Capítulo I
En el fondo del océano, cerca de la zona más peligrosa a la cual denominaban ‘La Fosa’, un joven tritón se movía con sigilo, recorriendo el lugar, seguido por sus tres inseparables compañeros, quienes se encargaban de su seguridad. Su padre, el soberano del primer reino de las sirenas, le había prohibido a su primogénito el ir ahí, debido a que era un lugar donde las corrientes marinas eran casi indomables y también podía estar en riesgo por otros seres que habitaban los alrededores, pero al joven príncipe le atraían los barcos hundidos y no podía evitar acudir a ese lugar algunas veces por semana, en busca de cosas interesantes.
—No creo que sea una buena idea estar aquí —dijo uno de sus acompañantes—, si tu padre se entera…
—¡Cállate, Julián! —el rubio chasqueó la lengua—. Solo vamos a dar un paseo.
—Todos sabemos que no es así —interrumpió otro.
—Esto es solo por no estar en el palacio hoy, ¿cierto? —preguntó la única chica del grupo, quien era casi la asistente personal del príncipe, a pesar de su corta edad.
—No me lo menciones —el ojiverde la miró con molestia.
—¿Qué iba a ocurrir hoy, Marisela? —preguntó intrigado, el tritón de cabello negro.
—Nada importante, Miguel —contestó el rubio de inmediato, pero aun así, no evitó que la jovencita respondiera.
—Iba a llegar visita del segundo océano —comentó sin dejar de nadar—, el rey de esa zona, vendría con su hija, para concretar un futuro matrimonio con el príncipe Alejandro —señaló con un ademán al ojiverde.
—¿Por qué no nos dijiste antes? —gruñó el castaño— ahora entiendo, porque Alex no quiere estar en el palacio y tuvimos que “escapar”.
—No pienso comprometerme —negó el príncipe—, apenas voy a cumplir quince —objetó—, soy muy joven y no quiero.
Momentos después, llegaron a La Fosa, que era el límite permitido; si lo cruzaban, podrían encontrarse con otros seres que no respetaban a los tritones, debido a que sin el tridente, no los consideraban los verdaderos regentes del océano como en antaño.
—Debemos volver —anunció Julián con seriedad.
—No lo haremos —negó el príncipe—, hoy quiero ir más allá.
—¡¿Estás loco?! —Miguel se puso enfrente— No debemos ir y lo sabes.
—Si algo ocurre —interrumpió la castaña—, tu padre se enojará y a nosotros nos castigará.
—Y más que eso —Julián se cruzó de brazos—, estamos como tus acompañantes porque nuestros padres dieron su palabra de que podíamos cuidarte, a pesar de que Marisela es de tu misma edad y Miguel y yo solo un par de años mayores, si no cumplimos las reglas, seguramente te pondrán a más.
—¿Acaso no podemos hacer nada interesante bajo el maldito océano? —preguntó Alejandro con molestia—. No podemos salirnos de los límites, no podemos subir a la superficie, no podemos recorrer los naufragios, ¡no podemos hacer nada divertido! —hizo una mueca de desagrado.
—Son las reglas —acotó Julián.
—Y tú eres el que debe seguirlas más que nosotros —presionó Miguel.
—Eres el heredero al trono del primer reino, el más extenso de todos, además del último con linaje de la verdadera casta real —añadió Marisela—, debes poner el ejemplo —su voz sonó seria —, y ya es tarde.
—Es cierto —secundó el castaño—, es obvio que el sol se está ocultando, pues la aguas se han vuelto más frías y oscuras.
—Dentro de poco, nosotros no veremos tan bien como tú y eso nos dificultará el regreso —prosiguió el pelinegro, para que el príncipe entendiera que no era momento de ponerse caprichoso.
Alejandro entornó los ojos— de acuerdo, volvamos…
Los otros asintieron y empezaron a nadar de regreso; el príncipe los siguió, pero antes de alejarse demasiado, dio media vuelta y emprendió el camino hacia La Fosa.
Julián volteó después de un trecho y alcanzó a ver la inconfundible cola del rubio, perderse en la oscuridad.
—¡Maldición! —gruñó y dio media vuelta para seguirlo.
Miguel y Marisela se dieron cuenta de lo que ocurría y siguieron a los otros.
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