Capítulo I
Un mes después, Diego ya se encontraba al frente de la dirección de los hoteles, además de encargarse de su verdadero negocio, el tráfico de armas.
Los primeros días fueron complicados, pues debía absorber las propiedades de Saúl de León, quien había sido su tío y el culpable de la muerte de su hermano; también se adueñó de todas las propiedades de sus primos y eliminó a sus socios, precisamente por ello se sentía tan fatigado, ya que habían sido días muy ocupados.
—Y esta es la lista de invitados a la reunión por su cumpleaños —anunció su secretaria, Teresa Galván, una joven de cabello negro y lentes, que era su mano derecha.
—Aún faltan casi dos meses, ¿por qué tanta urgencia? —Diego sujetó la hoja en su mano y repasó con rapidez los nombres, levantando una ceja, al reconocer nombres y apellidos—. La mayoría son amigos de mi padre —dijo con cansancio.
—Sí —asintió la joven—, son los que el señor Federico aprobó —sonrió amable—, todos ellos tienen hijos Omega e hijas Beta, de alta categoría.
El rubio entornó los ojos y devolvió la hoja— si mi padre ya lo aprobó, está bien.
—Siendo así, debe revisar esto…
La joven dejó un par de carpetas gruesas sobre el escritorio.
—¿Qué es esto, Tere? —el ojiverde levantó una ceja y abrió la primera, encontrándose con una hoja de datos y una foto de un jovencito, dio vuelta a la hoja y encontró la foto de otro.
—Son los prospectos para su futuro esposo o esposa —sonrió ella con diversión—, por eso debe prepararse, con mucho tiempo de antelación.
Diego cerró la carpeta con un golpe fuerte— ¡no tengo tiempo para esto! —sentenció, liberando sus feromonas, denotando su molestia.
Teresa, al ser Beta, no percibía las feromonas de su jefe y eso era bueno en su trabajo, pues ningún Omega o Alfa, podía tolerar las feromonas de Diego de León, cuando se molestaba.
—Sé que no tiene ni el más mínimo interés —suspiró la joven—, pero al menos, debe saber los nombres de los invitados, para saludar correctamente el día de la fiesta.
—Sí, lo sé —Diego se hundió en el sillón y masajeó el puente de su nariz.
«Es en estos momentos, en los que más te extraño, Rolando…» pensó.
Diego, era el tercer hijo de Federico de León, su primer hermano, Ismael, había muerto varios años antes, en un atentado, poco antes de comprometerse con su futuro esposo, además, era el primogénito, hijo del primer matrimonio de su padre. Rolando y él, eran hijos del segundo matrimonio, pero después de la muerte de Ismael, sabía que Rolando sería el heredero de todos los negocios de la familia y él tendría libertad de hacer lo que quisiera, por lo que casarse no era una obligación.
Pero ahora, él era el único hijo vivo de Federico de León y como único heredero, tenía una misión importante que cumplir, mantener el linaje de su familia.
—Bien —suspiró—, pero… ¿Qué tal si haces depuración de candidatos, Tere? —empujó las carpetas hacia la joven y le sonrió.
—De acuerdo, señor —ella asintió—, ¿lo mismo de siempre? —preguntó, acomodando sus gafas.
Teresa era la joven que le buscaba amantes de ocasión a Diego y elegía, especialmente a aquellos para que pasara su celo, en el club nocturno especial para Alfas, por lo que conocía bien, el tipo de personas que le gustaban.
—Sí, pero si son Omegas, primero tendré que percibir sus feromonas.
—Me encargaré de conseguirle una prenda de los prospectos —sentenció ella con seguridad—, no se preocupe.
—Gracias, Tere, eso me ahorrará mucho tiempo.
—Lo sé, pero… —suspiró—. No cree que, si es para buscar una pareja formal, ¿debería tomar las cosas en serio? —preguntó ella.
—¿A qué te refieres?
—Bueno, usted es un Alfa Dominante —hizo un mohín—, debería verificar a todos y cada uno de los candidatos, a ver qué tal reaccionan a sus feromonas y no simplemente verlos cómo amantes de ocasión.
—Porque soy dominante, es que no importan sus feromonas en realidad —Diego chasqueó la lengua—, solo los someto y punto —se puso de pie—. Ahora, tengo una reunión para desayunar con unos amigos y luego, debo acompañar a mi padre al hospital, así que volveré hasta después de la comida.
—Cómo diga, señor.
Los primeros días fueron complicados, pues debía absorber las propiedades de Saúl de León, quien había sido su tío y el culpable de la muerte de su hermano; también se adueñó de todas las propiedades de sus primos y eliminó a sus socios, precisamente por ello se sentía tan fatigado, ya que habían sido días muy ocupados.
—Y esta es la lista de invitados a la reunión por su cumpleaños —anunció su secretaria, Teresa Galván, una joven de cabello negro y lentes, que era su mano derecha.
—Aún faltan casi dos meses, ¿por qué tanta urgencia? —Diego sujetó la hoja en su mano y repasó con rapidez los nombres, levantando una ceja, al reconocer nombres y apellidos—. La mayoría son amigos de mi padre —dijo con cansancio.
—Sí —asintió la joven—, son los que el señor Federico aprobó —sonrió amable—, todos ellos tienen hijos Omega e hijas Beta, de alta categoría.
El rubio entornó los ojos y devolvió la hoja— si mi padre ya lo aprobó, está bien.
—Siendo así, debe revisar esto…
La joven dejó un par de carpetas gruesas sobre el escritorio.
—¿Qué es esto, Tere? —el ojiverde levantó una ceja y abrió la primera, encontrándose con una hoja de datos y una foto de un jovencito, dio vuelta a la hoja y encontró la foto de otro.
—Son los prospectos para su futuro esposo o esposa —sonrió ella con diversión—, por eso debe prepararse, con mucho tiempo de antelación.
Diego cerró la carpeta con un golpe fuerte— ¡no tengo tiempo para esto! —sentenció, liberando sus feromonas, denotando su molestia.
Teresa, al ser Beta, no percibía las feromonas de su jefe y eso era bueno en su trabajo, pues ningún Omega o Alfa, podía tolerar las feromonas de Diego de León, cuando se molestaba.
—Sé que no tiene ni el más mínimo interés —suspiró la joven—, pero al menos, debe saber los nombres de los invitados, para saludar correctamente el día de la fiesta.
—Sí, lo sé —Diego se hundió en el sillón y masajeó el puente de su nariz.
«Es en estos momentos, en los que más te extraño, Rolando…» pensó.
Diego, era el tercer hijo de Federico de León, su primer hermano, Ismael, había muerto varios años antes, en un atentado, poco antes de comprometerse con su futuro esposo, además, era el primogénito, hijo del primer matrimonio de su padre. Rolando y él, eran hijos del segundo matrimonio, pero después de la muerte de Ismael, sabía que Rolando sería el heredero de todos los negocios de la familia y él tendría libertad de hacer lo que quisiera, por lo que casarse no era una obligación.
Pero ahora, él era el único hijo vivo de Federico de León y como único heredero, tenía una misión importante que cumplir, mantener el linaje de su familia.
—Bien —suspiró—, pero… ¿Qué tal si haces depuración de candidatos, Tere? —empujó las carpetas hacia la joven y le sonrió.
—De acuerdo, señor —ella asintió—, ¿lo mismo de siempre? —preguntó, acomodando sus gafas.
Teresa era la joven que le buscaba amantes de ocasión a Diego y elegía, especialmente a aquellos para que pasara su celo, en el club nocturno especial para Alfas, por lo que conocía bien, el tipo de personas que le gustaban.
—Sí, pero si son Omegas, primero tendré que percibir sus feromonas.
—Me encargaré de conseguirle una prenda de los prospectos —sentenció ella con seguridad—, no se preocupe.
—Gracias, Tere, eso me ahorrará mucho tiempo.
—Lo sé, pero… —suspiró—. No cree que, si es para buscar una pareja formal, ¿debería tomar las cosas en serio? —preguntó ella.
—¿A qué te refieres?
—Bueno, usted es un Alfa Dominante —hizo un mohín—, debería verificar a todos y cada uno de los candidatos, a ver qué tal reaccionan a sus feromonas y no simplemente verlos cómo amantes de ocasión.
—Porque soy dominante, es que no importan sus feromonas en realidad —Diego chasqueó la lengua—, solo los someto y punto —se puso de pie—. Ahora, tengo una reunión para desayunar con unos amigos y luego, debo acompañar a mi padre al hospital, así que volveré hasta después de la comida.
—Cómo diga, señor.
El vehículo negro recorría las calles de la ciudad, escoltado por otros dos, ya que se vería con un par de amigos en un restaurante de la zona más exclusiva.
—¿Pasa algo, Vicente? —preguntó para el chofer, ya que el vehículo no avanzaba.
—Parece que hay un embotellamiento a un par de calles, señor.
Diego entrecerró los ojos— ¿debo preocuparme?
Bautista, quien era el copiloto y el guardaespaldas que lo acompañaba en esa ocasión, negó— no se preocupe, el vehículo de enfrente dice que no es nada que nos afecte, solo es el final de un desfile de primavera.
—¿La primavera no inicia mañana? —indagó el rubio con frialdad.
—Sí, pero las escuelas tienen este día sin clases y hacen el desfile —explicó el chofer.
—De haber sabido, salgo más temprano de la oficina.
El rubio miró a través de la ventana, viendo el ir y venir de las personas; él odiaba cuando había tanta gente, especialmente porque su olfato era sensible, por eso, no abría nunca las ventanas y no acostumbraba a acudir a lugares concurridos.
—Estamos buscando una ruta alterna —señaló Bautista, quien se comunicaba con sus compañeros por teléfono.
—Está bien, sólo no se…
Diego no terminó de hablar, un ligero perfume de cerezas llegó hasta él; no era fuerte ni penetrante, tampoco parecían cerezas en almíbar, simplemente parecían cerezas listas para ser cosechadas y por ello, aspiró el aroma con deseo.
—¡¿Dónde…?! —no terminó la pregunta, sin dudar, abrió la puerta.
—¡¿Señor?! —Bautista se sorprendió por lo que el rubio hizo y bajó de inmediato, alertando a los demás guardaespaldas.
Diego olfateó como un sabueso.
Había muchos olores, entre los insípidos de los Betas, así como algunos Omegas y Alfas, pero él, al ser dominante, podía encontrar con relativa facilidad el que buscaba; sin prestar atención a los hombres que lo seguían desesperados entre la multitud, buscó el perfume que le había despertado su instinto de cazador.
—¡Ahí! —dijo entre dientes, al percibir casi con claridad, un ligero rastro, como si se tratara de una estela de perfume que parecía polen brillando por la luz del sol.
—¡Se me antoja un helado!
—¿Un helado? —preguntó el jovencito de cabello castaño, colocando unos mechones tras su oreja.
—¡Sí! —dijo el niño—. Hace mucho calor y recorrer las calles fue cansado.
—Está bien, cómo hiciste un buen trabajo en el desfile, te compraré el helado —dijo amable—. ¿Qué sabor te gustaría, Paquito? —preguntó el adolescente
—¡Chocolate!
—Chocolate será, vamos a…
—¡Tú! —la voz varonil asustó al adolescente, especialmente cuando sintió el jalón en su muñeca, libre—. ¡Eres Omega!
El adolescente tembló ante el chico rubio que lo sujetaba de la mano, mirándolo con sus intensos ojos verdes y respirando agitado.
—¿Quién…? ¿Quién es usted? —preguntó con nervios y un escalofrío lo recorrió, al percibir el olor dulce de la caña de azúcar.
Diego no respondió, se acercó al otro, pasando la mano por la cintura y acercándose al cuello, dónde portaba un collar grueso; el rubio aspiró su aroma, sintiéndose extasiado por el dulce olor a cereza.
El castaño gimió al sentir el aliento tibio y soltó al niño que lo acompañaba, tratando de empujar al hombre que lo tenía abrazado.
—Por favor… —pidió con voz suave—. Apártese.
—¿Quién es él, Ale? —preguntó el niño, al ver la situación.
—¡Señor De León!
Los guardaespaldas de Diego llegaron, pero no pudieron acercarse, pues estaban siendo repelidos por las feromonas de su jefe; poco a poco, la gente alrededor, empezó a apartarse de la pareja, especialmente aquellos que sí podían percibir las feromonas.
—Ale… —dijo Diego, repitiendo el nombre que había dicho el niño—. Tú, eres mi Omega —sentenció con seguridad.
El adolescente se estremeció— yo no… —tembló—. Lo siento, es que yo, no puedo corresponder, porque aún no… No he tenido mi primer celo —confesó.
—¡¿Qué?!
—¿Pasa algo, Vicente? —preguntó para el chofer, ya que el vehículo no avanzaba.
—Parece que hay un embotellamiento a un par de calles, señor.
Diego entrecerró los ojos— ¿debo preocuparme?
Bautista, quien era el copiloto y el guardaespaldas que lo acompañaba en esa ocasión, negó— no se preocupe, el vehículo de enfrente dice que no es nada que nos afecte, solo es el final de un desfile de primavera.
—¿La primavera no inicia mañana? —indagó el rubio con frialdad.
—Sí, pero las escuelas tienen este día sin clases y hacen el desfile —explicó el chofer.
—De haber sabido, salgo más temprano de la oficina.
El rubio miró a través de la ventana, viendo el ir y venir de las personas; él odiaba cuando había tanta gente, especialmente porque su olfato era sensible, por eso, no abría nunca las ventanas y no acostumbraba a acudir a lugares concurridos.
—Estamos buscando una ruta alterna —señaló Bautista, quien se comunicaba con sus compañeros por teléfono.
—Está bien, sólo no se…
Diego no terminó de hablar, un ligero perfume de cerezas llegó hasta él; no era fuerte ni penetrante, tampoco parecían cerezas en almíbar, simplemente parecían cerezas listas para ser cosechadas y por ello, aspiró el aroma con deseo.
—¡¿Dónde…?! —no terminó la pregunta, sin dudar, abrió la puerta.
—¡¿Señor?! —Bautista se sorprendió por lo que el rubio hizo y bajó de inmediato, alertando a los demás guardaespaldas.
Diego olfateó como un sabueso.
Había muchos olores, entre los insípidos de los Betas, así como algunos Omegas y Alfas, pero él, al ser dominante, podía encontrar con relativa facilidad el que buscaba; sin prestar atención a los hombres que lo seguían desesperados entre la multitud, buscó el perfume que le había despertado su instinto de cazador.
—¡Ahí! —dijo entre dientes, al percibir casi con claridad, un ligero rastro, como si se tratara de una estela de perfume que parecía polen brillando por la luz del sol.
—¡Se me antoja un helado!
—¿Un helado? —preguntó el jovencito de cabello castaño, colocando unos mechones tras su oreja.
—¡Sí! —dijo el niño—. Hace mucho calor y recorrer las calles fue cansado.
—Está bien, cómo hiciste un buen trabajo en el desfile, te compraré el helado —dijo amable—. ¿Qué sabor te gustaría, Paquito? —preguntó el adolescente
—¡Chocolate!
—Chocolate será, vamos a…
—¡Tú! —la voz varonil asustó al adolescente, especialmente cuando sintió el jalón en su muñeca, libre—. ¡Eres Omega!
El adolescente tembló ante el chico rubio que lo sujetaba de la mano, mirándolo con sus intensos ojos verdes y respirando agitado.
—¿Quién…? ¿Quién es usted? —preguntó con nervios y un escalofrío lo recorrió, al percibir el olor dulce de la caña de azúcar.
Diego no respondió, se acercó al otro, pasando la mano por la cintura y acercándose al cuello, dónde portaba un collar grueso; el rubio aspiró su aroma, sintiéndose extasiado por el dulce olor a cereza.
El castaño gimió al sentir el aliento tibio y soltó al niño que lo acompañaba, tratando de empujar al hombre que lo tenía abrazado.
—Por favor… —pidió con voz suave—. Apártese.
—¿Quién es él, Ale? —preguntó el niño, al ver la situación.
—¡Señor De León!
Los guardaespaldas de Diego llegaron, pero no pudieron acercarse, pues estaban siendo repelidos por las feromonas de su jefe; poco a poco, la gente alrededor, empezó a apartarse de la pareja, especialmente aquellos que sí podían percibir las feromonas.
—Ale… —dijo Diego, repitiendo el nombre que había dicho el niño—. Tú, eres mi Omega —sentenció con seguridad.
El adolescente se estremeció— yo no… —tembló—. Lo siento, es que yo, no puedo corresponder, porque aún no… No he tenido mi primer celo —confesó.
—¡¿Qué?!
Diego caminaba de un lado a otro, parecía león enjaulado y sus feromonas estaban inestables, debido a un celo anticipado, pese a que se había colocado un supresor.
—Deberías calmarte —su padre lo miraba caminar de un lado a otro—, la familia de ese chico, ya viene en camino —le restó importancia.
—¿Crees que se nieguen a que me case con él? —el rubio miró a su padre con algo de inquietud.
—Es posible —Federico asintió—, pero si estás seguro que es tu Omega, solo los quitamos de en medio —dijo con total seriedad.
—¿Aun no entiendo cómo, un Omega, que aún no ha tenido su primer celo, pueda liberar unas feromonas tan intensas? —Diego pasó la mano por su cabello.
—Vicente y los demás, dijeron que no percibían feromonas de ese jovencito —sentenció su padre—, de no ser por su collar, hubieran pensado que era una chica Beta.
—Ale no es una mujer y menos Beta —siseó el ojiverde—, es un Omega y su olor es… —relamió sus labios—. ¡Delicioso!
Federico suspiró y sujetó la carpeta que estaba sobre su regazo— según el informe, en tres meses más, ese jovencito cumplirá dieciséis años —señaló al ver la información y la foto—, muchos Omegas no dominantes, entran en celo entre los quince y dieciséis, incluso los diecisiete años —ladeó el rostro—, mientras que los recesivos, a veces tardan hasta los diecinueve.
—Pero yo percibo sus feromonas con claridad, ¿cómo es posible? —Diego estaba confundido.
Según la naturaleza de Alfas y Omegas, solo podían desplegar sus feromonas después de su primer celo; aunque muchos decían que podían liberar un olor particular, que no podía definirse, pero no estaba del todo comprobado.
—Los únicos que pueden percibir feromonas, antes de su primer celo, son las personas destinadas —Federico volvió a dejar la carpeta en su regazo—, aunque es normalmente el Alfa el que lo percibe, especialmente si es uno dominante, cómo tú.
—¿Destinado? —Diego frunció el ceño y se acercó a su padre—. Los destinados ya son una leyenda —se burló.
—Siendo así, dime, ¿cómo explicas lo que te ocurrió?
Diego pasó la mano por su barbilla y suspiró; no tenía manera de explicarlo, así que por muy inverosímil que fuera la idea, que Ale fuera su destinado, era la única opción hasta ese momento.
Un sonido se escuchó en el pasillo y la puerta del salón se abrió instantes después; Porfirio, el mayordomo principal de la mansión, permitió el paso de los invitados. Teresa caminó al frente, guiando a las tres personas que parecían intimidadas y fuera de lugar; Diego observó al jovencito de cabello castaño, que vestía de manera casual, pero, aun así, lo que más disfrutaba, era el tenue perfume de cereza que lo envolvía.
—Buenas noches, señores De León —saludó Teresa con amabilidad—, la familia Altamira Covarrubias está aquí —hizo un ligero ademán—. El señor, Francisco Altamira, su esposa, Elena Covarrubias y el joven, Alejandro Altamira.
Tanto el padre, como la madre del castaño se miraban muy jóvenes y eso era porque habían tenido a su hijo, Alejandro, cuando apenas iniciaban la preparatoria; después de eso, para sus otros tres hijos, esperaron más tiempo, así que el adolescente era varios años mayor que sus hermanos.
—Buenas noches —dijo Francisco, manteniendo una pose rígida, su esposa se mantuvo en silencio y su hijo miraba al piso, sintiéndose nervioso.
—Siéntense —Federico les hizo un ademán a los sillones de la sala.
Diego, sin dudar, caminó hasta Ale y lo sujetó de la mano, logrando que el adolescente se estremeciera; sin preguntar, lo guio al sillón de dos plazas, sentándose a su lado, sin soltarlo.
Francisco y Elena se sentaron también, pero se notaban inquietos. Teresa, se quedó tras la silla de ruedas de Federico, esperando sus indicaciones, mientras Porfirio y las demás asistentes, traían algunas bebidas y aperitivos.
—Supongo que, Teresa, ya les explicó la situación —señaló Federico, recibiendo una taza de té.
—S… —Francisco carraspeó—. Sí —dijo con más seguridad—, lo hizo en el trayecto hacia acá —sentenció.
—Eso nos ahorrará tiempo —Federico miró de soslayo a su hijo.
Diego miró a los padres de Ale y habló con seriedad— quiero casarme con Ale, en las próximas semanas.
El castaño tembló y miró al otro con susto.
—Pero… Ale es muy joven —Elena negó—. Ni siquiera ha tenido su primer celo y…
—Lo sé, pero estoy seguro que quiero casarme con él y no pienso dar marcha atrás en esa decisión —sentenció el rubio con total seguridad.
Francisco miró a su hijo y se inclinó, colocando los codos en sus rodillas— ¿qué es lo que tú quieres, Ale? —preguntó con calma.
—Yo… —el castaño tembló y sus ojos aceituna miraron a todos lados, antes de mirar al hombre que estaba a su lado—. No lo sé —su labio inferior tembló—. Yo, ni siquiera lo conozco y no sé…
Diego respiró profundamente— dime, ¿percibes mis feromonas? —preguntó, tratando de mantener la calma.
Ale dudó en responder, pero al final, tuvo que ser sincero— sí —dijo en un murmullo—, huele a caña de azúcar —se relamió los labios, pues sentía el intenso sabor y, aunque normalmente no le gustaba mucho el dulce, ese olor le estaba empezando a gustar, poco a poco.
El rubio sonrió; esas eran sus feromonas de seducción y no las había desplegado completamente, incluso, las mantenía suprimidas gracias al medicamento, por lo que, si Ale las percibía, era porque era mucho más receptivo a ellas, a diferencia de la mayoría de los Omega.
Sin dudar, Diego se movió y colocó una rodilla en el piso, sujetando la mano izquierda del otro, con suavidad— Ale, eres mi Omega destinado, por eso te pido que, te cases conmigo.
El castaño parpadeó con sorpresa y su mano apretó inconscientemente la del Alfa.
—¿Destinados? —sus mejillas se tiñeron de rojo y una extraña sensación se adueñó de su pecho.
—Deberías calmarte —su padre lo miraba caminar de un lado a otro—, la familia de ese chico, ya viene en camino —le restó importancia.
—¿Crees que se nieguen a que me case con él? —el rubio miró a su padre con algo de inquietud.
—Es posible —Federico asintió—, pero si estás seguro que es tu Omega, solo los quitamos de en medio —dijo con total seriedad.
—¿Aun no entiendo cómo, un Omega, que aún no ha tenido su primer celo, pueda liberar unas feromonas tan intensas? —Diego pasó la mano por su cabello.
—Vicente y los demás, dijeron que no percibían feromonas de ese jovencito —sentenció su padre—, de no ser por su collar, hubieran pensado que era una chica Beta.
—Ale no es una mujer y menos Beta —siseó el ojiverde—, es un Omega y su olor es… —relamió sus labios—. ¡Delicioso!
Federico suspiró y sujetó la carpeta que estaba sobre su regazo— según el informe, en tres meses más, ese jovencito cumplirá dieciséis años —señaló al ver la información y la foto—, muchos Omegas no dominantes, entran en celo entre los quince y dieciséis, incluso los diecisiete años —ladeó el rostro—, mientras que los recesivos, a veces tardan hasta los diecinueve.
—Pero yo percibo sus feromonas con claridad, ¿cómo es posible? —Diego estaba confundido.
Según la naturaleza de Alfas y Omegas, solo podían desplegar sus feromonas después de su primer celo; aunque muchos decían que podían liberar un olor particular, que no podía definirse, pero no estaba del todo comprobado.
—Los únicos que pueden percibir feromonas, antes de su primer celo, son las personas destinadas —Federico volvió a dejar la carpeta en su regazo—, aunque es normalmente el Alfa el que lo percibe, especialmente si es uno dominante, cómo tú.
—¿Destinado? —Diego frunció el ceño y se acercó a su padre—. Los destinados ya son una leyenda —se burló.
—Siendo así, dime, ¿cómo explicas lo que te ocurrió?
Diego pasó la mano por su barbilla y suspiró; no tenía manera de explicarlo, así que por muy inverosímil que fuera la idea, que Ale fuera su destinado, era la única opción hasta ese momento.
Un sonido se escuchó en el pasillo y la puerta del salón se abrió instantes después; Porfirio, el mayordomo principal de la mansión, permitió el paso de los invitados. Teresa caminó al frente, guiando a las tres personas que parecían intimidadas y fuera de lugar; Diego observó al jovencito de cabello castaño, que vestía de manera casual, pero, aun así, lo que más disfrutaba, era el tenue perfume de cereza que lo envolvía.
—Buenas noches, señores De León —saludó Teresa con amabilidad—, la familia Altamira Covarrubias está aquí —hizo un ligero ademán—. El señor, Francisco Altamira, su esposa, Elena Covarrubias y el joven, Alejandro Altamira.
Tanto el padre, como la madre del castaño se miraban muy jóvenes y eso era porque habían tenido a su hijo, Alejandro, cuando apenas iniciaban la preparatoria; después de eso, para sus otros tres hijos, esperaron más tiempo, así que el adolescente era varios años mayor que sus hermanos.
—Buenas noches —dijo Francisco, manteniendo una pose rígida, su esposa se mantuvo en silencio y su hijo miraba al piso, sintiéndose nervioso.
—Siéntense —Federico les hizo un ademán a los sillones de la sala.
Diego, sin dudar, caminó hasta Ale y lo sujetó de la mano, logrando que el adolescente se estremeciera; sin preguntar, lo guio al sillón de dos plazas, sentándose a su lado, sin soltarlo.
Francisco y Elena se sentaron también, pero se notaban inquietos. Teresa, se quedó tras la silla de ruedas de Federico, esperando sus indicaciones, mientras Porfirio y las demás asistentes, traían algunas bebidas y aperitivos.
—Supongo que, Teresa, ya les explicó la situación —señaló Federico, recibiendo una taza de té.
—S… —Francisco carraspeó—. Sí —dijo con más seguridad—, lo hizo en el trayecto hacia acá —sentenció.
—Eso nos ahorrará tiempo —Federico miró de soslayo a su hijo.
Diego miró a los padres de Ale y habló con seriedad— quiero casarme con Ale, en las próximas semanas.
El castaño tembló y miró al otro con susto.
—Pero… Ale es muy joven —Elena negó—. Ni siquiera ha tenido su primer celo y…
—Lo sé, pero estoy seguro que quiero casarme con él y no pienso dar marcha atrás en esa decisión —sentenció el rubio con total seguridad.
Francisco miró a su hijo y se inclinó, colocando los codos en sus rodillas— ¿qué es lo que tú quieres, Ale? —preguntó con calma.
—Yo… —el castaño tembló y sus ojos aceituna miraron a todos lados, antes de mirar al hombre que estaba a su lado—. No lo sé —su labio inferior tembló—. Yo, ni siquiera lo conozco y no sé…
Diego respiró profundamente— dime, ¿percibes mis feromonas? —preguntó, tratando de mantener la calma.
Ale dudó en responder, pero al final, tuvo que ser sincero— sí —dijo en un murmullo—, huele a caña de azúcar —se relamió los labios, pues sentía el intenso sabor y, aunque normalmente no le gustaba mucho el dulce, ese olor le estaba empezando a gustar, poco a poco.
El rubio sonrió; esas eran sus feromonas de seducción y no las había desplegado completamente, incluso, las mantenía suprimidas gracias al medicamento, por lo que, si Ale las percibía, era porque era mucho más receptivo a ellas, a diferencia de la mayoría de los Omega.
Sin dudar, Diego se movió y colocó una rodilla en el piso, sujetando la mano izquierda del otro, con suavidad— Ale, eres mi Omega destinado, por eso te pido que, te cases conmigo.
El castaño parpadeó con sorpresa y su mano apretó inconscientemente la del Alfa.
—¿Destinados? —sus mejillas se tiñeron de rojo y una extraña sensación se adueñó de su pecho.
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