Capítulo II
Ale aceptó casarse con Diego, pero sus padres pusieron condiciones y por supuesto, Federico de León, también dispuso algunas.
La primera y más importante, Diego no iba a forzar a Ale a intimar y debía esperar a tomarlo, hasta que el joven Omega entrara en celo por primera vez; en caso de que, al llegar su celo, Ale se diera cuenta que no era compatible con Diego, le permitirían alejarse. La segunda, fue que Ale continuara con sus estudios de preparatoria y que su nueva familia debía asegurarse de que los terminara, algo que Diego accedió y se comprometió a que Ale no solo continuaría con dichos estudios, sino que ellos le pagarían cualquier carrera que el castaño quisiera estudiar después.
Y finalmente, la familia Altamira Covarrubias, no aceptó el dinero que les ofrecieron como dote por su hijo, pero si aceptaron ayuda para alejarse y borrar toda la información que los relacionara con Ale, incluso antes de la boda, para que no los vincularan con ellos, pues Federico y Diego les dijeron que sus vidas correrían peligro y, si no querían poner a Ale en riesgo, tendrían que alejarse y no volver a contactarlo, a menos que él regresara a su casa, por la segunda condición antes dispuesta.
Ale no quería separarse de su familia, especialmente de sus hermanitos, pero Diego le explicó que era para protegerlos, por lo que el castaño, al final, accedió, aunque con ello pareció que se le rompió el corazón.
En pocos días, el castaño pasó a ser un habitante más de la mansión; todos sabían que debían tratarlo con todas las consideraciones, pese a que él se sentía cohibido por ello, ya que era un jovencito simple.
Lo que le parecía más extraño, era que Diego decía que eran destinados, pero el rubio salía desde temprano de esa casa y solo regresaba al atardecer, cenaban juntos y platicaban, pero luego, él volvía a salir y no sabía a qué hora volvía.
Por ello, gran parte de la mañana, Ale lo pasaba en sus clases particulares, ya que le consiguieron varios tutores privados para que siguiera la preparatoria; también platicaba con Federico, sobre la familia De León, conociendo su historia, que databa desde mucho tiempo atrás, incluso, en algún punto de la historia, tuvieron un título noble, pero después de mucho tiempo, quedó en desuso, pero precisamente por ello, su apellido era ‘De León’.
Cuando el hombre se ocupaba, el castaño recorría los grandes salones o leía en la biblioteca, hasta después de la hora de comida, cuando Teresa llegaba a ayudarle, ya que tenía que aprender sobre su nueva historia familiar y ponerse al corriente de cómo debía comportarse una persona de estatus social elevado, puesto que, en la nueva información de Ale, se declaraba que venía de una familia oriunda de España, de gran alcurnia.
—Sin acento, no creo que las personas piensen que soy español.
—Por eso, se supone que vivió al norte de México, desde temprana edad —repitió Tere.
El castaño puso los codos en la mesa y descansó el rostro en sus manos— es demasiado complicado —hizo un mohín.
—Esto solo es en caso de que se lo pregunten en la próxima fiesta, cuando el señor Diego, lo presente como su futuro esposo —sonrió la de lentes—, pero los señores De León, se encargarán de hablar de usted entre sus conocidos, por lo que ellos ya sabrán su historia y seguramente, muchos no se atreverán a preguntarle de frente.
Ale suspiró— la verdad, no sé por qué tantas molestias —dijo con tristeza.
—Porque será el esposo del señor, Diego de León —respondió la otra, con un tono de obviedad.
—En realidad, yo dudo que nos casemos…
Las palabras del castaño, asustaron a Tere. Ella estaba enterada de las condiciones de la familia Altamira, por lo que, si Ale no quería casarse, su jefe estaría en serios problemas.
—¿Acaso…? ¿Acaso no quiere casarse? —preguntó con miedo.
—Aún no estoy seguro…
Con esa frase, Teresa sintió que perdería el aliento y quizá, terminaría en el piso, por falta de aire.
—Pero, lo digo más que nada por el joven Diego —Ale bajó el rostro y mostró un gesto triste.
—¡¿Por el jefe?! —Teresa levantó una ceja—. Pero, ¡él quiere casarse lo más pronto posible con usted! —sentenció de inmediato, ya que era Diego el que más deseaba desposar a Ale, al temer que alguien más se lo quisiera robar.
El castaño mordió su labio inferior— es que… Casi no nos vemos —negó—, además, parece que me evita —estrujó sus dedos sobre el escritorio—, platicamos en las cenas y él parece querer apartarse de inmediato y todas las noches, sale de la mansión, es como si en realidad, quisiera alejarse de mí.
Teresa pasó la mano por su cabello— le dije que esa actitud le iba a causar problemas —su voz sonó cansada.
—¡¿Lo sabías?! —Ale la miró con sorpresa.
La pelinegra dejó la carpeta de lado y se sentó al lado del castaño
—Sí, lo sabía —asintió y le dolió ver el gesto triste de Ale—, pero no es porque él no quiera pasar tiempo con usted, joven —le sujetó la mano con amabilidad—, al contrario, es porque, siendo un Alfa, adulto y con su instinto despierto, le cuesta trabajo controlarse, estando cerca suyo.
—No comprendo.
Teresa acomodó sus gafas, soltó el aire y pareció armarse de valor para hablar.
—Diego de León, ha estado entrando en celo, de manera intermitente, desde que te conoció —dijo con seriedad, sorprendiendo al otro—, pero, debido a que dio su palabra de que no te forzaría, es que ha preferido ir a calmar su instinto en otro lado, para respetar tu pureza, ¿me entiendes?
—En… Celo… ¿Por mí? —Ale parpadeó y trató de comprender esas palabras—. Pero… Yo no he tenido mi primer celo, no puedo liberar feromonas que lo estimulen —buscó lo ojos castaños de Teresa.
—La verdad, yo no entiendo de feromonas —Teresa negó—, pero el jefe, dice que tienes un olor delicioso y a pesar de usar supresores todos los días, siempre que llega al trabajo, lo veo sumamente inquieto, mucho más que en sus celos anteriores.
Ale dudó, se mantuvo en silencio un largo rato, pensando en lo que acababa de escuchar y finalmente, buscó la mirada de Teresa.
—Necesito información de los Destinados…
La primera y más importante, Diego no iba a forzar a Ale a intimar y debía esperar a tomarlo, hasta que el joven Omega entrara en celo por primera vez; en caso de que, al llegar su celo, Ale se diera cuenta que no era compatible con Diego, le permitirían alejarse. La segunda, fue que Ale continuara con sus estudios de preparatoria y que su nueva familia debía asegurarse de que los terminara, algo que Diego accedió y se comprometió a que Ale no solo continuaría con dichos estudios, sino que ellos le pagarían cualquier carrera que el castaño quisiera estudiar después.
Y finalmente, la familia Altamira Covarrubias, no aceptó el dinero que les ofrecieron como dote por su hijo, pero si aceptaron ayuda para alejarse y borrar toda la información que los relacionara con Ale, incluso antes de la boda, para que no los vincularan con ellos, pues Federico y Diego les dijeron que sus vidas correrían peligro y, si no querían poner a Ale en riesgo, tendrían que alejarse y no volver a contactarlo, a menos que él regresara a su casa, por la segunda condición antes dispuesta.
Ale no quería separarse de su familia, especialmente de sus hermanitos, pero Diego le explicó que era para protegerlos, por lo que el castaño, al final, accedió, aunque con ello pareció que se le rompió el corazón.
En pocos días, el castaño pasó a ser un habitante más de la mansión; todos sabían que debían tratarlo con todas las consideraciones, pese a que él se sentía cohibido por ello, ya que era un jovencito simple.
Lo que le parecía más extraño, era que Diego decía que eran destinados, pero el rubio salía desde temprano de esa casa y solo regresaba al atardecer, cenaban juntos y platicaban, pero luego, él volvía a salir y no sabía a qué hora volvía.
Por ello, gran parte de la mañana, Ale lo pasaba en sus clases particulares, ya que le consiguieron varios tutores privados para que siguiera la preparatoria; también platicaba con Federico, sobre la familia De León, conociendo su historia, que databa desde mucho tiempo atrás, incluso, en algún punto de la historia, tuvieron un título noble, pero después de mucho tiempo, quedó en desuso, pero precisamente por ello, su apellido era ‘De León’.
Cuando el hombre se ocupaba, el castaño recorría los grandes salones o leía en la biblioteca, hasta después de la hora de comida, cuando Teresa llegaba a ayudarle, ya que tenía que aprender sobre su nueva historia familiar y ponerse al corriente de cómo debía comportarse una persona de estatus social elevado, puesto que, en la nueva información de Ale, se declaraba que venía de una familia oriunda de España, de gran alcurnia.
—Sin acento, no creo que las personas piensen que soy español.
—Por eso, se supone que vivió al norte de México, desde temprana edad —repitió Tere.
El castaño puso los codos en la mesa y descansó el rostro en sus manos— es demasiado complicado —hizo un mohín.
—Esto solo es en caso de que se lo pregunten en la próxima fiesta, cuando el señor Diego, lo presente como su futuro esposo —sonrió la de lentes—, pero los señores De León, se encargarán de hablar de usted entre sus conocidos, por lo que ellos ya sabrán su historia y seguramente, muchos no se atreverán a preguntarle de frente.
Ale suspiró— la verdad, no sé por qué tantas molestias —dijo con tristeza.
—Porque será el esposo del señor, Diego de León —respondió la otra, con un tono de obviedad.
—En realidad, yo dudo que nos casemos…
Las palabras del castaño, asustaron a Tere. Ella estaba enterada de las condiciones de la familia Altamira, por lo que, si Ale no quería casarse, su jefe estaría en serios problemas.
—¿Acaso…? ¿Acaso no quiere casarse? —preguntó con miedo.
—Aún no estoy seguro…
Con esa frase, Teresa sintió que perdería el aliento y quizá, terminaría en el piso, por falta de aire.
—Pero, lo digo más que nada por el joven Diego —Ale bajó el rostro y mostró un gesto triste.
—¡¿Por el jefe?! —Teresa levantó una ceja—. Pero, ¡él quiere casarse lo más pronto posible con usted! —sentenció de inmediato, ya que era Diego el que más deseaba desposar a Ale, al temer que alguien más se lo quisiera robar.
El castaño mordió su labio inferior— es que… Casi no nos vemos —negó—, además, parece que me evita —estrujó sus dedos sobre el escritorio—, platicamos en las cenas y él parece querer apartarse de inmediato y todas las noches, sale de la mansión, es como si en realidad, quisiera alejarse de mí.
Teresa pasó la mano por su cabello— le dije que esa actitud le iba a causar problemas —su voz sonó cansada.
—¡¿Lo sabías?! —Ale la miró con sorpresa.
La pelinegra dejó la carpeta de lado y se sentó al lado del castaño
—Sí, lo sabía —asintió y le dolió ver el gesto triste de Ale—, pero no es porque él no quiera pasar tiempo con usted, joven —le sujetó la mano con amabilidad—, al contrario, es porque, siendo un Alfa, adulto y con su instinto despierto, le cuesta trabajo controlarse, estando cerca suyo.
—No comprendo.
Teresa acomodó sus gafas, soltó el aire y pareció armarse de valor para hablar.
—Diego de León, ha estado entrando en celo, de manera intermitente, desde que te conoció —dijo con seriedad, sorprendiendo al otro—, pero, debido a que dio su palabra de que no te forzaría, es que ha preferido ir a calmar su instinto en otro lado, para respetar tu pureza, ¿me entiendes?
—En… Celo… ¿Por mí? —Ale parpadeó y trató de comprender esas palabras—. Pero… Yo no he tenido mi primer celo, no puedo liberar feromonas que lo estimulen —buscó lo ojos castaños de Teresa.
—La verdad, yo no entiendo de feromonas —Teresa negó—, pero el jefe, dice que tienes un olor delicioso y a pesar de usar supresores todos los días, siempre que llega al trabajo, lo veo sumamente inquieto, mucho más que en sus celos anteriores.
Ale dudó, se mantuvo en silencio un largo rato, pensando en lo que acababa de escuchar y finalmente, buscó la mirada de Teresa.
—Necesito información de los Destinados…
El sol se ocultaba, cuando el vehículo negro llegó a la escalinata principal de la mansión.
Diego estaba en el asiento trasero y miró hacia la puerta con algo de inquietud, pero sin titubear, sujetó una jeringa y se colocó el supresor en el cuello; con eso se aseguraba de controlarse, al menos durante la cena, para no intentar forzar a Ale de alguna manera.
—Seguramente saldré en un par de horas —sentenció—, ocuparé seguridad y chofer, para ir a ‘Blue Moon’, así que, prepárense.
Con esa indicación final, salió del vehículo y subió la escalinata, seguido solo por dos de sus trabajadores, quienes lo dejaron en la puerta. Cuando el mayordomo abrió, Diego sintió que su piel se erizaba; todo el lugar estaba lleno del olor a cereza de Ale y él solo podía relamer sus labios y aguantar las ganas de poseerlo.
«¡Esto es una tortura!» apretó los puños con fuerza y rechinó los dientes, pero debía volver a tomar su pose serena, antes de ver a su padre y a Ale, pues el primero se daría cuenta con facilidad de que no estaba bien y el segundo, podría asustarse si lo miraba inquieto.
—Sirvan la cena —ordenó caminando por el recibidor—. Iré a cambiarme de ropa y bajaré en unos minutos.
—Señor —Porfirio habló, mientras lo seguía—. Su padre no cenará con usted y el joven Altamira.
—¡¿Qué?! —Diego detuvo sus pasos, antes de subir las escaleras—. ¿Por qué no? ¡¿Se siente mal?!
—No, para nada —el mayordomo negó—. De hecho, él cenará en su alcoba, pues el joven Altamira, quiere cenar a solas, con usted, en la terraza este.
Los ojos verdes se abrieron con sorpresa «¡¿a solas?! ¡¿Cómo demonios voy a contenerme si estamos solos?!» pasó saliva y respiró profundo— está bien, sirvan la cena, iré en un momento…
—El joven Altamira, ya lo está esperando.
La respiración de Diego se aceleró y subió las escaleras, pero en vez de ir a sus aposentos, dirigió sus pasos a la terraza este, desde dónde se podía ver como la luna iba ascendiendo en el cielo.
Cuando el rubio se acercó a la puerta de cristal, vio al castaño cerca del barandal, portando un vestido largo, de hombros caídos, mangas farol, ajustado ligeramente en la parte superior y de corte ‘A’, que mantenía su aire inocente, pero a la vez, a Diego le parecía sumamente seductor.
Al abrir la puerta, escuchó el sonido de música tranquila y Ale giró el rostro, viéndolo a los ojos, antes de bajar la cabeza ligeramente, tratando de ocultar sus mejillas teñidas de carmín.
—Buenas… Noches —el ojiverde parecía hechizado por la visión del otro, que traía su cabello suelto.
—Buenas noches —sonrió el castaño—. Creí que tardaría un poco en llegar —se notaba nervioso—, normalmente se va a cambiar de ropa, antes de la cena.
—Iba a hacerlo —Diego caminó lentamente, acercándose a Ale—, pero me dijeron que me esperabas aquí y no quise hacerte esperar más.
—Gracias…
La música seguía y ambos se acercaron a la mesa, mientras un par de siervos servían la cena.
—Espero le agrade la cena —Ale sonrió—, la preparé yo.
—¿Cocinaste para mí? —el ojiverde se sorprendió.
—Sí —asintió—, quería hacerle algo especial, para agradecer la amabilidad que ha tenido hacia mí, todos estos días, desde que me quedo en su casa.
—No tenías qué hacerlo.
—Lo sé, pero, deseaba hacerlo —sentenció el castaño.
Diego forzó una sonrisa; su instinto le decía que hiciera algo más y estaba siendo difícil controlarse para no sujetar al otro y besarlo, antes de perder la compostura por completo— gracias.
Hubo un momento de silencio, mientras los platos eran servidos; Ale parecía nervioso, mientras observaba cómo acomodaban los platos y acompañamientos, mientras Diego se perdía en un mundo, dónde solo existía el hermoso joven de cabello castaño que tenía a su lado.
Ambos iniciaron la cena en silencio, pues ninguno sabía qué podía decir o de qué hablar.
Diego, tenía miedo de decir algo impropio que asustara al adolescente y Ale, estaba nervioso, porque no sabía cómo iniciar la plática, pero se armó de valor y comenzó.
—Yo… —la suave voz de Ale, devolvió al rubio a la realidad—. Quiero disculparme —dijo con seriedad.
—¿Por qué? —indagó Diego, antes de sujetar la copa de vino y acabarla casi de un trago, pidiendo con un movimiento que le sirvieran más.
—Sé que ha pasado por días difíciles —el adolescente sujetó una copa de agua en sus manos— y tal parece que es mi culpa —comentó antes de dar unos cuantos sorbos.
—¿Tu culpa? ¿No entiendo?
El castaño suspiró— Tere me dijo que, ha tenido que salir a calmar sus emociones, porque ha tenido celos intermitentes, debido a mi presencia…
«¡Voy a despedirte, Teresa!» pensó el ojiverde con furia, ya que le dijo que no quería que Ale se enterara de lo que ocurría.
—Pero, si usted tiene razón —prosiguió Ale—, todo es por mi culpa.
—¿Yo tengo razón? ¿En qué? —Diego no entendía a dónde quería llegar el otro.
—El día que vine con mis padres, usted mencionó algo sobre los… Destinados —musitó.
El rubio dio otro sorbo a su vino— sí, lo recuerdo.
Diego estaba completamente seguro que Ale era su Destinado, pero era algo que solo se podría confirmar cuando el adolescente tuviera su primer celo, el cual, hubiera podido adelantar si lo estimulaba en exceso, pero había dado su palabra de que no lo forzaría y la palabra de un De León, era una de las cosas más valiosas que tenían, por eso no podía fallar.
—Hoy… Estuve leyendo —Ale mordió su labio inferior, un gesto inocente, que para el rubio fue una provocación—. En el libro de Destinados, decía que… Solo si, el Alfa, marca a su Omega y se queda a su lado, podrá controlarse completamente.
—Sí, es cierto —Diego asintió, pues él también había leído sobre los Destinados, cuando encontró a Ale, ya que antes de ese día, pensaba que era solo una leyenda—. Pero no puedo marcarte, si no entras en celo —negó—, podría ser contraproducente para ti, especialmente porque no estás lo suficientemente maduro, para aguantar la estimulación de mis feromonas.
El rubio se estremeció de solo imaginar la situación, especialmente porque la marca en la nuca era para que la hipófisis, que se encargaba de las glándulas hormonales, iniciara la sincronización de ciclos y era muy delicada en los Omega; esa era la razón por la cual, cuando existía una mordida, debido a la unión de ADN y las feromonas de Alfa y Omega, por medio de la médula espinal, iniciaba su vínculo hormonal.
—Por eso, es mejor esperar a…
Ale, buscó la mirada verde— márcame.
—¡¿Qué?! —El rostro de Diego mostró susto y sorpresa por esa palabra.
—Sé que no es posible en el cuello sin el celo —Ale bajó el rostro, sintiéndose avergonzado—, pero me refiero a… Una marca sim… Simbólica —titubeó—. Leí que es posible, que un Alfa dominante haga eso y tú lo eres, ¿o no?
Diego titubeó.
Sabía que esa situación era muy poco común, pues precisamente era una práctica realizada entre destinados, a temprana edad, para prometerse amor eterno.
El Alfa marcaba al Omega en cualquier otra parte del cuerpo, así, el ADN y las feromonas no iban directo a la hipófisis, con lo cual, iniciaba un proceso más lento de desarrollo físico, para estar predispuesto a la fecundación en cuanto tuviera su primer celo y además, evitaría que otro Alfa intentara dañarlo; por su parte, el Alfa, al probar la sangre del Omega y obtener por medio de sus papilas gustativas un poco de su esencia, se vinculaba también y solo podría tener intimidad y quedar satisfecho, con su pareja única.
El rubio pasó la mano por su boca— pero… Si te marco… Te ataré a mí para siempre… ¿Estás consciente de ello?
Una parte de él quería hacerlo, pero otra, tenía miedo de que Ale se arrepintiera después y lo culpara por marcarlo en un momento de debilidad.
Ale sonrió— si estamos destinados, no habrá problema en qué lo hagas, ¿no es así?
Diego sintió que su razón desaparecía; sin dudar, se puso de pie, sujetó a Ale de la mano y lo levantó, abrazándolo y aspirando el olor de cerezas que el cuerpo del castaño desprendía, sin proponérselo.
—Si te marco, aun de manera simbólica, nunca voy a dejarte ir, ¿lo entiendes? —dijo con voz grave—. Aun si te arrepientes, ya no podré hacerlo.
Ale se había quedado inmóvil durante un momento, pero al escuchar las palabras del mayor, movió sus manos y lo abrazó con timidez.
—Nunca me arrepentiré, estoy seguro…
Diego estaba en el asiento trasero y miró hacia la puerta con algo de inquietud, pero sin titubear, sujetó una jeringa y se colocó el supresor en el cuello; con eso se aseguraba de controlarse, al menos durante la cena, para no intentar forzar a Ale de alguna manera.
—Seguramente saldré en un par de horas —sentenció—, ocuparé seguridad y chofer, para ir a ‘Blue Moon’, así que, prepárense.
Con esa indicación final, salió del vehículo y subió la escalinata, seguido solo por dos de sus trabajadores, quienes lo dejaron en la puerta. Cuando el mayordomo abrió, Diego sintió que su piel se erizaba; todo el lugar estaba lleno del olor a cereza de Ale y él solo podía relamer sus labios y aguantar las ganas de poseerlo.
«¡Esto es una tortura!» apretó los puños con fuerza y rechinó los dientes, pero debía volver a tomar su pose serena, antes de ver a su padre y a Ale, pues el primero se daría cuenta con facilidad de que no estaba bien y el segundo, podría asustarse si lo miraba inquieto.
—Sirvan la cena —ordenó caminando por el recibidor—. Iré a cambiarme de ropa y bajaré en unos minutos.
—Señor —Porfirio habló, mientras lo seguía—. Su padre no cenará con usted y el joven Altamira.
—¡¿Qué?! —Diego detuvo sus pasos, antes de subir las escaleras—. ¿Por qué no? ¡¿Se siente mal?!
—No, para nada —el mayordomo negó—. De hecho, él cenará en su alcoba, pues el joven Altamira, quiere cenar a solas, con usted, en la terraza este.
Los ojos verdes se abrieron con sorpresa «¡¿a solas?! ¡¿Cómo demonios voy a contenerme si estamos solos?!» pasó saliva y respiró profundo— está bien, sirvan la cena, iré en un momento…
—El joven Altamira, ya lo está esperando.
La respiración de Diego se aceleró y subió las escaleras, pero en vez de ir a sus aposentos, dirigió sus pasos a la terraza este, desde dónde se podía ver como la luna iba ascendiendo en el cielo.
Cuando el rubio se acercó a la puerta de cristal, vio al castaño cerca del barandal, portando un vestido largo, de hombros caídos, mangas farol, ajustado ligeramente en la parte superior y de corte ‘A’, que mantenía su aire inocente, pero a la vez, a Diego le parecía sumamente seductor.
Al abrir la puerta, escuchó el sonido de música tranquila y Ale giró el rostro, viéndolo a los ojos, antes de bajar la cabeza ligeramente, tratando de ocultar sus mejillas teñidas de carmín.
—Buenas… Noches —el ojiverde parecía hechizado por la visión del otro, que traía su cabello suelto.
—Buenas noches —sonrió el castaño—. Creí que tardaría un poco en llegar —se notaba nervioso—, normalmente se va a cambiar de ropa, antes de la cena.
—Iba a hacerlo —Diego caminó lentamente, acercándose a Ale—, pero me dijeron que me esperabas aquí y no quise hacerte esperar más.
—Gracias…
La música seguía y ambos se acercaron a la mesa, mientras un par de siervos servían la cena.
—Espero le agrade la cena —Ale sonrió—, la preparé yo.
—¿Cocinaste para mí? —el ojiverde se sorprendió.
—Sí —asintió—, quería hacerle algo especial, para agradecer la amabilidad que ha tenido hacia mí, todos estos días, desde que me quedo en su casa.
—No tenías qué hacerlo.
—Lo sé, pero, deseaba hacerlo —sentenció el castaño.
Diego forzó una sonrisa; su instinto le decía que hiciera algo más y estaba siendo difícil controlarse para no sujetar al otro y besarlo, antes de perder la compostura por completo— gracias.
Hubo un momento de silencio, mientras los platos eran servidos; Ale parecía nervioso, mientras observaba cómo acomodaban los platos y acompañamientos, mientras Diego se perdía en un mundo, dónde solo existía el hermoso joven de cabello castaño que tenía a su lado.
Ambos iniciaron la cena en silencio, pues ninguno sabía qué podía decir o de qué hablar.
Diego, tenía miedo de decir algo impropio que asustara al adolescente y Ale, estaba nervioso, porque no sabía cómo iniciar la plática, pero se armó de valor y comenzó.
—Yo… —la suave voz de Ale, devolvió al rubio a la realidad—. Quiero disculparme —dijo con seriedad.
—¿Por qué? —indagó Diego, antes de sujetar la copa de vino y acabarla casi de un trago, pidiendo con un movimiento que le sirvieran más.
—Sé que ha pasado por días difíciles —el adolescente sujetó una copa de agua en sus manos— y tal parece que es mi culpa —comentó antes de dar unos cuantos sorbos.
—¿Tu culpa? ¿No entiendo?
El castaño suspiró— Tere me dijo que, ha tenido que salir a calmar sus emociones, porque ha tenido celos intermitentes, debido a mi presencia…
«¡Voy a despedirte, Teresa!» pensó el ojiverde con furia, ya que le dijo que no quería que Ale se enterara de lo que ocurría.
—Pero, si usted tiene razón —prosiguió Ale—, todo es por mi culpa.
—¿Yo tengo razón? ¿En qué? —Diego no entendía a dónde quería llegar el otro.
—El día que vine con mis padres, usted mencionó algo sobre los… Destinados —musitó.
El rubio dio otro sorbo a su vino— sí, lo recuerdo.
Diego estaba completamente seguro que Ale era su Destinado, pero era algo que solo se podría confirmar cuando el adolescente tuviera su primer celo, el cual, hubiera podido adelantar si lo estimulaba en exceso, pero había dado su palabra de que no lo forzaría y la palabra de un De León, era una de las cosas más valiosas que tenían, por eso no podía fallar.
—Hoy… Estuve leyendo —Ale mordió su labio inferior, un gesto inocente, que para el rubio fue una provocación—. En el libro de Destinados, decía que… Solo si, el Alfa, marca a su Omega y se queda a su lado, podrá controlarse completamente.
—Sí, es cierto —Diego asintió, pues él también había leído sobre los Destinados, cuando encontró a Ale, ya que antes de ese día, pensaba que era solo una leyenda—. Pero no puedo marcarte, si no entras en celo —negó—, podría ser contraproducente para ti, especialmente porque no estás lo suficientemente maduro, para aguantar la estimulación de mis feromonas.
El rubio se estremeció de solo imaginar la situación, especialmente porque la marca en la nuca era para que la hipófisis, que se encargaba de las glándulas hormonales, iniciara la sincronización de ciclos y era muy delicada en los Omega; esa era la razón por la cual, cuando existía una mordida, debido a la unión de ADN y las feromonas de Alfa y Omega, por medio de la médula espinal, iniciaba su vínculo hormonal.
—Por eso, es mejor esperar a…
Ale, buscó la mirada verde— márcame.
—¡¿Qué?! —El rostro de Diego mostró susto y sorpresa por esa palabra.
—Sé que no es posible en el cuello sin el celo —Ale bajó el rostro, sintiéndose avergonzado—, pero me refiero a… Una marca sim… Simbólica —titubeó—. Leí que es posible, que un Alfa dominante haga eso y tú lo eres, ¿o no?
Diego titubeó.
Sabía que esa situación era muy poco común, pues precisamente era una práctica realizada entre destinados, a temprana edad, para prometerse amor eterno.
El Alfa marcaba al Omega en cualquier otra parte del cuerpo, así, el ADN y las feromonas no iban directo a la hipófisis, con lo cual, iniciaba un proceso más lento de desarrollo físico, para estar predispuesto a la fecundación en cuanto tuviera su primer celo y además, evitaría que otro Alfa intentara dañarlo; por su parte, el Alfa, al probar la sangre del Omega y obtener por medio de sus papilas gustativas un poco de su esencia, se vinculaba también y solo podría tener intimidad y quedar satisfecho, con su pareja única.
El rubio pasó la mano por su boca— pero… Si te marco… Te ataré a mí para siempre… ¿Estás consciente de ello?
Una parte de él quería hacerlo, pero otra, tenía miedo de que Ale se arrepintiera después y lo culpara por marcarlo en un momento de debilidad.
Ale sonrió— si estamos destinados, no habrá problema en qué lo hagas, ¿no es así?
Diego sintió que su razón desaparecía; sin dudar, se puso de pie, sujetó a Ale de la mano y lo levantó, abrazándolo y aspirando el olor de cerezas que el cuerpo del castaño desprendía, sin proponérselo.
—Si te marco, aun de manera simbólica, nunca voy a dejarte ir, ¿lo entiendes? —dijo con voz grave—. Aun si te arrepientes, ya no podré hacerlo.
Ale se había quedado inmóvil durante un momento, pero al escuchar las palabras del mayor, movió sus manos y lo abrazó con timidez.
—Nunca me arrepentiré, estoy seguro…
Después de las ocho de la mañana, Diego llegó a la oficina principal; Teresa ya estaba en su escritorio, organizando los documentos del día y al ver a su jefe, se puso de pie.
—Buenos días, se…
—A mi oficina, ¡ahora! —dijo el rubio con frialdad y la chica tembló.
Teresa sintió un escalofrío; era obvio que su jefe estaba enojado y seguramente, ese día iba a ocurrir algo peligroso, pero era su trabajo, así que, sujetó la libreta de apuntes, junto a la agenda del día, e ingresó a la oficina con paso rápido, chocando los tacones.
Diego se estaba quitando el saco y tomó asiento, colocando los antebrazos en el escritorio.
—Por lo que le dijiste a Ale, ayer —dijo con tono frío, cuando la chica estuvo frente a su escritorio—, ¡te despido!
Los ojos de Teresa se abrieron enormemente y las cosas que llevaba en mano, terminaron en el piso, porque no las pudo sostener al perder la fuerza, debido a la impresión.
—¿Dis…? ¿Disculpe? —su voz se quebró.
—Le dijiste a Ale que me iba a otro lugar a calmar mi celo, cuando te ordené que no le dijeras nada —señaló el ojiverde con molestia.
—Yo… Lo siento… —la pelinegra sentía un nudo en su garganta—. Es que… El joven Altamira estaba… Y yo… Sólo…
—No digas más, Ale me contó todo lo que hablaron —soltó el aire con molestia— y pese a que le contaste, las cosas resultaron bien, por eso, te vuelvo a contratar.
—¡¿Qué?! —Teresa ya tenía los ojos acuosos y no comprendía las últimas palabras del rubio.
Fue en ese momento que Diego sonrió.
—Marqué a Ale simbólicamente —se recargó en el sillón—, anoche no tuve que ir a ‘Blue Moon’ y, aunque Ale durmió en mi alcoba, respeté su inocencia, pero dormí como hace mucho que no lo hacía y ¡descansé muy bien!
Teresa se limpió los ojos por debajo de sus gafas— yo… Yo no… Entiendo —sollozó.
—Te daré un bono, porque gracias a tu intervención, ahora Ale y yo estamos unidos y me tiene más confianza, por eso, también te aumentaré el sueldo y mejoraré tus prestaciones, pero —señaló a la chica—, de ahora en adelante, debes ser amiga y confidente de Ale, porque no quiero que se sienta incómodo de nuevo, ¿entendido?
Fue en ese momento que la chica rompió en llanto.
—Ahora, ¿por qué lloras? —preguntó el rubio.
—¡Por qué me dijo que me despedía! —gritó ella—. ¡Realmente me asustó! —se quejó con desespero, tratando de limpiar las lágrimas que surcaban sus mejillas, pero sin poder evitar seguir llorando.
—Merecías un escarmiento por desobedecer mis órdenes —Diego levantó una ceja—. Ahora, límpiate las lágrimas —abrió una gaveta de su escritorio, sujetó una caja de pañuelos desechables y se lo acercó a su secretaria—, tenemos trabajo y quiero que te encargues de que Ale reciba varios ramos de tulipanes blancos, antes de la comida.
Teresa sujetó un pañuelito, limpió su nariz y sollozó— siempre supe que era muy cruel, pero esto no se lo voy a perdonar, señor —hizo un puchero.
—Me perdonarás, especialmente al ver el bono que te daré —dijo el rubio con orgullo
—Buenos días, se…
—A mi oficina, ¡ahora! —dijo el rubio con frialdad y la chica tembló.
Teresa sintió un escalofrío; era obvio que su jefe estaba enojado y seguramente, ese día iba a ocurrir algo peligroso, pero era su trabajo, así que, sujetó la libreta de apuntes, junto a la agenda del día, e ingresó a la oficina con paso rápido, chocando los tacones.
Diego se estaba quitando el saco y tomó asiento, colocando los antebrazos en el escritorio.
—Por lo que le dijiste a Ale, ayer —dijo con tono frío, cuando la chica estuvo frente a su escritorio—, ¡te despido!
Los ojos de Teresa se abrieron enormemente y las cosas que llevaba en mano, terminaron en el piso, porque no las pudo sostener al perder la fuerza, debido a la impresión.
—¿Dis…? ¿Disculpe? —su voz se quebró.
—Le dijiste a Ale que me iba a otro lugar a calmar mi celo, cuando te ordené que no le dijeras nada —señaló el ojiverde con molestia.
—Yo… Lo siento… —la pelinegra sentía un nudo en su garganta—. Es que… El joven Altamira estaba… Y yo… Sólo…
—No digas más, Ale me contó todo lo que hablaron —soltó el aire con molestia— y pese a que le contaste, las cosas resultaron bien, por eso, te vuelvo a contratar.
—¡¿Qué?! —Teresa ya tenía los ojos acuosos y no comprendía las últimas palabras del rubio.
Fue en ese momento que Diego sonrió.
—Marqué a Ale simbólicamente —se recargó en el sillón—, anoche no tuve que ir a ‘Blue Moon’ y, aunque Ale durmió en mi alcoba, respeté su inocencia, pero dormí como hace mucho que no lo hacía y ¡descansé muy bien!
Teresa se limpió los ojos por debajo de sus gafas— yo… Yo no… Entiendo —sollozó.
—Te daré un bono, porque gracias a tu intervención, ahora Ale y yo estamos unidos y me tiene más confianza, por eso, también te aumentaré el sueldo y mejoraré tus prestaciones, pero —señaló a la chica—, de ahora en adelante, debes ser amiga y confidente de Ale, porque no quiero que se sienta incómodo de nuevo, ¿entendido?
Fue en ese momento que la chica rompió en llanto.
—Ahora, ¿por qué lloras? —preguntó el rubio.
—¡Por qué me dijo que me despedía! —gritó ella—. ¡Realmente me asustó! —se quejó con desespero, tratando de limpiar las lágrimas que surcaban sus mejillas, pero sin poder evitar seguir llorando.
—Merecías un escarmiento por desobedecer mis órdenes —Diego levantó una ceja—. Ahora, límpiate las lágrimas —abrió una gaveta de su escritorio, sujetó una caja de pañuelos desechables y se lo acercó a su secretaria—, tenemos trabajo y quiero que te encargues de que Ale reciba varios ramos de tulipanes blancos, antes de la comida.
Teresa sujetó un pañuelito, limpió su nariz y sollozó— siempre supe que era muy cruel, pero esto no se lo voy a perdonar, señor —hizo un puchero.
—Me perdonarás, especialmente al ver el bono que te daré —dijo el rubio con orgullo
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