Prólogo
La enorme mansión se encontraba llena de personas, todos habían ido a darle el pésame a Federico de León, quien se encontraba velando a su segundo hijo y a la pareja del mismo. Parecía que la suerte de su familia se había acabado, pues un par de años antes, había fallecido su segundo esposo y ahora, perdía a gran parte de su descendencia.
Todos sus trabajadores estaban en alerta, ya que les había ordenado que no bajaran la guardia, pues en ese momento, no confiaba en nadie; la confianza que le tenía a sus socios había disminuido considerablemente, pese a que el culpable de la muerte de su hijo, Rolando, su pareja y su hijo nonato, había sido un miembro de su misma familia.
¿Cómo confiar en otros si no podía confiar en sus propios hermanos?
Los socios y amigos de Federico, se acercaban a él, ofreciéndole sus condolencias y apartándose de inmediato, al no recibir respuesta; el rostro del hombre estaba impasible y su mirada parecía perdida, observando el féretro de su hijo, sintiéndose culpable por lo ocurrido y frustrado por no poder ir a cobrar venganza por su propia mano, ya que su condición no lo permitía.
Una sombra pasó al lado del hombre canoso y dejó dos enormes ramos de rosas blancas frente a los féretros, antes de regresar al lado de Federico.
El joven rubio, de veinticuatro años, puso una rodilla en el suelo y sujeto la mano de su padre, inclinando la cabeza, logrando que su cabello cayera por ambos lados de su rostro.
—He cumplido, padre —dijo en voz baja y fría—, la muerte de mi hermano y mi cuñado, ha sido cobrada por completo.
El hombre en silla de ruedas apretó la mano de su hijo menor— ¿toda esa familia? —preguntó con coraje contenido.
—Todos —repitió el joven, levantando el rostro, mirando con sus ojos verdes, los ojos de su padre, que tenían un tono más oscuro—. Incluso los hijos ilegítimos de todos los miembros, fueron rastreados y ejecutados esta misma tarde.
Un ligero esbozo de sonrisa se dibujó en los labios resecos de Federico.
—Somos los únicos De León que quedan… —un nudo en la garganta le hizo callar un momento—. De ahora en adelante, deberás tener mucho cuidado, Diego —sentenció—, especialmente ahora que, tendrás que tomar el control de todos los negocios y ser la cabeza de la familia.
—Seré precavido, padre —asintió el rubio.
Todos sus trabajadores estaban en alerta, ya que les había ordenado que no bajaran la guardia, pues en ese momento, no confiaba en nadie; la confianza que le tenía a sus socios había disminuido considerablemente, pese a que el culpable de la muerte de su hijo, Rolando, su pareja y su hijo nonato, había sido un miembro de su misma familia.
¿Cómo confiar en otros si no podía confiar en sus propios hermanos?
Los socios y amigos de Federico, se acercaban a él, ofreciéndole sus condolencias y apartándose de inmediato, al no recibir respuesta; el rostro del hombre estaba impasible y su mirada parecía perdida, observando el féretro de su hijo, sintiéndose culpable por lo ocurrido y frustrado por no poder ir a cobrar venganza por su propia mano, ya que su condición no lo permitía.
Una sombra pasó al lado del hombre canoso y dejó dos enormes ramos de rosas blancas frente a los féretros, antes de regresar al lado de Federico.
El joven rubio, de veinticuatro años, puso una rodilla en el suelo y sujeto la mano de su padre, inclinando la cabeza, logrando que su cabello cayera por ambos lados de su rostro.
—He cumplido, padre —dijo en voz baja y fría—, la muerte de mi hermano y mi cuñado, ha sido cobrada por completo.
El hombre en silla de ruedas apretó la mano de su hijo menor— ¿toda esa familia? —preguntó con coraje contenido.
—Todos —repitió el joven, levantando el rostro, mirando con sus ojos verdes, los ojos de su padre, que tenían un tono más oscuro—. Incluso los hijos ilegítimos de todos los miembros, fueron rastreados y ejecutados esta misma tarde.
Un ligero esbozo de sonrisa se dibujó en los labios resecos de Federico.
—Somos los únicos De León que quedan… —un nudo en la garganta le hizo callar un momento—. De ahora en adelante, deberás tener mucho cuidado, Diego —sentenció—, especialmente ahora que, tendrás que tomar el control de todos los negocios y ser la cabeza de la familia.
—Seré precavido, padre —asintió el rubio.
Comment Form is loading comments...