Epílogo
Después de la boda, Erick estuvo sumamente sensible y su actividad se volvió por demás extraña para todos, excepto para su esposo y suegros.
A pesar de que tenía un enorme lecho cómodo que compartía con su esposo, el ojiazul empezó a esconder bajo las mantas, la ropa que su pareja se quitaba y por todos lados, colocó objetos que el rubio usaba, incluso colgados de la pared cercana; joyas, gemas y objetos de valor, que relucían a pesar de la poca luz que se colaba, porque mantenía los ventanales cubiertos con cortinas oscuras y gruesas. Alejandro también contribuyó al trabajo de Erick, llevando grandes cantidades de monedas de oro, lingotes, gemas preciosas y reliquias de valores incalculables; incluso, fue a la cueva de la montaña, donde se guardaban las posesiones reales y todo el tesoro, para llevar los mejores objetos.
Ambos trabajaron incansables durante un mes, hasta que la cama parecía un nido, que desprendía el olor del dragón blanco a pesar de que no estuviera presente y la gigantesca habitación tenía tinte de una cueva oscura llena de oro, algo que todos los dragones adoran desde su nacimiento.
Terminaron a tiempo, justo horas antes de que Erick entrara en un extraño sopor, casi delirante, en el que se mantuvo por varias semanas más.
Casi cinco meses después de su boda, Erick tuvo que tomar su forma completa de dragón y puso un par de huevos; su esposo estuvo a su lado durante las duras horas de alumbramiento, ya que siendo un varón, le fue mucho más difícil que para una hembra, poner los huevos.
Apenas los dos huevos estuvieron en el nido y a salvo, el pelinegro regresó a su forma humana y se durmió una semana completa al lado de ellos, abrazándolos con su cuerpo; en todo ese tiempo, nadie pudo entrar a su habitación, a excepción de su esposo, quien estaba al pendiente tanto de su pareja, como de los dos huevos que eran incubados por el calor corporal de su esposo.
Cuando Erick despertó, había recuperado su fuerza y energía, aunque necesitó alimentarse más, debido a que había perdido peso. Volvió a ir al comedor, pero se encontraba en un estado de constante alerta, preocupado por los huevos que estaban en los aposentos reales, a pesar de saber que la escolta real cuidaba que nadie se acercara; el único que podía ingresar a esa habitación, aparte de los reyes, era Agustín, quien se quedaba al pendiente de ambos huevos, cuando su madre estaba fuera, calentando la habitación por medio de la enorme chimenea que había en la misma y abriendo la caja de música para que el sonido de la canción se escuchara como una nana.
Finalmente, casi cinco años después, los huevos eclosionaron.
Pero esa, es otra historia…
~ • ~ • ~ • ~ • ~
Comment Form is loading comments...