Capítulo IV
Alejandro nadaba frente a su grupo, guiándolos por las corrientes; su poder sobre las aguas, aunque débil por su edad, era suficiente para evitar que estas los arrastraran a todos. Estando cerca de la superficie, un enorme destello llamó la atención del pequeño grupo y notaron como el mar se agitaba, mientras trozos de un barco, empezaban a hundirse.
—Parece que hubo un accidente de humanos —comentó el rubio.
—Es normal, es obvio que la tormenta es muy fuerte —señaló Julián.
—No es para menos, ¡tu padre debe estar furioso! —añadió Marisela con nervios.
—Será mejor alejarnos de inmediato —aconsejó Miguel.
Alejandro asintió, pero un sonido suave, casi como un murmullo y una tenue luz azul, que desapareció después de un débil resplandor, le llamaron la atención.
—¿Vieron eso? —preguntó el rubio.
—¿Qué cosa? —indagó Julián.
Sus compañeros se miraron confundidos, ya que no sabían a qué se refería Alejandro y él entendió que no se dieron cuenta de esa débil luz que alcanzó a ver, antes de que se extinguiera. Más la inquietud se mantuvo en él y empezó a buscar con la mirada alrededor, encontrando algo distinto.
En medio de los escombros y pedazos, había dos humanos pequeños, uno dentro de una jaula y el otro, parecía desesperado por abrirla; además, al lado de ellos, se hundían con lentitud un par de animales terrestres, que conocía bien por los libros antiguos y los cuadros en los barcos hundidos, aunque parecían inconscientes.
Dudó, tenía curiosidad, pero no debía acercarse a humanos, más al ver como el chico de la jaula, empujó al que esteba afuera y parecía querer que se fuera y lo dejara, algo lo impulsó a devolverse.
—¡Alex! —llamaron sus amigos al ver que nadaba a lado contrario de donde debían ir y lo siguieron.
—¡¿Qué demonios haces?! —preguntó Julián, poniéndose enfrente con rapidez, evitándole el paso.
—¡Hay que ayudarlos!
—¡¿Estás loco?! —Miguel lo miró con sorpresa.
—Sabes que no debemos tener contacto con ellos —señaló Marisela con obviedad.
—¡Pues no me importa!
De inmediato, el ojiverde apresuró su nado, especialmente al ver como el chico de la jaula, parecía estar perdiendo completamente la consciencia, mientras se hundía con rapidez.
—¡¿Qué hacemos?! —preguntó Miguel con nervios.
Julián apretó los puños— ¡vamos! —ordenó, yendo hacia donde el rubio había ido.
Los tres nadaron con rapidez; Miguel y Marisela, fueron directamente con el príncipe, mientras que Julián se apresuró con el segundo niño, que aunque intentaba ir hacia abajo en busca de la jaula, se estaba quedando sin aire y pronto se ahogaría.
Alejandro llegó a la jaula y se dio cuenta que estaba trabada, pero gracias a su fuerza, no le ocasionó ningún problema abrirla y sacar al menor de ahí; Marisela y Miguel llegaron cuando ya lo sacaba.
—¿Dónde está Julián? —preguntó fríamente, pensando que su compañero se había ido.
—Fue por el otro —señaló el pelinegro, señalando hacia donde Julián ya había sujetado al otro niño y lo llevaba a la superficie.
Alejandro sonrió, por un momento tuvo temor de que su amigo lo traicionara y hubiese ido a avisarle a su padre, pero podía constatar que le era fiel también.
—Saquen a esos —señaló a los perros.
—¿Seguro? —preguntó Miguel con desagrado.
—¡No objeten y háganlo!
—Bien.
Marisela y Miguel fueron a sujetar a los canes, que estaban inconscientes también, apresurándose para sacarlos del agua.
Pronto, los cuatro llegaron a la superficie, encontrándose restos de barco flotando y algunos trozos de madera aun en llamas; consiguieron encontrar unas tablas grandes que se encontraban relativamente bien y depositaron sobre ellas a quienes habían rescatado. Erick y Agustín estaban en un par de maderos separados y los dos cachorros en otro.
Los animales respondieron de inmediato, aunque estaban algo desorientados y torpes, empezaron a gimotear; mientras que Agustín tosió momentos después y entreabrió los ojos. La mirada miel observó con dificultad a Julián, aunque no pudo reaccionar del todo, ni pensar con claridad, porque estaba completamente desorientado, mareado, aturdido y por demás exhausto.
—Debo… ayu…dar al… prin…cipe… —dijo con voz débil y movió la mano, sujetando la de Julián con debilidad, aunque quedó inconsciente una vez más.
El castaño sujetó la mano con delicadeza; con lo que escuchó, se dio cuenta que el niño tenía la misión de cuidar de alguien, igual que él «…por eso querías abrir la jaula, para sacarlo…» pensó con seriedad, al recordar cómo ese niño parecía desesperado por ayudar al otro y sonrió de lado, aunque de inmediato borró la sonrisa.
Alejandro por su parte, se percató que el niño que había ayudado no respondía, por lo que usó la habilidad que tenía sobre el agua y sacó aquella que había entrado a sus pulmones. En cuanto todo el líquido estuvo fuera, el otro inhaló aire con desespero y abrió sus ojos. El rubio observó las llamas destellar en los orbes azules y sintió como si se quedara hechizado a causa de esa mirada, que en ese momento era solo para él.
—¿Quién…? —musitó Erick con debilidad, mirando al chico que estaba a contra luz de las llamas, pero podía darse cuenta que su cabello era claro.
—Alejandro —respondió con media sonrisa y movió su mano, quitando algunos mechones de cabello negro, que estaban pegados en el rostro del niño, antes de rozar la mejilla con sus dedos.
El tono de voz y la caricia en su rostro, hicieron suspirar al ojiazul— Ale…jandro —susurró y sonrió débilmente al alcanzar a notar la sonrisa del otro, antes de perder nuevamente el conocimiento.
El ojiverde movió la mano y acarició el labio inferior del otro con el pulgar; sintió una extraña sensación en la boca de su estómago y tuvo un deseo casi incontrolable de besarlo, justo como jamás le había pasado con nadie antes.
—Bien, ya hicimos la buena acción del día —la voz de Julián se escuchó—, es hora de irnos —terminó con frialdad.
—¿Irnos? —Alejandro levantó una ceja—. No creo que sea bueno dejarlos aquí, a la deriva —intentó evitar denotar su ansiedad—, puede que no los encuentren y vayan mar adentro.
—¿De cuándo acá te preocupas por lo que ocurra con unos humanos? —preguntó Miguel con asombro.
—Desde ahora —respondió con frialdad el rubio.
—Pero debemos volver —añadió Marisela—, estamos en serios problemas por la hora, ya no decir que subimos a la superficie.
—Váyanse ustedes —ordenó—, yo guiare a los náufragos hacia la playa, no está tan lejos.
—No vamos a dejarte solo —negó Julián.
—¡¿Qué?! —Miguel miró a su amigo con sorpresa—. ¿Estás de acuerdo con esto? ¿De verdad?
—No pienso dejar al príncipe solo —el castaño se cruzó de brazos, aunque miró de soslayo al niño que estaba sobre la tabla su lado.
—No puede ser… —Miguel pasó las manos por su rostro—. ¿Qué hacemos, Marisela?
La castaña pasó la mano por su mejilla— sabes que debemos apoyar a Alex —respondió tranquila—, además, no podemos volver al palacio nosotros solos —negó—, si el rey se entera, se enfurecerá más —miró de lado a los niños inconscientes y a los animales, que gimoteaban—, también, es mejor terminar esto y pensar qué mentira diremos, porque no podemos decir lo que hicimos o que estuvimos en la superficie.
El pelinegro miro hacia el cielo y soltó el aire, molesto; era obvio que no podía ir en contra de la corriente— bien… vamos, hagamos esto rápido.
Entre los cuatro, guiaron las tablas con los náufragos hasta la playa, cerca de dónde estaba el palacio de los reyes regentes, de las tierras más cercanas que conocían; amanecía cuando los dejaron a salvo sobre la arena.
Tanto los niños como los cachorros, estaban dormidos, pero fueron los animales, los que reaccionaron, cuando los tritones y la sirena, se apartaban, yendo a esconderse en el mar, tras unas rocas cercanas a la playa, esperando a que los menores despertaran.
Los cachorros se incorporaron, se sacudieron y fueron a lamer los rostros de los dos niños que estaban cerca de ellos. Agustín despertó primero.
—¿Qué…? ¿Dónde? —preguntó desorientado, pero de inmediato pensó en lo más importante— ¡¿Príncipe Erick?! —gritó con nervios, incorporándose de inmediato, aunque se mareó.
«¡Se llama Erick!» pensó el rubio desde su lugar, al escuchar claramente como el otro nombró al ojiazul.
Al reaccionar completamente, los ojos miel buscaron por alrededor, encontrando pronto al príncipe; el niño se levantó y corrió hacia el otro, hincándose a su lado y constatando si respiraba, sintiéndose tranquilo al notar que estaba bien.
—Mi joven señor, despierte —dijo con suavidad, dando palmaditas en las mejillas del otro, mientras los canes lamían el rostro del príncipe.
Erick se removió y abrió los parpados— ¿Agustín? —preguntó el ojiazul, mientras se movía, tratando de evitar las lamidas de Thunder y Bolt.
—¡Me tenía asustado! —sonrió Agustín, más tranquilo.
Erick se sentó— ¿dónde estamos? —preguntó mirando alrededor, dándose cuenta que estaban en una playa, rodeados de rocas— ¿Dónde están los demás? ¡¿Qué pasó?!
—No lo sé —negó el otro—, no recuerdo nada después de haber caído al mar, ¿y usted?
Erick frunció el ceño— yo… recuerdo a un chico… —pasó la mano por su cabeza —. Un chico muy amable —sonrió débilmente—, Alejandro —musitó—, dijo que se llamaba Alejandro —suspiró.
—¿Cree que alguien nos ayudó en el mar? ¿Algún marinero? —indagó Agustín, acariciando a Bolt y Thunder, que se habían sentado a su lado.
—Es posible —asintió el ojiazul—, pero por ahora, es mejor buscar ayuda, especialmente a alguien que nos pueda decir dónde estamos.
Agustín asintió, se puso de pie y le ofreció la mano a Erick para levantarse. Los dos niños sacudieron sus ropas que estaban húmedas y llenas de arena, dándose cuenta que estaban rasgadas también. El príncipe se inquietó y pasó las manos por su torso, hasta que encontró lo que buscaba.
—Menos mal que no perdí mi insignia —sonrió más tranquilo, al notar que en su camisa, aun portaba un prendedor—, de lo contrario, no podría demostrar quién soy.
—¿Y hacia dónde caminamos? —preguntó el otro.
—No lo sé —Erick negó—, pero de todos modos, es mejor movernos, esta aparece una playa solitaria y no creo que nadie nos encuentre por aquí.
Agustín miro a todos lados y sonrió al ver que las rocas que los rodeaban serían fáciles de escalar— espere un momento, subiré a esa roca a ver si encuentro algo.
—¿Seguro?
—Sí, ¡vuelvo!
Agustín corrió, subió con pericia las rocas, ya que era bueno escalando y en pocos minutos llegó hasta lo más alto.
—¡Veo algo! —gritó con emoción.
—¡¿Qué es, Agustín?!
Al gritar el nombre, Julián levantó el rostro y Miguel tuvo que jalarlo para que volviera a ocultarse, porque podían llegar a verlo; era obvio que el otro niño le interesaba a su amigo, pero no debían mostrarse.
—Creo que es… es… ¡¿el castillo?! —dijo con sorpresa—. ¡Es el castillo de su padre! —confirmo con total seguridad, ya que el hogar de Erick estaba cerca del mar y su construcción era inconfundible.
—¡¿Estás seguro?! —la sonrisa del ojiazul no se hizo esperar, si no estaban lejos de su hogar, podría encontrar en poco tiempo a gente que lo conociera y que pudieran llevarlo hasta las puertas del castillo.
—¡Sí!
—Baja, ¡hay que irnos!
Agustín asintió, empezó a bajar las rocas, pero algo le llamó la atención; detrás de unas rocas en el mar, creyó ver algo.
Julián se escondió de inmediato, ya que se había asomado para estar al pendiente del jovencito mientras descendía de las rocas y se dio cuenta que llamó la atención del menor.
—¡¿Agustín?!
La voz de Erick sacó de su ensimismamiento al de ojos miel y volteó el rostro hacia el príncipe— lo siento, me distraje, ya bajo —«seguro fue mi imaginación…» pensó con rapidez y bajó las rocas, yendo a encontrarse con Erick y los cachorros.
Ambos niños emprendieron el camino, seguros de que llegarían a su hogar, sin darse cuenta que alguien más los seguía con la mirada; Alejandro estaba feliz, al menos sabía que el otro era el príncipe de esa tierra, se llamaba Erick y también estaba seguro de dónde vivía, por lo que no le sería difícil encontrarlo cuando lo buscara.
—¡Vámonos! —ordenó el rubio—. Es hora de volver…
—¿Y qué vamos a decir? —preguntó Miguel.
—Ustedes no dirán nada —ordenó—, si les preguntan, digan que yo les ordené quedarse con la boca cerrada —señaló—, yo me haré cargo de lo demás.
—No me parece que sea una buena idea —añadió Julián.
—Es mejor que nos pongamos de acuerdo y decir algo creíble —secundó Marisela—, si decimos que fuimos a los naufragios y no pudimos volver por las fuertes corrientes, nos darán un castigo mínimo, pero no habría tanto problema —se alzó de hombros.
—Estoy de acuerdo —Miguel asintió—, de todos modos, tu padre ya sabe que gustas de ir allá, aunque él te lo ha prohibido constantemente.
Alejandro dudó, pero al final negó— no —dijo con seriedad—, mejor guarden silencio y déjenme a mi hacer las cosas —anunció.
—¿Qué piensas hacer? —Julián se puso a la defensiva, seguramente el ojiverde haría una tontería, especialmente porque conocía que podía ser demasiado impulsivo en sus decisiones.
—Es mejor que no lo sepan, así que solo hagan lo que les digo —los miró con frialdad— y esto es una orden, ¿entendido?
Los otros tres respiraron profundamente, sabían que no podían negarse ante una orden del príncipe, pero ninguno estaba de acuerdo con ella en esa ocasión.
Los cuatro se sumergieron y emprendieron su camino de regreso al palacio de Atlántida, aunque Marisela, Julián y Miguel no sabían que Alejandro tenía algo más en mente.
—Parece que hubo un accidente de humanos —comentó el rubio.
—Es normal, es obvio que la tormenta es muy fuerte —señaló Julián.
—No es para menos, ¡tu padre debe estar furioso! —añadió Marisela con nervios.
—Será mejor alejarnos de inmediato —aconsejó Miguel.
Alejandro asintió, pero un sonido suave, casi como un murmullo y una tenue luz azul, que desapareció después de un débil resplandor, le llamaron la atención.
—¿Vieron eso? —preguntó el rubio.
—¿Qué cosa? —indagó Julián.
Sus compañeros se miraron confundidos, ya que no sabían a qué se refería Alejandro y él entendió que no se dieron cuenta de esa débil luz que alcanzó a ver, antes de que se extinguiera. Más la inquietud se mantuvo en él y empezó a buscar con la mirada alrededor, encontrando algo distinto.
En medio de los escombros y pedazos, había dos humanos pequeños, uno dentro de una jaula y el otro, parecía desesperado por abrirla; además, al lado de ellos, se hundían con lentitud un par de animales terrestres, que conocía bien por los libros antiguos y los cuadros en los barcos hundidos, aunque parecían inconscientes.
Dudó, tenía curiosidad, pero no debía acercarse a humanos, más al ver como el chico de la jaula, empujó al que esteba afuera y parecía querer que se fuera y lo dejara, algo lo impulsó a devolverse.
—¡Alex! —llamaron sus amigos al ver que nadaba a lado contrario de donde debían ir y lo siguieron.
—¡¿Qué demonios haces?! —preguntó Julián, poniéndose enfrente con rapidez, evitándole el paso.
—¡Hay que ayudarlos!
—¡¿Estás loco?! —Miguel lo miró con sorpresa.
—Sabes que no debemos tener contacto con ellos —señaló Marisela con obviedad.
—¡Pues no me importa!
De inmediato, el ojiverde apresuró su nado, especialmente al ver como el chico de la jaula, parecía estar perdiendo completamente la consciencia, mientras se hundía con rapidez.
—¡¿Qué hacemos?! —preguntó Miguel con nervios.
Julián apretó los puños— ¡vamos! —ordenó, yendo hacia donde el rubio había ido.
Los tres nadaron con rapidez; Miguel y Marisela, fueron directamente con el príncipe, mientras que Julián se apresuró con el segundo niño, que aunque intentaba ir hacia abajo en busca de la jaula, se estaba quedando sin aire y pronto se ahogaría.
Alejandro llegó a la jaula y se dio cuenta que estaba trabada, pero gracias a su fuerza, no le ocasionó ningún problema abrirla y sacar al menor de ahí; Marisela y Miguel llegaron cuando ya lo sacaba.
—¿Dónde está Julián? —preguntó fríamente, pensando que su compañero se había ido.
—Fue por el otro —señaló el pelinegro, señalando hacia donde Julián ya había sujetado al otro niño y lo llevaba a la superficie.
Alejandro sonrió, por un momento tuvo temor de que su amigo lo traicionara y hubiese ido a avisarle a su padre, pero podía constatar que le era fiel también.
—Saquen a esos —señaló a los perros.
—¿Seguro? —preguntó Miguel con desagrado.
—¡No objeten y háganlo!
—Bien.
Marisela y Miguel fueron a sujetar a los canes, que estaban inconscientes también, apresurándose para sacarlos del agua.
Pronto, los cuatro llegaron a la superficie, encontrándose restos de barco flotando y algunos trozos de madera aun en llamas; consiguieron encontrar unas tablas grandes que se encontraban relativamente bien y depositaron sobre ellas a quienes habían rescatado. Erick y Agustín estaban en un par de maderos separados y los dos cachorros en otro.
Los animales respondieron de inmediato, aunque estaban algo desorientados y torpes, empezaron a gimotear; mientras que Agustín tosió momentos después y entreabrió los ojos. La mirada miel observó con dificultad a Julián, aunque no pudo reaccionar del todo, ni pensar con claridad, porque estaba completamente desorientado, mareado, aturdido y por demás exhausto.
—Debo… ayu…dar al… prin…cipe… —dijo con voz débil y movió la mano, sujetando la de Julián con debilidad, aunque quedó inconsciente una vez más.
El castaño sujetó la mano con delicadeza; con lo que escuchó, se dio cuenta que el niño tenía la misión de cuidar de alguien, igual que él «…por eso querías abrir la jaula, para sacarlo…» pensó con seriedad, al recordar cómo ese niño parecía desesperado por ayudar al otro y sonrió de lado, aunque de inmediato borró la sonrisa.
Alejandro por su parte, se percató que el niño que había ayudado no respondía, por lo que usó la habilidad que tenía sobre el agua y sacó aquella que había entrado a sus pulmones. En cuanto todo el líquido estuvo fuera, el otro inhaló aire con desespero y abrió sus ojos. El rubio observó las llamas destellar en los orbes azules y sintió como si se quedara hechizado a causa de esa mirada, que en ese momento era solo para él.
—¿Quién…? —musitó Erick con debilidad, mirando al chico que estaba a contra luz de las llamas, pero podía darse cuenta que su cabello era claro.
—Alejandro —respondió con media sonrisa y movió su mano, quitando algunos mechones de cabello negro, que estaban pegados en el rostro del niño, antes de rozar la mejilla con sus dedos.
El tono de voz y la caricia en su rostro, hicieron suspirar al ojiazul— Ale…jandro —susurró y sonrió débilmente al alcanzar a notar la sonrisa del otro, antes de perder nuevamente el conocimiento.
El ojiverde movió la mano y acarició el labio inferior del otro con el pulgar; sintió una extraña sensación en la boca de su estómago y tuvo un deseo casi incontrolable de besarlo, justo como jamás le había pasado con nadie antes.
—Bien, ya hicimos la buena acción del día —la voz de Julián se escuchó—, es hora de irnos —terminó con frialdad.
—¿Irnos? —Alejandro levantó una ceja—. No creo que sea bueno dejarlos aquí, a la deriva —intentó evitar denotar su ansiedad—, puede que no los encuentren y vayan mar adentro.
—¿De cuándo acá te preocupas por lo que ocurra con unos humanos? —preguntó Miguel con asombro.
—Desde ahora —respondió con frialdad el rubio.
—Pero debemos volver —añadió Marisela—, estamos en serios problemas por la hora, ya no decir que subimos a la superficie.
—Váyanse ustedes —ordenó—, yo guiare a los náufragos hacia la playa, no está tan lejos.
—No vamos a dejarte solo —negó Julián.
—¡¿Qué?! —Miguel miró a su amigo con sorpresa—. ¿Estás de acuerdo con esto? ¿De verdad?
—No pienso dejar al príncipe solo —el castaño se cruzó de brazos, aunque miró de soslayo al niño que estaba sobre la tabla su lado.
—No puede ser… —Miguel pasó las manos por su rostro—. ¿Qué hacemos, Marisela?
La castaña pasó la mano por su mejilla— sabes que debemos apoyar a Alex —respondió tranquila—, además, no podemos volver al palacio nosotros solos —negó—, si el rey se entera, se enfurecerá más —miró de lado a los niños inconscientes y a los animales, que gimoteaban—, también, es mejor terminar esto y pensar qué mentira diremos, porque no podemos decir lo que hicimos o que estuvimos en la superficie.
El pelinegro miro hacia el cielo y soltó el aire, molesto; era obvio que no podía ir en contra de la corriente— bien… vamos, hagamos esto rápido.
Entre los cuatro, guiaron las tablas con los náufragos hasta la playa, cerca de dónde estaba el palacio de los reyes regentes, de las tierras más cercanas que conocían; amanecía cuando los dejaron a salvo sobre la arena.
Tanto los niños como los cachorros, estaban dormidos, pero fueron los animales, los que reaccionaron, cuando los tritones y la sirena, se apartaban, yendo a esconderse en el mar, tras unas rocas cercanas a la playa, esperando a que los menores despertaran.
Los cachorros se incorporaron, se sacudieron y fueron a lamer los rostros de los dos niños que estaban cerca de ellos. Agustín despertó primero.
—¿Qué…? ¿Dónde? —preguntó desorientado, pero de inmediato pensó en lo más importante— ¡¿Príncipe Erick?! —gritó con nervios, incorporándose de inmediato, aunque se mareó.
«¡Se llama Erick!» pensó el rubio desde su lugar, al escuchar claramente como el otro nombró al ojiazul.
Al reaccionar completamente, los ojos miel buscaron por alrededor, encontrando pronto al príncipe; el niño se levantó y corrió hacia el otro, hincándose a su lado y constatando si respiraba, sintiéndose tranquilo al notar que estaba bien.
—Mi joven señor, despierte —dijo con suavidad, dando palmaditas en las mejillas del otro, mientras los canes lamían el rostro del príncipe.
Erick se removió y abrió los parpados— ¿Agustín? —preguntó el ojiazul, mientras se movía, tratando de evitar las lamidas de Thunder y Bolt.
—¡Me tenía asustado! —sonrió Agustín, más tranquilo.
Erick se sentó— ¿dónde estamos? —preguntó mirando alrededor, dándose cuenta que estaban en una playa, rodeados de rocas— ¿Dónde están los demás? ¡¿Qué pasó?!
—No lo sé —negó el otro—, no recuerdo nada después de haber caído al mar, ¿y usted?
Erick frunció el ceño— yo… recuerdo a un chico… —pasó la mano por su cabeza —. Un chico muy amable —sonrió débilmente—, Alejandro —musitó—, dijo que se llamaba Alejandro —suspiró.
—¿Cree que alguien nos ayudó en el mar? ¿Algún marinero? —indagó Agustín, acariciando a Bolt y Thunder, que se habían sentado a su lado.
—Es posible —asintió el ojiazul—, pero por ahora, es mejor buscar ayuda, especialmente a alguien que nos pueda decir dónde estamos.
Agustín asintió, se puso de pie y le ofreció la mano a Erick para levantarse. Los dos niños sacudieron sus ropas que estaban húmedas y llenas de arena, dándose cuenta que estaban rasgadas también. El príncipe se inquietó y pasó las manos por su torso, hasta que encontró lo que buscaba.
—Menos mal que no perdí mi insignia —sonrió más tranquilo, al notar que en su camisa, aun portaba un prendedor—, de lo contrario, no podría demostrar quién soy.
—¿Y hacia dónde caminamos? —preguntó el otro.
—No lo sé —Erick negó—, pero de todos modos, es mejor movernos, esta aparece una playa solitaria y no creo que nadie nos encuentre por aquí.
Agustín miro a todos lados y sonrió al ver que las rocas que los rodeaban serían fáciles de escalar— espere un momento, subiré a esa roca a ver si encuentro algo.
—¿Seguro?
—Sí, ¡vuelvo!
Agustín corrió, subió con pericia las rocas, ya que era bueno escalando y en pocos minutos llegó hasta lo más alto.
—¡Veo algo! —gritó con emoción.
—¡¿Qué es, Agustín?!
Al gritar el nombre, Julián levantó el rostro y Miguel tuvo que jalarlo para que volviera a ocultarse, porque podían llegar a verlo; era obvio que el otro niño le interesaba a su amigo, pero no debían mostrarse.
—Creo que es… es… ¡¿el castillo?! —dijo con sorpresa—. ¡Es el castillo de su padre! —confirmo con total seguridad, ya que el hogar de Erick estaba cerca del mar y su construcción era inconfundible.
—¡¿Estás seguro?! —la sonrisa del ojiazul no se hizo esperar, si no estaban lejos de su hogar, podría encontrar en poco tiempo a gente que lo conociera y que pudieran llevarlo hasta las puertas del castillo.
—¡Sí!
—Baja, ¡hay que irnos!
Agustín asintió, empezó a bajar las rocas, pero algo le llamó la atención; detrás de unas rocas en el mar, creyó ver algo.
Julián se escondió de inmediato, ya que se había asomado para estar al pendiente del jovencito mientras descendía de las rocas y se dio cuenta que llamó la atención del menor.
—¡¿Agustín?!
La voz de Erick sacó de su ensimismamiento al de ojos miel y volteó el rostro hacia el príncipe— lo siento, me distraje, ya bajo —«seguro fue mi imaginación…» pensó con rapidez y bajó las rocas, yendo a encontrarse con Erick y los cachorros.
Ambos niños emprendieron el camino, seguros de que llegarían a su hogar, sin darse cuenta que alguien más los seguía con la mirada; Alejandro estaba feliz, al menos sabía que el otro era el príncipe de esa tierra, se llamaba Erick y también estaba seguro de dónde vivía, por lo que no le sería difícil encontrarlo cuando lo buscara.
—¡Vámonos! —ordenó el rubio—. Es hora de volver…
—¿Y qué vamos a decir? —preguntó Miguel.
—Ustedes no dirán nada —ordenó—, si les preguntan, digan que yo les ordené quedarse con la boca cerrada —señaló—, yo me haré cargo de lo demás.
—No me parece que sea una buena idea —añadió Julián.
—Es mejor que nos pongamos de acuerdo y decir algo creíble —secundó Marisela—, si decimos que fuimos a los naufragios y no pudimos volver por las fuertes corrientes, nos darán un castigo mínimo, pero no habría tanto problema —se alzó de hombros.
—Estoy de acuerdo —Miguel asintió—, de todos modos, tu padre ya sabe que gustas de ir allá, aunque él te lo ha prohibido constantemente.
Alejandro dudó, pero al final negó— no —dijo con seriedad—, mejor guarden silencio y déjenme a mi hacer las cosas —anunció.
—¿Qué piensas hacer? —Julián se puso a la defensiva, seguramente el ojiverde haría una tontería, especialmente porque conocía que podía ser demasiado impulsivo en sus decisiones.
—Es mejor que no lo sepan, así que solo hagan lo que les digo —los miró con frialdad— y esto es una orden, ¿entendido?
Los otros tres respiraron profundamente, sabían que no podían negarse ante una orden del príncipe, pero ninguno estaba de acuerdo con ella en esa ocasión.
Los cuatro se sumergieron y emprendieron su camino de regreso al palacio de Atlántida, aunque Marisela, Julián y Miguel no sabían que Alejandro tenía algo más en mente.
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