Capítulo II
En medio del océano, una embarcación cruzaba los mares; llevaba el estandarte del reino Celestia, el territorio más próspero que se conocía en tierra. El navío, era grande y además de marinos, llevaban militares, así como una gran cantidad de pólvora y cañones cargados, ya que en el mismo, uno de los príncipes del reino volvía a su hogar y querían evitar perder tiempo, en caso de que los piratas intentaran atacar.
En cubierta, los marineros se movían realizando el trabajo con las amarras y las velas, ya que el viento era fuerte ese día. De una de las estancias, un hombre salió, caminando con dificultad, al estar completamente mareado.
—Odio las travesías en barco —señaló y se sostuvo de la pared más cercana.
Los ladridos de un par de perros los sobresaltaron.
—¡Cuidado, señor Grim! —se escuchó la voz de dos niños.
Cuando el castaño volteó a ver, observó que los perros corrían hacia él, con algunas cosas en sus hocicos; al intentar esquivarlos, tropezó y cayó sentado, mientras los perros seguían su camino.
—¡Lo siento! —dijo el ojiazul, corriendo tras sus mascotas.
—¡Príncipe Erick, vuelva acá! —gruñó el hombre.
—Perdón, señor Grim —otro niño pasó corriendo también—, pero debemos recuperar los pinceles.
—¡Agustín! —gritó una vez más el sujeto, enfurecido porque ninguno de los dos jovencitos, se detuvo a ayudarle.
Los niños llegaron a la proa del barco y acorralaron a los cachorros que se habían dado a la fuga con los utensilios de pintura.
—Tranquilos —el príncipe movía las manos, tratando de calmar a sus mascotas, para que no salieran huyendo.
Agustín llegó a su lado y le ayudó a cerrarles el paso por el otro lado.
—No se muevan —comentó el recién llegado.
—Agus, yo sujeto a Thunder y tú a Bolt.
—De acuerdo.
De inmediato, los niños sujetaron a los animales, quienes empezaron a removerse, pensando que estaban jugando con ellos; en medio de risas, jugueteos y ligeros gruñidos por parte de los canes, los niños les quitaron los pinceles que se habían robado, aunque no los pudieron recuperar en perfecto estado.
—¡Ya está! —sonrió el ojiazul, con los pinceles recuperados, algo mordisqueados y desaliñados de las cerdas.
—¡Iuk! —Agustín limpió su mano y los pinceles contra su pantalón—. Demasiada baba —hizo un mohín—, cada vez son más fuertes.
—Es que ya están creciendo —sonrió Erick.
—¡Príncipe Erick!
El grito de parte de su tutor, consiguió que el jovencito se irguiera, a la par que su compañero de juegos.
El hombre castaño llegó, seguido por un par de marineros— ¡¿cómo es posible que se comporte de esa manera tan irresponsable?! —preguntó, mirándolo con desaprobación.
—Lo siento —musitó el ojiazul—, pero Thunder y Bolt pensaron que estaba jugando y por eso agarraron mis pinceles —explicó con calma.
—Debió hacerme caso y no traer estos perros al viaje —dijo con desprecio.
—Me los acababa de regalar mi padre —mencionó el pelinegro—, no podía dejarlos, aún son cachorros, solo tienen seis meses —señaló a los cachorros de dogo de burdeos que tanto quería.
—¡¿Cachorros?! —el hombre hizo un gesto de desagrado— son más grandes de lo que un cachorro normal debería ser —resopló , no entiendo cómo su majestad le permite tener estas bestias —negó—, pero desde este momento, se quedarán encerradas en las jaulas de cubierta.
Con esas palabras, los marineros que lo seguían, sujetaron a los cachorros por los collares que potaban, llevándoselos casi a rastras, ya que los perritos no querían moverse y lloriqueaban, intentando volver con Erick.
—¡No! No lo haga, profesor Grim, ¡por favor! —el niño lo miró suplicante—. Entre Agustín y yo los controlaremos mejor, en serio.
—Agustín… —los ojos oscuros del hombre, vieron con desprecio a ese niño, que no se apartaba del príncipe—. Ese es otro asunto —dijo entre dientes—, su comportamiento tampoco es el de un jovencito de la corte —esas palabras hicieron temblar al niño de ojos miel— y por ello debe recibir un castigo.
Agustín se sobresaltó, sabía que recibiría un par de azotes como mínimo y el príncipe también lo sabía.
—¡Pero él no hizo nada malo! —defendió Erick—. ¡Todo fue mi culpa! —dijo con desespero, tratando de evitarle un castigo a su amigo, que además, era dos años menor que él.
—¡No intente defenderlo! —gritó el mayor, consiguiendo que el niño guardara silencio de inmediato—. Vaya a su camarote —señaló—, yo me encargaré de sus mascotas y su compañero de juegos.
—Pero…
—¡A su camarote! —repitió con tono autoritario—. Que aunque sea uno de los príncipes de Celestia, está bajo mi tutela y no puede contravenir mis órdenes, ¿entendido?
El ojiazul estuvo a punto de replicar, pero sabía que no tenía edad para hacerlo, pues acababa de cumplir catorce años el mes anterior. Bajó el rostro resignado y dio media vuelta.
—Lo siento, Agus —dijo a media voz.
—Está bien, majestad —el de ojos miel forzó una sonrisa.
Mientras el príncipe iba al camarote que le correspondía, su profesor sujeto con fuerza la mano de Agustín y caminó hacia otro lado para castigarlo, más el movimiento inesperado del barco alertó a todo el mundo.
El viento sopló con fuerza y las nubes de tormenta relampaguearon, anunciando una inminente lluvia.
En cubierta, los marineros se movían realizando el trabajo con las amarras y las velas, ya que el viento era fuerte ese día. De una de las estancias, un hombre salió, caminando con dificultad, al estar completamente mareado.
—Odio las travesías en barco —señaló y se sostuvo de la pared más cercana.
Los ladridos de un par de perros los sobresaltaron.
—¡Cuidado, señor Grim! —se escuchó la voz de dos niños.
Cuando el castaño volteó a ver, observó que los perros corrían hacia él, con algunas cosas en sus hocicos; al intentar esquivarlos, tropezó y cayó sentado, mientras los perros seguían su camino.
—¡Lo siento! —dijo el ojiazul, corriendo tras sus mascotas.
—¡Príncipe Erick, vuelva acá! —gruñó el hombre.
—Perdón, señor Grim —otro niño pasó corriendo también—, pero debemos recuperar los pinceles.
—¡Agustín! —gritó una vez más el sujeto, enfurecido porque ninguno de los dos jovencitos, se detuvo a ayudarle.
Los niños llegaron a la proa del barco y acorralaron a los cachorros que se habían dado a la fuga con los utensilios de pintura.
—Tranquilos —el príncipe movía las manos, tratando de calmar a sus mascotas, para que no salieran huyendo.
Agustín llegó a su lado y le ayudó a cerrarles el paso por el otro lado.
—No se muevan —comentó el recién llegado.
—Agus, yo sujeto a Thunder y tú a Bolt.
—De acuerdo.
De inmediato, los niños sujetaron a los animales, quienes empezaron a removerse, pensando que estaban jugando con ellos; en medio de risas, jugueteos y ligeros gruñidos por parte de los canes, los niños les quitaron los pinceles que se habían robado, aunque no los pudieron recuperar en perfecto estado.
—¡Ya está! —sonrió el ojiazul, con los pinceles recuperados, algo mordisqueados y desaliñados de las cerdas.
—¡Iuk! —Agustín limpió su mano y los pinceles contra su pantalón—. Demasiada baba —hizo un mohín—, cada vez son más fuertes.
—Es que ya están creciendo —sonrió Erick.
—¡Príncipe Erick!
El grito de parte de su tutor, consiguió que el jovencito se irguiera, a la par que su compañero de juegos.
El hombre castaño llegó, seguido por un par de marineros— ¡¿cómo es posible que se comporte de esa manera tan irresponsable?! —preguntó, mirándolo con desaprobación.
—Lo siento —musitó el ojiazul—, pero Thunder y Bolt pensaron que estaba jugando y por eso agarraron mis pinceles —explicó con calma.
—Debió hacerme caso y no traer estos perros al viaje —dijo con desprecio.
—Me los acababa de regalar mi padre —mencionó el pelinegro—, no podía dejarlos, aún son cachorros, solo tienen seis meses —señaló a los cachorros de dogo de burdeos que tanto quería.
—¡¿Cachorros?! —el hombre hizo un gesto de desagrado— son más grandes de lo que un cachorro normal debería ser —resopló , no entiendo cómo su majestad le permite tener estas bestias —negó—, pero desde este momento, se quedarán encerradas en las jaulas de cubierta.
Con esas palabras, los marineros que lo seguían, sujetaron a los cachorros por los collares que potaban, llevándoselos casi a rastras, ya que los perritos no querían moverse y lloriqueaban, intentando volver con Erick.
—¡No! No lo haga, profesor Grim, ¡por favor! —el niño lo miró suplicante—. Entre Agustín y yo los controlaremos mejor, en serio.
—Agustín… —los ojos oscuros del hombre, vieron con desprecio a ese niño, que no se apartaba del príncipe—. Ese es otro asunto —dijo entre dientes—, su comportamiento tampoco es el de un jovencito de la corte —esas palabras hicieron temblar al niño de ojos miel— y por ello debe recibir un castigo.
Agustín se sobresaltó, sabía que recibiría un par de azotes como mínimo y el príncipe también lo sabía.
—¡Pero él no hizo nada malo! —defendió Erick—. ¡Todo fue mi culpa! —dijo con desespero, tratando de evitarle un castigo a su amigo, que además, era dos años menor que él.
—¡No intente defenderlo! —gritó el mayor, consiguiendo que el niño guardara silencio de inmediato—. Vaya a su camarote —señaló—, yo me encargaré de sus mascotas y su compañero de juegos.
—Pero…
—¡A su camarote! —repitió con tono autoritario—. Que aunque sea uno de los príncipes de Celestia, está bajo mi tutela y no puede contravenir mis órdenes, ¿entendido?
El ojiazul estuvo a punto de replicar, pero sabía que no tenía edad para hacerlo, pues acababa de cumplir catorce años el mes anterior. Bajó el rostro resignado y dio media vuelta.
—Lo siento, Agus —dijo a media voz.
—Está bien, majestad —el de ojos miel forzó una sonrisa.
Mientras el príncipe iba al camarote que le correspondía, su profesor sujeto con fuerza la mano de Agustín y caminó hacia otro lado para castigarlo, más el movimiento inesperado del barco alertó a todo el mundo.
El viento sopló con fuerza y las nubes de tormenta relampaguearon, anunciando una inminente lluvia.
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