Capítulo XIII
Después de la cena y a pesar de que la fiesta seguía, la pareja se retiró, mas no fueron a sus aposentos, sino que se dirigieron a una de las torres más altas del castillo, donde se quitaron la ropa de la ceremonia y se pusieron algo más cómodo. A pesar del frio, ambos estaban completamente a gusto con el viento helado, así que salieron a un balcón y liberaron sus alas, volando aún más alto de lo que ya se encontraban, por encima de las nubes, justo, donde podían apreciar la luna con mayor claridad.
Al estar ahí, Alejandro abrazó a su esposo y lo besó con deseo; Erick pasó las manos por el cabello dorado y enredó sus dedos en los mechones, correspondiendo el beso con intensidad.
El ojiverde se separó y relamió sus labios — ¿estás listo?
—Creo — el pelinegro tembló, no por frio, sino por nervios —, tu… ¿estás seguro de esto?
—Yo soy quien debería preguntarlo — sonrió el otro —, después de esto, ya no habrá marcha atrás — puso la mano en el vientre del otro —, los sabes, ¿cierto?
Erick bajó el rostro y sintió que el calor se acumulaba en sus mejillas — lo sé — asintió —, pero… yo solo puedo confiar que todo saldrá bien, si tú eres el que me da esa seguridad y me dices que realmente es esto lo que deseas y que no te arrepentirás.
Alejandro empezó a reír — aun no sé qué faceta me gusta más de ti — confeso —, si la de dragón fuerte e independiente, o la de conejo temeroso y necesitado.
—¡No te bur…!
El ojiazul no pudo terminar su reclamo, porque su pareja lo besó; cuando el rubio sintió que el otro se rendía ante su toque, se separó y colocó la frente contra la suya.
—Estar a tu lado eternamente, es mi deseo — aseguró —, pero tener hijos contigo, es mi más grande anhelo, así que, sí, estoy seguro y sé que todo estará bien.
Erick lo miró con ilusión y sonrió.
Volvieron a besarse, un beso suave y efímero, antes de separarse, pese a que mantenían sus manos unidas.
—Erick, dragón negro de fuego — dijo el rubio con seriedad —, hoy, con la tierra, la luna y el viento como testigos, juro que te amaré durante toda mi vida y aun después de mi muerte — con su dedo índice, hizo una figura en la palma de la mano izquierda del otro, que se quedó grabada como una cicatriz —, ya que aunque mi vida se extinga, mi espíritu seguirá amándote, porque mi alma estará unida a ti por toda la eternidad.
El ojiazul sintió mariposas en su estómago y rió nerviosamente — Alejandro, dragón blanco de hielo — acarició la mano izquierda de su esposo, formando otra figura, para sellar sus votos —, hoy, con la tierra, la luna y el viento como testigos, prometo estar a tu lado en vida y acompañarte, aún después de mi muerte — levantó el rostro —, porque aunque el aliento de vida escape de mi cuerpo, mi corazón y alma te pertenecerán hasta el fin de los tiempos.
El ojiverde sonrió y acercó la mano de su pareja a su rostro, besándola con devoción, antes de soltarla.
Ambos se alejaron y después, se dejaron caer en picada, cambiando a su forma completa de dragón, empezando un vuelo sincronizado, casi como una danza entre ellos, con el cielo, la luna y la aurora boreal como fondo. Desde el palacio, algunos pudieron apreciar el vuelo de ambos dragones, aunque no todo el ritual completo, ya que extendieron su vuelo por gran parte del territorio y antes de que la luna tocara su cenit, el dragón blanco guió a su pareja hasta la punta de la montaña.
El lugar era inaccesible a menos que se llegara por aire.
Al pisar tierra, ambos volvieron a su forma humana y Erick observó alrededor; se encontraba en una zona plana, que era rodeada por un monumento de rocas enormes, aunque una en específico, que tenía una forma rectangular, llamaba la atención, porque encima tenía una escultura de un dragón, que parecía en posición vigilante; esa misma roca, tenía un lado pulido, casi como un espejo y había inscritas algunas palabras ininteligibles para cualquiera que no fuera dragón.
—¿Qué es esto? — preguntó el ojiazul, sin atreverse a moverse.
Alejandro se acercó, lo abrazó y besó su mejilla — esta es la historia de mi familia, desde el principio de los tiempos — explicó —, ven — lo sujetó de la mano, entrelazando sus dedos y lo llevo a la roca más grande, que era la que tenía el dragón —, aquí — puso la mano libre sobre la roca —, vamos a poner nuestros nombres y nuestra unión será legitima para mi familia.
Erick rió — no sabía que había tantos protocolos.
—Somos tradicionalistas…
Alejandro movió su mano izquierda y ésta tomo forma de garra; Erick lo imitó con su mano derecha y los dos grabaron su nombre en esa roca.
—Listo…
Ambos regresaron su mano a la forma humana y el pelinegro buscó la mirada de su esposo — ¿y ahora? — preguntó curioso.
—Ahora — el rubio sonrió con malicia —, es momento de que te ayude a recuperar tu fuerza — anunció con orgullo —, aunque primero, debemos tener hijos.
Antes de que el ojiazul dijera algo más, su esposo lo besó y lo tumbó contra el piso nevado, para poseerlo por primera vez, como su legítima pareja y esposo.
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