Capítulo IV
Aún no había luz, cuando Marisela fue a despertar a Erick, debía empezar su viaje.
Al salir de la posada, el ojiazul se dio cuenta que a pesar del intenso frío, la gente parecía tener su rutina propia; algunos cargaban cajas, otros movían costales o barriles con pescado y también escuchaba el sonido del aserradero que estaba cerca del río.
Julián, Miguel y Marisela, junto con otros de capas negras, lo guiaron hasta el establo; Pyro ya estaba esperándolo y a un lado, había un trineo, con otra jauría de perros.
—Gracias por la hospitalidad — sonrió Erick para Marisela.
—No hay de qué — ella suspiró —, cuídese y ojalá vuelva a verlo.
—¿A cuántos les ha dicho eso? — preguntó él con curiosidad.
—Tantos, que he perdido la cuenta — dijo ella con un dejo de pesar y ladeó el rostro —, Agustín será su guía.
Agustín se acercó hasta él — estoy listo, príncipe Erick — dijo con emoción, frotando sus manos, pues aunque traía guantes, las sentía heladas.
—No estoy de acuerdo — Julián se cruzó de brazos.
—Ya lo hablamos anoche — Miguel le dedico una mirada desaprobatoria — y él se ofreció voluntariamente.
—Sí, yo puedo hacerlo — dijo el pelinegro con seguridad.
—Aun es un niño — sentenció el castaño.
—Pero está bien entrenado — Miguel se cruzó de brazos.
Julián gruñó y desvió el rostro, en un claro gesto de inconformidad.
—Agustín lo guiará hasta los límites del castillo — especificó Marisela para Erick —, pero solo hasta ahí — señaló —, él no puede ir más allá, de lo contrario, puede sufrir la maldición de nuestro reino también.
—Está bien — el ojiazul asintió —, gracias…
Erick sujetó las riendas de Pyro y con un grácil salto, llegó al lomo de la bestia; le acaricio la crin y sonrió — descansaste bien anoche, ¿eh? — el caballo relinchó — Se nota que tienes ganas de correr.
—Tengan mucho cuidado — prosiguió Marisela, mientras Agustín se subía al trineo —, el camino es peligroso y en ocasiones, traicionero — previno con voz seria —, Agustín ya está entrenado, pero usted no — se acercó al príncipe —, no haga caso de lo que llegue a oír, el viento puede intentar engañarlo, pero recuerde esto, sin importar lo que escuche, ahí fuera no hay nadie más que ustedes dos.
Erick asintió y finalmente, los dos salieron del pequeño asentamiento, yendo hacia la cumbre de la montaña por un camino que apenas era delimitado por algunas pequeñas piedras, ya que se perdía debido a la cantidad de nieve.
Durante cinco días y noches, Erick y Agustín recorrieron pendientes nevadas, soportaron fuertes tormentas y el frío intenso, aunque el joven guía parecía sufrirlo más. Poco a poco se hicieron amigos y Erick entendió porque Julián no quería que Agustín fuera su guía; estaba preocupado por él y no era para menos, ya que el viaje había sido todo menos sencillo.
También se enteró porqué había gente que no vestía capas negras en el poblado Myrsky; los de capa negra, eran descendientes de la guardia real, quienes seguían con la tradición de cuidar ese lugar, mientras que los otros, eran seguidores de príncipes, guerreros y viajeros, que habían quedado varados, por la muerte de quienes seguían a manos de la hechicera y trabajaban ahí para ganarse la vida, aunque en esa época, no había mucho qué hacer.
Finalmente, el sexto día, llegaron a lo que parecía una muralla de piedra, cubierta de hielo y nieve.
—Es aquí — dijo Agustín —, este es el principio de la antigua ciudad de Lumi, la capital del reino Luminen.
—Gracias por traerme, ‘Agus’…
El chico apretó los puños, mientras Erick descendía para agarrar un saco con provisiones del trineo del otro. El ojiazul se despidió de los perros, ya que le gustaban mucho los animales, por lo tanto, en esos días también había creado un vínculo con ellos y finalmente se acercó a su compañero.
—Espero volver a verte — sonrió el príncipe.
—Si gusta, puedo acompañarlo — dijo el otro con ansiedad.
—No, Marisela dijo que tú no podías pasar.
—No importa… no quiero dejarlo solo — insistió —, ahí hay… hay cosas que pueden dañarlo — señaló hacia la puerta —, quizá no llegue siquiera a la entrada del castillo.
Erick sonrió cansado — llegaré — dijo con seriedad —, tú no puedes acompañarme, porque si algo te pasa, alguien se pondría muy triste, ¿no lo crees?
Agustín bajó el rostro — él y yo no somos nada — sentenció con tristeza.
—Aún no son nada, pero pueden serlo — Erick le guiñó un ojo —, solo que, si algo te pasa, eso no ocurrirá — le despeinó el cabello —, anda, vuelve a Myrsky y dile a Julián que te gusta y cuando yo vuelva, prometo ser padrino de tu boda.
Agustín sonrió tristemente — me tomará mucho tiempo hacer que él me acepte.
—Y quizá, a mí me tome mucho tiempo volver — sonrió el príncipe —, así que, ambos, esforcémonos, ¿de acuerdo?
Agustín asintió, se dieron un abrazo de despedida y mientras el príncipe ingresaba a la ciudad cubierta de hielo, Agustín daba media vuelta para volver a lo que era su hogar.
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