Capítulo IX
Pese a que Federico había despedido al arquitecto, Diego lo volvió a contratar, pero solo para que remodelara la mansión y los jardines. Sabía que eso tomaría algo de tiempo, pero no le preocupaba que en su hogar estuvieran trabajando, porque sabía que Ale no estaría ahí en poco tiempo.
Había decidido que era momento de ir a vivir temporalmente en la ciudad, por lo que llevó a Ale a la nueva casa que había comprado, para estar cerca del hospital cuando llegara el momento de que naciera el bebé.
La residencia era grande y lujosa, aunque no tanto como la mansión principal, pero eso ayudaba a mantener la seguridad mucho más controlada.
Debido a que ya no podía delegar muchas de sus responsabilidades, el rubio decidió trabajar desde casa, para no dejar a Ale solo y diariamente se comunicaba con Federico, quien, pese a querer estar cerca de su hijo y yerno, no quería dejar la mansión.
Teresa también se encargaba de atender a Ale, pese a que su trabajo principal era ser la asistente de Diego; ella sabía perfectamente que no había nada más importante para su jefe, que su esposo, por lo que no tenía objeción de cuidar del adolescente.
En medio de cuidado, amor y muchos preparativos, llegó el día del alumbramiento.
La madrugada del 27 de marzo, Ale despertó con un dolor en el vientre bajo.
—Ah…
El débil quejido apenas se escuchó, pero Diego reaccionó de inmediato.
—¿Qué sucede, mi amor? —preguntó aun medio adormilado, encendiendo la lamparita del buró.
—Creo que el bebé… —un dolor punzante lo hizo gemir una vez más, pero más audiblemente.
—¡Ya es hora!
Diego no lo dudó.
Se puso de pie inmediatamente y de camino al guardarropa, se colocó el complemento de su pijama; con rapidez, sacó un par de maletas que ya tenía preparadas con antelación y corrió nuevamente al buró, tomando el teléfono, llamando a uno de sus trabajadores.
—Debemos ir al hospital, ¡muévanse! —ordenó, antes de colgar—. Ven, mi amor —cambió su tono de voz y se acercó al lado de la cama dónde Ale estaba intentando incorporarse—, te ayudaré.
El menor estiró la mano para sujetar el brazo de su esposo, pero hizo un gesto de dolor y pasó la otra mano por debajo de su vientre inflamado.
—¿Duele mucho? —preguntó el rubio con nervios.
—Un poco —Ale intentó forzar una sonrisa, pero un nuevo dolor consiguió que gimiera—. Creo… Creo que son… Contracciones —anunció con debilidad.
—¿Tan seguidas? —Diego frunció el ceño.
Según el médico, antes del parto, las contracciones serían espaciadas, mientras iniciaba la dilatación del útero para el alumbramiento.
—No estoy… Seguro —el castaño apretó los músculos de su quijada, realmente nunca había experimentado ese dolor y no sabía si era normal o no.
—Está bien, te cargaré.
Sin permitir que Ale objetara, Diego lo sujetó en brazos y apresuró el paso a la salida de la habitación; apenas salió de la recamara, un par de sus trabajadores llegaron hasta él.
—Está todo listo para ir al hospital —anunció Vicente.
—Samuel ya encendió el vehículo principal —señaló Bautista con rapidez, moviéndose para agarrar las maletas y ayudar a su jefe.
—Hay que irnos rápido —ordenó el ojiverde, especialmente al notar el gesto compungido de su esposo.
Con rapidez, todos bajaron las escaleras; Diego llevó a Ale al vehículo y lo recostó en el asiento trasero, para que estuviera más cómodo, mientras él tomaba el asiento de copiloto, al lado de Samuel. Vicente, Bautista y los demás, los siguieron en otros vehículos; aunque el hospital no estaba a más de diez minutos de esa casa, no querían que hubiera ningún inconveniente en el trayecto.
—La señorita Galván, dijo que lo alcanzaría en el hospital —mencionó Samuel con rapidez—, dijo que pediría que reservaran un piso completo en el edificio y le avisaría al señor Federico —señaló con seriedad.
—Bien —Diego se movió y estiró la mano hasta Ale—. ¿Cómo te sientes, mi vida? —preguntó con voz ronca, pese a que intentaba controlar su ansiedad.
—No sé —los ojos aceitunados buscaron el rostro de su esposo—. No sé cómo debo sentirme —sonrió nervioso y luego apretó los parpados, llevando la mano libre a su vientre—, pero creo que el bebé no quiere esperar mucho para conocernos…
—No te preocupes, todo va a estar bien —el rubio ejerció presión en la delicada mano que sostenía, sin saber qué hacer.
Pese a que había hablado con el médico de Ale, así como con otros especialistas e incluso con su padre, para saber cómo actuar en el momento del alumbramiento, era la primera vez que no sabía qué era lo que debía hacer o decir; estaba consciente que no comprendería jamás lo que su amado esposo estaba pasando en realidad, pero solo podía mantenerse a su lado para brindarle palabras de apoyo.
Había decidido que era momento de ir a vivir temporalmente en la ciudad, por lo que llevó a Ale a la nueva casa que había comprado, para estar cerca del hospital cuando llegara el momento de que naciera el bebé.
La residencia era grande y lujosa, aunque no tanto como la mansión principal, pero eso ayudaba a mantener la seguridad mucho más controlada.
Debido a que ya no podía delegar muchas de sus responsabilidades, el rubio decidió trabajar desde casa, para no dejar a Ale solo y diariamente se comunicaba con Federico, quien, pese a querer estar cerca de su hijo y yerno, no quería dejar la mansión.
Teresa también se encargaba de atender a Ale, pese a que su trabajo principal era ser la asistente de Diego; ella sabía perfectamente que no había nada más importante para su jefe, que su esposo, por lo que no tenía objeción de cuidar del adolescente.
En medio de cuidado, amor y muchos preparativos, llegó el día del alumbramiento.
La madrugada del 27 de marzo, Ale despertó con un dolor en el vientre bajo.
—Ah…
El débil quejido apenas se escuchó, pero Diego reaccionó de inmediato.
—¿Qué sucede, mi amor? —preguntó aun medio adormilado, encendiendo la lamparita del buró.
—Creo que el bebé… —un dolor punzante lo hizo gemir una vez más, pero más audiblemente.
—¡Ya es hora!
Diego no lo dudó.
Se puso de pie inmediatamente y de camino al guardarropa, se colocó el complemento de su pijama; con rapidez, sacó un par de maletas que ya tenía preparadas con antelación y corrió nuevamente al buró, tomando el teléfono, llamando a uno de sus trabajadores.
—Debemos ir al hospital, ¡muévanse! —ordenó, antes de colgar—. Ven, mi amor —cambió su tono de voz y se acercó al lado de la cama dónde Ale estaba intentando incorporarse—, te ayudaré.
El menor estiró la mano para sujetar el brazo de su esposo, pero hizo un gesto de dolor y pasó la otra mano por debajo de su vientre inflamado.
—¿Duele mucho? —preguntó el rubio con nervios.
—Un poco —Ale intentó forzar una sonrisa, pero un nuevo dolor consiguió que gimiera—. Creo… Creo que son… Contracciones —anunció con debilidad.
—¿Tan seguidas? —Diego frunció el ceño.
Según el médico, antes del parto, las contracciones serían espaciadas, mientras iniciaba la dilatación del útero para el alumbramiento.
—No estoy… Seguro —el castaño apretó los músculos de su quijada, realmente nunca había experimentado ese dolor y no sabía si era normal o no.
—Está bien, te cargaré.
Sin permitir que Ale objetara, Diego lo sujetó en brazos y apresuró el paso a la salida de la habitación; apenas salió de la recamara, un par de sus trabajadores llegaron hasta él.
—Está todo listo para ir al hospital —anunció Vicente.
—Samuel ya encendió el vehículo principal —señaló Bautista con rapidez, moviéndose para agarrar las maletas y ayudar a su jefe.
—Hay que irnos rápido —ordenó el ojiverde, especialmente al notar el gesto compungido de su esposo.
Con rapidez, todos bajaron las escaleras; Diego llevó a Ale al vehículo y lo recostó en el asiento trasero, para que estuviera más cómodo, mientras él tomaba el asiento de copiloto, al lado de Samuel. Vicente, Bautista y los demás, los siguieron en otros vehículos; aunque el hospital no estaba a más de diez minutos de esa casa, no querían que hubiera ningún inconveniente en el trayecto.
—La señorita Galván, dijo que lo alcanzaría en el hospital —mencionó Samuel con rapidez—, dijo que pediría que reservaran un piso completo en el edificio y le avisaría al señor Federico —señaló con seriedad.
—Bien —Diego se movió y estiró la mano hasta Ale—. ¿Cómo te sientes, mi vida? —preguntó con voz ronca, pese a que intentaba controlar su ansiedad.
—No sé —los ojos aceitunados buscaron el rostro de su esposo—. No sé cómo debo sentirme —sonrió nervioso y luego apretó los parpados, llevando la mano libre a su vientre—, pero creo que el bebé no quiere esperar mucho para conocernos…
—No te preocupes, todo va a estar bien —el rubio ejerció presión en la delicada mano que sostenía, sin saber qué hacer.
Pese a que había hablado con el médico de Ale, así como con otros especialistas e incluso con su padre, para saber cómo actuar en el momento del alumbramiento, era la primera vez que no sabía qué era lo que debía hacer o decir; estaba consciente que no comprendería jamás lo que su amado esposo estaba pasando en realidad, pero solo podía mantenerse a su lado para brindarle palabras de apoyo.
En menos de diez minutos, llegaron al hospital.
En urgencias ya lo esperaban e incluso, lo pasaron directamente a un área de maternidad individual, para que estuviera seguro y varias enfermeras lo cambiaron y acomodaron en una cama especial.
—Buen día, señor De León —saludó un médico—, yo soy Hugo Barrón, el médico obstetra de guardia —le sonrió con amabilidad—, ya llamamos a su médico personal, el doctor Núñez y está en camino para estar presente en el alumbramiento —explicó—, pero tengo que revisar el proceso de parto, para verificar que todo esté bien, ¿de acuerdo?
Ale pasó saliva y busco el rostro de Diego, que se mantenía a su lado; no conocía al médico que estaba ahí y hubiese preferido que Sinuhé lo atendiera desde el principio, debido a la confianza que le tenía. El rubio notó el nerviosismo de su esposo, le sonrió y besó el dorso de la mano.
—Está bien, tienes mi palabra que todos los médicos que estarán atendiéndote son de confianza —señaló el mayor.
Sabía perfectamente que nada malo le pasaría a Ale; desde lo ocurrido con Camilo, él y el doctor Orozco tuvieron una plática muy intensa con todo su personal, con respecto a su familia y todos estaban conscientes que, si algo sucedía, no solo lo pagarían con sus vidas, sino que todos sus seres queridos también iban a salir perjudicados, por lo que nadie se iba a arriesgar a hacerle daño a Ale.
—Sí —asintió el castaño.
Hugo asintió, tomó unos guantes y con toda profesionalidad, se acercó a revisar la entrepierna del menor; tocó con mucho cuidado y sonrió al apartarse.
—Todo está bien para que sea un parto natural —dijo con confianza—, la prolapzación del canal vaginal ya casi ha llegado a su máximo punto y pronto, la dilatación será la adecuada —explicó—, es posible que en menos de una hora estemos recibiendo al nuevo integrante de su familia, así que, no desespere, ¿de acuerdo? —preguntó mirando a Ale con seriedad, mientras se quitaba los guantes—. Si tiene dolor, es normal, pero aún no es momento de poner la anestesia epidural, aunque si me dice que no soporta el dolor, podemos ponerla antes.
—Gracias…
—Señor De León —Hugo se acercó a Diego—, empezaremos a preparar la sala para el parto, puede quedarse con su esposo mientras tanto y en cuanto llegue el doctor Núñez, él dará la indicación para ingresar al paciente y que usted se prepare para acompañarlo —explicó—, con respecto al pediatra, también está de camino el médico que solicitó.
—Espero que no tarde mucho —el rubio estaba preocupado, debido al gesto dolorido de Ale.
—Máximo, veinte minutos —sonrió el doctor—, no desespere, todo estará bien…
El médico se apartó de la pareja, dando indicaciones a las enfermeras, mientras Diego sujetaba la mano de Ale con suavidad.
—¿Escuchaste? —sonrió—. Esto no va a durar mucho —acarició el vientre con delicadeza—, solo tienes que aguantar un poco más, ¿puedes hacerlo?
—Creo que sí —una nueva punzada hizo que Ale gimiera y sus ojos se humedecieran, mientras apretaba la mano de su esposo con toda la fuerza que tenía.
El rubio se inclinó y besó la mejilla, dónde una lágrima resbaló.
—En la tarde, tendremos a nuestro cachorro y ya no recordarás nada de este momento —dijo con seguridad—, toda la incomodidad y el dolor, desaparecerán y no volverás a sentirte así.
Ale forzó una sonrisa, le causaba ternura cuando Diego le decía ‘cachorro’ a su hijo.
—La verdad, yo espero volver a sentir esto después —dijo el castaño con voz ansiosa.
—¿Lo dices por nuestro equipo de basquetbol? —se burló el mayor.
Ale sonrió, pero una contracción lo hizo poner un gesto de dolor por un momento.
—Si es muy doloroso, no tienes que volver a pasar por esto —el rubio le besó la mano—, no te preocupes.
—Es el primero —Ale respiró agitado—. El doctor Núñez me explicó que el primero siempre es el más difícil…
—¿De verdad? —el ojiverde acarició la mejilla.
—Sí —asintió y ahogó un gemido antes de seguir hablando—. Así que, con los otros, tal vez no duela tanto —fijó sus ojos aceitunados en el rostro de su pareja—. Darle más hermanitos a nuestro primogénito, ¿no te hace ilusión?
—Me hace ilusión tener hijos contigo, Ale —la voz de Diego sonó segura—, solo contigo —aseguró.
El castaño sonrió y luego cerró sus parpados, tratando de aguantar el dolor, que parecía calmarse por momentos, pero luego volvía más intenso. Diego sabía que debía entretener a Ale, para que evitara pensar en el dolor, por lo que de inmediato, comenzó a hablarle de algo que le gustaría.
—Aún no hemos pensado en el nombre de nuestro cachorro —sonrió el rubio.
—No sabemos su género —Ale pasó saliva.
Ambos sabían que iba a ser varón, pero no sabían si sería Alfa, Beta u Omega, hasta que se le hiciera la prueba de género, después de nacer.
—Sí, pero, aun así, deberíamos pensar en posibles nombres para cualquier caso —Diego movió la mano y quito un mechón castaño que se había pegado a la frente de su esposo—, no quisiste hablar de ello antes —parecía un reproche, pero realmente el tono era suave, para que Ale no se sintiera mal.
—Es que… Siento que, solo al verlo y saber su género, sabremos cómo llamarlo —el menor sonrió débilmente—, no debemos ponerle un nombre, sin saber si le va a gustar o no…
—No es cómo que nos pudiera decir, a viva voz, si le gusta o no, ¿no lo crees, vida mía? —preguntó el ojiverde con burla.
Ale quiso reír, pero una nueva contracción lo hizo gemir.
—¡Buen día! —Sinuhé ingresó a la habitación, colocándose la bata y seguido por dos enfermeras—. ¿Cómo va nuestro pacientito?
—Hola, doctor Nú… —Ale no pudo terminar la frase.
—¡Uy! —el médico caminó hasta el castaño—. ¿Tienes mucho dolor, cariño? —preguntó revisando las notas del otro médico.
—Un poco…
—¿Eso es normal? —Diego miró con ansiedad al recién llegado.
—Ale es un Omega en su primer embarazo —anunció—, además, aún es muy joven —lo miró con seriedad, ya había hablado con él a solas y lo había reprendido por haber sido tan descuidado de embarazar a Ale tan rápido—, por eso, es posible que, por el miedo, esté sintiendo más dolor —explicó—, pero no se preocupe, en poco tiempo, lo anestesiaremos.
Diego tensó los músculos, pero no dijo nada.
—El pediatra que recibirá al bebé, ya llegó al hospital —sonrió—, solo hay que esperar a que estés listo, por eso, debo revisarte, ¿me permites?
Ale asintió y con sumisión, permitió que el doctor Núñez lo revisara.
Momentos después, Sinuhé se quitó los guantes y se incorporó— te anestesiaremos y pasaremos a la sala de partos —anunció—, ya hay humedad, por lo que es obvio que la fuente se rompió y el bebé no tarda en nacer.
—¡¿Tan pronto?! —Ale se asustó.
El menor había leído mucho sobre los partos, tanto de mujeres cómo de Omegas y sabía que a veces tardaban muchas horas en trabajo de parto, desde que iniciaba la primera contracción.
—Tranquilo, bebé —Sinuhé le dio palmaditas en la pierna—, es mejor que esto pase rápido —le sonrió cómplice—. Entre menos tiempo, menos dolor, te lo aseguro.
—Pero… Todo está bien, ¿verdad? —el labio inferior de Ale tembló.
—Todo está bien —Sinuhé asintió—. Ahora, permite que te preparen y que tu esposo vaya a cambiarse, para que pueda acompañarte en la sala de partos —sonrió—, no puede entrar en pijama.
El médico dio otras indicaciones a las enfermeras, mientras Diego se despedía de su pareja, para apresurarse a ponerse la ropa adecuada e ingresar a acompañar a su esposo.
En urgencias ya lo esperaban e incluso, lo pasaron directamente a un área de maternidad individual, para que estuviera seguro y varias enfermeras lo cambiaron y acomodaron en una cama especial.
—Buen día, señor De León —saludó un médico—, yo soy Hugo Barrón, el médico obstetra de guardia —le sonrió con amabilidad—, ya llamamos a su médico personal, el doctor Núñez y está en camino para estar presente en el alumbramiento —explicó—, pero tengo que revisar el proceso de parto, para verificar que todo esté bien, ¿de acuerdo?
Ale pasó saliva y busco el rostro de Diego, que se mantenía a su lado; no conocía al médico que estaba ahí y hubiese preferido que Sinuhé lo atendiera desde el principio, debido a la confianza que le tenía. El rubio notó el nerviosismo de su esposo, le sonrió y besó el dorso de la mano.
—Está bien, tienes mi palabra que todos los médicos que estarán atendiéndote son de confianza —señaló el mayor.
Sabía perfectamente que nada malo le pasaría a Ale; desde lo ocurrido con Camilo, él y el doctor Orozco tuvieron una plática muy intensa con todo su personal, con respecto a su familia y todos estaban conscientes que, si algo sucedía, no solo lo pagarían con sus vidas, sino que todos sus seres queridos también iban a salir perjudicados, por lo que nadie se iba a arriesgar a hacerle daño a Ale.
—Sí —asintió el castaño.
Hugo asintió, tomó unos guantes y con toda profesionalidad, se acercó a revisar la entrepierna del menor; tocó con mucho cuidado y sonrió al apartarse.
—Todo está bien para que sea un parto natural —dijo con confianza—, la prolapzación del canal vaginal ya casi ha llegado a su máximo punto y pronto, la dilatación será la adecuada —explicó—, es posible que en menos de una hora estemos recibiendo al nuevo integrante de su familia, así que, no desespere, ¿de acuerdo? —preguntó mirando a Ale con seriedad, mientras se quitaba los guantes—. Si tiene dolor, es normal, pero aún no es momento de poner la anestesia epidural, aunque si me dice que no soporta el dolor, podemos ponerla antes.
—Gracias…
—Señor De León —Hugo se acercó a Diego—, empezaremos a preparar la sala para el parto, puede quedarse con su esposo mientras tanto y en cuanto llegue el doctor Núñez, él dará la indicación para ingresar al paciente y que usted se prepare para acompañarlo —explicó—, con respecto al pediatra, también está de camino el médico que solicitó.
—Espero que no tarde mucho —el rubio estaba preocupado, debido al gesto dolorido de Ale.
—Máximo, veinte minutos —sonrió el doctor—, no desespere, todo estará bien…
El médico se apartó de la pareja, dando indicaciones a las enfermeras, mientras Diego sujetaba la mano de Ale con suavidad.
—¿Escuchaste? —sonrió—. Esto no va a durar mucho —acarició el vientre con delicadeza—, solo tienes que aguantar un poco más, ¿puedes hacerlo?
—Creo que sí —una nueva punzada hizo que Ale gimiera y sus ojos se humedecieran, mientras apretaba la mano de su esposo con toda la fuerza que tenía.
El rubio se inclinó y besó la mejilla, dónde una lágrima resbaló.
—En la tarde, tendremos a nuestro cachorro y ya no recordarás nada de este momento —dijo con seguridad—, toda la incomodidad y el dolor, desaparecerán y no volverás a sentirte así.
Ale forzó una sonrisa, le causaba ternura cuando Diego le decía ‘cachorro’ a su hijo.
—La verdad, yo espero volver a sentir esto después —dijo el castaño con voz ansiosa.
—¿Lo dices por nuestro equipo de basquetbol? —se burló el mayor.
Ale sonrió, pero una contracción lo hizo poner un gesto de dolor por un momento.
—Si es muy doloroso, no tienes que volver a pasar por esto —el rubio le besó la mano—, no te preocupes.
—Es el primero —Ale respiró agitado—. El doctor Núñez me explicó que el primero siempre es el más difícil…
—¿De verdad? —el ojiverde acarició la mejilla.
—Sí —asintió y ahogó un gemido antes de seguir hablando—. Así que, con los otros, tal vez no duela tanto —fijó sus ojos aceitunados en el rostro de su pareja—. Darle más hermanitos a nuestro primogénito, ¿no te hace ilusión?
—Me hace ilusión tener hijos contigo, Ale —la voz de Diego sonó segura—, solo contigo —aseguró.
El castaño sonrió y luego cerró sus parpados, tratando de aguantar el dolor, que parecía calmarse por momentos, pero luego volvía más intenso. Diego sabía que debía entretener a Ale, para que evitara pensar en el dolor, por lo que de inmediato, comenzó a hablarle de algo que le gustaría.
—Aún no hemos pensado en el nombre de nuestro cachorro —sonrió el rubio.
—No sabemos su género —Ale pasó saliva.
Ambos sabían que iba a ser varón, pero no sabían si sería Alfa, Beta u Omega, hasta que se le hiciera la prueba de género, después de nacer.
—Sí, pero, aun así, deberíamos pensar en posibles nombres para cualquier caso —Diego movió la mano y quito un mechón castaño que se había pegado a la frente de su esposo—, no quisiste hablar de ello antes —parecía un reproche, pero realmente el tono era suave, para que Ale no se sintiera mal.
—Es que… Siento que, solo al verlo y saber su género, sabremos cómo llamarlo —el menor sonrió débilmente—, no debemos ponerle un nombre, sin saber si le va a gustar o no…
—No es cómo que nos pudiera decir, a viva voz, si le gusta o no, ¿no lo crees, vida mía? —preguntó el ojiverde con burla.
Ale quiso reír, pero una nueva contracción lo hizo gemir.
—¡Buen día! —Sinuhé ingresó a la habitación, colocándose la bata y seguido por dos enfermeras—. ¿Cómo va nuestro pacientito?
—Hola, doctor Nú… —Ale no pudo terminar la frase.
—¡Uy! —el médico caminó hasta el castaño—. ¿Tienes mucho dolor, cariño? —preguntó revisando las notas del otro médico.
—Un poco…
—¿Eso es normal? —Diego miró con ansiedad al recién llegado.
—Ale es un Omega en su primer embarazo —anunció—, además, aún es muy joven —lo miró con seriedad, ya había hablado con él a solas y lo había reprendido por haber sido tan descuidado de embarazar a Ale tan rápido—, por eso, es posible que, por el miedo, esté sintiendo más dolor —explicó—, pero no se preocupe, en poco tiempo, lo anestesiaremos.
Diego tensó los músculos, pero no dijo nada.
—El pediatra que recibirá al bebé, ya llegó al hospital —sonrió—, solo hay que esperar a que estés listo, por eso, debo revisarte, ¿me permites?
Ale asintió y con sumisión, permitió que el doctor Núñez lo revisara.
Momentos después, Sinuhé se quitó los guantes y se incorporó— te anestesiaremos y pasaremos a la sala de partos —anunció—, ya hay humedad, por lo que es obvio que la fuente se rompió y el bebé no tarda en nacer.
—¡¿Tan pronto?! —Ale se asustó.
El menor había leído mucho sobre los partos, tanto de mujeres cómo de Omegas y sabía que a veces tardaban muchas horas en trabajo de parto, desde que iniciaba la primera contracción.
—Tranquilo, bebé —Sinuhé le dio palmaditas en la pierna—, es mejor que esto pase rápido —le sonrió cómplice—. Entre menos tiempo, menos dolor, te lo aseguro.
—Pero… Todo está bien, ¿verdad? —el labio inferior de Ale tembló.
—Todo está bien —Sinuhé asintió—. Ahora, permite que te preparen y que tu esposo vaya a cambiarse, para que pueda acompañarte en la sala de partos —sonrió—, no puede entrar en pijama.
El médico dio otras indicaciones a las enfermeras, mientras Diego se despedía de su pareja, para apresurarse a ponerse la ropa adecuada e ingresar a acompañar a su esposo.
En la sala de parto, Ale estaba inquieto, pero gracias a que Diego se encontraba a su lado, se mantenía fuerte y optimista; el rubio lo sujetaba de la mano y le acompañaba, mientras el doctor le daba indicaciones de cuando respirar y pujar.
El monitoreo de los signos del castaño, mostraban que todo estaba dentro de lo normal, pero el bebé estaba tardando más de lo previsto en nacer.
—¿Duele mucho? —preguntó el ojiverde, después de que Ale apresara su mano con más fuerza de lo que había hecho con anterioridad.
Ale asintió en medio de un grito.
—Ya casi, cariño —Sinuhé estaba entre las piernas del castaño—, solo un poco más, debes esforzarte un poco más —pidió con voz calmada, tratando de darle seguridad al menor.
Varios minutos después, el llanto del bebé se escuchó y Ale sintió que desfallecería, después de haber hecho tanto esfuerzo.
—¡Ya está, mi vida! —Diego besó la mano de su esposo—. Ya nació —sonrió.
Ale intentó sonreír, pero sus ojos se cerraron y de inmediato, el sonido insistente de los monitores de sus signos, comenzaron a sonar con fuerza.
—¡¿Ale?! —Diego se asustó.
—¡Sáquenlo de aquí! —ordenó Sinuhé y otro médico se acercó a Diego, pidiéndole que saliera de la sala.
—¡No! —el rubio se negó—. ¡No me iré hasta que Ale esté bien! —sin pensar, sus feromonas comenzaron a liberarse y varios de los presentes dieron un paso hacia atrás.
Sinuhé se cubrió la nariz y trató de hacerlo entrar en razón— ¡Ale no se encuentra bien! —dijo con seriedad—. Tenemos que revisarlo para atenderlo correctamente y con usted aquí, ¡no es posible! —señaló—. Al usar sus feromonas, no nos dejará trabajar, ¡entienda!
Diego miró a los presentes; las enfermeras, pese a no percibir las feromonas, estaban temblando y los demás médicos que podían percibirlas, estaban aguantando las ganas de salir huyendo.
—Vaya con el pediatra, mientras nosotros nos encargamos de su esposo —pidió el médico con toda la calma que podía en ese momento.
Diego miró a Ale y la manera en que los monitores seguían sonando; deseaba quedarse al lado del castaño, pero su presencia solo lo pondría en riesgo, así que apresuró el paso para salir de la sala, permitiendo que los médicos hicieran su trabajo.
Una enfermera guio al rubio hasta la zona donde el pediatra revisaba a su hijo y cuando llegó, la mujer se acercó al doctor, diciéndole a grandes rasgos lo que ocurría en la sala de parto. Diego respiró profundamente para calmar sus feromonas; no sabía qué género era su hijo y no quería alterarlo.
—En una hora, tendremos los resultados del examen de género —comentó el pediatra—, por el momento, le puedo decir que, aunque faltan algunas revisiones, su hijo está sano —sentenció—, ¿quiere cargarlo?
Diego sonrió tenuemente— por supuesto…
El médico envolvió al bebé en una manta y se lo entregó al padre con cuidado, mostrándole la manera correcta de cargarlo.
—Pronto, el bebé deberá tomar su primer alimento —sonrió el médico—, esperemos que la madre esté lista para ello.
Diego guardó silencio; no sabía qué iba a pasar después de lo que había visto en la sala de parto, por eso estaba sumamente nervioso.
—¿Ya tiene un nombre para su hijo? —preguntó la enfermera que apoyaba al pediatra.
—No —negó—, mi esposo quería ponerle nombre, hasta saber su género —respondió cómo autómata, mientras acariciaba una mejilla del bebé.
—Comprendo —asintió la joven—, por el momento, la pulsera de identificación sólo llevará su número de seguro y apellido —señaló—, ¿desea que lo lleve a la cuna reservada, para que espere a su mamá?
—¿Cree que tarde mucho la situación en la sala de parto? —preguntó con rapidez.
La enfermera titubeó y le dedicó una mirada nerviosa al médico, quien respiró profundamente, antes de responder.
—No podemos responder —dijo con seriedad—. Debe esperar a que el doctor Núñez, le de los detalles de lo que ocurre con su esposo.
Diego sintió una opresión en su pecho, no sabía qué era lo que sentía en ese momento, solo quería que le dijeran que Ale estaba bien y que podían regresar a su hogar, junto con su hijo.
—Llévelo a la cuna —dijo ofreciéndole el bebé a la enfermera— y avísele a mi padre para que él esté al pendiente de mi hijo —ordenó—, yo me quedaré a esperar a mi esposo.
El monitoreo de los signos del castaño, mostraban que todo estaba dentro de lo normal, pero el bebé estaba tardando más de lo previsto en nacer.
—¿Duele mucho? —preguntó el ojiverde, después de que Ale apresara su mano con más fuerza de lo que había hecho con anterioridad.
Ale asintió en medio de un grito.
—Ya casi, cariño —Sinuhé estaba entre las piernas del castaño—, solo un poco más, debes esforzarte un poco más —pidió con voz calmada, tratando de darle seguridad al menor.
Varios minutos después, el llanto del bebé se escuchó y Ale sintió que desfallecería, después de haber hecho tanto esfuerzo.
—¡Ya está, mi vida! —Diego besó la mano de su esposo—. Ya nació —sonrió.
Ale intentó sonreír, pero sus ojos se cerraron y de inmediato, el sonido insistente de los monitores de sus signos, comenzaron a sonar con fuerza.
—¡¿Ale?! —Diego se asustó.
—¡Sáquenlo de aquí! —ordenó Sinuhé y otro médico se acercó a Diego, pidiéndole que saliera de la sala.
—¡No! —el rubio se negó—. ¡No me iré hasta que Ale esté bien! —sin pensar, sus feromonas comenzaron a liberarse y varios de los presentes dieron un paso hacia atrás.
Sinuhé se cubrió la nariz y trató de hacerlo entrar en razón— ¡Ale no se encuentra bien! —dijo con seriedad—. Tenemos que revisarlo para atenderlo correctamente y con usted aquí, ¡no es posible! —señaló—. Al usar sus feromonas, no nos dejará trabajar, ¡entienda!
Diego miró a los presentes; las enfermeras, pese a no percibir las feromonas, estaban temblando y los demás médicos que podían percibirlas, estaban aguantando las ganas de salir huyendo.
—Vaya con el pediatra, mientras nosotros nos encargamos de su esposo —pidió el médico con toda la calma que podía en ese momento.
Diego miró a Ale y la manera en que los monitores seguían sonando; deseaba quedarse al lado del castaño, pero su presencia solo lo pondría en riesgo, así que apresuró el paso para salir de la sala, permitiendo que los médicos hicieran su trabajo.
Una enfermera guio al rubio hasta la zona donde el pediatra revisaba a su hijo y cuando llegó, la mujer se acercó al doctor, diciéndole a grandes rasgos lo que ocurría en la sala de parto. Diego respiró profundamente para calmar sus feromonas; no sabía qué género era su hijo y no quería alterarlo.
—En una hora, tendremos los resultados del examen de género —comentó el pediatra—, por el momento, le puedo decir que, aunque faltan algunas revisiones, su hijo está sano —sentenció—, ¿quiere cargarlo?
Diego sonrió tenuemente— por supuesto…
El médico envolvió al bebé en una manta y se lo entregó al padre con cuidado, mostrándole la manera correcta de cargarlo.
—Pronto, el bebé deberá tomar su primer alimento —sonrió el médico—, esperemos que la madre esté lista para ello.
Diego guardó silencio; no sabía qué iba a pasar después de lo que había visto en la sala de parto, por eso estaba sumamente nervioso.
—¿Ya tiene un nombre para su hijo? —preguntó la enfermera que apoyaba al pediatra.
—No —negó—, mi esposo quería ponerle nombre, hasta saber su género —respondió cómo autómata, mientras acariciaba una mejilla del bebé.
—Comprendo —asintió la joven—, por el momento, la pulsera de identificación sólo llevará su número de seguro y apellido —señaló—, ¿desea que lo lleve a la cuna reservada, para que espere a su mamá?
—¿Cree que tarde mucho la situación en la sala de parto? —preguntó con rapidez.
La enfermera titubeó y le dedicó una mirada nerviosa al médico, quien respiró profundamente, antes de responder.
—No podemos responder —dijo con seriedad—. Debe esperar a que el doctor Núñez, le de los detalles de lo que ocurre con su esposo.
Diego sintió una opresión en su pecho, no sabía qué era lo que sentía en ese momento, solo quería que le dijeran que Ale estaba bien y que podían regresar a su hogar, junto con su hijo.
—Llévelo a la cuna —dijo ofreciéndole el bebé a la enfermera— y avísele a mi padre para que él esté al pendiente de mi hijo —ordenó—, yo me quedaré a esperar a mi esposo.
Diego esperaba fuera de la sala de parto y no supo qué tanto tiempo pasó, aunque para él fue una eternidad, hasta que Sinuhé salió a buscarlo.
—Señor De León… —dijo con voz seria.
—¡¿Cómo está Ale?! —preguntó de inmediato, poniéndose de pie.
El médico respiró profundamente— Ale tuvo una hemorragia —dijo con rapidez—, tuvimos que intervenirlo de emergencia, tratando de encontrar lo que estaba causando ese problema y encontramos que tiene atonía uterina…
—¿Qué es eso? —preguntó el rubio, confundido.
Sinuhé tomó una bocanada de aire— la fibra muscular del útero de su esposo, no se contrajo adecuadamente, aún después de retirar la placenta —explicó, tratando de usar palabras que el otro pudiera comprender—, eso hizo que los vasos sanguíneos se rompieran y no dejaran de sangrar, provocando una gran hemorragia, poniendo la vida de Ale en peligro.
—¡¿Qué?! —Diego sintió que el mundo se abría a sus pies y sus feromonas se liberaron de inmediato.
—Hay varias maneras de tratar ese padecimiento, de una manera escalonada, desde la menos contraproducente, hasta la más invasiva —prosiguió el médico, después de dar un paso hacia atrás—, varios de mis colegas me están ayudando a seguir el protocolo, pero si no podemos hacer que su esposo mejore, en el peor de los casos, para evitar su muerte, será necesario realizar una histerectomía.
—¿Histe… qué?
—Señor De León, le pido encarecidamente que calme sus feromonas —Sinuhé pasó saliva con dificultad—, si algo me pasa, habrá aun más problemas para ayudar a su esposo, por favor, apóyeme con esto… —dijo con un tono de súplica.
El rubio apretó los puños y respiró profundamente, tratando de calmarse lo suficiente, para poder controlar sus feromonas alteradas.
Cuando el médico sintió que las feromonas del otro disminuían, siguió hablando.
—Gracias —respiró profundamente—. Para que entienda, una histerectomía, es el proceso quirúrgico de remover el útero.
—¿El útero? ¿Quiere decir que…?
—Así es —Sinuhé asintió—. En caso de llegar a ese punto, su esposo, jamás podrá concebir de nuevo —sentenció—, pero si no hacemos eso, su esposo, Ale —especificó—, fallecerá.
Diego sintió como si le hubiese caído un cubetazo de agua fría. Se quedó inmóvil, como si se hubiera perdido en el tiempo y el espacio; por primera vez, desde que era pequeño, sintió inmensas ganas de llorar, temiendo que perdería al amor de su vida.
—¡Señor De León! —Sinuhé lo llamó en voz alta, al notar que el otro estaba pasmado.
—¿Qué?
—Señor De León —el médico se acercó un par de pasos—, tiene que dar su consentimiento para todo tipo de intervención —señaló—, una histerectomía no es un proceso complicado en realidad, pero dada la condición de su esposo, es posible que siga en riesgo, pese a nuestros esfuerzos, ¿me explico?
—Sálvelo.
Debido a que la voz de Diego fue un murmullo, Sinuhé no entendió muy bien— ¿disculpe?
—No importa lo que tenga qué hacer —el ojiverde habló con más seguridad—, sólo ¡salve a mi esposo!
El médico respiró profundamente y asintió— le prometo que haré todo para salvar a Ale…
Después de esas palabras, el doctor regresó al quirófano.
Cuando el médico desapareció tras la puerta, Diego gritó, liberando de golpe sus feromonas, apretó el puño y golpeó la pared con fuerza, logrando hacer sangrar sus nudillos; se sentía completamente impotente y temeroso de perder a Ale, por lo que no sabía cómo debía actuar.
—Señor De León… —dijo con voz seria.
—¡¿Cómo está Ale?! —preguntó de inmediato, poniéndose de pie.
El médico respiró profundamente— Ale tuvo una hemorragia —dijo con rapidez—, tuvimos que intervenirlo de emergencia, tratando de encontrar lo que estaba causando ese problema y encontramos que tiene atonía uterina…
—¿Qué es eso? —preguntó el rubio, confundido.
Sinuhé tomó una bocanada de aire— la fibra muscular del útero de su esposo, no se contrajo adecuadamente, aún después de retirar la placenta —explicó, tratando de usar palabras que el otro pudiera comprender—, eso hizo que los vasos sanguíneos se rompieran y no dejaran de sangrar, provocando una gran hemorragia, poniendo la vida de Ale en peligro.
—¡¿Qué?! —Diego sintió que el mundo se abría a sus pies y sus feromonas se liberaron de inmediato.
—Hay varias maneras de tratar ese padecimiento, de una manera escalonada, desde la menos contraproducente, hasta la más invasiva —prosiguió el médico, después de dar un paso hacia atrás—, varios de mis colegas me están ayudando a seguir el protocolo, pero si no podemos hacer que su esposo mejore, en el peor de los casos, para evitar su muerte, será necesario realizar una histerectomía.
—¿Histe… qué?
—Señor De León, le pido encarecidamente que calme sus feromonas —Sinuhé pasó saliva con dificultad—, si algo me pasa, habrá aun más problemas para ayudar a su esposo, por favor, apóyeme con esto… —dijo con un tono de súplica.
El rubio apretó los puños y respiró profundamente, tratando de calmarse lo suficiente, para poder controlar sus feromonas alteradas.
Cuando el médico sintió que las feromonas del otro disminuían, siguió hablando.
—Gracias —respiró profundamente—. Para que entienda, una histerectomía, es el proceso quirúrgico de remover el útero.
—¿El útero? ¿Quiere decir que…?
—Así es —Sinuhé asintió—. En caso de llegar a ese punto, su esposo, jamás podrá concebir de nuevo —sentenció—, pero si no hacemos eso, su esposo, Ale —especificó—, fallecerá.
Diego sintió como si le hubiese caído un cubetazo de agua fría. Se quedó inmóvil, como si se hubiera perdido en el tiempo y el espacio; por primera vez, desde que era pequeño, sintió inmensas ganas de llorar, temiendo que perdería al amor de su vida.
—¡Señor De León! —Sinuhé lo llamó en voz alta, al notar que el otro estaba pasmado.
—¿Qué?
—Señor De León —el médico se acercó un par de pasos—, tiene que dar su consentimiento para todo tipo de intervención —señaló—, una histerectomía no es un proceso complicado en realidad, pero dada la condición de su esposo, es posible que siga en riesgo, pese a nuestros esfuerzos, ¿me explico?
—Sálvelo.
Debido a que la voz de Diego fue un murmullo, Sinuhé no entendió muy bien— ¿disculpe?
—No importa lo que tenga qué hacer —el ojiverde habló con más seguridad—, sólo ¡salve a mi esposo!
El médico respiró profundamente y asintió— le prometo que haré todo para salvar a Ale…
Después de esas palabras, el doctor regresó al quirófano.
Cuando el médico desapareció tras la puerta, Diego gritó, liberando de golpe sus feromonas, apretó el puño y golpeó la pared con fuerza, logrando hacer sangrar sus nudillos; se sentía completamente impotente y temeroso de perder a Ale, por lo que no sabía cómo debía actuar.
—¡Hola, pequeño! ¡Soy tu abuelo!
Federico tenía a su nieto en brazos y sonreía como hacía mucho tiempo que había dejado de hacerlo, tratando de causar buena impresión, aunque el bebé estaba dormido.
—¡Es hermoso! —Teresa estaba al lado del canoso, mirando al recién nacido con ilusión—. ¡Hasta me dan ganas de tener uno!
—Es hermoso, porque es un De León —especificó el hombre con orgullo.
—¿Me quiere decir que mis hijos no serán lindos, porque no tendrán sangre de su familia?
—No, solo digo que los tuyos no serán tan bonitos como mis nietos.
—¡Es lo mismo! —la de lentes se cruzó de brazos—. Es usted muy vanidoso —acusó.
Samuel, Vicente y Bautista estaban acompañando a su jefe de cerca, pero en todo ese piso, varios de sus compañeros estaban dispersos y en alerta; aunque el piso había sido completamente reservado para la familia, no podían bajar la guardia.
Cuando la puerta del elevador se abrió, todos miraron hacia el acceso, pero se relajaron al ver que era Diego.
El rubio caminó hasta su padre— me dijeron que pediste que trajeran a mi hijo a este piso, después de los resultados de los análisis —comentó con seriedad.
—Sí —asintió el canoso—, pensé que Ale estaría aquí, esperándolo, ¿por qué no lo han traído?
Diego apretó la quijada— Ale está en el quirófano ahora mismo —dijo con voz fría.
—¡¿En el quirófano?! —Federico levantó el rostro de inmediato.
—¡¿Qué pasó?! —Teresa puso la mano en su pecho.
Ninguno imaginó que Ale estuviera siendo intervenido; lo único que sabían, era que, al llegar, lo pasaron a una sala de parto común.
—Hubo complicaciones —respondió escuetamente—. Yo, debo volver pronto al otro piso, a esperar noticias —ladeó el rostro—, solo quería ver a mi cachorro —movió una mano y acarició la mejilla del bebé—. El pediatra me dijo que su examen de género reveló que era Alfa —sus labios se curvaron ligeramente.
Los ojos verdes de Diego, observaron con detenimiento al bebé, en brazos de Federico.
—Ale quería esperar a saber su género para nombrarlo —pasó saliva—, dijo que, al verlo, sabríamos su nombre y creo que, ahora entiendo a lo que se refería…
«Es una parte de Ale y si él me llegara a faltar, este bebé es lo único que tendría de mi Destinado…» cerró los parpados lentamente «y en caso de que lo peor pase, no quiero que ni mi hijo, ni nadie, olvide quien fue su madre…» pensó con frialdad, luego buscó la mirada de su padre.
—Vine a pedirte que, si viene la enfermera a solicitar su nombre para el registro, dile que se llama Alejandro, Alejandro de León —especificó—, mi pequeño Alex —musitó, acariciando el delicado cabello dorado, que apenas cubría la cabeza del bebé.
Federico observó a su hijo con detenimiento.
Sus gestos, su voz y especialmente su mirada, le dijeron que estaba sumamente afectado emocionalmente y comprendió que algo grave estaba pasando con Ale, por lo que no quiso presionarlo en ese momento; él bien sabía lo que era sufrir por amor, lo hizo dos veces en su vida y no quería ser otro factor para que su hijo flaqueara en ese momento.
—De acuerdo, yo me encargaré de que hagan el registro con ese nombre —sentenció—, ¿necesitas algo más?
—Sí —Diego miró a su secretaria—. Tere, quiero que busques al pediatra y que te diga, qué leche es recomendable para Alex, hasta que Ale esté en condiciones de alimentarlo, necesitara un suplemento y además, es necesario que las enfermeras te digan, cuales biberones o accesorios son requeridos para el bienestar de mi cachorro —especificó—, quiero que envíes de inmediato a comprarlos y que esté bien atendido, mientras su madre y yo, regresamos a su lado.
—Claro que sí, señor —asintió la mujer y de inmediato, fue hasta el ascensor, seguida de Samuel.
Hubo un momento de silencio, hasta que Federico habló.
—¿Qué te ocurrió en la mano? —preguntó con suspicacia, ya que su hijo tenía vendada una mano, que intentaba ocultar de manera disimulada.
Diego metió la mano vendada a un bolsillo de su pantalón— tuve un accidente.
—¿Fue grave?
—No —negó—. El médico que me revisó, dijo que no hay fractura, ni fisura —respiró profundamente—. No sé cuándo traerán a Ale —prosiguió el rubio—, por eso, quiero que tú, protejas a Alex, mientras su madre y yo, no estemos con él —buscó la mirada verde de su padre con seriedad—, ¿puedes hacer eso, por la memoria de mi madre?
Federico asintió—por supuesto.
—Bien —Diego puso la mano en el hombro de su padre—, iré a la sala de espera.
—¿Llevarás seguridad?
—No, no es necesario…
Federico tenía a su nieto en brazos y sonreía como hacía mucho tiempo que había dejado de hacerlo, tratando de causar buena impresión, aunque el bebé estaba dormido.
—¡Es hermoso! —Teresa estaba al lado del canoso, mirando al recién nacido con ilusión—. ¡Hasta me dan ganas de tener uno!
—Es hermoso, porque es un De León —especificó el hombre con orgullo.
—¿Me quiere decir que mis hijos no serán lindos, porque no tendrán sangre de su familia?
—No, solo digo que los tuyos no serán tan bonitos como mis nietos.
—¡Es lo mismo! —la de lentes se cruzó de brazos—. Es usted muy vanidoso —acusó.
Samuel, Vicente y Bautista estaban acompañando a su jefe de cerca, pero en todo ese piso, varios de sus compañeros estaban dispersos y en alerta; aunque el piso había sido completamente reservado para la familia, no podían bajar la guardia.
Cuando la puerta del elevador se abrió, todos miraron hacia el acceso, pero se relajaron al ver que era Diego.
El rubio caminó hasta su padre— me dijeron que pediste que trajeran a mi hijo a este piso, después de los resultados de los análisis —comentó con seriedad.
—Sí —asintió el canoso—, pensé que Ale estaría aquí, esperándolo, ¿por qué no lo han traído?
Diego apretó la quijada— Ale está en el quirófano ahora mismo —dijo con voz fría.
—¡¿En el quirófano?! —Federico levantó el rostro de inmediato.
—¡¿Qué pasó?! —Teresa puso la mano en su pecho.
Ninguno imaginó que Ale estuviera siendo intervenido; lo único que sabían, era que, al llegar, lo pasaron a una sala de parto común.
—Hubo complicaciones —respondió escuetamente—. Yo, debo volver pronto al otro piso, a esperar noticias —ladeó el rostro—, solo quería ver a mi cachorro —movió una mano y acarició la mejilla del bebé—. El pediatra me dijo que su examen de género reveló que era Alfa —sus labios se curvaron ligeramente.
Los ojos verdes de Diego, observaron con detenimiento al bebé, en brazos de Federico.
—Ale quería esperar a saber su género para nombrarlo —pasó saliva—, dijo que, al verlo, sabríamos su nombre y creo que, ahora entiendo a lo que se refería…
«Es una parte de Ale y si él me llegara a faltar, este bebé es lo único que tendría de mi Destinado…» cerró los parpados lentamente «y en caso de que lo peor pase, no quiero que ni mi hijo, ni nadie, olvide quien fue su madre…» pensó con frialdad, luego buscó la mirada de su padre.
—Vine a pedirte que, si viene la enfermera a solicitar su nombre para el registro, dile que se llama Alejandro, Alejandro de León —especificó—, mi pequeño Alex —musitó, acariciando el delicado cabello dorado, que apenas cubría la cabeza del bebé.
Federico observó a su hijo con detenimiento.
Sus gestos, su voz y especialmente su mirada, le dijeron que estaba sumamente afectado emocionalmente y comprendió que algo grave estaba pasando con Ale, por lo que no quiso presionarlo en ese momento; él bien sabía lo que era sufrir por amor, lo hizo dos veces en su vida y no quería ser otro factor para que su hijo flaqueara en ese momento.
—De acuerdo, yo me encargaré de que hagan el registro con ese nombre —sentenció—, ¿necesitas algo más?
—Sí —Diego miró a su secretaria—. Tere, quiero que busques al pediatra y que te diga, qué leche es recomendable para Alex, hasta que Ale esté en condiciones de alimentarlo, necesitara un suplemento y además, es necesario que las enfermeras te digan, cuales biberones o accesorios son requeridos para el bienestar de mi cachorro —especificó—, quiero que envíes de inmediato a comprarlos y que esté bien atendido, mientras su madre y yo, regresamos a su lado.
—Claro que sí, señor —asintió la mujer y de inmediato, fue hasta el ascensor, seguida de Samuel.
Hubo un momento de silencio, hasta que Federico habló.
—¿Qué te ocurrió en la mano? —preguntó con suspicacia, ya que su hijo tenía vendada una mano, que intentaba ocultar de manera disimulada.
Diego metió la mano vendada a un bolsillo de su pantalón— tuve un accidente.
—¿Fue grave?
—No —negó—. El médico que me revisó, dijo que no hay fractura, ni fisura —respiró profundamente—. No sé cuándo traerán a Ale —prosiguió el rubio—, por eso, quiero que tú, protejas a Alex, mientras su madre y yo, no estemos con él —buscó la mirada verde de su padre con seriedad—, ¿puedes hacer eso, por la memoria de mi madre?
Federico asintió—por supuesto.
—Bien —Diego puso la mano en el hombro de su padre—, iré a la sala de espera.
—¿Llevarás seguridad?
—No, no es necesario…
Bueno, creo que con esto, ya saben por qué Alex no tuvo hermanos.
Por cierto, para este capítulo, recibí ayuda de mi hermana; necesitaba un padecimiento que me permitiera explicar muchas cosas, pero aunque hay varios para mujeres embarazadas, la única que pudo resolverme mis dudas, fue mi hermana, que es enfermera especialista pediátrica y, durante mucho tiempo, estuvo en la sección de recibir a los bebés, por eso me sirvió que ella me explicara sobre todas las complicaciones en los partos y él cómo se trata a cada uno.
Por cierto, para este capítulo, recibí ayuda de mi hermana; necesitaba un padecimiento que me permitiera explicar muchas cosas, pero aunque hay varios para mujeres embarazadas, la única que pudo resolverme mis dudas, fue mi hermana, que es enfermera especialista pediátrica y, durante mucho tiempo, estuvo en la sección de recibir a los bebés, por eso me sirvió que ella me explicara sobre todas las complicaciones en los partos y él cómo se trata a cada uno.
Comment Form is loading comments...