Te rendirás...
El mes pasó lento, demasiado lento para Nadir, a pesar de las últimas semanas las pasó ocupado, entregando los últimos trabajos de final de semestre en la preparatoria; algunos días, unos compañeros se quedaron en su casa y otros días, él se quedaba en la casa de alguno de ellos, todo por las exposiciones finales y trabajos en equipo.
Pero, algo bueno había ocurrido, poco a poco y, con ayuda de los consejos de su hermana, había logrado llevar una relación menos problemática con su madre, quien ahora parecía verlo como un hijo ejemplar, e incluso, halagó el trabajo que había hecho Paola con él ante su padre; pero el hombre, tan ocupado cómo siempre, solo dijo “Qué bien cariño, me alegro…” y siguió en sus cosas.
El día de su cumpleaños, le hicieron una fiesta en su casa y el regalo más ostentoso fue el de su padre, quien, gracias a la intervención positiva, tanto de su hermana como de su madre, le compró lo que le había pedido desde hacía tanto tiempo, una motocicleta BMW HP4, lo que dejó impactado no solo a Nadir, sino a todos sus amigos, en ese momento. Nadir entendió por qué su hermana le había insistido en sacar un permiso de conducir con urgencia, pero sabía que esa solo sería provisional, pues obviamente, ese permiso, en ese preciso momento que cumplía dieciocho, ya no servía, pero con él, podría tramitar la licencia de conductor inmediatamente. Otro de los regalos que le gustó, fue una chaqueta de motociclista y unos guantes que su madre le regaló; jamás había imaginado que ella le diera algo así, después de todo, por años dijo que las si le daban una moto, podría matarse.
La fiesta duró hasta las tres de la mañana, muchos de sus amigos, quienes ya también eran mayores de edad, bebieron, pero Nadir, aunque probó, no lo hizo para quedar ebrio, lo que menos quería era darle una mala impresión a Yoshua al día siguiente; pero esta acción, su madre la vio cómo algo increíblemente madura, así que, cuando la fiesta terminó, su mamá lo abrazó, se puso a llorar y le dijo que finalmente se había convertido en un hombre. Palabras que Nadir no entendió, pero le agradaba que su madre se sintiera bien, o al menos eso parecía.
Nadir estaba feliz, no por la fiesta, no por su cumpleaños, ni siquiera por su regalo, sino porque, al día siguiente, vería a Yoshua y no podría negarse a aceptar salir con él.
El pelinegro se obligó a dormir y levantarse temprano, le avisó a su familia que iría a sacar la licencia esa misma mañana, aprovechando que era viernes y no habría mucha gente; además, llevaba su permiso y la nueva credencial de mayoría de edad, por lo que no habría problema en sacarla y así fue.
Casi a medio día, Nadir ya contaba con la licencia de manejo que le acreditaba para cualquier automóvil particular y motocicletas, por lo que se sentía dueño del mundo. Volvió a su casa, presumió su licencia y se preparó para la cita con el dentista. Esa ocasión iría solo, por lo que no se preocupó en nada más que su aseo personal, especialmente el bucal. Las horas de espera se le hicieron largas, su cita sería casi la última, así que tendría que irse entre cinco y seis.
Cuando por fin llegó al consultorio, dejó la motocicleta afuera, entró con el casco en la mano, portando su chaqueta oscura que lo hacía ver delgadamente atractivo.
-Buenas tardes – sonrió – Nadir Mora, tengo cita.
-Claro – la joven lo miro y se sonrojó, era la primera vez que lo miraba tan arreglado – te anuncio.
-Gracias – dio la vuelta y buscó lugar para sentarse.
Las dos jovencitas que estaban en la sala lo observaron de pies a cabeza y le sonrieron coquetamente, pero las personas que las acompañaban, obviamente las madres, las miraron con molestia; el pelinegro respondió con una sonrisa y suspiró, jamás imagino que eso le pasaría, especialmente porque nunca antes le sucedió en el consultorio, aunque, debía admitir que siempre iba en “fachas”.
Del interior del consultorio salió una joven mayor, y llamaron a una de las niñas. Apenas entraron, la paciente y su acompañante, cuando un chico salió quejándose junto con su mamá, parecía que le habían sacado una muela; Nadir sonrió, eso indicaba que Yoshua estaba ahí. Llamaron a la otra paciente y la recepcionista le aseguró que sería el siguiente y el último, ya que habían cancelado la cita con la que cerrarían los doctores Rangel.
Después de algunos minutos, el doctor Rangel salió con la joven paciente que había entrado primero y su madre – todo estará bien señora Solís, solo fue un apretón, pero es obvio que duele porque tenemos que cerrar los huecos entre los dientes, no se preocupe.
-¿Está seguro doctor? – la mujer se miraba preocupada, la niña parecía decaída – el mes pasado no quiso comer bien…
-Dele cosas blandas, yo se lo mencioné la última vez – aseguró – tranquila, verá que en cuanto los huecos queden cerrados, el dolor disminuirá.
-Está bien doctor, bueno, con permiso.
-Hasta luego – dijo el hombre canoso con una amplia sonrisa, despidiendo a la paciente y su acompañante – ¡Nadir! – se acercó al pelinegro y lo saludó de mano – ¿cómo estás muchacho?
-Bien doc, ¿y usted?
-Bien, bien – respondió – mira, eres el último paciente, quería atenderte yo mismo – Nadir se contuvo de hacer una mueca de molestia – pero tengo que salir, hay una urgencia en el hospital donde trabajo y me necesitan – el pelinegro soltó el aire con lentitud – espero no te moleste que Yoshua te atienda, te aseguro que será la última vez que lo haga sólo con su carta de pasante de ortodoncista – aseguró el hombre apenado.
-No se preocupe – Nadir sonrió ampliamente – yo espero.
-Es que, a lo mejor tarda, es una extracción de una muela… Si tienes prisa, puedo atenderte mañana temprano.
-No – negó – está bien.
-Bueno, entonces me retiro – le dio la mano nuevamente y después se giró con la joven que estaba en el mostrador – Paty, me retiro, si llaman del hospital antes de que te vayas, diles que ya voy para allá.
-Si doctor – dijo la joven con una gran sonrisa en su rostro.
El hombre entró con rapidez por el pasillo y salió como un rayo llevando su maletín – Hasta mañana Paty, nos vemos el otro mes Nadir – dijo al salir sin dar tiempo que le respondiera ninguno de los dos aludidos.
Nadir tamboreó los dedos en sus piernas, estaba emocionado; los minutos pasaron lentos a su percepción, eran ya casi las siete cuando la joven de la recepción le hablo.
-Disculpa – su voz era suave – ¿pagarás lo de este mes?
-Sí, claro – Nadir se puso de pie, estaba acostumbrado a pagar siempre al final.
-Lo siento, de verdad – dijo la joven apenada – pero es que ya casi es mi hora de salida, ¿quieres que te de la cita para el otro mes de una vez?
-No hay problema – se alzó de hombros – fue mi error – le dió el dinero – sí, está bien – sonrió.
La chica acababa de darle la cita, cuando la paciente saló con su acompañante – con permiso – dijo la señora.
-Que le vaya bien – respondió la joven de recepción – puedes pasar – menciono para Nadir, quien caminó con rapidez por el pasillo, llegando al umbral de la puerta.
Yoshua estaba sentado en su escritorio escribiendo en la libreta de siempre.
-Buenas tardes – el pelinegro tocó la puerta y sonrió cuando el castaño levantó la vista, no llevaba puestos los lentes, así que, debía traer los de contacto.
-Buenas tardes – respondió cordial – pasa siéntate, voy en un momento – dijo sin sonreír.
Nadir frunció el ceño, dejó su casco en una silla y después tomó asiento en el sillón, acomodándose para poder ver a Yoshua desde su lugar. En ese momento tocaron a la puerta.
-Doctor – la recepcionista se asomó – me retiro – dijo con debilidad.
-Voy – el castaño se puso de pie y caminó a la puerta.
Ambos salieron del consultorio y momentos después el ojiazul regresó – disculpa – sonrió – es que tengo que cerrar la puerta cuando todos se van.
-¿Siempre te quedas hasta el final? – Nadir lo observó con seriedad.
-Algo así – el castaño sonrió y se sentó en el banquillo a su lado – la motocicleta que está afuera, ¿es tuya?
-Si – el pelinegro sonrió – fue el regalo por mis dieciocho.
-Ah, entonces, ¿ya tienes oficialmente dieciocho? – el castaño se colocó el cubre boca mientras presionaba el botón con el pie para levantar el sillón.
-Si – Nadir sonrió ampliamente – ¿recuerdas en lo que quedamos el mes pasado?
-Lo recuerdo, sí – Yoshua se colocó los guantes de látex y le puso la tela desechable bajo la barbilla – a ver, abre.
Nadir intentó hablar pero no pudo articular bien las palabras, Yoshua lo miraba con diversión – no debes hablar mientras reviso tus dientes – indicó, pero no le permitió hablar de todas maneras – empezaré a quitar las ligas.
El castaño quitó las ligas con rapidez – veo que tu higiene bucal se mantiene muy bien, eso me agrada – después, sin permitir que Nadir pudiera hablar, pues mantenía sus dedos en la boca del joven, tomó las pinzas y le ajustó los arcos. Después de eso, se movió para buscar las ligas, lo que Nadir aprovecho para poder decir lo que quería.
-¿Cuándo salimos?
-¿Siempre eres tan directo? – el ojiazul negó – ¿no puedes esperar a que termine para platicar?
-No – el pelinegro sonrió – si terminas, puedes querer cortar la conversación porque tienes que ir a tu casa y, no quiero que me dejes a media plática.
El castaño se bajó el cubre boca – ¿qué color quieres? – preguntó con una sonrisa mostrándole la cajita con las ligas.
-El que tú quieras.
-¿Rosa? – Yoshua levantó una ceja retándolo.
-Si ese quieres ponerme, está bien por mí – asintió el pelinegro.
El castaño entrecerró los ojos y suspiro – te pondré blancas – dijo resignadamente, separando las ligas de ese color y dejando las otras en su lugar – y no te preocupes – aseguró – no voy a huir, ya que si intentara huir a mi casa, tendría que sacarte primero, porque vivo aquí.
-¿Aquí? – Nadir lo miró sorprendido.
-Si, en la planta alta – sonrió – mientras compro mi departamento, preferí salirme de casa y mi padre me dejó quedarme en el pequeño departamento de este edificio – volvió a colocar el cubre boca en su lugar y se acercó al pelinegro – abre – indicó.
Nadir obedeció, abrió la boca y permitió que Yoshua le colocara las ligas; el pelinegro lo observaba fijamente mientras lo tenía cerca y el castaño lo miraba a los ojos con disimulo, mientras trabajaba.
-Listo – anunció separándose y bajando el sillón – el otro mes, mi padre te sacará los moldes para los paladares.
-Está bien – el pelinegro se incorporó – entonces, ¿cuándo salimos?
Yoshua caminó hasta el escritorio, volviendo a tomar la libreta y la pluma – ¿cuándo quieres que salgamos? – preguntó sin mucho interés.
-Hoy – sonrió.
-¿Hoy? – Yoshua lo miró sorprendido – no, hoy no se puede – negó.
-¿Por qué no? – Nadir se puso de pie yendo hasta el escritorio.
-Porque tengo cosas que hacer – respondió el ojiazul mientras escribía con rapidez.
-Entonces, ¿mañana? – caminó hasta quedar al lado del castaño.
Yoshua suspiró, levantó la vista y lo miró con seriedad – está bien, mañana, pero ¿qué quieres hacer?
-No lo sé – sonrió – ¿qué haces normalmente?
El castaño mordió el tapón de la pluma que estaba usando – normalmente me quedo aquí, en el consultorio y en la noche subo a mi micro departamento, hago cena, estudio, veo una película o hago cualquier otra cosas para distraerme y después me duermo – enunció con rapidez y volvió a lo que escribía.
-¡Vamos! – Nadir se acuclilló a su lado – de seguro haces más cosas.
-No – negó sin apartar la vista de la libreta – soy alguien aburrido.
-Bueno, entonces, si eso haces, eso haremos – Nadir se levantó de hombros – me quedaré toda la tarde contigo.
-¿Estás loco? – el castaño lo miró con susto.
-No – el pelinegro sonrió – de verdad, quiero conocerte, quiero saber más de ti, lo que te gusta, lo que haces, lo que piensas; necesito entender que tienes para tenerme de esta manera – Nadir lo observaba con admiración, con emoción, con un brillo en los ojos que Yoshua no podía entender – quiero saber por qué estas presente en mi mente todos los días y las noches; mientras estoy en la escuela, mientras hago tareas, incluso mientras duermo… Por qué, cada que pienso en ti, en tus ojos, en tu sonrisa, en tu rostro, solo puedo contar los días, las horas, los minutos para poder volver a verte y sentirte cerca de mi…
El castaño se sonrojó y carraspeó – creo que, algo aquí no me está gustando – negó – Nadir, siento que estás un poco confundido.
-Tal vez – aceptó el pelinegro – precisamente por eso, necesito saber qué es lo que pasa.
-Bien – Yoshua asintió – ven mañana, a las cuatro – especificó – a esa hora ya no hay nadie, y podrás pasar.
-Quieres que traiga algo de comer.
-No es necesario – el castaño sonrió – a menos que quieras traer algo que te guste, por si no soportas lo que preparo yo – levantó una ceja
-De acuerdo – Nadir se puso de pie – entonces, mañana a las cuatro, aquí.
-Si – Yoshua se puso de pie – te acompaño a la salida.
-Gracias – el pelinegro tomó su casco y caminó tras el ojiazul.
Al llegar a la puerta, el castaño abrió y permitió que el pelinegro saliera – mañana tocas por aquí – señaló el intercomunicador que había a un lado de la puerta – así podré escucharte, ¿de acuerdo?
-De acuerdo – sonrió Nadir.
-Hasta mañana entonces – dijo el ojiazul.
-Hasta mañana – sonrió Nadir ofreciéndole la mano antes de colocarse los guantes.
Yoshua le dio la mano y después, el pelinegro se alejó, se colocó el casco, los guantes y se subió a la moto; el castaño esperó a que el otro encendiera su motocicleta, se alejara por la calle y suspiró antes de cerrar la puerta, ese niño era extraño, demasiado extraño, quizá debió haberse reusado, pero, había algo en él que no le permitió negarse en esa ocasión.
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