Capítulo VI
Erick se encontró varias criaturas más a su paso, aunque no tan grandes como la primera, si eran más fuertes, pero no le ocasionaron muchos problemas; incluso Pyro uso sus habilidades naturales, incinerando a varios bichos de hielo más pequeños, que atacaban como bandada de pájaros.
Finalmente, ambos llegaron a las escaleras principales del castillo y Erick desmontó, colocándose frente a la pesadilla.
—Bien, amigo mío, aquí nos separamos — dijo el ojiazul, acariciando el hocico del animal, sin importarle las llamas que desprendía de su nariz cuando resoplaba.
El corcel parecía renuente a apartarse y por más que Erick lo intentaba, el caballo le cortaba el paso de inmediato.
—Debo hacer esto solo, ¿recuerdas? — preguntó el pelinegro con tristeza — de lo contrario, padre no me reconocerá y podría ser convertido en esclavo.
El caballo pateó el piso algunas veces, soltando ceniza y ligeros chispazos.
—Estaré bien — sonrió el príncipe —, recuerda que no puedo morir tan fácil, no soy un humano normal — restregó la frente contra el animal —, pero en caso de que no sobreviva, no vuelvas a casa — pidió con anhelo, sabiendo que el corcel sabría si él llegara a morir —, se libre, Pyro… no vuelvas con mi familia, porque ellos no te sabrán apreciar…
El caballo restregó su hocico contra el rostro de su señor; finalmente, el príncipe se apartó con lentitud, sin que el corcel lo detuviera.
Erick subió la escalinata y al llegar al final, abrió la enorme puerta doble con un empujón. Al entrar, la puerta se cerró sola y lo último que alcanzó a ver, fue a su caballo relinchando solo en sus dos patas traseras y el fuego envolviéndolo para desaparecer después; era su manera de prometer que lo esperaría y cuando lo llamara de nuevo, estaría ahí, pasara lo que pasara.
El príncipe respiró profundamente y dio media vuelta, observando el castillo que parecía completamente hecho de hielo, decorado de manera tétrica con esculturas de humanos congelados. Al caminar, sus suelas hacían ruido y este ocasionaba eco en el lugar desierto; Erick se mantenía en alerta y sus oídos escuchaban cualquier mínimo ruido que alcanzaba a percibir, mientras sus manos, ocultas bajo su capa, sujetaban sus dagas para entrar en acción de ser necesario.
El sonido de una caja musical se escuchó y el pelinegro se concentró, encontrando el origen de la música; provenía de una habitación superior, así que se encamino hacia las enormes escaleras.
Antes de subir el primer escalón, observó una figura vaporosa más arriba y se desconcertó por un momento, más alcanzó a evitar algunas lanzas de hielo que intentaron alcanzarlo.
—¡Hechicera! — gritó con fuerza y el eco lo secundó — ¡Vine a buscarte! ¡Muéstrate!
Una risa que hizo eco por todo el castillo, fue la respuesta a su desafío.
Erick gruñó y subió otros escalones, aunque tuvo que regresar sus pasos, ya que de la pared, salieron algunas estacas de hielo cortándole el camino, pero usó sus dagas para quebrar algunas que casi lo alcanzaban.
—¡Ya basta! — gritó el príncipe y su capa se cubrió de fuego, incinerándose y dejándolo en libertad, para poder liberar unas alas membranosas y volar hacia los pisos superiores.
A pesar de que al principio le pareció la mejor opción, se encontró con que todo el castillo lo atacaba, tratando de evitar que lograra su objetivo de llegar a los pisos superiores; aunque usó sus dagas para romper algunas armas de hielo, al final se desesperó y dejó las dagas, para sacar sus garras por lo que tuvo que mostrar otra apariencia. De su espalda baja creció una cola escamosa, mientras que de su cabeza, un par de largos cuernos se hacían presentes y sus pies tomaban forma de garras también. Ante un grito, su aliento se convirtió en fuego y derritió todo aquello que intentó alcanzarlo.
Después de eso, el príncipe voló sin problema y llegó a un piso superior, desde donde se escuchaba la tonada de la caja de música, pero no volvió a su forma anterior, quería acabar con eso lo más rápido posible, encontrar lo que había ido a buscar y salir de ahí.
~ • ~ • ~ • ~ • ~
Comment Form is loading comments...