Capítulo VII
Ale fue enviado con otro especialista en Omegas y por supuesto, el director general y dueño del hospital, el doctor Homero Orozco, se disculpó en persona con la familia De León y obviamente, con Ale; incluso le envió regalos de disculpas y le aseguró que el médico que lo había ofendido, dejaría de trabajar para ellos, algo que al castaño no le importaba en realidad, simplemente no quería volver a verlo y precisamente por ello, Diego se encargó de eliminarlo, sin que su pareja lo supiera.
Así, pasaron los meses y a finales de octubre, Ale y Teresa estaban en medio de los planes para la boda que se realizaría el siguiente año, por lo que salían constantemente.
Ese día, eran escoltados por varios hombres, dentro de una plaza comercial de gran renombre; ahí estaba la boutique dónde se haría el vestido nupcial, ya que debían tomar las medidas al adolescente.
—¿Por qué, siempre que salimos, nos siguen tantas personas, Tere? —preguntó el menor, mirando de soslayo a su acompañante.
—Bueno, joven Altamira —la mujer acomodó sus gafas—, no sería necesario, si usted aceptara que las personas que se encargarán de hacer todo para la boda, fueran a la mansión, en vez de que usted vaya a los locales comerciales, en persona.
Teresa sabía bien que Ale era el tesoro de Diego de León, por lo que él preferiría que su pareja no saliera de la mansión y sabía que tenía el poder económico para que todo fuese llevado a su hogar y satisfacer cualquier necesidad, pero, aun así, el jovencito decidió ir a la ciudad, a elegir y buscar todo lo que se requería para la boda.
Ambos habían visitado desde florerías, hasta tiendas de recuerdos, sin contar con las distintas boutiques de diseñadores de renombre, para buscar el vestido ideal; incluso Diego había sucumbido al deseo de su pareja y él lo había acompañado a los restaurantes y pastelerías a degustaciones para el servicio de su boda, aunque aún no había tomado una decisión.
—Sabe bien que, si lo desea, solo debemos programar las visitas a la mansión y usted no tendría que exponerse.
Ale arrugó la nariz— pero es mejor salir un poco, tomar aire y ver otras caras de cuando en cuando, ¿no lo crees? —preguntó con debilidad—. Así, uno no se cansa de la monotonía.
Esa frase, llamó la atención de la mujer— ¿se aburre en la mansión? —preguntó de inmediato—. Si lo desea, le podemos decir al señor De León, para crearle un salón de entretenimiento, solo tiene que decir qué es lo que necesita y…
—¡No, no, no! Realmente me gusta la mansión y hay muchas cosas que hacer —especificó el castaño—, además de platicar con papá Federico y las personas que me atienden —sonrió—, pero no es bueno sólo quedarse ahí, como si fuera una cárcel o una jaula de pájaros —negó—. Es bueno tener una vida normal, salir de cuando en cuando y no esperar que todo llegue a tu mano en cuanto extiendes el brazo —se alzó de hombros—, no es algo a lo que esté acostumbrado —dio un largo suspiro—, pero supongo que al convertirme en De León, deberé aceptar eso, ¿no es así?
—Bueno, es lo que se espera de las personas importantes, supongo —la morena sonrió.
—Vengo de una familia común y corriente, así que todo esto se me hace un poco excesivo…
Ale detuvo sus palabras, miró hacia un escaparate y caminó hacia él, seguido de cerca de los guardaespaldas y de Teresa.
—¿Desea algo de esta tienda, joven? —preguntó la mujer de inmediato.
—A eso me refiero —Ale la miró con cansancio—. Sólo estoy viendo los objetos expuestos en la tienda, disfrutando el paseo cómo cualquier persona que se detiene a curiosear sin ninguna intención —aclaró—. En realidad, no quiero nada en específico —sonrió—, pero apuesto que, si digo que algo se ve bonito, tú lo anotarás, se lo dirás a Diego y mañana tendré ese objeto en casa, en todos los colores disponibles…
—¿Y no es algo que cualquiera desearía? —Teresa levantó una ceja.
—Es posible… —el castaño asintió—. Pero yo quiero algo diferente —anunció y volvió a iniciar su andar, yendo hacia su destino.
—¿Qué es lo que usted quiere? —preguntó la mujer de inmediato.
—Me gustaría tener una cita sencilla con Diego —pasó las manos por detrás de su espalda.
—¿Sencilla? —la de lentes no entendía lo que el otro quería decir.
—Sí —asintió Ale—, nada de esos lugares super caros y exclusivos —negó—. Yo quisiera ir a lugares que son frecuentados por otras parejas normales —hizo un mohín—, ya sabes… Recorrer un parque tomados de la mano, compartir un helado, quizá… —pensó un momento—. ¡Acudir a una feria! —sonrió ilusionado—. Subirnos juntos a una rueda de la fortuna, comer algodón de azúcar… Ir a caminar a la orilla de la playa, comprar frutas de vendedores ambulantes… O simplemente ir al cine y ¡compartir palomitas!
Teresa acomodó sus gafas— podrían poner un cine en la mansión —comentó con seriedad—, ir a una playa privada, reservar una feria para ustedes…
—No, no lo entiendes, Tere —negó el menor—. Quisiera sentirme como alguien normal, en medio de otra gente común, sin temor a…
Ale guardó silencio y el recuerdo de lo que Diego le había dicho, llegó a su mente.
“Este no es el primer atentado que hemos sufrido…”
—Olvídalo —dijo en un murmullo—. Estoy loco por pensar en esas tonterías… Eso podría atraer problemas y poner a Diego en peligro, ¿verdad?
Teresa apretó los labios y forzó una sonrisa— lamentablemente, es cierto —asintió—. Usted y el señor De León, no pueden llevar una vida común y corriente —le sonrió condescendiente «pero, seguramente si se lo comento al señor De León, él podría pensar en algo para solucionar esto…»
—Lo sé… —el castaño apretó los parpados un momento y finalmente sonrió—, supongo que solo debo acostumbrarme —se alzó de hombros—. Deberíamos pensar en recibir a las personas encargadas de la boda en la mansión desde la próxima semana —buscó la mirada de su acompañante con algo de tristeza—, ¿puedes encargarte, Tere?
—Por supuesto, joven —Teresa asintió y anotó eso en su agenda.
Después de eso, siguieron su camino hasta la enorme boutique, la cual había sido reservada ese día, exclusivamente para Ale.
El diseñador Cristóbal Herrera, se encontraba nervioso y tenía a sus asistentes desde temprana hora, esperando al jovencito.
El diseñador, era un Omega, por lo que se puso un desodorante para ocultar sus feromonas inquietas; también les advirtió que debían tratar al visitante con suma delicadeza y no contravenirlo, pues si lo perdía como cliente, seguramente su carrera se iría al caño.
El tintineo de la puerta logró que todos en la boutique se estremecieran, sintiendo un escalofrío recorrer su espalda; el color se les fue del rostro al ver a dos hombres vestidos de negro ingresar, dar un vistazo rápido y finalmente, abrir la puerta, para que entraran las personas a las que escoltaban, seguidos de más hombres de negro.
—¡Buenos días! —Ale sonrió amable al ver al diseñador.
—Buenos días, joven… —Cristóbal carraspeó para recuperar la voz que se había perdido en medio de su saludo—. ¡Bienvenido!
—¡Buenos días! —dijeron las demás personas que ayudaban a Cristóbal, haciendo una gran reverencia.
—Buenos días —saludó Teresa al ingresar detrás del castaño—. Espero que no te hayas levantado muy temprano Cris —sonrió divertida al ver la cara del otro.
—Por supuesto que no —Cristóbal sintió que su boca se secaba—, pero, ¡pasen! Tomen asiento, por favor.
Habían preparado una sala especial para sus visitantes.
—Pero solo vine por las medidas, ¿no? —Ale miró con curiosidad a Teresa.
—Sí, pero también debemos elegir el velo, para que combine con la tiara que utilizará —asintió la morena.
—¡Es cierto! —el adolescente asintió.
En ese momento recordó que habían dejado eso pendiente para esa cita, ya que necesitaba llevar fotos del accesorio que usaría en su boda.
Teresa y Ale tomaron asiento, mientras Cristóbal se sentaba frente a ellos, recibiendo una carpeta de Teresa; mientras el diseñador observaba las fotos de la tiara, que más bien parecía una corona llena de joyas preciosas, a Ale y a Teresa, les ofrecían algunas bebidas y aperitivos.
—¿Tiene alguna petición para el velo, joven Altamira? —preguntó el diseñador con amabilidad, realmente a Ale no le tenía miedo, sino a sus acompañantes y especialmente a Teresa.
—¿Podría llegar al piso? —el castaño sonrió—. Mi cabello es largo —sujetó los mechones de su larga cabellera castaña con suavidad— y no lo usaré completamente recogido ese día —explicó—, así que quiero que el velo sea mucho más largo.
—Entiendo —sonrió Cristóbal—. Aunque, hacer un velo para esta hermosura, será un reto… —dijo con algo de seriedad, mientras pensaba en algo adecuado—. Podríamos usar una tela sencilla y solo realizarle un bordado con algo de pedrería en los bordes, así será menos pesado.
—El señor De León dijo que, si le pondrían pedrería, debería ser igual que las joyas de la corona —mencionó Teresa con un tinte casual, mientras recibía el café que le habían llevado.
El color se le fue del rostro a Cris— yo… Bueno, será un trabajo sumamente delicado y difícil… —sonrió nerviosamente—. Es decir, conseguir esas piedras será…
—El señor de León las conseguirá —Teresa presionó—, además dijo que necesitaba saber la cantidad que se necesitarían para el vestido también.
Cristóbal respiró profundamente.
Ya habían hablado del vestido, el bordado y que llevaría pedrería, pero no imaginaba que usaría piedras preciosas, mucho más caras que la cristalería fina que normalmente procuraba.
Ale se mantenía entretenido con el té de menta y unas galletas, tipo macaron, que le habían llevado para acompañar, sin darse cuenta que el diseñador era presionado por Teresa, de manera disimulada.
—Si el señor De León será tan amable de proporcionar ayuda con los materiales, por supuesto que no puedo oponerme —Cris forzó una sonrisa—, necesitamos las medidas del joven Altamira, para poder hacer un cálculo más exacto de los materiales para el vestido —señaló al jovencito que masticaba despreocupadamente una galleta— y mientras, podemos buscar un modelo de velo, en el cual basarnos para realizar el cálculo del bordado.
—De acuerdo, pasemos a las medidas.
—Lisa —Cris llamó a una chica—, lleva al joven Altamira a la toma de medidas con las costureras, mientras, yo buscaré varios velos, para que elija uno.
—Cómo ordene… Por aquí, joven.
—Sí —Ale dejó las galletas y la taza, antes de ponerse de pie.
—Yo lo acompañaré —Teresa se puso de pie y no dio lugar a que alguien se opusiera, pues tenía la orden de no dejar a Ale a solas.
Lisa guio a Ale y Teresa hacia la parte de atrás de la boutique, dónde estaba la sección de costura, mientras Cris y varias de sus trabajadoras, buscaban distintos velos.
—Pase, por favor —indicó la chica con amabilidad—. Señora Paty, el joven Altamira vino a que le tomaran medidas —anunció con rapidez.
—¡Oh, por supuesto! Pasa cariño… —la mujer con canas se acercó a los recién llegados—. Yo soy Patricia Campos, la líder de las costureras —sonrió amable—, yo tomaré las medidas y… —puso un gesto preocupado—. ¿Te sientes bien, querido? —preguntó al ver el rostro del adolescente.
—Yo… Yo… —Ale puso la mano en su estómago y sintió una sensación sumamente extraña, ya que percibía olores fuertes que no podía identificar.
Parecía faltarle el aire y le daba la impresión de que todo a su alrededor se cerraba, por lo que sus ojos se pusieron llorosos e intentó dar media vuelta, pero antes de ello, se inclinó y comenzó a vomitar.
—¡Joven Altamira! —Teresa lo sujetó de la cintura e hizo el cabello castaño hacia atrás, mientras el otro devolvía lo que acababa de ingerir—. ¡Samuel! —gritó una vez más, con un tinte desesperado.
En unos segundos, Samuel, seguido de otros guardaespaldas, ingresaron a esa parte de la boutique.
—¡¿Qué ocurre?! —preguntó el hombre con rapidez.
—¡No sé! —Teresa lo miró con susto—. Hay que llevarlo a un hospital, ¡puede ser veneno!
Ante esas palabras, Samuel no lo dudó, sujetó a Ale en brazos y corrió a la salida, dando órdenes.
—¡Que nadie salga de este lugar! ¡Investiguen lo que el joven comió!
—¿Qué…? ¿Qué pasó? —Cristóbal intentó acercarse, pero Teresa lo impidió.
—¡¿Qué le dieron?! —preguntó la morena con frialdad.
—¡¿De qué hablas?! —indagó el diseñador con nervios.
—¡¿Qué fue lo que le dieron de comer?! —especificó la de lentes, con un dejo de ira asesina en sus ojos castaños.
—¡Susy! —Cris buscó a una de las chicas que lo ayudaban—. ¡¿Qué le sirvieron al joven Altamira?!
—Le servimos té… Té de menta —especificó la chica— y macaron de distintos sabores… —respondió temblando.
Teresa buscó el rostro de todos los presentes, no podía quedarse a verificar si le decían la verdad.
—Más vale que ustedes no tengan nada que ver con el estado del joven Altamira —amenazó—, de lo contrario, ¡estarán en graves problemas! —se giró y buscó a otro de los guardaespaldas que aún quedaban ahí—. Mario, tú y los demás, revisen lo que sirvieron, quédense aquí y no dejen que nadie se vaya de este lugar, hasta que reciban órdenes del señor De León, ¡¿entendido?!
—Cómo diga, señorita Galván.
Teresa corrió hacia el exterior, apresurándose a alcanzar a Samuel y los demás, para acompañar a Ale al hospital.
Así, pasaron los meses y a finales de octubre, Ale y Teresa estaban en medio de los planes para la boda que se realizaría el siguiente año, por lo que salían constantemente.
Ese día, eran escoltados por varios hombres, dentro de una plaza comercial de gran renombre; ahí estaba la boutique dónde se haría el vestido nupcial, ya que debían tomar las medidas al adolescente.
—¿Por qué, siempre que salimos, nos siguen tantas personas, Tere? —preguntó el menor, mirando de soslayo a su acompañante.
—Bueno, joven Altamira —la mujer acomodó sus gafas—, no sería necesario, si usted aceptara que las personas que se encargarán de hacer todo para la boda, fueran a la mansión, en vez de que usted vaya a los locales comerciales, en persona.
Teresa sabía bien que Ale era el tesoro de Diego de León, por lo que él preferiría que su pareja no saliera de la mansión y sabía que tenía el poder económico para que todo fuese llevado a su hogar y satisfacer cualquier necesidad, pero, aun así, el jovencito decidió ir a la ciudad, a elegir y buscar todo lo que se requería para la boda.
Ambos habían visitado desde florerías, hasta tiendas de recuerdos, sin contar con las distintas boutiques de diseñadores de renombre, para buscar el vestido ideal; incluso Diego había sucumbido al deseo de su pareja y él lo había acompañado a los restaurantes y pastelerías a degustaciones para el servicio de su boda, aunque aún no había tomado una decisión.
—Sabe bien que, si lo desea, solo debemos programar las visitas a la mansión y usted no tendría que exponerse.
Ale arrugó la nariz— pero es mejor salir un poco, tomar aire y ver otras caras de cuando en cuando, ¿no lo crees? —preguntó con debilidad—. Así, uno no se cansa de la monotonía.
Esa frase, llamó la atención de la mujer— ¿se aburre en la mansión? —preguntó de inmediato—. Si lo desea, le podemos decir al señor De León, para crearle un salón de entretenimiento, solo tiene que decir qué es lo que necesita y…
—¡No, no, no! Realmente me gusta la mansión y hay muchas cosas que hacer —especificó el castaño—, además de platicar con papá Federico y las personas que me atienden —sonrió—, pero no es bueno sólo quedarse ahí, como si fuera una cárcel o una jaula de pájaros —negó—. Es bueno tener una vida normal, salir de cuando en cuando y no esperar que todo llegue a tu mano en cuanto extiendes el brazo —se alzó de hombros—, no es algo a lo que esté acostumbrado —dio un largo suspiro—, pero supongo que al convertirme en De León, deberé aceptar eso, ¿no es así?
—Bueno, es lo que se espera de las personas importantes, supongo —la morena sonrió.
—Vengo de una familia común y corriente, así que todo esto se me hace un poco excesivo…
Ale detuvo sus palabras, miró hacia un escaparate y caminó hacia él, seguido de cerca de los guardaespaldas y de Teresa.
—¿Desea algo de esta tienda, joven? —preguntó la mujer de inmediato.
—A eso me refiero —Ale la miró con cansancio—. Sólo estoy viendo los objetos expuestos en la tienda, disfrutando el paseo cómo cualquier persona que se detiene a curiosear sin ninguna intención —aclaró—. En realidad, no quiero nada en específico —sonrió—, pero apuesto que, si digo que algo se ve bonito, tú lo anotarás, se lo dirás a Diego y mañana tendré ese objeto en casa, en todos los colores disponibles…
—¿Y no es algo que cualquiera desearía? —Teresa levantó una ceja.
—Es posible… —el castaño asintió—. Pero yo quiero algo diferente —anunció y volvió a iniciar su andar, yendo hacia su destino.
—¿Qué es lo que usted quiere? —preguntó la mujer de inmediato.
—Me gustaría tener una cita sencilla con Diego —pasó las manos por detrás de su espalda.
—¿Sencilla? —la de lentes no entendía lo que el otro quería decir.
—Sí —asintió Ale—, nada de esos lugares super caros y exclusivos —negó—. Yo quisiera ir a lugares que son frecuentados por otras parejas normales —hizo un mohín—, ya sabes… Recorrer un parque tomados de la mano, compartir un helado, quizá… —pensó un momento—. ¡Acudir a una feria! —sonrió ilusionado—. Subirnos juntos a una rueda de la fortuna, comer algodón de azúcar… Ir a caminar a la orilla de la playa, comprar frutas de vendedores ambulantes… O simplemente ir al cine y ¡compartir palomitas!
Teresa acomodó sus gafas— podrían poner un cine en la mansión —comentó con seriedad—, ir a una playa privada, reservar una feria para ustedes…
—No, no lo entiendes, Tere —negó el menor—. Quisiera sentirme como alguien normal, en medio de otra gente común, sin temor a…
Ale guardó silencio y el recuerdo de lo que Diego le había dicho, llegó a su mente.
“Este no es el primer atentado que hemos sufrido…”
—Olvídalo —dijo en un murmullo—. Estoy loco por pensar en esas tonterías… Eso podría atraer problemas y poner a Diego en peligro, ¿verdad?
Teresa apretó los labios y forzó una sonrisa— lamentablemente, es cierto —asintió—. Usted y el señor De León, no pueden llevar una vida común y corriente —le sonrió condescendiente «pero, seguramente si se lo comento al señor De León, él podría pensar en algo para solucionar esto…»
—Lo sé… —el castaño apretó los parpados un momento y finalmente sonrió—, supongo que solo debo acostumbrarme —se alzó de hombros—. Deberíamos pensar en recibir a las personas encargadas de la boda en la mansión desde la próxima semana —buscó la mirada de su acompañante con algo de tristeza—, ¿puedes encargarte, Tere?
—Por supuesto, joven —Teresa asintió y anotó eso en su agenda.
Después de eso, siguieron su camino hasta la enorme boutique, la cual había sido reservada ese día, exclusivamente para Ale.
El diseñador Cristóbal Herrera, se encontraba nervioso y tenía a sus asistentes desde temprana hora, esperando al jovencito.
El diseñador, era un Omega, por lo que se puso un desodorante para ocultar sus feromonas inquietas; también les advirtió que debían tratar al visitante con suma delicadeza y no contravenirlo, pues si lo perdía como cliente, seguramente su carrera se iría al caño.
El tintineo de la puerta logró que todos en la boutique se estremecieran, sintiendo un escalofrío recorrer su espalda; el color se les fue del rostro al ver a dos hombres vestidos de negro ingresar, dar un vistazo rápido y finalmente, abrir la puerta, para que entraran las personas a las que escoltaban, seguidos de más hombres de negro.
—¡Buenos días! —Ale sonrió amable al ver al diseñador.
—Buenos días, joven… —Cristóbal carraspeó para recuperar la voz que se había perdido en medio de su saludo—. ¡Bienvenido!
—¡Buenos días! —dijeron las demás personas que ayudaban a Cristóbal, haciendo una gran reverencia.
—Buenos días —saludó Teresa al ingresar detrás del castaño—. Espero que no te hayas levantado muy temprano Cris —sonrió divertida al ver la cara del otro.
—Por supuesto que no —Cristóbal sintió que su boca se secaba—, pero, ¡pasen! Tomen asiento, por favor.
Habían preparado una sala especial para sus visitantes.
—Pero solo vine por las medidas, ¿no? —Ale miró con curiosidad a Teresa.
—Sí, pero también debemos elegir el velo, para que combine con la tiara que utilizará —asintió la morena.
—¡Es cierto! —el adolescente asintió.
En ese momento recordó que habían dejado eso pendiente para esa cita, ya que necesitaba llevar fotos del accesorio que usaría en su boda.
Teresa y Ale tomaron asiento, mientras Cristóbal se sentaba frente a ellos, recibiendo una carpeta de Teresa; mientras el diseñador observaba las fotos de la tiara, que más bien parecía una corona llena de joyas preciosas, a Ale y a Teresa, les ofrecían algunas bebidas y aperitivos.
—¿Tiene alguna petición para el velo, joven Altamira? —preguntó el diseñador con amabilidad, realmente a Ale no le tenía miedo, sino a sus acompañantes y especialmente a Teresa.
—¿Podría llegar al piso? —el castaño sonrió—. Mi cabello es largo —sujetó los mechones de su larga cabellera castaña con suavidad— y no lo usaré completamente recogido ese día —explicó—, así que quiero que el velo sea mucho más largo.
—Entiendo —sonrió Cristóbal—. Aunque, hacer un velo para esta hermosura, será un reto… —dijo con algo de seriedad, mientras pensaba en algo adecuado—. Podríamos usar una tela sencilla y solo realizarle un bordado con algo de pedrería en los bordes, así será menos pesado.
—El señor De León dijo que, si le pondrían pedrería, debería ser igual que las joyas de la corona —mencionó Teresa con un tinte casual, mientras recibía el café que le habían llevado.
El color se le fue del rostro a Cris— yo… Bueno, será un trabajo sumamente delicado y difícil… —sonrió nerviosamente—. Es decir, conseguir esas piedras será…
—El señor de León las conseguirá —Teresa presionó—, además dijo que necesitaba saber la cantidad que se necesitarían para el vestido también.
Cristóbal respiró profundamente.
Ya habían hablado del vestido, el bordado y que llevaría pedrería, pero no imaginaba que usaría piedras preciosas, mucho más caras que la cristalería fina que normalmente procuraba.
Ale se mantenía entretenido con el té de menta y unas galletas, tipo macaron, que le habían llevado para acompañar, sin darse cuenta que el diseñador era presionado por Teresa, de manera disimulada.
—Si el señor De León será tan amable de proporcionar ayuda con los materiales, por supuesto que no puedo oponerme —Cris forzó una sonrisa—, necesitamos las medidas del joven Altamira, para poder hacer un cálculo más exacto de los materiales para el vestido —señaló al jovencito que masticaba despreocupadamente una galleta— y mientras, podemos buscar un modelo de velo, en el cual basarnos para realizar el cálculo del bordado.
—De acuerdo, pasemos a las medidas.
—Lisa —Cris llamó a una chica—, lleva al joven Altamira a la toma de medidas con las costureras, mientras, yo buscaré varios velos, para que elija uno.
—Cómo ordene… Por aquí, joven.
—Sí —Ale dejó las galletas y la taza, antes de ponerse de pie.
—Yo lo acompañaré —Teresa se puso de pie y no dio lugar a que alguien se opusiera, pues tenía la orden de no dejar a Ale a solas.
Lisa guio a Ale y Teresa hacia la parte de atrás de la boutique, dónde estaba la sección de costura, mientras Cris y varias de sus trabajadoras, buscaban distintos velos.
—Pase, por favor —indicó la chica con amabilidad—. Señora Paty, el joven Altamira vino a que le tomaran medidas —anunció con rapidez.
—¡Oh, por supuesto! Pasa cariño… —la mujer con canas se acercó a los recién llegados—. Yo soy Patricia Campos, la líder de las costureras —sonrió amable—, yo tomaré las medidas y… —puso un gesto preocupado—. ¿Te sientes bien, querido? —preguntó al ver el rostro del adolescente.
—Yo… Yo… —Ale puso la mano en su estómago y sintió una sensación sumamente extraña, ya que percibía olores fuertes que no podía identificar.
Parecía faltarle el aire y le daba la impresión de que todo a su alrededor se cerraba, por lo que sus ojos se pusieron llorosos e intentó dar media vuelta, pero antes de ello, se inclinó y comenzó a vomitar.
—¡Joven Altamira! —Teresa lo sujetó de la cintura e hizo el cabello castaño hacia atrás, mientras el otro devolvía lo que acababa de ingerir—. ¡Samuel! —gritó una vez más, con un tinte desesperado.
En unos segundos, Samuel, seguido de otros guardaespaldas, ingresaron a esa parte de la boutique.
—¡¿Qué ocurre?! —preguntó el hombre con rapidez.
—¡No sé! —Teresa lo miró con susto—. Hay que llevarlo a un hospital, ¡puede ser veneno!
Ante esas palabras, Samuel no lo dudó, sujetó a Ale en brazos y corrió a la salida, dando órdenes.
—¡Que nadie salga de este lugar! ¡Investiguen lo que el joven comió!
—¿Qué…? ¿Qué pasó? —Cristóbal intentó acercarse, pero Teresa lo impidió.
—¡¿Qué le dieron?! —preguntó la morena con frialdad.
—¡¿De qué hablas?! —indagó el diseñador con nervios.
—¡¿Qué fue lo que le dieron de comer?! —especificó la de lentes, con un dejo de ira asesina en sus ojos castaños.
—¡Susy! —Cris buscó a una de las chicas que lo ayudaban—. ¡¿Qué le sirvieron al joven Altamira?!
—Le servimos té… Té de menta —especificó la chica— y macaron de distintos sabores… —respondió temblando.
Teresa buscó el rostro de todos los presentes, no podía quedarse a verificar si le decían la verdad.
—Más vale que ustedes no tengan nada que ver con el estado del joven Altamira —amenazó—, de lo contrario, ¡estarán en graves problemas! —se giró y buscó a otro de los guardaespaldas que aún quedaban ahí—. Mario, tú y los demás, revisen lo que sirvieron, quédense aquí y no dejen que nadie se vaya de este lugar, hasta que reciban órdenes del señor De León, ¡¿entendido?!
—Cómo diga, señorita Galván.
Teresa corrió hacia el exterior, apresurándose a alcanzar a Samuel y los demás, para acompañar a Ale al hospital.
Al llegar al hospital, le tomaron muestras de sangre a Ale, en busca de alguna intoxicación o alguna otra enfermedad; no había síntomas de que hubiera estado expuesto a algún veneno, pero querían asegurarse.
—Ya estoy bien, Tere —señaló el menor, al ver a la morena de pie, al lado de su cama, estrujando sus manos con nerviosismo.
—Joven Altamira —ella lo miró con susto—, vomitó varias veces, incluso en el camino hacia acá, ¿cómo quiere que crea que está bien?
—Sólo me mareé y sentí algo de asco… —hizo un gesto de desagrado—. Pero ya me siento mejor, deberíamos volver a que me tomen las medidas.
Teresa suspiró— el señor De León dijo que no volveríamos a esa boutique hasta asegurarnos de que no hay nada malo —declaró con seriedad «además, si encuentran que Cristóbal o alguno de sus trabajadores, hizo algo en su contra, el señor De León no tendrá piedad…»
—No debiste decirle a Diego —Ale negó—, seguramente se preocupó mucho, ¿verdad?
—Sí —la de lentes asintió—, dijo que vendría de inmediato, así que llegará en unos momentos.
—Él tiene muchas cosas de qué preocuparse —el castaño suspiró—, no quiero ser otra carga para él.
—No diga eso —Teresa lo sujetó con suavidad de la mano—, usted no es una carga, al contrario, es lo más importante para el señor, es lógico que se preocupe por usted.
—Entiendo…
Se escuchó un golpe seco; la puerta se abrió, dando paso a Diego, quien corrió hasta Ale.
—¡Mi amor! —lo sujetó de las manos e intentó besar los labios.
—No —Ale giró el rostro, logrando que Diego se preocupara por esa reacción—. Vomité y no me he lavado los dientes —se excusó el menor.
—Está bien —el rubio besó la frente de su pareja y luego buscó el rostro de Teresa—. ¿Qué dijo el médico? —preguntó con frialdad.
—Le tomaron muestras de sangre —especificó la de lentes—. Los médicos de urgencias dijeron que no tenía síntomas de haber ingerido veneno, pero cómo era raro que vomitara, decidieron buscar otras razones para el malestar —explicó con rapidez—, pero tardarán un poco.
—¿Cuánto?
Teresa notó la ansiedad en los ojos verdes de su jefe y negó— no me dieron un tiempo, pero me dijeron que al menos un par de horas.
—Ya mandé a revisar lo que comiste —comentó Diego, mirando a Ale fijamente—, no te preocupes, si fue algo de la comida, lo encontraremos y…
—No creo que haya sido el té o las galletas —el castaño negó—, me sentía bien hasta que entré a que me tomaran las medidas… Ahí percibí un olor peculiar —arrugó la nariz.
—¿Olor? —Diego levantó el rostro de su pareja con suavidad—. ¿Qué clase de olor, Ale?
—No lo sé… —negó—. Sentí un olor a algo picante, me incomodó y… Me dieron nauseas
El rubio miró fijamente a su secretaria, quien entendió la orden muda.
—Enviaré a alguien a investigar la zona de costura de la boutique —Teresa caminó a la salida con premura, ya que tenían que encontrar la razón de lo que le había ocurrido al menor.
Diego dejó que sus feromonas de caña se desplegaran por la habitación y Ale las aspiró con placer, sintiéndose completamente reconfortado.
—¿Te sientes mejor ahora? —preguntó el mayor, sentándose en la orilla de la cama.
—Sí, pero quisiera al menos una pastilla de menta para quitarme el mal sabor en la boca —sonrió por un momento antes de poner un gesto triste—. Lamento haber hecho que vinieras acá —musitó—, seguro tenías mucho trabajo, ¿verdad?
—Mi amor, si algo te pasa, es lógico que me preocupe y vaya de inmediato a buscarte —sonrió el mayor, acariciando las mejillas sonrosadas de su pareja—. Nada ni nadie, es más importante que tú en mi vida.
El castaño se sintió reconfortado por esas palabras, pero antes de que dijera algo, un golpeteo en la puerta lo sorprendió.
—Adelante —dijo Diego con seriedad.
La puerta se abrió y un par de médicos ingresaron a la habitación; el doctor Homero Orozco, director del hospital y médico de cabecera de la familia de León, así como el médico Sinuhé Núñez, el especialista en Omegas que se encargaba de la salud de Ale.
El doctor Orozco tembló al ver que Diego ya estaba ahí— buenas tardes, señor De león, joven Altamira —saludó, sin poder evitar mostrarse nervioso.
El rubio no respondió, no así su pareja.
—Buenas tardes —el castaño mostró una dulce sonrisa.
—Buenas tardes, Ale, ¿cómo te sientes? —saludó el médico Omega con dulzura, mirando al jovencito castaño en la cama.
Debido a que Sinuhé era un Omega adulto, quien ya tenía hijos incluso mayores que Ale, miraba al castaño como un niño y lo trataba cómo tal, pese a saber que ya era un Omega sexualmente activo y marcado.
—Bien, doctor Núñez —respondió el menor con confianza—, aunque después de vomitar, creo que tengo hambre… —pasó la mano por su vientre.
—Es lo normal en estos casos —el médico se acercó hasta el jovencito y lo sujetó de la muñeca—, déjame revisar una vez más tu pulso…
—¿Qué es lo que tiene? —preguntó Diego con voz seria, fijando su mirada verde en Orozco.
—Bueno, debido a lo ocurrido, se le hicieron varios exámenes al joven Altamira y…
—Al grano —el rubio rechinó los dientes, no le agradaba que el otro estuviera dándole vueltas al asunto.
Ale miró de reojo a Diego, notando claramente que estaba molesto.
—Debería calmarse, señor De León —Sinuhé le sonrió—, no es bueno que sus feromonas se alteren al lado de su pareja, especialmente cuando se encuentra encinta —anunció con una gran sonrisa.
—¿Qué? —Diego buscó al médico Omega con la mirada.
—¿Encinta? —Ale parpadeó sorprendido—. ¿Quiere decir…? Yo… —bajó el rostro y miró su vientre.
—Así es —Sinuhé acomodó su cabello por detrás de la oreja—. Pedí que le hicieran una prueba de embarazo y salió positiva —acercó a Diego la tablilla que había llevado, la cual tenía unos documentos en el broche de presión—. Imaginé que, siendo Ale un Omega con pareja y que empezaron a intimar desde hace meses, había una posibilidad que las náuseas y el vómito, no fueran por envenenamiento, ni intoxicación, sino por algo más normal —sonrió divertido.
—¿Cuánto tiene? —preguntó el rubio aun sin poder creerlo.
—Aun no podemos saberlo con exactitud —Sinuhé ladeó el rostro—, necesitamos hacerle una ecografía, para verificar el tamaño del feto, aunque las náuseas se presentan entre el tercer y cuarto mes, así que nos podemos hacer una idea por los síntomas —buscó la mirada de Ale—, Dime cariño, ¿has tenido alguna otra situación anormal?
—¿Cómo…? ¿Cómo qué? —preguntó el menor aun sin poder creerlo.
—Veamos… Sensibilidad o dolor en algunas partes de tu cuerpo, dolor de cabeza, cambio de ánimo, sueño excesivo —enunció el médico con calma.
—Pues… —Ale dudó y pensó un momento—. En las noches me he sentido cansado, pero suponía que era porque estoy en los preparativos de la boda —comentó con inocencia—. Pero no he sentido nada más.
Sinuhé movió la mano y le dio palmaditas en el cabello al menor— entiendo, no te preocupes, hay contados Omega que no sienten nada durante sus embarazos y los pasan de manera tranquila, así que, si no has sentido nada malo, seguramente todo está bien —le guiñó el ojo y luego fijó la mirada en Diego—. Señor De León —habló seriamente—, necesitamos hacer la ecografía y pensar en el plan de cuidado para Ale, especialmente porque debe mantenerse vigilado, ya que los embarazos Omega pueden ser delicados en las primeras semanas, ¿me explico?
Por primera vez, Diego no sabía cómo reaccionar, así que simplemente acató las indicaciones de Sinuhé— por supuesto —dijo con rapidez.
—Pediré una camilla para llevar al joven Altamira a la ecografía —el doctor Orozco fue a la salida, dejando a Diego y Ale con el otro médico.
—Dependiendo del tiempo que tengas —prosiguió Sinuhé—, te daré una dieta a seguir, así como vitaminas y minerales para el desarrollo del feto —explicó—, pero creo que los preparativos de la boda tendrán que dejarse en segundo plano o delegarlos a alguien más, porque no sería bueno que anduvieras de arriba para abajo, en pleno embarazo —se cruzó de brazos.
—Pero —Ale estrujó la sabana que lo cubría—, nuestra boda será el otro año —musitó y buscó la mirada de Diego—, no quiero retrasarla…
—No te preocupes, mi amor —el rubio le besó la sien—, dependiendo de lo que veamos en los estudios, veremos si es necesario o no, retrasarla —sonrió más tranquilo.
Poco a poco, Diego estaba recobrando la compostura y, además, con esa noticia, el médico le dio la excusa perfecta para que Ale no saliera tanto de casa y dejara de exponerse.
—Ya estoy bien, Tere —señaló el menor, al ver a la morena de pie, al lado de su cama, estrujando sus manos con nerviosismo.
—Joven Altamira —ella lo miró con susto—, vomitó varias veces, incluso en el camino hacia acá, ¿cómo quiere que crea que está bien?
—Sólo me mareé y sentí algo de asco… —hizo un gesto de desagrado—. Pero ya me siento mejor, deberíamos volver a que me tomen las medidas.
Teresa suspiró— el señor De León dijo que no volveríamos a esa boutique hasta asegurarnos de que no hay nada malo —declaró con seriedad «además, si encuentran que Cristóbal o alguno de sus trabajadores, hizo algo en su contra, el señor De León no tendrá piedad…»
—No debiste decirle a Diego —Ale negó—, seguramente se preocupó mucho, ¿verdad?
—Sí —la de lentes asintió—, dijo que vendría de inmediato, así que llegará en unos momentos.
—Él tiene muchas cosas de qué preocuparse —el castaño suspiró—, no quiero ser otra carga para él.
—No diga eso —Teresa lo sujetó con suavidad de la mano—, usted no es una carga, al contrario, es lo más importante para el señor, es lógico que se preocupe por usted.
—Entiendo…
Se escuchó un golpe seco; la puerta se abrió, dando paso a Diego, quien corrió hasta Ale.
—¡Mi amor! —lo sujetó de las manos e intentó besar los labios.
—No —Ale giró el rostro, logrando que Diego se preocupara por esa reacción—. Vomité y no me he lavado los dientes —se excusó el menor.
—Está bien —el rubio besó la frente de su pareja y luego buscó el rostro de Teresa—. ¿Qué dijo el médico? —preguntó con frialdad.
—Le tomaron muestras de sangre —especificó la de lentes—. Los médicos de urgencias dijeron que no tenía síntomas de haber ingerido veneno, pero cómo era raro que vomitara, decidieron buscar otras razones para el malestar —explicó con rapidez—, pero tardarán un poco.
—¿Cuánto?
Teresa notó la ansiedad en los ojos verdes de su jefe y negó— no me dieron un tiempo, pero me dijeron que al menos un par de horas.
—Ya mandé a revisar lo que comiste —comentó Diego, mirando a Ale fijamente—, no te preocupes, si fue algo de la comida, lo encontraremos y…
—No creo que haya sido el té o las galletas —el castaño negó—, me sentía bien hasta que entré a que me tomaran las medidas… Ahí percibí un olor peculiar —arrugó la nariz.
—¿Olor? —Diego levantó el rostro de su pareja con suavidad—. ¿Qué clase de olor, Ale?
—No lo sé… —negó—. Sentí un olor a algo picante, me incomodó y… Me dieron nauseas
El rubio miró fijamente a su secretaria, quien entendió la orden muda.
—Enviaré a alguien a investigar la zona de costura de la boutique —Teresa caminó a la salida con premura, ya que tenían que encontrar la razón de lo que le había ocurrido al menor.
Diego dejó que sus feromonas de caña se desplegaran por la habitación y Ale las aspiró con placer, sintiéndose completamente reconfortado.
—¿Te sientes mejor ahora? —preguntó el mayor, sentándose en la orilla de la cama.
—Sí, pero quisiera al menos una pastilla de menta para quitarme el mal sabor en la boca —sonrió por un momento antes de poner un gesto triste—. Lamento haber hecho que vinieras acá —musitó—, seguro tenías mucho trabajo, ¿verdad?
—Mi amor, si algo te pasa, es lógico que me preocupe y vaya de inmediato a buscarte —sonrió el mayor, acariciando las mejillas sonrosadas de su pareja—. Nada ni nadie, es más importante que tú en mi vida.
El castaño se sintió reconfortado por esas palabras, pero antes de que dijera algo, un golpeteo en la puerta lo sorprendió.
—Adelante —dijo Diego con seriedad.
La puerta se abrió y un par de médicos ingresaron a la habitación; el doctor Homero Orozco, director del hospital y médico de cabecera de la familia de León, así como el médico Sinuhé Núñez, el especialista en Omegas que se encargaba de la salud de Ale.
El doctor Orozco tembló al ver que Diego ya estaba ahí— buenas tardes, señor De león, joven Altamira —saludó, sin poder evitar mostrarse nervioso.
El rubio no respondió, no así su pareja.
—Buenas tardes —el castaño mostró una dulce sonrisa.
—Buenas tardes, Ale, ¿cómo te sientes? —saludó el médico Omega con dulzura, mirando al jovencito castaño en la cama.
Debido a que Sinuhé era un Omega adulto, quien ya tenía hijos incluso mayores que Ale, miraba al castaño como un niño y lo trataba cómo tal, pese a saber que ya era un Omega sexualmente activo y marcado.
—Bien, doctor Núñez —respondió el menor con confianza—, aunque después de vomitar, creo que tengo hambre… —pasó la mano por su vientre.
—Es lo normal en estos casos —el médico se acercó hasta el jovencito y lo sujetó de la muñeca—, déjame revisar una vez más tu pulso…
—¿Qué es lo que tiene? —preguntó Diego con voz seria, fijando su mirada verde en Orozco.
—Bueno, debido a lo ocurrido, se le hicieron varios exámenes al joven Altamira y…
—Al grano —el rubio rechinó los dientes, no le agradaba que el otro estuviera dándole vueltas al asunto.
Ale miró de reojo a Diego, notando claramente que estaba molesto.
—Debería calmarse, señor De León —Sinuhé le sonrió—, no es bueno que sus feromonas se alteren al lado de su pareja, especialmente cuando se encuentra encinta —anunció con una gran sonrisa.
—¿Qué? —Diego buscó al médico Omega con la mirada.
—¿Encinta? —Ale parpadeó sorprendido—. ¿Quiere decir…? Yo… —bajó el rostro y miró su vientre.
—Así es —Sinuhé acomodó su cabello por detrás de la oreja—. Pedí que le hicieran una prueba de embarazo y salió positiva —acercó a Diego la tablilla que había llevado, la cual tenía unos documentos en el broche de presión—. Imaginé que, siendo Ale un Omega con pareja y que empezaron a intimar desde hace meses, había una posibilidad que las náuseas y el vómito, no fueran por envenenamiento, ni intoxicación, sino por algo más normal —sonrió divertido.
—¿Cuánto tiene? —preguntó el rubio aun sin poder creerlo.
—Aun no podemos saberlo con exactitud —Sinuhé ladeó el rostro—, necesitamos hacerle una ecografía, para verificar el tamaño del feto, aunque las náuseas se presentan entre el tercer y cuarto mes, así que nos podemos hacer una idea por los síntomas —buscó la mirada de Ale—, Dime cariño, ¿has tenido alguna otra situación anormal?
—¿Cómo…? ¿Cómo qué? —preguntó el menor aun sin poder creerlo.
—Veamos… Sensibilidad o dolor en algunas partes de tu cuerpo, dolor de cabeza, cambio de ánimo, sueño excesivo —enunció el médico con calma.
—Pues… —Ale dudó y pensó un momento—. En las noches me he sentido cansado, pero suponía que era porque estoy en los preparativos de la boda —comentó con inocencia—. Pero no he sentido nada más.
Sinuhé movió la mano y le dio palmaditas en el cabello al menor— entiendo, no te preocupes, hay contados Omega que no sienten nada durante sus embarazos y los pasan de manera tranquila, así que, si no has sentido nada malo, seguramente todo está bien —le guiñó el ojo y luego fijó la mirada en Diego—. Señor De León —habló seriamente—, necesitamos hacer la ecografía y pensar en el plan de cuidado para Ale, especialmente porque debe mantenerse vigilado, ya que los embarazos Omega pueden ser delicados en las primeras semanas, ¿me explico?
Por primera vez, Diego no sabía cómo reaccionar, así que simplemente acató las indicaciones de Sinuhé— por supuesto —dijo con rapidez.
—Pediré una camilla para llevar al joven Altamira a la ecografía —el doctor Orozco fue a la salida, dejando a Diego y Ale con el otro médico.
—Dependiendo del tiempo que tengas —prosiguió Sinuhé—, te daré una dieta a seguir, así como vitaminas y minerales para el desarrollo del feto —explicó—, pero creo que los preparativos de la boda tendrán que dejarse en segundo plano o delegarlos a alguien más, porque no sería bueno que anduvieras de arriba para abajo, en pleno embarazo —se cruzó de brazos.
—Pero —Ale estrujó la sabana que lo cubría—, nuestra boda será el otro año —musitó y buscó la mirada de Diego—, no quiero retrasarla…
—No te preocupes, mi amor —el rubio le besó la sien—, dependiendo de lo que veamos en los estudios, veremos si es necesario o no, retrasarla —sonrió más tranquilo.
Poco a poco, Diego estaba recobrando la compostura y, además, con esa noticia, el médico le dio la excusa perfecta para que Ale no saliera tanto de casa y dejara de exponerse.
Sinuhé le hizo la ecografía a Ale y le comentó que el desarrollo del feto concordaba con un crecimiento aproximado de doce semanas, por lo que era posible que el bebé naciera a finales de marzo o principios de abril del siguiente año.
El doctor le hizo un plan de nutrición y cuidados, de acuerdo al peso que tenía en ese momento, así como citas de rutina para revisiones; le dio indicaciones y ordenes, no solo para el cuidado del bebé, sino para el castaño mismo, ya que, al ser muy joven, debía pensar en su propio bienestar, por el bien de su futuro hijo.
Así, después de algunas horas en el hospital, Ale se estaba muriendo de hambre, pero no quería comer en el centro de la ciudad y le pidió a Diego que lo llevara a casa, esperando tener un poco de paz allá, sin saber que Diego ya le había notificado a Federico lo del embarazo de Ale, por lo que el canoso se encontraba emocionado con la noticia de tener a su primer nieto tan rápido.
Al llegar a la mansión, Federico estaba esperando en la recepción principal, pero se asustó al ver que Diego subía las escaleras con Ale en brazos.
—¡¿Le paso algo?! —preguntó el canoso con nervios.
—No —Diego negó—, solo es una precaución.
—Diego exagera, papá Federico —acusó el adolescente, antes de que el otro lo dejara de pie.
—No exagero —negó el ojiverde—, el médico dijo que tiene doce semanas y es cuando se presentan complicaciones en los Omega, por eso debemos cuidar a Ale…
—Tienes razón, hijo —Federico asintió, al haber tenido tres hijos y dos parejas Omega, sabía bien esas indicaciones—, no debemos descuidarnos en lo más mínimo.
—Pero estoy bien —el castaño entornó los ojos—, subir unos cuantos escalones no me hará daño —señaló hacia la puerta.
—Tal vez no —el canoso levantó una ceja—, pero que tal si te tropiezas, si te resbalas, si te mareas —enunció—. Hay muchas cosas que pueden ocurrir en el trayecto.
—Te lo dije —Diego se cruzó de brazos.
Ale pasó la mano por su frente; las mismas palabras que le acababa de decir su suegro, se las había dicho su pareja, antes de levantarlo en brazos para subir las escaleras.
—¡Ah! Bien… Lo tomaré en cuenta, ahora solo quiero comer algo, tengo mucha hambre —les dedicó una mirada cansada a su suegro y pareja.
—Ordené que te prepararan un estofado de pollo, con verduras ricas en hierro —señaló Federico, haciendo una seña para que lo llevaran al comedor.
Mientras uno de sus trabajadores empujaba la silla, Diego sujetó la mano de Ale y siguieron al canoso.
—Se me antoja una hamburguesa —comentó el adolescente en un susurro.
—No es bueno que comas una hamburguesa —Diego lo miró de soslayo, el médico le dijo que Ale no debía comer alimentos con pocos nutrientes.
—Pero… Es un antojo —el castaño se mordió el labio con diversión.
Diego respiró profundamente; conocía a Ale y sabía que solo se estaba aprovechando de la situación, pero no podía negarle nada, por lo que sucumbió ante la petición— de acuerdo, si es un antojo, pediré que te preparen una.
Ale se aferró al brazo de su pareja y sonrió emocionado— ¡gracias, mi amor!
El doctor le hizo un plan de nutrición y cuidados, de acuerdo al peso que tenía en ese momento, así como citas de rutina para revisiones; le dio indicaciones y ordenes, no solo para el cuidado del bebé, sino para el castaño mismo, ya que, al ser muy joven, debía pensar en su propio bienestar, por el bien de su futuro hijo.
Así, después de algunas horas en el hospital, Ale se estaba muriendo de hambre, pero no quería comer en el centro de la ciudad y le pidió a Diego que lo llevara a casa, esperando tener un poco de paz allá, sin saber que Diego ya le había notificado a Federico lo del embarazo de Ale, por lo que el canoso se encontraba emocionado con la noticia de tener a su primer nieto tan rápido.
Al llegar a la mansión, Federico estaba esperando en la recepción principal, pero se asustó al ver que Diego subía las escaleras con Ale en brazos.
—¡¿Le paso algo?! —preguntó el canoso con nervios.
—No —Diego negó—, solo es una precaución.
—Diego exagera, papá Federico —acusó el adolescente, antes de que el otro lo dejara de pie.
—No exagero —negó el ojiverde—, el médico dijo que tiene doce semanas y es cuando se presentan complicaciones en los Omega, por eso debemos cuidar a Ale…
—Tienes razón, hijo —Federico asintió, al haber tenido tres hijos y dos parejas Omega, sabía bien esas indicaciones—, no debemos descuidarnos en lo más mínimo.
—Pero estoy bien —el castaño entornó los ojos—, subir unos cuantos escalones no me hará daño —señaló hacia la puerta.
—Tal vez no —el canoso levantó una ceja—, pero que tal si te tropiezas, si te resbalas, si te mareas —enunció—. Hay muchas cosas que pueden ocurrir en el trayecto.
—Te lo dije —Diego se cruzó de brazos.
Ale pasó la mano por su frente; las mismas palabras que le acababa de decir su suegro, se las había dicho su pareja, antes de levantarlo en brazos para subir las escaleras.
—¡Ah! Bien… Lo tomaré en cuenta, ahora solo quiero comer algo, tengo mucha hambre —les dedicó una mirada cansada a su suegro y pareja.
—Ordené que te prepararan un estofado de pollo, con verduras ricas en hierro —señaló Federico, haciendo una seña para que lo llevaran al comedor.
Mientras uno de sus trabajadores empujaba la silla, Diego sujetó la mano de Ale y siguieron al canoso.
—Se me antoja una hamburguesa —comentó el adolescente en un susurro.
—No es bueno que comas una hamburguesa —Diego lo miró de soslayo, el médico le dijo que Ale no debía comer alimentos con pocos nutrientes.
—Pero… Es un antojo —el castaño se mordió el labio con diversión.
Diego respiró profundamente; conocía a Ale y sabía que solo se estaba aprovechando de la situación, pero no podía negarle nada, por lo que sucumbió ante la petición— de acuerdo, si es un antojo, pediré que te preparen una.
Ale se aferró al brazo de su pareja y sonrió emocionado— ¡gracias, mi amor!
Nota: Ok, me había estado absteniendo de dejar alguna nota, pero ahora sí, es justo y necesario. Lo que Ale olió en la sección de costura, no fue nada malo en realidad, solo eran cosas que se utilizan para mantener las telas y ropa en buen estado, evitando que sean atacadas por insectos o humedad; puede haber no solo diferentes productos comerciales, sino incluso, remedios caseros, con diferentes olores que, debido al estado de Ale, le ocasionaron nauseas.
Lo aclaro para que no haya quien quiera linchar al pobre diseñador, las asistentes o las costureras XD
Lo aclaro para que no haya quien quiera linchar al pobre diseñador, las asistentes o las costureras XD
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