Capítulo V
Después de que ingresó a la ciudad, la puerta se cerró tras él; Erick volvió a montar a Pyro y empezó su andar, yendo hacia el castillo que se alzaba imponente más adelante.
Mientras caminaba, los ojos azules repasaban el lugar; todo estaba completamente congelado, las estructuras, los objetos que parecían cotidianos; las personas también se mantenían como estatuas en una lúgubre tumba fría, con gestos de terror en sus rostros, por aquello que los dejó en ese estado.
Erick respiró profundamente — hay que tener cuidado, Pyro, estas personas están hechizadas y no sabemos si es posible romper el hechizo y devolverlas a la vida, así que es mejor no acercarnos a ellos, para evitar accidentes…
El caballo resopló.
A medio camino, Erick escuchó un gruñido como eco y la tierra tembló, por lo que varias estalactitas de hielo, que había en algunas construcciones, cayeron y se estrellaron en el piso, haciéndose añicos. Lentamente, de lo que en antaño había sido una de las plazas de la ciudad, un gigantesco monstruo de hielo se levantó; el enorme cuerpo de esa criatura, parecía estar recubierto con pinchos helados y su larga cola tenía una masa de hielo, sus garras se clavaban en la tierra con fuerza y sus ojos parecían dos témpanos fríos que destellaban luz azul.
Pyro se removió inquieto y Erick sujeto las riendas con fuerza — tranquilo, sé que es hostil — dijo con seriedad —, pero no quiero ser el primero en atacar…
El monstruo movió su cabeza y gruñó al cielo, después pareció inhalar aire frío y apuntó su enorme boca hacia el príncipe, liberando una ráfaga de viento congelante que dio directamente en el blanco a la par que se escuchó el relinchar de un caballo; más cuando la ventisca se calmó, Erick y Pyro seguían de pie, pero no estaban congelados.
El caballo se había convertido en una pesadilla; sus patas, cola, crin y ojos refulgían con fuego propio, mientras que su montura había cambiado a una roja como la sangre, hecha de un material difícil de distinguir. El príncipe portaba un traje ligero, sobre sus hombros un manto negro con destellos rojos y sus manos ya no traían sus guantes, porque estaban cubiertas de fuego también.
—No quería hacer esto…
Erick bajó de un salto y saco un par de dagas negras, que llevaba bajo su capa, mismas que se cubrieron de inmediato con el fuego de sus manos.
El príncipe corrió hacia la bestia de hielo y el gigantesco monstruo intentó atacarlo con una de sus enormes patas, pero el ojiazul lo esquivó, llegando directamente a su cuello, donde clavo ambas dagas, haciendo un corte profundo, llegando a lo que parecía ser la piedra que daba vida a ese ser. Con su mano derecha, el pelinegro sujetó ese cristal azul; aumentó la intensidad de las llamas de su mano y lo destruyó sin problemas.
El monstruo soltó un largo rugido, era un sonido lastimero y lentamente se convirtió en nieve, mientras que Pyro llegaba hasta su señor, quien tenía en mano los restos del cristal azul.
—Solo era un juguete — suspiró —, ni siquiera valía la pena que usara esto — guardó las dagas y volvió a montar a Pyro —, hay que ser precavidos, es posible que nos encontremos más cosas así.
El caballo siguió su andar, pero no volvió a la forma mundana que usaba para pasar desapercibido, igual que el príncipe no volvió a la ropa que portaba antes; debían estar preparados para cualquier cosa que se pudieran enfrentar.
Ambos se mantenían alertas, sin saber que desde la punta de la torre más alta del castillo, alguien los observaba.
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