Capítulo III
Desde que Diego marcara a Ale, el jovencito castaño se miraba mucho más radiante y feliz. Parecía un sol, iluminando toda la mansión, que se había mantenido con un aire lúgubre, desde mucho antes del fallecimiento del segundo hijo de Federico.
Poco a poco, Ale se hizo amigo de todos los siervos de la casa; ayudaba en la cocina y siempre preparaba la cena, para Diego y su futuro suegro.
Se sentía orgulloso de la pequeña marca simbólica que el rubio le había dejado en uno de sus hombros y mientras pasaban los días, aunque la marca se desvanecía poco a poco, porque Diego no imprimió mucha fuerza en ella, Ale se daba cuenta que había cambios en sí mismo, especialmente al notar con mayor claridad las dos feromonas de Diego y de Federico, pese a que no las desplegaran en su presencia.
Poco a poco, Ale se convirtió en un verdadero De León, aun sin estar casado con Diego y aunque era feliz con esa situación, en el fondo, el castaño esperaba con ansia su primer celo, pero su cuerpo parecía reacio a madurar completamente.
Aun así, Diego debía pasar varias horas en el trabajo, pero al terminar, lo inundaba un inmenso placer al saber que volvería a su casa y percibiría las feromonas de su destinado, por lo que nunca retrasaba su hora de salida.
—Bien, es hora de irme —dijo el rubio, poniéndose de pie, mientras Teresa recogía algunos documentos.
—Señor, yo… —titubeó—. Se que está ansioso de irse, pero, hay algo que tengo que comentarle.
Por el tono de voz de su secretaria, Diego se detuvo a medio camino del perchero dónde estaba su saco— ¿qué pasa? —dijo con voz seria.
—Cómo me ordenó hace varios días, ya se notificó a todos los invitados a su cumpleaños, que ya no estará buscando pareja —especificó—, pero… Alguien insiste en hablar con usted, en privado.
El rubio entrecerró los ojos— ¿quién? —preguntó con indiferencia.
—El joven Lisandro del Valle.
Diego entornó los ojos y soltó un resoplido con ira contenida.
Conocía bien a Lisandro, había sido su pareja por casi medio año, pero, aunque sus feromonas eran ligeramente compatibles, a él nunca le agradó el joven del todo, por lo que, cuando el licenciado Donato del Valle, se convirtió en gobernador, terminó la relación con su hijo Lisandro, pues no quería complicaciones en su vida.
—Supongo que mi padre invitó a esa familia, por simple compromiso, ¿me equivoco? —levantó una ceja con desdén.
—Es la familia del gobernador —señaló la morena—, era obvio que lo invitaría —su voz sonó segura—, pero el joven Lisandro no estaba dentro de los prospectos a ser su pareja, porque el señor De León, ya sabía cómo había terminado su anterior… Relación.
—Lisandro no es de los que acepta un ‘no’ cómo respuesta —Diego dio unos pasos y llegó hasta el perchero dónde estaba su saco—, por eso, ni siquiera le diré que no —sonrió burlón—, solo dale largas, seguro se cansará —le restó importancia.
—¿Y si viene a buscarlo aquí?
—Le daremos el mismo trato que la última vez —se puso el saco con rapidez—, se quedara en una sala de reuniones todo el día, hasta que se canse.
—Cómo ordene —Teresa asintió.
Diego no dijo más y salió de la oficina, con su maletín, mientras la de lentes se sentaba en un sillón— tengo que prevenir a todos los guardias de seguridad, para estar preparados, en caso de que algo pase —suspiró—, no creo que logremos engañar a ese sujeto tan fácil, cómo la primera vez.
Poco a poco, Ale se hizo amigo de todos los siervos de la casa; ayudaba en la cocina y siempre preparaba la cena, para Diego y su futuro suegro.
Se sentía orgulloso de la pequeña marca simbólica que el rubio le había dejado en uno de sus hombros y mientras pasaban los días, aunque la marca se desvanecía poco a poco, porque Diego no imprimió mucha fuerza en ella, Ale se daba cuenta que había cambios en sí mismo, especialmente al notar con mayor claridad las dos feromonas de Diego y de Federico, pese a que no las desplegaran en su presencia.
Poco a poco, Ale se convirtió en un verdadero De León, aun sin estar casado con Diego y aunque era feliz con esa situación, en el fondo, el castaño esperaba con ansia su primer celo, pero su cuerpo parecía reacio a madurar completamente.
Aun así, Diego debía pasar varias horas en el trabajo, pero al terminar, lo inundaba un inmenso placer al saber que volvería a su casa y percibiría las feromonas de su destinado, por lo que nunca retrasaba su hora de salida.
—Bien, es hora de irme —dijo el rubio, poniéndose de pie, mientras Teresa recogía algunos documentos.
—Señor, yo… —titubeó—. Se que está ansioso de irse, pero, hay algo que tengo que comentarle.
Por el tono de voz de su secretaria, Diego se detuvo a medio camino del perchero dónde estaba su saco— ¿qué pasa? —dijo con voz seria.
—Cómo me ordenó hace varios días, ya se notificó a todos los invitados a su cumpleaños, que ya no estará buscando pareja —especificó—, pero… Alguien insiste en hablar con usted, en privado.
El rubio entrecerró los ojos— ¿quién? —preguntó con indiferencia.
—El joven Lisandro del Valle.
Diego entornó los ojos y soltó un resoplido con ira contenida.
Conocía bien a Lisandro, había sido su pareja por casi medio año, pero, aunque sus feromonas eran ligeramente compatibles, a él nunca le agradó el joven del todo, por lo que, cuando el licenciado Donato del Valle, se convirtió en gobernador, terminó la relación con su hijo Lisandro, pues no quería complicaciones en su vida.
—Supongo que mi padre invitó a esa familia, por simple compromiso, ¿me equivoco? —levantó una ceja con desdén.
—Es la familia del gobernador —señaló la morena—, era obvio que lo invitaría —su voz sonó segura—, pero el joven Lisandro no estaba dentro de los prospectos a ser su pareja, porque el señor De León, ya sabía cómo había terminado su anterior… Relación.
—Lisandro no es de los que acepta un ‘no’ cómo respuesta —Diego dio unos pasos y llegó hasta el perchero dónde estaba su saco—, por eso, ni siquiera le diré que no —sonrió burlón—, solo dale largas, seguro se cansará —le restó importancia.
—¿Y si viene a buscarlo aquí?
—Le daremos el mismo trato que la última vez —se puso el saco con rapidez—, se quedara en una sala de reuniones todo el día, hasta que se canse.
—Cómo ordene —Teresa asintió.
Diego no dijo más y salió de la oficina, con su maletín, mientras la de lentes se sentaba en un sillón— tengo que prevenir a todos los guardias de seguridad, para estar preparados, en caso de que algo pase —suspiró—, no creo que logremos engañar a ese sujeto tan fácil, cómo la primera vez.
Las semanas pasaron y el cumpleaños de Diego llegó.
La mansión se llenó, no solo de invitados, sino de mucha seguridad; Diego tenía pocos amigos, pero su padre tenía muchos socios comerciales, que ya habían sido invitados para esa fiesta con mucho tiempo de antelación y, pese a que se sabía que Diego ya no estaba buscando pareja, algunos jovencitos Omega, aun guardaban la esperanza de atraerlo con sus feromonas.
Ale estaba en su alcoba, terminando de arreglarse, con la ayuda de algunas jóvenes Beta, cuando unos ligeros golpes sonaron en la puerta.
—¡¿Sí?! —el castaño levantó la voz.
La puerta se abrió y Teresa entró con paso rápido— joven Altamira, ya es hora de que baje —sonrió amable.
—Solo me falta la pulsera —mencionó al ponerse de pie y sujetar una hermosa pulsera brillante, que Diego le había pedido que usara, en vez del tradicional corsage.
Teresa se acercó y le ayudó a cerrar el broche— ¡le queda de maravilla! —dijo con orgullo, ya que ella la eligió.
—Sí, es muy bonita —Ale acarició la joya con delicadeza—, pero es una lástima que no pueda usar un corsage natural —suspiró, ya que, debido a no poder liberar sus feromonas, el olor de flores naturales, podía llegar a opacarlo.
—Cualquiera de los invitados desearía portar esta joya, en vez del tradicional corsage de flores —Teresa ladeó el rostro—, especialmente si supieran su valor.
—¿Es muy valioso? —el castaño preguntó con inocencia.
La de lentes forzó una sonrisa «esa delicada pulsera vale más que mi vida…» pensó con nervios— el valor es sentimental —mintió—, porque es casi como un anillo de compromiso.
Con esas palabras, Ale sonrió con ilusión y sus mejillas se tiñeron de rojo.
—Ahora, es momento de bajar —Teresa sujetó el brazo del castaño con suavidad—, el señor De León está ansioso por presentarlo como su prometido.
Ale agradeció a quienes le ayudaron con su arreglo y siguió a Teresa por los pasillos, hasta la escalera del salón principal, dónde todos los invitados estaban reunidos.
La orquesta comenzó a tocar una melodía suave, anunciando la llegada del jovencito y todos se asombraron al ver que Diego se apartaba de sus amigos, para ir a recibirlo a mitad de la escalera, dónde lo detuvo un momento y besó el delicado dorso de la mano izquierda, antes de guiarlo hasta llegar con Federico y sus socios más importantes, presentándolo con rapidez.
Los murmullos y cuchicheos iniciaron.
Alejandro Altamira era un completo desconocido y pese a todas las precauciones tomadas, especialmente por Teresa, muchas jóvenes Beta y chicos Omega, que deseaban un compromiso con Diego, habían comenzado a esparcir rumores malintencionados.
Después de algunas presentaciones, en medio de todo el barullo, Ale y Diego se separaron, ya que algunas personas querían obtener información del jovencito, por lo que pronto, el castaño se encontró en medio de un circulo de chicas Beta y jovencitos Omega, que querían saber algo que lo pudiera dejar a mal con la familia De León.
—Así que, ¿eres de España?
—Sí, yo… —titubeó—. Nací allá, pero crecí aquí, en México.
—Eres demasiado joven —comentó una mujer con un tinte de desprecio.
—Sí, aun no cumplo mis dieciséis —dijo nervioso.
—No eres dominante —un joven Omega, claramente mayor que Ale, lo miró con burla.
—No, yo…
—Y no has tenido tu primer celo, ¿verdad? —prosiguió con desdén—. No pareces desprender ningún tipo de feromonas… No imaginé que Diego se interesara en un Omega que incluso parece recesivo —levantó una ceja y sonrió con orgullo.
Ale comenzó a sentirse nervioso y buscó con la mirada a Diego o Teresa, pero en medio de toda esa gente, parecía estar solo, por lo que, ante la insistencia y preguntas en tono casi acusador, pronto sintió ganas de llorar.
—Todos ustedes parecen cuervos, a punto de sacar ojos —dijo una voz con autoridad y el olor a Nardo se hizo presente.
—Parece que no tienen miedo de meterse con el prometido de Diego, especialmente tú, Lisandro —el acento marcado en la ‘r’ al hablar y el olor a Gardenias, hicieron temblar a todos.
—Ven, querido —una voz más suave se escuchó, y una delicada mano, sujetó la de Ale con amabilidad—, dejemos que Jank e Irin se encarguen —sonrió el moreno y guio al castaño hacia otro lado.
Ale no tuvo tiempo de reaccionar, pero siguió al joven que lo apartó de ese tumulto, mientras los otros dos omega, claramente dominantes, desplegaban sus feromonas para que los que estaban molestando al castaño, se dispersaran con rapidez.
—Toma —dijo el moreno, entregando un pañuelito a Ale—, no permitas que te vean llorar.
—Gracias… —el castaño pasó el pañuelo por sus ojos y con rapidez desapareció la humedad que apenas se asomaba.
—¡Malditas moscas! —la voz de otro chico se escuchó con frialdad.
—Pero cuando se enfrentan a un dominante, salen huyendo —se burló el segundo, quien se acercó a Ale—. No llores, Daragói… —dijo mientras se acercaba a abrazar con cariño al adolescente.
—Si, no les des el gusto.
Ale pasó saliva y levantó el rostro, por fin, poniendo atención a los jóvenes que estaban con él— gracias… —dijo con voz tímida.
—Parece un ratoncito temeroso —comentó el rubio con diversión.
—Ahora, ya con más calma y sin gallinas cacareando alrededor, es hora de presentarnos —el moreno sonrió enormemente y sujetó ambas manos del castaño—, yo soy Val Soto de Zambrano —dijo con orgullo, pues era el único casado de los tres—, mi esposo es amigo y socio de Diego.
—¡Qué presumido eres! —el pelirrojo chasqueó la lengua—. Yo soy Irin Vladímirovich Ivanov —puso la mano en su pecho—, prometido de Antonio Aramburo, uno de los mejores amigos de Diego y, su familia, también tiene negocios con la familia De León.
—Pero yo voy a casarme primero con Aaron, —el rubio levantó una ceja—, quien es amigo de Diego desde la escuela básica —presumió—. Yo soy Jank Sniegowski, prometido de Aaron Labastida, heredero principal de la entidad bancaria privada más grande, no solo de este país.
Ale se quedó atónito ante la manera en que los otros tres se presentaron y dudó por un momento— ah… Yo soy… Alejandro Altamira Covarrubias —comentó nervioso—, un placer.
—¡Querido! Parece que nos tienes miedo —Val lo abrazó, dándole un ligero apretón—, no te pongas a la defensiva con nosotros.
—No somos como los carroñeros que tenías encima hace unos minutos —Jank hizo su cabello hacia atrás.
—Da! —Irin asintió—. Nosotros ya estamos comprometidos y no vamos a intimidarte, al contrario, ¡queremos ser tus amigos!
—¿Amigos? —Ale parpadeó con sorpresa.
—¡Por supuesto! —Val asintió—. Nuestras parejas tienen muy buena relación con tu futuro esposo…
—A quien, está de más decir, también conocemos desde hace tiempo —interrumpió Irin, pues ellos eran mayores que Ale.
—Tú serás como nuestro hermano pequeño —Jank le guiñó un ojo— y no vamos a dejar que los caza fortunas, intenten intimidarte.
Ale se sentía un tanto fuera de lugar, pero por alguna razón, creía en la sinceridad de los otros tres, por lo que de inmediato, comenzó a platicar con ellos y poco a poco, les tuvo confianza y se sintió más seguro a su lado.
A lo lejos, los ojos verdes de Diego, miraban a Ale, rodeado de Irin, Jank y Val, sintiéndose más calmado al saber que ellos lo cuidarían, mientras él no pudiera estar cerca, pues, aunque Teresa fuera amiga de su Destinado, era Beta y jamás podría contrarrestar las feromonas de otros Omegas.
—¿Te sientes más tranquilo? —Lorenzo dio un sorbo a su copa.
—Sí, parece que Ale está más calmado— suspiró.
—Fue mejor que tu no intervinieras —Aaron metió la mano en el bolsillo de su pantalón—, podrías haber ocasionado muchos problemas, por atacar a todos esos Omegas… —hizo una mueca divertida—. Especialmente si muchos de ellos se consideran tus exparejas…
—Sí, pero no puedo permitir que intenten intimidarlo —el rubio apretó la copa en su mano—, especialmente Lisandro.
—Para tratar con Omegas, es mejor que otros Omegas se encarguen —Antonio dejó la copa vacía de lado—. Por ahora, tu Omega no puede defenderse porque no ha tenido su primer celo ni ha sido marcado apropiadamente, pero nuestras parejas pueden ayudarlo —dijo seguro.
—Especialmente los prometidos de ellos —Lorenzo señaló a sus amigos—, que son dominantes y de un carácter muy rudo.
—Supongo que tienen razón —el rubio respiró profundamente tratando de calmarse «ellos ya tienen más de veinte años, por lo que sabrán manejar bien las situaciones, así que, Ale estará en buenas manos…» pensó con seguridad.
La mansión se llenó, no solo de invitados, sino de mucha seguridad; Diego tenía pocos amigos, pero su padre tenía muchos socios comerciales, que ya habían sido invitados para esa fiesta con mucho tiempo de antelación y, pese a que se sabía que Diego ya no estaba buscando pareja, algunos jovencitos Omega, aun guardaban la esperanza de atraerlo con sus feromonas.
Ale estaba en su alcoba, terminando de arreglarse, con la ayuda de algunas jóvenes Beta, cuando unos ligeros golpes sonaron en la puerta.
—¡¿Sí?! —el castaño levantó la voz.
La puerta se abrió y Teresa entró con paso rápido— joven Altamira, ya es hora de que baje —sonrió amable.
—Solo me falta la pulsera —mencionó al ponerse de pie y sujetar una hermosa pulsera brillante, que Diego le había pedido que usara, en vez del tradicional corsage.
Teresa se acercó y le ayudó a cerrar el broche— ¡le queda de maravilla! —dijo con orgullo, ya que ella la eligió.
—Sí, es muy bonita —Ale acarició la joya con delicadeza—, pero es una lástima que no pueda usar un corsage natural —suspiró, ya que, debido a no poder liberar sus feromonas, el olor de flores naturales, podía llegar a opacarlo.
—Cualquiera de los invitados desearía portar esta joya, en vez del tradicional corsage de flores —Teresa ladeó el rostro—, especialmente si supieran su valor.
—¿Es muy valioso? —el castaño preguntó con inocencia.
La de lentes forzó una sonrisa «esa delicada pulsera vale más que mi vida…» pensó con nervios— el valor es sentimental —mintió—, porque es casi como un anillo de compromiso.
Con esas palabras, Ale sonrió con ilusión y sus mejillas se tiñeron de rojo.
—Ahora, es momento de bajar —Teresa sujetó el brazo del castaño con suavidad—, el señor De León está ansioso por presentarlo como su prometido.
Ale agradeció a quienes le ayudaron con su arreglo y siguió a Teresa por los pasillos, hasta la escalera del salón principal, dónde todos los invitados estaban reunidos.
La orquesta comenzó a tocar una melodía suave, anunciando la llegada del jovencito y todos se asombraron al ver que Diego se apartaba de sus amigos, para ir a recibirlo a mitad de la escalera, dónde lo detuvo un momento y besó el delicado dorso de la mano izquierda, antes de guiarlo hasta llegar con Federico y sus socios más importantes, presentándolo con rapidez.
Los murmullos y cuchicheos iniciaron.
Alejandro Altamira era un completo desconocido y pese a todas las precauciones tomadas, especialmente por Teresa, muchas jóvenes Beta y chicos Omega, que deseaban un compromiso con Diego, habían comenzado a esparcir rumores malintencionados.
Después de algunas presentaciones, en medio de todo el barullo, Ale y Diego se separaron, ya que algunas personas querían obtener información del jovencito, por lo que pronto, el castaño se encontró en medio de un circulo de chicas Beta y jovencitos Omega, que querían saber algo que lo pudiera dejar a mal con la familia De León.
—Así que, ¿eres de España?
—Sí, yo… —titubeó—. Nací allá, pero crecí aquí, en México.
—Eres demasiado joven —comentó una mujer con un tinte de desprecio.
—Sí, aun no cumplo mis dieciséis —dijo nervioso.
—No eres dominante —un joven Omega, claramente mayor que Ale, lo miró con burla.
—No, yo…
—Y no has tenido tu primer celo, ¿verdad? —prosiguió con desdén—. No pareces desprender ningún tipo de feromonas… No imaginé que Diego se interesara en un Omega que incluso parece recesivo —levantó una ceja y sonrió con orgullo.
Ale comenzó a sentirse nervioso y buscó con la mirada a Diego o Teresa, pero en medio de toda esa gente, parecía estar solo, por lo que, ante la insistencia y preguntas en tono casi acusador, pronto sintió ganas de llorar.
—Todos ustedes parecen cuervos, a punto de sacar ojos —dijo una voz con autoridad y el olor a Nardo se hizo presente.
—Parece que no tienen miedo de meterse con el prometido de Diego, especialmente tú, Lisandro —el acento marcado en la ‘r’ al hablar y el olor a Gardenias, hicieron temblar a todos.
—Ven, querido —una voz más suave se escuchó, y una delicada mano, sujetó la de Ale con amabilidad—, dejemos que Jank e Irin se encarguen —sonrió el moreno y guio al castaño hacia otro lado.
Ale no tuvo tiempo de reaccionar, pero siguió al joven que lo apartó de ese tumulto, mientras los otros dos omega, claramente dominantes, desplegaban sus feromonas para que los que estaban molestando al castaño, se dispersaran con rapidez.
—Toma —dijo el moreno, entregando un pañuelito a Ale—, no permitas que te vean llorar.
—Gracias… —el castaño pasó el pañuelo por sus ojos y con rapidez desapareció la humedad que apenas se asomaba.
—¡Malditas moscas! —la voz de otro chico se escuchó con frialdad.
—Pero cuando se enfrentan a un dominante, salen huyendo —se burló el segundo, quien se acercó a Ale—. No llores, Daragói… —dijo mientras se acercaba a abrazar con cariño al adolescente.
—Si, no les des el gusto.
Ale pasó saliva y levantó el rostro, por fin, poniendo atención a los jóvenes que estaban con él— gracias… —dijo con voz tímida.
—Parece un ratoncito temeroso —comentó el rubio con diversión.
—Ahora, ya con más calma y sin gallinas cacareando alrededor, es hora de presentarnos —el moreno sonrió enormemente y sujetó ambas manos del castaño—, yo soy Val Soto de Zambrano —dijo con orgullo, pues era el único casado de los tres—, mi esposo es amigo y socio de Diego.
—¡Qué presumido eres! —el pelirrojo chasqueó la lengua—. Yo soy Irin Vladímirovich Ivanov —puso la mano en su pecho—, prometido de Antonio Aramburo, uno de los mejores amigos de Diego y, su familia, también tiene negocios con la familia De León.
—Pero yo voy a casarme primero con Aaron, —el rubio levantó una ceja—, quien es amigo de Diego desde la escuela básica —presumió—. Yo soy Jank Sniegowski, prometido de Aaron Labastida, heredero principal de la entidad bancaria privada más grande, no solo de este país.
Ale se quedó atónito ante la manera en que los otros tres se presentaron y dudó por un momento— ah… Yo soy… Alejandro Altamira Covarrubias —comentó nervioso—, un placer.
—¡Querido! Parece que nos tienes miedo —Val lo abrazó, dándole un ligero apretón—, no te pongas a la defensiva con nosotros.
—No somos como los carroñeros que tenías encima hace unos minutos —Jank hizo su cabello hacia atrás.
—Da! —Irin asintió—. Nosotros ya estamos comprometidos y no vamos a intimidarte, al contrario, ¡queremos ser tus amigos!
—¿Amigos? —Ale parpadeó con sorpresa.
—¡Por supuesto! —Val asintió—. Nuestras parejas tienen muy buena relación con tu futuro esposo…
—A quien, está de más decir, también conocemos desde hace tiempo —interrumpió Irin, pues ellos eran mayores que Ale.
—Tú serás como nuestro hermano pequeño —Jank le guiñó un ojo— y no vamos a dejar que los caza fortunas, intenten intimidarte.
Ale se sentía un tanto fuera de lugar, pero por alguna razón, creía en la sinceridad de los otros tres, por lo que de inmediato, comenzó a platicar con ellos y poco a poco, les tuvo confianza y se sintió más seguro a su lado.
A lo lejos, los ojos verdes de Diego, miraban a Ale, rodeado de Irin, Jank y Val, sintiéndose más calmado al saber que ellos lo cuidarían, mientras él no pudiera estar cerca, pues, aunque Teresa fuera amiga de su Destinado, era Beta y jamás podría contrarrestar las feromonas de otros Omegas.
—¿Te sientes más tranquilo? —Lorenzo dio un sorbo a su copa.
—Sí, parece que Ale está más calmado— suspiró.
—Fue mejor que tu no intervinieras —Aaron metió la mano en el bolsillo de su pantalón—, podrías haber ocasionado muchos problemas, por atacar a todos esos Omegas… —hizo una mueca divertida—. Especialmente si muchos de ellos se consideran tus exparejas…
—Sí, pero no puedo permitir que intenten intimidarlo —el rubio apretó la copa en su mano—, especialmente Lisandro.
—Para tratar con Omegas, es mejor que otros Omegas se encarguen —Antonio dejó la copa vacía de lado—. Por ahora, tu Omega no puede defenderse porque no ha tenido su primer celo ni ha sido marcado apropiadamente, pero nuestras parejas pueden ayudarlo —dijo seguro.
—Especialmente los prometidos de ellos —Lorenzo señaló a sus amigos—, que son dominantes y de un carácter muy rudo.
—Supongo que tienen razón —el rubio respiró profundamente tratando de calmarse «ellos ya tienen más de veinte años, por lo que sabrán manejar bien las situaciones, así que, Ale estará en buenas manos…» pensó con seguridad.
Después de muchas presentaciones y saludos, se dio inicio al banquete.
Las sillas y mesas estaban dispuestas para dejar a personas de confianza y sus familias, cercanos a la mesa principal, dónde solo estaban Federico, Diego y Ale, siendo atendidos por meseros exclusivos.
Federico hizo una seña y uno de sus guardaespaldas se acercó, quitando los descansa pies y ayudándolo a ponerse de pie, pues, aunque no tenía fuerza para caminar, podía mantenerse de pie por un corto periodo de tiempo, el suficiente, para hablar ante los invitados.
Federico levantó una copa y le dio unos golpecitos, llamando la atención de todos los presentes.
—Agradezco a todos mis amigos, socios y conocidos, que hayan venido a celebrar esta noche con mi familia —le dedicó una mirada seria a Diego, pero suavizó su semblante al ver a Ale, quien le sonrió con cariño—. Esta noche, no solo festejamos el cumpleaños veinticinco de Diego, hasta ahora, mi único hijo —sintió un nudo en su garganta, pero carraspeó, para poder calmarse de inmediato—, sino que también, este día, mi hijo tiene un anuncio especial, que volverá a traer felicidad a nuestra familia.
Federico volvió a sentarse, ayudado de su trabajador y Diego se puso de pie.
—Bien, hoy estoy cumpliendo años —sonrió burlón—, pero sigo siendo el más joven entre mis amigos —señaló a Antonio, Lorenzo y Aaron con burla—, aun así, esta noche no solo se trata de mí, llegando a veinticinco años, sino que el día de hoy, voy a pedirle al Omega más hermoso de este mundo, que acepte ser mi esposo…
El silencio reinó, mientras Diego se giraba, ofreciéndole la mano a Ale; el castaño estaba atónito, ya que, aunque lo presento como su prometido, no había un anillo que lo respaldara y no imaginaba que ese mismo día, lo recibiría.
—Alejandro Altamira —Diego le sonrió con amor—, ¿te gustaría ser mi esposo? —abrió una pequeña cajita aterciopelada y el resplandor del anillo se vio como un gran haz de luz, debido a las luces.
El castaño titubeó, parpadeó y luego sonrió nerviosamente— acep…
Antes de que terminara de hablar, por el rabillo del ojo, Diego observó una luz roja apuntando hacia Ale y sin pensar, abrazó a su pareja, llevándolo con él, cayendo al piso y protegiéndolo con su cuerpo, justo en el momento en que se escuchaba un disparo.
Los gritos iniciaron, los guardaespaldas de la familia De León se apresuraron a poner a salvo a Federico, quien gritaba que protegieran a su hijo y se olvidaran de él.
Los guardaespaldas de los amigos de Diego, protegían a sus propios jefes y sus familias, mientras los demás invitados corrían hacia todos lados, pidiendo ayuda; se escucharon detonaciones, pero desde su lugar, Diego se dio cuenta que la mayoría fueron hacia el techo y las demás, eran hacia su dirección, con muy poca precisión.
Varios trabajadores de la familia tumbaron las mesas del banquete, haciendo una especie de trinchera y Teresa aprovechó para acercarse, gateando, hasta su jefe y Ale, sin importar que su hermoso vestido de coctel se ensuciara.
—¡¿Ordenes, señor?! —dijo con frialdad.
—Encárgate de Ale —dijo el rubio con frialdad—, ¡debo ir tras los imbéciles que arruinaron esta noche!
—Diego… —Ale lo miró con miedo y sus hermosos ojos aceitunados estaban acuosos—. ¡No vayas! —dijo en tono de súplica.
—Estaré bien —le sonrió—, no te preocupes —le besó la comisura del labio y se alejó, seguido de varios de sus trabajadores, mientras cuatro de ellos se quedaban a proteger a su prometido y secretaria.
Teresa respiró profundamente, rasgó la larga falda de su vestido y de una porta armas que traía en uno de sus muslos, sacó una pistola, preparándola en caso de que tuviera que disparar y luego, abrazó a Ale.
—Tranquilo, joven Altamira.
—¿Qué pasa, Tere? ¡¿Qué pasa?! —Ale se encontraba nervioso y temblaba, pues estaba sumamente ansioso y aterrorizado.
—Todo estará bien —sonrió la de lentes, mientras buscaba con la mirada a los otros guardaespaldas, quienes, con señas, le indicaban que todo parecía despejado por el momento.
Desde un lado del salón, se escuchó un silbido; era un trabajador de Aaron, quien le hacía señas a los guardaespaldas de Diego, para que llevaran a Ale y Teresa hacia allá.
—Debemos movernos —dijo Bautista con voz grave, ya que era uno de los trabajadores de más confianza de Diego y desde antes, el rubio le había ordenado el total cuidado del castaño.
—Joven Altamira, debe llegar a un lugar seguro —Tere miró al menor.
—Pero… ¡¿Y Diego?! ¡¿Y tú?! —preguntó con nervios.
—El señor De León vendrá pronto —mintió, pues no sabía cuánto tardaría— y yo, estaré bien —sonrió confiada—, por el momento, es importante que usted esté a salvo.
Aun había gente en el salón, se escuchaban gritos y lloriqueos, además de algunas detonaciones, pero parecían provenir de otras áreas.
—Bautista lo llevará —dijo la morena—, nosotros lo cubriremos, ¿de acuerdo? No tenga miedo.
Ale hiperventilaba, no sabía qué hacer o cómo reaccionar, pero asintió, tratando de confiar que cualquier cosa que hubiese dispuesto Diego, estaría bien.
Bautista sujetó a Ale en brazos y sus demás compañeros lo cubrieron, disparando hacia donde sabían que estaban los que querían dañarlo, mientras el hombre apresuraba el paso hacia la zona segura; en el camino, una bala le dio en la rodilla a Bautista y cayó, aunque protegió con su cuerpo al castaño, recibiendo un par de disparos más, aunque en zonas no vitales.
—¡Tío! —el grito de Samuel se escuchó y corrió hasta el hombre que era más que su mentor en ese trabajo, ya que el aún era muy joven, siendo unos años menor que Diego.
—¡Llévate al joven Altamira! —ordenó el otro—. ¡Es el importante!
Samuel asintió y sin titubear, sujetó a Ale en brazos y corrió hasta la zona donde lo esperaban los trabajadores de Aaron, Lorenzo y Antonio, quienes también dispararon hacia dónde venían las balas enemigas, para cubrirlo.
—¿Estás bien, cariño? —Val sujetó las manos de Ale, cuando Samuel lo dejó en una silla.
—Yo… Yo… —el castaño no podía formar una palabra y tiritaba de miedo.
—¡Traigan algo para los nervios! —ordenó Jank y uno de sus guardaespaldas corrió a buscar lo que su jefe quería.
—Proklâtie! —Irin estaba furioso—. ¡Antonio debió dejarme un arma a mí también!
—No lo hizo, porque te pondrías en riesgo y los seguirías —señaló Val con seriedad, pues tanto su esposo como sus amigos, habían ido a ayudar a Diego.
—¡Se cuidarme solo!
—Debo volver por la señorita Galván y ayudar al señor Carranza —Samuel extendió la mano y otro guardaespaldas le entregó varios cartuchos.
—¿Necesitas apoyo? —comentó uno de los trabajadores de Lorenzo.
—Solo cúbranme y cuiden del joven Altamira.
Con esas palabras, volvieron a abrir las puertas y Samuel salió. Por otro extremo de ese salón privado, trabajadores de la familia De León entraron, llevando a Federico.
—¡Ale! —gritó el canoso al ver al castaño llorando y temblando.
Aun en su silla de ruedas, el hombre se acercó al jovencito, quien de inmediato lo abrazó, llorando desconsolado.
—¡¿Estás bien?! —preguntó Federico asustado y lo sujetó de las mejillas, viéndolo a los ojos—. ¡¿Te hirieron?! —su rostro se llenó de miedo al ver que el hermoso vestido, tenía manchas de sangre.
—Yo… No… Yo… —Ale no podía responder, pero se abrazó a ese hombre con fuerza, pues durante el tiempo que había vivido en esa mansión, lo había comenzado a ver como un padre.
—Tranquilo —Federico suavizo la voz—, tienes que calmarte, en un momento Diego volverá —dijo con seguridad, aunque en el fondo, temía perder a su tercer hijo esa misma noche.
—Hemos acordonado todo este salón y la mitad del pasillo —dijo uno de los guardaespaldas—, no hay manera de que alguien que no sea de nuestra confianza, entre aquí.
—Ahora todo depende de su hijo, señor De León —sentenció otro de sus trabajadores.
Federico miró hacia la puerta que daba al salón «volverá, si no por mí, lo hará por Ale…» pensó con seguridad, «nuestra familia no se rinde tan fácilmente…»
Las sillas y mesas estaban dispuestas para dejar a personas de confianza y sus familias, cercanos a la mesa principal, dónde solo estaban Federico, Diego y Ale, siendo atendidos por meseros exclusivos.
Federico hizo una seña y uno de sus guardaespaldas se acercó, quitando los descansa pies y ayudándolo a ponerse de pie, pues, aunque no tenía fuerza para caminar, podía mantenerse de pie por un corto periodo de tiempo, el suficiente, para hablar ante los invitados.
Federico levantó una copa y le dio unos golpecitos, llamando la atención de todos los presentes.
—Agradezco a todos mis amigos, socios y conocidos, que hayan venido a celebrar esta noche con mi familia —le dedicó una mirada seria a Diego, pero suavizó su semblante al ver a Ale, quien le sonrió con cariño—. Esta noche, no solo festejamos el cumpleaños veinticinco de Diego, hasta ahora, mi único hijo —sintió un nudo en su garganta, pero carraspeó, para poder calmarse de inmediato—, sino que también, este día, mi hijo tiene un anuncio especial, que volverá a traer felicidad a nuestra familia.
Federico volvió a sentarse, ayudado de su trabajador y Diego se puso de pie.
—Bien, hoy estoy cumpliendo años —sonrió burlón—, pero sigo siendo el más joven entre mis amigos —señaló a Antonio, Lorenzo y Aaron con burla—, aun así, esta noche no solo se trata de mí, llegando a veinticinco años, sino que el día de hoy, voy a pedirle al Omega más hermoso de este mundo, que acepte ser mi esposo…
El silencio reinó, mientras Diego se giraba, ofreciéndole la mano a Ale; el castaño estaba atónito, ya que, aunque lo presento como su prometido, no había un anillo que lo respaldara y no imaginaba que ese mismo día, lo recibiría.
—Alejandro Altamira —Diego le sonrió con amor—, ¿te gustaría ser mi esposo? —abrió una pequeña cajita aterciopelada y el resplandor del anillo se vio como un gran haz de luz, debido a las luces.
El castaño titubeó, parpadeó y luego sonrió nerviosamente— acep…
Antes de que terminara de hablar, por el rabillo del ojo, Diego observó una luz roja apuntando hacia Ale y sin pensar, abrazó a su pareja, llevándolo con él, cayendo al piso y protegiéndolo con su cuerpo, justo en el momento en que se escuchaba un disparo.
Los gritos iniciaron, los guardaespaldas de la familia De León se apresuraron a poner a salvo a Federico, quien gritaba que protegieran a su hijo y se olvidaran de él.
Los guardaespaldas de los amigos de Diego, protegían a sus propios jefes y sus familias, mientras los demás invitados corrían hacia todos lados, pidiendo ayuda; se escucharon detonaciones, pero desde su lugar, Diego se dio cuenta que la mayoría fueron hacia el techo y las demás, eran hacia su dirección, con muy poca precisión.
Varios trabajadores de la familia tumbaron las mesas del banquete, haciendo una especie de trinchera y Teresa aprovechó para acercarse, gateando, hasta su jefe y Ale, sin importar que su hermoso vestido de coctel se ensuciara.
—¡¿Ordenes, señor?! —dijo con frialdad.
—Encárgate de Ale —dijo el rubio con frialdad—, ¡debo ir tras los imbéciles que arruinaron esta noche!
—Diego… —Ale lo miró con miedo y sus hermosos ojos aceitunados estaban acuosos—. ¡No vayas! —dijo en tono de súplica.
—Estaré bien —le sonrió—, no te preocupes —le besó la comisura del labio y se alejó, seguido de varios de sus trabajadores, mientras cuatro de ellos se quedaban a proteger a su prometido y secretaria.
Teresa respiró profundamente, rasgó la larga falda de su vestido y de una porta armas que traía en uno de sus muslos, sacó una pistola, preparándola en caso de que tuviera que disparar y luego, abrazó a Ale.
—Tranquilo, joven Altamira.
—¿Qué pasa, Tere? ¡¿Qué pasa?! —Ale se encontraba nervioso y temblaba, pues estaba sumamente ansioso y aterrorizado.
—Todo estará bien —sonrió la de lentes, mientras buscaba con la mirada a los otros guardaespaldas, quienes, con señas, le indicaban que todo parecía despejado por el momento.
Desde un lado del salón, se escuchó un silbido; era un trabajador de Aaron, quien le hacía señas a los guardaespaldas de Diego, para que llevaran a Ale y Teresa hacia allá.
—Debemos movernos —dijo Bautista con voz grave, ya que era uno de los trabajadores de más confianza de Diego y desde antes, el rubio le había ordenado el total cuidado del castaño.
—Joven Altamira, debe llegar a un lugar seguro —Tere miró al menor.
—Pero… ¡¿Y Diego?! ¡¿Y tú?! —preguntó con nervios.
—El señor De León vendrá pronto —mintió, pues no sabía cuánto tardaría— y yo, estaré bien —sonrió confiada—, por el momento, es importante que usted esté a salvo.
Aun había gente en el salón, se escuchaban gritos y lloriqueos, además de algunas detonaciones, pero parecían provenir de otras áreas.
—Bautista lo llevará —dijo la morena—, nosotros lo cubriremos, ¿de acuerdo? No tenga miedo.
Ale hiperventilaba, no sabía qué hacer o cómo reaccionar, pero asintió, tratando de confiar que cualquier cosa que hubiese dispuesto Diego, estaría bien.
Bautista sujetó a Ale en brazos y sus demás compañeros lo cubrieron, disparando hacia donde sabían que estaban los que querían dañarlo, mientras el hombre apresuraba el paso hacia la zona segura; en el camino, una bala le dio en la rodilla a Bautista y cayó, aunque protegió con su cuerpo al castaño, recibiendo un par de disparos más, aunque en zonas no vitales.
—¡Tío! —el grito de Samuel se escuchó y corrió hasta el hombre que era más que su mentor en ese trabajo, ya que el aún era muy joven, siendo unos años menor que Diego.
—¡Llévate al joven Altamira! —ordenó el otro—. ¡Es el importante!
Samuel asintió y sin titubear, sujetó a Ale en brazos y corrió hasta la zona donde lo esperaban los trabajadores de Aaron, Lorenzo y Antonio, quienes también dispararon hacia dónde venían las balas enemigas, para cubrirlo.
—¿Estás bien, cariño? —Val sujetó las manos de Ale, cuando Samuel lo dejó en una silla.
—Yo… Yo… —el castaño no podía formar una palabra y tiritaba de miedo.
—¡Traigan algo para los nervios! —ordenó Jank y uno de sus guardaespaldas corrió a buscar lo que su jefe quería.
—Proklâtie! —Irin estaba furioso—. ¡Antonio debió dejarme un arma a mí también!
—No lo hizo, porque te pondrías en riesgo y los seguirías —señaló Val con seriedad, pues tanto su esposo como sus amigos, habían ido a ayudar a Diego.
—¡Se cuidarme solo!
—Debo volver por la señorita Galván y ayudar al señor Carranza —Samuel extendió la mano y otro guardaespaldas le entregó varios cartuchos.
—¿Necesitas apoyo? —comentó uno de los trabajadores de Lorenzo.
—Solo cúbranme y cuiden del joven Altamira.
Con esas palabras, volvieron a abrir las puertas y Samuel salió. Por otro extremo de ese salón privado, trabajadores de la familia De León entraron, llevando a Federico.
—¡Ale! —gritó el canoso al ver al castaño llorando y temblando.
Aun en su silla de ruedas, el hombre se acercó al jovencito, quien de inmediato lo abrazó, llorando desconsolado.
—¡¿Estás bien?! —preguntó Federico asustado y lo sujetó de las mejillas, viéndolo a los ojos—. ¡¿Te hirieron?! —su rostro se llenó de miedo al ver que el hermoso vestido, tenía manchas de sangre.
—Yo… No… Yo… —Ale no podía responder, pero se abrazó a ese hombre con fuerza, pues durante el tiempo que había vivido en esa mansión, lo había comenzado a ver como un padre.
—Tranquilo —Federico suavizo la voz—, tienes que calmarte, en un momento Diego volverá —dijo con seguridad, aunque en el fondo, temía perder a su tercer hijo esa misma noche.
—Hemos acordonado todo este salón y la mitad del pasillo —dijo uno de los guardaespaldas—, no hay manera de que alguien que no sea de nuestra confianza, entre aquí.
—Ahora todo depende de su hijo, señor De León —sentenció otro de sus trabajadores.
Federico miró hacia la puerta que daba al salón «volverá, si no por mí, lo hará por Ale…» pensó con seguridad, «nuestra familia no se rinde tan fácilmente…»
Diego, acompañado de Vicente, su mano derecha y otros de sus trabajadores más fieles, se escabulleron entre los invitados, e incluso, tuvieron que dejar a unos inconscientes, para que no les estorbaran.
Sus amigos, Antonio, Aarón y Lorenzo, habían decidido acompañarlo con algunos de sus guardaespaldas, pero tomaron otros caminos para ir al segundo piso, desde dónde habían sido atacados.
El rubio estaba algo intranquilo, pues, así como él, solo sus amigos y trabajadores de mayor confianza, conocían cada rincón de esa mansión y los pasajes secretos que había en algunas zonas, por los que estaba seguro que podían atrapar a los que dispararon; pero el hecho de que desconocidos llegaron al segundo piso del claro del salón principal, sin activar las alertas, significaba que alguien lo había traicionado, pero antes de buscar a un traidor, debía obtener información.
«Dudo que sean Alfas…» pensó, «tanto mis trabajadores, como mis amigos y yo, podemos usar nuestras feromonas y algunos somos dominantes, así que estarían en desventaja, por lo cual, deben ser Betas, esa sería mi elección también, si tuviera que entrar a un lugar como esta mansión…»
Al llegar al segundo piso, Vicente le hizo la seña a Juan, uno de sus compañeros, para que avanzara y cuando lo hizo, se escucharon un par de disparos que provenían de la dirección contraria, pero Juan pudo cubrirse antes de que lo hirieran.
Con algunas señas, les dijo que había contado al menos tres armas, por lo que, mínimo, eran tres sujetos los que le disparaban; mientras se coordinaban, del otro lado del claro que rodeaba al salón principal, se escucharon disparos, lo que significaba que los amigos de Diego habían encontrado a otros.
—Los pasajes secretos de esta área, están a mitad de los pasillos —susurró el rubio—, seguramente saben de ellos, así que, no dejen que nadie se escape.
Vicente asintió y dio la orden para atacar y en medio de balas, los trabajadores de Diego avanzaron.
Pese a que el rubio quería ir en primera fila, desde la muerte de su hermano, le había dado su palabra a su padre que no se arriesgaría, para evitar ponerse en peligro innecesariamente y tenía que cumplir, especialmente porque quería volver al lado de Ale.
Minutos después, se escucharon gritos, más disparos y finalmente, silencio.
Vicente se asomó por el pasillo y le hizo una seña a Diego, quien caminó aun en alerta, pero con paso seguro; al llegar al final del pasillo, se encontró con varios cuerpos, al menos eran diez hombres, vestidos con trajes de servicio y armas cerca de sus manos.
—¿Todos muertos? —indagó fríamente.
—Justo como ordenó —asintió el moreno.
Diego miró a su trabajador de soslayo— ya sabes qué hacer.
Vicente asintió y comenzó a movilizar a los demás, ayudado por los trabajadores de los amigos de su jefe, quienes se acercaron a Diego.
—¿No hubo suerte? —Lorenzo miró todos los cuerpos con algo de confusión, ya que imaginaba que Diego quería un informante.
—Parece que no —el rubio le puso seguro a su arma.
—Tuvieron facilidad de acceso —Antonio puso un gesto sombrío—, es obvio que tienes a un ‘Judas’ —señaló en voz baja.
—Eso es obvio —Diego guardó su arma y acomodó su saco.
—¿Y qué harás? —Aarón levantó una ceja y guardó su arma también—. No quedó nadie vivo.
—Por ahora, no me preocuparé por eso… —Diego caminó hacia el pasillo y le hizo una seña a Juan—. Busquen en toda la propiedad, especialmente en las salidas de los pasillos secretos, por si alguno intentó escapar y después, cuando todos los invitados se vayan, reúne a todos en el ‘nido’.
El moreno asintió y se fue corriendo.
—¿Dejarás que todos los invitados se vayan, sin indagar más? —Lorenzo se quedó asombrado.
—Por ahora, debo ir a ver a Ale, es lo mejor que puedo hacer —su voz sonaba fría y sin emociones, pero, debido al olor de sus feromonas, sus amigos sabían que Diego de León se encontraba furioso y seguramente tenía algún plan que no podía compartir.
Sus amigos, Antonio, Aarón y Lorenzo, habían decidido acompañarlo con algunos de sus guardaespaldas, pero tomaron otros caminos para ir al segundo piso, desde dónde habían sido atacados.
El rubio estaba algo intranquilo, pues, así como él, solo sus amigos y trabajadores de mayor confianza, conocían cada rincón de esa mansión y los pasajes secretos que había en algunas zonas, por los que estaba seguro que podían atrapar a los que dispararon; pero el hecho de que desconocidos llegaron al segundo piso del claro del salón principal, sin activar las alertas, significaba que alguien lo había traicionado, pero antes de buscar a un traidor, debía obtener información.
«Dudo que sean Alfas…» pensó, «tanto mis trabajadores, como mis amigos y yo, podemos usar nuestras feromonas y algunos somos dominantes, así que estarían en desventaja, por lo cual, deben ser Betas, esa sería mi elección también, si tuviera que entrar a un lugar como esta mansión…»
Al llegar al segundo piso, Vicente le hizo la seña a Juan, uno de sus compañeros, para que avanzara y cuando lo hizo, se escucharon un par de disparos que provenían de la dirección contraria, pero Juan pudo cubrirse antes de que lo hirieran.
Con algunas señas, les dijo que había contado al menos tres armas, por lo que, mínimo, eran tres sujetos los que le disparaban; mientras se coordinaban, del otro lado del claro que rodeaba al salón principal, se escucharon disparos, lo que significaba que los amigos de Diego habían encontrado a otros.
—Los pasajes secretos de esta área, están a mitad de los pasillos —susurró el rubio—, seguramente saben de ellos, así que, no dejen que nadie se escape.
Vicente asintió y dio la orden para atacar y en medio de balas, los trabajadores de Diego avanzaron.
Pese a que el rubio quería ir en primera fila, desde la muerte de su hermano, le había dado su palabra a su padre que no se arriesgaría, para evitar ponerse en peligro innecesariamente y tenía que cumplir, especialmente porque quería volver al lado de Ale.
Minutos después, se escucharon gritos, más disparos y finalmente, silencio.
Vicente se asomó por el pasillo y le hizo una seña a Diego, quien caminó aun en alerta, pero con paso seguro; al llegar al final del pasillo, se encontró con varios cuerpos, al menos eran diez hombres, vestidos con trajes de servicio y armas cerca de sus manos.
—¿Todos muertos? —indagó fríamente.
—Justo como ordenó —asintió el moreno.
Diego miró a su trabajador de soslayo— ya sabes qué hacer.
Vicente asintió y comenzó a movilizar a los demás, ayudado por los trabajadores de los amigos de su jefe, quienes se acercaron a Diego.
—¿No hubo suerte? —Lorenzo miró todos los cuerpos con algo de confusión, ya que imaginaba que Diego quería un informante.
—Parece que no —el rubio le puso seguro a su arma.
—Tuvieron facilidad de acceso —Antonio puso un gesto sombrío—, es obvio que tienes a un ‘Judas’ —señaló en voz baja.
—Eso es obvio —Diego guardó su arma y acomodó su saco.
—¿Y qué harás? —Aarón levantó una ceja y guardó su arma también—. No quedó nadie vivo.
—Por ahora, no me preocuparé por eso… —Diego caminó hacia el pasillo y le hizo una seña a Juan—. Busquen en toda la propiedad, especialmente en las salidas de los pasillos secretos, por si alguno intentó escapar y después, cuando todos los invitados se vayan, reúne a todos en el ‘nido’.
El moreno asintió y se fue corriendo.
—¿Dejarás que todos los invitados se vayan, sin indagar más? —Lorenzo se quedó asombrado.
—Por ahora, debo ir a ver a Ale, es lo mejor que puedo hacer —su voz sonaba fría y sin emociones, pero, debido al olor de sus feromonas, sus amigos sabían que Diego de León se encontraba furioso y seguramente tenía algún plan que no podía compartir.
Cuando Diego llegó al salón donde estaba su familia y las parejas de sus amigos, lo primero que vio fue a Ale en un diván, inconsciente.
—¡¿Qué le pasó?! —preguntó con susto y corrió a su lado.
—Le dimos un calmante —anunció Teresa—, estaba muy alterado.
—¡¿Y esta sangre?! —señaló la mancha roja, en la falda del vestido.
—Es de Carranza, señor —la voz de Samuel se escuchó y Diego lo miró con seriedad.
—¿Dónde está Bautista? —gruñó.
—Lo hirieron, aunque no de gravedad —dijo con frialdad—, pero no está en condiciones para trabajar y también, deben estar atendiéndolo en este momento.
—¿Y tú eres…? —indagó el rubio con desconfianza, mientras su mano sujetaba con disimulo, el arma que había guardado antes.
—Samuel Espinoza —dijo el joven de cabello negro con rapidez y colocó las manos al frente, manteniendo una pose casi militar.
Diego apartó la mano del arma. Había escuchado de ese chico, precisamente por Bautista, quien le dijo que era de los mejores y ponía las manos al fuego por él, ya que era su sobrino.
—Así que, eres el sobrino de Bautista —musitó—, si él te está entrenando, debes saber que él tiene trabajos especiales, ¿me equivoco?
—Sí, señor.
—¿Te ha contado de ellos? —indagó el rubio con algo de precaución.
—De algunos, sí —asintió el pelinegro.
—Bien, te pondré a prueba… —Diego miró a Teresa—. Ponlo a buscar a un ‘Judas’ en el Tezcatl y ayúdalo.
—Cómo ordene, señor…
Teresa le hizo una seña al joven, quien la siguió en silencio, mientras Diego se acuclillaba a un lado de Ale, sujetándole la mano con delicadeza.
—Ale, mi amor —musitó, tratando de no sobresaltarlo.
Los parpados del castaño temblaron ligeramente y sus ojos aceitunados se abrieron, mirando a su pareja con dificultad.
—¿Diego? —susurró y un sollozo se hizo presente.
El rubio lo abrazó y Ale comenzó a llorar con desespero, aferrado a su cuello.
—Tranquilo… —Diego pasó las manos por la delicada espalda—. Todo está bien, calma…
—Tenía… Tanto… Miedo… —las palabras se perdían porque Ale hablaba contra el pecho del mayor.
—Deberías llevarlo a descansar —la voz fría de Federico se escuchó—. Es la primera vez que Ale pasa por algo así, por lo que necesita procesar lo ocurrido, yo me encargaré de lo demás.
Diego entendió que las palabras de su padre no eran una sugerencia, sino una orden, por lo que simplemente asintió; sujetó a Ale en brazos y lo llevó hacia una habitación segura de la mansión, a la cual, solo él y su padre podían entrar.
Sus amigos no dijeron nada, sabían que era el momento que Ale supiera realmente lo que rodeaba a la familia De León, pues a lo que Diego lescontó, no le había dicho mucho y después de esa noche, no iba a poder ocultarlo más.
El rubio recorrió un pasillo y luego tomó un pasadizo oculto, que lo llevó a una puerta, donde colocó la contraseña para ingresar, sin que sus guardaespaldas lo siguieran. Cuando estuvieron solos, Diego dejó a Ale sobre una cama y se recostó a su lado, abrazándolo con dulzura y liberando sus feromonas para calmarlo.
Ale seguía llorando, pero poco a poco, dejó de hacerlo, respirando con calma.
—¿Te sientes mejor? —preguntó el rubio, después de varios minutos.
El castaño suspiró, pasó la mano por su cabello y apretó los parpados— me duele un poco la cabeza —confesó y luego levantó el rostro, buscando la mirada verde—, ¿qué fue lo que pasó?
Diego tomó aire y se apartó de Ale, fue a un minibar, sacó una botella de agua y sirvió un vaso, llevándoselo a su prometido, antes de sentarse en la orilla de la cama.
—Ale… Cuando llegaste a esta casa, mi padre y yo, les dijimos a ti y tu familia, que no era seguro que se quedaran cerca y acabas de ver la razón, ya que, a veces, estamos en peligro.
—Pero… ¡Intentaron matarte! —el castaño apretó el vaso en la mano.
—Ale… —Diego apretó los labios un momento y luego se armó de valor—. Es hora de que sepas la verdad y si después de esto, no quieres quedarte a mi lado, lo comprenderé, pero quiero que sepas, que realmente te amo y si pudiera, lo dejaría todo, absolutamente todo por ti, pero no es algo que se acabe con facilidad.
—Diego, ¡me asustas! —el adolescente sintió que pronto volvería a llorar, pues no entendía que le quería decir su pareja.
—Sabes que mi familia tiene un gran emporio de hoteles de lujo —prosiguió el mayor—, pero esos negocios, solo son una fachada para el verdadero trabajo que realizamos…
—¿Qué?
—Traficamos armas, Ale —sentenció el rubio—. Mi familia lleva la muerte a cualquier lado, mientras haya alguien que pueda cubrir nuestros honorarios —dijo con voz fría—, ese es nuestro verdadero negocio, el mismo que nos ha dado el estatus y el poder que ahora tenemos —levantó el rostro—. Por eso muchos nos temen y nos odian lo suficiente, como para intentar destruirnos.
—¿Tú y…? ¿Papá Federico? —titubeó el castaño.
—Este no es el primer atentado que hemos sufrido —prosiguió Diego—, ha habido otros, varios en realidad… —rechinó los dientes—. Esa es la razón por la que mi padre está en silla de ruedas, también el que su primera esposa, así como mi madre y mis dos hermanos fallecieran y el por qué, esta noche, intentaron matarme.
Ale estaba aterrorizado, se había quedado sin habla y su mirada aceitunada no se apartaba de Diego.
—No quería decírtelo, no tan pronto —prosiguió Diego—. Tenía la esperanza de que no tuviera que hacerlo en realidad —su voz tomó un tinte burlón—. Se que podía perderte si te enterabas, por eso quise ocultarlo, no sé, tal vez, hasta que nos vinculáramos completamente y no pudieras alejarte de mí —rechinó los dientes—, sé que es egoísta de mi parte, pero realmente, no quería perderte, porque… Te amo —confesó—. Y daría mi vida por ti —un nudo en su garganta se hizo presente—, pero, aun así, no puedo dejar este trabajo, porque si lo hiciera, pondría aún más en peligro a nuestra familia —confesó—. Nadie nos perdonaría todo lo que hemos hecho y si por casualidad dejara esta forma de vida de lado, no tendría con qué proteger lo que más amo, que eres tú…
Las lágrimas volvieron a surcar las mejillas de Ale, mientras escuchaba lo que Diego le decía.
—Yo, quería que te quedaras por siempre a mi lado —dijo el rubio en voz baja—, hacerte feliz y formar una familia, es lo único que deseaba, pero… —pasó saliva—. Si después de esto, no deseas estar conmigo, por miedo o cualquier razón —respiró profundamente—, yo lo aceptaré —forzó una sonrisa—, solo quiero que sepas, que, sin importar que pase o decidas, yo siempre te amaré.
El silencio reinó.
El tiempo le pareció eterno a Diego, quien al ver las lágrimas caer de los hermosos ojos aceitunados de Ale, sentía que le clavaban dagas en su pecho, pues lo que menos quería era hacerlo sufrir, pero ya no había marcha atrás.
—Deberías descansar —dijo al fin, con voz grave—. Esta habitación es segura, solo mi padre y yo conocemos el código para entrar —se puso de pie, apartándose de la cama—. Si necesitas algo, el teléfono tiene línea segura para que hables con cualquier trabajador de la casa y mi padre o yo, vendremos a atenderte, además, hay bebidas y aperitivos en el minibar —le sonrió con cansancio—. Puedes salir cuando quieras, pero es mejor que esperes a que solucionemos lo que pasó —se alzó de hombros—, te dejaré a solas, para que tomes la decisión correcta y no te sientas presionado… Yo, debo ir a terminar con esto…
Diego caminó hacia la puerta por donde había llegado y antes de abrirla, sintió el abrazo de Ale.
El castaño bajó de la cama y corrió hasta el mayor, sujetándolo por la espalda, aferrándose a él, llorando con desespero
—¡No te vayas! —pidió—. ¡¿No entiendes que no quiero que te pase nada?!
Diego se quedó estático, al sentir cómo su espalda se humedecía con rapidez, a través de la tela de su camisa.
—No me importa tu trabajo, lo que hagas o no, solo, ¡no quiero que te pase nada! —repitió el adolescente—. ¡Te amo, Diego! —gritó con desespero—. Tuve miedo de perderte hoy y no quiero sentir eso nuevamente, ¡no estoy listo! —confesó—, ¡por favor! ¡Quédate conmigo!
La enorme mano de Diego, sujetó con delicadeza una de las manos que lo sujetaban y la apartó, para poder girarse y abrazar a Ale. Las palabras que escuchó, le habían devuelto la felicidad y la esperanza; pese a que sabía que el peligro de esa noche seguía latente, al menos sabía que Ale no se apartaría de él.
—Voy a estar bien —señaló—, pero si quiero que mi familia esté a salvo, debo encargarme de esto y encontrar al culpable —aseguró—, solo así, tendré la certeza de que nada te pasará a ti…
—Promételo —Ale sollozó.
—¿Qué cosa?
—¡Promete que volverás sano y salvo! —exigió—. Promete que volverás y podré responder tu pregunta…
—¿Mi pregunta…?
El rubio levantó una ceja y recordó lo que había dicho antes de que todo iniciara «Alejandro Altamira, ¿te gustaría ser mi esposo?»
Diego sonrió, se inclinó y besó los labios de Ale con delicadeza— te doy mi palabra de que volveré, sano y salvo, para que me digas tu respuesta.
Al escuchar eso, Ale se sintió más tranquilo, pues algo que Federico le había repetido muchas veces, era que un De León, siempre cumplía su palabra, así que eso lo tranquilizaba.
—Te esperaré, mi amor…
—¡¿Qué le pasó?! —preguntó con susto y corrió a su lado.
—Le dimos un calmante —anunció Teresa—, estaba muy alterado.
—¡¿Y esta sangre?! —señaló la mancha roja, en la falda del vestido.
—Es de Carranza, señor —la voz de Samuel se escuchó y Diego lo miró con seriedad.
—¿Dónde está Bautista? —gruñó.
—Lo hirieron, aunque no de gravedad —dijo con frialdad—, pero no está en condiciones para trabajar y también, deben estar atendiéndolo en este momento.
—¿Y tú eres…? —indagó el rubio con desconfianza, mientras su mano sujetaba con disimulo, el arma que había guardado antes.
—Samuel Espinoza —dijo el joven de cabello negro con rapidez y colocó las manos al frente, manteniendo una pose casi militar.
Diego apartó la mano del arma. Había escuchado de ese chico, precisamente por Bautista, quien le dijo que era de los mejores y ponía las manos al fuego por él, ya que era su sobrino.
—Así que, eres el sobrino de Bautista —musitó—, si él te está entrenando, debes saber que él tiene trabajos especiales, ¿me equivoco?
—Sí, señor.
—¿Te ha contado de ellos? —indagó el rubio con algo de precaución.
—De algunos, sí —asintió el pelinegro.
—Bien, te pondré a prueba… —Diego miró a Teresa—. Ponlo a buscar a un ‘Judas’ en el Tezcatl y ayúdalo.
—Cómo ordene, señor…
Teresa le hizo una seña al joven, quien la siguió en silencio, mientras Diego se acuclillaba a un lado de Ale, sujetándole la mano con delicadeza.
—Ale, mi amor —musitó, tratando de no sobresaltarlo.
Los parpados del castaño temblaron ligeramente y sus ojos aceitunados se abrieron, mirando a su pareja con dificultad.
—¿Diego? —susurró y un sollozo se hizo presente.
El rubio lo abrazó y Ale comenzó a llorar con desespero, aferrado a su cuello.
—Tranquilo… —Diego pasó las manos por la delicada espalda—. Todo está bien, calma…
—Tenía… Tanto… Miedo… —las palabras se perdían porque Ale hablaba contra el pecho del mayor.
—Deberías llevarlo a descansar —la voz fría de Federico se escuchó—. Es la primera vez que Ale pasa por algo así, por lo que necesita procesar lo ocurrido, yo me encargaré de lo demás.
Diego entendió que las palabras de su padre no eran una sugerencia, sino una orden, por lo que simplemente asintió; sujetó a Ale en brazos y lo llevó hacia una habitación segura de la mansión, a la cual, solo él y su padre podían entrar.
Sus amigos no dijeron nada, sabían que era el momento que Ale supiera realmente lo que rodeaba a la familia De León, pues a lo que Diego lescontó, no le había dicho mucho y después de esa noche, no iba a poder ocultarlo más.
El rubio recorrió un pasillo y luego tomó un pasadizo oculto, que lo llevó a una puerta, donde colocó la contraseña para ingresar, sin que sus guardaespaldas lo siguieran. Cuando estuvieron solos, Diego dejó a Ale sobre una cama y se recostó a su lado, abrazándolo con dulzura y liberando sus feromonas para calmarlo.
Ale seguía llorando, pero poco a poco, dejó de hacerlo, respirando con calma.
—¿Te sientes mejor? —preguntó el rubio, después de varios minutos.
El castaño suspiró, pasó la mano por su cabello y apretó los parpados— me duele un poco la cabeza —confesó y luego levantó el rostro, buscando la mirada verde—, ¿qué fue lo que pasó?
Diego tomó aire y se apartó de Ale, fue a un minibar, sacó una botella de agua y sirvió un vaso, llevándoselo a su prometido, antes de sentarse en la orilla de la cama.
—Ale… Cuando llegaste a esta casa, mi padre y yo, les dijimos a ti y tu familia, que no era seguro que se quedaran cerca y acabas de ver la razón, ya que, a veces, estamos en peligro.
—Pero… ¡Intentaron matarte! —el castaño apretó el vaso en la mano.
—Ale… —Diego apretó los labios un momento y luego se armó de valor—. Es hora de que sepas la verdad y si después de esto, no quieres quedarte a mi lado, lo comprenderé, pero quiero que sepas, que realmente te amo y si pudiera, lo dejaría todo, absolutamente todo por ti, pero no es algo que se acabe con facilidad.
—Diego, ¡me asustas! —el adolescente sintió que pronto volvería a llorar, pues no entendía que le quería decir su pareja.
—Sabes que mi familia tiene un gran emporio de hoteles de lujo —prosiguió el mayor—, pero esos negocios, solo son una fachada para el verdadero trabajo que realizamos…
—¿Qué?
—Traficamos armas, Ale —sentenció el rubio—. Mi familia lleva la muerte a cualquier lado, mientras haya alguien que pueda cubrir nuestros honorarios —dijo con voz fría—, ese es nuestro verdadero negocio, el mismo que nos ha dado el estatus y el poder que ahora tenemos —levantó el rostro—. Por eso muchos nos temen y nos odian lo suficiente, como para intentar destruirnos.
—¿Tú y…? ¿Papá Federico? —titubeó el castaño.
—Este no es el primer atentado que hemos sufrido —prosiguió Diego—, ha habido otros, varios en realidad… —rechinó los dientes—. Esa es la razón por la que mi padre está en silla de ruedas, también el que su primera esposa, así como mi madre y mis dos hermanos fallecieran y el por qué, esta noche, intentaron matarme.
Ale estaba aterrorizado, se había quedado sin habla y su mirada aceitunada no se apartaba de Diego.
—No quería decírtelo, no tan pronto —prosiguió Diego—. Tenía la esperanza de que no tuviera que hacerlo en realidad —su voz tomó un tinte burlón—. Se que podía perderte si te enterabas, por eso quise ocultarlo, no sé, tal vez, hasta que nos vinculáramos completamente y no pudieras alejarte de mí —rechinó los dientes—, sé que es egoísta de mi parte, pero realmente, no quería perderte, porque… Te amo —confesó—. Y daría mi vida por ti —un nudo en su garganta se hizo presente—, pero, aun así, no puedo dejar este trabajo, porque si lo hiciera, pondría aún más en peligro a nuestra familia —confesó—. Nadie nos perdonaría todo lo que hemos hecho y si por casualidad dejara esta forma de vida de lado, no tendría con qué proteger lo que más amo, que eres tú…
Las lágrimas volvieron a surcar las mejillas de Ale, mientras escuchaba lo que Diego le decía.
—Yo, quería que te quedaras por siempre a mi lado —dijo el rubio en voz baja—, hacerte feliz y formar una familia, es lo único que deseaba, pero… —pasó saliva—. Si después de esto, no deseas estar conmigo, por miedo o cualquier razón —respiró profundamente—, yo lo aceptaré —forzó una sonrisa—, solo quiero que sepas, que, sin importar que pase o decidas, yo siempre te amaré.
El silencio reinó.
El tiempo le pareció eterno a Diego, quien al ver las lágrimas caer de los hermosos ojos aceitunados de Ale, sentía que le clavaban dagas en su pecho, pues lo que menos quería era hacerlo sufrir, pero ya no había marcha atrás.
—Deberías descansar —dijo al fin, con voz grave—. Esta habitación es segura, solo mi padre y yo conocemos el código para entrar —se puso de pie, apartándose de la cama—. Si necesitas algo, el teléfono tiene línea segura para que hables con cualquier trabajador de la casa y mi padre o yo, vendremos a atenderte, además, hay bebidas y aperitivos en el minibar —le sonrió con cansancio—. Puedes salir cuando quieras, pero es mejor que esperes a que solucionemos lo que pasó —se alzó de hombros—, te dejaré a solas, para que tomes la decisión correcta y no te sientas presionado… Yo, debo ir a terminar con esto…
Diego caminó hacia la puerta por donde había llegado y antes de abrirla, sintió el abrazo de Ale.
El castaño bajó de la cama y corrió hasta el mayor, sujetándolo por la espalda, aferrándose a él, llorando con desespero
—¡No te vayas! —pidió—. ¡¿No entiendes que no quiero que te pase nada?!
Diego se quedó estático, al sentir cómo su espalda se humedecía con rapidez, a través de la tela de su camisa.
—No me importa tu trabajo, lo que hagas o no, solo, ¡no quiero que te pase nada! —repitió el adolescente—. ¡Te amo, Diego! —gritó con desespero—. Tuve miedo de perderte hoy y no quiero sentir eso nuevamente, ¡no estoy listo! —confesó—, ¡por favor! ¡Quédate conmigo!
La enorme mano de Diego, sujetó con delicadeza una de las manos que lo sujetaban y la apartó, para poder girarse y abrazar a Ale. Las palabras que escuchó, le habían devuelto la felicidad y la esperanza; pese a que sabía que el peligro de esa noche seguía latente, al menos sabía que Ale no se apartaría de él.
—Voy a estar bien —señaló—, pero si quiero que mi familia esté a salvo, debo encargarme de esto y encontrar al culpable —aseguró—, solo así, tendré la certeza de que nada te pasará a ti…
—Promételo —Ale sollozó.
—¿Qué cosa?
—¡Promete que volverás sano y salvo! —exigió—. Promete que volverás y podré responder tu pregunta…
—¿Mi pregunta…?
El rubio levantó una ceja y recordó lo que había dicho antes de que todo iniciara «Alejandro Altamira, ¿te gustaría ser mi esposo?»
Diego sonrió, se inclinó y besó los labios de Ale con delicadeza— te doy mi palabra de que volveré, sano y salvo, para que me digas tu respuesta.
Al escuchar eso, Ale se sintió más tranquilo, pues algo que Federico le había repetido muchas veces, era que un De León, siempre cumplía su palabra, así que eso lo tranquilizaba.
—Te esperaré, mi amor…
Diego regresó a la zona donde estaba su padre, encontrando que sus amigos y los invitados, se habían retirado.
—¿Cómo está Ale? —preguntó Federico, mientras su hijo sujetaba un arma nueva, que le estaban entregando.
—Lo dejé durmiendo —respondió con frialdad.
—¿Lo dejarás ir? —Federico sabía lo difícil que era mantener una relación, después de pasar por un atentado, por lo que se imaginaba que Ale no se casaría con su hijo por voluntad propia.
—No —Diego negó—, él no quiere irse.
El anciano se sorprendió— ¡¿qué dices?!
Diego le dedicó una mirada orgullosa— Ale no quiere apartarse de mí, aun y sabiendo la verdad —sentenció—. No sé si solo fue porque aún está en proceso de aceptarlo, pero al menos sé que me ama y no me dejará tan fácilmente.
Federico sintió algo de calma al escuchar eso— significa, ¿que su matrimonio sigue en pie?
—Si, pero debo volver sano y salvo —revisó los cartuchos en el arma— y se lo voy a cumplir.
—¿Cómo está Ale? —preguntó Federico, mientras su hijo sujetaba un arma nueva, que le estaban entregando.
—Lo dejé durmiendo —respondió con frialdad.
—¿Lo dejarás ir? —Federico sabía lo difícil que era mantener una relación, después de pasar por un atentado, por lo que se imaginaba que Ale no se casaría con su hijo por voluntad propia.
—No —Diego negó—, él no quiere irse.
El anciano se sorprendió— ¡¿qué dices?!
Diego le dedicó una mirada orgullosa— Ale no quiere apartarse de mí, aun y sabiendo la verdad —sentenció—. No sé si solo fue porque aún está en proceso de aceptarlo, pero al menos sé que me ama y no me dejará tan fácilmente.
Federico sintió algo de calma al escuchar eso— significa, ¿que su matrimonio sigue en pie?
—Si, pero debo volver sano y salvo —revisó los cartuchos en el arma— y se lo voy a cumplir.
GLOSARIO
*Proklâtie! (проклятие): Es una maldición, dicha cuando alguien está muy molesto, puede significar, Maldita sea, Mierda, Diablos, Joder, etc.
*Tezcatl: El espejo de obsidiana, era instrumento de magia negra usado sólo por hechiceros. Era el principal tributo de la deidad azteca Tezcatlipoca, cuyo nombre significa ‘espejo humoso’. Una deidad suprema de los aztecas y el patrón de las casas gobernantes; Tezcatlipoca era el señor de la noche. Se cree que, por medio de contemplar las profundidades humosas del Espejo de Obsidiana, se puede viajar a otros tiempos y lugares, al mundo de los dioses y los antepasados. Se dice que John Dee (alquimista, filósofo, matemático, astrónomo, astrólogo, vidente y hechicero, uno de los consejeros preferidos de la Reina Isabel I de Inglaterra, y un hombre que habitó en la frontera entre las prácticas metafísicas y la racionalidad científica), utilizó este espejo para predecir el futuro, invocar espíritus y hablar con los ángeles.
*Proklâtie! (проклятие): Es una maldición, dicha cuando alguien está muy molesto, puede significar, Maldita sea, Mierda, Diablos, Joder, etc.
*Tezcatl: El espejo de obsidiana, era instrumento de magia negra usado sólo por hechiceros. Era el principal tributo de la deidad azteca Tezcatlipoca, cuyo nombre significa ‘espejo humoso’. Una deidad suprema de los aztecas y el patrón de las casas gobernantes; Tezcatlipoca era el señor de la noche. Se cree que, por medio de contemplar las profundidades humosas del Espejo de Obsidiana, se puede viajar a otros tiempos y lugares, al mundo de los dioses y los antepasados. Se dice que John Dee (alquimista, filósofo, matemático, astrónomo, astrólogo, vidente y hechicero, uno de los consejeros preferidos de la Reina Isabel I de Inglaterra, y un hombre que habitó en la frontera entre las prácticas metafísicas y la racionalidad científica), utilizó este espejo para predecir el futuro, invocar espíritus y hablar con los ángeles.
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