Capítulo VII
El príncipe llegó hasta una enorme puerta que también estaba cubierta de hielo, por lo que pensó que sería más rápido si la derretía con su calor; al tocarla, se dio cuenta que la puerta no se calentaba y solo dejó su garra marcada en la misma, como si fuese una impresión.
—Hielo perpetuo — dijo con desagrado.
Conocía ese hielo y no era obra de una hechicera común, por lo que de inmediato entendió a lo que se enfrentaba.
—Dragón — gruñó con coraje y de un golpe, abrió esa puerta.
El viento helado le dio de lleno; el lugar, igual que el resto del castillo, estaba cubierto por hielo y el enorme ventanal permitía que el aire corriera con libertad desde el exterior.
El sonido de la caja musical llenaba el ambiente y cuando Erick puso un pie dentro, se dio cuenta que era la habitación de un niño, aunque todo estaba cubierto de hielo; en la cama, había figuras que no alcanzaba a definir, aunque parecían mantas revueltas, congeladas, mientras que a los costados de la misma, un par de figuras de hielo parecían observar el colchón. A los pies de la cama, había restos de una estatua, pero era difícil saber qué había sido en antaño.
Erick escuchó el movimiento de alguien y giró el rostro, observando como una mano cerraba la caja musical.
—¡Bienvenido! — la voz masculina se escuchó detrás del enorme sillón —, eres el primero que sobrevive a mis juguetes olvidados y llega hasta aquí — dijo burlón —, pero no me sorprende… — la figura se puso de pie y se giró para encarar al recién llegado — ya que eres como yo, ¿no es así?
El pelinegro se sorprendió al ver a quien lo recibía.
—Eres… un… ¿varón? — preguntó con sorpresa y debido a su desconcierto, volvió de inmediato a su forma humana.
El hombre de cabello rubio y ojos verdes levantó una ceja — sí — dijo como si fuera lo más obvio del mundo —, igual que tu — lo señaló con desdén.
— ¡¿Quién eres tú?! — preguntó con desespero el ojiazul, sin comprender qué ocurría.
—Ah, permíteme presentarme — el rubio caminó por el recinto —, soy Alejandro, príncipe heredero del reino Luminen — sonrió de lado.
—¿Príncipe? — Erick pasó la mano por su cabello — pero… la… la hechicera… la maldición… ella… debía estar aquí para…
—Oh, sí, hay una maldición, eso no es mentira — dijo con obviedad el rubio —, pero creo que las personas la tergiversaron un poco — se burló —, te contaré la verdadera historia.
Con un movimiento de la mano del rubio, una enorme esfera de hielo apareció del centro del piso y se mantuvo flotando a medio metro; ahí, Erick empezó a ver algunas imágenes.
—El reino prospero de Luminen, siempre había sido regido por la misma familia — empezó a contar el ojiverde —, pero lo que nadie en este reino sabía, era que toda la familia de mi padre, tenían sangre de dragón de hielo — se alzó de hombros —, así que él buscó a una mujer que también tuviera esa misma sangre, para que sus hijos nacieran dragones de hielo puros — obvió —, así, los reyes, Diego y Alejandra, hace treinta y un años y nueve meses — especificó —, tuvieron un heredero, yo — se señaló con su mano.
Los ojos de Erick se abrieron con sorpresa.
—La “hechicera” que todos conocen, era solo una bruja olvidada — prosiguió el otro —, quien vino cuando yo tenía siete años y me reclamó como su pareja, porque ella también tenía sangre de dragón, pero ya era vieja — hizo un gesto de desagrado —, por lo que ni mis padres, ni yo, aceptamos su petición de compromiso y una noche, ella se presentó aquí, en mi alcoba e intentó maldecirme, aunque no resultó muy bien.
—¿Cómo? — preguntó el pelinegro, aun sin entender.
—Verás, ella dijo que esta ciudad y todos mis súbditos, se convertirían en hielo y el resto de mis tierras caerían en un invierno eterno, hasta que mi frío corazón, sintiera el calor del amor de otro dragón — explicó —, después de eso, una neblina fría empezó a expandirse, desde aquí, hasta los límites del reino — se alzó de hombros —, pero hay dos pequeños detalles — recargó el codo en la esfera —, los dragones de hielo, aunque estemos enamorados, no damos calor — rió — y lo otro es, que a mí no me gustan las mujeres…
—¡¿Qué?! — Erick se quedó de una pieza al escuchar eso.
—Sí, bueno — Alejandro se alzó de hombros —, la bruja pensó que yo tendría que aceptarla, porque ella, al no ser súbdito, no se convertiría en hielo, pero yo la convertí en hielo con mi aliento — rió.
—¡Eso es imposible! — gritó el otro —, un dragón de hielo no puede ser congelado con el aliento de otro, una maldición lo entiendo, pero ¡¿tu aliento?!
—Ella no era pura, así que era débil, por eso quería casarse conmigo — rió —, después la destruí — señaló la estatua rota —, no sin antes, robarle no solo sus hechizos, sino esto — dio unos golpecitos a la esfera que flotaba sobre piso.
—¿Por qué? — preguntó el ojiazul con voz baja, aun no podía asimilar todo lo que acababa de saber.
—Porque esto es muy útil — caminó rodeando la esfera —, me muestra todo lo que necesito saber y especialmente, lo que quiero, lo que anhelo — se acercó a Erick —, lo que deseo — se puso detrás —, sé quién eres, Erick, príncipe de Arequin, ultimo descendiente del rey, aunque no seas legítimo — dijo en un susurro.
Erick se estremeció.
—Tu padre también tiene sangre de dragón, pero se casó con una humana normal, por compromiso — prosiguió el rubio —, aunque más adelante, se interesó en una mujer, sin saber que ella tenía sangre de dragón también, ¿no es así?
—Yo… yo…
—Tus hermanos no pueden aceptar que tú seas más fuerte, por eso desde pequeño te han dejado a mal con tu padre y éste, te ha enviado a diferentes pruebas, para mostrar tu valía…
Erick pasó saliva.
—Troles, orcos, gigantes, gorgonas, nagas, manticoras, el basilisco y un sinfín de bestias en el mundo, pero no fue suficiente, así que te mandó al infierno — Alejandro se inclinó hacia el otro —, de ahí salió la pesadilla, ¿cierto? — preguntó con curiosidad —, dime, Erick, ¿qué hiciste durante los cinco años que estuviste en el infierno?, porque ese tiempo no pude verte — Alejandro lo rodeo —, incluso pensé que habías muerto, pero ¡sobreviviste! — dijo con emoción —, solo que tu padre te envió aquí, quizá pensó que sería bueno, porque es donde muchos otros han muerto — especificó —, todo porque él no te acepta, porque no eres lo que espera… porque tampoco te gustan las mujeres…
La furia cegó a Erick, quien golpeó al otro con su mano, lanzándolo lejos — ¡cállate! — dijo con desespero, a la par que su cuerpo cambiaba ligeramente, mostrando sus rasgos dracónicos.
Alejandro pasó la mano por su mejilla y sintió una fría humedad; el golpe que el otro le dio, le había provocado una pequeña laceración y su sangre había salido.
—Me agradas — relamió sus labios —, más que agradarme, ¡realmente me encantas! — dijo con diversión —, siempre que te veía por el cristal, mostrabas todo eso que te hace diferente — su cuerpo también empezó a cambiar —, eres fuerte, eres poderoso, pero también tienes mucho amor y yo… yo quiero ese amor — sentenció.
—¡Estás loco! — gruñó el ojiazul.
—Por supuesto que lo estoy… ¡tengo veinticuatro años solo! ¡¿Crees que estoy cuerdo?! — empezó a reír.
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