Capítulo II
—Bienvenido a lo que queda del puerto del gran reino de Luminen — dijo una voz seria, detrás de Erick.
El ojiazul se giró y observó a un hombre alto, de cabello castaño, cubierto por una densa y larga capa negra con una capucha, que tenía partes de piel clara de algún animal invernal; el sujeto llevaba un pequeño farolito en su mano y lo acercó a él, para que el visitante viera su rostro.
—No creí que me encontraría a alguien — musito el recién llegado, con un dejo de desconfianza.
—Soy Julián — anunció el sujeto —, uno de los dos guardias que tienen la encomienda de cuidar el faro esta semana — explicó rápidamente.
—Soy Erick, príncipe del reino Arequin, en el sur —, respondió el pelinegro con poco interés — vine a…
—Vino a enfrentarse a la hechicera — interrumpió el castaño —, como todos los que llegan.
—Sí, así es — asintió Erick.
—Entonces, mañana lo guiaré al asentamiento Myrsky, para que le den un guía y consiga más provisiones.
—¿Mañana? Me gustaría partir en este momento.
—No — el castaño negó —, es tarde y en menos de media hora, estará tan oscuro como la boca de un lobo — levantó una ceja —, además, usted debe descansar y yo le conseguiré una montura más adecuada, porque no sé si su caballo pueda llegar siquiera a Myrsky — hizo un ademán con el rostro, señalando a la bestia.
Erick sonrió y restregó su mejilla contra el hocico del corcel — Pyro resistirá cualquier ventisca.
—Aquí no hay ventiscas, príncipe Erick, aquí hay tormentas — especificó el otro — y un caballo venido de tierras cálidas, seguramente no podrá soportarlas.
—Usted no conoce a Pyro — el ojiazul levantó una ceja —, créame, él puede hacerlo
—Es su decisión, pero espero que no llore cuando tenga que sacrificar al animal — el castaño dio media vuelta y empezó a andar.
Erick miró a su caballo y le guiñó un ojo, ademán que el corcel pareció responder al mover la cabeza; después el pelinegro siguió al otro, con su corcel tras él.
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