Capítulo IV
Diego, seguido de otros cinco de sus guardaespaldas veteranos, mismos que estaban desde que su padre se encargaba de los negocios, caminaron por la casa, observando cómo tanto los trabajadores de la mansión, cómo varios de los guardaespaldas, se encargaban de limpiar todo el desastre que había quedado como resultado del ataque.
Se suponía que la situación ya había sido controlada, pero ninguno de ellos bajaba la guardia.
—Iré al Tezcatl —comentó el rubio, dirigiendo sus pasos a la gran biblioteca.
El pequeño grupo estaba por entrar, cuando Vicente llegó con paso rápido— señor… —su voz era sumamente seria.
—¿Qué pasa? —indagó fríamente el ojiverde.
Vicente bajó el rostro y apretó los puños— alguien lo ejecutó… —dijo entre dientes.
Diego se irguió en su lugar e inconscientemente apretó la quijada.
Sabía bien a quien se refería Vicente, pues era su trabajo asegurarse de dejar a alguien vivo para interrogar después, aunque siempre decía que había ejecutado a todos, era por seguridad y sólo él sabía a quien le daba una medicina para dejar completamente inconsciente al sujeto y que incluso, pareciera muerto ante cualquier otra persona.
—¿Qué encontraste en las cámaras?
—Nada —respondió con impotencia—. Están desactivadas desde ayer…
—¡¿Desde ayer?! —Diego sintió que la ira se acrecentaba y sus feromonas se liberaron de golpe, logrando que sus trabajadores retrocedieran, pero rápidamente las suprimió, no era el momento de salirse de control—. ¿Qué dijo la empresa de seguridad? —preguntó después de disipar sus feromonas.
—Ellos no estaban conscientes —Vicente negó—, parece que fueron intervenidos y miraban todo tranquilo, porque eran grabaciones de otro día —respondió nervioso—. Ya se están encargando de revisar accesos no autorizados a sus servidores, pero es obvio que tardarán en darnos una respuesta.
El rubio sentía que su sangre hervía, pero tomó un momento para controlarse; no quería que sus feromonas incapacitaran a su equipo más fiel, pues era lógico que los necesitaba más que nunca.
—Acompáñame al Tezcatl —ordenó—, ya están Teresa y Samuel, revisando.
—¿Samuel? —Vicente se sorprendió—. ¿Samuel Espinoza? ¿El sobrino de Bautista?
—Sí —el ojiverde lo miró de soslayo—, ¿hay algún problema con él? —preguntó con precaución, pues la pregunta del otro le llamó la atención.
—No —Vicente negó—, es solo que, es aún muy joven —sonrió ligeramente—. Bautista dijo que tardaría más de diez años en lograr tomar su lugar.
—No lo ha tomado aún, pero Bautista está herido, por lo que necesito a alguien más para cubrirlo y supuse que era la mejor elección.
Vicente respiró más tranquilo— lo es, señor… Yo también pongo mis manos al fuego por él.
—Bien, entremos…
Diego llegó a un librero, saco un libro y luego tecleo una contraseña; el librero se movió, una puerta se abrió y un pasillo oscuro apareció atrás.
—Volveremos en un rato, no dejen que nadie entre a la biblioteca, ni mucho menos se acerque al Tezcatl.
Los cinco hombres que lo seguían asintieron y tomaron posiciones para defender ese lugar en caso de ser necesario, mientras Diego y Vicente se perdían por el pasillo, antes de que la puerta se cerrara y el librero volviera a su lugar.
El pasillo largo, pasó a ser una escalera hacia abajo; solo tenía unas tenues luces en el piso, con las cuales, se guiaban los que caminaban por la zona, para llegar a su destino. Al llegar al descanso, una luz encendió por el movimiento cercano y Diego tecleó otro código para abrir la puerta; finalmente él y Vicente ingresaron a una habitación, donde Teresa y Samuel observaban varios monitores.
Era una habitación oculta que tenía un segundo sistema de seguridad; pocos sabían de él y solo unos cuantos podían acceder al mismo. La zona estaba oscura y solo era alumbrada por los monitores encendidos que mostraban toda la mansión, incluso, la habitación dónde estaba Ale, algo a lo que el sistema de seguridad normal, no tenía acceso.
Bautista era el encargado de mantener eficiente esa zona y lo revisaba cada tres días; en caso de encontrar alguna anomalía, le enviaba la información a Teresa, a Porfirio o al mismo Diego. En esa ocasión, debido a la fiesta, Bautista no había podido ir ese mismo día a revisar y quizá, ese había sido el error.
—Señor… —Teresa lo vio primero.
Samuel se puso de pie de un salto, pues estaba en una silla, revisando una grabación.
—Díganme que me tienen algo —sentenció el rubio.
—Sí, de hecho, sí —asintió la mujer.
—Encontramos cierta actividad extraña —comentó Samuel y movió uno de los monitores para que Diego lo mirara—. Después de que sometieran a los atacantes, el señor Montero —hizo una seña para Vicente—, al parecer dio órdenes y los cuerpos de esos sujetos fueron llevados al exterior…
Diego observaba atentamente la pantalla, mientras Samuel colocaba las grabaciones en secuencia para que el rubio viera cada movimiento de sus trabajadores.
—Y cuando los dejaron ahí… —Samuel cambió de grabación—. Alguien se aseguró de que todos estuvieran muertos…
Los ojos verdes observaron la escena y apretó el puño.
—¡No puede ser! —Vicente se sorprendió y poco a poco sus feromonas se liberaron, un intenso olor a pino quemado empezó a notarse, ya que estaba furioso de lo que miraba.
—Cálmate —ordenó Diego—, el Tezcatl es muy pequeño y hasta tus feromonas son incómodas para mí en este lugar —pasó la mano por su nariz.
Vicente respiró profundamente, tratando de calmar sus ánimos— disculpe, señor.
—¿Algo más, Samuel? —indagó el rubio.
—Estaba revisando las grabaciones de anoche —prosiguió el joven—, se puede ver a esa misma persona, ingresando a la mansión, ocultándose de los siervos y el mayordomo principal —señaló mostrando el video—, además de guardar bolsas grandes en algunos pasillos secretos —dijo con seriedad—. Aún falta mucho por revisar, pero no hay duda, señor… Él es el Judas.
Se suponía que la situación ya había sido controlada, pero ninguno de ellos bajaba la guardia.
—Iré al Tezcatl —comentó el rubio, dirigiendo sus pasos a la gran biblioteca.
El pequeño grupo estaba por entrar, cuando Vicente llegó con paso rápido— señor… —su voz era sumamente seria.
—¿Qué pasa? —indagó fríamente el ojiverde.
Vicente bajó el rostro y apretó los puños— alguien lo ejecutó… —dijo entre dientes.
Diego se irguió en su lugar e inconscientemente apretó la quijada.
Sabía bien a quien se refería Vicente, pues era su trabajo asegurarse de dejar a alguien vivo para interrogar después, aunque siempre decía que había ejecutado a todos, era por seguridad y sólo él sabía a quien le daba una medicina para dejar completamente inconsciente al sujeto y que incluso, pareciera muerto ante cualquier otra persona.
—¿Qué encontraste en las cámaras?
—Nada —respondió con impotencia—. Están desactivadas desde ayer…
—¡¿Desde ayer?! —Diego sintió que la ira se acrecentaba y sus feromonas se liberaron de golpe, logrando que sus trabajadores retrocedieran, pero rápidamente las suprimió, no era el momento de salirse de control—. ¿Qué dijo la empresa de seguridad? —preguntó después de disipar sus feromonas.
—Ellos no estaban conscientes —Vicente negó—, parece que fueron intervenidos y miraban todo tranquilo, porque eran grabaciones de otro día —respondió nervioso—. Ya se están encargando de revisar accesos no autorizados a sus servidores, pero es obvio que tardarán en darnos una respuesta.
El rubio sentía que su sangre hervía, pero tomó un momento para controlarse; no quería que sus feromonas incapacitaran a su equipo más fiel, pues era lógico que los necesitaba más que nunca.
—Acompáñame al Tezcatl —ordenó—, ya están Teresa y Samuel, revisando.
—¿Samuel? —Vicente se sorprendió—. ¿Samuel Espinoza? ¿El sobrino de Bautista?
—Sí —el ojiverde lo miró de soslayo—, ¿hay algún problema con él? —preguntó con precaución, pues la pregunta del otro le llamó la atención.
—No —Vicente negó—, es solo que, es aún muy joven —sonrió ligeramente—. Bautista dijo que tardaría más de diez años en lograr tomar su lugar.
—No lo ha tomado aún, pero Bautista está herido, por lo que necesito a alguien más para cubrirlo y supuse que era la mejor elección.
Vicente respiró más tranquilo— lo es, señor… Yo también pongo mis manos al fuego por él.
—Bien, entremos…
Diego llegó a un librero, saco un libro y luego tecleo una contraseña; el librero se movió, una puerta se abrió y un pasillo oscuro apareció atrás.
—Volveremos en un rato, no dejen que nadie entre a la biblioteca, ni mucho menos se acerque al Tezcatl.
Los cinco hombres que lo seguían asintieron y tomaron posiciones para defender ese lugar en caso de ser necesario, mientras Diego y Vicente se perdían por el pasillo, antes de que la puerta se cerrara y el librero volviera a su lugar.
El pasillo largo, pasó a ser una escalera hacia abajo; solo tenía unas tenues luces en el piso, con las cuales, se guiaban los que caminaban por la zona, para llegar a su destino. Al llegar al descanso, una luz encendió por el movimiento cercano y Diego tecleó otro código para abrir la puerta; finalmente él y Vicente ingresaron a una habitación, donde Teresa y Samuel observaban varios monitores.
Era una habitación oculta que tenía un segundo sistema de seguridad; pocos sabían de él y solo unos cuantos podían acceder al mismo. La zona estaba oscura y solo era alumbrada por los monitores encendidos que mostraban toda la mansión, incluso, la habitación dónde estaba Ale, algo a lo que el sistema de seguridad normal, no tenía acceso.
Bautista era el encargado de mantener eficiente esa zona y lo revisaba cada tres días; en caso de encontrar alguna anomalía, le enviaba la información a Teresa, a Porfirio o al mismo Diego. En esa ocasión, debido a la fiesta, Bautista no había podido ir ese mismo día a revisar y quizá, ese había sido el error.
—Señor… —Teresa lo vio primero.
Samuel se puso de pie de un salto, pues estaba en una silla, revisando una grabación.
—Díganme que me tienen algo —sentenció el rubio.
—Sí, de hecho, sí —asintió la mujer.
—Encontramos cierta actividad extraña —comentó Samuel y movió uno de los monitores para que Diego lo mirara—. Después de que sometieran a los atacantes, el señor Montero —hizo una seña para Vicente—, al parecer dio órdenes y los cuerpos de esos sujetos fueron llevados al exterior…
Diego observaba atentamente la pantalla, mientras Samuel colocaba las grabaciones en secuencia para que el rubio viera cada movimiento de sus trabajadores.
—Y cuando los dejaron ahí… —Samuel cambió de grabación—. Alguien se aseguró de que todos estuvieran muertos…
Los ojos verdes observaron la escena y apretó el puño.
—¡No puede ser! —Vicente se sorprendió y poco a poco sus feromonas se liberaron, un intenso olor a pino quemado empezó a notarse, ya que estaba furioso de lo que miraba.
—Cálmate —ordenó Diego—, el Tezcatl es muy pequeño y hasta tus feromonas son incómodas para mí en este lugar —pasó la mano por su nariz.
Vicente respiró profundamente, tratando de calmar sus ánimos— disculpe, señor.
—¿Algo más, Samuel? —indagó el rubio.
—Estaba revisando las grabaciones de anoche —prosiguió el joven—, se puede ver a esa misma persona, ingresando a la mansión, ocultándose de los siervos y el mayordomo principal —señaló mostrando el video—, además de guardar bolsas grandes en algunos pasillos secretos —dijo con seriedad—. Aún falta mucho por revisar, pero no hay duda, señor… Él es el Judas.
Diego había ordenado que todos sus guardaespaldas, después de que se fueran los visitantes y limpiaran la zona donde estuvieron los que lo atacaron, se reunieran en ‘El Nido’, el cual, era el edificio destinado para que vivieran sus trabajadores, mismo que tenía un salón de reuniones, donde todos se acomodaban en secciones, similares a un sistema militarizado y al cual, estaba prohibido llevar armas.
Poco a poco, el lugar se fue llenando y las miradas entre ellos, eran por demás inquietantes.
Se suponía que la confianza era lo que ayudaba a que su trabajo fuera seguro, pero después de lo ocurrido en la fiesta de su jefe, era obvio que había un traidor y ninguno quería o podía bajar la guardia. Todos estaban en silencio, no había un solo murmullo; cualquiera podía ser el enemigo y mientras no saliera a la luz, desconfiar, incluso de su misma sombra, era lo más seguro para sí mismos.
Cuando todos los que debían estar en ese lugar llegaron, sólo faltaba uno, Samuel Espinoza, el sobrino de Bautista Carranza; los nervios y ansiedad, comenzaron a llevar a muchos a pensar que Samuel era el traidor, pero algunos otros, no estaban seguros o confiaban en que Samuel era incapaz de hacer algo así.
El tiempo transcurrió y no fue beneficioso para todos ellos, al contrario, las horas en silencio hicieron mella y algunos sentían asfixiarse en ese lugar.
Casi al amanecer, la puerta se abrió, permitiendo que Diego ingresara, seguido de Vicente, Samuel y Teresa, así como los otros cinco hombres, que eran su seguridad personal para esa noche.
Todos sus trabajadores, corrieron a sus lugares y se mantuvieron en posición firme, sin mover un solo músculo.
—Iré al grano…
La voz del rubio sonó con eco y todos vieron cómo sacó su arma, quitándole el seguro, a lo cual, los cinco hombres que venían tras él, lo imitaron, aunque ellos apuntaron directamente a los cinco grupos que estaban en filas frente a su jefe.
—Tenemos al menos un Judas y más vale que lo admita aquí y ahora —sentenció con frialdad—, porque en el momento en que yo lo descubra, sea uno, dos o todos ustedes, les irá mucho peor.
Todos abrieron los ojos con sorpresa, pero no se movieron, aun y cuando a muchos se les descompasó la respiración y otros empezaron a sudar, liberando sus feromonas sin proponérselo.
—Saben que no tengo paciencia para esto —prosiguió el ojiverde, repasando a todos con su mirada—, quiero al traidor o traidores vivos —especificó—, es la única manera de saber quién le llegó al precio para que atentara contra mí y por qué —ladeó el rostro—, si se entregan, les aseguro que perdonaré a su familia —sonrió divertido—, de lo contrario —borró la sonrisa y puso un gesto frío—, mataré a todos y cada uno de los seres que compartan su sangre, ante sus ojos, antes de darle el tiro de gracia.
La amenaza era muy seria y era obvio que Diego de León lo cumpliría, pues ya lo había hecho con su misma familia, al haber asesinado a su tío Saúl de León y a toda su descendencia.
—¿Nadie? —levantó una ceja—. ¿Seguros?
Ni uno solo se movió.
—Bien, si así lo quieren…
Diego movió la mano, de lado a lado, recorriendo todos los grupos; parecía intentar identificar al traidor por simple suerte, pero ante la mirada de todos, disparó a uno de sus trabajadores en la rodilla. Juan, uno de los líderes de sección, que seguía órdenes directas de Vicente, cayó al piso.
El grito de Juan Ortega se escuchó y todos voltearon a verlo.
—¡Apártense!
La voz grave de Vicente se escuchó y aquellos que estaban en el grupo del herido, rompieron filas, yendo a las orillas del salón, aunque aún seguían vigilados por uno de los cinco guardias de Diego.
—¿Por… qué? —preguntó Juan con un tinte de dolor en su voz.
—Tú sabes por qué —respondió Diego, caminando hasta él—. Sé que eres el Judas, ahora, dime, ¿quién más te ayudó?
—Señor —las lágrimas caían por las mejillas de Juan—, ¡yo jamás lo traicionaría! ¡Por Dios que…!
Un segundo grito evitó que siguiera hablando; Diego le había disparado a la otra rodilla.
—Odio que usen a ese ser para jurar —el ojiverde habló con desprecio—, todos los que trabajan para mí, saben que no existe Dios —sentenció—. Ahora, ¿quién más te ayudó?
—¡No! —gritó Juan—. ¡Le juro que no lo he traicionado! ¡Se equivoca!
—¿Me equivoco? —Diego frunció el ceño—. ¿Estás seguro? —preguntó con frialdad—. Dudo que lo que se grabó en las cámaras sea mentira y que yo no haya visto bien.
—¡¿Cámaras?! —Juan negó—. Señor, ¡no había nada en las cámaras de seguridad! —gritó—. ¡Nada!
Todos supieron que las cámaras fueron revisadas y que no había rastro de ninguna actividad extraña, porque habían sido desactivadas antes del atentado.
La sonrisa de Diego se amplió y poco a poco, sus feromonas de menta se hicieron presentes, logrando hacer temblar a muchos de sus trabajadores, especialmente al herido— es cierto —asintió—, en las cámaras de seguridad normales, no había nada —su voz sonó grave—, pero en casa, tengo un sistema de seguridad oculto, que solo Vicente y Bautista conocían, por lo cual, esas grabaciones están intactas.
El rostro de Juan se contorsionó en terror.
—Vicente y Bautista tienen órdenes específicas —prosiguió Diego—. Vicente sabía que debía dejar a alguien vivo y lo hizo —aseguró—, pero en la cámara oculta, se vio claramente como tú, le diste el tiro de gracia a todos y cada uno de ellos, después de que tus compañeros los sacaran al patio.
—No… Yo…
—¿Quién más te ayudó? —repitió Diego.
El terror en los ojos de Juan se incrementó, sentía que las feromonas de menta de su jefe estaban por someterlo por completo, así que, en una reacción desesperada, sacó un arma que llevaba oculta en su espalda y trató de dispararle, más un disparo se escuchó antes, hiriéndole la mano y logrando que soltara el arma. Samuel había estado muy atento a lo que Juan hacía, pues desde que lo había visto en las cámaras ocultas, sabía que era el traidor y supuso que no se iba a quedar de brazos cruzados.
Con rapidez, Vicente fue hasta Juan y lo sometió físicamente, dejándolo contra el piso; le dobló el brazo, para lastimarle el hombro y dejarlo aún más indefenso ante las feromonas de él y de su jefe.
—Bien, ahora todos saben que realmente eres un Judas —Diego se acuclilló—, pero aun quiero saber, quién más te ayudó —sonrió—. Si entregas a los demás, no te haré sufrir tanto.
Juan sollozó, le costaba respirar y hablar, pero al final, sucumbió— nadie —señaló—. Nadie de aquí me ayudaría… —repitió—. Solo… Un empleado de la empresa de seguridad —inició la confesión—, yo mismo engañé a Porfirio, dándole otra lista del servicio contratado para que los dejara pasar —temblaba mientras hablaba—, les dije de los pasillos ocultos dónde escondí las armas —hizo un gesto de dolor— y les dije por dónde tenían que escapar, pero en realidad, me pagaron para matarlos a ellos, ¡no a usted!
Esas palabras llamaron la atención de Diego— ¿qué quieres decir?
—Ellos no debían matar a nadie —negó—, solo… Sólo… Debían asustar al joven Altamira —buscó la mirada verde de su jefe—. Se lo juro, señor… —Ahogó un quejido, porque Vicente hizo presión en el agarre—. El trato era… Para asustarlo y que se apartara de usted.
«Por eso los disparos eran erráticos…» Diego comenzó a atar cabos, «seguramente eran novatos y cuando los míos respondieron el ataque, se asustaron y por eso, Bautista salió herido…»
—¿Quién? —preguntó el rubio con gesto sombrío.
Juan sabía a qué se refería con esa pregunta, pero se mordió el labio.
—¡¿Quién pagó por este trabajo?! —especificó, sujetando del cabello a su aun trabajador, atacándolo deliberadamente con sus feromonas con una fuerza tal, que hasta Vicente tuvo que retroceder.
—¡El hijo del gobernador! —respondió en un grito.
Diego apretó los puños y rechino los dientes— Lisandro…
Poco a poco, el lugar se fue llenando y las miradas entre ellos, eran por demás inquietantes.
Se suponía que la confianza era lo que ayudaba a que su trabajo fuera seguro, pero después de lo ocurrido en la fiesta de su jefe, era obvio que había un traidor y ninguno quería o podía bajar la guardia. Todos estaban en silencio, no había un solo murmullo; cualquiera podía ser el enemigo y mientras no saliera a la luz, desconfiar, incluso de su misma sombra, era lo más seguro para sí mismos.
Cuando todos los que debían estar en ese lugar llegaron, sólo faltaba uno, Samuel Espinoza, el sobrino de Bautista Carranza; los nervios y ansiedad, comenzaron a llevar a muchos a pensar que Samuel era el traidor, pero algunos otros, no estaban seguros o confiaban en que Samuel era incapaz de hacer algo así.
El tiempo transcurrió y no fue beneficioso para todos ellos, al contrario, las horas en silencio hicieron mella y algunos sentían asfixiarse en ese lugar.
Casi al amanecer, la puerta se abrió, permitiendo que Diego ingresara, seguido de Vicente, Samuel y Teresa, así como los otros cinco hombres, que eran su seguridad personal para esa noche.
Todos sus trabajadores, corrieron a sus lugares y se mantuvieron en posición firme, sin mover un solo músculo.
—Iré al grano…
La voz del rubio sonó con eco y todos vieron cómo sacó su arma, quitándole el seguro, a lo cual, los cinco hombres que venían tras él, lo imitaron, aunque ellos apuntaron directamente a los cinco grupos que estaban en filas frente a su jefe.
—Tenemos al menos un Judas y más vale que lo admita aquí y ahora —sentenció con frialdad—, porque en el momento en que yo lo descubra, sea uno, dos o todos ustedes, les irá mucho peor.
Todos abrieron los ojos con sorpresa, pero no se movieron, aun y cuando a muchos se les descompasó la respiración y otros empezaron a sudar, liberando sus feromonas sin proponérselo.
—Saben que no tengo paciencia para esto —prosiguió el ojiverde, repasando a todos con su mirada—, quiero al traidor o traidores vivos —especificó—, es la única manera de saber quién le llegó al precio para que atentara contra mí y por qué —ladeó el rostro—, si se entregan, les aseguro que perdonaré a su familia —sonrió divertido—, de lo contrario —borró la sonrisa y puso un gesto frío—, mataré a todos y cada uno de los seres que compartan su sangre, ante sus ojos, antes de darle el tiro de gracia.
La amenaza era muy seria y era obvio que Diego de León lo cumpliría, pues ya lo había hecho con su misma familia, al haber asesinado a su tío Saúl de León y a toda su descendencia.
—¿Nadie? —levantó una ceja—. ¿Seguros?
Ni uno solo se movió.
—Bien, si así lo quieren…
Diego movió la mano, de lado a lado, recorriendo todos los grupos; parecía intentar identificar al traidor por simple suerte, pero ante la mirada de todos, disparó a uno de sus trabajadores en la rodilla. Juan, uno de los líderes de sección, que seguía órdenes directas de Vicente, cayó al piso.
El grito de Juan Ortega se escuchó y todos voltearon a verlo.
—¡Apártense!
La voz grave de Vicente se escuchó y aquellos que estaban en el grupo del herido, rompieron filas, yendo a las orillas del salón, aunque aún seguían vigilados por uno de los cinco guardias de Diego.
—¿Por… qué? —preguntó Juan con un tinte de dolor en su voz.
—Tú sabes por qué —respondió Diego, caminando hasta él—. Sé que eres el Judas, ahora, dime, ¿quién más te ayudó?
—Señor —las lágrimas caían por las mejillas de Juan—, ¡yo jamás lo traicionaría! ¡Por Dios que…!
Un segundo grito evitó que siguiera hablando; Diego le había disparado a la otra rodilla.
—Odio que usen a ese ser para jurar —el ojiverde habló con desprecio—, todos los que trabajan para mí, saben que no existe Dios —sentenció—. Ahora, ¿quién más te ayudó?
—¡No! —gritó Juan—. ¡Le juro que no lo he traicionado! ¡Se equivoca!
—¿Me equivoco? —Diego frunció el ceño—. ¿Estás seguro? —preguntó con frialdad—. Dudo que lo que se grabó en las cámaras sea mentira y que yo no haya visto bien.
—¡¿Cámaras?! —Juan negó—. Señor, ¡no había nada en las cámaras de seguridad! —gritó—. ¡Nada!
Todos supieron que las cámaras fueron revisadas y que no había rastro de ninguna actividad extraña, porque habían sido desactivadas antes del atentado.
La sonrisa de Diego se amplió y poco a poco, sus feromonas de menta se hicieron presentes, logrando hacer temblar a muchos de sus trabajadores, especialmente al herido— es cierto —asintió—, en las cámaras de seguridad normales, no había nada —su voz sonó grave—, pero en casa, tengo un sistema de seguridad oculto, que solo Vicente y Bautista conocían, por lo cual, esas grabaciones están intactas.
El rostro de Juan se contorsionó en terror.
—Vicente y Bautista tienen órdenes específicas —prosiguió Diego—. Vicente sabía que debía dejar a alguien vivo y lo hizo —aseguró—, pero en la cámara oculta, se vio claramente como tú, le diste el tiro de gracia a todos y cada uno de ellos, después de que tus compañeros los sacaran al patio.
—No… Yo…
—¿Quién más te ayudó? —repitió Diego.
El terror en los ojos de Juan se incrementó, sentía que las feromonas de menta de su jefe estaban por someterlo por completo, así que, en una reacción desesperada, sacó un arma que llevaba oculta en su espalda y trató de dispararle, más un disparo se escuchó antes, hiriéndole la mano y logrando que soltara el arma. Samuel había estado muy atento a lo que Juan hacía, pues desde que lo había visto en las cámaras ocultas, sabía que era el traidor y supuso que no se iba a quedar de brazos cruzados.
Con rapidez, Vicente fue hasta Juan y lo sometió físicamente, dejándolo contra el piso; le dobló el brazo, para lastimarle el hombro y dejarlo aún más indefenso ante las feromonas de él y de su jefe.
—Bien, ahora todos saben que realmente eres un Judas —Diego se acuclilló—, pero aun quiero saber, quién más te ayudó —sonrió—. Si entregas a los demás, no te haré sufrir tanto.
Juan sollozó, le costaba respirar y hablar, pero al final, sucumbió— nadie —señaló—. Nadie de aquí me ayudaría… —repitió—. Solo… Un empleado de la empresa de seguridad —inició la confesión—, yo mismo engañé a Porfirio, dándole otra lista del servicio contratado para que los dejara pasar —temblaba mientras hablaba—, les dije de los pasillos ocultos dónde escondí las armas —hizo un gesto de dolor— y les dije por dónde tenían que escapar, pero en realidad, me pagaron para matarlos a ellos, ¡no a usted!
Esas palabras llamaron la atención de Diego— ¿qué quieres decir?
—Ellos no debían matar a nadie —negó—, solo… Sólo… Debían asustar al joven Altamira —buscó la mirada verde de su jefe—. Se lo juro, señor… —Ahogó un quejido, porque Vicente hizo presión en el agarre—. El trato era… Para asustarlo y que se apartara de usted.
«Por eso los disparos eran erráticos…» Diego comenzó a atar cabos, «seguramente eran novatos y cuando los míos respondieron el ataque, se asustaron y por eso, Bautista salió herido…»
—¿Quién? —preguntó el rubio con gesto sombrío.
Juan sabía a qué se refería con esa pregunta, pero se mordió el labio.
—¡¿Quién pagó por este trabajo?! —especificó, sujetando del cabello a su aun trabajador, atacándolo deliberadamente con sus feromonas con una fuerza tal, que hasta Vicente tuvo que retroceder.
—¡El hijo del gobernador! —respondió en un grito.
Diego apretó los puños y rechino los dientes— Lisandro…
Siendo fin de semana, muchas personas no iban a sus trabajos, especialmente los políticos de alto cargo, aun así, la noticia del atentado en la mansión de la familia De León, seguía en las noticias y en boca de todos.
—Espero que Federico y su hijo estén bien —el gobernador, apagó la televisión y fue a su lugar, para comer con su esposo e hijos, en la gran casa que habitaban.
—¡Fue una noche horrorosa! —Martín, su esposo, sujetó una taza de té y le dio un sorbo.
Debido a lo ocurrido en la fiesta, Martín tuvo que ser atendido en un hospital y había regresado en la mañana a su hogar, pues sus nervios estaban sumamente alterados, igual que muchas otras personas en esa reunión tan caótica.
—No he hablado con Federico —prosiguió Donato—, pero el lunes, a primera hora, le diré que ya ordené a la agencia de seguridad que investigara a fondo —suspiró—, aunque conociéndolo, dirá que lo arreglará su familia.
—¿Crees que sea lo correcto? —Martín mostró un gesto preocupado—. Es decir, eso debería ser cuestión de la policía.
—Sí, pero la familia De León es muy hermética en esto —bebió un poco de agua—, ya vez que, en el accidente de su hijo, Federico tampoco permitió que otros indagaran.
—¿Alguien murió anoche? —Dante, su hijo menor, quien ya estaba en el comedor, se mostraba curioso.
—¡No preguntes esas cosas! —Martín lo reprendió—. Come.
—¿De qué hablan? —Lisandro llegó a su lugar y se sentó con rapidez.
—De lo ocurrido en casa de la familia De León —especificó su madre.
—¡Ah! —el jovencito titubeó, poniéndose un poco inquieto—. Si, ya, es mucho escándalo por eso, ¿no creen? ¡Ya pasó! Tampoco es para tanto.
—Eso es porque tú te fuiste temprano de la fiesta y no estuviste ahí —dijo su madre con molestia.
—Pues no me iba a quedar y ser humillado, mientras Diego anunciaba un compromiso con ese sujeto —dijo con desprecio.
—De cualquier manera —Donato comenzó con sus alimentos—, me alegra que ya no tengas nada que ver con Diego…
—¡Papá! —gritó su hijo con molestia.
—Tu padre tiene razón —Martín secundó a su esposo—. Si tu hubieras estado en lugar de ese chico… Altamira —especificó, sin darse cuenta que su hijo hizo un mohín de molestia—, yo me hubiera muerto de miedo de que te pasara algo.
—¿Lo ves, Lisandro? Deberías agradecer que tu novio te botara antes —se burló su hermanito.
—¡Cállate, Dante!
El timbre se escuchó y sus trabajadores fueron a atender.
—¿Qué extraño? —Donato levantó una ceja—. ¿Quién vendrá a esta hora? —buscó con la mirada a su esposo—. ¿Esperas visita, cariño?
—No —Martín negó—. Supongo que es algo de tu trabajo.
Ambos sabían que nadie llegaba hasta su casa, a menos que su seguridad los dejara pasar el perímetro que tenían alrededor de su hogar.
—Espero que realmente sea importante —Donato se puso de pie y dejó la servilleta en la mesa—, no me agrada cuando interrumpen mis alimentos.
El hombre dirigió los pasos hacia el acceso al comedor, pero retrocedió al ver a varios hombres vestidos de negro, dando paso a la imponente figura de un joven rubio.
—Buenas tardes, Del Valle —Diego sonrió—, parece que llegué en un mal momento.
—Diego, ¿sucede algo? —el hombre se sobresaltó.
—Sí —asintió el ojiverde—, vengo a pedir de su cooperación, por lo ocurrido ayer en casa de mi familia.
—Por supuesto, muchacho, ¿qué necesitas? —preguntó amable, pensando que quería pedir su apoyo con la secretaría de seguridad.
—Que me entregue a Lisandro —respondió el recién llegado con seriedad.
—¡¿Qué?! —Donato lo miró con sorpresa.
Su esposo e hijos estaban en el comedor, pero Lisandro ya se había puesto de pie, buscando con la mirada un camino para salir corriendo de ahí.
—Verás, Del Valle —Diego ladeó el rostro—, parece que lo ocurrido anoche, fue preparado por tu hijo —señaló a Lisandro desde su lugar.
—¡¿De qué demonios hablas?! —Donato se asustó.
—¿Lisandro?
Martín buscó a su hijo con la mirada, tratando de obtener una respuesta, pero el joven salió corriendo, tratando de ir al jardín por la puerta corrediza del comedor.
—¡Lisandro! —Donato gritó, pero antes de que fuera tras su hijo, Vicente lo sujetó del brazo y lo guio hasta el comedor, sentándolo en su lugar y obligándolo a mantenerse quieto.
Martín corrió hasta abrazar a Dante, quien aún era un niño; estaba en secundaria y ya que era Beta, estaría en desventaja contra los hombres que habían llegado a su casa.
—No se preocupen, solo quiero a Lisandro —especificó Diego.
—¡Suéltame! ¡No me toques! ¡Animal! ¡Cerdo!
Lisandro gritaba con desespero, pero no podía evitar que Samuel lo trajera sobre su hombro, como si se tratara de un costal, antes de bajarlo, para dejarlo frente a su jefe.
—Sabía que intentarías escapar —sonrió el rubio y fue hasta el jovencito—. Juan dijo que tú le pagaste para asustar a Ale, con el atentado de anoche, ¿es cierto?
—¡No sé de qué hablas! —negó—. ¡No conozco a ningún Juan!
—Qué curioso —Diego lo sujetó con fuerza del mentón, logrando que el otro se quejara y se acercó a su oído liberando sus feromonas de menta—, no creo que, en su lecho de muerte, me haya mentido.
Esa frase y el intenso olor del otro, erizaron la piel de Lisandro.
—¡De León! —Donato gritó desde su lugar—. ¡Esto es allanamiento de morada! —aseguró—. ¡Voy a hacer que pagues por esto! ¡Deja a mi hijo en paz!
Diego le dedicó una mirada fría al Gobernador y luego miró a su ex— te daré una oportunidad, Lisandro —sentenció—, confiesa y te dejaré en paz, al igual que a tu familia, con la condición de que se larguen, no solo del estado, sino del país.
—Yo… —los ojos de Lisandro se humedecieron—. Yo… —su cuerpo se cimbró por varios estremecimientos—. ¡Sólo quería asustar a ese chico! —confesó y un débil olor a membrillo se percibió de su cuerpo—. ¡No sabía que las cosas se iban a salir de control! ¡Lo siento! ¡Perdón! —gritó con desespero—. ¡Realmente no quería lastimarlo! ¡Mucho menos quería que tu salieras herido! —sollozó—. ¡Te amo, Diego! ¡Aun te amo! —repitió con el rostro bañado en lágrimas—. Podíamos ser felices, ¡tú y yo! Pero cuando supe de tu compromiso yo… Me llené de celos y… Y… —su voz se quebró—. ¡Sólo quería que él se apartara de ti y volvieras conmigo!
—¡¿Lisandro?! —el color se le fue del rostro a Donato.
—¡Buen chico! —Diego le dio palmaditas en la cabeza a su ex novio, disipó sus feromonas y caminó hasta Donato—. Bien, ya confesó —se inclinó hasta el hombre que aún era sujetado por Vicente—, ahora, te daré dos opciones —sonrió, mostrando dos dedos de su mano—, la primera, me llevo a tu hijo y te resignas a no volver a verlo en lo que te queda de vida —ladeó el rostro—, o la segunda es, renuncias a tu puesto y te vas con tu familia fuera del país, para no volver jamás, ¿qué decides?
Donato pasó saliva, sabía perfectamente que la familia De León era muy peligrosa y su esposo también estaba enterado; buscó la mirada de su esposo y ante un gesto de él, sabía lo que tenía qué hacer.
—Nos iremos… —sentenció con debilidad.
—Buena elección —se irguió—, mis trabajadores se encargarán de su viaje, no se preocupen, ya todo está arreglado…
—Espero que Federico y su hijo estén bien —el gobernador, apagó la televisión y fue a su lugar, para comer con su esposo e hijos, en la gran casa que habitaban.
—¡Fue una noche horrorosa! —Martín, su esposo, sujetó una taza de té y le dio un sorbo.
Debido a lo ocurrido en la fiesta, Martín tuvo que ser atendido en un hospital y había regresado en la mañana a su hogar, pues sus nervios estaban sumamente alterados, igual que muchas otras personas en esa reunión tan caótica.
—No he hablado con Federico —prosiguió Donato—, pero el lunes, a primera hora, le diré que ya ordené a la agencia de seguridad que investigara a fondo —suspiró—, aunque conociéndolo, dirá que lo arreglará su familia.
—¿Crees que sea lo correcto? —Martín mostró un gesto preocupado—. Es decir, eso debería ser cuestión de la policía.
—Sí, pero la familia De León es muy hermética en esto —bebió un poco de agua—, ya vez que, en el accidente de su hijo, Federico tampoco permitió que otros indagaran.
—¿Alguien murió anoche? —Dante, su hijo menor, quien ya estaba en el comedor, se mostraba curioso.
—¡No preguntes esas cosas! —Martín lo reprendió—. Come.
—¿De qué hablan? —Lisandro llegó a su lugar y se sentó con rapidez.
—De lo ocurrido en casa de la familia De León —especificó su madre.
—¡Ah! —el jovencito titubeó, poniéndose un poco inquieto—. Si, ya, es mucho escándalo por eso, ¿no creen? ¡Ya pasó! Tampoco es para tanto.
—Eso es porque tú te fuiste temprano de la fiesta y no estuviste ahí —dijo su madre con molestia.
—Pues no me iba a quedar y ser humillado, mientras Diego anunciaba un compromiso con ese sujeto —dijo con desprecio.
—De cualquier manera —Donato comenzó con sus alimentos—, me alegra que ya no tengas nada que ver con Diego…
—¡Papá! —gritó su hijo con molestia.
—Tu padre tiene razón —Martín secundó a su esposo—. Si tu hubieras estado en lugar de ese chico… Altamira —especificó, sin darse cuenta que su hijo hizo un mohín de molestia—, yo me hubiera muerto de miedo de que te pasara algo.
—¿Lo ves, Lisandro? Deberías agradecer que tu novio te botara antes —se burló su hermanito.
—¡Cállate, Dante!
El timbre se escuchó y sus trabajadores fueron a atender.
—¿Qué extraño? —Donato levantó una ceja—. ¿Quién vendrá a esta hora? —buscó con la mirada a su esposo—. ¿Esperas visita, cariño?
—No —Martín negó—. Supongo que es algo de tu trabajo.
Ambos sabían que nadie llegaba hasta su casa, a menos que su seguridad los dejara pasar el perímetro que tenían alrededor de su hogar.
—Espero que realmente sea importante —Donato se puso de pie y dejó la servilleta en la mesa—, no me agrada cuando interrumpen mis alimentos.
El hombre dirigió los pasos hacia el acceso al comedor, pero retrocedió al ver a varios hombres vestidos de negro, dando paso a la imponente figura de un joven rubio.
—Buenas tardes, Del Valle —Diego sonrió—, parece que llegué en un mal momento.
—Diego, ¿sucede algo? —el hombre se sobresaltó.
—Sí —asintió el ojiverde—, vengo a pedir de su cooperación, por lo ocurrido ayer en casa de mi familia.
—Por supuesto, muchacho, ¿qué necesitas? —preguntó amable, pensando que quería pedir su apoyo con la secretaría de seguridad.
—Que me entregue a Lisandro —respondió el recién llegado con seriedad.
—¡¿Qué?! —Donato lo miró con sorpresa.
Su esposo e hijos estaban en el comedor, pero Lisandro ya se había puesto de pie, buscando con la mirada un camino para salir corriendo de ahí.
—Verás, Del Valle —Diego ladeó el rostro—, parece que lo ocurrido anoche, fue preparado por tu hijo —señaló a Lisandro desde su lugar.
—¡¿De qué demonios hablas?! —Donato se asustó.
—¿Lisandro?
Martín buscó a su hijo con la mirada, tratando de obtener una respuesta, pero el joven salió corriendo, tratando de ir al jardín por la puerta corrediza del comedor.
—¡Lisandro! —Donato gritó, pero antes de que fuera tras su hijo, Vicente lo sujetó del brazo y lo guio hasta el comedor, sentándolo en su lugar y obligándolo a mantenerse quieto.
Martín corrió hasta abrazar a Dante, quien aún era un niño; estaba en secundaria y ya que era Beta, estaría en desventaja contra los hombres que habían llegado a su casa.
—No se preocupen, solo quiero a Lisandro —especificó Diego.
—¡Suéltame! ¡No me toques! ¡Animal! ¡Cerdo!
Lisandro gritaba con desespero, pero no podía evitar que Samuel lo trajera sobre su hombro, como si se tratara de un costal, antes de bajarlo, para dejarlo frente a su jefe.
—Sabía que intentarías escapar —sonrió el rubio y fue hasta el jovencito—. Juan dijo que tú le pagaste para asustar a Ale, con el atentado de anoche, ¿es cierto?
—¡No sé de qué hablas! —negó—. ¡No conozco a ningún Juan!
—Qué curioso —Diego lo sujetó con fuerza del mentón, logrando que el otro se quejara y se acercó a su oído liberando sus feromonas de menta—, no creo que, en su lecho de muerte, me haya mentido.
Esa frase y el intenso olor del otro, erizaron la piel de Lisandro.
—¡De León! —Donato gritó desde su lugar—. ¡Esto es allanamiento de morada! —aseguró—. ¡Voy a hacer que pagues por esto! ¡Deja a mi hijo en paz!
Diego le dedicó una mirada fría al Gobernador y luego miró a su ex— te daré una oportunidad, Lisandro —sentenció—, confiesa y te dejaré en paz, al igual que a tu familia, con la condición de que se larguen, no solo del estado, sino del país.
—Yo… —los ojos de Lisandro se humedecieron—. Yo… —su cuerpo se cimbró por varios estremecimientos—. ¡Sólo quería asustar a ese chico! —confesó y un débil olor a membrillo se percibió de su cuerpo—. ¡No sabía que las cosas se iban a salir de control! ¡Lo siento! ¡Perdón! —gritó con desespero—. ¡Realmente no quería lastimarlo! ¡Mucho menos quería que tu salieras herido! —sollozó—. ¡Te amo, Diego! ¡Aun te amo! —repitió con el rostro bañado en lágrimas—. Podíamos ser felices, ¡tú y yo! Pero cuando supe de tu compromiso yo… Me llené de celos y… Y… —su voz se quebró—. ¡Sólo quería que él se apartara de ti y volvieras conmigo!
—¡¿Lisandro?! —el color se le fue del rostro a Donato.
—¡Buen chico! —Diego le dio palmaditas en la cabeza a su ex novio, disipó sus feromonas y caminó hasta Donato—. Bien, ya confesó —se inclinó hasta el hombre que aún era sujetado por Vicente—, ahora, te daré dos opciones —sonrió, mostrando dos dedos de su mano—, la primera, me llevo a tu hijo y te resignas a no volver a verlo en lo que te queda de vida —ladeó el rostro—, o la segunda es, renuncias a tu puesto y te vas con tu familia fuera del país, para no volver jamás, ¿qué decides?
Donato pasó saliva, sabía perfectamente que la familia De León era muy peligrosa y su esposo también estaba enterado; buscó la mirada de su esposo y ante un gesto de él, sabía lo que tenía qué hacer.
—Nos iremos… —sentenció con debilidad.
—Buena elección —se irguió—, mis trabajadores se encargarán de su viaje, no se preocupen, ya todo está arreglado…
Un par de días después, se supo que Donato del Valle y su familia, habían tomado un vuelo privado al extranjero, ya que al Gobernador se le descubrieron nexos con algunos jefes de organizaciones ilegales, pero el avión había sufrido un accidente y todos habían muerto; con ello, Diego y su padre, se aseguraron de que esa familia no los volviera a molestar.
La seguridad de la familia De León fue aumentada y todos sus trabajadores se encontraban ahora a prueba, aunque era obvio que después de lo ocurrido a Juan y su familia, nadie se atrevería a traicionar a su jefe de nuevo, pero Diego no quería dejar ni un solo cabo suelto, especialmente porque anunció su compromiso con Ale en la sección de sociales, opacando el incidente de su hogar.
—Apenas han pasado cuatro días del incidente y parece que nadie lo recuerda —comentó Tere, mientras le entregaba unos documentos a su jefe—, todo se solucionó muy rápido.
—Aun así, no puedo bajar la guardia —Diego apretó el bolígrafo en su mano.
—Ya se tomaron medidas en su casa y aquí, en la oficina —sonrió la morena—, no debería preocuparse tanto.
—Lo sé —admitió el rubio—, pero hay algo que no me deja estar tranquilo.
—¿Tiene que ver con lo ocurrido en la fiesta? —indagó la mujer con precaución.
—No estoy seguro —negó—, solo sé que he estado muy inquieto.
—¿Su celo? —prosiguió la secretaria, tratando de ayudar a su jefe.
—Debería estar controlado —señaló el ojiverde con frialdad—, desde que marqué a Ale, no he tenido ningún problema, pero desde el ataque, creo que tengo ansiedad por lo que pueda ocurrir, entre él y yo.
—Pero, el joven Altamira dijo que lo aceptaba, ¿no es así?
—Sí, es cierto —asintió—, por eso es que no sé qué me está ocurriendo.
—Quizá… ¿Será por el próximo cumpleaños del joven Altamira y la fiesta que quería preparar? —indagó la de lentes.
Antes de los acontecimientos en su fiesta de cumpleaños, Diego, le había dicho a Teresa que deseaba hacer una gran fiesta para Ale, quien estaba por cumplir dieciséis y, debido a que era el primer cumpleaños que no lo pasaría con su familia nuclear, él quería darle un festejo digno de un rey y difícil de olvidar, para que no se sintiera triste por la falta de sus padres y hermanos, pero con el atentado, ya no estaba tan seguro de hacer una gran fiesta.
Diego puso el puño cerca de su boca y rechinó los dientes; Teresa había dado con el motivo de su ansiedad, pese a que él no quería decirlo en realidad.
La mujer soltó el aire con cansancio— señor, es obvio que hacer una gran fiesta, no es lo adecuado, especialmente después de lo ocurrido —dijo con seriedad—, por lo que es comprensible que quiera cambiar los planes.
—Estoy consciente —Diego habló entre dientes, era algo que cualquiera en su sano juicio tendría en mente—, pero quería que Ale disfrutara este cumpleaños, no solo porque no estará con su familia, sino porque será el primero que pasaremos juntos.
Teresa forzó una sonrisa y bajó la carpeta que llevaba en manos— ¿puedo sentarme? —preguntó, señalando una de las sillas que estaba frente al escritorio.
El rubio levantó una ceja y se recargó en su sillón— adelante —respondió con frialdad.
Con gracilidad su secretaria tomó asiento y cruzó las piernas, después puso un gesto frío— sinceramente, ¿por qué está dudando en cancelar la recepción? ¿Por usted o por el joven Altamira?
—¿A qué viene esa pregunta? —inquirió el hombre, cruzando los dedos frente a su boca, intentando encontrar lo que su asistente quería decirle entre líneas.
—Si se tratara sólo de la seguridad del joven Altamira, seguramente ya hubiera cancelado la fiesta, sin siquiera titubear —Teresa acomodó sus gafas—, pero tal parece que no lo hace, más que nada por su orgullo.
La palma de Diego se estrelló contra el escritorio y sus feromonas se liberaron de golpe—¡Nada tiene que ver mi orgullo en esto!
La morena ni siquiera se inmutó, no percibía las feromonas de su jefe, así que ese gesto no la intimidó y por ello, lo retó con la mirada.
—¿En serio? —su tono sarcástico hizo enfurecer más al otro—. Ale viene de una familia común, es obvio que jamás ha festejado su cumpleaños con mucha opulencia —levantó una ceja—, por lo cual, dudo que se sintiera defraudado si no hay una gran fiesta, pero, por otro lado, usted —señaló a su jefe con el índice—, como miembro de la familia De León —especificó—, está acostumbrado a hacer fiestas que son mencionadas en la sección de sociales con mucho énfasis, por eso creo que esa fiesta, es más que nada una manera personal de demostrar cuanto quiere a su pareja —recargó el rostro en el dorso de su mano—, ¿me equivoco, señor?
Diego apretó los puños y tensó los músculos de su quijada, por lo cual, no respondió.
La mujer soltó el aire con cansancio y se volvió a poner de pie, retomando su actitud profesional— el joven Altamira no necesita que lo llene de lujos y ostentosidad —le dijo condescendiente—, él sólo desea pasar ese día con usted, el señor Federico y si es posible, con sus nuevos amigos —se alzó de hombros—, no veo que sea algo tan difícil de complacerle, ¿o sí?
El rubio aguantó la respiración un momento y después, liberó el aire con lentitud, controlando su temperamento y especialmente disipando sus feromonas; aunque sabía que a Teresa no le afectaban, lo recomendable era que su oficina no estuviera saturada de las mismas.
—Supongo que tienes razón —admitió.
—Por supuesto que la tengo —asintió Teresa con orgullo.
El rubio pasó la mano por su barbilla y puso un gesto serio antes de dar la siguiente orden— cancela la organización de esa recepción, acorta la lista de invitados solo a mis amigos y sus familias —especificó— y si es necesario, envía regalos a los socios de mi padre y personas distinguidas, que ya habían sido invitadas con antelación, por la cancelación.
—Ya está hecho —sentenció la morena con rapidez.
—¡¿Ya lo habías hecho?! —Diego se sorprendió.
—¡Por supuesto! —ladeó el rostro y sonrió con orgullo—. Su padre, el señor Federico, me había ordenado cancelar esa fiesta, desde el mismo día de su cumpleaños —señaló a su jefe—, además, él personalmente se encargó de acortar la lista de invitados —aseguró «incluso, él mismo canceló por teléfono a todos los que descartó, para que no hubiera problemas con sus negocios…» pensó con algo de nervios, ya que ella no hubiese podido enfrentar a muchos de los socios de la familia De León.
Diego la miró con incredulidad— y si mi padre ya lo había ordenado, ¡¿por qué no me lo dijiste?!
—Porque su padre me dijo que esperara, a ver cuánto tiempo le tomaba llegar a esa conclusión por sí mismo —respondió con honestidad.
Diego pasó la mano por su cabello, haciendo los mechones hacia atrás y sonrió forzadamente— aún me falta madurar…
—Fue lo mismo que dijo su padre —la de lentes asintió—. Dijo que, pese a todo, aun se comportaba como un ‘cachorro’ —le dedicó un gesto condescendiente a su jefe—, pero no se preocupe, el señor Federico confía en usted y sabe que, con el tiempo, aprenderá a tomar las decisiones correctas, por el bien de su pareja.
La seguridad de la familia De León fue aumentada y todos sus trabajadores se encontraban ahora a prueba, aunque era obvio que después de lo ocurrido a Juan y su familia, nadie se atrevería a traicionar a su jefe de nuevo, pero Diego no quería dejar ni un solo cabo suelto, especialmente porque anunció su compromiso con Ale en la sección de sociales, opacando el incidente de su hogar.
—Apenas han pasado cuatro días del incidente y parece que nadie lo recuerda —comentó Tere, mientras le entregaba unos documentos a su jefe—, todo se solucionó muy rápido.
—Aun así, no puedo bajar la guardia —Diego apretó el bolígrafo en su mano.
—Ya se tomaron medidas en su casa y aquí, en la oficina —sonrió la morena—, no debería preocuparse tanto.
—Lo sé —admitió el rubio—, pero hay algo que no me deja estar tranquilo.
—¿Tiene que ver con lo ocurrido en la fiesta? —indagó la mujer con precaución.
—No estoy seguro —negó—, solo sé que he estado muy inquieto.
—¿Su celo? —prosiguió la secretaria, tratando de ayudar a su jefe.
—Debería estar controlado —señaló el ojiverde con frialdad—, desde que marqué a Ale, no he tenido ningún problema, pero desde el ataque, creo que tengo ansiedad por lo que pueda ocurrir, entre él y yo.
—Pero, el joven Altamira dijo que lo aceptaba, ¿no es así?
—Sí, es cierto —asintió—, por eso es que no sé qué me está ocurriendo.
—Quizá… ¿Será por el próximo cumpleaños del joven Altamira y la fiesta que quería preparar? —indagó la de lentes.
Antes de los acontecimientos en su fiesta de cumpleaños, Diego, le había dicho a Teresa que deseaba hacer una gran fiesta para Ale, quien estaba por cumplir dieciséis y, debido a que era el primer cumpleaños que no lo pasaría con su familia nuclear, él quería darle un festejo digno de un rey y difícil de olvidar, para que no se sintiera triste por la falta de sus padres y hermanos, pero con el atentado, ya no estaba tan seguro de hacer una gran fiesta.
Diego puso el puño cerca de su boca y rechinó los dientes; Teresa había dado con el motivo de su ansiedad, pese a que él no quería decirlo en realidad.
La mujer soltó el aire con cansancio— señor, es obvio que hacer una gran fiesta, no es lo adecuado, especialmente después de lo ocurrido —dijo con seriedad—, por lo que es comprensible que quiera cambiar los planes.
—Estoy consciente —Diego habló entre dientes, era algo que cualquiera en su sano juicio tendría en mente—, pero quería que Ale disfrutara este cumpleaños, no solo porque no estará con su familia, sino porque será el primero que pasaremos juntos.
Teresa forzó una sonrisa y bajó la carpeta que llevaba en manos— ¿puedo sentarme? —preguntó, señalando una de las sillas que estaba frente al escritorio.
El rubio levantó una ceja y se recargó en su sillón— adelante —respondió con frialdad.
Con gracilidad su secretaria tomó asiento y cruzó las piernas, después puso un gesto frío— sinceramente, ¿por qué está dudando en cancelar la recepción? ¿Por usted o por el joven Altamira?
—¿A qué viene esa pregunta? —inquirió el hombre, cruzando los dedos frente a su boca, intentando encontrar lo que su asistente quería decirle entre líneas.
—Si se tratara sólo de la seguridad del joven Altamira, seguramente ya hubiera cancelado la fiesta, sin siquiera titubear —Teresa acomodó sus gafas—, pero tal parece que no lo hace, más que nada por su orgullo.
La palma de Diego se estrelló contra el escritorio y sus feromonas se liberaron de golpe—¡Nada tiene que ver mi orgullo en esto!
La morena ni siquiera se inmutó, no percibía las feromonas de su jefe, así que ese gesto no la intimidó y por ello, lo retó con la mirada.
—¿En serio? —su tono sarcástico hizo enfurecer más al otro—. Ale viene de una familia común, es obvio que jamás ha festejado su cumpleaños con mucha opulencia —levantó una ceja—, por lo cual, dudo que se sintiera defraudado si no hay una gran fiesta, pero, por otro lado, usted —señaló a su jefe con el índice—, como miembro de la familia De León —especificó—, está acostumbrado a hacer fiestas que son mencionadas en la sección de sociales con mucho énfasis, por eso creo que esa fiesta, es más que nada una manera personal de demostrar cuanto quiere a su pareja —recargó el rostro en el dorso de su mano—, ¿me equivoco, señor?
Diego apretó los puños y tensó los músculos de su quijada, por lo cual, no respondió.
La mujer soltó el aire con cansancio y se volvió a poner de pie, retomando su actitud profesional— el joven Altamira no necesita que lo llene de lujos y ostentosidad —le dijo condescendiente—, él sólo desea pasar ese día con usted, el señor Federico y si es posible, con sus nuevos amigos —se alzó de hombros—, no veo que sea algo tan difícil de complacerle, ¿o sí?
El rubio aguantó la respiración un momento y después, liberó el aire con lentitud, controlando su temperamento y especialmente disipando sus feromonas; aunque sabía que a Teresa no le afectaban, lo recomendable era que su oficina no estuviera saturada de las mismas.
—Supongo que tienes razón —admitió.
—Por supuesto que la tengo —asintió Teresa con orgullo.
El rubio pasó la mano por su barbilla y puso un gesto serio antes de dar la siguiente orden— cancela la organización de esa recepción, acorta la lista de invitados solo a mis amigos y sus familias —especificó— y si es necesario, envía regalos a los socios de mi padre y personas distinguidas, que ya habían sido invitadas con antelación, por la cancelación.
—Ya está hecho —sentenció la morena con rapidez.
—¡¿Ya lo habías hecho?! —Diego se sorprendió.
—¡Por supuesto! —ladeó el rostro y sonrió con orgullo—. Su padre, el señor Federico, me había ordenado cancelar esa fiesta, desde el mismo día de su cumpleaños —señaló a su jefe—, además, él personalmente se encargó de acortar la lista de invitados —aseguró «incluso, él mismo canceló por teléfono a todos los que descartó, para que no hubiera problemas con sus negocios…» pensó con algo de nervios, ya que ella no hubiese podido enfrentar a muchos de los socios de la familia De León.
Diego la miró con incredulidad— y si mi padre ya lo había ordenado, ¡¿por qué no me lo dijiste?!
—Porque su padre me dijo que esperara, a ver cuánto tiempo le tomaba llegar a esa conclusión por sí mismo —respondió con honestidad.
Diego pasó la mano por su cabello, haciendo los mechones hacia atrás y sonrió forzadamente— aún me falta madurar…
—Fue lo mismo que dijo su padre —la de lentes asintió—. Dijo que, pese a todo, aun se comportaba como un ‘cachorro’ —le dedicó un gesto condescendiente a su jefe—, pero no se preocupe, el señor Federico confía en usted y sabe que, con el tiempo, aprenderá a tomar las decisiones correctas, por el bien de su pareja.
GLOSARIO
*Tezcatl: El espejo de obsidiana, era instrumento de magia negra usado sólo por hechiceros. Era el principal tributo de la deidad azteca Tezcatlipoca, cuyo nombre significa ‘espejo humoso’. Una deidad suprema de los aztecas y el patrón de las casas gobernantes; Tezcatlipoca era el señor de la noche. Se cree que, por medio de contemplar las profundidades humosas del Espejo de Obsidiana, se puede viajar a otros tiempos y lugares, al mundo de los dioses y los antepasados. Se dice que John Dee (alquimista, filósofo, matemático, astrónomo, astrólogo, vidente y hechicero, uno de los consejeros preferidos de la Reina Isabel I de Inglaterra, y un hombre que habitó en la frontera entre las prácticas metafísicas y la racionalidad científica), utilizó este espejo para predecir el futuro, invocar espíritus y hablar con los ángeles.
*Tezcatl: El espejo de obsidiana, era instrumento de magia negra usado sólo por hechiceros. Era el principal tributo de la deidad azteca Tezcatlipoca, cuyo nombre significa ‘espejo humoso’. Una deidad suprema de los aztecas y el patrón de las casas gobernantes; Tezcatlipoca era el señor de la noche. Se cree que, por medio de contemplar las profundidades humosas del Espejo de Obsidiana, se puede viajar a otros tiempos y lugares, al mundo de los dioses y los antepasados. Se dice que John Dee (alquimista, filósofo, matemático, astrónomo, astrólogo, vidente y hechicero, uno de los consejeros preferidos de la Reina Isabel I de Inglaterra, y un hombre que habitó en la frontera entre las prácticas metafísicas y la racionalidad científica), utilizó este espejo para predecir el futuro, invocar espíritus y hablar con los ángeles.
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