Capítulo X
Los minutos se convirtieron en horas y Diego de León se mantenía sentado en el mismo lugar, casi como una estatua, viendo fijamente hacia la puerta de la sala de operaciones, dónde sabía estaba su esposo.
Teresa le llevó un café, pero ni siquiera lo bebió; también le ofreció comida, pero el rubio no quiso comer nada, debido a que se encontraba sumamente ansioso, no sabía si la comida le caería bien.
Finalmente, después de mediodía, el doctor Sinuhé, salió por las puertas, visiblemente fatigado.
Diego se puso de pie inmediatamente y se acercó al hombre— ¡¿cómo está?!
Sinuhé se quitó el cubrebocas y una tenue sonrisa se dibujó en sus labios— por fin, Ale está estable —anunció con voz baja—, lamentablemente, tuvimos que extirpar el útero y los ovarios —pasó la mano por su frente—, lo siento, señor De León, pero será imposible que Ale pueda tener más hijos.
El rubio pasó saliva y asintió lentamente— comprendo —dijo con voz fría—, ¿puedo verlo?
—En este momento, se encuentra en la unidad de recuperación, por lo que tendrá que esperar un poco más para ello —el médico ladeó el rostro—. Ale va a necesitar mucho apoyo —dijo con tristeza—, sé bien que él quería tener más bebés con usted, así que, posiblemente entre en depresión al enterarse de lo ocurrido, ¿comprende?
Diego apretó los puños— esto… ¿acaso fue mi culpa?
—¿Qué cosa? —Sinuhé lo miró con algo de confusión.
—Usted dijo que Ale era muy joven y… —el ojiverde no terminó la frase
El médico lo observó con detenimiento y se dio cuenta del dolor por el que el otro estaba pasando.
Cuando Sinuhé conoció a Diego de León, cómo todos, le tuvo miedo; su gesto serio, mirada despectiva y voz indiferente, le gritaba al mundo que no le importaba en lo más mínimo lo que ocurriera a su alrededor, pero también, debido a que trataba a Ale cómo paciente, tuvo oportunidad de ver el amor que el rubio le profesaba a su esposo.
Ese hombre frío y para muchos, sin alma o corazón, amaba a su pareja más que a nada en el mundo y se lo demostraba en todo momento, incluso, bajaba la guardia y mostraba esos gestos en frente de otros, sin darse cuenta; esa fue la razón por la que Sinuhé le tomó aprecio y algo de confianza, pues un hombre que podía amar a su pareja con esa intensidad, no podía ser tan malo.
Y en ese momento, ahí estaba la fragilidad de Diego de León; era remordimiento por sentirse culpable de lo ocurrido, pese a que era obvio que no era así, por ello, él tenía que explicárselo, para que comprendiera que estaba libre de pecado.
—No —el doctor negó—. Realmente lo que le ocurrió a Ale, no tiene nada que ver con su edad, ni la relación íntima con usted —especificó—, de hecho, la atonía uterina no tiene una explicación patógena, por lo que tampoco se podía haber previsto que esto ocurriría.
—¿Está seguro? —el rubio se sentía culpable, imaginando que el hecho de no haberse controlado durante el primer celo de Ale, había ocasionado esa situación.
Sinuhé respiró profundamente, se acercó a Diego y lo sujetó del brazo, llevándolo hasta la silla, sentándose a su lado y le sonrió, casi como lo hacía una madre amorosa a su hijo, cuando tenía que hacerlo sentir mejor, después de una caída.
—Señor De León… Diego —especificó el médico—. Lo que le ocurrió a Ale, le puede pasar a cualquiera durante el parto, incluso, ha habido casos en lo que se presenta durante las cesáreas —declaró con cansancio—. Las personas que sufren este padecimiento, no tienen casi nada en común como antecedente —detalló—. No es culpa tuya, ni de Ale, ni de nadie —negó—, es más que nada un accidente, ¿comprendes?
—¿Está seguro? —presionó el rubio.
—Te podría presentar un sinnúmero de investigaciones sobre la atonía uterina —sonrió condescendiente—, pero todas te dirán lo mismo —ladeó el rostro—. Es una hemorragia severa, la cual, le puede ocurrir a cualquiera, desde adolescentes a personas en sus veintes, o treintas —suspiró—, en su primer embarazo o después de cinco —enumeró—, incluso en variadas circunstancias, las hemorragias después de los embarazos, se presentan en distintos grados y es algo con lo que los médicos debemos luchar, para salvar a la madre e incluso, al producto.
—Entonces, esto solo fue… ¿Un accidente? —preguntó con duda.
—Lo fue —Sinuhé asintió—, no tengo por qué mentirte —le dio palmaditas en la mano que aun sujetaba—. Tranquilo, Diego —le sonrió más tranquilo—, Ale necesita que seas fuerte, no puedes derrumbarte ahora, ¿de acuerdo?
Diego respiró profundamente— está bien.
—Ahora, ve a descansar —Sinuhé se puso de pie—, seguramente llevarán a Ale a su habitación en una hora y despertará después, no quieres que te vea tan preocupado, ¿o sí?
El rubio asintió.
—Mis colegas y yo estaremos al pendiente de Ale —la voz del médico era completamente segura—, ya pasó lo peor, así que está en buenas manos, te lo aseguro.
Teresa le llevó un café, pero ni siquiera lo bebió; también le ofreció comida, pero el rubio no quiso comer nada, debido a que se encontraba sumamente ansioso, no sabía si la comida le caería bien.
Finalmente, después de mediodía, el doctor Sinuhé, salió por las puertas, visiblemente fatigado.
Diego se puso de pie inmediatamente y se acercó al hombre— ¡¿cómo está?!
Sinuhé se quitó el cubrebocas y una tenue sonrisa se dibujó en sus labios— por fin, Ale está estable —anunció con voz baja—, lamentablemente, tuvimos que extirpar el útero y los ovarios —pasó la mano por su frente—, lo siento, señor De León, pero será imposible que Ale pueda tener más hijos.
El rubio pasó saliva y asintió lentamente— comprendo —dijo con voz fría—, ¿puedo verlo?
—En este momento, se encuentra en la unidad de recuperación, por lo que tendrá que esperar un poco más para ello —el médico ladeó el rostro—. Ale va a necesitar mucho apoyo —dijo con tristeza—, sé bien que él quería tener más bebés con usted, así que, posiblemente entre en depresión al enterarse de lo ocurrido, ¿comprende?
Diego apretó los puños— esto… ¿acaso fue mi culpa?
—¿Qué cosa? —Sinuhé lo miró con algo de confusión.
—Usted dijo que Ale era muy joven y… —el ojiverde no terminó la frase
El médico lo observó con detenimiento y se dio cuenta del dolor por el que el otro estaba pasando.
Cuando Sinuhé conoció a Diego de León, cómo todos, le tuvo miedo; su gesto serio, mirada despectiva y voz indiferente, le gritaba al mundo que no le importaba en lo más mínimo lo que ocurriera a su alrededor, pero también, debido a que trataba a Ale cómo paciente, tuvo oportunidad de ver el amor que el rubio le profesaba a su esposo.
Ese hombre frío y para muchos, sin alma o corazón, amaba a su pareja más que a nada en el mundo y se lo demostraba en todo momento, incluso, bajaba la guardia y mostraba esos gestos en frente de otros, sin darse cuenta; esa fue la razón por la que Sinuhé le tomó aprecio y algo de confianza, pues un hombre que podía amar a su pareja con esa intensidad, no podía ser tan malo.
Y en ese momento, ahí estaba la fragilidad de Diego de León; era remordimiento por sentirse culpable de lo ocurrido, pese a que era obvio que no era así, por ello, él tenía que explicárselo, para que comprendiera que estaba libre de pecado.
—No —el doctor negó—. Realmente lo que le ocurrió a Ale, no tiene nada que ver con su edad, ni la relación íntima con usted —especificó—, de hecho, la atonía uterina no tiene una explicación patógena, por lo que tampoco se podía haber previsto que esto ocurriría.
—¿Está seguro? —el rubio se sentía culpable, imaginando que el hecho de no haberse controlado durante el primer celo de Ale, había ocasionado esa situación.
Sinuhé respiró profundamente, se acercó a Diego y lo sujetó del brazo, llevándolo hasta la silla, sentándose a su lado y le sonrió, casi como lo hacía una madre amorosa a su hijo, cuando tenía que hacerlo sentir mejor, después de una caída.
—Señor De León… Diego —especificó el médico—. Lo que le ocurrió a Ale, le puede pasar a cualquiera durante el parto, incluso, ha habido casos en lo que se presenta durante las cesáreas —declaró con cansancio—. Las personas que sufren este padecimiento, no tienen casi nada en común como antecedente —detalló—. No es culpa tuya, ni de Ale, ni de nadie —negó—, es más que nada un accidente, ¿comprendes?
—¿Está seguro? —presionó el rubio.
—Te podría presentar un sinnúmero de investigaciones sobre la atonía uterina —sonrió condescendiente—, pero todas te dirán lo mismo —ladeó el rostro—. Es una hemorragia severa, la cual, le puede ocurrir a cualquiera, desde adolescentes a personas en sus veintes, o treintas —suspiró—, en su primer embarazo o después de cinco —enumeró—, incluso en variadas circunstancias, las hemorragias después de los embarazos, se presentan en distintos grados y es algo con lo que los médicos debemos luchar, para salvar a la madre e incluso, al producto.
—Entonces, esto solo fue… ¿Un accidente? —preguntó con duda.
—Lo fue —Sinuhé asintió—, no tengo por qué mentirte —le dio palmaditas en la mano que aun sujetaba—. Tranquilo, Diego —le sonrió más tranquilo—, Ale necesita que seas fuerte, no puedes derrumbarte ahora, ¿de acuerdo?
Diego respiró profundamente— está bien.
—Ahora, ve a descansar —Sinuhé se puso de pie—, seguramente llevarán a Ale a su habitación en una hora y despertará después, no quieres que te vea tan preocupado, ¿o sí?
El rubio asintió.
—Mis colegas y yo estaremos al pendiente de Ale —la voz del médico era completamente segura—, ya pasó lo peor, así que está en buenas manos, te lo aseguro.
Casi a las dos de la tarde, llevaron a Ale a su habitación, pero seguía inconsciente.
Diego se quedó sentado a su lado, sujetando la mano libre, pues la otra tenía el catéter del suero; los ojos verdes repasaban el rostro pálido de su pareja, preocupado de ese semblante tan desmejorado que chocaba con la imagen que tenía en su mente, del jovencito radiante que, hasta el día anterior, había estado a su lado.
Los labios estaban resecos, sus mejillas sonrosadas ahora estaban completamente blancas y bajo sus ojos, ojeras pronunciadas se notaban con claridad.
Sabía que le habían hecho transfusiones sanguíneas, para que se recuperara de la hemorragia, pero según los médicos, eso no afectaría a sus feromonas, pues eran transfusiones de sangre Beta, así que no habría feromonas que interfirieran con las de Ale, aunque el castaño tardaría un par de semanas en volver a desplegar sus feromonas como antes.
Un leve gemido se escuchó y Diego se tensó, a la espera de la reacción de Ale.
Los parpados temblaron y lentamente se abrieron, permitiendo que los ojos aceitunados se adecuaran a la luz.
—¿Diego? —la voz apenas se escuchó.
—Aquí estoy, mi vida —el rubio acercó a sus labios la mano que sostenía, depositando un beso delicado en el dorso.
Ale movió un poco la cabeza y cuando lo vio, sonrió débilmente— hola… —saludó con voz suave.
—¿Cómo te sientes? —preguntó el mayor, estirando la mano, para apartar unos mechones de cabello que estaban cerca del rostro de su esposo.
—Cansado —respondió con dificultad—. ¿Qué…? ¿Qué pasó?
El ojiverde relamió sus labios, antes de atreverse a hablar— el parto se complicó, mi amor…
Ale se estremeció— ¿el bebé? —preguntó con miedo y sus ojos se humedecieron.
—¡El bebé está bien! —respondió Diego—. Está sano y fuerte, ¿quieres verlo?
El castaño pareció respirar aliviado— sí… —asintió—. Quiero verlo…
Diego se incorporó, pero no tuvo que alejarse de la cama, ya que, con una simple seña, Teresa sujetó al bebé que estaba en su cuna y lo llevó de inmediato a la cama.
—Aquí está el pequeño Alex —dijo la morena con dulzura.
—¿Alex? —Ale miró con duda a su esposo.
—Sí —Diego sujetó a su hijo y lo acercó a la cama de Ale, colocándolo a un costado de su pareja—, Alejandro de León —especificó—, nuestro hijo.
La delicada mano de Ale se movió y acarició las mejillas sonrosadas del bebé, que se removió en medio de sueños.
—Es hermoso… —dijo el castaño con ilusión—. Pero, ¿por qué le pusiste Alejandro?
—Quería que llevara el nombre de su madre y que jamás lo olvidara —sentenció el rubio con total seriedad.
—Gracias…
Ale suspiró y se movió ligeramente a besar la cabeza de su hijo, fue en ese momento que sintió una punzada en su vientre, metió la mano por debajo de las sabanas y aun por encima de su bata, sintió unas vendas en su cuerpo.
—Me duele… ¿Es normal? —preguntó con nervios.
—Ale… —Diego titubeó—. Te dije que el parto se complicó, mi vida.
—Pero, el bebé está bien… —el castaño miró a su hijo, constatando que estaba en perfecto estado.
—Sí, es solo que, la complicación fue contigo…
—¿Conmigo? —frunció el ceño, confundido por esas palabras—. ¿Qué pasó?
—Debes tomarlo con calma…
Diego volvió a sujetar la mano de su esposo, liberando sus feromonas para calmarlo; Ale percibió el olor a caña de azúcar y se sintió reconfortado, por lo que su cuerpo se relajó de inmediato. Al ver el gesto apacible de Ale, Diego decidió decirle la verdad.
—Ale, mi amor, esto que te voy a decir, puede ser difícil de entender, pero quiero que lo tomes con calma —pidió lentamente—, ya que, tanto tú, como Alex, está bien, así que no debes preocuparte, ni exaltarte, porque eso puede hacerte daño, ¿sí?
El castaño asintió— está bien…
—Durante del parto, tuviste una hemorragia que puso en riesgo tu vida —comentó con lentitud, tratando de ser delicado—, por eso, tuviste que ser intervenido quirúrgicamente.
—¿Me hicieron cesárea? —preguntó el menor con inocencia, logrando que el corazón de Diego se oprimiera.
—No exactamente, mi amor —negó el rubio y sintió un nudo en la garganta—. El termino médico de lo que te ocurrió, es atonía uterina y lamentablemente, pese a todos los esfuerzos de los médicos… —bajó el rostro—. Tuvieron que retirarte el útero —terminó en un murmullo.
Hubo un largo silencio y finalmente un sollozo se escuchó.
—No… ¿No tendremos más bebés? —preguntó el menor con dolor.
Diego sintió como si en ese momento se le detuviera el corazón, especialmente al ver las lágrimas recorrer las mejillas de Ale y el gesto de dolor en su semblante; era obvio que todas las ilusiones de tener más hijos, se hicieron añicos en ese momento.
—Lo siento, mi amor… Pero si no hacían eso, podrías morir —se excusó de inmediato— y no quería dejar a Alex sin su mamá, además, yo no podría vivir sin ti —aseguró.
Ale no dijo nada, solo abrazó a su hijo y comenzó a llorar con sentimiento. Debido a que no podía desplegar sus feromonas, pese a su estado de ánimo, no provocó que el bebé se sintiera incómodo, por lo cual, siguió durmiendo.
Diego se mantuvo en silencio, sin siquiera desplegar sus feromonas para ayudar a su esposo, pues quería que Ale se desahogara y sabía que el llanto, era necesario en ese momento; simplemente se limitó a acariciar el cabello castaño con cuidado, esperando pacientemente.
Después de varios minutos, Ale volvió a ponerse boca arriba.
—¿Qué ha comido Alex? —preguntó limpiando sus mejillas.
—El pediatra le recetó una leche especial —respondió su esposo con rapidez.
—¿Será suficiente? —el castaño buscó la mirada de su esposo—. Supongo que no podré alimentarlo hasta que me recupere, ¿verdad?
—Yo… No sé —Diego negó, se había enfocado tanto en velar por Ale, que no había preguntado nada al pediatra.
—No se preocupe, señor —Teresa interrumpió con voz suave—. El pediatra dijo que los procedimientos por los que pasó, no están contraindicados para la lactancia —sonrió—, solo debe estar lo suficientemente fuerte para darle pecho al bebé, o en su defecto, utilizar un extractor de leche —explicó a detalle—, aun así, la formula ayudará a que el bebé esté mejor alimentado, en caso de que usted no se sienta bien.
Ale respiró aliviado— gracias Tere —sonrió—. Quiero alimentarlo —acarició el cabello de su hijo con delicadeza—, quiero que crezca sano y fuerte, cómo su padre —miró a Diego con infinito amor.
—Lo hará —aseguró su esposo—, no te preocupes por eso, tienes mi palabra que todo estará bien de ahora en adelante…
—No me des tu palabra en algo que no puedas cumplir —negó el menor, logrando que Diego se sintiera impotente—, mejor, prométeme algo que sí sea posible para ti…
—Ale, sabes que las promesas…
—Sé que no eres de los que prometen algo —los ojos aceituna lo miraron fijamente—. Sé que tu palabra es más que suficiente, pero de verdad, deseo que me prometas esto —su voz parecía una súplica—. Por favor Diego, necesito que me hagas una promesa, solo una vez…
El rubio respiró profundamente; desde que Ale llegó a su vida, jamás le había negado nada y esa no sería la primera vez.
—¿Qué es lo que deseas, mi amor? —preguntó con rapidez.
—Promete, por tu vida, que mantendrás a Alex a salvo —besó la frente de su hijo—, que no dejarás que nada malo le pase, para que crezca sano y fuerte, pueda casarse, tenga hijos y sea feliz con su pareja… —buscó la mirada de su esposo—. Prométemelo Diego, por favor.
Diego de León, igual que todos en su familia, no hacía promesas, pero en esa ocasión, sintió el deseo de hacerlo, para darle seguridad a su esposo.
—Te lo prometo, mi vida…
Diego se quedó sentado a su lado, sujetando la mano libre, pues la otra tenía el catéter del suero; los ojos verdes repasaban el rostro pálido de su pareja, preocupado de ese semblante tan desmejorado que chocaba con la imagen que tenía en su mente, del jovencito radiante que, hasta el día anterior, había estado a su lado.
Los labios estaban resecos, sus mejillas sonrosadas ahora estaban completamente blancas y bajo sus ojos, ojeras pronunciadas se notaban con claridad.
Sabía que le habían hecho transfusiones sanguíneas, para que se recuperara de la hemorragia, pero según los médicos, eso no afectaría a sus feromonas, pues eran transfusiones de sangre Beta, así que no habría feromonas que interfirieran con las de Ale, aunque el castaño tardaría un par de semanas en volver a desplegar sus feromonas como antes.
Un leve gemido se escuchó y Diego se tensó, a la espera de la reacción de Ale.
Los parpados temblaron y lentamente se abrieron, permitiendo que los ojos aceitunados se adecuaran a la luz.
—¿Diego? —la voz apenas se escuchó.
—Aquí estoy, mi vida —el rubio acercó a sus labios la mano que sostenía, depositando un beso delicado en el dorso.
Ale movió un poco la cabeza y cuando lo vio, sonrió débilmente— hola… —saludó con voz suave.
—¿Cómo te sientes? —preguntó el mayor, estirando la mano, para apartar unos mechones de cabello que estaban cerca del rostro de su esposo.
—Cansado —respondió con dificultad—. ¿Qué…? ¿Qué pasó?
El ojiverde relamió sus labios, antes de atreverse a hablar— el parto se complicó, mi amor…
Ale se estremeció— ¿el bebé? —preguntó con miedo y sus ojos se humedecieron.
—¡El bebé está bien! —respondió Diego—. Está sano y fuerte, ¿quieres verlo?
El castaño pareció respirar aliviado— sí… —asintió—. Quiero verlo…
Diego se incorporó, pero no tuvo que alejarse de la cama, ya que, con una simple seña, Teresa sujetó al bebé que estaba en su cuna y lo llevó de inmediato a la cama.
—Aquí está el pequeño Alex —dijo la morena con dulzura.
—¿Alex? —Ale miró con duda a su esposo.
—Sí —Diego sujetó a su hijo y lo acercó a la cama de Ale, colocándolo a un costado de su pareja—, Alejandro de León —especificó—, nuestro hijo.
La delicada mano de Ale se movió y acarició las mejillas sonrosadas del bebé, que se removió en medio de sueños.
—Es hermoso… —dijo el castaño con ilusión—. Pero, ¿por qué le pusiste Alejandro?
—Quería que llevara el nombre de su madre y que jamás lo olvidara —sentenció el rubio con total seriedad.
—Gracias…
Ale suspiró y se movió ligeramente a besar la cabeza de su hijo, fue en ese momento que sintió una punzada en su vientre, metió la mano por debajo de las sabanas y aun por encima de su bata, sintió unas vendas en su cuerpo.
—Me duele… ¿Es normal? —preguntó con nervios.
—Ale… —Diego titubeó—. Te dije que el parto se complicó, mi vida.
—Pero, el bebé está bien… —el castaño miró a su hijo, constatando que estaba en perfecto estado.
—Sí, es solo que, la complicación fue contigo…
—¿Conmigo? —frunció el ceño, confundido por esas palabras—. ¿Qué pasó?
—Debes tomarlo con calma…
Diego volvió a sujetar la mano de su esposo, liberando sus feromonas para calmarlo; Ale percibió el olor a caña de azúcar y se sintió reconfortado, por lo que su cuerpo se relajó de inmediato. Al ver el gesto apacible de Ale, Diego decidió decirle la verdad.
—Ale, mi amor, esto que te voy a decir, puede ser difícil de entender, pero quiero que lo tomes con calma —pidió lentamente—, ya que, tanto tú, como Alex, está bien, así que no debes preocuparte, ni exaltarte, porque eso puede hacerte daño, ¿sí?
El castaño asintió— está bien…
—Durante del parto, tuviste una hemorragia que puso en riesgo tu vida —comentó con lentitud, tratando de ser delicado—, por eso, tuviste que ser intervenido quirúrgicamente.
—¿Me hicieron cesárea? —preguntó el menor con inocencia, logrando que el corazón de Diego se oprimiera.
—No exactamente, mi amor —negó el rubio y sintió un nudo en la garganta—. El termino médico de lo que te ocurrió, es atonía uterina y lamentablemente, pese a todos los esfuerzos de los médicos… —bajó el rostro—. Tuvieron que retirarte el útero —terminó en un murmullo.
Hubo un largo silencio y finalmente un sollozo se escuchó.
—No… ¿No tendremos más bebés? —preguntó el menor con dolor.
Diego sintió como si en ese momento se le detuviera el corazón, especialmente al ver las lágrimas recorrer las mejillas de Ale y el gesto de dolor en su semblante; era obvio que todas las ilusiones de tener más hijos, se hicieron añicos en ese momento.
—Lo siento, mi amor… Pero si no hacían eso, podrías morir —se excusó de inmediato— y no quería dejar a Alex sin su mamá, además, yo no podría vivir sin ti —aseguró.
Ale no dijo nada, solo abrazó a su hijo y comenzó a llorar con sentimiento. Debido a que no podía desplegar sus feromonas, pese a su estado de ánimo, no provocó que el bebé se sintiera incómodo, por lo cual, siguió durmiendo.
Diego se mantuvo en silencio, sin siquiera desplegar sus feromonas para ayudar a su esposo, pues quería que Ale se desahogara y sabía que el llanto, era necesario en ese momento; simplemente se limitó a acariciar el cabello castaño con cuidado, esperando pacientemente.
Después de varios minutos, Ale volvió a ponerse boca arriba.
—¿Qué ha comido Alex? —preguntó limpiando sus mejillas.
—El pediatra le recetó una leche especial —respondió su esposo con rapidez.
—¿Será suficiente? —el castaño buscó la mirada de su esposo—. Supongo que no podré alimentarlo hasta que me recupere, ¿verdad?
—Yo… No sé —Diego negó, se había enfocado tanto en velar por Ale, que no había preguntado nada al pediatra.
—No se preocupe, señor —Teresa interrumpió con voz suave—. El pediatra dijo que los procedimientos por los que pasó, no están contraindicados para la lactancia —sonrió—, solo debe estar lo suficientemente fuerte para darle pecho al bebé, o en su defecto, utilizar un extractor de leche —explicó a detalle—, aun así, la formula ayudará a que el bebé esté mejor alimentado, en caso de que usted no se sienta bien.
Ale respiró aliviado— gracias Tere —sonrió—. Quiero alimentarlo —acarició el cabello de su hijo con delicadeza—, quiero que crezca sano y fuerte, cómo su padre —miró a Diego con infinito amor.
—Lo hará —aseguró su esposo—, no te preocupes por eso, tienes mi palabra que todo estará bien de ahora en adelante…
—No me des tu palabra en algo que no puedas cumplir —negó el menor, logrando que Diego se sintiera impotente—, mejor, prométeme algo que sí sea posible para ti…
—Ale, sabes que las promesas…
—Sé que no eres de los que prometen algo —los ojos aceituna lo miraron fijamente—. Sé que tu palabra es más que suficiente, pero de verdad, deseo que me prometas esto —su voz parecía una súplica—. Por favor Diego, necesito que me hagas una promesa, solo una vez…
El rubio respiró profundamente; desde que Ale llegó a su vida, jamás le había negado nada y esa no sería la primera vez.
—¿Qué es lo que deseas, mi amor? —preguntó con rapidez.
—Promete, por tu vida, que mantendrás a Alex a salvo —besó la frente de su hijo—, que no dejarás que nada malo le pase, para que crezca sano y fuerte, pueda casarse, tenga hijos y sea feliz con su pareja… —buscó la mirada de su esposo—. Prométemelo Diego, por favor.
Diego de León, igual que todos en su familia, no hacía promesas, pero en esa ocasión, sintió el deseo de hacerlo, para darle seguridad a su esposo.
—Te lo prometo, mi vida…
Las semanas pasaron y aunque Ale seguía convaleciente, se había trasladado a la mansión De León, con un estricto régimen de cuidado.
Todos los trabajadores de la familia, se desvivían por cuidarlo y diariamente, Beatriz, quien se encargaba de su cuidado, lo llevaba, junto al pequeño Alex, al lugar dónde habían plantado el retoño de lluvia de oro, que Federico había encargado para conmemorar el nacimiento de su primer nieto.
Ale había sufrido y aunque seguía en un tratamiento médico y psicológico, para superar la situación que vivió, todos los médicos le decían a Diego que el castaño era muy fuerte, porque se mantenía firme y con deseos de vivir, por su esposo e hijo.
—Te dijo algo el psicólogo —Federico observó a su hijo de reojo.
—Cree que, aunque Ale está deprimido, no es algo de qué preocuparse —respondió, mirando por el ventanal, hacia dónde se definía la silueta de su esposo—. A pesar de todo, Ale tiene un gran deseo de vivir.
El canoso respiró aliviado.
Se había preocupado al saber lo que había ocurrido con su yerno y conociendo su deseo de tener varios hijos, la idea de que perdiera la motivación, realmente le inquietaba, especialmente porque si algo le pasaba a Ale, su hijo también perdería todo motivo para seguir adelante; lo sabía perfectamente, porque él lo vivió, aunque él se había sobrepuesto, volviéndose a enamorar, pero la diferencia con Diego, había sido que él no había perdido a un destinado.
También dudaba que Alex le diera todo el impulso necesario a Diego, porque si bien, siendo un bebé, su hijo lo necesitaba completamente, cuando creciera, Diego ya no sentiría la obligación de seguir adelante y eso sería otro duro golpe, del que seguramente no se podría recuperar.
—Y tú, ¿cómo ves a Ale?
Diego suspiró— ansioso —respondió secamente.
—¿Ansioso? —Federico se puso en alerta.
—Ale desea intimar y no es que yo no lo desee —forzó una sonrisa—, pero el médico dijo que debemos esperar al menos ocho semanas, así que, solo lo calmo con mis feromonas.
El canoso recuperó el aliento y una sonrisa nerviosa se dibujó en sus labios— significa que no tienen ningún problema en su relación, ¿cierto?
—No —Diego negó—, al contrario —sonrió ilusionado—, creo que lo ocurrido nos ha unido más, pero tengo que encontrar la manera de cumplir mi promesa.
—¿Con respecto a Alex? —Federico se recargó en su silla—. No creo que tengas problemas con ello.
—Es posible, pero, al ser mi único hijo, no podré bajar la guardia
—Puedes tener otros hijos si lo deseas…
—No, si no son de Ale también —Diego puso un gesto frío.
—¿Estás dispuesto a arriesgar nuestro linaje? —indagó el canoso con seriedad.
—Si algo llegase a pasar con mi familia, tienes mi palabra de que te daré otros nietos —se alzó de hombros—, ya congelé mi esperma para asegurar más descendencia de la familia De León, pero mientras Ale y Alex estén a mi lado, no habrá nadie más que tome su lugar —le dedicó una mirada molesta a su padre—, espero que no sea un problema para ti.
—Si ya tomaste precauciones, no tengo problema —Federico se alzó de hombros.
—Ahora, lo más importante, es asegurar el bienestar de mi esposo y nuestro cachorro —sentenció con seguridad y se colocó tras la silla de su padre, empujándola para llevarlo hacia el jardín—, así que pensé en aumentar a nuestros guardaespaldas, ¿qué piensas?
—Haz lo que creas necesario para proteger a nuestra familia —el anciano respiró profundamente—. Te lo dije alguna vez… Miente, amenaza, lastima, intimida, mata si es necesario, todo es permitido, si es por el bienestar de las personas que amamos.
—Lo tendré en mente…
Ambos guardaron silencio, al acercarse a Ale, quien, al verlos, le habló con cariño a su hijo.
—Mira, mi amor, ahí vienen papá y el abuelo.
—A ver, ¡quiero sostener a mi nieto! —Federico estiró los brazos, esperando a que le entregaran al bebé.
Beatriz sujetó al bebé y lo llevó hasta el anciano, quien se desvivía por ese pequeño ser, haciendo que se comportara como ninguno de sus trabajadores imaginaba que podía actuar. Por su parte, Diego fue hasta su esposo, se inclinó y besó la frente.
—¿Cómo te sientes?
—Bien, pero aun no me dejan caminar —acusó, ya que seguía usando la silla de ruedas para salir al enorme jardín.
—En un mes más, podrás caminar fuera de la mansión —sonrió el rubio.
—Eso espero…
—Te lo aseguro —Diego se acuclillo a su lado—, especialmente porque quiero llevarte a un lugar especial, fuera del estado.
—¿A dónde iremos? —preguntó el menor con curiosidad.
—Veamos… Iremos al parque nacional, dónde también hay una feria, con la rueda de la fortuna más grande del país, recorreremos la orilla del mar, también iremos al cine y haremos todo lo que hacen las parejas normales.
Ale se sorprendió— ¿cómo…?
—Teresa me dijo que eso deseabas hace mucho tiempo y preparé el viaje —besó la mano de su esposo—, pero tenemos que esperar a que te recuperes de la operación.
—¡¿Y Alex?!
—Yo voy a cuidarlo —Federico sonrió ampliamente—. Mi nieto estará bien con su abuelo, te lo aseguro.
—Pero… —Ale los miró con nervios—. ¿Crees que está bien? Aún es un bebé.
—Tranquilo —Diego sonrió—, nos iremos por un fin de semana nada más —le guiñó un ojo—, nuestro cachorro ni siquiera notará nuestra ausencia, te lo aseguro.
—Además, necesitan un momento de pareja —insistió el anciano—, así que no te preocupes, cariño, Alex y yo, estaremos bien unos cuantos días.
Ale titubeó, pero al ver que su esposo y suegro estaban seguros, sonrió y accedió— está bien, si solo será un fin de semana, no me opondré…
Realmente, él también quería pasar un tiempo con su esposo y si con ello, podían volver a intimar, estaba dispuesto a alejarse unos días de su hijo, aunque sabía que lo iba a extrañar, pero cuando volviera a su lado, lo llenaría de amor, aún más de lo que ya lo hacía.
Todos los trabajadores de la familia, se desvivían por cuidarlo y diariamente, Beatriz, quien se encargaba de su cuidado, lo llevaba, junto al pequeño Alex, al lugar dónde habían plantado el retoño de lluvia de oro, que Federico había encargado para conmemorar el nacimiento de su primer nieto.
Ale había sufrido y aunque seguía en un tratamiento médico y psicológico, para superar la situación que vivió, todos los médicos le decían a Diego que el castaño era muy fuerte, porque se mantenía firme y con deseos de vivir, por su esposo e hijo.
—Te dijo algo el psicólogo —Federico observó a su hijo de reojo.
—Cree que, aunque Ale está deprimido, no es algo de qué preocuparse —respondió, mirando por el ventanal, hacia dónde se definía la silueta de su esposo—. A pesar de todo, Ale tiene un gran deseo de vivir.
El canoso respiró aliviado.
Se había preocupado al saber lo que había ocurrido con su yerno y conociendo su deseo de tener varios hijos, la idea de que perdiera la motivación, realmente le inquietaba, especialmente porque si algo le pasaba a Ale, su hijo también perdería todo motivo para seguir adelante; lo sabía perfectamente, porque él lo vivió, aunque él se había sobrepuesto, volviéndose a enamorar, pero la diferencia con Diego, había sido que él no había perdido a un destinado.
También dudaba que Alex le diera todo el impulso necesario a Diego, porque si bien, siendo un bebé, su hijo lo necesitaba completamente, cuando creciera, Diego ya no sentiría la obligación de seguir adelante y eso sería otro duro golpe, del que seguramente no se podría recuperar.
—Y tú, ¿cómo ves a Ale?
Diego suspiró— ansioso —respondió secamente.
—¿Ansioso? —Federico se puso en alerta.
—Ale desea intimar y no es que yo no lo desee —forzó una sonrisa—, pero el médico dijo que debemos esperar al menos ocho semanas, así que, solo lo calmo con mis feromonas.
El canoso recuperó el aliento y una sonrisa nerviosa se dibujó en sus labios— significa que no tienen ningún problema en su relación, ¿cierto?
—No —Diego negó—, al contrario —sonrió ilusionado—, creo que lo ocurrido nos ha unido más, pero tengo que encontrar la manera de cumplir mi promesa.
—¿Con respecto a Alex? —Federico se recargó en su silla—. No creo que tengas problemas con ello.
—Es posible, pero, al ser mi único hijo, no podré bajar la guardia
—Puedes tener otros hijos si lo deseas…
—No, si no son de Ale también —Diego puso un gesto frío.
—¿Estás dispuesto a arriesgar nuestro linaje? —indagó el canoso con seriedad.
—Si algo llegase a pasar con mi familia, tienes mi palabra de que te daré otros nietos —se alzó de hombros—, ya congelé mi esperma para asegurar más descendencia de la familia De León, pero mientras Ale y Alex estén a mi lado, no habrá nadie más que tome su lugar —le dedicó una mirada molesta a su padre—, espero que no sea un problema para ti.
—Si ya tomaste precauciones, no tengo problema —Federico se alzó de hombros.
—Ahora, lo más importante, es asegurar el bienestar de mi esposo y nuestro cachorro —sentenció con seguridad y se colocó tras la silla de su padre, empujándola para llevarlo hacia el jardín—, así que pensé en aumentar a nuestros guardaespaldas, ¿qué piensas?
—Haz lo que creas necesario para proteger a nuestra familia —el anciano respiró profundamente—. Te lo dije alguna vez… Miente, amenaza, lastima, intimida, mata si es necesario, todo es permitido, si es por el bienestar de las personas que amamos.
—Lo tendré en mente…
Ambos guardaron silencio, al acercarse a Ale, quien, al verlos, le habló con cariño a su hijo.
—Mira, mi amor, ahí vienen papá y el abuelo.
—A ver, ¡quiero sostener a mi nieto! —Federico estiró los brazos, esperando a que le entregaran al bebé.
Beatriz sujetó al bebé y lo llevó hasta el anciano, quien se desvivía por ese pequeño ser, haciendo que se comportara como ninguno de sus trabajadores imaginaba que podía actuar. Por su parte, Diego fue hasta su esposo, se inclinó y besó la frente.
—¿Cómo te sientes?
—Bien, pero aun no me dejan caminar —acusó, ya que seguía usando la silla de ruedas para salir al enorme jardín.
—En un mes más, podrás caminar fuera de la mansión —sonrió el rubio.
—Eso espero…
—Te lo aseguro —Diego se acuclillo a su lado—, especialmente porque quiero llevarte a un lugar especial, fuera del estado.
—¿A dónde iremos? —preguntó el menor con curiosidad.
—Veamos… Iremos al parque nacional, dónde también hay una feria, con la rueda de la fortuna más grande del país, recorreremos la orilla del mar, también iremos al cine y haremos todo lo que hacen las parejas normales.
Ale se sorprendió— ¿cómo…?
—Teresa me dijo que eso deseabas hace mucho tiempo y preparé el viaje —besó la mano de su esposo—, pero tenemos que esperar a que te recuperes de la operación.
—¡¿Y Alex?!
—Yo voy a cuidarlo —Federico sonrió ampliamente—. Mi nieto estará bien con su abuelo, te lo aseguro.
—Pero… —Ale los miró con nervios—. ¿Crees que está bien? Aún es un bebé.
—Tranquilo —Diego sonrió—, nos iremos por un fin de semana nada más —le guiñó un ojo—, nuestro cachorro ni siquiera notará nuestra ausencia, te lo aseguro.
—Además, necesitan un momento de pareja —insistió el anciano—, así que no te preocupes, cariño, Alex y yo, estaremos bien unos cuantos días.
Ale titubeó, pero al ver que su esposo y suegro estaban seguros, sonrió y accedió— está bien, si solo será un fin de semana, no me opondré…
Realmente, él también quería pasar un tiempo con su esposo y si con ello, podían volver a intimar, estaba dispuesto a alejarse unos días de su hijo, aunque sabía que lo iba a extrañar, pero cuando volviera a su lado, lo llenaría de amor, aún más de lo que ya lo hacía.
Y de este capítulo viene el título de la historia.
Cómo verán, esa promesa que Diego le hizo a Ale, es un tanto... Complicada, por así decirlo.
Diego prometió que a Alex no le pasaría nada malo, crecería y sería feliz con su pareja y formara una familia, para que no estuviera solito, pero al meterse mucho en esa promesa, Diego se olvidó, al menos en el universo original, que debía dejar que Alex decidiera qué lo hacía feliz, es por ello que al creer saber que era lo mejor para Alex, fue que se empeñó en que no estuviera con Erick.
Es como cuando Marlin promete que no le va a pasar nada a Nemo y por eso no lo deja hacer nada, peligroso; en el universo original, Diego si deja a Alex que haga cosas peligrosas, pero con mucha seguridad, más lo de una relación homo, no es algo que aceptaría, ya que eso no permitiría que formara una familia de verdad, según él XD.
Pero en este universo, Erick es un ser que puede darle una familia a Alex sin problemas, así que Diego no se iba a oponer en lo más mínimo a esa relación.
Cabe destacar que en Oscuridad, Diego le dice a Alex, que por qué no le dijo que pensaba tener hijos con Erick, pues, de haberlo sabido, no se hubiera opuesto a su relación, pero bueno, ellos no tenían tan buena relación, ni comunicación, como en este universo.
Cómo verán, esa promesa que Diego le hizo a Ale, es un tanto... Complicada, por así decirlo.
Diego prometió que a Alex no le pasaría nada malo, crecería y sería feliz con su pareja y formara una familia, para que no estuviera solito, pero al meterse mucho en esa promesa, Diego se olvidó, al menos en el universo original, que debía dejar que Alex decidiera qué lo hacía feliz, es por ello que al creer saber que era lo mejor para Alex, fue que se empeñó en que no estuviera con Erick.
Es como cuando Marlin promete que no le va a pasar nada a Nemo y por eso no lo deja hacer nada, peligroso; en el universo original, Diego si deja a Alex que haga cosas peligrosas, pero con mucha seguridad, más lo de una relación homo, no es algo que aceptaría, ya que eso no permitiría que formara una familia de verdad, según él XD.
Pero en este universo, Erick es un ser que puede darle una familia a Alex sin problemas, así que Diego no se iba a oponer en lo más mínimo a esa relación.
Cabe destacar que en Oscuridad, Diego le dice a Alex, que por qué no le dijo que pensaba tener hijos con Erick, pues, de haberlo sabido, no se hubiera opuesto a su relación, pero bueno, ellos no tenían tan buena relación, ni comunicación, como en este universo.
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