Capítulo XI
La pareja empezó a conocerse e intimar más seguido. Vivían solos en ese lugar helado, aunque Alejandro se daba cuenta que cuando Erick tocaba o necesitaba algo, ese objeto o lugar, volvía a la normalidad por el tiempo que lo ocupara, aunque era algo que no ocurría con las personas.
Alejandro y Erick recorrían el reino, recogiendo provisiones que los pobladores de Myrsky dejaban en algunos lugares en específico, pero evitaban acercarse a los pocos humanos que aun habitaban por ahí, pues cualquiera que fuera súbdito del ojiverde, podía caer en la maldición, pese a no estar en la ciudad capital.
Poco a poco, los sentimientos entre ellos se incrementaron y difícilmente podían estar separados. Erick no entendía el humor extraño del otro, pero disfrutaba sus excentricidades, además se sentía halagado, porque el rubio se desvivía por complacerlo en todo lo que le era posible; Alejandro por su parte, aprendía de Erick, de su interés y extraño afecto por los animales, especialmente los perros e incluso, algunos más pequeños.
Un día, el ojiazul se encontró con una madriguera de conejos y en vez de cazarlos para alimentarse, ayudó al pequeño conejito negro que encontró huérfano y durante días, se quedó con él, tanto que el pequeño animal, parecía cómodo en su tibio regazo, por lo que el rubio le dijo que parecía su mamá, especialmente porque compartían el color de ojos. Erick confesó, que en algún momento de su infancia, deseo no ser un dragón, especialmente por el problema que tenía; incluso, llegó a desear ser algo más noble como un conejo y desde ahí, el rubio le empezó a decir “conejo”, primero para burlarse y después, con cariño.
El amor entre ellos surgió, como crece y florece una hermosa rosa, aunque ninguno se diera cuenta, hasta que casi un año después, un mes antes del cumpleaños 32 de Erick, ocurrió algo que cambió todo lo que hasta ese momento conocían.
Mientras el rubio lo poseía, el ojiazul lo abrazaba con ansiedad; necesitaba del otro como nunca antes había ocurrido. No sabía el motivo, pero su cuerpo deseaba con mayor intensidad la frialdad del rubio y quería sucumbir ante ese momento que compartían, tanto que sentía que se desmoronaría con cada arremetida que sentía en su interior.
—Alex… Alex… ¡Alex! — llamó el pelinegro, arañando la espalda blanca con sus garras, mientras sus ojos se humedecían, sintiendo que estaba por llegar al orgasmo.
El rubio buscó los labios de su pareja y lo besó con pasión y deseo.
—¡Erick! — musitó con emoción, mientras aumentaba las embestidas, porque también deseaba acabar.
El pelinegro no pudo más y sucumbió ante el éxtasis de la entrega, no sin antes decirle una última frase a su pareja — te amo…
Con ello, el corazón del ojiverde se oprimió y sintió un extraño dolor, algo que lo obligó a detenerse y respirar profundamente.
Erick estaba contra el lecho, respirando agitado, intentando recuperarse del orgasmo que acababa de tener, pero al darse cuenta que el otro no se movía, a pesar de que aún no acababa, buscó su rostro con algo de confusión ya que eso era algo extraño en Alejandro.
—¿Alex? — preguntó con debilidad — ¿Estás bien, mi amor?
Ante la palabra, un intenso calor se hizo presente en el pecho del rubio y la emoción lo invadió; se sentía distinto, se sentía extraño, dolía pero a la vez era una sensación única y maravillosa, que lo estaba llenando de felicidad.
“…hasta que tu frio corazón, sienta el amor de otro dragón…”
Eso era lo que sentía en ese momento, finalmente, sentía el amor de Erick.
Sin dudar, el rubio mordió el cuello de su pareja y siguió poseyéndolo con mayor ímpetu, tanto que el ojiazul empezó a gemir audiblemente, con deseo y sumisión; estaba demasiado sensible y le dolía la manera en que el otro lo penetraba, pero era tan sublime ese dolor, que lo estaba disfrutando como nunca.
Mientras Alejandro seguía poseyendo a Erick, el castillo lentamente volvía a la normalidad. Las personas regresaban a la vida, aunque sentían frío y tiritaban, mientras sus ropas quedaban empapadas.
Los padres del rubio despertaron de su letargo, observando como el hechizo en ellos se rompía lentamente, recordando lo que había ocurrido la última vez, cuando la bruja los maldijo, sorprendiéndose al darse cuenta de que la cama de su hijo estaba vacía, pero se asustaron al escuchar gritos y gemidos en una habitación cercana. Ambos salieron corriendo de ahí, en busca de su pequeño hijo y en el pasillo se encontraron a algunos guardias vestidos con capas negras, que también habían vuelto a la normalidad.
Los guardias abrieron la puerta de golpe, sorprendiendo a la pareja en el lecho y no supieron qué hacer, pero fueron los padres del príncipe que lo reconocieron de inmediato, ya que tenía algunos rasgos de dragón; debido a las emociones que lo embargaban se había salido de control y sus ojos verdes los miraban de manera amenazante, por haber interrumpido su momento íntimo, así que prefirieron darles su espacio y esperar hasta que su hijo les explicara lo que había ocurrido.
Cinco días después, Alejandro salió de la habitación. El reino estaba volviendo lentamente a la normalidad y los guardias reales que habían vivido en Myrsky todo ese tiempo, regresaron al castillo; ellos habían explicado un poco de lo que había ocurrido durante veinticinco años en todas las tierras y lo que habían hecho para sobrevivir.
El rubio puso al tanto a sus padres de su pareja y de que deseaba casarse al cabo de un mes, cuando el invierno empezara, ya que era la estación más venerada para los dragones de hielo y también, porque su pareja cumpliría 32 años. Su padre intentó persuadirlo, debido a que el otro, aunque dragón, era un varón, pero al saber que quien su hijo había elegido como pareja, podía tener herederos, dejó de objetar.
Alejandro tomó a la guardia de Myrsky como propia, ya que le habían sido fieles a pesar de todo, por lo que se les dio un nuevo estatus, por encima de los anteriores guardias y ellos se encargarían de su boda, además de ser entrenados por los mejores guerreros de su padre, quienes aún mantenían sus habilidades, aunque estado congelados por tanto tiempo, pero debían preparar a sus sucesores.
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