Te amo...
Era sábado, el día que Nadir había estado esperando por más de un mes, el día que podría conocer más de la persona que le había robado el aliento. Agradecía que ya no tenía trabajos en equipo y, había exentado las últimas materias, por lo que no tenía tareas, pero eso, era algo que su madre no sabía.
Bajó a desayunar temprano, para alcanzar a su madre antes de que fuera a hacer su reunión sabatina que duraba hasta entrada la tarde, con el patronato de mujeres “pro juventud”, cómo se llamaban. Para él, simplemente era dónde las mujeres, que se consideraban ‘de la alta sociedad’ y que, además, no trabajaban, porque los esposos eran acaudalados, pasaban el día chismeando y comiendo en un club social.
-Buenos días mamá – saludó a su madre de beso en la mejilla – buenos días padre – saludó a su padre quien estaba leyendo el periódico.
-Buenos días Nadir – sonrió la mujer ampliamente – hoy te levantaste muy temprano.
-Cómo debe ser – dijo el hombre tras el periódico – estoy orgulloso que estés tomando actitudes positivas en tu vida.
-Gracias – dijo el pelinegro – la verdad quería alcanzarlos porque necesito pedir permiso…
-Pedir permiso también es un buen hábito –aseguró su padre – significa que, aún y que ya eres mayor de edad, nos consideras en tu vida.
-¿Permiso para qué? – su madre lo miró con curiosidad.
-Bueno, exenté varias materias – dijo al aire.
-Que bien hijo – el hombre bajó el periódico y bebió de su café.
-Sí, eso nos enorgullece – sonrió más la mujer, quien sentía que podría presumir de eso en su reunión ese día.
-Sí, pero, aun me falta una materia – mintió el pelinegro – gracias – dijo a la señora que le sirvió su desayuno – así que, tengo que ir a hacer el trabajo en casa de un amigo hoy.
-Sabes que si es para tarea, no tienes ni que pedir permiso, sólo avisar – habló con seriedad su padre.
-Sí, pero, es que no sabemos si podamos terminar hoy mismo – prosiguió con su mentira – porque yo le voy a adelantar al proyecto, ya que, el chico de la casa dónde nos reuniremos y mi otro compañero de equipo, no exentaron una de las materias que yo sí, y, hasta las cuatro van a desocuparse para empezar a trabajar en lo nuestro, junto conmigo…
-Ya veo – su madre bebió del jugo – ¿entonces?
-Así que, quería saber, en caso de ser necesario, ¿hay algún problema de que me quede en su casa?
-Si es para un trabajo, tienes mi permiso – dijo el hombre – además, ya eres adulto para saber lo que haces.
-Está bien – accedió la madre también – pero, si puedes, márcame en la tarde, para saber que estás bien, ¿de acuerdo?
-Si – sonrió el pelinegro – no te preocupes madre.
Su padre se levantó después de eso – se me hace tarde – besó a su esposa y le dio una palmada en el hombro a Nadir – nos vemos.
-Tu padre, siempre dice que se le hace tarde, aunque su noticiero es a las tres – su madre negó y luego miró su reloj – ¡Jesús! – exclamó asustada – a mí también se me hizo tarde, tengo que llegar temprano porque me toca organizar el té – se puso de pie y corrió por su bolsa a la sala, volviendo con rapidez – toma – le tendió varios billetes de alta denominación – si necesitas más, márcame para enviártelo con Nestor – se inclinó y besó la mejilla de su hijo – cuídate.
-Si – asintió el pelinegro y tomó los billetes.
Empezó a desayunar tranquilamente, desde que empezó a cambiar su actitud, cómo su hermana le dijo, ya no le armaban un escándalo por decir que se tenía que quedar en casa de un amigo, aunque claro, antes de eso no pedía ‘permiso’ simplemente avisaba e incluso, hasta última hora lo decía o un segundo antes de cerrar la puerta tras él; las peores ocasiones, solo llegaba al día siguiente, pero los sermones de su madre no se dejaban esperar. Su hermana tuvo mucha razón, solo era cuestión de darles gusto y todo sería más sencillo, incluso para él.
-Buenos días – la voz de Paola lo sacó de sus pensamientos – ¿cómo amaneciste? – preguntó besando su mejilla.
-Buenos días, bien, ¿y tú? – respondió con una sonrisa.
-Cansada – suspiró – pero hoy me iré a entretener – aseguró – ya le había dicho a mamá que iría a unas conferencias con unas compañeras y volvería hasta mañana en la tarde.
-¿Son en verdad conferencias? – Nadir la miro de reojo y la joven sonrió.
-Si – dijo con una sonrisa pícara y le guiño el ojo.
-Está bien – sonrió el pelinegro – yo también saldré hoy, tengo que hacer un trabajo en equipo.
-¿De verdad? – la joven lo vio sorprendida – gracias – dijo a la mujer que le sirvió el desayuno y se retiró con rapidez – me dijiste que habías exentado – dijo en voz baja.
-Lo hice – respondió Nadir de la misma forma y le guiño el ojo.
Paola soltó una risilla divertida, ahora tenían más cosas en común y platicaban más, su relación de hermanos era más estrecha, así que, las cosas de ambos, eran un secreto entre ellos.
Nadir subió a su recámara después de desayunar, su hermana se iba a ir en cuanto terminara de arreglarse; el pelinegro se recostó un rato y trató de descansar, así que puso la alarma de su celular a la una de la tarde. Cuando volvió a despertar, se aseó, buscó una ropa semi formal, camisa azul, pantalón de mezclilla oscuro y su chaqueta, salió en su motocicleta sin avisar a nadie más. Llegó temprano a la plaza frente al consultorio, estacionó su moto en el otro extremo de la misma, y esperó frente al consultorio, a que la gente se fuera.
A las tres, Nadir vio que la recepcionista se retiraba, pero no salía nadie más y, aún estaban un par de autos en el estacionamiento del consultorio. Minutos más tarde, salieron un par de pacientes con sus acompañantes; después el doctor Rangel se retiraba despidiéndose de su hijo en la puerta. El doctor se subió a su automóvil y se perdió en la calle.
Nadir sonrió, esperó hasta que dieran las tres con cuarenta minutos, recorrió el camino hasta donde había estacionado su motocicleta y se subió en ella para ir, primero al consultorio. Dejó la motocicleta estacionada y después caminó alejándose de ahí; yendo a la pastelería que estaba en la esquina de esa misma calle, compró un pastel de chocolate y regresó su andar con rapidez. Tocó el timbre del intercomunicador y momentos después, el castaño se asomaba por la puerta.
-Buenas tardes, llegas temprano – dijo con una sonrisa – pasa.
-Buenas tardes, si, es que, no tenía nada que hacer en mi casa – Nadir observó al castaño de pies a cabeza, traía una camiseta manga larga, negra, un pantalón de mezclilla un tanto deslavado y unos zapatos que más bien parecían pantuflas – toma – le dió el paquete transparente, por donde se podía ver el pastel que llevaba – dijiste que trajera algo.
-Dije comida, no postre – el castaño levantó una ceja tomando el pastel con una mano.
-Bueno – Nadir se alzó de hombros mientras pasaba a la recepción del consultorio que ya conocía – seguro me gustará la comida que hagas, así que, pensé que era mejor el postre.
Yoshua sonrió – sígueme – indicó.
Nadir lo siguió sin decir nada, solo observando el camino por el que el otro lo guiaba, llegaron hasta el final de pasillo, lo que nunca había hecho y después dieron una vuelta hasta llegar a una gran puerta, ignorando otra ligeramente más pequeña. Yoshua la abrió y se encontraron con unas escaleras. Subieron y llegaron a una especie de loft de doble altura, minimalista y de muy buen gusto; en la primer planta estaban todas las áreas comunes, sala, cocina, comedor, delimitadas sólo por los desniveles del piso, en las paredes de alrededor había empotradas algunas estanterías llenas de libros de medicina; la sala tenía un centro de entretenimiento con una televisión enorme, en la parte de abajo había una consola conectada, en la mesa de centro había una computadora personal; el comedor era tipo oriental, una mesa baja y no había sillas, solo cojines, pero la barra desayunadora, tenía un par de bancos altos,, después, algo llamó su atención en una esquina, lo que parecía una especie de cantina. Las escaleras del fondo daban al siguiente nivel, que solo abarcaba la mitad del área y se podía ver con facilidad la recamara, un escritorio y una puerta.
-¡Vaya! – el pelinegro observó todo con detenimiento – ¿siempre has vivido aquí?
-No – negó –tengo casi cuatro meses aquí – aseguró – te dije que era hasta que comprara mi departamento – el castaño cerró la puerta tras ellos y caminó hacia la cocina – no tengo que mostrarte nada, todo lo puedes ver por ti mismo, deja tu casco dónde gustes – sonrió ampliamente mientras colocaba el pastel en el refrigerador – solo te digo que, la puerta de aquí – señaló una que estaba cerca de la cocina – da a la terraza del patio trasero y la puerta de allá arriba – señaló la que estaba en el área de la recámara – es la del baño y vestidor – dijo sin mucho interés – estoy preparando chop suey de pollo, espero que te guste.
-¿Chop suey? – el pelinegro se sorprendió – ¿te gusta la comida asiática? – caminó dejando el casco en uno de los sillones y quitándose la chaqueta.
-Si – sonrió el castaño – especialmente la comida china y japonesa, aunque la tailandesa o la india no están tan mal tampoco.
-Y – Nadir caminó hasta sentarse en uno de los bancos de la barra – ¿tú sabes prepararla?
-Me gusta, así que, sí, tuve que aprender a hacerla – se alzó de hombros – cuando quieres algo, te esfuerzas por ello – dijo al aire.
-Si lo sé… – el pelinegro sonrió – Veo que tienes una consola – ladeó el rostro – ¿qué es lo que juegas?
-Eso – rió – tengo mucho que no juego – negó – lo traje para quitarme el estrés, pero la verdad, solo lo he tocado un par de veces – aseguró – antes jugaba más que nada Catherine y también estuve jugando Skyrim pero me quita demasiado tiempo, así que lo dejé – explicó – tengo muchos juegos, pero sólo los he probado un par de veces, no tengo tiempo de seguirlos, al menos, hasta que terminé mis prácticas y entregue mis informes.
El castaño se movió llevando con él una cuchara y la acercó al rostro del pelinegro – prueba – ordenó.
Nadir aceptó lo que el otro le ofrecía y sonrió – no está mal – dijo saboreando – nada mal.
-Gracias – el castaño se giró y siguió con la comida.
-¿Bebes?
-Sólo un poco – el ojiazul asintió – una copa en la noche ayuda a que relajes el cuerpo.
-¿Qué es lo que bebes?
-Me gusta todo tipo de bebida – aseguró – pero en pocas cantidades.
-¿Beberías hoy conmigo? – Nadir sonrió.
Yoshua se giró y lo observó con seriedad – no creo – negó – no es bueno que bebas, eres muy joven.
-Tengo dieciocho – el pelinegro levantó una ceja – así que puedo hacerlo sin problema.
El castaño entrecerró los ojos y negó – lo pensaré – dijo sin más pero la sonrisa en sus labios denotaba que era probable que accediera – Ya está – anunció.
El castaño sacó unos platos de la alacena, sirvió una base de arroz y sobre la misma una generosa porción de comida – ¿prefieres comer aquí o en la mesa? – preguntó cortés mientras le entregaba el plato a su compañero.
-Mesa – Nadir tomó su plato y se encaminó a la pequeña mesa, sentándose en uno de los cojines que denotaba el lugar correspondiente para comer – es la primera vez que como en una mesa de este tipo – el pelinegro sonrió.
-Me imagino, no es algo común, ni normal, que este tipo de mesas se usen en occidente – respondió el castaño, quien, momentos después llegó con dos pares de palillos, le dio unos a Nadir y dejó su plato a un lado – espero que no te moleste – sonrió – pero esta comida es mejor comerla con palillos – caminó a la cocina nuevamente.
-No me molesta – el pelinegro tomó los palillos – si sé usarlos, no te preocupes.
-¿Prefieres refresco o agua? – el castaño levantó la voz para que Nadir lo escuchara.
-Lo que tu desees, para mi será perfecto.
-Bien, después no te quejes – el castaño volvió con una gran jarra de agua y dos vasos – guayaba – dijo al colocar un vaso al lado del pelinegro – si no te gusta, más vale que lo digas ahora o calles para siempre.
-No te preocupes, si no me gusta algo te lo diré.
El castaño sirvió el agua en los vasos después de sentarse a un lado de su acompañante, ambos empezaron a comer, Nadir observaba a Yoshua con detenimiento y el castaño se sentía intranquilo – ¿quieres que encienda la televisión?
-Solo si tú miras televisión mientras comes – dijo el pelinegro con una sonrisa.
-La verdad – el ojiazul suspiró – no, no lo hago – negó – prefiero comer en silencio.
-¿Por qué? – Nadir se sorprendió al escuchar eso.
-Porque me gusta pensar en las cosas que he hecho durante el día, y es un momento agradable para hacerlo.
-¿Deseas que me quede callado? – el pelinegro bajó la mirada.
-No – el ojiazul sonrió – está bien, quieres conocerme ¿no? Necesitas preguntar, hoy te responderé lo que quieras.
-¿Seguro? – Nadir sonrió de lado – ¿todo lo que quiera saber?
-Si – Yoshua asintió – tienes mi palabra.
-Bueno, entonces, quiero saber, ¿quién te llamó la segunda vez que me atendiste?
Yoshua se quedó con la comida a medio camino y la boca abierta – Ah, eso, no creo que…
-No, no, no – el pelinegro movió el dedo índice de un lado para el otro – dijiste que contestarías todo lo que quisiera saber.
-Mi ex novia – dijo con rapidez – terminamos hace poco y ella quería vivir conmigo…
-¿Por qué terminaron? – Nadir lo miró de soslayo.
-Porque me engañó – el castaño sonrió – así de simple y sencillo.
-No te creo – Nadir bebió del vaso que tenía a un lado.
-¿Por qué no me crees? – el castaño lo observó curioso.
-Porque no creo que una mujer se haya atrevido a engañar a un hombre tan atractivo como tú – el pelinegro lo miró con seriedad – así que, no, no te creo.
El ojiazul sonrió – no me creas si no quieres, pero es la verdad – aseguró – me engañó con un compañero de su trabajo, porque yo estoy muy ocupado con mis estudios, mis prácticas y mi trabajo, así que no le ponía atención – explicó.
-¿En que trabaja ella? – había picado la curiosidad de Nadir.
-Trabaja en una constructora como contadora – el castaño miró al otro y sonrió de lado – me engañó con un arquitecto.
-Y, ¿por qué te llamó ese día?
-Quiere que volvamos – Yoshua bebió de su vaso y siguió comiendo con rapidez – pero la verdad, no me interesa volver con ella, no vale la pena.
-Eres rencoroso – el pelinegro sonrió.
-No, simplemente que, si una persona te engaña, por mucho que lo niegue, lo volverá a hacer, es su naturaleza.
-¿De verdad crees eso? – Nadir lo observó con seriedad.
-Sí, lo creo – asintió.
El pelinegro se quedó en silencio observando al castaño comer, pensando en él, en lo hermoso que se miraba mientras masticaba o bebía del vaso, era una visión perfecta, por eso, para Nadir, era imposible pensar que alguien lo hubiera engañado.
-¿Ya no vas a preguntar? – Yoshua sonrió – que rápido se acabaron las preguntas.
-Sí, preguntaré – Nadir terminó de comer – pero, estoy tratando de pensar las preguntas que te haré, no las apunté, y ahora creo que debí haberlo hecho.
-¿Gustas un poco más? – preguntó el castaño.
-No gracias – Nadir sonrió – fue demasiado lo que me serviste.
-Es lo normal – Yoshua terminó de comer en ese momento.
-¿Qué hacemos ahora? – preguntó el pelinegro.
-Ahora – el ojiazul se puso de pie tomando los platos y los vasos sucios – debo lavar los platos sucios.
Caminó a la cocina y Nadir fue tras él, observando sus movimientos, su caminar, esa manera en la que el pantalón de mezclilla se le pegaba a las piernas y a su bien formado trasero; también la camiseta negra se pegaba al cuerpo del castaño, enmarcando su figura y logrando que el pelinegro pensara en muchas cosas gracias a eso.
-¿Siempre lavas después de comer?
-Si – el ojiazul asintió mientras se colocaba frente al fregadero y abría la llave – no me gusta dejar cosas sucias, después me da pereza lavar.
Nadir caminó y se colocó a su lado – te miras muy bien vistiendo tan informal – dijo sin rodeos.
-Gracias – el castaño negó – un cumplido algo tardío, ¿no crees? Eso se dice cuando acabas de ver a la persona.
-Bueno, es que te acabo de ver con más detenimiento – explicó – primero me entretuve viendo tu casa, luego cómo cocinabas, después cómo comías y ahora, cómo caminabas y – sonrió ampliamente – la forma en la que tu figura se mueve cada que das un paso, es magnífica.
Yoshua lo miró contrariado – cada vez me asustas más – dijo con nervios – pensé que solo sería una reunión de amigos pero tú te estás yendo por otro lado.
-Bueno, te dije que quería saber por qué me atraías, aún no lo sé con exactitud, por eso necesito conocerte más…
-Cómo sea – el castaño terminó de lavar los platos y vasos – no deberías decir esas cosas tan a la ligera y menos a cualquiera – limpió sus manos en el pantalón.
-No lo digo a la ligera, ni a cualquiera – Nadir lo observó con seriedad – eres a la primer persona que le he dicho algo así – su voz no dejaba ninguna duda de cada palabra que decía – no ha habido nadie que me haga pensar, decir o actuar de la manera en la que tú lo has hecho, así que, no, no le digo esto a cualquiera.
Yoshua pasó saliva y caminó a la sala – bien, te creo – suspiró tratando de que el calor que sintió en su cuerpo desapareciera – ¿qué quieres hacer ahora? ¿Quieres comer postre?
Nadir lo seguía cómo un perrito buscando su atención – ya te dije, quiero hacer lo que tú haces.
-Bueno, normalmente no tengo postre en mi casa, no soy muy dado a los dulces – el castaño sonrió nerviosamente – así que yo, me lavo los dientes y… – se quedó en silencio.
-¿Y? – el pelinegro buscó la mirada azul de su compañero.
-Bueno, es que, yo… – titubeó – siempre me recuesto a reposar la comida.
-Vamos entonces – Nadir sonrió.
-¡¿Estás loco?! – Yoshua lo miró con molestia – ¿cómo voy a recostarme si tú estás aquí?
-Me recuesto contigo.
-No – el castaño negó – esto ya se está saliendo de control – aseguró moviendo sus manos como si tratara de poner una pared entre ambos.
-¿Por qué? – el pelinegro sonrió – ¿de qué tienes miedo? – preguntó curioso – aquí tú eres el mayor, así que, tu deberías tener el control y saber que no pasará nada si no quieres.
-Nadir – el castaño negó – escucha, eres un niño, solo eso, y quieres saber algo que tal vez no tenga respuesta – explicó – así que, olvídalo – el castaño caminó a la escalera – voy a lavar mis dientes.
El ojiazul subió las escaleras y entró al cuarto de baño. Se quedó viendo en el espejo y suspiró, lavó sus dientes con rapidez, pero eficazmente; al salir, Nadir estaba de pie, recargado en la pared.
-¿Qué pasa? – preguntó el castaño.
-No traje cepillo de dientes – sonrió de lado – ¿tienes alguno de sobra?
-Sí, claro – Yoshua caminó al interior del baño nuevamente y buscó en una zona del guardarropa, donde tenía los enseres de limpieza personal – toma – le dió un cepillo en color azul – puedes usar este, está nuevo.
-Gracias.
Nadir se quedó en el baño y el castaño salió, se recargó en la pared y cruzó los brazos en el pecho, sentía que algo no estaba bien; tal vez, sencillamente, el tampoco sabía que era lo que pasaba. Debía admitir que, el pelinegro, tenía algo que también le agradaba, pero no creía que eso implicara una relación más allá de la simple amistad. Cerró los ojos y recargó su cabeza contra la pared.
-Yoshua – la voz del pelinegro lo devolvió a la realidad.
-¿Si? – respondió sorprendido.
-¿Por qué no quieres recostarte? – preguntó Nadir con seriedad.
-Ya te lo dije, porque estás aquí.
-Si me quedo quieto, en silencio, ¿lo harías?
-¿Por qué quieres que me recueste? – Yoshua entrecerró los ojos, observándolo con molestia.
-Porque quiero verte…
-Esa no es una respuesta Nadir – el castaño iba a bajar la escalera pero Nadir le impidió el paso – ¿Qué haces?
-Recuerda que soy testarudo y, entre más me digas que no, más voy a querer – dijo con una amplia sonrisa.
El castaño suspiró y gruño – ¿por qué tienes que ser tan infantil? – preguntó con molestia.
-No es ser infantil, solo quiero verte – acotó.
-Eso es ser infantil… – aseguró el ojiazul – Bueno, podemos recostarnos en la sala – dijo frustrado.
-De acuerdo – el pelinegro se movió y le permitió el paso al otro.
Yoshua caminó y bajó las escaleras seguido de Nadir; ambos llegaron a la sala y, el castaño tomó un par de cojines, dejándolos sobre la duela, se quitó las pantuflas y se recostó, colocando su cabeza sobre uno de ellos – bien, ya, ¿feliz? – preguntó con un tinte de cansancio y molestia.
-Sí, – el pelinegro sonrió – ¿puedo quitarme los zapatos?
-Claro – el ojiazul cerró los ojos – puedes hacer lo que quieras.
Sintió cómo su compañero se recostaba a su lado después de un momento, pero no abrió los ojos, se quedó así, respirando tranquilamente, permitiendo que el sopor del sueño lo invadiera.
Nadir se acomodó de lado, observando al castaño, su respiración tranquila y con un ritmo suave, su pecho subiendo y bajando, sus labios entreabiertos y sus parpados cerrados; su cabello sedoso cubría con algunos mechones su frente, y sus delicadas manos estaban sobre su abdomen; en su cuello, podía ver el movimiento de la vena al latir.
Por fin se daba cuenta, al verlo ahí, tan sereno y pacífico, ese hombre le gustaba, le atraía sí, pero no por simple físico, de eso estaba seguro; cada detalle, cada parte de él era algo que no podía borrar de su mente, estaba enamorado, era la primera vez en su vida que sentía algo así, tan fuerte, tan único; la primera vez que no comprendía el porqué de sus propios pensamientos y, al tenerlo ahí, a su lado, lo entendía. Pero, aun así, la posibilidad de tenerlo era poca, obviamente Yoshua no sentía atracción por él, así que, lo único que le quedaba, era disfrutar ese momento, pues quizá, solo tendría ese día para hacerlo.
-Yoshua – llamó en un susurro al acercarse al oído del otro.
-¿Qué? – respondió el castaño medio adormilado.
-¿Puedo tocarte?
-¿Tocarme? – el castaño entreabrió los ojos y lo miró de soslayo – ¿qué quieres tocarme?
-El rostro – respondió
-¿Por qué?
-Porque quiero saber que se siente – sonrió.
-Bien – el castaño cerró los parpados y suspiró – sólo el rostro.
-Lo prometo – dijo el pelinegro.
Su mano se movió hasta la mejilla del castaño, pudo sentir la piel suave, una caricia mayor que aquella que le dio sin intensión en el consultorio; sonrió, se sentía tibia, a pesar de que, por el tono blanco, un poco pálido, podía parecer porcelana fina, pero la porcelana era fría, no tenía ese calor que Yoshua desprendía, así que compararlo con eso sería un insulto para el otro; recorrió el rostro con la mirada, recordando el primer día que lo vio, cuando pensó que no era real, cuando la luz del sol le daba desde atrás, debido al ventanal del consultorio y parecía un ángel. Si, Nadir estaba perdido ante el castaño, debía admitir que, aparte de los ojos azules de Yoshua, lo que más le gustaba era su rostro, dulce, delicado, y suave, tan suave como la seda, como los pétalos de una flor, suave de una manera imposible de explicar y él, se sentía un verdadero estúpido, al no saber la manera de acariciar esa piel, ese rostro; se sentía torpe y tonto, pues no imaginaba que su mano, un poco grande, con la piel de sus dedos algo dura, acostumbrada a tocar las cuerdas de su guitarra, pudiera venerar de manera correcta al joven que estaba ahí, a su lado.
-Yoshua… – llamó en un susurro
-¿Ahora qué quieres? – preguntó el castaño sin molestarse a verlo, parecía que en verdad deseaba descansar.
-¿Puedo probar tus labios?
-¡¿Qué?! – el castaño abrió los ojos y observó a Nadir – ¿Qué dices?
-Que si me das permiso de darte un beso – preguntó nuevamente.
-¡No! – el castaño se incorporó un poco, sus ojos azules mostraban desconcierto – ¿para qué quieres besarme?
-Quiero probar tus labios – sonrió – sólo eso.
-¡No! – negó – no voy a dejar que lo hagas, eso ya es pasar a algo, por demás, extraño; quieres sobrepasar los límites y no voy a permitirlo.
Nadir suspiró – Yoshua – dijo con calma – si me das permiso, me iré después de eso, lo prometo.
El castaño lo miró con seriedad – si te dejo besarme, además de irte, ¿me dejarás en paz?
-Si – asintió el pelinegro – lo haré, lo prometo.
El castaño suspiró – bien, entonces, hazlo – accedió.
Yoshua se recostó sobre el cojín nuevamente, cerró los ojos y se quedó inmóvil, esperando. Nadir lo observó, se movió lentamente, acomodando su cuerpo cerca del otro, acercando sus labios hasta los del castaño.
Un roce suave, una caricia delicada, la unión de dos pieles sensibles; Nadir besó cómo si se tratara de algo sagrado, tratando de no ofender en lo absoluto, con ese acto que llevaba a cabo; despacio, profundizó la caricia, lenta y suavemente. Yoshua no supo en qué momento empezó a corresponder, entreabriendo los labios, permitiendo que el pelinegro ahondara la caricia.
Poco a poco el beso se tornó más fuerte, posesivo, ninguno de los dos quería ceder terreno, ambos querían dominar al otro, su respiración se agitó, empezaron a escucharse ligeros gemidos y el característico sonido de un beso pasional, más, ninguno de los dos hizo algo que no fuera sólo tener los labios unidos; sin saber cómo o por qué, el castaño se rindió, permitiendo que la lengua de Nadir recorriera todo el interior de su boca, jugueteando con la suya; al final, el pelinegro mordió el labio inferior del castaño y se quedó a unos escasos milímetros del otro. Ambos respiraban agitadamente, tenían las mejillas sonrojadas y su vista ligeramente nublada, había sido, para ambos, la experiencia más impresionante de sus vidas, y los dos se sentían, extasiados, excitados, deseosos.
-Gracias – susurró Nadir – ya entendí.
-¿Qué…? – Yoshua pasó saliva – ¿qué cosa?
-Te amo – dijo en un susurro – ahora estoy completamente seguro de ello – la mano del pelinegro se movió hasta acariciar la mejilla del otro, sonriendo – ahora debo irme.
Se alejó; rápidamente se puso los zapatos sin abrocharlos, tomó la chaqueta, su casco y salió del lugar con pasos largos.
Yoshua se quedó en el piso, seguía agitado, sorprendido y, estaba seguro que su rostro estaba completamente rojo; su mente trató de evocar algún recuerdo con alguna de sus novias dónde se hubiera sentido así, pero no encontró nada, nada que se pudiera comparar a ese sentimiento, a esa sensación, a ese deseo, estaba sorprendido ante su propio descubrimiento; su mano se movió hasta rozar con los dedos sus labios, aún sentía presente la tibieza de los labios de Nadir.
“Nadir”
Se puso de pie, corrió bajando las escaleras y salió del consultorio, la motocicleta ya no estaba, se había ido.
-Nadir… – susurró.
Yoshua regresó al interior del edificio y cerró tras él, temblaba, en ese momento él también lo entendía, estaba enamorado de ese niño, no sabía desde cuándo o cómo, pero ciertamente lo amaba.
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