Capítulo VI
El sol se colaba por el ventanal, cuando Ale abrió los parpados lentamente; bostezó, pero no se movió, ya que unos fuertes brazos lo tenían sujeto con firmeza. Con debilidad, pasó una mano por sus ojos, tallando los parpados y poniendo atención; Diego lo tenía abrazado y ambos estaban completamente desnudos, cubiertos sólo por una sábana.
Algunos recuerdos borrosos llegaron a su mente; imágenes que parecían más que nada sueños y movió su mano libre, llevándola a su nuca, sintiendo el escozor de la mordida que había recibido en algún momento, mientras se entregaba a Diego.
El castaño suspiró ilusionado y sonrió.
Estaba feliz; no solo había pasado su primer celo en compañía del Alfa que amaba, sino que había sido marcado por él y, además, el rubio había anudado en su interior, algo que, aunque en un principio le había tomado desprevenido, realmente lo había disfrutado.
—Buenos días —dijo la voz varonil, sorprendiendo al menor.
—¡Ah! —Ale levantó la mirada y observó los ojos verdes, observándolo con cariño—. ¡Buenos días, mi amor! —respondió, sintiendo sus mejillas arder.
‘Mi amor’, la frase logró que el corazón de diego se acelerara y le hizo sonreír con sincera emoción.
—¿Amaneciste mejor, mi vida? —preguntó, moviéndose hasta besar una mejilla del castaño.
—Sí… —el menor se movió inconscientemente ofreciéndole los labios con sumisión.
—Me alegro —Diego besó los suaves labios con delicadeza, durante ese fin de semana, los había mordido mucho y no quería lastimar más a su pareja—. Ya es lunes y espero que hoy, si quieras comer algo…
Desde el viernes en la tarde, cuando Diego llegó a la mansión, Ale no había comido; su celo no se había detenido, por lo cual, lo único que Diego hacía, era darle agua cuando lo besaba, para que no se deshidratara, pues el otro solo quería intimar y no podía hacerlo entrar en razón, aún y que había anudado al menos un par de veces.
—¡¿Lunes?! —el adolescente se asustó.
—Sí —asintió el ojiverde.
—Quieres decir que… Pasamos todo… El fin de semana —pasó saliva con nervios y bajó el rostro, sintiendo sus mejillas arder por la vergüenza.
—Sí —Diego sonrió condescendiente—, por alguna razón, tu celo no se calmó rápido, por eso, en cuanto te sientas bien, veremos a un médico.
Esa situación le preocupaba al rubio, pero esperaba que un médico revisara a Ale ese mismo día, para que explicara el por qué tardó tanto en calmar su celo, cuando se suponía que, después de marcar a un Omega, el celo debía detenerse casi de inmediato.
—Lo siento —Ale se arrebujó contra el pecho de su pareja—. Por mi culpa se canceló la reunión…
—No te preocupes —Diego lo sujetó con delicadeza por las mejillas y lo obligó a levantar el rostro—, las fiestas se pueden reprogramar —le restó importancia—, lo único que importa, es que tú estés bien y feliz —le dio un beso en la nariz.
—¡Por supuesto que estoy feliz! —el castaño sonrió con ilusión—. Aunque no recuerdo muchas cosas —confesó apenado—, pero me siento… ¡Pleno! —confesó con emoción.
Diego observó ese rostro sonriente que parecía brillar de dicha y se sintió inmensamente feliz de poder apreciar esa imagen por la mañana.
—Eso me tranquiliza —Diego puso su frente contra la de Ale—, ahora, ¿qué te gustaría desayunar?
—No sé… Creo que esta vez, pediré un desayuno completo —aseguró con diversión—, pero también se me antojan unos waffles y yogurt con fruta… ¡Oh! Y tostadas francesas con azúcar —relamió sus labios.
El rubio se sorprendió— es la primera vez que te escucho pedir tanto en el desayuno.
—Es que tengo hambre —hizo un mohín—, supongo que mi cuerpo si resiente el que no haya comido bien durante todo el fin de semana.
Diego le besó la frente— de acuerdo, si tu cuerpo pide todo eso para desayunar, no puedo negártelo —movió las sabanas y se incorporó de la cama.
Ale se sofocó al ver el cuerpo de su pareja.
Pese a haber pasado esos días juntos, no había puesto atención en lo atractivo y perfecto que era, más su vergüenza aumentó, al ver que, en la espalda y brazos, tenía marcas de rasguños. Era obvio que había marcado la piel de Diego de una forma diferente a cómo el otro lo había marcado a él.
El rubio se puso una bata y fue a la estancia de la recamara; tocó una campanilla y esperó hasta que fuera alguien a atender su llamado.
—Buenos días, joven —saludó una mujer con rapidez, pero sin mirarlo a la cara.
—Ale y yo vamos a desayunar —sentenció con rapidez—, preparen dos desayunos americanos y para mi pareja, agréguenle yogurt con fruta, waffles y tostadas francesas con azúcar.
—Claro, ¿desea que traiga el desayuno a la habitación o lo tomarán en el comedor?
Diego pasó la mano por su barbilla— mi padre, ¿ya desayunó?
—El señor De León no está en la mansión —respondió la chica con rapidez—, desde el viernes se fue al Royal, pero dijo que debíamos avisarle cuando usted y el joven Altamira estuvieran mejor, para volver.
«Supongo que no soportó las feromonas…» sonrió— siendo así, traigan el desayuno a la habitación y avísenle a mi padre, para que vuelva.
—Cómo ordene, con permiso.
La mujer salió de la habitación con paso rápido y Diego volvió a la zona de cama, observando cómo Ale se cubría con la sabana, mientras trataba de alcanzar una bata.
—¿Necesitas algo? —preguntó el rubio, caminando hasta su pareja.
—Ah… No… Solo —el castaño se mordió el labio con nervios—, creo que debo bañarme, antes del desayuno.
—¿Por qué?
Ale se movió de un lado a otro de manera nerviosa y apretó los labios un momento; le daba vergüenza hablar.
Diego notó la inquietud del menor, así que se acercó y lo sujetó del rostro, levantándolo para verlo a los ojos— ¿no confías en mí? —preguntó con voz suave.
—No es eso —negó—, es que… —pasó saliva y apretó la sabana con sus manos—. Cuando me levanté… Algo… Salió —su voz fue disminuyendo de volumen y su rostro tomó un intenso color rojo.
Diego se inclinó y observó como un líquido blanquecino escurría por entre las piernas de su pareja y comprendió de inmediato lo que era; sabía que era normal, ya que había eyaculado muchas veces en el interior de Ale, pero le causaba ternura ver cómo el otro se avergonzaba de algo que debía ser natural después de lo ocurrido.
—Entiendo… —asintió—. Siendo así, te acompaño a asearte.
—¡¿Qué?! —Ale se asustó—. Pero… Estoy sucio y…
El rubio lo besó suavemente para callar las réplicas y luego se apartó un poco— yo te ensucié —dijo con diversión—, me corresponde limpiarte… ¿Acaso no te gustaría que lo hiciera?
Ale se estremeció ante el tono de su pareja y cerró los parpados, sintiendo como su cuerpo se rendía, no solo al toque y la voz, sino al olor de las feromonas dulces que estaba percibiendo; el rubio había liberado sus feromonas de caña de azúcar, para seducirlo de nuevo.
—Sí —aceptó el adolescente y suspiró.
—Entonces, vamos a ducharnos…
Algunos recuerdos borrosos llegaron a su mente; imágenes que parecían más que nada sueños y movió su mano libre, llevándola a su nuca, sintiendo el escozor de la mordida que había recibido en algún momento, mientras se entregaba a Diego.
El castaño suspiró ilusionado y sonrió.
Estaba feliz; no solo había pasado su primer celo en compañía del Alfa que amaba, sino que había sido marcado por él y, además, el rubio había anudado en su interior, algo que, aunque en un principio le había tomado desprevenido, realmente lo había disfrutado.
—Buenos días —dijo la voz varonil, sorprendiendo al menor.
—¡Ah! —Ale levantó la mirada y observó los ojos verdes, observándolo con cariño—. ¡Buenos días, mi amor! —respondió, sintiendo sus mejillas arder.
‘Mi amor’, la frase logró que el corazón de diego se acelerara y le hizo sonreír con sincera emoción.
—¿Amaneciste mejor, mi vida? —preguntó, moviéndose hasta besar una mejilla del castaño.
—Sí… —el menor se movió inconscientemente ofreciéndole los labios con sumisión.
—Me alegro —Diego besó los suaves labios con delicadeza, durante ese fin de semana, los había mordido mucho y no quería lastimar más a su pareja—. Ya es lunes y espero que hoy, si quieras comer algo…
Desde el viernes en la tarde, cuando Diego llegó a la mansión, Ale no había comido; su celo no se había detenido, por lo cual, lo único que Diego hacía, era darle agua cuando lo besaba, para que no se deshidratara, pues el otro solo quería intimar y no podía hacerlo entrar en razón, aún y que había anudado al menos un par de veces.
—¡¿Lunes?! —el adolescente se asustó.
—Sí —asintió el ojiverde.
—Quieres decir que… Pasamos todo… El fin de semana —pasó saliva con nervios y bajó el rostro, sintiendo sus mejillas arder por la vergüenza.
—Sí —Diego sonrió condescendiente—, por alguna razón, tu celo no se calmó rápido, por eso, en cuanto te sientas bien, veremos a un médico.
Esa situación le preocupaba al rubio, pero esperaba que un médico revisara a Ale ese mismo día, para que explicara el por qué tardó tanto en calmar su celo, cuando se suponía que, después de marcar a un Omega, el celo debía detenerse casi de inmediato.
—Lo siento —Ale se arrebujó contra el pecho de su pareja—. Por mi culpa se canceló la reunión…
—No te preocupes —Diego lo sujetó con delicadeza por las mejillas y lo obligó a levantar el rostro—, las fiestas se pueden reprogramar —le restó importancia—, lo único que importa, es que tú estés bien y feliz —le dio un beso en la nariz.
—¡Por supuesto que estoy feliz! —el castaño sonrió con ilusión—. Aunque no recuerdo muchas cosas —confesó apenado—, pero me siento… ¡Pleno! —confesó con emoción.
Diego observó ese rostro sonriente que parecía brillar de dicha y se sintió inmensamente feliz de poder apreciar esa imagen por la mañana.
—Eso me tranquiliza —Diego puso su frente contra la de Ale—, ahora, ¿qué te gustaría desayunar?
—No sé… Creo que esta vez, pediré un desayuno completo —aseguró con diversión—, pero también se me antojan unos waffles y yogurt con fruta… ¡Oh! Y tostadas francesas con azúcar —relamió sus labios.
El rubio se sorprendió— es la primera vez que te escucho pedir tanto en el desayuno.
—Es que tengo hambre —hizo un mohín—, supongo que mi cuerpo si resiente el que no haya comido bien durante todo el fin de semana.
Diego le besó la frente— de acuerdo, si tu cuerpo pide todo eso para desayunar, no puedo negártelo —movió las sabanas y se incorporó de la cama.
Ale se sofocó al ver el cuerpo de su pareja.
Pese a haber pasado esos días juntos, no había puesto atención en lo atractivo y perfecto que era, más su vergüenza aumentó, al ver que, en la espalda y brazos, tenía marcas de rasguños. Era obvio que había marcado la piel de Diego de una forma diferente a cómo el otro lo había marcado a él.
El rubio se puso una bata y fue a la estancia de la recamara; tocó una campanilla y esperó hasta que fuera alguien a atender su llamado.
—Buenos días, joven —saludó una mujer con rapidez, pero sin mirarlo a la cara.
—Ale y yo vamos a desayunar —sentenció con rapidez—, preparen dos desayunos americanos y para mi pareja, agréguenle yogurt con fruta, waffles y tostadas francesas con azúcar.
—Claro, ¿desea que traiga el desayuno a la habitación o lo tomarán en el comedor?
Diego pasó la mano por su barbilla— mi padre, ¿ya desayunó?
—El señor De León no está en la mansión —respondió la chica con rapidez—, desde el viernes se fue al Royal, pero dijo que debíamos avisarle cuando usted y el joven Altamira estuvieran mejor, para volver.
«Supongo que no soportó las feromonas…» sonrió— siendo así, traigan el desayuno a la habitación y avísenle a mi padre, para que vuelva.
—Cómo ordene, con permiso.
La mujer salió de la habitación con paso rápido y Diego volvió a la zona de cama, observando cómo Ale se cubría con la sabana, mientras trataba de alcanzar una bata.
—¿Necesitas algo? —preguntó el rubio, caminando hasta su pareja.
—Ah… No… Solo —el castaño se mordió el labio con nervios—, creo que debo bañarme, antes del desayuno.
—¿Por qué?
Ale se movió de un lado a otro de manera nerviosa y apretó los labios un momento; le daba vergüenza hablar.
Diego notó la inquietud del menor, así que se acercó y lo sujetó del rostro, levantándolo para verlo a los ojos— ¿no confías en mí? —preguntó con voz suave.
—No es eso —negó—, es que… —pasó saliva y apretó la sabana con sus manos—. Cuando me levanté… Algo… Salió —su voz fue disminuyendo de volumen y su rostro tomó un intenso color rojo.
Diego se inclinó y observó como un líquido blanquecino escurría por entre las piernas de su pareja y comprendió de inmediato lo que era; sabía que era normal, ya que había eyaculado muchas veces en el interior de Ale, pero le causaba ternura ver cómo el otro se avergonzaba de algo que debía ser natural después de lo ocurrido.
—Entiendo… —asintió—. Siendo así, te acompaño a asearte.
—¡¿Qué?! —Ale se asustó—. Pero… Estoy sucio y…
El rubio lo besó suavemente para callar las réplicas y luego se apartó un poco— yo te ensucié —dijo con diversión—, me corresponde limpiarte… ¿Acaso no te gustaría que lo hiciera?
Ale se estremeció ante el tono de su pareja y cerró los parpados, sintiendo como su cuerpo se rendía, no solo al toque y la voz, sino al olor de las feromonas dulces que estaba percibiendo; el rubio había liberado sus feromonas de caña de azúcar, para seducirlo de nuevo.
—Sí —aceptó el adolescente y suspiró.
—Entonces, vamos a ducharnos…
Después del desayuno, Diego decidió llevar al médico a su pareja. Ale se encontraba mejor, su celo ya estaba controlado y no tenía ningún síntoma del mismo, por lo que quería que lo atendieran en el hospital, en caso de que necesitara algunos análisis.
Debido a que su hijo le avisó que irían al centro de la ciudad, Federico los esperó en un salón de reuniones del hotel, junto con sus guardaespaldas y Teresa, todo para acompañarlos al hospital y asegurarse de que tanto su hijo, cómo su yerno, se encontraran bien.
La puerta del salón se abrió y Diego le permitió el paso a su pareja, para que ingresara primero.
—¡Papá Federico! —Ale corrió hasta su suegro y lo abrazó, dándole un beso en la mejilla.
El anciano sonrió aliviado— veo que estás mucho mejor, cariño —señaló el hombre, aunque de inmediato se dio cuenta de varias marcas en la piel del cuello de su yerno—. ¿Diego te trato bien? —indagó con precaución, dedicándole una mirada fría a su propio hijo.
—Sí, pero quiere que me revise el médico —respondió el castaño con inocencia, antes de ir a saludar a Teresa—. Hola, Tere, ¿cómo estás?
—Muy bien, joven Altamira —sonrió la pelinegra—, preguntaría cómo está usted, pero con verlo tan radiante, sé que está mejor que nunca —le dijo con picardía.
Ale se mordió el labio y bajó el rostro, sintiendo que sus mejillas ardían.
—Hice una cita a medio día, con un doctor de Omegas, para que revise a Ale —especificó Diego, sentándose frente a su padre—. Cómo dijiste que querías acompañarnos, pasamos por ti —se recargó en el sillón y le dedicó una mirada a su secretaria—, pero si está Teresa aquí, significa que tienen algo que decirme.
Ale se movió con rapidez y se sentó al lado de Diego, manteniéndose en silencio, tratando de no interrumpir; seguramente lo que tenían que hablar se trataba de los negocios de su pareja.
—Como es obvio —Federico habló con rapidez—, cancelamos la reunión para la fiesta de cumpleaños de Ale —especificó—, pero estuve muy ocupado el viernes, porque yo mismo hablé con todos los invitados, ya que era una reunión pequeña.
—¿Hubo alguna complicación? —Diego entrecerró los ojos, ya que, si alguien de los invitados se hubiese molestado, tendría que hacer algo al respecto.
—No —Federico negó y sujetó la taza de café que tenía enfrente—, pero dije que, en unos días más, recibirían invitación para la próxima boda —sonrió burlón—, así que, tendrán que elegir una fecha para la misma.
Ale se sobresaltó y Diego pasó la mano por su frente.
Desde antes de que se hiciera cargo de sus negocios, su padre le insistía para que se casara, por eso le había buscado prospectos, pero cuando encontró a Ale, Federico dejó de presionarlo, especialmente porque le aseguró que, después de que Ale pasara su primer celo, pondrían fecha para su boda y en ese momento, nuevamente estaba sintiendo la presión.
—Padre, cómo imaginarás, no he tenido tiempo de hablar con Ale sobre ello —Diego sonrió forzadamente.
—¿Acaso no deseas casarte? —insistió el canoso.
Con esa pregunta, Ale miró a Diego con preocupación.
—Por supuesto que deseo casarme con Ale —su voz sonó seria—, no hay nadie más en el mundo con quien quiera casarme, pero… —giró el rostro y sujetó suavemente la mano del castaño—. ¿Cómo deseas que sea nuestra boda, mi vida? —preguntó con voz suave.
Ale sintió que su corazón se aceleraba y ejerció ligera presión en la mano de su pareja.
—La verdad… Yo… —apretó los labios un momento—. Nunca lo pensé —se alzó de hombros.
—Entonces, ¿no tienes nada en mente, cariño? —Federico levantó una ceja—. Cualquier cosa que desees, nuestra familia puede cumplírtelo.
Ale frunció el ceño.
Aún era un adolescente, acababa de cumplir dieciséis y pese a todo lo ocurrido, seguía manteniendo un aire inocente y en ocasiones, mostraba una actitud casi infantil. Pese a ser Omega y saber que en algún momento se casaría, muy probablemente con un Alfa, hasta que conoció a Diego no había tenido oportunidad de ver esa posibilidad cómo una realidad.
—Bueno… —sonrió nerviosamente—. Alguna vez, pensé que sería lindo casarse en San Valentín.
—Es una fecha muy significativa —Tere asintió—, especialmente por su significado romántico.
—Entonces, nos casaremos el próximo año, el catorce de febrero —sentencio Diego—, la fecha ya está —miró de soslayo a su padre, quien era lo que realmente quería saber, para sentirse tranquilo.
—De acuerdo —Federico asintió—, faltan unos meses, por lo tanto, habrá tiempo para preparar la boda y asegurarnos de que salga bien, pero, tengo una petición para Ale…
—¿Para mí? —el castaño ladeó el rostro.
—Sé que es tu boda y será todo como tú lo desees —especificó el canoso—, pero quisiera que usaras algo especial… —dijo con algo de ilusión—. Hay una joya que ha pasado por generaciones en la familia y todos los Omegas de la familia De León, la han usado en su boda —su voz sonó orgullosa—, por lo cual, quisiera que tú la uses ese día, ¿complacerías el capricho de este viejo, querido?
Ale se quedó un momento en silencio, pero luego sonrió dulcemente— por supuesto, papá Federico —asintió—, será un honor portar lo que tú quieres que use ese día.
Debido a que su hijo le avisó que irían al centro de la ciudad, Federico los esperó en un salón de reuniones del hotel, junto con sus guardaespaldas y Teresa, todo para acompañarlos al hospital y asegurarse de que tanto su hijo, cómo su yerno, se encontraran bien.
La puerta del salón se abrió y Diego le permitió el paso a su pareja, para que ingresara primero.
—¡Papá Federico! —Ale corrió hasta su suegro y lo abrazó, dándole un beso en la mejilla.
El anciano sonrió aliviado— veo que estás mucho mejor, cariño —señaló el hombre, aunque de inmediato se dio cuenta de varias marcas en la piel del cuello de su yerno—. ¿Diego te trato bien? —indagó con precaución, dedicándole una mirada fría a su propio hijo.
—Sí, pero quiere que me revise el médico —respondió el castaño con inocencia, antes de ir a saludar a Teresa—. Hola, Tere, ¿cómo estás?
—Muy bien, joven Altamira —sonrió la pelinegra—, preguntaría cómo está usted, pero con verlo tan radiante, sé que está mejor que nunca —le dijo con picardía.
Ale se mordió el labio y bajó el rostro, sintiendo que sus mejillas ardían.
—Hice una cita a medio día, con un doctor de Omegas, para que revise a Ale —especificó Diego, sentándose frente a su padre—. Cómo dijiste que querías acompañarnos, pasamos por ti —se recargó en el sillón y le dedicó una mirada a su secretaria—, pero si está Teresa aquí, significa que tienen algo que decirme.
Ale se movió con rapidez y se sentó al lado de Diego, manteniéndose en silencio, tratando de no interrumpir; seguramente lo que tenían que hablar se trataba de los negocios de su pareja.
—Como es obvio —Federico habló con rapidez—, cancelamos la reunión para la fiesta de cumpleaños de Ale —especificó—, pero estuve muy ocupado el viernes, porque yo mismo hablé con todos los invitados, ya que era una reunión pequeña.
—¿Hubo alguna complicación? —Diego entrecerró los ojos, ya que, si alguien de los invitados se hubiese molestado, tendría que hacer algo al respecto.
—No —Federico negó y sujetó la taza de café que tenía enfrente—, pero dije que, en unos días más, recibirían invitación para la próxima boda —sonrió burlón—, así que, tendrán que elegir una fecha para la misma.
Ale se sobresaltó y Diego pasó la mano por su frente.
Desde antes de que se hiciera cargo de sus negocios, su padre le insistía para que se casara, por eso le había buscado prospectos, pero cuando encontró a Ale, Federico dejó de presionarlo, especialmente porque le aseguró que, después de que Ale pasara su primer celo, pondrían fecha para su boda y en ese momento, nuevamente estaba sintiendo la presión.
—Padre, cómo imaginarás, no he tenido tiempo de hablar con Ale sobre ello —Diego sonrió forzadamente.
—¿Acaso no deseas casarte? —insistió el canoso.
Con esa pregunta, Ale miró a Diego con preocupación.
—Por supuesto que deseo casarme con Ale —su voz sonó seria—, no hay nadie más en el mundo con quien quiera casarme, pero… —giró el rostro y sujetó suavemente la mano del castaño—. ¿Cómo deseas que sea nuestra boda, mi vida? —preguntó con voz suave.
Ale sintió que su corazón se aceleraba y ejerció ligera presión en la mano de su pareja.
—La verdad… Yo… —apretó los labios un momento—. Nunca lo pensé —se alzó de hombros.
—Entonces, ¿no tienes nada en mente, cariño? —Federico levantó una ceja—. Cualquier cosa que desees, nuestra familia puede cumplírtelo.
Ale frunció el ceño.
Aún era un adolescente, acababa de cumplir dieciséis y pese a todo lo ocurrido, seguía manteniendo un aire inocente y en ocasiones, mostraba una actitud casi infantil. Pese a ser Omega y saber que en algún momento se casaría, muy probablemente con un Alfa, hasta que conoció a Diego no había tenido oportunidad de ver esa posibilidad cómo una realidad.
—Bueno… —sonrió nerviosamente—. Alguna vez, pensé que sería lindo casarse en San Valentín.
—Es una fecha muy significativa —Tere asintió—, especialmente por su significado romántico.
—Entonces, nos casaremos el próximo año, el catorce de febrero —sentencio Diego—, la fecha ya está —miró de soslayo a su padre, quien era lo que realmente quería saber, para sentirse tranquilo.
—De acuerdo —Federico asintió—, faltan unos meses, por lo tanto, habrá tiempo para preparar la boda y asegurarnos de que salga bien, pero, tengo una petición para Ale…
—¿Para mí? —el castaño ladeó el rostro.
—Sé que es tu boda y será todo como tú lo desees —especificó el canoso—, pero quisiera que usaras algo especial… —dijo con algo de ilusión—. Hay una joya que ha pasado por generaciones en la familia y todos los Omegas de la familia De León, la han usado en su boda —su voz sonó orgullosa—, por lo cual, quisiera que tú la uses ese día, ¿complacerías el capricho de este viejo, querido?
Ale se quedó un momento en silencio, pero luego sonrió dulcemente— por supuesto, papá Federico —asintió—, será un honor portar lo que tú quieres que use ese día.
La familia se presentó al hospital más prestigioso de la ciudad, donde Camilo Reyes, un médico Omega dominante, especialista en su mismo género, los recibiría; Federico decidió quedarse en la sala de espera, seguro que Diego se encargaría de cuidar a Ale en el consultorio. Cuando la pareja ingresó, el médico se sorprendió de ver al rubio y sintió un escalofrío recorrerlo por completo, así como un hormigueo en su vientre.
Camilo no conocía en persona a Diego de León; al ser especialista en Omegas, no tenía oportunidad de algún contacto, pero, así como muchos otros, había caído ante su encanto, desde que lo había visto en una entrevista en televisión.
—Buenas tardes, ¡bienvenidos! —sonrió sin poder ocultar su emoción y señaló las sillas con un ademán—. Tomen asiento, por favor.
—Buenas tardes —saludó Ale.
Diego por su parte no respondió.
Él sintió la mirada castaña sobre él y de inmediato se dio cuenta de la actitud del médico, especialmente al percibir las feromonas intentando atraerlo. No le era desconocida esa forma de tratarlo, pero le parecía de mal gusto que lo hiciera delante de su pareja, especialmente porque Ale no parecía darse cuenta.
—¿En qué puedo servirles? —comentó el médico, sin dejar de dedicarle miradas coqueas al rubio.
El ojiverde respiró profundamente y luego habló con frialdad— mi pareja necesita una revisión, acaba de tener su primer celo y a pesar de haberlo marcado, no se calmó con facilidad.
—¡¿Marcado?! —Camilo puso un gesto de sorpresa y miró a Ale de inmediato «¡¿cómo es que un Omega cómo este, pudo merecer ser marcado por Diego de León?!», se preguntó sin poder evitar mirarlo con algo de altivez, era notorio que Ale era un Omega de bajo nivel, para cualquiera de la alta sociedad y especialmente, para cualquier dominante.
—¿Hay algún problema? —Diego entrecerró los ojos, al ver el gesto del médico.
—No, no… Ninguno —sonrió forzadamente—. Disculpe, ¿qué edad tiene? —preguntó para el castaño.
—Acabo de cumplir dieciséis —Ale respondió con rapidez.
—Siendo así, primero, debemos hacer el expediente y…
—Ale ya debe tener expediente en el hospital —la voz fría de Diego hizo estremecer al otro—, el doctor Orozco, dueño de esta institución, es nuestro médico de cabecera, pero no se especializa en Omegas, por ello ahora me refirió con usted, aunque antes visitamos a otro médico para una revisión previa.
—Ya veo —Camilo se movió un poco, alcanzando su computadora que estaba en la parte lateral de su escritorio—, ¿puede decirme, por favor, su nombre completo?
—Alejandro Altamira Covarrubias —comentó el menor.
Las teclas se escucharon y de inmediato, el archivo digital se abrió, permitiendo a Camilo observar todos los datos.
—Ya que acaba de tener su primer celo, debemos hacerle unos análisis y actualizar sus datos, además de hacerle una revisión física —se puso de pie—, llamaré a la enfermera especialista que me apoya en estos casos, deme un momento por favor.
Camilo caminó hacia la puerta y Diego lo siguió con la mirada. Cuando el médico desapareció tras la puerta, Ale habló.
—¿Pasa algo, Diego? —preguntó con suavidad.
—No —negó el otro—, ¿por qué?
—Es que… Noté que tus feromonas se alteraron un poco —buscó la mirada verde—, ¿conoces al doctor? —su voz sonó nerviosa.
Ale sabía que Diego ya era un adulto y obviamente había tenido otras parejas antes, así que era posible que conociera al médico que lo estaba atendiendo en esa ocasión.
Diego sonrió divertido— ¿acaso estás celoso? —indagó con un dejo de orgullo.
—Darme cuenta que otro Omega intenta atraerte con sus feromonas, sí, me puso celoso —respondió el otro con sinceridad.
El rubio se sorprendió de que Ale, aun sin ser dominante, hubiera percibido las feromonas de otro Omega, pese a que no eran tan potentes; se sintió emocionado y se movió hasta besarlo.
—No tienes nada de qué preocuparte —aseguró—, no lo conozco y no lo había visto antes —respondió con total seguridad—, lamento que te incomodara con su actitud, si lo deseas, nos retiramos y buscamos a otro médico.
Ale sujetó el rostro de su pareja y lo besó suavemente— no, está bien —dijo más tranquilo—, si tú dices que no es nadie, no le daré importancia.
Camilo regresó en compañía de una joven enfermera Beta, que llevaba en manos una tablilla con algunos formularios, mismos que seguramente se necesitarían para la revisión.
—Ella es Ana Lozano —la presentó—. Anita, por favor, lleva al joven Altamira a ponerse la bata, para poder realizar la revisión en la habitación adjunta.
—Sí. Por aquí, por favor.
—Lo acompañaré —sentenció Diego con rapidez.
—Señor De León, permita que Anita ayude a su pareja a cambiarse, por favor —el médico le sonrió—, cuando iniciemos la revisión, por supuesto que se le permitirá acompañarnos, pero esto es un procedimiento normal.
El rubio miró a la mujer con desconfianza, pero Ale se puso de pie— está bien, solo es para cambiarme y cualquier cosa, solo hay una puerta de separación.
Antes de seguir a la enfermera, Ale se inclinó y besó a su pareja con mayor intensidad. La mirada de Camilo siguió al castaño hasta que se perdió tras la puerta y luego fijó sus ojos en Diego.
—Parecen recién casados, aunque es obvio que aún no lo están —dijo con algo de suspicacia.
Diego se cruzó de piernas y lo miró con altivez— lo marqué, así que eso es mucho más importante que un acta de matrimonio.
—¡Oh, sí! La marca — Camilo se recargó en su sillón—, aunque dicen que los Alfas dominantes pueden marcar a varios Omegas si es que lo desean y eso no significa que se casarán con ellos.
—No soy cualquier Alfa —espetó el rubio, sintiéndose ofendido que lo trataran como si fuera del tipo de Alfas que no tienen un vínculo real.
—Su pareja es apenas un niño —el médico colocó el codo en un descansabrazos y recargó el rostro en su mano—, uno pensaría que un Alfa de su categoría, buscaría a un Omega más desarrollado y con experiencia, para poder satisfacerlo —relamió sus labios y sus feromonas seductoras, con olor a duraznos en almíbar, se liberaron con rapidez.
Apenas percibió el olor, Diego se envolvió en sus feromonas para evitar que el otro siguiera con su intento vano de seducción.
—No debería jugar con fuego —amenazó—, si sigue haciéndolo, no solo su trabajo penderá de un hilo.
—¿En serio? —una risita divertida escapó de los labios de Camilo—. Si realmente pensara así, ya hubiera hecho algo, ¿o no, señor De León?
—Orozco lo recomendó mucho, así que seguramente es el mejor médico de Omegas que trabaja para él —Diego apretó el puño—, pero si insiste con su actitud, será la última cita que mi pareja tenga con usted.
Camilo levantó una ceja— podría ser la última cita con su pareja, pero no la última con usted.
El rubio estuvo a punto de responder y finalmente atacar al médico con sus feromonas para que se comportara, cuando percibió claramente las feromonas de cereza con mayor intensidad y, aunque todo pasó con tanta rapidez, pudo darse cuenta cómo Ale salió de la otra habitación, aun con su ropa, corrió hasta el médico sin darle tiempo de reaccionar y le estampó en el rostro, la tablilla que la enfermera había llevado, logrando romperla.
—¡Doctor Reyes! —gritó Ana al ver lo ocurrido y corrió hasta el médico que parecía completamente aturdido, mientras algo de sangre salía de su nariz.
—¡Ni siquiera intentes seducir a mi destinado! —gritó Ale con ira.
Camilo pasó la mano por su nariz y al darse cuenta del líquido rojo, enfureció —¡¿cómo te… atreves?! —apretó los puños e intentó atacar con sus feromonas de sumisión a Ale.
El castaño percibió el olor a tomillo, pero, aunque sintió algo de picazón en la nariz por un instante, se repuso de inmediato; Diego se puso de pie y se acercó a Ale, envolviéndolo con sus feromonas para protegerlo, a la par que atacaba a Camilo con sus feromonas de menta.
Pese a que sangraba su nariz, Camilo percibió el olor a menta y se estremeció; cubrió su boca y nariz con ambas manos, mientras sus ojos mostraban terror.
—¿Está bien, doctor? —la enfermera se preocupó al ver la reacción de su jefe, pero no sabía que estaba siendo atacado por el Alfa en ese consultorio.
—Será mejor retirarnos, Ale —Diego abrazó al menor y le besó la mejilla—, debemos buscar otro médico que te atienda.
Ale hizo un mohín y miró hacia arriba al rubio— espero que la próxima sea para ver a un verdadero médico y no ¡a una meretriz de esquina! —sentenció ofendido y caminó a la salida.
Era la primera vez que Diego miraba esa actitud de Ale, pero en realidad, le parecía sumamente encantador, así que sonrió divertido antes de ver con desdén al médico que se mantenía de rodillas en el piso.
—Comprenderás que después de esto, mi familia no podrá seguir viniendo a este hospital —pasó la mano por su cabello rubio, haciendo los mechones hacia atrás—, hablaré con Orozco y él tomará la decisión de perdernos como pacientes o perderte a ti, de su plantilla médica.
—¡No! —Camilo negó—. ¡No quiero perder mi trabajo! —dijo con ansiedad—. ¡Perdóneme por favor! ¡No volverá a pasar, se lo juro! —pasó saliva con nervios.
—Te lo dije… No debiste jugar con fuego…
Diego se alzó de hombros y dio media vuelta; cuando salió del consultorio, se encontró a Ale hablando con Federico, señalando hacia el consultorio y el canoso tenía un gesto furioso, mientras sujetaba cariñosamente, la mano del adolescente.
«Creo que mi padre se encargará de este médico antes que yo…» pensó divertido.
Federico de León era el que más protegía y consentía a Ale, después de él y al saber de lo ocurrido, seguramente se encargaría de tomar cartas en el asunto sin dudar.
—Ve por Orozco —ordenó Federico para Vicente, que estaba cerca de él—. ¡Que venga de inmediato!
—Cómo diga, señor.
—Ya no llores, pequeño —Federico le dio palmaditas a la mano de Ale, que sostenía con cuidado.
—Es que… ¡¿Cómo se atrevió a hacer eso delante de mí?! —sollozó, estaba frustrado y no sabía cómo actuar, pues era la primera vez que se sentía de esa manera.
—Ale, mi amor —Diego llegó hasta su pareja y lo abrazó—. No llores… —pidió con voz suave—. Perdón si hice algo que te hiciera sentir mal, yo no…
—¡No fuiste tú! —reprochó el adolescente y se aferró al saco de su pareja—. ¡Estoy furioso con ese sujeto! —señaló en medio de sollozos—. Yo estaba a un par de pasos y aun así ¡intentó seducirte! —gritó—. ¡¿Acaso creyó que no percibiría su asqueroso olor?! ¡Es un idiota!
Diego quería poner un gesto serio, demostrar que también estaba molesto, pero ante la actitud y reacción del castaño, solo podía sonreír, porque pese a todo, le parecía tierno, así que simplemente desvió la mirada hacia su padre.
—Necesitamos otro médico —anunció.
—Espero te hayas hecho cargo —reprochó el canoso, mirándolo con frialdad.
—Yo no puedo hacerle nada a un Omega —negó—, tú y mi madre me lo inculcaron desde pequeño, pero tendrá su merecido…
—Buscaremos otro médico, en cuanto hable de lo ocurrido con Orozco, ya mandé por él —Federico tenía un gesto sombrío.
—Si, escuché… —el rubio asintió—. Debo apartar a Ale de aquí, así que lo llevaré a tomar algo a la cafetería.
Camilo no conocía en persona a Diego de León; al ser especialista en Omegas, no tenía oportunidad de algún contacto, pero, así como muchos otros, había caído ante su encanto, desde que lo había visto en una entrevista en televisión.
—Buenas tardes, ¡bienvenidos! —sonrió sin poder ocultar su emoción y señaló las sillas con un ademán—. Tomen asiento, por favor.
—Buenas tardes —saludó Ale.
Diego por su parte no respondió.
Él sintió la mirada castaña sobre él y de inmediato se dio cuenta de la actitud del médico, especialmente al percibir las feromonas intentando atraerlo. No le era desconocida esa forma de tratarlo, pero le parecía de mal gusto que lo hiciera delante de su pareja, especialmente porque Ale no parecía darse cuenta.
—¿En qué puedo servirles? —comentó el médico, sin dejar de dedicarle miradas coqueas al rubio.
El ojiverde respiró profundamente y luego habló con frialdad— mi pareja necesita una revisión, acaba de tener su primer celo y a pesar de haberlo marcado, no se calmó con facilidad.
—¡¿Marcado?! —Camilo puso un gesto de sorpresa y miró a Ale de inmediato «¡¿cómo es que un Omega cómo este, pudo merecer ser marcado por Diego de León?!», se preguntó sin poder evitar mirarlo con algo de altivez, era notorio que Ale era un Omega de bajo nivel, para cualquiera de la alta sociedad y especialmente, para cualquier dominante.
—¿Hay algún problema? —Diego entrecerró los ojos, al ver el gesto del médico.
—No, no… Ninguno —sonrió forzadamente—. Disculpe, ¿qué edad tiene? —preguntó para el castaño.
—Acabo de cumplir dieciséis —Ale respondió con rapidez.
—Siendo así, primero, debemos hacer el expediente y…
—Ale ya debe tener expediente en el hospital —la voz fría de Diego hizo estremecer al otro—, el doctor Orozco, dueño de esta institución, es nuestro médico de cabecera, pero no se especializa en Omegas, por ello ahora me refirió con usted, aunque antes visitamos a otro médico para una revisión previa.
—Ya veo —Camilo se movió un poco, alcanzando su computadora que estaba en la parte lateral de su escritorio—, ¿puede decirme, por favor, su nombre completo?
—Alejandro Altamira Covarrubias —comentó el menor.
Las teclas se escucharon y de inmediato, el archivo digital se abrió, permitiendo a Camilo observar todos los datos.
—Ya que acaba de tener su primer celo, debemos hacerle unos análisis y actualizar sus datos, además de hacerle una revisión física —se puso de pie—, llamaré a la enfermera especialista que me apoya en estos casos, deme un momento por favor.
Camilo caminó hacia la puerta y Diego lo siguió con la mirada. Cuando el médico desapareció tras la puerta, Ale habló.
—¿Pasa algo, Diego? —preguntó con suavidad.
—No —negó el otro—, ¿por qué?
—Es que… Noté que tus feromonas se alteraron un poco —buscó la mirada verde—, ¿conoces al doctor? —su voz sonó nerviosa.
Ale sabía que Diego ya era un adulto y obviamente había tenido otras parejas antes, así que era posible que conociera al médico que lo estaba atendiendo en esa ocasión.
Diego sonrió divertido— ¿acaso estás celoso? —indagó con un dejo de orgullo.
—Darme cuenta que otro Omega intenta atraerte con sus feromonas, sí, me puso celoso —respondió el otro con sinceridad.
El rubio se sorprendió de que Ale, aun sin ser dominante, hubiera percibido las feromonas de otro Omega, pese a que no eran tan potentes; se sintió emocionado y se movió hasta besarlo.
—No tienes nada de qué preocuparte —aseguró—, no lo conozco y no lo había visto antes —respondió con total seguridad—, lamento que te incomodara con su actitud, si lo deseas, nos retiramos y buscamos a otro médico.
Ale sujetó el rostro de su pareja y lo besó suavemente— no, está bien —dijo más tranquilo—, si tú dices que no es nadie, no le daré importancia.
Camilo regresó en compañía de una joven enfermera Beta, que llevaba en manos una tablilla con algunos formularios, mismos que seguramente se necesitarían para la revisión.
—Ella es Ana Lozano —la presentó—. Anita, por favor, lleva al joven Altamira a ponerse la bata, para poder realizar la revisión en la habitación adjunta.
—Sí. Por aquí, por favor.
—Lo acompañaré —sentenció Diego con rapidez.
—Señor De León, permita que Anita ayude a su pareja a cambiarse, por favor —el médico le sonrió—, cuando iniciemos la revisión, por supuesto que se le permitirá acompañarnos, pero esto es un procedimiento normal.
El rubio miró a la mujer con desconfianza, pero Ale se puso de pie— está bien, solo es para cambiarme y cualquier cosa, solo hay una puerta de separación.
Antes de seguir a la enfermera, Ale se inclinó y besó a su pareja con mayor intensidad. La mirada de Camilo siguió al castaño hasta que se perdió tras la puerta y luego fijó sus ojos en Diego.
—Parecen recién casados, aunque es obvio que aún no lo están —dijo con algo de suspicacia.
Diego se cruzó de piernas y lo miró con altivez— lo marqué, así que eso es mucho más importante que un acta de matrimonio.
—¡Oh, sí! La marca — Camilo se recargó en su sillón—, aunque dicen que los Alfas dominantes pueden marcar a varios Omegas si es que lo desean y eso no significa que se casarán con ellos.
—No soy cualquier Alfa —espetó el rubio, sintiéndose ofendido que lo trataran como si fuera del tipo de Alfas que no tienen un vínculo real.
—Su pareja es apenas un niño —el médico colocó el codo en un descansabrazos y recargó el rostro en su mano—, uno pensaría que un Alfa de su categoría, buscaría a un Omega más desarrollado y con experiencia, para poder satisfacerlo —relamió sus labios y sus feromonas seductoras, con olor a duraznos en almíbar, se liberaron con rapidez.
Apenas percibió el olor, Diego se envolvió en sus feromonas para evitar que el otro siguiera con su intento vano de seducción.
—No debería jugar con fuego —amenazó—, si sigue haciéndolo, no solo su trabajo penderá de un hilo.
—¿En serio? —una risita divertida escapó de los labios de Camilo—. Si realmente pensara así, ya hubiera hecho algo, ¿o no, señor De León?
—Orozco lo recomendó mucho, así que seguramente es el mejor médico de Omegas que trabaja para él —Diego apretó el puño—, pero si insiste con su actitud, será la última cita que mi pareja tenga con usted.
Camilo levantó una ceja— podría ser la última cita con su pareja, pero no la última con usted.
El rubio estuvo a punto de responder y finalmente atacar al médico con sus feromonas para que se comportara, cuando percibió claramente las feromonas de cereza con mayor intensidad y, aunque todo pasó con tanta rapidez, pudo darse cuenta cómo Ale salió de la otra habitación, aun con su ropa, corrió hasta el médico sin darle tiempo de reaccionar y le estampó en el rostro, la tablilla que la enfermera había llevado, logrando romperla.
—¡Doctor Reyes! —gritó Ana al ver lo ocurrido y corrió hasta el médico que parecía completamente aturdido, mientras algo de sangre salía de su nariz.
—¡Ni siquiera intentes seducir a mi destinado! —gritó Ale con ira.
Camilo pasó la mano por su nariz y al darse cuenta del líquido rojo, enfureció —¡¿cómo te… atreves?! —apretó los puños e intentó atacar con sus feromonas de sumisión a Ale.
El castaño percibió el olor a tomillo, pero, aunque sintió algo de picazón en la nariz por un instante, se repuso de inmediato; Diego se puso de pie y se acercó a Ale, envolviéndolo con sus feromonas para protegerlo, a la par que atacaba a Camilo con sus feromonas de menta.
Pese a que sangraba su nariz, Camilo percibió el olor a menta y se estremeció; cubrió su boca y nariz con ambas manos, mientras sus ojos mostraban terror.
—¿Está bien, doctor? —la enfermera se preocupó al ver la reacción de su jefe, pero no sabía que estaba siendo atacado por el Alfa en ese consultorio.
—Será mejor retirarnos, Ale —Diego abrazó al menor y le besó la mejilla—, debemos buscar otro médico que te atienda.
Ale hizo un mohín y miró hacia arriba al rubio— espero que la próxima sea para ver a un verdadero médico y no ¡a una meretriz de esquina! —sentenció ofendido y caminó a la salida.
Era la primera vez que Diego miraba esa actitud de Ale, pero en realidad, le parecía sumamente encantador, así que sonrió divertido antes de ver con desdén al médico que se mantenía de rodillas en el piso.
—Comprenderás que después de esto, mi familia no podrá seguir viniendo a este hospital —pasó la mano por su cabello rubio, haciendo los mechones hacia atrás—, hablaré con Orozco y él tomará la decisión de perdernos como pacientes o perderte a ti, de su plantilla médica.
—¡No! —Camilo negó—. ¡No quiero perder mi trabajo! —dijo con ansiedad—. ¡Perdóneme por favor! ¡No volverá a pasar, se lo juro! —pasó saliva con nervios.
—Te lo dije… No debiste jugar con fuego…
Diego se alzó de hombros y dio media vuelta; cuando salió del consultorio, se encontró a Ale hablando con Federico, señalando hacia el consultorio y el canoso tenía un gesto furioso, mientras sujetaba cariñosamente, la mano del adolescente.
«Creo que mi padre se encargará de este médico antes que yo…» pensó divertido.
Federico de León era el que más protegía y consentía a Ale, después de él y al saber de lo ocurrido, seguramente se encargaría de tomar cartas en el asunto sin dudar.
—Ve por Orozco —ordenó Federico para Vicente, que estaba cerca de él—. ¡Que venga de inmediato!
—Cómo diga, señor.
—Ya no llores, pequeño —Federico le dio palmaditas a la mano de Ale, que sostenía con cuidado.
—Es que… ¡¿Cómo se atrevió a hacer eso delante de mí?! —sollozó, estaba frustrado y no sabía cómo actuar, pues era la primera vez que se sentía de esa manera.
—Ale, mi amor —Diego llegó hasta su pareja y lo abrazó—. No llores… —pidió con voz suave—. Perdón si hice algo que te hiciera sentir mal, yo no…
—¡No fuiste tú! —reprochó el adolescente y se aferró al saco de su pareja—. ¡Estoy furioso con ese sujeto! —señaló en medio de sollozos—. Yo estaba a un par de pasos y aun así ¡intentó seducirte! —gritó—. ¡¿Acaso creyó que no percibiría su asqueroso olor?! ¡Es un idiota!
Diego quería poner un gesto serio, demostrar que también estaba molesto, pero ante la actitud y reacción del castaño, solo podía sonreír, porque pese a todo, le parecía tierno, así que simplemente desvió la mirada hacia su padre.
—Necesitamos otro médico —anunció.
—Espero te hayas hecho cargo —reprochó el canoso, mirándolo con frialdad.
—Yo no puedo hacerle nada a un Omega —negó—, tú y mi madre me lo inculcaron desde pequeño, pero tendrá su merecido…
—Buscaremos otro médico, en cuanto hable de lo ocurrido con Orozco, ya mandé por él —Federico tenía un gesto sombrío.
—Si, escuché… —el rubio asintió—. Debo apartar a Ale de aquí, así que lo llevaré a tomar algo a la cafetería.
Debido a la categoría del hospital, el edificio tenía una cafetería especial para los visitantes, por lo que había comida sustanciosa e incluso algunos postres, pero, aunque Diego le ofreció a Ale comprarle algún pastel, el adolescente solo pidió un té de menta, el cual, apenas tuvo enfrente, le hecho seis sobres de azúcar y comenzó a beberlo.
Diego trataba de mantener un gesto impasible, pero le era imposible al ver a su destinado tan alterado.
Por un lado, se notaba molesto y el olor a cerezas que desprendía su piel se lo confirmaba y eso le causaba ternura, al saber que estaba celoso; pero también, seguía con sus ojos rojos y de cuando en cuando, parecía obligarse a no llorar más, por lo que su instinto le gritaba que lo consolara de alguna manera, para que dejara de estar triste.
—Sé que sigues inquieto —el rubio sujetó la mano de Ale por encima de la mesa—, pero ya pasó, no volveremos a ver a ese doctor.
El castaño bebió un par de tragos de su té, disfrutando el sabor de la menta y la dulzura del azúcar, que era lo más cercano que tenía al sabor de las feromonas de caña de azúcar de su pareja, todo, para poder calmarse un poco más.
—Sé que no tengo que volver a verlo —respondió al dejar la taza sobre el plato—, papá Federico también me lo dijo —señaló con seriedad—, pero no puedo evitar sentirme molesto por todo lo que dijo.
—¿Todo lo que dijo? —el mayor frunció el ceño, ya que no entendía a lo que el otro se refería.
—Dijo que un Alfa como tú, debería buscar a un Omega más experimentado —reprochó el adolescente— y que podía ser la última cita conmigo, pero no contigo…
El rubio se sorprendió— ¿escuchaste todo? —preguntó incrédulo, ya que no imaginaba que Ale lo hubiera oído, solo pensó que había reaccionado así por las feromonas del otro Omega.
—Sé muy bien que, en la actualidad, los Alfas dominantes pueden marcar a los Omegas no dominantes que quieran —Ale fijó la mirada en el té—, lo leí en todos los documentos que Tere me consiguió hace tiempo —explicó—, pero sé que los destinados son sagrados y cuando se enlazan por medio de la mordida, solo hay un vínculo y el Alfa no puede marcar a otro —soltó un suspiro—. Estoy consciente que tú, siendo un Alfa Dominante, aunque me hayas marcado y te vincularas conmigo, puedes tener otras parejas sexuales, en caso de que yo no te satisfaga —sus músculos se tensaron y sus ojos se humedecieron—, ya que yo no soy dominante, sería muy tonto de mi parte imaginar lo contrario —intentó sonreír, aunque una lágrima resbaló por su mejilla—, pero… Al menos… Quisiera no saberlo… —un sollozo lo interrumpió y apartó la mano que Diego aún sujetaba, para limpiar las lágrimas de sus mejillas.
El rubio respiró profundamente y se incorporó, movió la silla en la que estaba y se puso al lado de su pareja, abrazándolo y permitiendo que se recargara en su hombro, todo para envolverlo con sus feromonas y no alterar a las demás personas que estaban en la cafetería, en caso de que hubiera otros Alfas y Omegas.
—Ale —dijo con voz suave—, mi amor —acarició una mejilla y limpió con sus dedos las lágrimas—, no sé lo que pienses de los Alfa —especificó—, pero, aunque admito que antes de marcarte simbólicamente —su voz se tornó seria, pues hasta esa ocasión dejó de asistir al club nocturno a calmar su instinto—, yo también me divertía con otros Omega y Betas, ahora, que nos vinculamos completamente, no necesito a nadie más —confesó—, solo te quiero y deseo a ti —sonrió—. No importa si otros intentan seducirme, mientras tu estés a mi lado, no voy a tener ninguna relación con otro que no seas tú, te lo aseguro.
El menor se limpió las lágrimas y levantó el rostro, buscando la mirada verde— ¿de verdad? —preguntó con un dejo de ilusión.
El rubio le sonrió con cariño, como a ninguna otra pareja le había sonreído antes, pues nadie había despertado esos sentimientos en él— de verdad, mi vida —besó la frente con delicadeza—, además, debo confesarte algo… —se movió, acercando los labios al oído de su pareja—. No solo eres mi primer amor, sino que eres mi amor verdadero —susurró suavemente—, por eso, nunca me arriesgaría a perderte…
Un estremecimiento cimbró por completo a Ale y se aferró a la camisa del otro, antes de empezar a reír nerviosamente; le había gustado lo que había escuchado y especialmente, la manera en la que Diego se lo dijo.
Esas simples palabras, fueron suficiente para lograr que todas sus dudas e inseguridades desaparecieran, porque ese temor se había albergado en su corazón, al escuchar a otro Omega hablar y devolverlo a la realidad; él no era Dominante, tampoco era de una familia importante y además, era un adolescente inexperto, sabía que en su sociedad, no sería muy valioso, pero el simple hecho de escuchar que su pareja, un Alfa Dominante de la categoría de Diego de León, le decía que era su amor verdadero, todas sus inquietudes se esfumaron, permitiéndole disfrutar de su realidad, sin temor a despertar y que fuera un simple sueño.
El rubio se dio cuenta de que Ale se relajaba y que sus feromonas volvían a la normalidad, así que le besó la cabellera castaña— confía en mí, amor mío —sentenció con total seguridad—, tu eres lo único que yo necesito para ser feliz…
Diego no era un buen hombre, había mentido mucho antes, incluso, hizo que muchos Omegas se rindieran a sus encantos con palabras falsas, pero era la primera vez que era sincero en sus sentimientos; Ale era al único Omega en su vida al que le había entregado su corazón, por lo cual, se esforzaría por darle no solo felicidad, sino también paz, aunque para ello, tuviera que matar a cualquier ser que lo hiciera sentir mal.
«Por eso vas a morir, Camilo Reyes…» su rostro se volvió sombrío por un momento, pero Ale no se percató de ello.
Diego trataba de mantener un gesto impasible, pero le era imposible al ver a su destinado tan alterado.
Por un lado, se notaba molesto y el olor a cerezas que desprendía su piel se lo confirmaba y eso le causaba ternura, al saber que estaba celoso; pero también, seguía con sus ojos rojos y de cuando en cuando, parecía obligarse a no llorar más, por lo que su instinto le gritaba que lo consolara de alguna manera, para que dejara de estar triste.
—Sé que sigues inquieto —el rubio sujetó la mano de Ale por encima de la mesa—, pero ya pasó, no volveremos a ver a ese doctor.
El castaño bebió un par de tragos de su té, disfrutando el sabor de la menta y la dulzura del azúcar, que era lo más cercano que tenía al sabor de las feromonas de caña de azúcar de su pareja, todo, para poder calmarse un poco más.
—Sé que no tengo que volver a verlo —respondió al dejar la taza sobre el plato—, papá Federico también me lo dijo —señaló con seriedad—, pero no puedo evitar sentirme molesto por todo lo que dijo.
—¿Todo lo que dijo? —el mayor frunció el ceño, ya que no entendía a lo que el otro se refería.
—Dijo que un Alfa como tú, debería buscar a un Omega más experimentado —reprochó el adolescente— y que podía ser la última cita conmigo, pero no contigo…
El rubio se sorprendió— ¿escuchaste todo? —preguntó incrédulo, ya que no imaginaba que Ale lo hubiera oído, solo pensó que había reaccionado así por las feromonas del otro Omega.
—Sé muy bien que, en la actualidad, los Alfas dominantes pueden marcar a los Omegas no dominantes que quieran —Ale fijó la mirada en el té—, lo leí en todos los documentos que Tere me consiguió hace tiempo —explicó—, pero sé que los destinados son sagrados y cuando se enlazan por medio de la mordida, solo hay un vínculo y el Alfa no puede marcar a otro —soltó un suspiro—. Estoy consciente que tú, siendo un Alfa Dominante, aunque me hayas marcado y te vincularas conmigo, puedes tener otras parejas sexuales, en caso de que yo no te satisfaga —sus músculos se tensaron y sus ojos se humedecieron—, ya que yo no soy dominante, sería muy tonto de mi parte imaginar lo contrario —intentó sonreír, aunque una lágrima resbaló por su mejilla—, pero… Al menos… Quisiera no saberlo… —un sollozo lo interrumpió y apartó la mano que Diego aún sujetaba, para limpiar las lágrimas de sus mejillas.
El rubio respiró profundamente y se incorporó, movió la silla en la que estaba y se puso al lado de su pareja, abrazándolo y permitiendo que se recargara en su hombro, todo para envolverlo con sus feromonas y no alterar a las demás personas que estaban en la cafetería, en caso de que hubiera otros Alfas y Omegas.
—Ale —dijo con voz suave—, mi amor —acarició una mejilla y limpió con sus dedos las lágrimas—, no sé lo que pienses de los Alfa —especificó—, pero, aunque admito que antes de marcarte simbólicamente —su voz se tornó seria, pues hasta esa ocasión dejó de asistir al club nocturno a calmar su instinto—, yo también me divertía con otros Omega y Betas, ahora, que nos vinculamos completamente, no necesito a nadie más —confesó—, solo te quiero y deseo a ti —sonrió—. No importa si otros intentan seducirme, mientras tu estés a mi lado, no voy a tener ninguna relación con otro que no seas tú, te lo aseguro.
El menor se limpió las lágrimas y levantó el rostro, buscando la mirada verde— ¿de verdad? —preguntó con un dejo de ilusión.
El rubio le sonrió con cariño, como a ninguna otra pareja le había sonreído antes, pues nadie había despertado esos sentimientos en él— de verdad, mi vida —besó la frente con delicadeza—, además, debo confesarte algo… —se movió, acercando los labios al oído de su pareja—. No solo eres mi primer amor, sino que eres mi amor verdadero —susurró suavemente—, por eso, nunca me arriesgaría a perderte…
Un estremecimiento cimbró por completo a Ale y se aferró a la camisa del otro, antes de empezar a reír nerviosamente; le había gustado lo que había escuchado y especialmente, la manera en la que Diego se lo dijo.
Esas simples palabras, fueron suficiente para lograr que todas sus dudas e inseguridades desaparecieran, porque ese temor se había albergado en su corazón, al escuchar a otro Omega hablar y devolverlo a la realidad; él no era Dominante, tampoco era de una familia importante y además, era un adolescente inexperto, sabía que en su sociedad, no sería muy valioso, pero el simple hecho de escuchar que su pareja, un Alfa Dominante de la categoría de Diego de León, le decía que era su amor verdadero, todas sus inquietudes se esfumaron, permitiéndole disfrutar de su realidad, sin temor a despertar y que fuera un simple sueño.
El rubio se dio cuenta de que Ale se relajaba y que sus feromonas volvían a la normalidad, así que le besó la cabellera castaña— confía en mí, amor mío —sentenció con total seguridad—, tu eres lo único que yo necesito para ser feliz…
Diego no era un buen hombre, había mentido mucho antes, incluso, hizo que muchos Omegas se rindieran a sus encantos con palabras falsas, pero era la primera vez que era sincero en sus sentimientos; Ale era al único Omega en su vida al que le había entregado su corazón, por lo cual, se esforzaría por darle no solo felicidad, sino también paz, aunque para ello, tuviera que matar a cualquier ser que lo hiciera sentir mal.
«Por eso vas a morir, Camilo Reyes…» su rostro se volvió sombrío por un momento, pero Ale no se percató de ello.
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