Capítulo XII
Aunque Erick quiso estar al tanto de los preparativos de su boda, ni siquiera pudo conocer mucho a los padres de su pareja, porque no podía salir de cama.
Desde que le había dicho a Alejandro que lo amaba y el otro lo había poseído como nunca antes durante ese año, se sentía soñoliento, aletargado y cansado; a pesar de que estando con su pareja en el lecho, su cuerpo reaccionaba y le correspondía sin problemas, al estar separados, se sentía débil, cansado y sumamente triste.
Erick había vuelto a ver a Agustín y el chico se convirtió en su guardia personal; aunque en estado normal no lo necesitaba en realidad, en ese momento que se encontraba tan extraño, realmente era de mucha ayuda. No fue hasta que la madre del rubio habló con él, que entendió lo que ocurría; se encontraba en pleno periodo fértil y su cuerpo ansiaba que su pareja lo fecundara, lamentablemente, eso no iba a ocurrir hasta que se casaran y realizaran la unión como era debido.
Al enterarse de eso, Alejandro tuvo el impulso de apresurar esa unión, pero decidió esperar, ya que tenía algo que hacer antes.
Finalmente, el día de la boda llegó y a pesar de que Erick se encontraba emocionado, no solo por la ceremonia, sino por la unión que tendría con su pareja, esa misma noche, en un ritual que solo los dragones podían hacer, no podía demostrarlo de manera normal.
—¿Se siente mal, señor Erick? — pregunto Agustín con seriedad, al ver como el otro parecía un tanto inquieto, mientras era ayudado por algunas personas a cambiarse.
Alejandro le había dado órdenes explicita de estar al pendiente sobre cualquier cambio de su prometido, por lo que incluso un ligero cambio en su respiración, era notado por el otro.
—No… solo estoy nervioso — sonrió el ojiazul —, ¿vino mucha gente? — preguntó, tratando de cambiar de tema.
—Mucha — asintió su compañero —, todos los reinos quieren reanudar relaciones y entre más amistosas sean, mejor, ya que… bueno — sonrió de lado —, no sería bueno que se enemistaran con dragones, ¿cierto?
Erick rió — últimamente no me siento como dragón — suspiró —, me siento como algo más pequeño y fragil, pues mientras Alejandro se ha vuelto más poderoso yo me he vuelto más débil y necesitado de su presencia…
—Es por su condición — Agustín le restó importancia, mientras le ayudaba a ponerse la capa ceremonial —, volverá a la normalidad pronto.
—Eso espero, no quiero ser un “conejo” eternamente — sonrió divertido.
—¿Conejo? — musitó el otro sin entender.
—No importa — Erick negó, pero un bostezo lo asaltó —,apresuremos esto, me está dando sueño — se quejó.
—Está listo — anunció Agustín al acomodar la larga capa —, puedo pedir que venga la escolta para llevarlo, si así lo desea — ofreció con amabilidad
—Gracias Agus, es mejor salir ya, no quiero que Alex se desespere por mi demora…
Agustín asintió y algunos miembros de la guardia real, liderados por él, guiaron a Erick hasta la catedral de la iglesia, que se encontraba contigua al castillo; en esa ocasión estaba decorada de manera suntuosa para la celebración de la boda real, especialmente porque los reyes no habían reparado en gastos para el matrimonio de su hijo y único heredero.
La ceremonia se realizó sin contratiempos y después, los novios fueron proclamados los soberanos regentes, porque los padres del rubio, deseaban disfrutar sin preocuparse por el reino, especialmente porque habían pasado muchos años congelados.
Después de la coronación, invitados de distintos reinos presentaron sus obsequios, más al final, cuando tocó el turno del reino Arequin, Erick sintió que el mundo se abría a sus pies.
Su padre, acompañado de su esposa e hijos, llegaron con un presente conocido por su hijo; la “Espada de Sangre”, misma que era el emblema de su familia y reino. De esa manera, el reino Arequin demostraba que no solo buscaba una alianza con el reino de Luminen, sino que se postraba ante él.
Desde el trono que ocupaba, Alejandro observó con desdén el regalo y los presentes guardaron absoluto silencio.
Todos esperaban su reacción, ya que si el rey regente rechazaba dicho regalo, significaba que rompería completamente lazos con la anterior familia de su desposado y pronto, ambos reinos comenzarían una guerra.
El rubio mantuvo un semblante impasible y miró de soslayo a sus padres, que se mantenían expectantes en un balcón, observándolo con seriedad; su padre le sonrió con un dejo de malicia y el ojiverde captó lo que le quería decir, así que se puso de pie.
Con esa acción, todos los súbditos presentes pusieron una rodilla en el piso, los visitantes extranjeros bajaron el rostro a modo de respeto y la escolta real tomó una actitud de guardia, sujetando sus armas bajo las capas; Erick tembló al ver que su esposo bajaba por la escalinata del trono y por primera vez en su vida, sintió un escalofrío recorrer su espalda.
—Reino Arequin — dijo Alejandro con frialdad y se puso delante del contenedor de cristal que tenía la espada —, es un obsequio interesante el que nos ofrecen a mi consorte y a mí — sonrió.
El padre de Erick, quien jamás había temido a nadie, tembló ante esa sonrisa que mostraba un dejo de maldad.
El rubio movió su mano izquierda y esta tomó ligeramente su forma dracónica; con la garra de su índice, abrió el contenedor y la punta de su uña rozó el filo del arma. Un surco rojizo se dibujó y destelló, justo dónde la garra helada dejó su huella y un ligero humo fue desprendido de la misma a la par que un sonido de brazas ardiendo se escuchaba debilmente.
—Esta espada es única y representa a su reino — el ojiverde ladeó el rostro y borró su sonrisa, cerrando el contenedor de golpe —, pero no me interesa — sentenció, con voz grave, consiguiendo que todos los presentes se sorprendieran.
El padre de Erick levantó el rostro de inmediato — este es un obsequio muy superior a los de otros reinos — dijo con seriedad —, ¡¿por qué lo está rechazando?! — preguntó con nervios.
Alejandro lo miró con desdén — su reino ya me dio lo que deseaba — dijo con seguridad —, pueden quedarse con su espada, que yo no deseo ningún objeto de su familia — soltó con frialdad —, lo único que pueden hacer, para que yo acepte una alianza con ustedes, es postrarse ante mi esposo — señaló al ojiazul, que aún estaba sentado en su lugar — y jurarle fidelidad eterna, a él y nuestra descendencia.
Los ojos azules del padre de Erick, se abrieron con sorpresa y después, fijó la mirada en su hijo. El labio inferior del pelinegro tembló, no sabía que pensaba su padre en ese momento y no quería que ese día que debía ser perfecto, se convirtiera en algo desagradable, solo porque Alejandro quería demostrar que eran superiores; sabía que su padre era orgulloso y dudaba que aceptaría lo que su esposo le exigía.
El rey de ojos azules y cabello castaño, movió la mano, empuñando la espada que portaba con su traje. La guardia de Luminen se mantuvo expectante, aunque algunos empezaron a sacar las espadas de sus vainas; sabían que el otro era un dragón, pero toda la escolta real de antaño, estaba entrenada para ello, así que se encontraban preparados para cualquier eventualidad.
El padre de Erick sacó su espada y puso la punta en el piso, después, colocó su rodilla en el suelo y bajo el rostro a modo de sumisión — el reino Arequin, jura lealtad eterna a su excelencia, Erick de Arequin, consorte de su majestad Alejandro de Luminen y a sus futuros descendientes — dijo con voz solemne, ante la mirada incrédula de sus otros dos hijos y su esposa.
Erick se sorprendió, tanto, que tuvo que cubrir su boca para no soltar un gemido de sorpresa.
Alejandro sonrió complacido y observó a sus cuñados — ¿ustedes, no piensan inclinarse? — preguntó con sarcasmo —, ¿o es que acaso no respaldan la decisión de su padre?
La mirada desdeñosa de los hermanos de Erick, no pasó desapercibida para el ojiverde, quien notó como ellos no ostentaban los ojos azules de los dragones puros de esa familia.
La primera en hincarse fue la esposa del rey, quien no podía contravenir sus órdenes, al menos no en público; sus hijos parecían renuentes a hacerlo, pero al no ser dragones puros, aunque intentaran enfrentar al otro, saldrían perdiendo, así que se postraron también.
—Siendo así… — Alejandro regresó sus pasos, llegó ante su esposo y lo sujetó de la mano, besándole el dorso y le guiñó un ojo, después, se sentó a su lado — sean bienvenidos a nuestro hogar y estaremos encantados de tener una relación amistosa con su reino.
El rey de ojos azules y su sequito, se pusieron de pie y se retiraron a sus lugares, todo, ante la mirada de la escolta de Luminen, quienes a pesar de todo, no bajaban la guardia; se mantendrían especialmente atentos a esa familia, quienes podrían guardar algún recelo por la humillación recibida.
En su lugar, Erick pareció respirar aliviado.
—¿Nervioso? — preguntó el rubio con disimulo, cuando la música empezó.
—No vuelvas a hacerme esto — pidió el ojiazul con voz trémula —, casi me desmayo por la angustia.
—¿Por qué? — Alejandro le sonrió — ¿no te pareció divertido?
Erick le dedicó una mirada seria, pero rápidamente empezó a reír nerviosamente — estás loco — dijo con debilidad —, jamás entenderé tu sentido del humor…
—Pero así me amas…
—Eso no lo estoy negando…
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