Capítulo III
Alejandro cruzó los límites de La Fosa, pero no había ido muy profundo, pues al ser su primera incursión, decidió seguir por una orilla de la misma.
A pesar de que estaba más oscuro que en los lugares que él normalmente recorría, podía ver con claridad; debido a que su linaje era superior, tenía habilidades mayores que los demás tritones, aunque estas aun no estaban del todo desarrolladas, porque era un adolescente, pero sus compañeros tampoco eran adultos y fue por eso que pudo escapar de ellos con tanta facilidad.
Mientras nadaba, se daba cuenta que llamaba la atención de algunos animales de las profundidades, pero estos no se acercaban, seguramente porque podían detectar que no era un simple tritón; algunos se alejaban de inmediato, pero otros se mantenían expectantes, especialmente los más grandes. A pesar de que su sexto sentido le decía que era mejor regresar, decidió seguir adelante, pues su curiosidad y emoción lo incitaban a descubrir más cosas; estaba seguro de que nada le pasaría, pero antes de que se alejara más, empezó a notar que las corrientes cambiaban de dirección.
—¡¿Qué demonios?! —se preguntó confundido y aunque intentó nadar contra corriente, le fue imposible y terminó siendo arrastrado por la misma.
Mientras era llevado por la fuerte corriente, el rubio empezó a marearse, ya que no podía evitar ser movido de manera salvaje, girando no solo en su propio eje, pero aun así, la misma corriente lo llevó hasta unas rocas submarinas, dónde alguien lo sujetó antes de que se golpeara contra ellas; sus compañeros se habían resguardado ahí y lo vieron debido a su cola luminiscente, aunque con algo de dificultad, así que entre Julián y Miguel, lograron agarrarlo, para que no fuera arrastrado más.
—¡¿Estás bien?!
—Sí —respondió el ojiverde—, la corriente es demasiado fuerte, incluso para mí.
—Tu padre está furioso —comentó Marisela, denotando que esa situación, era por obra del rey—, seguramente ya se enteró que no estás en el palacio.
—Hay que volver— añadió Miguel.
—Con esta corriente, ¡imposible! —Julián negó—. Podría arrastrarnos y golpearíamos con rocas en el camino, sería muy peligroso.
—Pero si no volvemos, ¡será peor! —comentó la chica—. Se hará tarde y el rey se pondrá muy molesto, ya lo saben.
Se miraron entre ellos, buscando una solución, aunque estaban plenamente conscientes que su primordial objetivo, era cuidar del heredero al trono.
—Si no podemos nadar por aquí, debido a las cordilleras submarinas —el rubio miró hacia arriba—, hay que subir.
—¡¿Estás loco?! —Julián lo miró con desconcierto.
—No lo digas ni de broma, Alex —negó la chica, con nervios.
—Sabemos que siempre has querido ir a la superficie —añadió Miguel—, pero ni en una situación así, está permitido hacerlo.
—¿Entonces qué hacemos? —el rubio se cruzó de brazos—. Porque en este punto, hagamos lo que hagamos, seguramente mi padre nos castigará a todos —se alzó de hombros—, pero lo principal es que vuelva sin un rasguño, ¿o no?
Sus tres amigos suspiraron; el príncipe tenía razón.
—De acuerdo… —Julián habló con seriedad —. Iremos hacia arriba, pero no llegaremos a la superficie, solo nos acercaremos lo suficiente, para no tener problemas con las montañas submarinas, ¿entendido?
—Bien… —Miguel y Marisela asintieron.
Los tres voltearon a ver al rubio quien hizo una mueca de enfado— sí, está bien…
De inmediato, los cuatro empezaron a nadar hacia arriba, teniendo dificultades debido a la corriente; Miguel trataba de ayudar a Marisela; el pelinegro estaba interesado en ella y era reciproco, pero la chica no quería denotar que era débil, así que trataba de hacerlo por sí misma. Aun así, el camino era largo y debían alejarse de la fuerte corriente con rapidez, sin internarse a La Fosa.
En la superficie, la tormenta se desató con tanta rapidez y fuerza, que los marineros no pudieron reaccionar a tiempo en el barco. Todos realizaban el trabajo lo mejor que podían, pero no pudieron evitar que los fuertes vientos rasgaran las velas y tampoco que las inmensas olas empezaran a mover el barco de manera irregular.
Un rayo alcanzó uno de los mástiles, que cayó, rompiendo parte de la cubierta y el fuego empezó a extenderse con rapidez; los marinos dieron voz de alerta, para que todos fueran a los botes salvavidas, ya que el mástil en llamas había caído cerca de la santabárbara, el lugar donde se almacenaba la pólvora y debido al boquete que había hecho, seguramente no tardaría mucho en hacerla estallar.
—¡Príncipe Erick! —Grim corrió por el niño—. ¡Debemos irnos!
—¡¿Dónde está Agustín?! —preguntó el ojiazul.
—Lo lleva el capitán Mille, ¡apresúrese!
Erick no le creyó, pero apenas se asomó, pudo ver al capitán de la guardia guiar a su amigo de la mano, por lo que salió de inmediato, siguiendo al castaño.
En medio del caos, antes de subir al bote, Erick escuchó los ladridos de sus mascotas.
—¡Thunder! ¡Bolt! —al voltear, los vio aun en las jaulas, a las cuales, estaba acercándose el fuego peligrosamente—. ¡Hay que ir por ellos!
—¡No hay tiempo! —alegó el hombre, jalándolo con fuerza, para obligarlo a subir a la barcaza.
—¡No! ¡Suéltame! ¡No los puedo dejar!
—¡Es demasiado tarde! —objetó el mayor—. Usted es importante, ¡ellos no!
Erick se enfureció por eso y sin pensar, mordió la mano de su tutor con fuerza, consiguiendo que lo soltara, emprendiendo la carrera hacia sus mascotas.
—¡Príncipe Erick!
Ante el grito de Grim, Agustín volteó y al ver al ojiazul regresar a la cubierta del barco, se liberó del agarre del capitán y siguió a su joven señor, ya que no podía dejarlo solo. A pesar de que algunos marinos intentaron controlar a los niños, estos se escabulleron y llegaron a las jaulas.
Los cachorros estaban asustados, pero Erick no lo dudó, abriendo la puerta de Bolt de inmediato— ¡sal! —dijo con rapidez, pero el pequeño cachorro estaba hecho un ovillo, asustado, así que Erick se metió a la jaula y lo sacó con dificultad.
Agustín llegó y le ayudó con el can.
—Sujétalo Agus, ¡yo ayudaré a Thunder!
—¡Sí!
Agustín sujetó a Bolt, con fuerza, el perro lloriqueaba y se arrebujaba contra el menor, era obvio que tenía miedo y no sabía qué hacer, por lo que el niño trataba de calmarlo, hablándole con suavidad, mientras le ponía atención al príncipe. Erick estaba batallando con Thunder, el cachorro estaba más asustado que su hermano.
—Vamos, Thunder, ven, bonito —pedía Erick.
El animalito no respondió a su llamado, así que el niño entró también en la jaula y lo intentó cargar, pero debido a que era algo grande, se le dificultaba.
Agustín se dio cuenta que Thunder era más difícil que Bolt, así que dejó al can que traía en brazos y se asomó por la enorme jaula, para ayudarle al otro— ¡pásemelo, joven Erick!
La voz de Agustín hizo que el ojiazul sonriera— de acuerdo.
Entre los dos, sacaron al cachorro, que al estar fuera de la jaula, se hizo un ovillo contra su hermano, que lloriqueaba y aullaba con nervios, a los pies de Agustín; los marinos y Grim, les seguían gritando, no podían llegar hasta los niños, porque el fuego ya les había cerrado el paso.
Antes de que Erick saliera, otro mástil cayó, cerrando la puerta, evitando que el niño cumpliera su cometido y tuviera que ir hacia el fondo de la jaula.
—¡Agus! —gritó el ojiazul.
—¡Príncipe Erick! —el otro se asustó—. ¡¿Qué hago?! — preguntó con nervios, especialmente al notar que el barco se estaba partiendo.
—Vete, Agus, ¡llévate a los cachorros!
—¡No! —negó—. ¡No lo puedo dejar! —sus ojos se humedecieron.
—Agustín, vete, ¡es una orden! —sollozó el príncipe.
—¡No! —gritó Agustín y sujetó las barras de la jaula, a pesar de que estaban calientes por el fuego.
Justo en ese momento, la pólvora del barco estallo.
Todos los marinos y soldados, que no habían subido a los botes, saltaron al mar; a causa de la onda explosiva, el tutor Grim cayó dentro del bote dónde debía ir con el príncipe, junto con los guardias que debían proteger al menor y la barcaza descendió con tanta rapidez al agua, que estuvo a punto de volcarse.
Finalmente, al estar en el mar, los marinos en los botes ayudaron a los que estaban a la deriva; debido a que el oleaje era aún muy fuerte, temían que la corriente los arrastrara y ahogara.
—¿Dónde está Agustín? ¡¿Dónde está el príncipe Erick?! —preguntó el castaño con nervios.
Ni el capitán, ni los marinos, ni soldados, ninguno supo decirle nada.
—¡No puede ser! —dijo con miedo, al mirar los restos que flotaban en el agua, aun envueltos algunos en fuego y otros, eran tragados por las profundidades.
Un rayo alcanzó uno de los mástiles, que cayó, rompiendo parte de la cubierta y el fuego empezó a extenderse con rapidez; los marinos dieron voz de alerta, para que todos fueran a los botes salvavidas, ya que el mástil en llamas había caído cerca de la santabárbara, el lugar donde se almacenaba la pólvora y debido al boquete que había hecho, seguramente no tardaría mucho en hacerla estallar.
—¡Príncipe Erick! —Grim corrió por el niño—. ¡Debemos irnos!
—¡¿Dónde está Agustín?! —preguntó el ojiazul.
—Lo lleva el capitán Mille, ¡apresúrese!
Erick no le creyó, pero apenas se asomó, pudo ver al capitán de la guardia guiar a su amigo de la mano, por lo que salió de inmediato, siguiendo al castaño.
En medio del caos, antes de subir al bote, Erick escuchó los ladridos de sus mascotas.
—¡Thunder! ¡Bolt! —al voltear, los vio aun en las jaulas, a las cuales, estaba acercándose el fuego peligrosamente—. ¡Hay que ir por ellos!
—¡No hay tiempo! —alegó el hombre, jalándolo con fuerza, para obligarlo a subir a la barcaza.
—¡No! ¡Suéltame! ¡No los puedo dejar!
—¡Es demasiado tarde! —objetó el mayor—. Usted es importante, ¡ellos no!
Erick se enfureció por eso y sin pensar, mordió la mano de su tutor con fuerza, consiguiendo que lo soltara, emprendiendo la carrera hacia sus mascotas.
—¡Príncipe Erick!
Ante el grito de Grim, Agustín volteó y al ver al ojiazul regresar a la cubierta del barco, se liberó del agarre del capitán y siguió a su joven señor, ya que no podía dejarlo solo. A pesar de que algunos marinos intentaron controlar a los niños, estos se escabulleron y llegaron a las jaulas.
Los cachorros estaban asustados, pero Erick no lo dudó, abriendo la puerta de Bolt de inmediato— ¡sal! —dijo con rapidez, pero el pequeño cachorro estaba hecho un ovillo, asustado, así que Erick se metió a la jaula y lo sacó con dificultad.
Agustín llegó y le ayudó con el can.
—Sujétalo Agus, ¡yo ayudaré a Thunder!
—¡Sí!
Agustín sujetó a Bolt, con fuerza, el perro lloriqueaba y se arrebujaba contra el menor, era obvio que tenía miedo y no sabía qué hacer, por lo que el niño trataba de calmarlo, hablándole con suavidad, mientras le ponía atención al príncipe. Erick estaba batallando con Thunder, el cachorro estaba más asustado que su hermano.
—Vamos, Thunder, ven, bonito —pedía Erick.
El animalito no respondió a su llamado, así que el niño entró también en la jaula y lo intentó cargar, pero debido a que era algo grande, se le dificultaba.
Agustín se dio cuenta que Thunder era más difícil que Bolt, así que dejó al can que traía en brazos y se asomó por la enorme jaula, para ayudarle al otro— ¡pásemelo, joven Erick!
La voz de Agustín hizo que el ojiazul sonriera— de acuerdo.
Entre los dos, sacaron al cachorro, que al estar fuera de la jaula, se hizo un ovillo contra su hermano, que lloriqueaba y aullaba con nervios, a los pies de Agustín; los marinos y Grim, les seguían gritando, no podían llegar hasta los niños, porque el fuego ya les había cerrado el paso.
Antes de que Erick saliera, otro mástil cayó, cerrando la puerta, evitando que el niño cumpliera su cometido y tuviera que ir hacia el fondo de la jaula.
—¡Agus! —gritó el ojiazul.
—¡Príncipe Erick! —el otro se asustó—. ¡¿Qué hago?! — preguntó con nervios, especialmente al notar que el barco se estaba partiendo.
—Vete, Agus, ¡llévate a los cachorros!
—¡No! —negó—. ¡No lo puedo dejar! —sus ojos se humedecieron.
—Agustín, vete, ¡es una orden! —sollozó el príncipe.
—¡No! —gritó Agustín y sujetó las barras de la jaula, a pesar de que estaban calientes por el fuego.
Justo en ese momento, la pólvora del barco estallo.
Todos los marinos y soldados, que no habían subido a los botes, saltaron al mar; a causa de la onda explosiva, el tutor Grim cayó dentro del bote dónde debía ir con el príncipe, junto con los guardias que debían proteger al menor y la barcaza descendió con tanta rapidez al agua, que estuvo a punto de volcarse.
Finalmente, al estar en el mar, los marinos en los botes ayudaron a los que estaban a la deriva; debido a que el oleaje era aún muy fuerte, temían que la corriente los arrastrara y ahogara.
—¿Dónde está Agustín? ¡¿Dónde está el príncipe Erick?! —preguntó el castaño con nervios.
Ni el capitán, ni los marinos, ni soldados, ninguno supo decirle nada.
—¡No puede ser! —dijo con miedo, al mirar los restos que flotaban en el agua, aun envueltos algunos en fuego y otros, eran tragados por las profundidades.
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