Capítulo VIII
Pese a que Diego le propuso a Ale posponer su matrimonio, por lo menos hasta que naciera su hijo, el castaño se negó.
Él quería casarse el 14 de febrero y quería hacerlo antes de que naciera su primogénito; no quería que, pese a estar marcado, el bebé se considerara fuera del matrimonio, ya que, según su educación, eso no era bien visto.
Diego, en su afán de complacer a su pareja en todo, accedió a su petición, pero le pidió que reconsiderara el viaje de luna de miel; al casarse, Ale tendría casi ocho meses de embarazo y según la indicación médica, aunque era seguro un viaje, siendo él un Omega, no debía arriesgarse tanto.
El castaño accedió sin cuestionar; lo que menos deseaba era poner en riesgo a su futuro hijo y no le suponía ningún problema posponer el viaje hasta después del alumbramiento, especialmente si era para disfrutar de hacer el amor con su esposo.
Así, los meses pasaron en medio de los preparativos para la boda y el cuidado del embarazo. Ale se mostraba feliz y sobre todo, emocionado por ambos acontecimientos; por su parte, Diego no bajaba la guardia y mantenía a Ale en constante cuidado y vigilancia, aun en su mansión.
La boda se realizó en el jardín principal de la residencia, en compañía de amigos cercanos y personas selectas que fueron cuidadosamente investigadas por Teresa, según indicaciones de Diego y Federico, para evitar cualquier intento de agravio a su familia.
En la ceremonia y recepción, todo fue justo como Ale lo planeó, pero, aun así, los invitados decían que el hecho de que Ale estuviera embarazado, lo hacía ver mucho más radiante y feliz, aunque no podían decir lo mismo de Diego quien, pese a verse feliz por su matrimonio, se notaba inquieto y algo desconfiado, espacialmente cuando alguien se acercaba a felicitarlo por su matrimonio.
Nadie podía culparlo, debido a lo ocurrido en su cumpleaños, era lógico que temiera que algo malo ocurriera una vez más, pero en esa ocasión, todo resulto perfecto, justo como Ale lo había imaginado desde un principio.
Aun así, la pareja se retiró relativamente temprano de la fiesta; el castaño estaba exhausto, ya que su vientre era pesado y fueron directamente a su recamara, mientras Federico, Teresa y sus trabajadores, se encargaban de despedir a los invitados.
—No tienes que cargarme —comentó el castaño, aunque en el fondo disfrutaba el trato que estaba recibiendo en ese momento.
—Estás cansado y tus pies están hinchados, es obvio que no puedo dejar que camines mucho, mi vida…
Ale se arrebujó contra el pecho de su esposo y sonrió— gracias —musitó.
—¿Por qué agradeces?
—¡Por todo! —el castaño soltó una ligera risa—. Este día ha sido un verdadero sueño hecho realidad —levantó el rostro y buscó la mirada verde—, realmente, no quiero que termine.
—Aún no termina…
Diego le besó la sien a su esposo y después, hizo una seña para que una de las trabajadoras de su casa, abriera la puerta y les permitiera el paso a la recamara.
Cuando la pareja ingresó a la habitación, la puerta se cerró, dejándolos solos. El mayor caminó hasta la cama y recostó a su esposo con delicadeza, antes de quitarle los zapatos y ayudarle con el vestido nupcial y los accesorios, todo para dejarlo cómodo.
Ale se dejó mover, le gustaba cuando Diego lo trataba con tanta delicadeza y cuidado, mientras le dedicaba miradas devotas y sonrisas sinceras.
Minutos después, Ale quedó semidesnudo sobre el colchón y el rubio le dio un beso en los labios, antes de erguirse para desnudarse con lentitud; no tenía prisa para esa noche, había usado un supresor, precisamente para no descontrolarse y evitar lastimar a su flamante esposo.
Al quedar solo en ropa interior, el ojiverde se subió a la cama y besó los labios de su esposo, mientras sus manos recorrían un costado con lentitud, logrando que el menor se estremeciera.
—Si no quieres que hagamos nada esta noche, sólo dilo —susurró el mayor contra los labios sonrosados.
Ale suspiro y pasó las manos por el cuello de su esposo— yo quiero hacer el amor —sonrió—, pero no sé si tú lo desees en realidad —ladeó el rostro.
—¿Crees que rechazaría la oportunidad de poseerte? —Diego levantó una ceja—. ¡Ni que estuviera loco! —se burló, besando los labios de nuevo, aunque de manera fugaz, antes de ir hacia la oreja—. Pero tendremos que hacerlo despacio —musitó—, lento —fue a la otra oreja—, sé que no le hace daño al bebé, pero es mejor, no arriesgarnos…
El castaño movió la pierna, acariciando la cadera del otro— sé que jamás nos harías daño —sentenció con seguridad—, confío en ti, mi amor…
Ale confiaba ciegamente en su esposo, ya que incluso, un par de meses antes, durante el celo del mayor, éste prefirió usar supresores, en vez de dejar que su instinto lo dominara en la cama, para no poner en riesgo al adolescente, ni a su hijo.
Sabía bien que muchos le tenían miedo a Diego de León, pero para él, era el hombre más dulce y maravilloso del mundo; le demostraba cuanto lo amaba cada segundo que pasaban juntos, por lo que ponía su vida y la de su hijo, en manos del otro, sin dudar.
—Hoy… Por primera vez, vamos a hacer el amor como esposos —el rubio volvió a besar los labios del castaño— y quiero que sea uno de los mejores recuerdos que tengas en esta vida, cariño mío…
Ale sintió que se derretía con esa declaración, por lo que dejó de pensar y simplemente se dejó llevar.
Pese a que Diego se tomó su tiempo para estimular cada parte de su esposo, consiguiendo que el adolescente se desesperara y exigiera mucho más, logró que Ale gimiera y disfrutara lo suficiente haciéndolo gritar de placer hasta el amanecer.
Él quería casarse el 14 de febrero y quería hacerlo antes de que naciera su primogénito; no quería que, pese a estar marcado, el bebé se considerara fuera del matrimonio, ya que, según su educación, eso no era bien visto.
Diego, en su afán de complacer a su pareja en todo, accedió a su petición, pero le pidió que reconsiderara el viaje de luna de miel; al casarse, Ale tendría casi ocho meses de embarazo y según la indicación médica, aunque era seguro un viaje, siendo él un Omega, no debía arriesgarse tanto.
El castaño accedió sin cuestionar; lo que menos deseaba era poner en riesgo a su futuro hijo y no le suponía ningún problema posponer el viaje hasta después del alumbramiento, especialmente si era para disfrutar de hacer el amor con su esposo.
Así, los meses pasaron en medio de los preparativos para la boda y el cuidado del embarazo. Ale se mostraba feliz y sobre todo, emocionado por ambos acontecimientos; por su parte, Diego no bajaba la guardia y mantenía a Ale en constante cuidado y vigilancia, aun en su mansión.
La boda se realizó en el jardín principal de la residencia, en compañía de amigos cercanos y personas selectas que fueron cuidadosamente investigadas por Teresa, según indicaciones de Diego y Federico, para evitar cualquier intento de agravio a su familia.
En la ceremonia y recepción, todo fue justo como Ale lo planeó, pero, aun así, los invitados decían que el hecho de que Ale estuviera embarazado, lo hacía ver mucho más radiante y feliz, aunque no podían decir lo mismo de Diego quien, pese a verse feliz por su matrimonio, se notaba inquieto y algo desconfiado, espacialmente cuando alguien se acercaba a felicitarlo por su matrimonio.
Nadie podía culparlo, debido a lo ocurrido en su cumpleaños, era lógico que temiera que algo malo ocurriera una vez más, pero en esa ocasión, todo resulto perfecto, justo como Ale lo había imaginado desde un principio.
Aun así, la pareja se retiró relativamente temprano de la fiesta; el castaño estaba exhausto, ya que su vientre era pesado y fueron directamente a su recamara, mientras Federico, Teresa y sus trabajadores, se encargaban de despedir a los invitados.
—No tienes que cargarme —comentó el castaño, aunque en el fondo disfrutaba el trato que estaba recibiendo en ese momento.
—Estás cansado y tus pies están hinchados, es obvio que no puedo dejar que camines mucho, mi vida…
Ale se arrebujó contra el pecho de su esposo y sonrió— gracias —musitó.
—¿Por qué agradeces?
—¡Por todo! —el castaño soltó una ligera risa—. Este día ha sido un verdadero sueño hecho realidad —levantó el rostro y buscó la mirada verde—, realmente, no quiero que termine.
—Aún no termina…
Diego le besó la sien a su esposo y después, hizo una seña para que una de las trabajadoras de su casa, abriera la puerta y les permitiera el paso a la recamara.
Cuando la pareja ingresó a la habitación, la puerta se cerró, dejándolos solos. El mayor caminó hasta la cama y recostó a su esposo con delicadeza, antes de quitarle los zapatos y ayudarle con el vestido nupcial y los accesorios, todo para dejarlo cómodo.
Ale se dejó mover, le gustaba cuando Diego lo trataba con tanta delicadeza y cuidado, mientras le dedicaba miradas devotas y sonrisas sinceras.
Minutos después, Ale quedó semidesnudo sobre el colchón y el rubio le dio un beso en los labios, antes de erguirse para desnudarse con lentitud; no tenía prisa para esa noche, había usado un supresor, precisamente para no descontrolarse y evitar lastimar a su flamante esposo.
Al quedar solo en ropa interior, el ojiverde se subió a la cama y besó los labios de su esposo, mientras sus manos recorrían un costado con lentitud, logrando que el menor se estremeciera.
—Si no quieres que hagamos nada esta noche, sólo dilo —susurró el mayor contra los labios sonrosados.
Ale suspiro y pasó las manos por el cuello de su esposo— yo quiero hacer el amor —sonrió—, pero no sé si tú lo desees en realidad —ladeó el rostro.
—¿Crees que rechazaría la oportunidad de poseerte? —Diego levantó una ceja—. ¡Ni que estuviera loco! —se burló, besando los labios de nuevo, aunque de manera fugaz, antes de ir hacia la oreja—. Pero tendremos que hacerlo despacio —musitó—, lento —fue a la otra oreja—, sé que no le hace daño al bebé, pero es mejor, no arriesgarnos…
El castaño movió la pierna, acariciando la cadera del otro— sé que jamás nos harías daño —sentenció con seguridad—, confío en ti, mi amor…
Ale confiaba ciegamente en su esposo, ya que incluso, un par de meses antes, durante el celo del mayor, éste prefirió usar supresores, en vez de dejar que su instinto lo dominara en la cama, para no poner en riesgo al adolescente, ni a su hijo.
Sabía bien que muchos le tenían miedo a Diego de León, pero para él, era el hombre más dulce y maravilloso del mundo; le demostraba cuanto lo amaba cada segundo que pasaban juntos, por lo que ponía su vida y la de su hijo, en manos del otro, sin dudar.
—Hoy… Por primera vez, vamos a hacer el amor como esposos —el rubio volvió a besar los labios del castaño— y quiero que sea uno de los mejores recuerdos que tengas en esta vida, cariño mío…
Ale sintió que se derretía con esa declaración, por lo que dejó de pensar y simplemente se dejó llevar.
Pese a que Diego se tomó su tiempo para estimular cada parte de su esposo, consiguiendo que el adolescente se desesperara y exigiera mucho más, logró que Ale gimiera y disfrutara lo suficiente haciéndolo gritar de placer hasta el amanecer.
Durante los siguientes días, la pareja pasó el tiempo en casa, disfrutando como si se tratara de su luna de miel, aún sin salir del país, pero apenas inició marzo, Diego tuvo que ir a la oficina de la ciudad, ya que hubo algunas dificultades con un envío de su mercancía y él tenía que hacerse cargo.
Así, al regreso a su despacho, fue recibido con una gran carpeta llena de hojas, que Teresa le había preparado.
—Aun debería estar en mi luna de miel, ¿cómo es que no puedes encargarte tú? —le preguntó molesto a Teresa, recibiendo el archivo.
—Lo intenté —dijo la morena, acomodando sus gafas.
—La pérdida de mercancía, no es algo que mi familia permita, en ningún caso —gruñó el rubio y se sentó de inmediato, analizando los datos en las hojas—. ¿Cuánto falto?
—Según la información oficial, una caja de municiones —respondió la mujer mirando hacia el piso.
—La verdad, Teresa —insistió el rubio, mirándola con frialdad.
—Todo el interior de un contenedor está desaparecido y el conductor del vehículo no sabe qué fue lo que ocurrió —explicó—, al parecer, como siempre, mantuvo sellado el contenedor y no hay marcas de que el sello haya sido violado —detalló—, de no ser por la revisión antes de subirla al barco, no nos hubiésemos dado cuenta de que no iba la mercancía completa.
—¿Se le preguntó correctamente al transportista?
—Me aseguré de que así fuera —la mujer habló con total seriedad, sabía los protocolos a seguir en esos casos—. El transportista no tiene motivos para mentirnos, incluso, no tuvo señales de querer evitar la revisión del barco, él estaba seguro de llevar lo correcto… Creo que el problema fue en la bodega, por lo que espero que solo haya sido un error y no algo premeditado.
--Envía a cinco equipos a la bodega, con Bautista y Samuel de líderes —ordeno el rubio—, que se encarguen de investigar que pasó y quiero que me comuniques con Velázquez, para disculparme personalmente por no haberle enviado la mercancía completa —respiró profundamente—, un error como este, nos traerá problemas en Sudamérica y no estoy para eso en este momento.
—Cómo ordene —Teresa asintió—. ¿Cancelo la visita del arquitecto a la mansión? —preguntó con rapidez, antes de retirarse.
—¡Ah! —Diego masajeó su frente—. Es cierto, hoy iba a ir el arquitecto para ver los últimos detalles de los planos para la casa…
Diego había decidido hacer otra mansión, para irse a vivir con Ale y su hijo, pero, pese a ya tener el terreno, ni él, ni Ale, les habían dado el visto bueno a los planos finales.
—No —negó—, dile a mi padre que acompañe a Ale para que revise los planos y todo lo que mi esposo desee que se modifique, que el arquitecto lo haga —su voz no dejó lugar a duda de que deseaba complacer cualquier deseo de su esposo.
—Sí, en cuanto lo comunique con el señor Velázquez, le marcaré al señor Federico.
Así, al regreso a su despacho, fue recibido con una gran carpeta llena de hojas, que Teresa le había preparado.
—Aun debería estar en mi luna de miel, ¿cómo es que no puedes encargarte tú? —le preguntó molesto a Teresa, recibiendo el archivo.
—Lo intenté —dijo la morena, acomodando sus gafas.
—La pérdida de mercancía, no es algo que mi familia permita, en ningún caso —gruñó el rubio y se sentó de inmediato, analizando los datos en las hojas—. ¿Cuánto falto?
—Según la información oficial, una caja de municiones —respondió la mujer mirando hacia el piso.
—La verdad, Teresa —insistió el rubio, mirándola con frialdad.
—Todo el interior de un contenedor está desaparecido y el conductor del vehículo no sabe qué fue lo que ocurrió —explicó—, al parecer, como siempre, mantuvo sellado el contenedor y no hay marcas de que el sello haya sido violado —detalló—, de no ser por la revisión antes de subirla al barco, no nos hubiésemos dado cuenta de que no iba la mercancía completa.
—¿Se le preguntó correctamente al transportista?
—Me aseguré de que así fuera —la mujer habló con total seriedad, sabía los protocolos a seguir en esos casos—. El transportista no tiene motivos para mentirnos, incluso, no tuvo señales de querer evitar la revisión del barco, él estaba seguro de llevar lo correcto… Creo que el problema fue en la bodega, por lo que espero que solo haya sido un error y no algo premeditado.
--Envía a cinco equipos a la bodega, con Bautista y Samuel de líderes —ordeno el rubio—, que se encarguen de investigar que pasó y quiero que me comuniques con Velázquez, para disculparme personalmente por no haberle enviado la mercancía completa —respiró profundamente—, un error como este, nos traerá problemas en Sudamérica y no estoy para eso en este momento.
—Cómo ordene —Teresa asintió—. ¿Cancelo la visita del arquitecto a la mansión? —preguntó con rapidez, antes de retirarse.
—¡Ah! —Diego masajeó su frente—. Es cierto, hoy iba a ir el arquitecto para ver los últimos detalles de los planos para la casa…
Diego había decidido hacer otra mansión, para irse a vivir con Ale y su hijo, pero, pese a ya tener el terreno, ni él, ni Ale, les habían dado el visto bueno a los planos finales.
—No —negó—, dile a mi padre que acompañe a Ale para que revise los planos y todo lo que mi esposo desee que se modifique, que el arquitecto lo haga —su voz no dejó lugar a duda de que deseaba complacer cualquier deseo de su esposo.
—Sí, en cuanto lo comunique con el señor Velázquez, le marcaré al señor Federico.
Diego volvió a su hogar después de la comida. Estaba cansado, pero al menos la preocupación de lo ocurrido con su trabajo, había desaparecido; todo se había solucionado y la situación con su socio quedó en buenos términos.
Al entrar a la mansión, entregó su maletín al mayordomo y aflojó su corbata.
—Buenas tardes, señor Diego —saludo un hombre con seriedad.
El rubio levantó el rostro y observó a Benjamín, empujando la silla de ruedas de su padre.
—Volviste —la voz fría de Federico se escuchó.
—Sí —Diego masajeó su cuello—. ¿Ya comieron?
—Por supuesto, ¿crees que dejaría que Ale se retrasara en los horarios de sus alimentos, por ti?
Una ligera sonrisa se dibujó en el rubio— sé que no… ¿Dónde está mi esposo?
—Fue al jardín, en compañía de Beatriz y Adela —respondió el hombre, tarareando los dedos en los descansabrazos de su silla.
—¿Al jardín? —Diego levantó una ceja—. Aún hay sol para que salga al jardín —mencionó con curiosidad.
—Sí, pero dijo que no quería esperar, para buscar el lugar perfecto.
Las palabras del canoso no tenían sentido para su hijo, pero en vez de preguntarle, decidió platicar con su esposo.
—Bien, iré a buscarlo —anunció y antes de dar media vuelta, buscó el rostro de su padre—. ¿Qué ocurrió con el arquitecto? ¿Ale ya aceptó el diseño de la casa?
—No —Federico sonrió de lado—. De hecho, lo despedí.
—¡¿Despediste al arquitecto?! ¡¿Por qué?! —Diego miró a su padre y solo una idea cruzó su mente—. ¡¿Qué le hizo a Ale?!
—Nada —Federico negó—, pero ya no lo necesitamos, por eso lo despedí.
—Entonces… ¿Qué pasó?
El canoso ladeó el rostro— háblalo con Ale, él te lo explicará —le restó importancia—. Benjamín, llévame a la sala de estar que prepararon, ya debe estar mi café —ordenó.
Diego apretó los puños; detestaba cuando su padre lo trataba de esa manera, pero debía hablar con Ale primero.
Con rapidez, recorrió la mansión y salió al jardín principal; en medio de los largos caminos adoquinados y decorados con árboles y flores, observó casi en el centro a Ale, sentado en una silla, mientras Beatriz, Adela y Tobías el jardinero, le señalaban algunas cosas.
—¡Aquí estás! —dijo el rubio, cuando estuvo a unos pasos de su esposo.
—¡Diego! —Ale se puso de pie—. Volviste temprano —sonrió—, ¿cómo te fue, mi amor?
El ojiverde llegó hasta su pareja, lo abrazó y le dio un beso en los labios— me fue muy bien, creo que no tendré que ir a la oficina en los próximos días —le guiñó el ojo.
—Buenas tardes, señor —dijeron los trabajadores que estaban ahí.
El rubio no estaba acostumbrado a responder los saludos de los trabajadores de su hogar, pero Ale le dedicó una mirada seria, por lo que se resignó a hacerlo— buenas tardes… —dijo sin mucho interés.
El castaño sonrió amable y le sujetó la mano a su esposo— mira, ¿qué te parece? —preguntó, señalando el lugar, donde el jardinero estaba quitando unas plantas.
—¿Qué me parece? —Diego levantó una ceja—. No lo sé, ni siquiera sé que es lo que van a hacer.
El castaño se mordió el labio y le dedicó una mirada pícara— aquí, vamos a plantar el árbol de nuestro hijo —acarició su vientre abultado.
—¿El árbol de nuestro hijo? —el mayor levantó una ceja.
—Sí —asintió el menor—. Papá Federico ya mandó pedir el retoño de lluvia de oro —extendió la mano y Beatriz le entregó una foto, la cual le mostró a su esposo con rapidez—, cuando el bebé nazca, vamos a plantar el retoño y decidí que aquí, era el mejor lugar —su voz sonó orgullosa.
Diego observó el árbol en la imagen. Era un árbol que ya conocía; había varios más en ese jardín, e incluso en algunas casas de otros de sus antiguos parientes también los hubo, antes que él ordenara que los destruyeran.
—Ya entiendo —sonrió—, mi padre te contó lo de esta tradición, ¿verdad?
—Sí —asintió el menor—, por eso debemos preparar el lugar para plantarlo.
—Pero, ¿no preferirías hacerlo en nuestra casa? —preguntó el rubio con amabilidad.
—Esta es nuestra casa —comentó el adolescente con ilusión.
—No, mi vida —Diego lo sujetó de la mano—, me refiero, a la casa que van a construir para nosotros.
Ale frunció el ceño— pero, papá Federico dijo que nosotros vamos a quedarnos aquí —sonrió—, dijo que ahora, somos su única familia —explicó—, así que te corresponde esta casa y nuestros hijos crecerán aquí.
Diego apretó los parpados; él sabía muy bien la tradición de su familia, pero no había imaginado que debía seguirla.
Normalmente, la mansión principal era heredada al primogénito, el hijo que se encargaba de todo el legado de su linaje, mientras que los demás, recibían un terreno dónde construir su nuevo hogar y se les otorgaba financiamiento, para que forjaran su futuro. Pero él era el tercer hijo de Federico, así que, desde pequeño sabía que no iba a heredar esa mansión, aunque ahora, con sus hermanos fallecidos, era obvio que le correspondía ese lugar.
«Por eso despidió al arquitecto…» pensó «ya había planeado que Ale y yo, nos quedáramos aquí…»
—No podemos dejar a papá Federico solito…
La voz de Ale interrumpió los pensamientos de Diego.
—Pero… Amor —el rubio forzó una sonrisa—, ¿no te gustaría vivir en otra casa, diseñada cómo tú quieras? —insistió.
El castaño dudó un momento y luego recorrió los alrededores con la mirada.
—Aquí creciste tu —dijo con dulzura—, quiero que nuestros hijos crezcan en este lugar —sonrió—, llenen la casa de risas y luz —su voz sonaba ilusionada—, no necesito otra casa —negó—, solo quiero ser feliz contigo y nuestros hijos, aquí, acompañando a papá Federico…
Al ver el rostro de su pareja, Diego supo que no podía intentar que cambiara de opinión «Por eso, mi padre me pidió que lo hablara con Ale…» sonrió cansado.
—Está bien, si eso deseas… —dijo con voz suave y besó la frente de Ale—. Nos quedaremos aquí, en la mansión —aceptó—, pero habrá que hacer unas mejoras a algunas zonas y quizá, reacondicionar algunas áreas o que remodelen para hacerla más moderna…
—La remodelación de las habitaciones de los niños, deberá ser cuando nazcan —comentó el castaño—, así, podremos decidir de acuerdo a su género.
—¿De verdad? —Diego lo sujetó de la cintura—. Me suena a que planeas que nos entretengamos mucho en el crecimiento de nuestra familia —sonrió con picardía—, ¿cuántos hijos deseas que tengamos, mi amor?
—Tres o cuatro —Ale le pasó las manos por el cuello de su pareja—, creo que es un buen numero, ¿no lo crees?
—Contigo, creo que podría tener un equipo de futbol completo —se burló el mayor.
—¡Eso es demasiado! —el castaño arrugó la nariz—, confórmate con uno de basquetbol y solo los titulares.
—Está bien, cinco serán suficientes —el ojiverde le besó los labios a su pareja y luego fijó la mirada en el lugar dónde el jardinero aun trabajaba, limpiando la zona—, deberíamos pensar en qué más poner alrededor del árbol, ¿no crees?
—Estaba pensando en poner flores y una banca —Ale ladeó el rostro—, pero Tobías dijo que debemos esperar a que el árbol crezca un poco.
—Te gustan los tulipanes, ¿no es así? —Diego sonrió—. Si no podemos ponerlos cerca del retoño, ¿qué tal si llenamos el jardín de ellos?
—Pero, el jardín tiene rosales —Ale lo miró sorprendido—. ¿Y si papá Federico no desea que quitemos esas flores?
—Ahora esta es tu casa, ¿no? —le guiñó el ojo—. Mi padre debe saber que, si te gustan otras flores, habrá que cambiar el diseño del jardín también.
Ale aguantó una risita— siendo así… ¡quiero todos los colores y variedades de los tulipanes! —anunció con emoción.
Diego no tenía ni idea de cuantas variedades y colores habría de esas flores, pero si Ale se lo pedía, él haría lo imposible por complacerlo.
Al entrar a la mansión, entregó su maletín al mayordomo y aflojó su corbata.
—Buenas tardes, señor Diego —saludo un hombre con seriedad.
El rubio levantó el rostro y observó a Benjamín, empujando la silla de ruedas de su padre.
—Volviste —la voz fría de Federico se escuchó.
—Sí —Diego masajeó su cuello—. ¿Ya comieron?
—Por supuesto, ¿crees que dejaría que Ale se retrasara en los horarios de sus alimentos, por ti?
Una ligera sonrisa se dibujó en el rubio— sé que no… ¿Dónde está mi esposo?
—Fue al jardín, en compañía de Beatriz y Adela —respondió el hombre, tarareando los dedos en los descansabrazos de su silla.
—¿Al jardín? —Diego levantó una ceja—. Aún hay sol para que salga al jardín —mencionó con curiosidad.
—Sí, pero dijo que no quería esperar, para buscar el lugar perfecto.
Las palabras del canoso no tenían sentido para su hijo, pero en vez de preguntarle, decidió platicar con su esposo.
—Bien, iré a buscarlo —anunció y antes de dar media vuelta, buscó el rostro de su padre—. ¿Qué ocurrió con el arquitecto? ¿Ale ya aceptó el diseño de la casa?
—No —Federico sonrió de lado—. De hecho, lo despedí.
—¡¿Despediste al arquitecto?! ¡¿Por qué?! —Diego miró a su padre y solo una idea cruzó su mente—. ¡¿Qué le hizo a Ale?!
—Nada —Federico negó—, pero ya no lo necesitamos, por eso lo despedí.
—Entonces… ¿Qué pasó?
El canoso ladeó el rostro— háblalo con Ale, él te lo explicará —le restó importancia—. Benjamín, llévame a la sala de estar que prepararon, ya debe estar mi café —ordenó.
Diego apretó los puños; detestaba cuando su padre lo trataba de esa manera, pero debía hablar con Ale primero.
Con rapidez, recorrió la mansión y salió al jardín principal; en medio de los largos caminos adoquinados y decorados con árboles y flores, observó casi en el centro a Ale, sentado en una silla, mientras Beatriz, Adela y Tobías el jardinero, le señalaban algunas cosas.
—¡Aquí estás! —dijo el rubio, cuando estuvo a unos pasos de su esposo.
—¡Diego! —Ale se puso de pie—. Volviste temprano —sonrió—, ¿cómo te fue, mi amor?
El ojiverde llegó hasta su pareja, lo abrazó y le dio un beso en los labios— me fue muy bien, creo que no tendré que ir a la oficina en los próximos días —le guiñó el ojo.
—Buenas tardes, señor —dijeron los trabajadores que estaban ahí.
El rubio no estaba acostumbrado a responder los saludos de los trabajadores de su hogar, pero Ale le dedicó una mirada seria, por lo que se resignó a hacerlo— buenas tardes… —dijo sin mucho interés.
El castaño sonrió amable y le sujetó la mano a su esposo— mira, ¿qué te parece? —preguntó, señalando el lugar, donde el jardinero estaba quitando unas plantas.
—¿Qué me parece? —Diego levantó una ceja—. No lo sé, ni siquiera sé que es lo que van a hacer.
El castaño se mordió el labio y le dedicó una mirada pícara— aquí, vamos a plantar el árbol de nuestro hijo —acarició su vientre abultado.
—¿El árbol de nuestro hijo? —el mayor levantó una ceja.
—Sí —asintió el menor—. Papá Federico ya mandó pedir el retoño de lluvia de oro —extendió la mano y Beatriz le entregó una foto, la cual le mostró a su esposo con rapidez—, cuando el bebé nazca, vamos a plantar el retoño y decidí que aquí, era el mejor lugar —su voz sonó orgullosa.
Diego observó el árbol en la imagen. Era un árbol que ya conocía; había varios más en ese jardín, e incluso en algunas casas de otros de sus antiguos parientes también los hubo, antes que él ordenara que los destruyeran.
—Ya entiendo —sonrió—, mi padre te contó lo de esta tradición, ¿verdad?
—Sí —asintió el menor—, por eso debemos preparar el lugar para plantarlo.
—Pero, ¿no preferirías hacerlo en nuestra casa? —preguntó el rubio con amabilidad.
—Esta es nuestra casa —comentó el adolescente con ilusión.
—No, mi vida —Diego lo sujetó de la mano—, me refiero, a la casa que van a construir para nosotros.
Ale frunció el ceño— pero, papá Federico dijo que nosotros vamos a quedarnos aquí —sonrió—, dijo que ahora, somos su única familia —explicó—, así que te corresponde esta casa y nuestros hijos crecerán aquí.
Diego apretó los parpados; él sabía muy bien la tradición de su familia, pero no había imaginado que debía seguirla.
Normalmente, la mansión principal era heredada al primogénito, el hijo que se encargaba de todo el legado de su linaje, mientras que los demás, recibían un terreno dónde construir su nuevo hogar y se les otorgaba financiamiento, para que forjaran su futuro. Pero él era el tercer hijo de Federico, así que, desde pequeño sabía que no iba a heredar esa mansión, aunque ahora, con sus hermanos fallecidos, era obvio que le correspondía ese lugar.
«Por eso despidió al arquitecto…» pensó «ya había planeado que Ale y yo, nos quedáramos aquí…»
—No podemos dejar a papá Federico solito…
La voz de Ale interrumpió los pensamientos de Diego.
—Pero… Amor —el rubio forzó una sonrisa—, ¿no te gustaría vivir en otra casa, diseñada cómo tú quieras? —insistió.
El castaño dudó un momento y luego recorrió los alrededores con la mirada.
—Aquí creciste tu —dijo con dulzura—, quiero que nuestros hijos crezcan en este lugar —sonrió—, llenen la casa de risas y luz —su voz sonaba ilusionada—, no necesito otra casa —negó—, solo quiero ser feliz contigo y nuestros hijos, aquí, acompañando a papá Federico…
Al ver el rostro de su pareja, Diego supo que no podía intentar que cambiara de opinión «Por eso, mi padre me pidió que lo hablara con Ale…» sonrió cansado.
—Está bien, si eso deseas… —dijo con voz suave y besó la frente de Ale—. Nos quedaremos aquí, en la mansión —aceptó—, pero habrá que hacer unas mejoras a algunas zonas y quizá, reacondicionar algunas áreas o que remodelen para hacerla más moderna…
—La remodelación de las habitaciones de los niños, deberá ser cuando nazcan —comentó el castaño—, así, podremos decidir de acuerdo a su género.
—¿De verdad? —Diego lo sujetó de la cintura—. Me suena a que planeas que nos entretengamos mucho en el crecimiento de nuestra familia —sonrió con picardía—, ¿cuántos hijos deseas que tengamos, mi amor?
—Tres o cuatro —Ale le pasó las manos por el cuello de su pareja—, creo que es un buen numero, ¿no lo crees?
—Contigo, creo que podría tener un equipo de futbol completo —se burló el mayor.
—¡Eso es demasiado! —el castaño arrugó la nariz—, confórmate con uno de basquetbol y solo los titulares.
—Está bien, cinco serán suficientes —el ojiverde le besó los labios a su pareja y luego fijó la mirada en el lugar dónde el jardinero aun trabajaba, limpiando la zona—, deberíamos pensar en qué más poner alrededor del árbol, ¿no crees?
—Estaba pensando en poner flores y una banca —Ale ladeó el rostro—, pero Tobías dijo que debemos esperar a que el árbol crezca un poco.
—Te gustan los tulipanes, ¿no es así? —Diego sonrió—. Si no podemos ponerlos cerca del retoño, ¿qué tal si llenamos el jardín de ellos?
—Pero, el jardín tiene rosales —Ale lo miró sorprendido—. ¿Y si papá Federico no desea que quitemos esas flores?
—Ahora esta es tu casa, ¿no? —le guiñó el ojo—. Mi padre debe saber que, si te gustan otras flores, habrá que cambiar el diseño del jardín también.
Ale aguantó una risita— siendo así… ¡quiero todos los colores y variedades de los tulipanes! —anunció con emoción.
Diego no tenía ni idea de cuantas variedades y colores habría de esas flores, pero si Ale se lo pedía, él haría lo imposible por complacerlo.
Notas: Ok, de nuevo vienen mis notas XD
Tal vez, para algunos, este capítulo sea innecesario, pero hay una explicación del por qué lo hice. Para los que hayan leído o escuchado 'Oscuridad', sabrán que cuando Alex va a su casa, encuentra a su madre (quien no lo recuerda), sentada bajo la sombra del árbol que más le gustaba de ese jardín, el cual, es el que se plantó cuando Alex nació. La tradición de la familia 'De León', es sembrar uno de esos arboles cuando nacen los herederos (uno por cada uno), así que, técnicamente, Alex y Erick deberán plantar 2.
Ahora bien, la mansión de la familia de Alex, es la que deberían habitar Alex y Erick en Destino, pero no lo hacen, porque desde que Alex se peleó con su padre, él no quería volver a esa casa, además de que mandó a construir una especialmente para Erick y es por ello que sus padres viven en otra ciudad, pero en Limerencia, sí, Alex y Erick se quedarían en la mansión familiar, porque ahí, Alex no tuvo problemas con su padre.
Qué complicado, ¿verdad? Yo y mis cosas que cambian según ciertos eventos en los diferentes universos, por eso a veces me hago bolas XD
Tal vez, para algunos, este capítulo sea innecesario, pero hay una explicación del por qué lo hice. Para los que hayan leído o escuchado 'Oscuridad', sabrán que cuando Alex va a su casa, encuentra a su madre (quien no lo recuerda), sentada bajo la sombra del árbol que más le gustaba de ese jardín, el cual, es el que se plantó cuando Alex nació. La tradición de la familia 'De León', es sembrar uno de esos arboles cuando nacen los herederos (uno por cada uno), así que, técnicamente, Alex y Erick deberán plantar 2.
Ahora bien, la mansión de la familia de Alex, es la que deberían habitar Alex y Erick en Destino, pero no lo hacen, porque desde que Alex se peleó con su padre, él no quería volver a esa casa, además de que mandó a construir una especialmente para Erick y es por ello que sus padres viven en otra ciudad, pero en Limerencia, sí, Alex y Erick se quedarían en la mansión familiar, porque ahí, Alex no tuvo problemas con su padre.
Qué complicado, ¿verdad? Yo y mis cosas que cambian según ciertos eventos en los diferentes universos, por eso a veces me hago bolas XD
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