Capítulo V
Poco a poco, los días pasaron y la calma volvió a la casa De León, algo de lo cual, se encargaron los guardaespaldas y trabajadores de la mansión, tratando de darle seguridad a Ale, especialmente al acercarse su cumpleaños.
Así, un día antes de la reunión, mientras Diego fue a trabajar, Ale se quedó dormido en la habitación que compartían; seguían sin intimar, pero solo con pasar la noche juntos, el rubio se mantenía en calma, percibiendo el olor de su pareja y sintiéndolo cerca.
Diego siempre salía a las siete de la mañana de la mansión y Ale se despertaba antes de las nueve, para ir a desayunar con su suegro, pero en esa ocasión, el jovencito no bajó a tiempo, algo que llamó la atención de Federico, al no verlo en la mesa, cómo siempre.
Los ojos verdes se fijaron en Porfirio con rapidez— ¿dónde está Ale? —preguntó.
El hombre tembló. Si bien, el aun señor de esa casa estaba en silla de ruedas, podía defenderse con sus feromonas dominantes y él, a pesar de ser Alfa también, no podía oponerse a las mismas.
—El joven Altamira no ha bajado —carraspeó—, pero ya envié a Beatriz, una de sus asistentes de hoy, a buscarlo.
El canoso pasó la mano por su barba y frunció el ceño— es poco habitual que Ale no baje antes de que yo llegue —mencionó en voz baja.
—¿Desea que vaya a buscar al joven Altamira? —la voz seria de Pascual, el guardaespaldas que fungía como su asistente ese día, se escuchó con rapidez.
—No creo que sea necesario, esperemos a Beatriz.
—Cómo ordene…
Pascual empujó la silla hasta el lugar que le correspondía a Federico y se hizo a un lado, esperando a que atendieran al hombre.
Apenas estaban sirviendo el desayuno, cuando se escucharon los pasos y la voz de Beatriz.
—Joven Altamira, si sigue con sueño, debería volver a la cama.
—Estoy bien, estoy bien… —la voz de Ale se escuchó con pereza.
Los hombres en el comedor observaron hacia el acceso y vieron cómo Ale ingresaba con gesto adormilado y caminando lentamente, siendo ayudado de Beatriz, quien lo sujetaba del brazo con delicadeza.
—Buenos… —un bostezo lo interrumpió—. Buenos días, papá Federico —saludó y sus ojos se humedecieron, después de bostezar una vez más.
El hombre se sorprendió, ya que el castaño se miraba muy soñoliento, además, había bajado aun con su camisón de dormir y una bata encima, algo anormal, pues siempre bajaba a desayunar, fresco y sonriente.
—¡¿Estás bien, pequeño?! —preguntó el canoso con susto.
El jovencito volvió a bostezar y sonrió— sí —asintió y pasó la mano por sus parpados, tratando de desperezarse—. Sólo que… Tengo mucho sueño… —señaló y tomó asiento a la izquierda de su suegro.
—Si estás tan cansado, debiste pedir que te llevaran el desayuno a la cama.
Ale intentó responder, pero solo pudo mover la cabeza de un lado a otro, ya que nuevamente bostezó.
—No… —dijo al fin, después de tallar sus parpados una vez más—. No quería dejarte desayunando solito —sentenció, pero su voz era apenas un murmullo.
Federico suspiró— está bien, pero si después de desayunar, aun tienes sueño, deberías tomar una siesta —declaró con autoridad y sujetó su taza de café—, ordenaré que cancelen todas tus actividades de hoy, después de todo, solo son cosas de la reunión de mañana y cualquier otra persona puede encargarse sin problema.
—Claro, papá Federico —asintió el adolescente, intentando sujetar un vaso de jugo que le acababan de servir, pero debido a su adormecimiento, tenía poca coordinación y terminó tumbándolo sobre la mesa.
—¡Ale! —Federico se sorprendió de lo ocurrido.
—Lo siento… Lo siento —repitió el castaño.
Pese a que el menor intentó levantar el vaso, Porfirio se apresuró a retirar el vaso y colocar una servilleta, para que el jugo no mojara al jovencito.
Una tenue sonrisa se dibujó en el castaño, pero no dijo nada y Beatriz lo sujetó de los hombros, porque pareció tambalearse y estuvo a punto de caer de la silla.
—Señor, esto no es un sueño normal —comentó la mujer con preocupación.
—Me doy cuenta —Federico se limpió la barba y el bigote—. Pascual, lleva a Ale a su habitación —dijo con rapidez—, Beatriz, no te apartes de él —ordenó y tanto la mujer como su asistente, se apresuraron a obedecer—. Porfirio, llama al doctor Orozco, tiene que venir a ver qué le ocurre a Ale.
—Por supuesto, señor.
Federico se quedó en su lugar y pensó en silencio. Los demás trabajadores no se movieron de sus lugares, esperando las indicaciones, pero el hombre no dijo nada, hasta que Porfirio regresó.
—El doctor Orozco vendrá de inmediato —anunció con rapidez.
Pascual también llegó hasta su jefe— el joven Altamira se quedó dormido, apenas lo dejé en su cama —anunció—, Beatriz y sus asistentes se quedaron con él.
—Bien —musitó el canoso.
—¿Debo llamar al joven Diego? —preguntó Porfirio con seriedad.
—Aun no —negó Federico y pasó la mano por su barba—. Si Diego y Ale, estuvieran intimando, podría pensar que esta situación es porque Ale está encinta —dijo con debilidad—, pero se bien que no es así —aseguró—. No sabemos qué es lo que tiene o si es su celo —levantó una ceja «sus feromonas no estaban alteradas, así que no parece que sea eso tampoco…» pensó aún con duda—. Esperemos a que lo revise el doctor Orozco y después, veré si le hablamos a Diego o no —miró de reojo a sus trabajadores—. Mi hijo no debe inquietarse, especialmente antes de la reunión de mañana.
Todos sabían a lo que Federico se refería. Desde el atentado en la fiesta anterior, Diego había estado muy inestable, por lo que si se preocupaba sin razón, sus feromonas podrían descontrolarse y siendo un Alfa dominante, cuando esa situación ocurría, podía ser peligroso.
Así, un día antes de la reunión, mientras Diego fue a trabajar, Ale se quedó dormido en la habitación que compartían; seguían sin intimar, pero solo con pasar la noche juntos, el rubio se mantenía en calma, percibiendo el olor de su pareja y sintiéndolo cerca.
Diego siempre salía a las siete de la mañana de la mansión y Ale se despertaba antes de las nueve, para ir a desayunar con su suegro, pero en esa ocasión, el jovencito no bajó a tiempo, algo que llamó la atención de Federico, al no verlo en la mesa, cómo siempre.
Los ojos verdes se fijaron en Porfirio con rapidez— ¿dónde está Ale? —preguntó.
El hombre tembló. Si bien, el aun señor de esa casa estaba en silla de ruedas, podía defenderse con sus feromonas dominantes y él, a pesar de ser Alfa también, no podía oponerse a las mismas.
—El joven Altamira no ha bajado —carraspeó—, pero ya envié a Beatriz, una de sus asistentes de hoy, a buscarlo.
El canoso pasó la mano por su barba y frunció el ceño— es poco habitual que Ale no baje antes de que yo llegue —mencionó en voz baja.
—¿Desea que vaya a buscar al joven Altamira? —la voz seria de Pascual, el guardaespaldas que fungía como su asistente ese día, se escuchó con rapidez.
—No creo que sea necesario, esperemos a Beatriz.
—Cómo ordene…
Pascual empujó la silla hasta el lugar que le correspondía a Federico y se hizo a un lado, esperando a que atendieran al hombre.
Apenas estaban sirviendo el desayuno, cuando se escucharon los pasos y la voz de Beatriz.
—Joven Altamira, si sigue con sueño, debería volver a la cama.
—Estoy bien, estoy bien… —la voz de Ale se escuchó con pereza.
Los hombres en el comedor observaron hacia el acceso y vieron cómo Ale ingresaba con gesto adormilado y caminando lentamente, siendo ayudado de Beatriz, quien lo sujetaba del brazo con delicadeza.
—Buenos… —un bostezo lo interrumpió—. Buenos días, papá Federico —saludó y sus ojos se humedecieron, después de bostezar una vez más.
El hombre se sorprendió, ya que el castaño se miraba muy soñoliento, además, había bajado aun con su camisón de dormir y una bata encima, algo anormal, pues siempre bajaba a desayunar, fresco y sonriente.
—¡¿Estás bien, pequeño?! —preguntó el canoso con susto.
El jovencito volvió a bostezar y sonrió— sí —asintió y pasó la mano por sus parpados, tratando de desperezarse—. Sólo que… Tengo mucho sueño… —señaló y tomó asiento a la izquierda de su suegro.
—Si estás tan cansado, debiste pedir que te llevaran el desayuno a la cama.
Ale intentó responder, pero solo pudo mover la cabeza de un lado a otro, ya que nuevamente bostezó.
—No… —dijo al fin, después de tallar sus parpados una vez más—. No quería dejarte desayunando solito —sentenció, pero su voz era apenas un murmullo.
Federico suspiró— está bien, pero si después de desayunar, aun tienes sueño, deberías tomar una siesta —declaró con autoridad y sujetó su taza de café—, ordenaré que cancelen todas tus actividades de hoy, después de todo, solo son cosas de la reunión de mañana y cualquier otra persona puede encargarse sin problema.
—Claro, papá Federico —asintió el adolescente, intentando sujetar un vaso de jugo que le acababan de servir, pero debido a su adormecimiento, tenía poca coordinación y terminó tumbándolo sobre la mesa.
—¡Ale! —Federico se sorprendió de lo ocurrido.
—Lo siento… Lo siento —repitió el castaño.
Pese a que el menor intentó levantar el vaso, Porfirio se apresuró a retirar el vaso y colocar una servilleta, para que el jugo no mojara al jovencito.
Una tenue sonrisa se dibujó en el castaño, pero no dijo nada y Beatriz lo sujetó de los hombros, porque pareció tambalearse y estuvo a punto de caer de la silla.
—Señor, esto no es un sueño normal —comentó la mujer con preocupación.
—Me doy cuenta —Federico se limpió la barba y el bigote—. Pascual, lleva a Ale a su habitación —dijo con rapidez—, Beatriz, no te apartes de él —ordenó y tanto la mujer como su asistente, se apresuraron a obedecer—. Porfirio, llama al doctor Orozco, tiene que venir a ver qué le ocurre a Ale.
—Por supuesto, señor.
Federico se quedó en su lugar y pensó en silencio. Los demás trabajadores no se movieron de sus lugares, esperando las indicaciones, pero el hombre no dijo nada, hasta que Porfirio regresó.
—El doctor Orozco vendrá de inmediato —anunció con rapidez.
Pascual también llegó hasta su jefe— el joven Altamira se quedó dormido, apenas lo dejé en su cama —anunció—, Beatriz y sus asistentes se quedaron con él.
—Bien —musitó el canoso.
—¿Debo llamar al joven Diego? —preguntó Porfirio con seriedad.
—Aun no —negó Federico y pasó la mano por su barba—. Si Diego y Ale, estuvieran intimando, podría pensar que esta situación es porque Ale está encinta —dijo con debilidad—, pero se bien que no es así —aseguró—. No sabemos qué es lo que tiene o si es su celo —levantó una ceja «sus feromonas no estaban alteradas, así que no parece que sea eso tampoco…» pensó aún con duda—. Esperemos a que lo revise el doctor Orozco y después, veré si le hablamos a Diego o no —miró de reojo a sus trabajadores—. Mi hijo no debe inquietarse, especialmente antes de la reunión de mañana.
Todos sabían a lo que Federico se refería. Desde el atentado en la fiesta anterior, Diego había estado muy inestable, por lo que si se preocupaba sin razón, sus feromonas podrían descontrolarse y siendo un Alfa dominante, cuando esa situación ocurría, podía ser peligroso.
Poco después de las once de la mañana, el médico llegó a la mansión.
Porfirio, Beatriz y las demás asistentes, estuvieron presente durante la revisión de Ale, pero no había nada extraño en el castaño, excepto por el sueño anormal.
Incluso, el médico preguntó si había tomado algún medicamento para conciliar el sueño, ya que parecía estar bajo el influjo de un sedante o algún medicamento soporífero, pero Ale no tomaba medicinas, a excepción de algunas vitaminas, recetadas por un especialista en Omegas, preparando a su cuerpo, para un eventual primer celo y, por consiguiente, iniciar su actividad reproductiva, pero eso aun no ocurría.
Por esa razón, el médico no le recetó medicamentos; las vitaminas que tomaba eran suficientes, solo le indicó que descansara lo que considerara necesario y que durante cada comida tomara un té de ginseng, además de que debía tener supervisión constante, por lo menos los próximos tres días, si después de eso, no había mejoría, tendría que ir con algún médico especialista en Omegas y en trastorno de sueño.
Cuando el médico se retiró, Federico decidió no comentarle lo ocurrido a su hijo, hasta que regresara de su trabajo; era mejor decirle la situación de frente, para que no se preocupara más de lo necesario. Aunque pensó en la posibilidad de cancelar la reunión del día siguiente, era una decisión que no podía tomar solo, ya que sabía que a Ale le había hecho ilusión festejar con su nueva familia y amigos, por lo que tampoco quería decepcionar a su yerno, pero estaba consciente que la decisión la tomaría su hijo.
—Diego volverá antes de las siete —comentó el canoso, mientras Pascual lo guiaba al comedor una vez más, pues ya era la hora de la comida—, le pedí a Teresa que arreglara su agenda, para que regresara temprano —sentenció.
—Seguramente, el joven regresaría de inmediato, si le comentara la situación —Pascual habló seriamente.
—Sí, pero no quiero que sus feromonas se salgan de control —suspiró el de barba—, todos nuestros guardaespaldas son Alfas y pueden ser afectador por las mismas —apretó el puño—, eso podría ocasionar un accidente.
—Quizá, debamos buscar a algunos Betas eficientes, que puedan ayudar en estos casos —comentó su trabajador con poco interés—, así como hay trabajadores Beta en la mansión, podemos hacer uso de ellos en relación a la seguridad.
—Es difícil confiar nuestra seguridad en manos de Betas —Federico negó—, son demasiado fáciles de comprar y no nos obedecen por las feromonas tampoco.
—Hace poco, nos dimos cuenta que los Alfas no son tan incorruptibles cómo se esperaba de ellos —Pascual apretó los puños sobre la silla de ruedas de su jefe, pensando en lo ocurrido con Juan.
Hubo un momento de silencio y finalmente, Federico soltó el aire— tienes razón —admitió—. Quizá, debamos pensar en poner a prueba a uno que otro Alfa recesivo e incluso, a algunos Betas —especificó—. Quizá no sean tan fuertes, pero habrá trabajos que solo ellos puedan hacer.
—¿Quiere que lo hable con Vicente y los demás? —indagó Pascual con rapidez.
—Antes, debo decírselo a Diego —sentenció—, debemos especificar los requisitos, para que no haya problemas y podamos confiar realmente en ellos.
—Cómo ordene.
Finalmente, Federico llegó a la mesa, dónde Porfirio y otros trabajadores de la mansión, ya habían puesto la mesa, esperándolo para que comiera. El canoso sabía que ese día Ale no lo acompañaría y por primera vez en mucho tiempo, se daba cuenta de lo fría que era su casa, cuando estaba solo.
—¿Ya le llevaron sus alimentos a Ale? —preguntó con rapidez, cuando Porfirio se acercó a servirle.
—Hace varios minutos, Adela y Matilde, llevaron la comida a su habitación —especificó— y Beatriz le llevó desde hace rato, el té de ginseng que le recetó el doctor.
—¿Ha habido algún cambio?
—Beatriz no ha informado nada, señor —respondió el mayordomo con rapidez, mientas servía la bebida para su jefe.
—Bien, si no hay cambios, no…
La voz de Federico se detuvo de inmediato, pasó la mano por su boca y nariz, tratando de aguantar el asco que sintió por un breve instante, al percibir un olor peculiar y giró el rostro hacia el acceso del comedor.
Beatriz volvía con una charolita, en la cual estaba una taza. Apenas ingresó al lugar, Porfirio y Pascual también cubrieron su nariz y la miraron con asombro.
La mirada de los tres hombres puso en alerta a la mujer, que se detuvo en seco.
—¿Pasa…? ¿Pasa algo? —preguntó con voz trémula.
—¡¿Qué es ese olor?! —Federico apenas pudo articular palabras.
—¿Olor?
Beatriz intentó olfatear, pero solo pudo percibir el olor del té.
—Quizá sea el ginseng —respondió con inocencia—. El joven Altamira no lo terminó, porque dijo que amargaba, pese a que le echó mucha azúcar.
—No, no es el ginseng —negó el canoso.
Los tres Alfas lo sabían; podían percibir claramente el olor del té, pese a que había un intenso olor a azúcar refinado también, pero no era eso lo que los había alertado, sino otro perfume, uno muy peculiar, uno que les había erizado la piel.
—¡Es el celo de un Omega! —aclaró Pascual.
—¡Un Omega marcado! —especificó Porfirio y aguantó las arcadas que le provocaba el aroma, antes de ir a abrir una ventana para ventilar el lugar.
—¡Llamen a Diego! —gritó Federico—. ¡Ale está en celo!
Porfirio, Beatriz y las demás asistentes, estuvieron presente durante la revisión de Ale, pero no había nada extraño en el castaño, excepto por el sueño anormal.
Incluso, el médico preguntó si había tomado algún medicamento para conciliar el sueño, ya que parecía estar bajo el influjo de un sedante o algún medicamento soporífero, pero Ale no tomaba medicinas, a excepción de algunas vitaminas, recetadas por un especialista en Omegas, preparando a su cuerpo, para un eventual primer celo y, por consiguiente, iniciar su actividad reproductiva, pero eso aun no ocurría.
Por esa razón, el médico no le recetó medicamentos; las vitaminas que tomaba eran suficientes, solo le indicó que descansara lo que considerara necesario y que durante cada comida tomara un té de ginseng, además de que debía tener supervisión constante, por lo menos los próximos tres días, si después de eso, no había mejoría, tendría que ir con algún médico especialista en Omegas y en trastorno de sueño.
Cuando el médico se retiró, Federico decidió no comentarle lo ocurrido a su hijo, hasta que regresara de su trabajo; era mejor decirle la situación de frente, para que no se preocupara más de lo necesario. Aunque pensó en la posibilidad de cancelar la reunión del día siguiente, era una decisión que no podía tomar solo, ya que sabía que a Ale le había hecho ilusión festejar con su nueva familia y amigos, por lo que tampoco quería decepcionar a su yerno, pero estaba consciente que la decisión la tomaría su hijo.
—Diego volverá antes de las siete —comentó el canoso, mientras Pascual lo guiaba al comedor una vez más, pues ya era la hora de la comida—, le pedí a Teresa que arreglara su agenda, para que regresara temprano —sentenció.
—Seguramente, el joven regresaría de inmediato, si le comentara la situación —Pascual habló seriamente.
—Sí, pero no quiero que sus feromonas se salgan de control —suspiró el de barba—, todos nuestros guardaespaldas son Alfas y pueden ser afectador por las mismas —apretó el puño—, eso podría ocasionar un accidente.
—Quizá, debamos buscar a algunos Betas eficientes, que puedan ayudar en estos casos —comentó su trabajador con poco interés—, así como hay trabajadores Beta en la mansión, podemos hacer uso de ellos en relación a la seguridad.
—Es difícil confiar nuestra seguridad en manos de Betas —Federico negó—, son demasiado fáciles de comprar y no nos obedecen por las feromonas tampoco.
—Hace poco, nos dimos cuenta que los Alfas no son tan incorruptibles cómo se esperaba de ellos —Pascual apretó los puños sobre la silla de ruedas de su jefe, pensando en lo ocurrido con Juan.
Hubo un momento de silencio y finalmente, Federico soltó el aire— tienes razón —admitió—. Quizá, debamos pensar en poner a prueba a uno que otro Alfa recesivo e incluso, a algunos Betas —especificó—. Quizá no sean tan fuertes, pero habrá trabajos que solo ellos puedan hacer.
—¿Quiere que lo hable con Vicente y los demás? —indagó Pascual con rapidez.
—Antes, debo decírselo a Diego —sentenció—, debemos especificar los requisitos, para que no haya problemas y podamos confiar realmente en ellos.
—Cómo ordene.
Finalmente, Federico llegó a la mesa, dónde Porfirio y otros trabajadores de la mansión, ya habían puesto la mesa, esperándolo para que comiera. El canoso sabía que ese día Ale no lo acompañaría y por primera vez en mucho tiempo, se daba cuenta de lo fría que era su casa, cuando estaba solo.
—¿Ya le llevaron sus alimentos a Ale? —preguntó con rapidez, cuando Porfirio se acercó a servirle.
—Hace varios minutos, Adela y Matilde, llevaron la comida a su habitación —especificó— y Beatriz le llevó desde hace rato, el té de ginseng que le recetó el doctor.
—¿Ha habido algún cambio?
—Beatriz no ha informado nada, señor —respondió el mayordomo con rapidez, mientas servía la bebida para su jefe.
—Bien, si no hay cambios, no…
La voz de Federico se detuvo de inmediato, pasó la mano por su boca y nariz, tratando de aguantar el asco que sintió por un breve instante, al percibir un olor peculiar y giró el rostro hacia el acceso del comedor.
Beatriz volvía con una charolita, en la cual estaba una taza. Apenas ingresó al lugar, Porfirio y Pascual también cubrieron su nariz y la miraron con asombro.
La mirada de los tres hombres puso en alerta a la mujer, que se detuvo en seco.
—¿Pasa…? ¿Pasa algo? —preguntó con voz trémula.
—¡¿Qué es ese olor?! —Federico apenas pudo articular palabras.
—¿Olor?
Beatriz intentó olfatear, pero solo pudo percibir el olor del té.
—Quizá sea el ginseng —respondió con inocencia—. El joven Altamira no lo terminó, porque dijo que amargaba, pese a que le echó mucha azúcar.
—No, no es el ginseng —negó el canoso.
Los tres Alfas lo sabían; podían percibir claramente el olor del té, pese a que había un intenso olor a azúcar refinado también, pero no era eso lo que los había alertado, sino otro perfume, uno muy peculiar, uno que les había erizado la piel.
—¡Es el celo de un Omega! —aclaró Pascual.
—¡Un Omega marcado! —especificó Porfirio y aguantó las arcadas que le provocaba el aroma, antes de ir a abrir una ventana para ventilar el lugar.
—¡Llamen a Diego! —gritó Federico—. ¡Ale está en celo!
Diego había decidido comer algo ligero en su oficina, así seguiría con su trabajo, mientras se alimentaba; quería salir temprano y volver a su hogar, porque ese día, estaba sumamente inquieto, sin entender el por qué.
Esa mañana, al despertar y dejar a Ale, dormido en su cama, tuvo un deseo intenso de quedarse a su lado y no ir a trabajar, pero se sobrepuso a ese impulso, pensando que después de la fiesta del día siguiente, podría tomar varios días libres, para estar con su pareja, aun así, se sentía cansado y deseoso de volver, para sentir la tibieza del cuerpo delgado y el perfume de cerezas que tenía grabado en su mente.
Por esa razón, cuando recibió la llamada a la línea directa y le dijeron que Ale estaba en celo, no le importó nada más; no se preocupó de agarrar su maletín, saco o de apagar su computadora, simplemente salió de la oficina.
—¡Sígueme! —ordenó con frialdad.
Teresa se puso de pie de inmediato y siguió a su jefe hasta el elevador.
—¡¿Qué ocurre, señor?! —preguntó asustada, al ver que el otro se aflojaba la corbata.
—Necesito ir a casa y tendrás que ser tú quien maneje el automóvil en el que iré —sentenció el rubio con frialdad.
—¡¿Yo?! —la de lentes frunció el ceño.
Ella sabía manejar, pero normalmente su jefe tenía a sus propios choferes y guardaespaldas, por eso nunca había sido quien manejara el lujoso auto en el que Diego se transportaba.
—Ale entró en celo —dijo sin dudar—, yo me siento inquieto y debido a eso, mis feromonas están empezando a descontrolarse —explicó—. Ninguno de mis trabajadores, pueden estar en el mismo vehículo que yo o podría afectarlos.
—Ya veo —la morena pasó la mano por su barbilla, era consciente que los trabajadores de la familia De León eran Alfas y cómo su jefe era dominante, muchos podrían debilitarse al percibir las feromonas del rubio—. ¿No piensa usar un supresor?
—Si uso el supresor, me dará sueño —gruñó el rubio—, no podré atender a Ale y no podría calmar su celo en ese estado, es por ello que no debo usarlo en este momento.
—Bien…
El elevador se detuvo en el estacionamiento privado y todos los guardaespaldas que estaban ahí, se pusieron alerta, más al abrirse la puerta y liberarse las feromonas concentradas que Diego había liberado en el descenso, todos dieron un paso atrás.
—Vicente, entrégale las llaves del auto a Teresa —ordenó Diego, yendo a su vehículo y sentándose en el lugar del copiloto—, tú y los demás, síganme de cerca, ¡tengo que llegar a casa lo más rápido posible!
Vicente intentó dar el paso, pero un escalofrío lo cimbró, así que solo estiró la mano dónde portaba la llave del vehículo.
Teresa corrió y sujetó la llave— traten de seguirme de cerca —sentenció la de lentes—, aunque el señor está liberando sus feromonas, necesita protección.
—Sí… —Vicente carraspeó—. Iremos detrás y nos mantendremos alerta.
Teresa asintió y fue al vehículo, entrando con rapidez, encendiendo el motor e iniciando la marcha, seguida muy de cerca por otros tres vehículos negros, que llevaban a los trabajadores de Diego, quienes se habían colocado unas mascarillas para que las feromonas de su jefe no los afectaran tanto, especialmente a quienes manejarían.
Durante el trayecto a su hogar, Diego se miraba sumamente ansioso; rechinaba los dientes, estrujaba las telas de su pantalón y movía las piernas de arriba abajo. Normalmente el trayecto de la casa a la oficina en el centro de la ciudad le parecía largo, pero debido a la situación, en ese momento lo sentía eterno.
«Empezaré a trabajar desde casa…» pensó el rubio, pasando la mano por su boca; la simple idea de que Ale estaba en celo, esperándolo para consumar su amor, lo tenía al borde de la locura y no tardaría mucho en entrar en celo también.
Casi una hora después, el auto ingresó a la propiedad y pese a llevar las ventanas cerradas, después de la reja principal, a medio camino de llegar a la glorieta de acceso de la mansión, Diego percibió las feromonas a cereza. Aspiró con deseo y sus pupilas comenzaron a alargarse, por lo que apenas el vehículo bajó de velocidad, lo suficiente para estacionarse, él saltó del interior, subiendo las escaleras principales e ingresando a la mansión con rapidez.
—Por fin llegas —Federico estaba en el recibidor.
—¡¿Dónde está?! —Diego se quitó completamente la corbata y la lanzó a un lado.
Federico se cubrió la nariz— Diego, te hablé para que vinieras a controlar la situación, ¡no a que la empeoraras! —sentenció el canoso, al darse cuenta que su hijo estaba liberando sus feromonas, sin siquiera preocuparse de los demás Alfas que pudieran estar cerca.
Beatriz se atrevió a hablar, ya que notó que ni Porfirio, ni Pascual o algún otro guardaespaldas parecía poder responder, porque estaban siendo sometidos por el recién llegado.
—El joven Altamira, está en su habitación —dijo con voz nerviosa.
Diego no respondió, enfiló sus pasos a la escalera y apresuró su andar, dirigiéndose a su alcoba, mientras su padre y los demás, trataban de recomponerse.
—Necesitaré salir de la casa y quedarme en la habitación especial del Royal, al menos por esta noche —Federico sintió que se le revolvía el estómago—. A pesar de que todas las ventanas están abiertas y hay aromatizantes para disimular las feromonas, la casa está saturada de las feromonas de Ale y ahora, con Diego así, no podré quedarme mucho tiempo.
—¿No cree que el joven pueda controlar el celo de su pareja? —preguntó Pascual con sorpresa.
—No dudo que pueda controlar el celo de Ale, pero no confío en que controle el suyo… — señaló con cansancio y en ese momento, vio a Teresa subiendo las escaleras—. Teresa, ¿qué haces aquí? —preguntó curioso y cuando la chica se acercó más, el hombre se cubrió la nariz—. ¿Y por qué traes impregnadas las feromonas de mi hijo?
—Ningún Alfa podía traer al señor Diego —sonrió nerviosa—, así que yo tuve que manejar el automóvil que usó para venir aquí.
—Entiendo —Federico se envolvió en sus feromonas para poder soportar el aroma que cubría a la joven—. Bien, ya que estás aquí, acompáñame al hotel principal, iré a quedarme allá y desde ahí, te comunicarás con los invitados a la reunión, para cancelar.
—¿Está seguro que eso es lo que el señor Diego desea?
—No lo sé —el canoso negó—, pero así cómo están las cosas, dudo que él y mi yerno, salgan a tiempo de la habitación, para esa fiesta.
Esa mañana, al despertar y dejar a Ale, dormido en su cama, tuvo un deseo intenso de quedarse a su lado y no ir a trabajar, pero se sobrepuso a ese impulso, pensando que después de la fiesta del día siguiente, podría tomar varios días libres, para estar con su pareja, aun así, se sentía cansado y deseoso de volver, para sentir la tibieza del cuerpo delgado y el perfume de cerezas que tenía grabado en su mente.
Por esa razón, cuando recibió la llamada a la línea directa y le dijeron que Ale estaba en celo, no le importó nada más; no se preocupó de agarrar su maletín, saco o de apagar su computadora, simplemente salió de la oficina.
—¡Sígueme! —ordenó con frialdad.
Teresa se puso de pie de inmediato y siguió a su jefe hasta el elevador.
—¡¿Qué ocurre, señor?! —preguntó asustada, al ver que el otro se aflojaba la corbata.
—Necesito ir a casa y tendrás que ser tú quien maneje el automóvil en el que iré —sentenció el rubio con frialdad.
—¡¿Yo?! —la de lentes frunció el ceño.
Ella sabía manejar, pero normalmente su jefe tenía a sus propios choferes y guardaespaldas, por eso nunca había sido quien manejara el lujoso auto en el que Diego se transportaba.
—Ale entró en celo —dijo sin dudar—, yo me siento inquieto y debido a eso, mis feromonas están empezando a descontrolarse —explicó—. Ninguno de mis trabajadores, pueden estar en el mismo vehículo que yo o podría afectarlos.
—Ya veo —la morena pasó la mano por su barbilla, era consciente que los trabajadores de la familia De León eran Alfas y cómo su jefe era dominante, muchos podrían debilitarse al percibir las feromonas del rubio—. ¿No piensa usar un supresor?
—Si uso el supresor, me dará sueño —gruñó el rubio—, no podré atender a Ale y no podría calmar su celo en ese estado, es por ello que no debo usarlo en este momento.
—Bien…
El elevador se detuvo en el estacionamiento privado y todos los guardaespaldas que estaban ahí, se pusieron alerta, más al abrirse la puerta y liberarse las feromonas concentradas que Diego había liberado en el descenso, todos dieron un paso atrás.
—Vicente, entrégale las llaves del auto a Teresa —ordenó Diego, yendo a su vehículo y sentándose en el lugar del copiloto—, tú y los demás, síganme de cerca, ¡tengo que llegar a casa lo más rápido posible!
Vicente intentó dar el paso, pero un escalofrío lo cimbró, así que solo estiró la mano dónde portaba la llave del vehículo.
Teresa corrió y sujetó la llave— traten de seguirme de cerca —sentenció la de lentes—, aunque el señor está liberando sus feromonas, necesita protección.
—Sí… —Vicente carraspeó—. Iremos detrás y nos mantendremos alerta.
Teresa asintió y fue al vehículo, entrando con rapidez, encendiendo el motor e iniciando la marcha, seguida muy de cerca por otros tres vehículos negros, que llevaban a los trabajadores de Diego, quienes se habían colocado unas mascarillas para que las feromonas de su jefe no los afectaran tanto, especialmente a quienes manejarían.
Durante el trayecto a su hogar, Diego se miraba sumamente ansioso; rechinaba los dientes, estrujaba las telas de su pantalón y movía las piernas de arriba abajo. Normalmente el trayecto de la casa a la oficina en el centro de la ciudad le parecía largo, pero debido a la situación, en ese momento lo sentía eterno.
«Empezaré a trabajar desde casa…» pensó el rubio, pasando la mano por su boca; la simple idea de que Ale estaba en celo, esperándolo para consumar su amor, lo tenía al borde de la locura y no tardaría mucho en entrar en celo también.
Casi una hora después, el auto ingresó a la propiedad y pese a llevar las ventanas cerradas, después de la reja principal, a medio camino de llegar a la glorieta de acceso de la mansión, Diego percibió las feromonas a cereza. Aspiró con deseo y sus pupilas comenzaron a alargarse, por lo que apenas el vehículo bajó de velocidad, lo suficiente para estacionarse, él saltó del interior, subiendo las escaleras principales e ingresando a la mansión con rapidez.
—Por fin llegas —Federico estaba en el recibidor.
—¡¿Dónde está?! —Diego se quitó completamente la corbata y la lanzó a un lado.
Federico se cubrió la nariz— Diego, te hablé para que vinieras a controlar la situación, ¡no a que la empeoraras! —sentenció el canoso, al darse cuenta que su hijo estaba liberando sus feromonas, sin siquiera preocuparse de los demás Alfas que pudieran estar cerca.
Beatriz se atrevió a hablar, ya que notó que ni Porfirio, ni Pascual o algún otro guardaespaldas parecía poder responder, porque estaban siendo sometidos por el recién llegado.
—El joven Altamira, está en su habitación —dijo con voz nerviosa.
Diego no respondió, enfiló sus pasos a la escalera y apresuró su andar, dirigiéndose a su alcoba, mientras su padre y los demás, trataban de recomponerse.
—Necesitaré salir de la casa y quedarme en la habitación especial del Royal, al menos por esta noche —Federico sintió que se le revolvía el estómago—. A pesar de que todas las ventanas están abiertas y hay aromatizantes para disimular las feromonas, la casa está saturada de las feromonas de Ale y ahora, con Diego así, no podré quedarme mucho tiempo.
—¿No cree que el joven pueda controlar el celo de su pareja? —preguntó Pascual con sorpresa.
—No dudo que pueda controlar el celo de Ale, pero no confío en que controle el suyo… — señaló con cansancio y en ese momento, vio a Teresa subiendo las escaleras—. Teresa, ¿qué haces aquí? —preguntó curioso y cuando la chica se acercó más, el hombre se cubrió la nariz—. ¿Y por qué traes impregnadas las feromonas de mi hijo?
—Ningún Alfa podía traer al señor Diego —sonrió nerviosa—, así que yo tuve que manejar el automóvil que usó para venir aquí.
—Entiendo —Federico se envolvió en sus feromonas para poder soportar el aroma que cubría a la joven—. Bien, ya que estás aquí, acompáñame al hotel principal, iré a quedarme allá y desde ahí, te comunicarás con los invitados a la reunión, para cancelar.
—¿Está seguro que eso es lo que el señor Diego desea?
—No lo sé —el canoso negó—, pero así cómo están las cosas, dudo que él y mi yerno, salgan a tiempo de la habitación, para esa fiesta.
Diego recorrió la escalera y el largo pasillo, embriagándose del perfume de cereza que parecía envolverlo y seducirlo con rapidez; al llegar a la puerta, desde dónde emanaba esa deliciosa fragancia, sus pupilas ya estaban alargadas y sus colmillos habían crecido.
Al ingresar a la alcoba, sintió una descarga eléctrica recorrer su columna y sus piernas temblaron; estaba ansioso por llegar hasta Ale, pero se sentía tan extasiado sólo con el perfume de cerezas, que le costaba tener el control de su cuerpo.
Su mente se nubló y no pudo pensar en nada mientras recorría la estancia, hasta llegar a la zona de la cama, apreciando desde el umbral, la silueta de su Omega a través de las cortinas y las sabanas. Relamió sus labios y se acercó casi como un felino acechando a su presa, rodeando la cama, esperando a que el otro lo llamara, pero no hubo palabra.
Diego apartó la cortina con su mano y subió la rodilla al colchón, inclinándose sobre el rostro de Ale, que mantenía un gesto pacífico. El castaño parecía dormir, pero, aun así, en ese estado de sopor, sin mover un solo músculo, sin decir una sola palabra, al rubio le parecía una criatura encantadora y seductora, tanto que, solo deseaba tomarlo y atarlo a él.
Sin poder evitarlo, Diego se inclinó y rozó los labios de su pareja, quien, en medio de su sueño, entreabrió su boca, correspondiendo torpemente la caricia. El rubio se movió con destreza, quitando las sabanas que cubrían a Ale y dejando su cuerpo casi expuesto, para poder colocarse sobre él, sin apartar los labios.
Las enormes manos sujetaron el delicado cuerpo por los costados y las yemas de sus dedos presionaron la piel por encima de la delicada tela de su camisón, mientras descendían hasta la cintura y lentamente hasta las piernas, buscando la abertura de la tela, para tocar directamente la piel.
Un estremecimiento cimbró al adolescente, al sentir las manos calientes y traviesas, acariciarlo de una forma desconocida; no tenía miedo, porque, aunque no había visto a su pareja, su nariz le había confirmado que se trataba de su amado, ya que el olor a caña de azúcar lo estaba envolviendo con rapidez.
Los parpados se abrieron con lentitud y los ojos aceitunados observaron el rostro del rubio a unos cuantos centímetros del suyo y pese a que jamás había visto a Diego de esa manera, le pareció fascinante. Observar los ojos verdes con las pupilas alargadas, los colmillos largos y su sonrisa orgullosa, casi como si estuviera decretando un completo dominio sobre él, logró que perdiera el aliento.
—Diego… —musitó el castaño y con solo decir su nombre, sintió una descarga eléctrica recorrer su cuerpo.
—Ale…
El tono de voz que el rubio usó, terminó por hechizar al menor completamente.
Ale le ofreció los labios a su pareja una vez más y el mayor no se negó; lo besó con pasión, hurgando el interior de la boca, disfrutando el sabor a cereza hasta casi saciarse y después mordisqueó los labios con deseo. Sin poder contenerse más, Diego desgarró el camisón que se interponía entre Ale y él, acariciando la piel con devoción, bajando hasta esa zona que, hasta ese día, se había prometido respetar.
Los delicados gemidos de Ale comenzaron a escucharse, al sentir las manos de Diego acariciar su parte íntima por encima de su ropa interior, pero un grito escapó de su garganta, cuando la enorme mano sujetó su delicado miembro y le acarició la punta con sus dedos.
Diego besó el cuello de Ale y mordió ligeramente la piel, antes de pasar la lengua desde la base, hasta la barbilla— ¿te gusta? —preguntó, sin dejar de mover la mano, estimulando con maestría, el pequeño sexo de su pareja.
—¡Sí! —admitió el castaño sin vergüenza, disfrutando la caricia atrevida en su sexo.
El rubio se movió, besando la quijada, subiendo por la mejilla, llegando hasta la oreja del castaño, lamiendo la piel con lascivia— y apenas empiezo —musitó, mordiendo el lóbulo con deseo.
El tono seductor, consiguió que Ale se estremeciera de pies a cabeza y sin poder contenerse, llegó al orgasmo por primera vez, mojando la mano traviesa, antes de que su semen se dispersara por su vientre.
Diego se apartó un poco, observando su obra, disfrutando la vista que el otro le regalaba, especialmente su rostro sonrojado, con un gesto mezcla de placer y expectativa por lo que se avecinaba.
—Esto no está bien —Diego acercó su mano a la boca, pasando la lengua por sus dedos, disfrutando el semen de su pareja, que tenía impregnado el sabor a sus feromonas—, debo tener cuidado para que no te canses rápido —relamió sus labios—, quiero saciarte por completo y conocer cada parte de ti.
Dio un beso fugaz en los labios de Ale y luego bajó, besando, lamiendo, saboreando la piel impregnada del dulce sabor a cerezas; el castaño se estremecía y por momentos, su boca dejaba escapar suspiros y gemidos, logrando que Diego aprendiera que partes respondían con mayor facilidad a su toque.
Cuando el rubio llegó al vientre, pasando la lengua por la zona, recogiendo el líquido que aún estaba manchando la piel, Ale movió su mano hasta la melena rubia y acarició los mechones con un poco de ansiedad.
—¿Te gusta? —preguntó Diego, dando ligeras lamidas al vientre plano, mientras sus manos acariciaban suavemente la piel de la cadera y piernas.
—¡Sí!
El castaño hizo el rostro hacia atrás, comenzando a gemir audiblemente, al sentir la lengua tibia dejar una estela de saliva y un grito se ahogó en su garganta, cuando el otro atrapó su miembro en la boca, comenzando a estimularlo con lentitud.
Ale era completamente inexperto y no tenía ni idea de qué esperar; Diego jamás se atrevió a tocarlo de manera lasciva, respetando su inocencia y pureza, por lo tanto, cada acción del mayor, sorprendía sobremanera al adolescente, provocándole emociones que jamás imaginó que pudiera percibir y por ello, su delgado cuerpo se revolvía sobre el colchón con ansiedad.
Diego por su parte, aunque ya tenía experiencia en relacionarse, no solo con Omegas, quería tratar a Ale de manera diferente, por eso su tacto era tan suave y con delicadeza; quería demostrarle a ese jovencito que era el único por el cual pondría su propio deseo en segundo lugar, porque quería que lo disfrutara tanto, para que se diera cuenta que, a él, solo le importaba su felicidad.
En medio de un grito, Ale volvió a llegar al orgasmo, liberando algo de semen en la boca de su pareja y su cuerpo se tensó por varios segundos; finalmente quedó contra el colchón, respirando con dificultad y las lágrimas cayendo por sus mejillas, más una gran sonrisa de satisfacción adornaba su rostro.
El ojiverde se incorporó, relamiendo sus labios y disfrutando el ver a Ale contra el colchón con ese gesto de completo placer, fue cuando se tomó un poco de tiempo para desnudarse por completo y acomodarse entre las piernas del adolescente.
—Ale —dijo cerca del rostro del castaño, besando lentamente los labios, esperando a que le correspondiera.
El castaño buscó ahondar el beso y pasó las manos por el cuello del mayor; sabía que el otro lo iba a poseer y hasta ese momento, no sabía cuánto lo había añorado en realidad.
Diego levantó una pierna de Ale y posicionó la punta de su sexo erecto en la entrada, presionando despacio; sabía que sería difícil por ser la primera vez, pero era necesario forzarlo un poco, para que Ale pudiera lubricar correctamente y disfrutarlo.
Ale gimió contra la boca de su pareja; una de sus manos se aferró a la melena dorada y la otra encajó las uñas en la piel del hombro, pero sin dudar, movió la cadera, buscando que el otro entrara a él, pues realmente lo necesitaba.
Diego se sintió completamente dichoso al ver cómo su pareja se mostraba completamente receptivo para unirse con él, por lo que, sin dudar más, movió su cadera, presionando con mayor fuerza, pese a que la intrusión era lenta. Podía sentir cómo el interior del castaño se abría para él con algo de reticencia y, además, cuando intentaba salir un poco, antes de volver a entrar, Ale parecía aprisionarlo para que no se apartara de él.
—Ale —Diego bajó por el cuello y repartió besos en la piel—, eres maravilloso.
—Diego, más, ¡por favor! —la voz deseosa del menor se escuchó con un tinte de súplica.
El rubio le dio un beso en la mejilla— es la primera vez, mi amor —dijo con voz suave, tratando de calmar su instinto de poseerlo con mayor intensidad, porque lo que menos quería era lastimarlo—, debemos hacerlo despacio, para que no te duela —explicó.
Ale movió las manos y lo sujetó de las mejillas, obligándolo a mover el rosto para que lo viera a los ojos; Diego se sorprendió de ver los ojos aceitunados llorosos, pero no parecía estar sufriendo en lo más mínimo.
—Diego —su respiración agitada lograba que su pecho subiera y bajara frenéticamente—, quiero que me enseñes a disfrutar a tu ritmo —sonrió—, no te contengas, ¡por favor! —suplicó una vez más—. Quiero que me enseñes a hacer el amor a tu manera, concédeme eso, mi amor…
El rubio pasó saliva al escucharlo.
El castaño no tenía ni idea de lo que había logrado con esa petición, pues todo el raciocinio y autocontrol del que Diego se había armado para hacer de esa primera vez suave, se perdió en un instante y no pudo controlarse más.
Sin pensar más, el rubio inició un vaivén rápido, besando a su pareja antes de bajar a marcar la piel con sus dientes, saboreando la sangre de Ale, sonriendo emocionado al recordar que en poco tiempo lo marcaría y ataría para siempre a su lado. Por su parte, el castaño comenzó a gritar y gemir, sobrepasado por el placer que el otro le estaba haciendo sentir; nunca imaginó que el sexo sería tan delicioso, especialmente con el hombre que amaba.
Por momentos, Diego lo trataba con delicadeza y después pasaba a movimientos salvajes, logrando que Ale no supiera cómo reaccionar, volviéndose loco por esas sensaciones que experimentaba por primera vez y que eran una promesa de lo que tendría durante el resto de su vida.
El rubio había soñado con marcar a su pareja y anudar dentro, pero se controló lo suficiente para no hacerlo de inmediato; quería disfrutar esa primera vez como ninguna y quería que Ale la atesorara también, porque lo único que deseaba realmente Diego de León, era que su pareja fuera completamente feliz a su lado, eternamente.
Al ingresar a la alcoba, sintió una descarga eléctrica recorrer su columna y sus piernas temblaron; estaba ansioso por llegar hasta Ale, pero se sentía tan extasiado sólo con el perfume de cerezas, que le costaba tener el control de su cuerpo.
Su mente se nubló y no pudo pensar en nada mientras recorría la estancia, hasta llegar a la zona de la cama, apreciando desde el umbral, la silueta de su Omega a través de las cortinas y las sabanas. Relamió sus labios y se acercó casi como un felino acechando a su presa, rodeando la cama, esperando a que el otro lo llamara, pero no hubo palabra.
Diego apartó la cortina con su mano y subió la rodilla al colchón, inclinándose sobre el rostro de Ale, que mantenía un gesto pacífico. El castaño parecía dormir, pero, aun así, en ese estado de sopor, sin mover un solo músculo, sin decir una sola palabra, al rubio le parecía una criatura encantadora y seductora, tanto que, solo deseaba tomarlo y atarlo a él.
Sin poder evitarlo, Diego se inclinó y rozó los labios de su pareja, quien, en medio de su sueño, entreabrió su boca, correspondiendo torpemente la caricia. El rubio se movió con destreza, quitando las sabanas que cubrían a Ale y dejando su cuerpo casi expuesto, para poder colocarse sobre él, sin apartar los labios.
Las enormes manos sujetaron el delicado cuerpo por los costados y las yemas de sus dedos presionaron la piel por encima de la delicada tela de su camisón, mientras descendían hasta la cintura y lentamente hasta las piernas, buscando la abertura de la tela, para tocar directamente la piel.
Un estremecimiento cimbró al adolescente, al sentir las manos calientes y traviesas, acariciarlo de una forma desconocida; no tenía miedo, porque, aunque no había visto a su pareja, su nariz le había confirmado que se trataba de su amado, ya que el olor a caña de azúcar lo estaba envolviendo con rapidez.
Los parpados se abrieron con lentitud y los ojos aceitunados observaron el rostro del rubio a unos cuantos centímetros del suyo y pese a que jamás había visto a Diego de esa manera, le pareció fascinante. Observar los ojos verdes con las pupilas alargadas, los colmillos largos y su sonrisa orgullosa, casi como si estuviera decretando un completo dominio sobre él, logró que perdiera el aliento.
—Diego… —musitó el castaño y con solo decir su nombre, sintió una descarga eléctrica recorrer su cuerpo.
—Ale…
El tono de voz que el rubio usó, terminó por hechizar al menor completamente.
Ale le ofreció los labios a su pareja una vez más y el mayor no se negó; lo besó con pasión, hurgando el interior de la boca, disfrutando el sabor a cereza hasta casi saciarse y después mordisqueó los labios con deseo. Sin poder contenerse más, Diego desgarró el camisón que se interponía entre Ale y él, acariciando la piel con devoción, bajando hasta esa zona que, hasta ese día, se había prometido respetar.
Los delicados gemidos de Ale comenzaron a escucharse, al sentir las manos de Diego acariciar su parte íntima por encima de su ropa interior, pero un grito escapó de su garganta, cuando la enorme mano sujetó su delicado miembro y le acarició la punta con sus dedos.
Diego besó el cuello de Ale y mordió ligeramente la piel, antes de pasar la lengua desde la base, hasta la barbilla— ¿te gusta? —preguntó, sin dejar de mover la mano, estimulando con maestría, el pequeño sexo de su pareja.
—¡Sí! —admitió el castaño sin vergüenza, disfrutando la caricia atrevida en su sexo.
El rubio se movió, besando la quijada, subiendo por la mejilla, llegando hasta la oreja del castaño, lamiendo la piel con lascivia— y apenas empiezo —musitó, mordiendo el lóbulo con deseo.
El tono seductor, consiguió que Ale se estremeciera de pies a cabeza y sin poder contenerse, llegó al orgasmo por primera vez, mojando la mano traviesa, antes de que su semen se dispersara por su vientre.
Diego se apartó un poco, observando su obra, disfrutando la vista que el otro le regalaba, especialmente su rostro sonrojado, con un gesto mezcla de placer y expectativa por lo que se avecinaba.
—Esto no está bien —Diego acercó su mano a la boca, pasando la lengua por sus dedos, disfrutando el semen de su pareja, que tenía impregnado el sabor a sus feromonas—, debo tener cuidado para que no te canses rápido —relamió sus labios—, quiero saciarte por completo y conocer cada parte de ti.
Dio un beso fugaz en los labios de Ale y luego bajó, besando, lamiendo, saboreando la piel impregnada del dulce sabor a cerezas; el castaño se estremecía y por momentos, su boca dejaba escapar suspiros y gemidos, logrando que Diego aprendiera que partes respondían con mayor facilidad a su toque.
Cuando el rubio llegó al vientre, pasando la lengua por la zona, recogiendo el líquido que aún estaba manchando la piel, Ale movió su mano hasta la melena rubia y acarició los mechones con un poco de ansiedad.
—¿Te gusta? —preguntó Diego, dando ligeras lamidas al vientre plano, mientras sus manos acariciaban suavemente la piel de la cadera y piernas.
—¡Sí!
El castaño hizo el rostro hacia atrás, comenzando a gemir audiblemente, al sentir la lengua tibia dejar una estela de saliva y un grito se ahogó en su garganta, cuando el otro atrapó su miembro en la boca, comenzando a estimularlo con lentitud.
Ale era completamente inexperto y no tenía ni idea de qué esperar; Diego jamás se atrevió a tocarlo de manera lasciva, respetando su inocencia y pureza, por lo tanto, cada acción del mayor, sorprendía sobremanera al adolescente, provocándole emociones que jamás imaginó que pudiera percibir y por ello, su delgado cuerpo se revolvía sobre el colchón con ansiedad.
Diego por su parte, aunque ya tenía experiencia en relacionarse, no solo con Omegas, quería tratar a Ale de manera diferente, por eso su tacto era tan suave y con delicadeza; quería demostrarle a ese jovencito que era el único por el cual pondría su propio deseo en segundo lugar, porque quería que lo disfrutara tanto, para que se diera cuenta que, a él, solo le importaba su felicidad.
En medio de un grito, Ale volvió a llegar al orgasmo, liberando algo de semen en la boca de su pareja y su cuerpo se tensó por varios segundos; finalmente quedó contra el colchón, respirando con dificultad y las lágrimas cayendo por sus mejillas, más una gran sonrisa de satisfacción adornaba su rostro.
El ojiverde se incorporó, relamiendo sus labios y disfrutando el ver a Ale contra el colchón con ese gesto de completo placer, fue cuando se tomó un poco de tiempo para desnudarse por completo y acomodarse entre las piernas del adolescente.
—Ale —dijo cerca del rostro del castaño, besando lentamente los labios, esperando a que le correspondiera.
El castaño buscó ahondar el beso y pasó las manos por el cuello del mayor; sabía que el otro lo iba a poseer y hasta ese momento, no sabía cuánto lo había añorado en realidad.
Diego levantó una pierna de Ale y posicionó la punta de su sexo erecto en la entrada, presionando despacio; sabía que sería difícil por ser la primera vez, pero era necesario forzarlo un poco, para que Ale pudiera lubricar correctamente y disfrutarlo.
Ale gimió contra la boca de su pareja; una de sus manos se aferró a la melena dorada y la otra encajó las uñas en la piel del hombro, pero sin dudar, movió la cadera, buscando que el otro entrara a él, pues realmente lo necesitaba.
Diego se sintió completamente dichoso al ver cómo su pareja se mostraba completamente receptivo para unirse con él, por lo que, sin dudar más, movió su cadera, presionando con mayor fuerza, pese a que la intrusión era lenta. Podía sentir cómo el interior del castaño se abría para él con algo de reticencia y, además, cuando intentaba salir un poco, antes de volver a entrar, Ale parecía aprisionarlo para que no se apartara de él.
—Ale —Diego bajó por el cuello y repartió besos en la piel—, eres maravilloso.
—Diego, más, ¡por favor! —la voz deseosa del menor se escuchó con un tinte de súplica.
El rubio le dio un beso en la mejilla— es la primera vez, mi amor —dijo con voz suave, tratando de calmar su instinto de poseerlo con mayor intensidad, porque lo que menos quería era lastimarlo—, debemos hacerlo despacio, para que no te duela —explicó.
Ale movió las manos y lo sujetó de las mejillas, obligándolo a mover el rosto para que lo viera a los ojos; Diego se sorprendió de ver los ojos aceitunados llorosos, pero no parecía estar sufriendo en lo más mínimo.
—Diego —su respiración agitada lograba que su pecho subiera y bajara frenéticamente—, quiero que me enseñes a disfrutar a tu ritmo —sonrió—, no te contengas, ¡por favor! —suplicó una vez más—. Quiero que me enseñes a hacer el amor a tu manera, concédeme eso, mi amor…
El rubio pasó saliva al escucharlo.
El castaño no tenía ni idea de lo que había logrado con esa petición, pues todo el raciocinio y autocontrol del que Diego se había armado para hacer de esa primera vez suave, se perdió en un instante y no pudo controlarse más.
Sin pensar más, el rubio inició un vaivén rápido, besando a su pareja antes de bajar a marcar la piel con sus dientes, saboreando la sangre de Ale, sonriendo emocionado al recordar que en poco tiempo lo marcaría y ataría para siempre a su lado. Por su parte, el castaño comenzó a gritar y gemir, sobrepasado por el placer que el otro le estaba haciendo sentir; nunca imaginó que el sexo sería tan delicioso, especialmente con el hombre que amaba.
Por momentos, Diego lo trataba con delicadeza y después pasaba a movimientos salvajes, logrando que Ale no supiera cómo reaccionar, volviéndose loco por esas sensaciones que experimentaba por primera vez y que eran una promesa de lo que tendría durante el resto de su vida.
El rubio había soñado con marcar a su pareja y anudar dentro, pero se controló lo suficiente para no hacerlo de inmediato; quería disfrutar esa primera vez como ninguna y quería que Ale la atesorara también, porque lo único que deseaba realmente Diego de León, era que su pareja fuera completamente feliz a su lado, eternamente.
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