Capítulo VIII
Durante meses, Erick, Agustín, Reina, Joseph y Pascal, vivieron en el palacio del rey Diego. En ese lugar eran tratados con todas las consideraciones, especialmente porque todos sabían que Erick era el prometido del príncipe, aunque según el ojiazul, no había aceptado aún.
—Falta un mes para que cumplas diecinueve años —señaló el rubio, mirando a Erick, directamente a los ojos.
Aunque hacía aire frío, los árboles aún no se quedaban sin hojas, por lo que ambos habían salido a caminar por los jardines del palacio.
—Lo sé…
—He cumplido todo lo que has pedido —insistió el otro—, incluso, ya no he usado magia onírica en ti.
Erick pasó saliva— no… ¿No lo has hecho? —preguntó con nervios—. ¿De verdad?
—Desde que me dijiste que no querías, no lo he hecho —sonrió.
Erick bajó el rostro y pasó saliva con dificultad.
—¿Qué pasa? —indagó el rubio al ver el rostro rojo del otro.
—Ah… Es que… —movió las manos con nerviosismo—. Yo… Casi… Bueno… La verdad…
Alejandro frunció el ceño y fijó su mirada verde en el otro; dudó un momento, pero quería saber lo que el otro realmente pensaba y sabía que no tendría una respuesta con facilidad, así que se concentró y leyó la mente de Erick, encontrando el motivo de su nerviosismo.
—¡Has soñado conmigo! —dijo con voz sorprendida, ya que no era una pregunta, sino una afirmación.
Erick sintió un nudo en su garganta y apretó los labios con nerviosismo— yo… Creí que tú habías…
La mano del rubio se movió, sujetando al ojiazul por el mentón, levantando el rostro para verlo a los ojos— ¿te ha gustado lo que sueñas conmigo?
El pelinegro se estremeció, pero no se apartó del toque del otro— sí —respondió en un murmullo.
Alejandro sonrió con un dejo de orgullo y se acercó más a Erick, empujándolo con suavidad hasta recargarlo en el tronco del árbol que tenía más cerca; el ojiazul se dejó llevar con sumisión y cuando sintió que no podía dar un paso atrás, levantó el rostro, viendo al rubio.
—Realmente, solo nos hemos besado una vez —el ojiverde se acercó al rostro de Erick, pero se quedó a unos milímetros de los labios, permitiendo que su aliento rozara la piel de su pareja— y yo ni siquiera lo disfruté del todo, porque era un Shu-rui —señaló—, así que, tal vez, ya es momento de hacerlo de nuevo, ¿no lo crees?
Todo el cuerpo de Erick se estremeció y Alejandro lo sintió, debido a que lo sujetaba por la cintura.
—Pareces conejo asustado —comentó Alejandro con seriedad—, ¿no quieres que te bese?
Pese a que Alejandro quería besar a Erick, e incluso deseaba hacer más cosas, le había prometido a su madre que sería paciente, para no asustarlo, por eso necesitaba que el otro le permitiera avanzar.
Los labios de Erick se movieron, pero no hubo ningún sonido que saliera de su boca; estaba muy nervioso, pero quería responderle a Alejandro, así que, sin dudar más, movió el rostro y dio un beso rápido, apenas un toque suave en los labios del rubio; eso fue suficiente para que sintiera que la vergüenza lo consumía.
El rubio se sorprendió; fue un suave toque, que solo duró un segundo, tal vez menos, pero eso solo indicaba que su pareja, estaba dispuesto a permitirle avanzar.
—Conejo —musitó y se inclinó, dando otro beso en los labios sonrosados de Erick.
Esa caricia duró más tiempo y el ojiazul se rindió, abriendo los labios, para que el rubio tomara el control y lo guiara.
Mientras ahondaba el beso, las manos de Alejandro bajaron por el cuello, acariciando los hombros y volviendo a la cintura, sujetando con firmeza, presionando más el cuerpo de Erick contra el tronco del árbol; Erick titubeó, pero al final, terminó dejando que su cuerpo correspondiera, permitiendo que sus manos se posaran en el pecho de su pareja, aferrándose a la gabardina que portaba.
El pelinegro ansiaba esos toques, deseaba sentir lo que sus sueños le provocaban y corresponder justo cómo lo hacía en ellos; sabía que no era correcto, pero ya no podía controlarse más, pues su cuerpo se calcinaba con esos sueños que lo hacían despertar sudoroso y emocionado, por eso en ese momento, las sensaciones eran tan fuertes, que su cerebro dejó de pensar.
El rubio siguió disfrutando de los labios un poco más, hasta que se apartó, dando una mordida en el inferior, logrando sacar un poco de sangre; Erick se quejó y cuando abrió los parpados, se sorprendió de ver las pupilas alargadas en los ojos verdes, justo cómo cuando era un felino.
—Hagámoslo —ordenó Alejandro con voz ronca.
—¿Qué…? ¿Qué cosa?
El rubio sonrió ante la inocencia del otro— hagamos lo que hacíamos en tus sueños…
Los ojos del pelinegro se abrieron enormemente y un destello de lucidez lo devolvió a la realidad.
—¡¿Estás loco?! —preguntó en un murmullo—. Estamos en el jardín y…
Alejandro chasqueó los dedos, volviendo a besar a Erick con mayor demanda, sus manos se movieron diestras, desabrochando la ropa del torso con desespero, antes de sujetar a Erick por la cintura, levantándolo con facilidad, llevándolo consigo hasta dejarlo contra el suelo y acomodarse entre sus piernas.
—Alex —el ojiazul tembló—. Nos van a…
Alejandro lo silenció con otro beso, sus manos se movieron a desabrochar el pantalón y comenzar a desnudarlo con rapidez. La ropa quedó abierta y Alejandro por fin liberó los labios de su pareja, bajando por el cuello, marcando la piel con desespero.
—Alex… —Erick cubrió su boca, tratando de ahogar los gemidos—. No… No… Podemos… Aquí… Alguien…
El rubio se incorporó y le sonrió— ¿te preocupa que nos vean? —relamió sus labios—. No nos verán, te lo prometo.
—Pero… ¡¿Aquí?!
—Dónde sea —respondió con altanería y volvió a besarlo, para callar todas las réplicas.
Erick no entendía lo que Alejandro quería decir, pero tampoco podía negarse, pues, aunque su mente le decía que debía detenerlo, su cuerpo se rindió fácilmente; de inmediato las ropas de ambos quedaron regadas en el suelo. El ojiazul se dio cuenta que no sentía frío y el suelo tampoco le incomodaba, al contrario, parecía estar sobre suaves telas; su piel ardía ante el tacto de su pareja y poco a poco, empezó a transpirar, especialmente al sentir los labios bajando por su torso y acercarse peligrosamente a su vientre.
—Alex…
La voz suave y deseosa, llegó a los oídos del rubio, consiguiendo que perdiera la cordura, bajando hasta el sexo de su pareja, estimulándolo ansiosamente con la boca.
Erick soltó un gemido y de inmediato, llevó su mano izquierda a cubrir su boca, mientras la derecha fue al cabello dorado; su prime deseo fue tratar de apartarlo, para poder calmarse, pero su instinto lo hizo sujetar los mechones, guiándolo para que lo estimulara de la manera en que más disfrutaba.
El rubio levantó la mirada y observó el rostro de su pareja, pero no se apartó, al contrario, succionó con mayor avidez; sus manos se movieron a acariciar los muslos de Erick, bajando hasta la entrada oculta, donde sus dedos presionaron suavemente, conteniendo su ansiedad, para no precipitarse.
—Alex… —Erick movió las piernas, acariciando los hombros del rubio con sus pantorrillas, sintiendo descargas eléctricas cada que el dedo travieso presionaba su parte oculta y no pudo más.
Su espalda se arqueó y de inmediato, llegó al orgasmo, liberando su semen en la boca de su pareja. El rubio se apartó, dando una última lamida en el miembro que había estado disfrutando y sonrió.
—Te gustó, ¿cierto?
Erick asintió, pero no respondió, seguía tratando de no hacer ruido.
—Siendo así, sigamos…
El pelinegro tembló y estuvo a punto de asentir, cuando escuchó una voz llamándolo.
—¡Erick!
Erick volvió a sus cinco sentidos de inmediato, así que empujó al rubio con su pie y sujetó su ropa, cubriéndose con ella, mientras el ojiverde se sentó con gesto frustrado y pasó la mano por su cabello.
—¡Erick! —la voz de Agustín sonaba ansiosa, mientras se acercaba por el camino adoquinado.
—¿Estás seguro que está por aquí? —Julián lo seguía de cerca.
—Dijo que saldría a caminar con Alejandro —mencionó el menor.
El castaño soltó el aire con molestia y cruzó los brazos, mirando hacia todos lados; a simple vista no se miraba nada, por lo que cerró los parpados y al abrirlos, sus ojos mostraban un tono ambarino brilloso, de esa manera observó todo el patio y se dio cuenta que, bajo un árbol, la luz parecía deformarse.
«Eso es una cúpula de energía para hacerse invisible…» pensó con frialdad, «parece que querías divertirte, Alex, lamento la interrupción…» cerró los ojos y volvió sus pupilas a la normalidad.
—Tal vez volvieron adentro… —comentó con poco interés.
—Mi abuela me lo hubiera dicho —suspiró el adolescente con nervios.
—Posiblemente fueron a la biblioteca —insistió el castaño—, Alejandro me comentó que a tu hermano le gusta mucho ir a ver los libros de arte del reino.
Por un instante, Agustín se sobresaltó, pero luego sonrió—, es cierto, ¡vamos a buscarlo allá!
Con rapidez, sujetó la mano de Julián y lo llevó directamente hacia el edificio de biblioteca, casi arrastrándolo.
Erick aun se mantenía en su lugar, cubriéndose con la ropa, pero al ver que se hermano y Julián se iban, miró con sorpresa a Alejandro.
—¿No nos vieron?
—No —respondió el otro—, puse una magia de invisibilidad con el viento —sonrió con suficiencia y se movió lentamente, acercándose a su pareja—, ¿podemos seguir?
Erick sintió que sus mejillas ardían y se dio cuenta de inmediato lo que el otro quería.
—¡No! —se apartó y se puso de pie, apresurándose para ponerse la ropa.
—¿Por qué no? —Alejandro lo miró con frustración.
—Porque… Porque… —Erick se estaba poniendo el pantalón—. Porque no es correcto, ¡a menos que nos casemos!
—¿Significa que aceptas casarte conmigo?
Erick detuvo sus movimientos y luego miró de reojo al ojiverde, quien sonreía con cinismo; el pelinegro tomó aire e irguió la cabeza— siempre me presentas cómo tu prometido, supuse que era un hecho —respondió con algo de nervios.
—¿Te parece bien, hacerlo el mismo día de tu cumpleaños?
El pelinegro se acomodó la camisa y guardó silencio un momento; realmente estaba nervioso, pero se contuvo.
—Me… Me parece bien —accedió.
—Falta un mes para que cumplas diecinueve años —señaló el rubio, mirando a Erick, directamente a los ojos.
Aunque hacía aire frío, los árboles aún no se quedaban sin hojas, por lo que ambos habían salido a caminar por los jardines del palacio.
—Lo sé…
—He cumplido todo lo que has pedido —insistió el otro—, incluso, ya no he usado magia onírica en ti.
Erick pasó saliva— no… ¿No lo has hecho? —preguntó con nervios—. ¿De verdad?
—Desde que me dijiste que no querías, no lo he hecho —sonrió.
Erick bajó el rostro y pasó saliva con dificultad.
—¿Qué pasa? —indagó el rubio al ver el rostro rojo del otro.
—Ah… Es que… —movió las manos con nerviosismo—. Yo… Casi… Bueno… La verdad…
Alejandro frunció el ceño y fijó su mirada verde en el otro; dudó un momento, pero quería saber lo que el otro realmente pensaba y sabía que no tendría una respuesta con facilidad, así que se concentró y leyó la mente de Erick, encontrando el motivo de su nerviosismo.
—¡Has soñado conmigo! —dijo con voz sorprendida, ya que no era una pregunta, sino una afirmación.
Erick sintió un nudo en su garganta y apretó los labios con nerviosismo— yo… Creí que tú habías…
La mano del rubio se movió, sujetando al ojiazul por el mentón, levantando el rostro para verlo a los ojos— ¿te ha gustado lo que sueñas conmigo?
El pelinegro se estremeció, pero no se apartó del toque del otro— sí —respondió en un murmullo.
Alejandro sonrió con un dejo de orgullo y se acercó más a Erick, empujándolo con suavidad hasta recargarlo en el tronco del árbol que tenía más cerca; el ojiazul se dejó llevar con sumisión y cuando sintió que no podía dar un paso atrás, levantó el rostro, viendo al rubio.
—Realmente, solo nos hemos besado una vez —el ojiverde se acercó al rostro de Erick, pero se quedó a unos milímetros de los labios, permitiendo que su aliento rozara la piel de su pareja— y yo ni siquiera lo disfruté del todo, porque era un Shu-rui —señaló—, así que, tal vez, ya es momento de hacerlo de nuevo, ¿no lo crees?
Todo el cuerpo de Erick se estremeció y Alejandro lo sintió, debido a que lo sujetaba por la cintura.
—Pareces conejo asustado —comentó Alejandro con seriedad—, ¿no quieres que te bese?
Pese a que Alejandro quería besar a Erick, e incluso deseaba hacer más cosas, le había prometido a su madre que sería paciente, para no asustarlo, por eso necesitaba que el otro le permitiera avanzar.
Los labios de Erick se movieron, pero no hubo ningún sonido que saliera de su boca; estaba muy nervioso, pero quería responderle a Alejandro, así que, sin dudar más, movió el rostro y dio un beso rápido, apenas un toque suave en los labios del rubio; eso fue suficiente para que sintiera que la vergüenza lo consumía.
El rubio se sorprendió; fue un suave toque, que solo duró un segundo, tal vez menos, pero eso solo indicaba que su pareja, estaba dispuesto a permitirle avanzar.
—Conejo —musitó y se inclinó, dando otro beso en los labios sonrosados de Erick.
Esa caricia duró más tiempo y el ojiazul se rindió, abriendo los labios, para que el rubio tomara el control y lo guiara.
Mientras ahondaba el beso, las manos de Alejandro bajaron por el cuello, acariciando los hombros y volviendo a la cintura, sujetando con firmeza, presionando más el cuerpo de Erick contra el tronco del árbol; Erick titubeó, pero al final, terminó dejando que su cuerpo correspondiera, permitiendo que sus manos se posaran en el pecho de su pareja, aferrándose a la gabardina que portaba.
El pelinegro ansiaba esos toques, deseaba sentir lo que sus sueños le provocaban y corresponder justo cómo lo hacía en ellos; sabía que no era correcto, pero ya no podía controlarse más, pues su cuerpo se calcinaba con esos sueños que lo hacían despertar sudoroso y emocionado, por eso en ese momento, las sensaciones eran tan fuertes, que su cerebro dejó de pensar.
El rubio siguió disfrutando de los labios un poco más, hasta que se apartó, dando una mordida en el inferior, logrando sacar un poco de sangre; Erick se quejó y cuando abrió los parpados, se sorprendió de ver las pupilas alargadas en los ojos verdes, justo cómo cuando era un felino.
—Hagámoslo —ordenó Alejandro con voz ronca.
—¿Qué…? ¿Qué cosa?
El rubio sonrió ante la inocencia del otro— hagamos lo que hacíamos en tus sueños…
Los ojos del pelinegro se abrieron enormemente y un destello de lucidez lo devolvió a la realidad.
—¡¿Estás loco?! —preguntó en un murmullo—. Estamos en el jardín y…
Alejandro chasqueó los dedos, volviendo a besar a Erick con mayor demanda, sus manos se movieron diestras, desabrochando la ropa del torso con desespero, antes de sujetar a Erick por la cintura, levantándolo con facilidad, llevándolo consigo hasta dejarlo contra el suelo y acomodarse entre sus piernas.
—Alex —el ojiazul tembló—. Nos van a…
Alejandro lo silenció con otro beso, sus manos se movieron a desabrochar el pantalón y comenzar a desnudarlo con rapidez. La ropa quedó abierta y Alejandro por fin liberó los labios de su pareja, bajando por el cuello, marcando la piel con desespero.
—Alex… —Erick cubrió su boca, tratando de ahogar los gemidos—. No… No… Podemos… Aquí… Alguien…
El rubio se incorporó y le sonrió— ¿te preocupa que nos vean? —relamió sus labios—. No nos verán, te lo prometo.
—Pero… ¡¿Aquí?!
—Dónde sea —respondió con altanería y volvió a besarlo, para callar todas las réplicas.
Erick no entendía lo que Alejandro quería decir, pero tampoco podía negarse, pues, aunque su mente le decía que debía detenerlo, su cuerpo se rindió fácilmente; de inmediato las ropas de ambos quedaron regadas en el suelo. El ojiazul se dio cuenta que no sentía frío y el suelo tampoco le incomodaba, al contrario, parecía estar sobre suaves telas; su piel ardía ante el tacto de su pareja y poco a poco, empezó a transpirar, especialmente al sentir los labios bajando por su torso y acercarse peligrosamente a su vientre.
—Alex…
La voz suave y deseosa, llegó a los oídos del rubio, consiguiendo que perdiera la cordura, bajando hasta el sexo de su pareja, estimulándolo ansiosamente con la boca.
Erick soltó un gemido y de inmediato, llevó su mano izquierda a cubrir su boca, mientras la derecha fue al cabello dorado; su prime deseo fue tratar de apartarlo, para poder calmarse, pero su instinto lo hizo sujetar los mechones, guiándolo para que lo estimulara de la manera en que más disfrutaba.
El rubio levantó la mirada y observó el rostro de su pareja, pero no se apartó, al contrario, succionó con mayor avidez; sus manos se movieron a acariciar los muslos de Erick, bajando hasta la entrada oculta, donde sus dedos presionaron suavemente, conteniendo su ansiedad, para no precipitarse.
—Alex… —Erick movió las piernas, acariciando los hombros del rubio con sus pantorrillas, sintiendo descargas eléctricas cada que el dedo travieso presionaba su parte oculta y no pudo más.
Su espalda se arqueó y de inmediato, llegó al orgasmo, liberando su semen en la boca de su pareja. El rubio se apartó, dando una última lamida en el miembro que había estado disfrutando y sonrió.
—Te gustó, ¿cierto?
Erick asintió, pero no respondió, seguía tratando de no hacer ruido.
—Siendo así, sigamos…
El pelinegro tembló y estuvo a punto de asentir, cuando escuchó una voz llamándolo.
—¡Erick!
Erick volvió a sus cinco sentidos de inmediato, así que empujó al rubio con su pie y sujetó su ropa, cubriéndose con ella, mientras el ojiverde se sentó con gesto frustrado y pasó la mano por su cabello.
—¡Erick! —la voz de Agustín sonaba ansiosa, mientras se acercaba por el camino adoquinado.
—¿Estás seguro que está por aquí? —Julián lo seguía de cerca.
—Dijo que saldría a caminar con Alejandro —mencionó el menor.
El castaño soltó el aire con molestia y cruzó los brazos, mirando hacia todos lados; a simple vista no se miraba nada, por lo que cerró los parpados y al abrirlos, sus ojos mostraban un tono ambarino brilloso, de esa manera observó todo el patio y se dio cuenta que, bajo un árbol, la luz parecía deformarse.
«Eso es una cúpula de energía para hacerse invisible…» pensó con frialdad, «parece que querías divertirte, Alex, lamento la interrupción…» cerró los ojos y volvió sus pupilas a la normalidad.
—Tal vez volvieron adentro… —comentó con poco interés.
—Mi abuela me lo hubiera dicho —suspiró el adolescente con nervios.
—Posiblemente fueron a la biblioteca —insistió el castaño—, Alejandro me comentó que a tu hermano le gusta mucho ir a ver los libros de arte del reino.
Por un instante, Agustín se sobresaltó, pero luego sonrió—, es cierto, ¡vamos a buscarlo allá!
Con rapidez, sujetó la mano de Julián y lo llevó directamente hacia el edificio de biblioteca, casi arrastrándolo.
Erick aun se mantenía en su lugar, cubriéndose con la ropa, pero al ver que se hermano y Julián se iban, miró con sorpresa a Alejandro.
—¿No nos vieron?
—No —respondió el otro—, puse una magia de invisibilidad con el viento —sonrió con suficiencia y se movió lentamente, acercándose a su pareja—, ¿podemos seguir?
Erick sintió que sus mejillas ardían y se dio cuenta de inmediato lo que el otro quería.
—¡No! —se apartó y se puso de pie, apresurándose para ponerse la ropa.
—¿Por qué no? —Alejandro lo miró con frustración.
—Porque… Porque… —Erick se estaba poniendo el pantalón—. Porque no es correcto, ¡a menos que nos casemos!
—¿Significa que aceptas casarte conmigo?
Erick detuvo sus movimientos y luego miró de reojo al ojiverde, quien sonreía con cinismo; el pelinegro tomó aire e irguió la cabeza— siempre me presentas cómo tu prometido, supuse que era un hecho —respondió con algo de nervios.
—¿Te parece bien, hacerlo el mismo día de tu cumpleaños?
El pelinegro se acomodó la camisa y guardó silencio un momento; realmente estaba nervioso, pero se contuvo.
—Me… Me parece bien —accedió.
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