Sumisión
Agustín abrió los ojos de golpe; apenas empezaba a tener un mal sueño, pero pudo salir del mismo con rapidez.
Eran casi a las nueve de la mañana; agradecía tener reloj de pulsera, porque sin el celular, no sabría ni qué hora era. Tomó una ducha y se colocó la misma ropa; no había previsto esa situación y no compró un cambio nuevo, lo único que no pudo usar nuevamente, fueron las vendas.
—Necesito comprar ropa para pasar desapercibido — dijo con inquietud.
Se sentó en el colchón y su mente empezó a trabajar, ideando la mejor manera de salir de ese problema.
—De acuerdo… — musitó después de un momento de silencio — tendré que volver a la ciudad, ir a un banco, sacar mis ahorros, cancelar mi cuenta y luego buscar la manera de irme del estado — pasó la mano por la frente —, dudo que me estén buscando pero, si Patricio quedó muy lastimado, Julián estará tan molesto que, querrá desquitarse — una punzada en su estómago le obligó a hacer un gesto de desagrado ante sus propias palabras, aun no podía asimilar que el hombre a quien quería, ahora estuviera con alguien más.
Mordió su labio y negó; no era momento de pensar en Julián y Patricio, necesitaba enfocarse en su situación.
A su parecer, solo tenía una opción. Debía tomar un camión de segunda o tercera clase y fuera de la central; sabía que había muchos lugares donde esos transportes se detenían y quizá no llegaría tan lejos, pues estos solo iban a pequeñas comunidades cercanas o a ciudades en el mismo estado, pero al menos podría evitar que le siguieran la pista por unos días, ya que no tendría que mostrar identificación, ni entrar en un registro para abordar. Eso serviría hasta que se calmara un poco la situación y pudiese tomar un autobús a otro estado o en su defecto, empezar a viajar de “mochilazo” y aunque no sería la primera vez que lo hiciera, la idea no le agradaba si iba a llevar mucho dinero con él.
Con todo eso en mente, salió de la habitación y le pidió al encargado del motel que llamara un taxi para poder volver a la ciudad, ya que estaba a las afueras.
En el estacionamiento de una tienda de conveniencia, un automóvil negro estaba detenido. El conductor estaba terminando de hablar por teléfono, cuando su acompañante llegó con un par de vasos de café y se sentó en el asiento de copiloto, esperando las novedades.
—¿Qué me tienes? — preguntó Julián, entregándole un vaso de café al otro.
—No está en ninguno de los hoteles del este y tampoco se registró en hoteles del oeste — Cesar dio un sorbo al café, antes de seguir con el informe —, se revisaron varios hoteles de segunda y tercera en el este, pero no hay nada, igual visitamos algunos moteles pero tampoco, pero creen que todavía está aquí, porque no hay indicios de que haya tomado un autobús, ya que para eso, tendría que haber mostrado su identificación y no está dado de alta en las líneas de la central…
Julián masajeó sus parpados, no le estaban agradando las noticias. Cesar bostezó y pasó la mano por su cabello, haciendo los mechones hacia atrás, debido a que no había descansado desde el día anterior, su cabello estaba desaliñado.
Cesar bebió más café, necesitaba la cafeína con urgencia — el señor Erick nos dio información de las personas con las que Agustín tenía contacto en el albergue de mascotas, pero tampoco está con ninguna de ellas — prosiguió con pesadez —, Marisela se comunicó con Luciano…
Ante el nombre, Julián apretó su puño libre y dio un sorbo a su café.
Cesar no se dio cuenta de la actitud d Julián, él solo quería decirle todas las novedades — Luciano le dijo que no ha vuelto a hablar con Agustín, desde que se retiró, así que tampoco sabe dónde pueda estar — se alzó de hombros —, aparte de nosotros, Agustín no tiene más amigos, ni conocidos en esta ciudad, así que realmente, no sabemos qué ocurrió — suspiró cansado —, es como si se hubiese esfumado.
Julián masajeó sus sienes, era imposible que le hubiesen perdido el rastro.
—Deberíamos ir a descansar — Cesar dejó el café en el portavasos y recargó la frente contra el volante del automóvil —, no hemos dormido y así, no podemos pensar coherentemente — se quejó —, ni siquiera la cafeína nos tendrá despiertos si ya tenemos más de veinticuatro horas sin dormir.
—Si dejo pasar más tiempo, se alejará más — sentenció el castaño y sacó un mapa de la localidad, revisando rápidamente el área al este —, ¿enviaron a buscar en los moteles de las afueras?
—Son moteles de “piquete” — dijo su compañero, refiriéndose a que eran lugares donde solo iban parejas a una habitación por una o dos horas y la dejaban —, ¿crees que se iría a meter ahí?
—Con tal de que no lo encontremos — Julián lo miró de reojo —, sí — aseguró con seriedad, conocía a Agustín mejor que nadie, así que podía apostarlo —, en esos lugares, jamás piden identificación, hay menos vigilancia y seguridad, lo más importante es el anonimato de las parejas que van, así que, sí, seguramente se fue ahí.
—Entonces, ¡vamos a buscarlo! — Cesar estaba por encender el automóvil.
—No — el castaño negó —, es de día, puede que haya salido ya de ahí, envía a alguien más y hay que mantenernos alerta, por si Marisela nos avisa que hizo otro movimiento, si piensa salir de la ciudad o del estado, seguramente hará un movimiento bancario hoy…
—¿Qué me tienes? — preguntó Julián, entregándole un vaso de café al otro.
—No está en ninguno de los hoteles del este y tampoco se registró en hoteles del oeste — Cesar dio un sorbo al café, antes de seguir con el informe —, se revisaron varios hoteles de segunda y tercera en el este, pero no hay nada, igual visitamos algunos moteles pero tampoco, pero creen que todavía está aquí, porque no hay indicios de que haya tomado un autobús, ya que para eso, tendría que haber mostrado su identificación y no está dado de alta en las líneas de la central…
Julián masajeó sus parpados, no le estaban agradando las noticias. Cesar bostezó y pasó la mano por su cabello, haciendo los mechones hacia atrás, debido a que no había descansado desde el día anterior, su cabello estaba desaliñado.
Cesar bebió más café, necesitaba la cafeína con urgencia — el señor Erick nos dio información de las personas con las que Agustín tenía contacto en el albergue de mascotas, pero tampoco está con ninguna de ellas — prosiguió con pesadez —, Marisela se comunicó con Luciano…
Ante el nombre, Julián apretó su puño libre y dio un sorbo a su café.
Cesar no se dio cuenta de la actitud d Julián, él solo quería decirle todas las novedades — Luciano le dijo que no ha vuelto a hablar con Agustín, desde que se retiró, así que tampoco sabe dónde pueda estar — se alzó de hombros —, aparte de nosotros, Agustín no tiene más amigos, ni conocidos en esta ciudad, así que realmente, no sabemos qué ocurrió — suspiró cansado —, es como si se hubiese esfumado.
Julián masajeó sus sienes, era imposible que le hubiesen perdido el rastro.
—Deberíamos ir a descansar — Cesar dejó el café en el portavasos y recargó la frente contra el volante del automóvil —, no hemos dormido y así, no podemos pensar coherentemente — se quejó —, ni siquiera la cafeína nos tendrá despiertos si ya tenemos más de veinticuatro horas sin dormir.
—Si dejo pasar más tiempo, se alejará más — sentenció el castaño y sacó un mapa de la localidad, revisando rápidamente el área al este —, ¿enviaron a buscar en los moteles de las afueras?
—Son moteles de “piquete” — dijo su compañero, refiriéndose a que eran lugares donde solo iban parejas a una habitación por una o dos horas y la dejaban —, ¿crees que se iría a meter ahí?
—Con tal de que no lo encontremos — Julián lo miró de reojo —, sí — aseguró con seriedad, conocía a Agustín mejor que nadie, así que podía apostarlo —, en esos lugares, jamás piden identificación, hay menos vigilancia y seguridad, lo más importante es el anonimato de las parejas que van, así que, sí, seguramente se fue ahí.
—Entonces, ¡vamos a buscarlo! — Cesar estaba por encender el automóvil.
—No — el castaño negó —, es de día, puede que haya salido ya de ahí, envía a alguien más y hay que mantenernos alerta, por si Marisela nos avisa que hizo otro movimiento, si piensa salir de la ciudad o del estado, seguramente hará un movimiento bancario hoy…
Agustín regresó a la ciudad.
Antes de ir a un banco, llegó a una farmacia a que le vendaran las manos nuevamente, no era que lo necesitara, pero se sentía mejor de esa manera; al salir de ahí fue a un centro comercial, compró una mochila y tres cambios de ropa, pagando todo en efectivo y se cambió de vestimenta en los baños públicos, tirando su camisa y pantalón del uniforme. Finalmente fue a una sucursal del banco donde tenía su tarjeta y solicitó hablar con una persona de servicio al cliente, para cancelar su cuenta, pero debido a la cantidad de dinero que tenía, el trámite sería largo.
—Entonces no lo sacaré todo — negó el pelinegro —, solo necesito cien mil — anunció.
—Aun así es una cantidad grande, necesitamos autorización — le comentó la joven que estaba con él.
—¿Tardará?
—No tanto como cancelar su cuenta, unos minutos nada más.
Agustín titubeó, pero no tenía otra opción, así que aceptó — está bien — asintió.
La chica fue a realizar los trámites y conseguir las firmas de autorización, dejando a su cliente frente al escritorio. El pelinegro se mantenía sereno y tranquilo, aunque en el fondo estaba nervioso; si lo estaban buscando, hacer trámites lo pondría al descubierto, pero necesitaba el dinero. Veinte minutos después, la joven volvió y le indicó que la acompañara, para que pudiera realizar el retiro en ventanilla. Agustín recibió los pequeños paquetes que le dieron; los guardó de inmediato en su mochila, cubriéndolos con su ropa y salió de la sucursal, agarrando el primer taxi que pasó.
Apenas había dado vuelta en la esquina, cuando un automóvil negro se detuvo frente al banco; Julián bajó del mismo con paso rápido, yendo a buscar a su pareja. Marisela le había marcado minutos antes, avisándole que Agustín estaba en el banco, retirando una suma importante de su cuenta, pero no podían detenerlo, porque ya le habían dado la autorización para el retiro en efectivo.
Cuando el castaño llegó, le confirmaron lo que temía, se había ido y no sabían hacia dónde, pero eso le confirmaba que aún estaba en la ciudad, aunque quizá, no por mucho tiempo; era momento de usar las influencias de Alejandro de León.
Agustín bajó en un supermercado, en una colonia cercana a la orilla de la ciudad, justo dónde sabía que pasaban los autobuses de segunda.
Esperó por más de cuarenta minutos, fijándose cuanta gente abordaba cada ruta; no conocía mucho de las mismas, así que tendría que elegir al azar. Al final, se decidió por un autobús que iba hacia las localidades del interior del estado. La afluencia de gente que subía a esa ruta no era mucha, pero sí la suficiente, como para perderse y posiblemente, de allá, podría encontrar la manera de salir del estado.
Se sentó en los últimos asientos, pegado a la ventana, dejó su mochila bajo sus piernas y en cuanto el autobús emprendió la marcha, decidió fingir que dormía, aunque se mantenía alerta. El camión se detuvo un par de veces más en otros paraderos, consiguiendo con esto que los asientos se llenaran y finalmente, se dirigió a la salida de la ciudad.
Cuando el chofer tomó la salida hacia la autopista, Agustín se puso nervioso, porque no se imaginaba que ese camión pasara por casetas; aun así, eso no le preocupaba tanto, sino el hecho de que, después de las mismas, había retenes militares.
Minutos después, el vehículo llegó a un área de revisión militar; un hombre uniformado subió y pidió que todos los varones bajaran con sus pertenencias. Agustín seguía fingiendo que estaba dormido y pensó que con eso escaparía de la revisión, especialmente cuando el militar descendió del autobús; más se equivocó.
Después de un momento, el sujeto volvió a subir al autobús y se acercó a él, moviéndolo por el brazo.
—Disculpe — llamó con seriedad —, debe bajar del autobús.
Agustín lo miró a los ojos y estuvo a punto de negarse, pero sabía que debía vitar problemas, así que solo suspiró — de acuerdo… — asintió y sujetó su mochila, para seguir al otro.
Cuando el pelinegro estuvo fuera del vehículo, los militares indicaron que los demás pasajeros subieran. Agustín tensó los músculos; eso no pintaba bien para él.
Un hombre uniformado, con un par de barras en su gorra, se acercó a él — Agustín Ruiz, ¿cierto? — indagó con seriedad.
El pelinegro no respondió.
—Permítame su identificación, por favor.
Agustín gruñó, sacó su cartera y le entregó su credencial oficial, con la cual, el otro constató su identidad.
—Soy el teniente Fernando Villaseñor — se presentó ofreciéndole la mano, la cual Agustín aceptó por compromiso —, sígame — pidió con cordialidad.
Mientras el sujeto lo guiaba hasta una de las construcciones que había en la zona, el autobús emprendió la marcha, con lo que Agustín entendió que no iba a salir de ahí con facilidad. En el camino, el teniente llamó a un soldado.
—Dile al de transmisiones, que envíe el anuncio de que está aquí.
El joven asintió y se retiró corriendo.
—¿Por qué me detiene? — indagó el pelinegro, siguiendo al teniente.
—No lo estoy deteniendo — negó el sujeto, entrando a la enorme habitación, que tenía un escritorio —, solo que, mis superiores me ordenaron que lo mantuviera bajo mi custodia, hasta que llegaran por usted.
—Mantener bajo custodia y detener, es lo mismo — dijo con total desaprobación el pelinegro, sentándose frente al sujeto —, no he hecho nada malo, así que, no tiene derecho de tenerme aquí contra mi voluntad.
—No ha hecho nada malo, pero lo están buscando, porque está desaparecido.
Agustín se sobresaltó por esa respuesta.
—¿Quién me está buscando? — preguntó con molestia — ¡ni siquiera tengo familia!
—Pues, aquí está la información — el militar le entregó un folder con varias hojas, entre ellas su fotografía —, llegó hace una hora, por medio del fax.
Agustín revisó las hojas y soltó el aire, molesto.
—Ya veo… — pasó la mano por su cabello, no tenía mucho tiempo, seguramente, Julián y los demás ya estaban recibiendo la noticia de que lo habían detenido e irían por él con rapidez y realmente, no tenía ganas de ver la cara del castaño — ¿cuánto quiere por dejarme ir? — preguntó sin rodeos.
La pregunta sorprendió al teniente, quien no pudo evitar mostrar un gesto de asombro ante la pregunta — ¿qué quiere decir?
—No quiero quedarme hasta que vengan las personas que le mandaron esto — respondió rápidamente y devolvió el folder —, por eso quiero saber, ¿cuánto quiere por dejarme ir? — repitió la pregunta — no he hecho nada malo, pero supongo que eso no importa, bien o mal, me tiene aquí y yo estoy buscando la manera de salir bien librado de una situación, que no le concierne — hizo énfasis en la última frase.
—No entiende — el otro negó —, tengo ordenes — especificó —, mis superiores me pidieron que lo mantuviera aquí hasta que vinieran por usted.
—Seré honesto — el pelinegro lo miró con frialdad —, sus superiores no vendrán por mí, vendrán personas civiles, mismas que no tienen nada que ver con la milicia y a usted, su superior le obligará a guardar silencio — curvó los labios ligeramente, sabía bien cómo actuarían los trabajadores de Alejandro de León —, así que, puede simplemente hacer caso y no obtener una remuneración o dejarme ir, ganando algo de dinero a cambio — sonrió amable —, piénselo, es una mejor oferta.
El teniente abrió los ojos con sorpresa y luego desvió la mirada; parecía dudar, pero finalmente, golpeo el escritorio con sus dedos — mejor quédese aquí, yo tengo asuntos que atender.
Agustín gruñó molesto cuando el sujeto salió y cerró con llave, obviamente quería alejarse de la tentación.
—Tenía que tocarme uno decente — suspiró y recargó su frente contra el escritorio —, bien, no importa, ¿qué puede pasar? — sonrió con cansancio — ¿qué Julián quiera golpearme por lo que le hice al Pato? — pensar en eso le molestaba — Debí quedarme en la ciudad un poco más de tiempo o al menos, debí desayunar algo…
Agustín bajó en un supermercado, en una colonia cercana a la orilla de la ciudad, justo dónde sabía que pasaban los autobuses de segunda.
Esperó por más de cuarenta minutos, fijándose cuanta gente abordaba cada ruta; no conocía mucho de las mismas, así que tendría que elegir al azar. Al final, se decidió por un autobús que iba hacia las localidades del interior del estado. La afluencia de gente que subía a esa ruta no era mucha, pero sí la suficiente, como para perderse y posiblemente, de allá, podría encontrar la manera de salir del estado.
Se sentó en los últimos asientos, pegado a la ventana, dejó su mochila bajo sus piernas y en cuanto el autobús emprendió la marcha, decidió fingir que dormía, aunque se mantenía alerta. El camión se detuvo un par de veces más en otros paraderos, consiguiendo con esto que los asientos se llenaran y finalmente, se dirigió a la salida de la ciudad.
Cuando el chofer tomó la salida hacia la autopista, Agustín se puso nervioso, porque no se imaginaba que ese camión pasara por casetas; aun así, eso no le preocupaba tanto, sino el hecho de que, después de las mismas, había retenes militares.
Minutos después, el vehículo llegó a un área de revisión militar; un hombre uniformado subió y pidió que todos los varones bajaran con sus pertenencias. Agustín seguía fingiendo que estaba dormido y pensó que con eso escaparía de la revisión, especialmente cuando el militar descendió del autobús; más se equivocó.
Después de un momento, el sujeto volvió a subir al autobús y se acercó a él, moviéndolo por el brazo.
—Disculpe — llamó con seriedad —, debe bajar del autobús.
Agustín lo miró a los ojos y estuvo a punto de negarse, pero sabía que debía vitar problemas, así que solo suspiró — de acuerdo… — asintió y sujetó su mochila, para seguir al otro.
Cuando el pelinegro estuvo fuera del vehículo, los militares indicaron que los demás pasajeros subieran. Agustín tensó los músculos; eso no pintaba bien para él.
Un hombre uniformado, con un par de barras en su gorra, se acercó a él — Agustín Ruiz, ¿cierto? — indagó con seriedad.
El pelinegro no respondió.
—Permítame su identificación, por favor.
Agustín gruñó, sacó su cartera y le entregó su credencial oficial, con la cual, el otro constató su identidad.
—Soy el teniente Fernando Villaseñor — se presentó ofreciéndole la mano, la cual Agustín aceptó por compromiso —, sígame — pidió con cordialidad.
Mientras el sujeto lo guiaba hasta una de las construcciones que había en la zona, el autobús emprendió la marcha, con lo que Agustín entendió que no iba a salir de ahí con facilidad. En el camino, el teniente llamó a un soldado.
—Dile al de transmisiones, que envíe el anuncio de que está aquí.
El joven asintió y se retiró corriendo.
—¿Por qué me detiene? — indagó el pelinegro, siguiendo al teniente.
—No lo estoy deteniendo — negó el sujeto, entrando a la enorme habitación, que tenía un escritorio —, solo que, mis superiores me ordenaron que lo mantuviera bajo mi custodia, hasta que llegaran por usted.
—Mantener bajo custodia y detener, es lo mismo — dijo con total desaprobación el pelinegro, sentándose frente al sujeto —, no he hecho nada malo, así que, no tiene derecho de tenerme aquí contra mi voluntad.
—No ha hecho nada malo, pero lo están buscando, porque está desaparecido.
Agustín se sobresaltó por esa respuesta.
—¿Quién me está buscando? — preguntó con molestia — ¡ni siquiera tengo familia!
—Pues, aquí está la información — el militar le entregó un folder con varias hojas, entre ellas su fotografía —, llegó hace una hora, por medio del fax.
Agustín revisó las hojas y soltó el aire, molesto.
—Ya veo… — pasó la mano por su cabello, no tenía mucho tiempo, seguramente, Julián y los demás ya estaban recibiendo la noticia de que lo habían detenido e irían por él con rapidez y realmente, no tenía ganas de ver la cara del castaño — ¿cuánto quiere por dejarme ir? — preguntó sin rodeos.
La pregunta sorprendió al teniente, quien no pudo evitar mostrar un gesto de asombro ante la pregunta — ¿qué quiere decir?
—No quiero quedarme hasta que vengan las personas que le mandaron esto — respondió rápidamente y devolvió el folder —, por eso quiero saber, ¿cuánto quiere por dejarme ir? — repitió la pregunta — no he hecho nada malo, pero supongo que eso no importa, bien o mal, me tiene aquí y yo estoy buscando la manera de salir bien librado de una situación, que no le concierne — hizo énfasis en la última frase.
—No entiende — el otro negó —, tengo ordenes — especificó —, mis superiores me pidieron que lo mantuviera aquí hasta que vinieran por usted.
—Seré honesto — el pelinegro lo miró con frialdad —, sus superiores no vendrán por mí, vendrán personas civiles, mismas que no tienen nada que ver con la milicia y a usted, su superior le obligará a guardar silencio — curvó los labios ligeramente, sabía bien cómo actuarían los trabajadores de Alejandro de León —, así que, puede simplemente hacer caso y no obtener una remuneración o dejarme ir, ganando algo de dinero a cambio — sonrió amable —, piénselo, es una mejor oferta.
El teniente abrió los ojos con sorpresa y luego desvió la mirada; parecía dudar, pero finalmente, golpeo el escritorio con sus dedos — mejor quédese aquí, yo tengo asuntos que atender.
Agustín gruñó molesto cuando el sujeto salió y cerró con llave, obviamente quería alejarse de la tentación.
—Tenía que tocarme uno decente — suspiró y recargó su frente contra el escritorio —, bien, no importa, ¿qué puede pasar? — sonrió con cansancio — ¿qué Julián quiera golpearme por lo que le hice al Pato? — pensar en eso le molestaba — Debí quedarme en la ciudad un poco más de tiempo o al menos, debí desayunar algo…
Julián recibió la llamada de Marisela, avisándole que tenían a Agustín en un retén militar, pasando la primera caseta de la autopista, hacia el sur del estado y después, le informó que el pelinegro estaba tratando de comprar su “libertad”; con esa primicia, Julián tuvo miedo de que Agustín lograra escapar, así que decidió manejar a toda velocidad, tanto así, que Cesar estaba muy nervioso mientras recorrían el camino, temiendo que tuvieran un accidente.
Cuando el castaño llegó a su destino, el teniente estaba ahí, esperando. Todos los militares se pusieron en alerta al ver el automóvil y a los hombres vestidos de negro, bajando del mismo.
—Soy Julián Chávez — se presentó con formalidad el castaño —, él es Cesar Hidalgo — señaló a su compañero —, hemos venido por Agustín Ruiz.
El oficial lo vio con desconfianza, pero mantuvo un semblante serio — soy el teniente Fernando Villaseñor — se presentó —, está bajo mi custodia, pero… pensé que vendría otro tipo de persona por él.
—Somos guardaespaldas del señor Alejandro de León, quien se comunicó con sus superiores, para pedirles el favor de encontrar a Agustín — explicó Cesar, pues notaba que Julián estaba ansioso, buscando con la mirada al pelinegro —, debido a que estábamos recorriendo las afueras de la ciudad, nos enviaron a nosotros el aviso de que estaba aquí y vinimos por él.
—¿Hizo algo malo? — indagó el militar, tenía mucha curiosidad sobre la situación.
—No — Cesar negó —, pero él cree que sí.
—¿Cree que sí?
—Digamos que, se metió en un pleito con alguien, por culpa de su pareja — Cesar trató de dar la mejor explicación posible —, los asuntos de ese tipo no se deben mezclar con el trabajo y tenemos reglas, por eso, Agustín creyó que lo iban a despedir, pero no fue así, pues el señor De León comprendió que su reacción fue normal…
—¿Dónde está? — Julián ya no quería esperar más.
—En la oficina — dijo el teniente y dio media vuelta —, síganme, por favor — con un ademán, los guió hacia el lugar.
—Nos informaron que estaba tratando de conseguir que lo dejaran ir, pagando algo de dinero — Julián miró con molestia al sujeto.
—Sí — asintió —, pero tengo órdenes de detenerlo, aunque me llamó la atención que lo insinuara — dijo con algo de cautela —, por eso me comuniqué con mi comandante en jefe, para saber qué era lo que sucedía y…
—Es comprensible — Cesar interrumpió —, aun así, tanto su superior como usted, recibirán una compensación por las molestias.
El militar no dijo nada, solo caminó adelantándose, llegando primero a la oficina.
Agustín escuchó el sonido del seguro y se incorporó; cuando la puerta se abrió, Julián entró primero. Ambos se miraron a los ojos pero no dijeron, ni hicieron nada; el ambiente se puso pesado y el cuerpo del pelinegro se tensó.
—Vámonos — ordenó el castaño.
—Y ¿si no quiero? — retó el menor, cruzándose de brazos.
—Será por las buenas o por las malas, ¡decide! — espetó el mayor con total seriedad.
Agustín no estaba dispuesto a obedecer al mayor, ya no se consideraba su pareja, así que no le debía ninguna consideración — si es por las malas, ¿qué piensas hacer?
Julián apretó los puños, intentó dar un paso para acercarse, pero Cesar lo detuvo del brazo; la ira, la preocupación y la desvelada, no tenían del mejor humor a su compañero, por lo que no estaba para tomar las cosas con calma y debían evitar armar alboroto, más si se encontraban en una base militar.
—Agustín — Cesar habló con cansancio —, escucha, el señor Erick quiere que vuelvas y está muy preocupado — intentó apelar por ese lado, a sabiendas que Agustín apreciaba demasiado a su jefe —, por lo menos, acepta hablar con él antes de renunciar formalmente.
Agustín soltó el aire y pasó la mano por su cabello, no quería volver, pero si Erick estaba preocupado, al menos por él, debía hacer el esfuerzo — bien — dijo después de un momento — solo lo hago por el señor Erick — agarró su mochila y caminó a la salida.
Antes de que cruzara el umbral, Cesar sujetó la mochila y se la quitó — lo siento, pero necesito un préstamo — sonrió de lado —, adelántense — indicó para Julián y Agustín.
El pelinegro se enojó, obviamente usaría su dinero y eso le molestaba, pero no podía quejarse; caminó delante de Julián y llegaron al automóvil. El castaño le abrió la puerta trasera y sin decir palabra, Agustín se introdujo en el interior; Julián cerró y se acomodó en el asiento del copiloto.
Minutos después, Cesar llegó al automóvil y le lanzó la mochila al pelinegro — no te preocupes — sonrió — solo use como cincuenta, el señor De León te los repondrá después — aseguró y encendió el vehículo para volver a la mansión.
El silencio y la tensión reinaron todo el camino; casi una hora después, llegaron a su destino, a las afueras del otro lado de la ciudad. Cesar no se detuvo en la mansión y siguió de largo, dejando el vehículo frente a la casa de Julián.
—Pensé que me dejarías con el señor Erick — reprochó el pelinegro.
—¡Ah! Sí, obviamente verás al señor — Cesar asintió —, pero será después de que arregles tu problema con Julián — sentenció antes de salir del automóvil —, no pase toda la noche en vela para que ustedes, par de idiotas, no hablen, cómo mínimo — dijo con algo de molestia —, ¡nos vemos!
Agustín no podía creer que Cesar lo hubiese engañado de esa manera.
Julián bajó también y antes de abrir la puerta del menor, lanzó al automóvil su porta arma y equipo. El pelinegro salió del auto, con su mochila al hombro y empezó a caminar hacia la mansión; él no tenía pensado quedarse ahí, pero las cosas no estaban a su favor.
—¡¿A dónde vas?! — preguntó el castaño con molestia, sujetándolo del brazo.
—¡Qué te importa! — espetó el pelinegro soltándose del agarre.
—¡Tenemos que hablar!
—Tu y yo no tenemos nada de qué hablar — negó el menor —, si volví, fue para despedirme del señor Erick, nada más, no tengo ganas de hablar o discutir contigo.
—¿Por qué estás enojado? — Julián lo retó con la mirada — ¡explícame la razón!
—¿Qué te explique…? — Agustín masajeó el puente de su nariz — no tengo nada que explicar, ya deberías saber por qué estoy enojado, pero seguramente para ti, lo malo es que haya golpeado a Patricio, ¿o no? — sonrió de lado con algo de amargura — Hace un par de días, cuando estabas celoso, no era por mí, ¿cierto? ¿Desde cuándo se entienden?
—¿De qué hablas? — Julián lo miró con sorpresa — ¡Yo no me entiendo con él! — se defendió.
—Ah, ¿no?
—¡No! — aseguró el castaño.
—No me pareció eso ayer, cuando te quedaste a su lado ¡después de que lo dejé inconsciente!
—Exactamente, ¡lo dejaste inconsciente! — lo señaló con el índice con enojo, como si estuviera regañando a un niño — ¿Qué esperabas que hiciera? Pudiste matar a un compañero, ¡¿en qué estabas pensando?!
—Estaba pensando que se estaba sobrepasando ¡con mi pareja! — reclamó el menor — pero parece que tú no pensaste eso… ¿Por eso no lo alejaste cuando te besó? — la pregunta tenía un tinte de reproche — ¿te gustó, cierto?
—Estaba por alejarlo, cuando tú lo hiciste primero.
Agustín bajó el rostro y negó — ¿sabes, Julián? No soy idiota…
—Sé que no eres idiota.
—¡¿Entonces por qué me tratas como a uno?!
—Agustín… — el mayor respiró profundamente — entra a la casa — pidió con calma —, no debemos discutir aquí.
—No voy a entrar a tu casa — respondió el pelinegro —, ¡no quiero! — dio media vuelta, tratando de ir a la mansión de nuevo.
—Agustín — la mano del castaño una vez más lo detuvo —, necesitamos hablar.
—¡No! — negó y volvió a soltarse — yo lo único que necesito, es alejarme de ti, nada más…
—¿Por qué?
—¡Porque me duele! — respondió sin poder evitar mostrar sus celos y coraje — ¿Qué? ¿Crees que estoy bien después de saber qué prefieres estar con él en vez de conmigo?
—Yo no prefiero eso…
—¡Lo demostraste ayer! — reclamó señalándolo con el índice y fue en ese momento que el castaño reparó en las vendas que traía en las manos — y la verdad, no quiero seguir en una relación que está muriendo o en el peor de los casos, ya murió.
—No pensabas eso hace tres días — indicó el castaño.
—No, pero hace tres días no sabía lo que sé ahora.
—¿Y qué sabes ahora? — preguntó el otro con escepticismo.
—Que a pesar del tiempo que hemos pasado juntos y de que crea que me haces el amor cuando compartimos la cama, es obvio que el único enamorado en esta relación soy yo — confesó —, creí que me amabas porque me lo dijiste una vez y es obvio que un niño como yo, iba a creer eso con facilidad, pero tú no sientes eso por mí, seguramente te hubiera dado igual si a mí me hubiese besado otro idiota, ¿no es así?
Julián respiró con agitación, las últimas palabras que el pelinegro había dicho lo habían molestado, llenándolo de celos y coraje — sí, es cierto, te dije una sola vez que te amaba, pero, ¿y tú? Jamás me has dicho que me amas, con trabajo dices que me quieres…
—¡Te amo! — gritó el pelinegro con desesperación — sé que no te lo he dicho de frente, no sé por qué, ¡ni yo mismo lo entiendo! — pasó la mano por su cabello, estrujando sus mechones negros — es cierto que me da vergüenza decirlo abiertamente, pero cada vez que despierto en las noches, porque tengo miedo, trato de cerciorarme de que estás conmigo y al constatar que estas a mi lado, me siento feliz, ¡me siento seguro entre tus brazos! — señaló — y te digo que te amo en ese momento, ¡aun sabiendo que no puedes escucharme! — confesó — porque no puedo estar sin ti, ¡porque no puedo vivir sin ti!
Esa declaración consiguió que Julián se quedara estupefacto, pues era obvio que Agustín estaba hablando con toda sinceridad y le parecía encantador, aunque la manera a la que llegaron a ese punto, quizá no era la mejor
—Pero no soy romántico — prosiguió el pelinegro tratando de contener su voz —, tampoco tengo la facilidad de palabra que el señor Erick, ni mucho menos la manera tierna y dulce de su carácter, ¡¿crees que no me molesta eso de mí mismo?! ¡Difícilmente puedo demostrar lo que siento y pienso! — se excusó — años tengo de mantener mi maldita faceta fría frente a todos, no solo porque es mi trabajo, sino porque tengo miedo de muchas cosas y a pesar de que, al estar a solas contigo, puedo ser distinto, ¡no puedo decirte de frente lo que siento! — sus ojos miel empezaron a humedecerse — trato de hacerlo — aseguró —, trato en verdad de decirlo, pero me avergüenzo en el último momento, por eso me entrego completamente a ti, porque si no puedo decirlo con palabras, ¡quiero demostrártelo! — limpió sus ojos, ya que no quería que Julián lo viera llorar — Pero si no es suficiente, entonces ¡¿qué caso tiene seguir?!
El castaño estaba asombrado por todas las cosas que escuchaba, no podía creer lo que Agustín le estaba diciendo, ¿había sido tan estúpido como para no darse cuenta de cómo se sentía? ¿Lo que sufría? ¿Acaso pasaba por lo mismo que él, cuando tenía pesadillas de aquella noche, en que temió perderlo? ¿Qué clase de sueños atormentaban a Agustín? ¿Qué clase de cosas lo hacían sufrir sin que él pudiese ayudarle?
—Es obvio que… — Agustín respiró profundamente — que Patricio te quiere, desde hace mucho… también sé que tú y él tuvieron algo que ver — con esa confesión, Julián se quedó helado —, ¿crees que no lo sabía? — preguntó con sarcasmo — poco antes de empezar a andar contigo lo supe, pero ahora, su molestia, inclusive su desagrado, al saber que tú pasabas tiempo conmigo, era mucho más notorio, pero supuse que no debía importarme, ¿por qué? — forzó una sonrisa — Porque creí que me amabas — su voz se quebró —, creí que no debía preocuparme porque después de todo, me elegiste a mí, pero… ayer que te quedaste a su lado, la manera en que lo mirabas… yo, supe que… — un nudo en su garganta le impidió hablar bien — que me equivoqué.
Agustín se limpió el rostro con coraje, porque las lágrimas empezaron a caer, pero no quería darle a Julián, el gusto de verlo vulnerable por su culpa; ni a él, ni a nadie más.
El silencio reinó y después de secar sus lágrimas, Agustín pudo observar a Julián, quien lo miraba fijamente; el castaño parecía una estatua, sin siquiera moverse. El menor sonrió de lado, era obvio que el mayor no iba a decirle nada más; respiró profundamente y dio media vuelta, lo único que haría sería despedirse de Erick, después de eso, nada tenía que hacer en ese lugar y podría irse, sin temer que fueran tras él.
Apenas había dado unos pasos, cuando Julián corrió y lo abrazó por la espalda, pegando su rostro en el cabello de Agustín, ejerciendo presión en su agarre, tratando de fundirse con él en ese mismo momento; se movió hasta acercar sus labios a una oreja del menor.
—No te vayas… — pidió — no me dejes… — su voz tenía un tinte de súplica — te necesito…
El cuerpo de Agustín se cimbró por completo. Sentir a Julián contra sí mismo, su abrazo, su aliento, todo lo estaba trastornando; pero debía ser fuerte, tenía que obligarse a ser fuerte.
—Julián… — el pelinegro se tensó, apretó la mandíbula, tenía que alejarlo — no quiero…
—Te amo… — dijo el castaño con suavidad — de verdad, ¡te amo! — repitió y Agustín se sorprendió — si no te lo volví a decir desde aquella noche, fue porque tú jamás lo hiciste, porque no quería que sintieras presión de mi parte y pensé que no estabas seguro de lo que sentías por mí… — se sentía frustrado por ello, pues no imaginaba que Agustín lo amara tanto, aunque no se lo dijera — Te fallé y lo siento, realmente me arrepiento de haberlo hecho — aseguró con convicción.
Agustín mordió su labio, no sabía qué decir o cómo reaccionar.
—Pero si me quedé al lado de Patricio — Julián siguió hablando, sin soltar al menor —, no fue porque lo quiero a él, ni siquiera me atrae en lo más mínimo, lo hice porque tenía miedo que le hubieras hecho algo irremediable y pudiese acarrearte problemas, además, sabes que en el trabajo, debemos cuidarnos mutuamente y actué como hubiese sido en un pleito de otros — explicó —, es cierto que en su momento pensé que habías exagerado en tu reacción — rió con debilidad —, pero hace un momento, cuando dijiste que a mí me hubiese dado igual que te besara alguien más, de solo imaginar que alguien se acerque a ti de la misma forma en que yo lo hago, me di cuenta que hubiese hecho lo mismo que tú o quizá, yo si hubiese matado a esa persona…
Agustín se estremeció, pasó saliva y negó — no es… no es necesario que hagas nada — dijo tratando de sonar seguro —, yo no… yo no permitiría que me tocaran y en su defecto, sabría cómo defenderme.
—Ya lo sé — asintió el mayor, recordando lo que había presenciado el día anterior —, entonces, ¿por qué no te defiendes de mí, como ayer? — indagó con curiosidad.
—Porque… — el menor titubeó — porque eres tú — respondió —, porque eres al único que le permitiría acercarse a mí de esta y de cualquier otra manera — confesó con vergüenza —, si ayer te alejé, fue sin pensar…
Julián aflojó su agarre, soltando lentamente al menor, aún tenía miedo que se alejara; después, lo hizo girar, quedando de frente; sujetándolo de un brazo con firmeza, para que no pudiera escapar si se lo proponía y con su mano libre le sujetó el rostro por el mentón, obligándolo a levantar el rostro para verlo a los ojos
—¿me amas? — preguntó el mayor con seriedad.
Las mejillas de Agustín se tiñeron de rojo rápidamente, sus músculos se tensaron y empezó a evadir la mirada fija de Julián — yo… creo que… ya lo dije, ¿o no?
—Dilo de nuevo — Julián sonrió, disfrutando de esa reacción que le parecía tan adorable.
Agustín cerró los parpados, sus piernas empezaron a moverse inquietas, apretó los puños y se mordió el labio — te… — finalizó la frase pero con un murmullo ininteligible.
El castaño negó — no, así no, quiero que lo digas como hace rato — pidió.
—¡No es tan fácil! — se defendió el pelinegro.
—Entonces, conseguiré que lo digas, a mi manera.
—¿A tu manera?
—Sí — asintió el mayor y rozó con sus labios los de su pareja —, a mi manera — repitió con lentitud y una sonrisa perversa adornó su rostro.
Agustín no entendía de qué se trataba todo eso, aunque se hacía una idea con ese semblante tan seductor que Julián tenía; pero, aunque quiso, no pudo negarse cuando el otro lo sujetó de la mano y lo llevó a su casa. Al entrar, Julián le quitó la mochila y la lanzó a un lado de la puerta, llevándolo sin decir nada, a la segunda planta.
—Espera… — el pelinegro intentó evitar entrar a la habitación principal, sabía que si no lo detenía, no podría negarse más — no… — su voz tembló.
Julián se devolvió y lo besó; con ese beso, Agustín se rindió por completo. El castaño se sintió satisfecho por ello; aún y cuando el menor no pudiese decir las cosas, se las demostraba con mucha facilidad y rapidez pero ahora, su meta era que su pareja le dijera lo que sentía de verdad, a viva voz y de ahí en adelante, no pudiera parar de hacerlo.
El mayor cerró la puerta de la habitación y recargó a Agustín en la misma, era su manera de decir que no tenía escapatoria; sus manos empezaron a desnudar al pelinegro, sin tardar mucho, porque la ropa que portaba era informal y sencilla, lo único que no tocó, fueron las vendas en las manos.
Cuando dejó desnudo a su compañero, Julián bajó besando el cuerpo que se lo ofrecía aún con algo de temor, como ocurría siempre, pero estaba seguro que lograría que eso cambiara fácilmente; Julián adoraba cada parte que alcanzaba con sus labios, disfrutando los estremecimientos que cimbraban al otro y producían que la piel se erizara. No se detuvo hasta que quedó hincado frente a Agustín y abrió su boca, para recibir la erección ya despierta del otro en su boca.
—Julián… — Agustín se aferró a la cerradura de la puerta y su mano libre se perdió en los mechones castaños, sin ejercer presión, sin lastimar, sin atreverse a tomar el control, no porque no pudiera, sino porque le gustaba de esa manera.
El pelinegro empezó a gemir, disfrutaba esa caricia, siempre le había gustado, porque le excitaba que el mayor le diera placer de esa manera; se sentía extasiado con la lengua jugueteando en toda su extensión, los labios y boca succionando con ansiedad y por sobre todo, el suave roce de los dientes que a veces le propiciaba, solo para que sintiera un ligero escozor, que lo hacía disfrutar más.
Julián siguió atendiendo al menor con su boca pero sus manos se movieron diestras a desabrochar su propia ropa; quería ahorrar tiempo y además, tenía otras cosas en mente. Desabrochó la corbata, pero la enredó en su muñeca para usarla después, el saco y la camisa cayeron al suelo, la camiseta blanca que siempre portaba debajo, se la quitó cuando se incorporó, justo antes de que Agustín llegara al orgasmo, interrumpiéndolo con premeditación, ya que pensaba retrasar ese momento para poder cumplir su meta; cuando estuvo a la altura de su pareja, lo besó en los labios.
—¿No crees que es hora de que lo hagas tú también? — preguntó con diversión, mientras llevaba la mano de su pareja a su sexo despierto, por encima de su ropa.
Agustín asintió sumiso y le ofreció sus labios una vez más, dándole un beso dulce, antes de bajar por el torso de su novio, besando, acariciando, recorriendo con su boca, lengua y dedos, los músculos marcados del mayor, llegando al inicio de su pantalón, desabrochando con rapidez, quitando las prendas que estorbaban y liberando el sexo del otro.
¿Cuántas veces le había dado sexo oral en los casi cuatro meses de relación? Se podían contar con los dedos de una mano; generalmente era Julián quien se lo hacía. ¿Por qué? No lo comprendía, aunque debía admitir que se cohibía en el acto y era el castaño quien terminaba moviéndolo a un ritmo apropiado para el placer de ambos.
El pelinegro abrió grande su boca, permitiendo el paso de la hombría de su novio, recibiendo hasta donde podía y cerrando los ojos; inició un vaivén lento para estimularlo y acostumbrarse, pero la mano del mayor lo sujetó del cabello y lo movió a su ritmo. Agustín se dejó llevar, recibiéndolo hasta la garganta, a pesar de que en ocasiones sentía que se ahogaba y sus ojos se humedecían por la sensación; pero aun así, en ningún momento intentó alejarse.
Julián disfrutó ver el semblante de Agustín y escuchar sus gemidos ahogados, pero no quería terminar en su boca, aunque la idea sonara tentadora, así que, lo alejó poco después — ven — ordenó extendiendo la mano.
El menor se sostuvo de la mano que su pareja le ofreció y se incorporó. El castaño lo abrazó por la espalda, guiándolo por la habitación, pero no llevó a su amante a la cama, sino al espejo completo, que estaba en una pared de la habitación; acomodó al pelinegro frente al mismo, obligándolo a que colocara sus manos en la superficie reflejante y su cuerpo quedara ligeramente inclinado, mientras que él quedaba contra su espalda.
—Mírate… — susurró el mayor y la piel de Agustín se erizo — estás más excitado de lo normal — dijo con diversión, recorriendo con una mano el miembro del pelinegro y arrancándole un gemido —, ¿te gusta lo que sientes?
—S… sí — asintió el otro y cerró los parpados.
—Abre los ojos…
—No — negó, moviendo su cabeza con rapidez, de una forma infantil.
—¿Por qué no? — sonrió el castaño, sabía la respuesta, pero era divertido escucharla, especialmente si venía de ese hombre adulto que se rendía a su toque, pero que en su interior era un niño dulce que se apenaba de lo que sentía, aunque lo disfrutaba y no quisiera admitirlo libremente.
—Me da… vergüenza… — dijo al fin y mordió su labio para no gritar ante la caricia húmeda que sintió en su espalda, ya que el mayor pasó su lengua con sensualidad, humedeciendo toda la piel con su saliva.
—No entiendo por qué — Julián siguió masturbándolo con una mano, mientras la otra, se movía sigilosa, obteniendo la corbata para enredarla en la base del miembro de Agustín —, ayer parecías muy decidido al decir que yo era tuyo, ¿no es así? — terminó la pregunta mientras ataba con fuerza la tela.
Al sentir la presión en su sexo, un gemido escapó de los labios de Agustín; ahora su miembro era apresado en la base, gracias a la corbata de su pareja.
—¿Qué haces? — preguntó el pelinegro a media voz, su respiración era agitada debido a la excitación, pero no hacía nada por alejar al otro; seguía con las manos en el espejo y ladeaba el rostro para dejar más espacio en su cuello y que su amante pudiese alcanzarlo sin problema.
—Te dije que conseguiría que dijeras lo que sientes — sentenció Julián, antes de morder un hombro que tenía cerca.
Agustín se tensó; siempre que el otro lo mordía, un escalofrío recorría su columna, su cuerpo se estremecía y sus piernas flaqueaban.
Julián sonrió, le encantaban los gestos que su novio tenía gracias a su trato. Recorrió con sus labios la espalda de Agustín, dejando lamidas y mordidas en su recorrido hasta las nalgas firmes que tenía el pelinegro, mismas que abrió con sus manos y su lengua empezó a estimular con infinita delicadeza.
—No — Agustín negó y sus piernas temblaron —, sabes que… no me… gusta…
El castaño no se detuvo, siguió lamiendo, impregnando de su saliva el pequeño ojete mientras una de sus manos acariciaba la erección, que seguía apresada por la tela de su corbata. Julián se levantó de nuevo, inclinándose sobre el cuerpo de su amante y sus manos se dividieron el trabajo, siguiendo con sus planes; la derecha llegó nuevamente a la erección del pelinegro, para no dejar de masturbarlo y la izquierda, se encargó de que el dedo medio, invadiera el interior del menor con rapidez.
—Estás ansioso — aseveró el mayor cerca de la nuca de su pareja —, tu interior se contrae como si quisieras algo más grande — sonrió —, ¿acaso quieres que te penetre?
—Julián… — Agustín arqueó la espalda, cuando el otro le decía cosas como esas, lograba que se excitara con más rapidez.
—¿Ves? ¿Tan difícil es admitir lo que sientes? — la lengua del mayor humedeció la oreja del pelinegro que tenía cerca — tu cuerpo lo grita, ¿por qué no permites que tu voz lo exprese también? — indagó, en el momento que otro dedo entraba al cuerpo de su amante.
Agustín gimió con más fuerza — te necesito… — dijo sin dudar — te quiero dentro…
—No — un tercer dedo invadió el cuerpo del menor —, eso siempre lo dices, yo quiero escuchar lo otro.
—¡¿Qué?! — el pelinegro sentía que sus piernas no aguantarían mucho tiempo, pues los dedos invasores estimulaban ese punto en su interior, que lo volvía loco.
—Quiero oír que me amas — pidió el mayor, alejando la mano de la erección de Agustín y llevándola a su rostro —, quiero que lo digas — repitió y un par de dedos buscaron la manera de entrar a la boca del pelinegro, jugando con la lengua —, abre los ojos — exigió.
El menor lo obedeció, observándose a sí mismo en ese momento, sus ojos estaban llorosos por la excitación y su saliva resbalaba por la comisura de sus labios.
—Di que me amas — susurró Julián —, solo a mí — sacó los dedos de la boca de su pareja y humedeció la piel de la barbilla, con el líquido tibio que los impregnaba en su totalidad.
—Te… — un nudo en la garganta no permitió que las palabras se escucharan.
—No, no lo hiciste bien — el castaño negó, retiró los dedos del interior de su novio y se acomodó detrás de él, la punta de su miembro presionó la entrada, su mano izquierda se aferró a su cadera y la derecha sujetó al otro del cabello —, di que me amas o no tendrás lo que quieres — pidió con voz ronca, moviendo la cadera, solo para presionar por instantes la entrada de Agustín, pero sin penetrarlo.
—Te amo — el susurro apenas se escuchó.
Julián sonrió, al menos lo había intentado, así que le permitió sentir algo de placer, metiendo la punta de su miembro, pero fue todo lo que hizo — si no lo dices fuerte, no seguiré — amenazó.
Agustín tembló, intentó mover la cadera para sentirlo más profundamente pero le fue imposible — Julián… — ladeó el rostro para ver a su pareja y tratar de suplicarle, pero el otro le jaló el cabello con fuerza y lo sometió rápidamente, para que siguiera viéndose al espejo.
—¡Dilo! — exigió Julián con un tinte de molestia, él también deseaba penetrar completamente a su novio y Agustín solo estaba retrasando el momento.
—¡Te amo! — soltó el menor con rapidez y por primera vez lo decía viendo, no solo a Julián, sino a sí mismo — ¡Te amo! — repitió — por favor, amor, solo…
Julián no se contuvo, la forma de decirlo, la forma de llamarlo, su voz, su mirada llorosa, su rostro sonrojado, era simplemente perfecto y fue el detonante para que arremetiera contra el pelinegro sin pensar.
Agustín gritó, le había dolido la intrusión pero a la vez le había gustado sentirlo hasta el fondo. La noche anterior no había podido dormir bien, no solo por sus pesadillas, sino por todo lo que le faltaba para sentirse tranquilo; los brazos y caricias de Julián, pero especialmente sentirlo dentro, como se había acostumbrado meses atrás. Cada arremetida, permitía al castaño entrar más profundo y empujara el cuerpo de su amante hasta dejar su torso y brazos contra la superficie del espejo.
Las piernas del menor empezaron a temblar, pues el otro no cesaba en sus arremetidas — necesito… terminar… — pidió y trató de llevar su mano a liberar su erección.
—No… — Julián lo sujetó por las muñecas y colocó los brazos de su pareja en la espalda, sin dejar de mover la cadera — aun no terminamos… con tu… entrenamiento…
—Julián… — la mejilla de Agustín quedó contra el espejo — por favor…
—No… — sonrió el mayor y le mordió el hombro — hasta que me canse… de oír… que me amas… y ya no lo has… vuelto a decir… — una nueva estocada hizo que Agustín gimiera.
—¡Te amo! — gritó el pelinegro y se estremeció al sentir cómo su amante lo seguía penetrando — te amo… — su cuerpo se tensó, necesitaba terminar.
Julián se sintió complacido, pero no satisfecho, así que salió del interior de Agustín y lo hizo girar, besándolo con fuerza en los labios, masajeando la erección olvidada del menor, que seguía completamente dura y su otra mano sujetaba con deseo su cadera. Sin separarse de la dulce boca del pelinegro, con un movimiento lento y sensual, fue llevándolo junto con él hacia abajo, acomodándolo a su gusto, hasta que Agustín quedó de espaldas al piso y el mayor entre sus piernas.
El castaño levantó las piernas de su amante y lo penetró una vez más, pero esta vez se recostó sobre su cuerpo, besándole el cuello y marcándolo con saña — dilo… repítelo… ¡grítalo! — ordenó entre chupetones y mordidas.
Agustín no pudo negarse, enredó sus piernas en la cintura del mayor y pasó las manos por su espalda, ejerciendo presión con sus dedos y uñas, marcando la piel con las mismas — te amo… te amo… ¡Te amo! — gritó con deseo, ansia y necesidad, tenía su rostro hacia atrás y alcanzaba a ver el reflejo de ambos en el espejo, era una sensación extraña pero placentera.
Sin dejar de mover su cadera, Julián marcó la piel de Agustín con sus labios, hasta cansarse; cuando se alejó, el cuello, hombros y pecho del menor tenían la indiscutible seña de su paso por ahí. Agustín le pertenecía, ahora más que antes. Con esa idea en mente, liberó el sexo del pelinegro del amarre y empezó a embestirlo, sintiéndose dichoso al escuchar la voz del menor, diciendo que lo amaba, una y otra vez.
El pelinegro no pudo contenerse, llegó al orgasmo con rapidez y fuerza, manchando su abdomen con su semilla; su cuerpo se relajó momentos después, pero Julián seguía poseyéndolo, aunque se movía más calmado o eso le parecía al menor, ya que sentía que el tiempo caminaba más lento en ese momento.
Julián por su parte, se inclinó hasta besarlo en los labios y ahogar ahí su gemido ronco al llegar al orgasmo, inundando completamente el interior de su niño, de una forma tan plena que, no podía recordar haberse sentido tan dichoso con anterioridad.
El mayor no se alejó, aunque también estaba cansado, después de todo, no había dormido la noche anterior, pero aún tenía el deseo a flor de piel — te amo… — susurró contra los labios de Agustín y repartió besos en la piel cercana.
El pelinegro estaba perdido en su mundo, pero pudo sonreír débilmente — yo también… te amo…
—Quiero seguir… — indicó el castaño con ansia y deseo — necesito seguir poseyéndote… necesito hacerte mío…
—Hazlo… — susurró el pelinegro, pero, aunque trató de mantenerse despierto para complacer a su pareja, el sueño empezó a invadirlo.
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