Capítulo IX
El dialogo tan intenso entre los dos dragones duró cinco días completos; mientras ocurría, hubo avalanchas en la montaña, se destruyeron algunos acres de bosque helado, también destruyeron parte de la bahía, porque hasta allá llegaron mientras sobrevolaban por todo el territorio e incluso, parte de roca del otro lado de la montaña se desprendió, aunque el castillo resultó intacto.
Al sexto día fue cuando Erick descendió a la explanada del castillo.
—¡No vamos a llegar a ningún lado! — dijo frustrado, pues era notorio que ninguno iba a ganar.
Su fuerza, su habilidad e incluso su poder eran iguales, aunque enfocado en diferente elemento.
Alejandro descendió también y volvió a su forma humana, sonriendo emocionado — oh, ¡vamos!, me estaba divirtiendo.
—¡Cállate! — Erick pasó la mano por su cabello — ¡No estoy jugando, Alejandro! — anunció con molestia.
—Bien, ¡ya nos tuteamos! — dijo el rubio con orgullo —, eso es un buen avance.
—¡No seas infantil! — se quejó el ojiazul.
El rubio suspiró — no estaba siendo infantil — movió la mano y apareció una bola de nieve en ella, misma que lanzó, dándole en el rostro al otro.
El pelinegro lo miro con furia, cuando se quitó la nieve de la cara.
—Eso sí fue infantil — sentenció con algo de orgullo el rubio.
Erick quiso responderle, pero prefirió dejarse caer, sentándose en el frio piso y pasó las manos por su cabello.
—¿Por qué me tiene que pasar esto a mí? — se preguntó cansado.
—¡Ey! — Alejandro caminó hasta su compañero — ¿ya te cansaste?
—¡No es cansancio! — respondió el ojiazul, viendo hacia arriba con reproche — esto me está sacando de quicio ¡y todo es por tu culpa! — lo señaló.
—Creí que nos estábamos divirtiendo — añadió el rubio y se acuclilló, movió la mano y lo sujetó del mentón —, ¿me dirás que no disfrutaste nuestro juego? Así como yo, jamás habías interactuado de esa manera con otro dragón, ¿no es así?
Erick sonrió débilmente — es cierto — admitió, pero luego suspiró —, solo que… no lo sé — negó —, esto es… completamente diferente a lo que pensé que ocurriría.
—¿Qué pensaste que ocurriría? — Alejandro se sentó frente a él — ¿qué matarías a la hechicera, liberarías al reino y te irías a tu hogar con una enorme recompensa, para que tu padre te elogiara?
El pelinegro le dedicó una mirada triste y negó — no — musitó —, yo venía a otra cosa…
Alejandro se sintió intrigado por esa manera en que Erick lo miró.
—¿Qué cosa? — preguntó el rubio con interés.
Erick respiró profundamente — yo… vine buscando una solución a mi condición — dijo en un murmullo —, algo que rompiera eso que para mí, es mi propia maldición.
—¡¿Qué?! — la sorpresa no se hizo esperar en el ojiverde.
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