Capítulo X
—Dices que me has visto desde que tienes la esfera, ¿no es así? — preguntó Erick con seriedad.
—No exactamente — Alejandro ladeó el rostro —, te empecé a ver, cuando descubrí cómo funcionaba — sonrió —, solo miré como esa bruja la usó una vez, por lo que batallé para hacerlo por mí mismo.
—¿Cuándo fue eso?
—Cuando tenía como diez años — respondió el rubio rápidamente.
El ojiazul pasó las manos por su rostro y respiró profundamente — desde pequeño, empecé a darme cuenta que no me gustaban las niñas — dijo con poco interés — y cuando tenía casi ocho años, una adivina fue al reino de mi padre, a leer su futuro — contó en un murmullo —, ella le dijo que si yo no cambiaba mi destino, su reino caería a causa mi descendencia…
—¿Por qué?
Erick apretó los labios y luego se armó de valor — porque yo no tendría hijos que lo siguieran a él y su linaje, sino que… daría cría a alguien más…
—No entiendo — el ojiverde frunció el ceño —, ¿no es lo mismo?
El pelinegro sonrió débilmente — no… tener hijos, implica que una mujer daría luz a mis vástagos y seguirían rigiéndose por las normas de mi padre, mientras que si yo tengo cría, significa que… — respiró profundamente — seré yo, quien dé a luz a los vástagos de otro, quienes seguirían a su padre y sus normas, solamente.
“…seré yo quien dé a luz a los vástagos de otro…” esas palabras parecieron quedarse grabadas en la mente el rubio.
—Mi padre tuvo miedo de eso — prosiguió el pelinegro —, por eso me mandó a todos esos lugares, esperando que encontrara la muerte, pero el resultado siempre era el mismo, incluso, él quería que me dejara morir frente a esas bestias, pero mi orgullo no me lo permitió, hasta que me envió al infierno — miró sus manos —, ahí, estuve a punto de dejarme morir, porque estaba cansado — confesó —, después de que todos eses seres se enfrentaron a mí y salí victorioso, entendí que era una búsqueda sin sentido, por lo que decidí que era mejor quedarme allá e intenté… — guardó silencio mientras frotaba sus muñecas.
—Pero saliste… ¿por qué? — indagó Alejandro con interés.
—Porque sin saberlo, con la sangre que derramé, pagué la ayuda de un ser, que me dijo que encontraría la respuesta a mi destino en este lugar — sonrió con sarcasmo —, dijo que la persona culpable de lo que ocurría aquí, me liberaría de mi tormento, en víspera de mi cumpleaños 32 — dijo con burla —, así que, sin dudar, domé una pesadilla, volví a casa y le dije a mi padre que vendría a buscar a la hechicera, porque creí que ella me ayudaría a “enderezar” mi camino, con algún hechizo o pócima — contó con poco interés —, así no tendría que preocuparse por mí nunca más, además, me sentía confiado, porque aún queda más de un año para que esa fecha se cumpla.
Erick se dejó caer hacia atrás, hundiéndose en la nieve que se derritió debido a su calor corporal, que siempre se mantenía sumamente caliente.
—Pero resulta que el causante de todo esto, en realidad es un dragón de hielo con nula maduración mental — dijo con desagrado —, que piensa que es divertido destruir cosas y aunque en tres días cumpliré apenas 31, no importa lo que haga, no conseguiré arreglar mi vida ni aunque espere todo un año, porque la hechicera esta muerta… así que estoy completamente perdido — empezó a reír, hasta que soltó un suspiro cansado —, quizá, solo debo ir a buscar la muerte en otro lado.
El silencio reinó un momento.
Mientras Erick se sumía en sus pensamientos, tratando de buscar una respuesta a todas las cosas que lo perturbaban, Alejandro se colocó sobre el pelinegro, sosteniéndose con sus rodillas y manos, dejando su cara frente a la del otro; el pelinegro abrió los parpados al sentir al otro sobre su cuerpo.
—Te dije que no te dejaría ir tan fácil — sonrió el rubio con algo de malicia.
—¿No te has cansado de jugar? — preguntó el ojiazul con sarcasmo.
—No hemos empezado, además, te dije que quiero tu calor — Alejandro puso su índice en el pecho de Erick y su garra creció, rasgando la ropa, para poder poner su mano sobre la piel cálida.
—No tendrás amor de mi — Erick lo miró directamente a los ojos —, ni siquiera me quiero yo mismo — miró de soslayo sus muñecas —, no soy alguien que pueda dar a amor.
—No es que no te quieras o no puedas dar amor — Alejandro sonrió —, solo no sabes cómo demostrarlo… pero yo puedo ayudarte — se inclinó e intentó acercar los labios al otro, más Erick desvió el rostro.
—No es… no es correcto, tu eres varón y yo también — dijo con algo de vergüenza —, además, tu eres hielo y yo fuego… no somos compatibles.
—Te han obligado a reprimirte tanto, que ni siquiera puedes liberarte de esas ideas absurdas — el rubio levantó una ceja —, tu maldición no es que puedas dar hijos, sino esas cadenas que tu familia te impuso, por miedo…
Los ojos verdes se fijaron en los azules del otro.
—Ese ser que te mandó acá — prosiguió Alejandro —, sabía que yo era la respuesta a tu búsqueda — dijo con toda seguridad —, porque yo puedo liberarte de tu maldición, de tu familia y de tus temores — prosiguió con voz grave —, así como tú eres el único que puede acabar con esta soledad en la que he vivido — confesó —, porque así como tú eres mi salvación, yo soy tu destino, Erick.
El pelinegro tembló; la manera en que el otro habló le había ocasionado una sensación extraña, un calor que lo cubrió completamente y lo hizo respirar con agitación.
Alejandro sonrió y sin decir más, se acercó lentamente, buscando la caricia que le habían negado antes, pero en esa ocasión, Erick no la evitó. Los labios de ambos se unieron por primera vez; uno tan frío que podía congelar a cualquiera y otro cálido, que abrasaría sin dudar a quien intentara probarlo de esa manera, pero ambos lo soportaron y disfrutaron como nunca.
Después de que Erick aceptó a Alejandro con ese primer beso, el rubio lo llevo a uno de los aposentos del castillo, no el mismo dónde lo encontró, porque esa era una habitación para niños y no era adecuada para lo que harían.
Cuando ambos cayeron en la helada cama, ésta se convirtió en un lecho cómodo y tibio, aunque ninguno intentó indagar la razón. Durante tres días y dos noches, el rubio poseyó el pelinegro con intensidad; ambos se entregaron de maneras que nunca imaginaron que podrían llegar a existir y finalmente, la tercera noche, mientras el ojiazul descansaba en la cama, el otro lo miraba, acariciando los mechones de cabello.
—Aún no se rompe el hechizo — suspiró el ojiverde —, tal vez pase mucho tiempo para que eso ocurra, porque tienes que amarme — dijo con cansancio —, esto no es tan sencillo como parece, pero tendré paciencia.
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