Capítulo V
Apenas el príncipe Alejandro y sus compañeros, llegaron al palacio, la escolta real los llevó ante el rey. El monarca estaba en su trono, con un gesto furioso y sus ojos verdes parecían resplandecer con ira asesina.
—¡¿Dónde estabas?! —gritó.
Julián, Marisela y Miguel se encogieron de hombros, mientras que el príncipe levantó el rostro con desdén.
—Fui de paseo a los naufragios —respondió sin vergüenza.
—¡¿Te atreviste a contravenir mis órdenes de nuevo?! —gruñó su padre.
—No esperarás que me quede aquí, encerrado, sin salir a recorrer el mar por lo menos, ¿o sí? —el menor se cruzó de brazos—. En este lugar me aburro.
—Tenemos visitas —añadió el rey—, la princesa Alana y su padre llegaron ayer y tú —lo señaló con su índice— ¡debiste haberlos recibido junto con tu madre y conmigo! —regañó—. Especialmente porque debes pasar tiempo con la princesa.
—¿Por qué debería pasar tiempo con ella? —Alejandro levantó una ceja.
—Ya te lo había dicho —su padre resopló—, ella será tu esposa.
—Me niego.
—¡No puedes negarte!
—Puedo negarme —rebatió el príncipe— y lo hago porque me he interesado en alguien más.
El rey se sorprendió y no fue el único; Miguel, Julián y Marisela también mostraron un gesto confundido.
El soberano se incorporó de su trono— ¿lo sabían? —preguntó para los tres compañeros de su hijo.
—No —negaron de inmediato.
—Ellos no sabían, ni saben nada —defendió su hijo—, especialmente porque lo conocí anoche mismo.
—¡¿Lo conociste?! —preguntó su padre confundido.
—Sí —el joven rubio se cruzó de brazos—, me alejé de ellos —señaló a sus acompañantes con un movimiento del rostro—, quienes querían que volviera —explicó— y mientras me escondía de ellos, lo conocí a él.
—¡¿Un varón?! —su padre mostró un gesto de completo desconcierto—. ¡¿Estás loco?!
—¿Loco por qué?
—Tú eres un tritón, ¡por eso tienes que casarte con una sirena!
—No soy un tritón, soy un atlante —anunció con orgullo el adolescente.
—Desde que vivimos bajo el mar, ¡somos tritones! —corrigió su padre—. Además, ¡debes tener un heredero!
Alejandro levantó una ceja— según los libros, antes era posible que un varón pudiera tener hijos.
—¡Antes! —su padre hizo énfasis en la palabra—. Hace tantos siglos de eso pero —masajeó sus parpados—, sin el tridente, esas cosas son imposibles, así como muchas otras más —objetó—, por ello tienes que obedecerme.
—El tridente… el maldito tridente —el príncipe gruñó.
—¡No hables así! Esa reliquia es sagrada.
—¡Esa porquería lleva perdida tantos siglos que de seguro ya ni existe!
Los músculos del rey se tensaron— no hables de esa manera, ¡aun debes tener respeto por nuestras tradiciones! —regañó—. Y es por eso, que debes olvidarte de ese tritón que conociste, ¡no puedes casarte con él, ni con ningún otro tritón! ¡¿Está claro?!
—¿Quieres que me olvide de los tritones? Está bien —aceptó con rapidez, consternando a su padre—, de todas maneras, el que me gusta no es un tritón.
—¿Qué quieres decir? —los ojos verdes del rey se abrieron con sorpresa, imaginando que su hijo se había interesado en alguna abominación de las profundidades, más nada de lo que imaginó, lo preparó para lo que escuchó después.
—Anoche, conocí a un humano —anunció Alejandro con orgullo—, lo rescaté de ahogarse y pienso buscarlo de nuevo.
Julián y Miguel miraron con susto a Alejandro, mientras Marisela se cubría la boca para no soltar el grito que casi escapa de su garganta.
—¡¿Qué estás diciendo?! —el grito del rey resonó con fuerza y luego miró a los compañeros de sus hijos—. ¡¿Ustedes, lo sabían?!
—¡Ellos no sabían nada! —interrumpió Alejandro—. Como dije, me escapé de ellos y los encontré en la mañana, cuando ya volvía —mintió sin un ápice de remordimiento.
Julián quiso objetar ante esa mentira, que seguramente era para protegerlos, pero antes había recibido la orden de guardar silencio, así que solo apretó los puños; Miguel bajó la mirada, se sentía mal de tener que seguir con esa mentira, pero no le quedaba de otra; Marisela por su parte, se abrazó a sí misma, sabía que eso le ocasionaría al príncipe muchos problemas, pero si decía algo, ellos también los tendrían y era obvio que era lo que Alejandro quería evitar.
—¡¿Cómo se te ocurrió hacer semejante estupidez?! —gritó el rey con furia.
—No pensaba dejarlo morir.
—Está prohibido que cualquier habitante de los reinos de las sirenas tenga contacto con los humanos, ¡lo sabes muy bien, Alejandro! —señaló el mayo.
—Sí, lo sé y ¡no me interesa! —retó—. Fue mi decisión y quise salvarlo, además, ¡me gusta y lo quiero para mí! —se señaló con seriedad.
—¡Él es humano, tú un tritón! —la voz del rey era grave y molesta.
—¿Y eso qué, padre? —su hijo lo miró con frialdad—. Él me gusta, ¡es suficiente!
—¡Es imposible que haya algo entre ustedes!
—“No hay nada imposible, si te atreves a hacerlo”, tú mismo me lo dijiste cuando era más pequeño —refutó el joven— y ese humano será mío —se señaló con el pulgar de manera orgullosa—, porque es diferente a cualquier otro, lo sé.
—Tú no sabes cómo son los humanos, todos son unos malditos traidores, asesinos y no tienen palabra —la ira estaba cegando al rey—, ¡ellos son la escoria de este mundo!
—Solo te dejas llevar por lo que dice la historia.
—Si la conocieras bien y entendieras como todos los demás, ¡no hablarías de esa forma! —objetó su padre—. Además, tú y él viven en mundos diferentes, ¡jamás podrán estar juntos!
—¡Antes vivíamos en la superficie!
—¡Teníamos el tridente!
—¡¿Me vas a decir que esa porquería es lo único que puede hacer que podamos vivir en tierra?!
—¡No hables así! —su padre se acercó a su hijo, intentando amedrentarlo—. Y más vale que olvides esa estupidez, te casarás con la princesa Alana ¡y es una orden!
—¡Pues no pienso permitir que decidas mi vida y mi futuro!
—¡Yo soy el que no piensa permitir que me hables así, jovencito! —el mayor lo señaló con frialdad— . Yo soy el soberano, el rey supremo de los mares y mientras vivas bajo este océano, ¡obedecerás mis órdenes!
—¿Rey supremo? —preguntó Alejandro con sarcasmo—. ¿Cómo puedes llamarte a ti mismo de esa manera, cuando necesitas delegar responsabilidad a otros?
—Tú sabes muy bien por qué es de esa manera… —el rey habló entre dientes, molesto de las palabras que acababa de escuchar.
—Pues ¡no me importa! —gritó el jovencito—. He tomado mi decisión y no me pienso casar con una sirena, ni tampoco voy a dejar de buscar a quien he decidido que se convierta en mi pareja.
—No me obligues a actuar Alejandro, porque no sabes de lo que soy capaz…
—No hay nada que puedas decir o hacer para hacerme cambiar de opinión —añadió el menor— y si no me dejas hacer lo que quiero, entonces, me iré de ‘tu’ océano.
—¡No hay manera de que cumplas esa amenaza tan infantil!
—Sería capaz de intentar cualquier forma de hacerlo, aunque me costara la vida.
—¡No voy a permitir que te opongas a mis órdenes!
—¡¿Y cómo lo piensas impedir?! —retó Alejandro—. No puedes obligarme sin tu preciada reliquia, el ‘Tridente de Poseidón’ —dijo el nombre con un dejo de burla.
—Quieras o no, voy a hacer que me obedezcas —su padre movió la mano y la corriente empezó a moverse a su voluntad— y si solo puedo lograrlo de esta forma, ¡que así sea!
Una corriente marina envolvió al príncipe de inmediato.
—¡No!
Gritó el adolescente, intentando salir de ese torbellino, mientras sus amigos fueron alejados por otra corriente más, encerrándolos en otros remolinos, para evitar que intentaran ayudarlo.
—Te mantendré encerrado, hasta que decidas obedecerme y así pasen cien años, ¡lo harás! —decretó su padre—, porque a diferencia de los humanos, nosotros vivimos más tiempo —anunció, consiguiendo que el rubio se asustara—, seguramente ese chico morirá antes de que tú puedas salir y al final, ¡te casarás con quien yo he ordenado!
El suelo se abrió, tragando al príncipe y cerrándose con rapidez; el rey lo había enviado a una de las habitaciones del palacio por medio de ese extraño portal. Cuando el silencio reinó, las corrientes volvieron a la normalidad y el rey se dirigió a los otros tres jovencitos.
—Quiero la verdad —gruñó—, ¡¿quién es ese humano?! —preguntó sin poder contener su desprecio.
Julián se irguió— no sabemos —mintió sin dudar, a sabiendas que si aceptaban conocerlo, el rey encontraría la manera de matar al príncipe Erick, para obligar a su hijo a obedecerlo de inmediato.
—¡¿Están seguros?!
—Cómo dijo su hijo —continuó Miguel—, ayer decidió ir a los naufragios, así que lo seguimos, pero nos engañó y lo perdimos —explicó, tratando de apegarse a la historia que Alejandro contó, con algunas cosas que ocurrieron.
—No volvimos, porque nos quedamos buscándolo —secundó Marisela—, temíamos que usted se enojaría si volvíamos sin él.
—Reencontramos al príncipe al amanecer —intervino Julián—, pero no nos quiso decir nada de lo que había ocurrido en la noche —negó—, nos enteramos de todo, al mismo tiempo que usted.
El soberano masajeó sus sienes, en el fondo, algo le decía que le mentían, pero él mismo había visto la reacción de esos niños, cuando su hijo confesó que había salvado a un humano, por lo que seguramente no se imaginaban algo así.
—Vayan con sus padres —ordenó—, de ahora en adelante, no necesitan perder el tiempo con mi hijo, él no podrá salir del palacio de nuevo.
Los tres asintieron y se retiraron. Mientras salían del salón, se miraron entre sí; no podían abandonar a Alejandro a su suerte y buscarían la manera de ayudarle, aunque sabían que eso les acarrearía problemas a futuro.
En el palacio del reino Celestia, el príncipe Erick estaba tomando un baño.
Había vuelto un par de horas antes y todos los siervos del castillo lo recibieron emocionados; su maestro, Grim, lo llevó de inmediato a su habitación, donde lo revisó un médico y después, le indicó que se aseara, para que viera a su padre. El niño estaba preocupado, ya que Agustín fue separado de su lado, junto con sus mascotas, pero sabía que no podía objetar a las órdenes de su tutor.
Al terminar, los siervos le pusieron un traje de gala y lo guiaron a una estancia, dónde su maestro lo esperaba.
—Su majestad lo espera, príncipe —anunció el hombre, abriendo la puerta y dejando al niño entrar a solas.
Erick ingresó al enorme salón, caminando con nervios; al llegar al frente de su padre, bajó el rostro como sumisión.
El rey de ojos azules lo miró indiferente; Erick era su tercer hijo, además de que no era ilegítimo, pues lo había tenido con otra mujer que no era la reina, pero debido a que era una concubina, reconoció al niño, especialmente porque su madre murió al darlo a luz; a pesar de ser tratado como príncipe y tenerle todas las consideraciones, todos sabían que era imposible que llegara a sentarse en el trono. Esa era la razón de que el soberano, le prestara menos atención que a sus otros dos hijos, quienes eran mucho mayores que el niño.
—Me alegra que hayas vuelto.
El pelinegro sintió algo de tristeza; en el fondo, esperaba que lo recibiera de otra manera, un poco más efusivo, pero sabía que no era posible. Ni siquiera por cortesía, la reina había ido a verlo, a pesar de saber que estaba en el palacio, aunque según sus siervos, estaba en una merienda con las esposas de algunos consejeros de su padre; él sabía que no era hijo de la reina, pero era la única madre que había conocido y desde que tenía uso de razón, le enseñaron que debía tratarla como tal, más si lo hacía, era porque en el fondo esperaba un poco de cariño, pero la actitud de la mujer era de completo rechazo y el niño estaba plenamente consciente de que no era tan importante lo que le ocurriera en realidad.
—Gracias… —un nudo en la garganta, casi le impide terminar de hablar—. Padre…
—Me dijeron que volviste casi sin un rasguño y que no perdiste tu insignia real —comentó de manera suspicaz.
—Sí —el menor asintió—, sé que esto me reconoce como tu hijo —pasó la mano por el prendedor que portaba en su pecho— y que si lo pierdo, también perdería todo derecho como príncipe de Celestia.
—Es bueno que lo tengas presente —su padre sonrió—, por cierto, Grim me dijo que tú y Agustín se arriesgaron por tus mascotas…
—Sí, es que…
—No me importa lo que les ocurra, ni a ese chiquillo, ni a esos perros, pues un siervo y otras mascotas, se consigue en cualquier lado —dijo con desdén, sorprendiendo al menor por esa manera tan fría de hablar—, pero sabes que tienes un deber que cumplir en este reino — añadió—, eres mi hijo y aunque sólo seas el tercero, si algo te pasa... —guardó silencio un momento—. Eso me dejaría a mi como un mal padre, por lo tanto, no vuelvas a arriesgar tu vida de una forma tan estúpida.
El labio de Erick tembló, pero trató de mantenerse impasible— lo siento…
—Está bien, lo hecho, hecho está —el castaño le restó importancia—, pero quisiera saber, ¿cómo llegaste a la playa? —preguntó curioso.
Erick respiró profundamente. Le había dicho a Agustín que no dijera nada sobre el chico que había visto, pues seguramente lo tacharían de loco, ya que era imposible que un joven lo rescatara a mitad del océano; esa había sido la razón de que decidieron mentir e idearon una historia más creíble y sería lo que dirían si les llegaban a preguntar.
—No lo sé —negó—, solo recuerdo que después de que el barco se hundió, Agustín y yo nos sujetamos a unos trozos de madera —explicó débilmente—, ahí subimos a Thunder y a Bolt y dejamos que la corriente nos llevara —suspiró—, al amanecer, estábamos en la playa y nos dimos cuenta que estábamos lo suficientemente cerca del castillo, como para verlo desde ahí, por eso fue fácil volver.
Su padre respiró más tranquilo— me alegro —sonrió—, entonces, retírate a tus obligaciones.
—Sí… con permiso, padre —el menor dio media vuelta y empezó su andar.
—Una cosa más, Erick…
Con esas palabras, el niño volvió sus pasos y esperó.
—No volverás a viajar en barco —ordenó el mayor— y tampoco quiero que juegues en el mar como antes.
Esas indicaciones le causaron extrañeza al menor— puedo saber, ¿por qué?
—El océano es peligroso y traicionero —respondió su padre—, esta vez tuviste suerte, pero no quisiera que hubiera una próxima oportunidad, para que el mar te reclame, ¿entendido?
El pequeño ojiazul se asustó, miró por el ventanal la playa y estuvo a punto de negarse; él quería ir a tratar de buscar al chico que recordaba, pero no podía oponerse a su padre.
—¡¿Entendido?! —repitió el rey con dejo de molestia.
Erick respiró profundamente— sí, padre…
—Bien —sonrió el castaño—, ahora, retírate, tu madre, tus hermanos y yo, te veremos en la comida.
—Con permiso…
Erick salió con paso rápido del salón y al estar afuera, se recargó en la puerta — no quiero olvidarlo —musitó—, sé que debe estar ahí afuera y me gustaría verlo de nuevo, aunque sea solo una vez más…
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