Capítulo VI
El tiempo pasó lentamente.
Erick desobedecía a su padre casi todos los días y en complicidad con Agustín, escapaba del castillo, yendo a recorrer la playa cercana o buscando en el pueblo, a algún chico de cabello claro que respondiera al nombre de Alejandro, aunque jamás dio con él, a pesar de que tenía la ayuda de tres niños, hijos de algunos artesanos que en ocasiones iban al castillo: el sastre, el carpintero y el dueño de la granja más grande del pueblo, que les llevaba las mejores hortalizas primero y algunos animales pequeños, como gallinas y conejos.
Los otros tres niños eran casi de su misma edad y ya eran aprendices de sus padres, por lo que se encontraban con el príncipe en sus visitas al palacio, pero solo hablaban con él, cuando se lo encontraban en el pueblo y le ayudaban a esconderse, para que los guardias no lo descubrieran o lo acompañaban a las playas cercanas, para servir de distracción, en caso de ser necesario.
Aun así, un día, poco antes de que cumpliera quince años, el príncipe fue sorprendido por los guardias recorriendo el mar, en compañía de Agustín; el rey, molesto por las acciones de su hijo, decidió castigarlo, enviándolo al centro del país.
Erick, junto con su siervo Agustín y sus dos mascotas, fueron recluidos en un monasterio, dónde los monjes tenían voto de silencio; solo Erick y Agustín podían hablar, pero sólo podían hacerlo si no había un solo monje cerca, pues ellos los silenciaban de inmediato. Era una tortura no solo para el príncipe, sino para su compañero, pero a cambio de soportar ese tormento, aprendían de muchas cosas, incluyendo el usar la espada y algunas técnicas de pelea con otras armas varias, además, tuvieron acceso a libros que estaban prohibidos en casi todo el mundo.
Solo tenían algo de libertad un par de horas en el día, cuando estaban en la sección externa, dónde había una granja que proveía de alimento a los monjes y viajeros, además de cuidar de las mascotas del príncipe, porque los canes no podían estar en el monasterio; el granjero también tenía una caballeriza y tanto el príncipe como su siervo, podían cabalgar un rato en las tardes.
A pesar de todo, su estancia en ese lugar no fue tan mala, pero Erick extrañaba el mar; deseaba volver y en el fondo, Agustín sabia la razón, pues su señor no había olvidado a ese chico que le había contado en antaño. Noche a noche le escuchaba nombrarlo en sueños y le preocupaba que eso se hubiese convertido en una obsesión.
Por su parte Erick estaba empecinado en no olvidarse de ese joven, recordándolo siempre, aunque sabía que con el paso del tiempo, los pocos recuerdos nítidos empezaban a desvanecerse y eso le daba miedo, por lo que se aferraba a sus sueños, para tratar de rescatar un poco de eso que creía tan especial.
Poco a poco, las semanas se convirtieron en meses y estos en años; de manera esporádica, Erick recibía noticias de su familia por medio de cartas y no había nada que le sorprendiera.
Su hermano mayor, quien se suponía sería el próximo heredero del reino, se había casado casi de inmediato, después de que el niño partiera de casa y ni siquiera lo invitó a la ceremonia; él y su esposa esperaban a tomar el trono en cuanto el monarca regente, el padre de Erick, falleciera, ya que no quería abdicar, porque a pesar de su edad, era fuerte y saludable. Su segundo hermano, partió para casarse con la única hija de otro rey, convirtiéndose en el futuro soberano de otro país y seguramente no volvería a verlo.
Diez años después, Erick ya se había convertido en un hombre y debía volver a su hogar; su padre deseaba que contrajera nupcias al cumplir veinticinco y era momento de empezar a buscar una pareja adecuada.
A pesar de que su estatus le permitía viajar en una carroza, él decidió hacer el viaje a lomos de su corcel, seguido por Agustín y una pequeña caravana; llevaban una carreta, dónde iban sus dos mascotas, pues Thunder y Bolt ya estaban viejos y no quería que se cansaran, aunque aún tenían energía para correr, el viaje era largo.
Duraron más de una semana de viaje, llegando a su destino el segundo viernes del mes de diciembre; al acercarse a la ciudad, Erick aspiró el aroma a sal.
—Estamos de vuelta —sonrió débilmente.
—Sí —Agustín asintió—, parece que no ha cambiado mucho.
—Sí, eso parece…
La caravana siguió su camino y entraron por la puerta principal, llamando la atención de todos los pobladores que recorrían las calles empedradas, al ver el estandarte de la familia real. Al llegar al castillo, los guardias reconocieron al príncipe de inmediato y lo dejaron pasar.
Al ingresar al palacio, no le sorprendió que nada había cambiado «realmente esperaba que hubiera algo diferente…» pensó con algo de melancolía.
Mientras caminaba, seguido de Agustín, el primero en recibirlo, junto con los sirvientes del lugar, fue su tutor, Grim, quien tenía el cabello canoso en ese entonces.
—¡Bienvenido, príncipe Erick! —dijo con una sonrisa amable—. Es un placer tenerlo de vuelta.
—Profesor Grim —el ojiazul hizo una leve reverencia—, gracias por recibirme.
El hombre levantó el rostro, pero ya no lo miró a los ojos; el príncipe ya no era un niño y ahora, debía tratarlo con más respeto.
—Su padre y hermano, lo esperan en el salón.
—Entiendo —suspiró el Ojiazul— y… ¿mi madre?
—La reina está tomando té en la terraza —contestó con rapidez—, junto con la esposa de su hermano, la princesa Judith —especificó—, así como otras damas que están de visita en el palacio.
«Claro, el té es más importante que yo…» pensó el pelinegro con tristeza— bien, iré a ver a mi padre…
Erick se giró y le entregó a Agustín sus guantes y arma— adelántate —indicó—, ordena que preparen una habitación al lado de la mía para ti y luego te diré lo que haremos.
—Sí, majestad —asintió el otro e hizo una reverencia, antes de ir a realizar las indicaciones del príncipe.
El ojiazul fue directamente al salón y un par de guardias le abrieron la puerta; Erick entró y caminó el largo pasillo hasta colocarse frente al trono de su padre. Mientras caminaba, observó que a la derecha del rey, estaba sentado su hermano y suspiró; una cosa era hablar con su padre y otra tener que acatar órdenes de su hermano.
—Bienvenido —dijo el hombre con frialdad.
—Gracias, padre —comentó el ojiazul, sin mirar a su progenitor al rostro.
—Espero que tu viaje haya sido tranquilo —comentó el mayor con amabilidad—, pero ahora que estás aquí, me gustaría que tratáramos de manera inmediata, un tema importante —el soberano se irguió en su lugar—, debes casarte —anunció con seriedad.
Erick respiró profundamente; sabía la razón de su regreso, así que no le sorprendía que sacara el tema tan rápido.
—Es importante que busques a una jovencita de tu gusto, así que te daré la oportunidad de elegirla.
El pelinegro frunció el ceño; le llamaba la atención que le diera esa distinción, ya que sabía que a sus hermanos les había arreglado el matrimonio, según las relaciones más adecuadas de manera política.
—Está… está bien —musitó el príncipe.
—Hay unas jóvenes casaderas, princesas y miembros de la corte, no solo de nuestro reino, sino de países vecinos —explicó—, están visitando el palacio, espero que convivas con ellas en los próximos días y te decidas por alguna, para que en tu cumpleaños, contraigas nupcias con ella.
—Cómo ordenes, padre…
—Siendo así, retírate.
—Con permiso —Erick hizo una reverencia y dio media vuelta.
—Erick… —llamó su padre de nuevo.
El ojiazul volteo una vez más, para ver al rey— ¿sí?
—¿Dónde está tu insignia? —preguntó el mayor con seriedad.
Erick movió la mano y sacó de entre su ropa la insignia que siempre portaba, mostrándosela a su padre.
—Te dije que siempre la mantuvieras a la vista —regañó el rey.
—Lo lamento, padre, pero durante el viaje, evité denotar que traía cosas de valor —se disculpó el pelinegro—, no quería arriesgarme a que me asaltaran y me la robaran.
—Está bien, pero no vuelvas a ocultarla.
—No, padre…
Erick volvió a inclinarse y dio media vuelta, caminando a la salida.
A pesar de que debía ir a su habitación, prefirió salir del castillo, yendo a las escaleras que daban hacia los jardines traseros; recorrió un largo camino, incluso, pasó por enfrente de la capilla que era para uso exclusivo de su familia y no se detuvo. Bajó aún más por las enormes escalinatas, decoradas con estatuas de peces y seres mitológicos; su paso era rápido y solo deseaba llegar al muelle del palacio.
Un par de guardias lo vieron y se inclinaron cuando pasó frente a ellos, pero no lo detuvieron, ni dijeron una sola palabra; la prohibición de que el príncipe fuera al mar había sido revocada, así que lo dejaron a solas.
Erick llegó a la orilla del muelle y se sentó en la madera, dejando sus piernas al aire, ya que debido a la altura, no alcanzaba el agua; masajeó el puente de su nariz y después se inclinó, recargando los codos en sus piernas y pasando las manos por su rostro, sintiéndose frustrado.
Pasaron unos minutos y Agustín llegó a su lado, sentándose también, pero manteniéndose en silencio.
Erick lo miró de soslayo y suspiró— ¿cómo me encontraste? —preguntó a media voz.
—Lo esperaba en la escalera del palacio, por lo que vi cuando salió del salón y dirigió sus pasos al exterior —respondió con amabilidad—, supuse que necesitaba despejar su mente y este era el único lugar al que querría venir para eso.
Erick intentó sonreír, pero no lo consiguió.
—Debo casarme —dijo con amargura.
Agustín respiró profundamente— perdón que lo diga, pero usted ya sabía que debía hacer eso.
—Sí… pero no quiero hacerlo.
—¿Le disgusta la mujer que su padre eligió?
Erick sonrió con sarcasmo— mi padre no ha elegido a ninguna —negó—, hay muchas señoritas de visita y debo escoger a una, antes de mi cumpleaños —explicó.
Agustín recargó sus manos en el muelle y miró al cielo— entonces, no es tan malo… sus hermanos no pudieron elegir y usted tiene poco más de una semana para decidir —rió.
—Supongo que no, pero no deseo casarme con ellas… yo ya quiero a alguien, aunque solo lo haya visto una vez.
Agustín hizo un mohín— señor… —suspiró— usted sabe que yo también creí haber visto a un chico aquella noche y me agradó —sonrió débilmente, ya que había tardado en recordar eso cuando era pequeño—, pero jamás lo encontré y quizá, jamás lo encuentre —negó—, tal vez solo fue una ilusión —comentó con tristeza—, por eso, es momento que avance y usted también —se alzó de hombros—, es normal para un chico de su condición, casarse, tener una familia y establecerse… no creo que sea tan malo y menos si tiene la oportunidad de elegir, ¿o sí?
Erick suspiró— quizá tienes razón… quizá, solo debo dejarlo ir —forzó una sonrisa y miró hacia el océano—, lo siento, Alejandro…
El ojiazul guardó silencio un momento, mismo que su compañero respetó, imaginando que era su manera de despedirse de una ilusión, justo como él lo había hecho tiempo atrás; minutos después, el príncipe respiró profundamente y luego se incorporó.
—Vamos, Agus, debo empezar a conocer a las candidatas que quieren el honor de ser mi esposa —dijo con algo de desgano.
—Cómo ordene…
Agustín se movió para ponerse de pie, solo que al erguirse, algo llamó su atención en el mar; se quedó quieto, en silencio, mirando fijamente hacia unas rocas que estaban cerca de ahí, en la zona por dónde los navíos grandes no podían pasar.
—¿Ocurre algo, Agustín? —preguntó el ojiazul, al ver el semblante de su amigo.
—No… solo… creí ver algo —negó—, debió ser mi imaginación.
Los dos dieron media vuelta y se encaminaron hacia el palacio, sin darse cuenta que un tritón de cabello castaño, se zambullía en el agua de inmediato.
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