo atrás y ella lo invitó a pasar; él intentó negarse, especialmente porque había guardias cerca, cuidándolos, pero ella lo obligó a entrar, escudándose en el hecho de que estarían casados al día siguiente. El rubio no se negó más e ingresó a la habitación, ante el beneplácito del espía que había enviado el rey a seguirlo, mismo que rápidamente fue a anunciarle la buena nueva al soberano.
—Alex… —musitó la joven de cabello rojizo, en medio del beso.
—Tranquila —sonrió el rubio, llevándola hacia el enorme lecho—, no debemos precipitarnos…
—He esperado esto por tanto tiempo —comentó ella, pasando las manos por el cuello de Alejandro—, no puedo esperar más…
—Alana… tenemos que hablar —dijo el ojiverde con seriedad.
La chica se asustó por la manera de hablar del príncipe— ¡¿de qué?!
—Alana… —Alejandro acarició el rostro de ella y fijó su mirada verde en las pupilas miel de ella—. No soy un tritón cualquiera y honestamente, después de estar solo durante años, tengo algunos deseos un tanto… perversos.
Ante la palabra, la chica se estremeció— ¿en qué…? ¿En qué sentido?
El príncipe sonrió y la recostó en el lecho, sujetando las delicadas muñecas de ella por encima de la cabellera rojiza, con algo de fuerza; por un momento, la princesa se quejó, pero un gemido suave y deseoso, escapó de sus labios después.
Alejandro se inclinó y mordisqueó el lóbulo de la oreja de ella— podría tratarte de manera un poco brusca —ella gimió audiblemente ante el susurro de él—, pero te prometo que te gustará… solo tienes que obedecerme…
La chica no se dio cuenta que el príncipe estaba usando el hechizo de su voz, para poder doblegarla fácilmente; él, por ser miembro de la familia real tenía esa habilidad y en un grado mayor que las sirenas de otras familias nobles, por eso, a pesar de que no debía ser de esa manera, Alana cayó bajo ese encantamiento tan sutil, que ni siquiera se dio cuenta. La pelirroja asintió y se dejó mover a voluntad del ojiverde, quien usó unas algas para atarle las muñecas y luego, sujetarla a las orillas de la construcción que fungía de cama, después le amordazó la boca y finalmente, le habló al oído.
—Lo siento, pero realmente, no me atraes en lo más mínimo…
Ella se sorprendió, quiso replicar, pero en ese momento se dio cuenta que estaba completamente inmovilizada; se removió, intentó gritar, pero no pudo conseguir nada. Alejandro se inclinó y sonrió.
—Duerme, princesa…
Alana sintió como el sueño se adueñaba de ella de una manera rápida e imposible, pero no pudo luchar contra el hechizo de la voz del príncipe y de inmediato, sucumbió ante el sueño.
Alejandro se alejó y se asomó por una de las ventanas de esa habitación; no había nadie cerca, así que seguramente Miguel, Julián y Marisela, se habrían encargado de los guardias. Salió por la ventana y con mucho sigilo, nadó hacia una de las orillas del reino; al llegar, se encontró con sus amigos.
—Bien, la primera parte del plan, está hecha.
—¡Tu padre va a matarnos cuando se entere! —sentenció Marisela.
—No, porque por eso me iré solo —sonrió—, ustedes deben quedarse aquí, para que no los acusen de complicidad.
—¡No cuentes con ello! —Julián se cruzó de brazos.
—No podemos dejarte —negó Miguel—, juramos protegerte toda la vida y no vamos a abandonarte ahora, ¡aunque nos cueste la cabeza después!
—Pero necesito que se queden aquí, no quiero que me sigan a dónde voy —su voz sonó seria—, el brujo del mar puede hacerles algo y además, necesito que cubran mis huellas.
—No vamos a hacer eso, Alex —insistió Marisela.
—Si tú vas, nosotros vamos —añadió Julián—, es preferible que nos pase algo a nosotros que a ti.
El rubio entornó los ojos— ya habíamos quedado en otra cosa.
—No, tú dijiste eso, nosotros no aceptamos —señaló Miguel con frialdad.
—Pero si vamos todos, el plan puede fracasar —explicó el ojiverde—, además, necesito que se queden para que eviten que mi padre me encuentre.
Los amigos del príncipe se vieron entre sí; en parte, tenía razón, pero no querían dejarlo solo.
—De acuerdo —Julián asintió—, Miguel y Marisela se quedarán, yo voy contigo.
—¡¿Tú solo?! —la sirena se asustó.
—No es una buena idea —Miguel negó.
Alejandro frunció el ceño— ¿por qué quieres ir?
—Sabes que yo también quiero acercarme a un humano —el castaño sonrió—, así que tengo motivos para querer acompañarte, además de cuidar de tu espalda.
El príncipe pasó la mano por su cabello, en un ademán frustrado, pero sabía que no podía evitar eso, especialmente porque ellos tres, no iban a querer dejarlo solo.
—Está bien —asintió—. Miguel, Marisela, se quedarán y evitarán que mi padre me busque —ordenó—, trataré de llegar a un acuerdo con el brujo para ir al reino Celestia —explicó—, desde ahí les enviaré un mensaje, en caso de que no sepan nada de mí en cinco días, le cuentan la verdad al rey…
La pareja asintió.
—Sé que mi padre los mantendrá vigilados —prosiguió el rubio—, pero encuentren la manera de responder mis mensajes y mantenerme al tanto de la situación, ¿entendido?
—Sí —dijeron a la vez.
—Julián, vámonos.
Alejandro emprendió el camino, nadando a toda velocidad en dirección a La Fosa y Julián lo siguió con rapidez. Miguel y Marisela se quedaron un momento en ese lugar y luego, se devolvieron al palacio; debían ir a sus habitaciones y tratar de dormir, ya que al amanecer, seguramente todo se volvería un caos y ellos tendrían que fingir que no estaban enterados de nada.
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