Capítulo VI
El solsticio de invierno llegó, por lo que Reina, Joseph y Pascal, debían prepararse para el cumpleaños de Erick, que sería cuatro días después; habían decidido realizar una cena especial y Pascal quería cazar un venado, Joseph conseguiría un vino adecuado para que Erick probara el alcohol por primera vez y Reina necesitaba todos los ingredientes para el pastel que prepararía ese día.
Por esa razón, los dos ancianos no estuvieron esos días en la Hacienda, ya que Pascal fue a recorrer el bosque y Joseph al pueblo a comprar todo lo necesario, regresando el día veinticuatro, con todo lo que se ocuparía para celebrar.
Erick y Agustín, junto con sus mascotas, se mantuvieron entretenidos en los patios interiores, para no molestar en los preparativos, pero notaban que los guardias estaban más huraños de lo normal, ya que les rehuían notablemente.
Esa noche, todos se fueron a dormir temprano; al día siguiente, sería un día ocupado, sin imaginar que, esa misma noche, las cosas se volverían un caos.
Erick estaba dormido en su cama y Alex estaba a su lado, pero un ruido de caballos en el exterior, hizo que el felino levantara la cabeza de inmediato; saltó de la cama y apresuró el paso hacia el balcón, encontrándose a Juls ahí, mirando con fiereza lo que ocurría.
En el patio exterior, un grupo de caballeros, todos vestidos de negro, llegaron a la hacienda, entrando con facilidad. Ambos animales se mirando entre sí y volvieron a las habitaciones de los jovencitos; al entrar, el felino observó al maestro del ojiazul, acercándose a la cama, aun en completa oscuridad.
—Joven, Erick, ¡despierte!
La voz ansiosa de Joseph se escuchó, al mover al chico por los hombros.
—¿Qué…? ¿Qué pasa? —preguntó el ojiazul, un tanto adormilado.
—¡Debe escapar! —añadió el anciano con preocupación—. ¡Los caballeros del rey vinieron por usted!
—¿Por mí?
—No hay tiempo para explicar, ¡levántese! —apresuró el canoso con nervios.
En ese momento, la puerta se abrió, Reina entró, llevando a Agustín de la mano, quien también tenía un gesto confundido, pues su abuela lo acababa de despertar y siguiéndolos de cerca, el lobo Juls estaba alerta.
—Tienen que salir de inmediato, ¡no tardan en entrar! —apresuró la mujer.
Joseph asintió y se encaminó a la chimenea de la habitación; jaló una palanca y la chimenea se movió, dejando al descubierto un pasadizo.
—Síganlo, cuando encuentren dos caminos, tomen el de la derecha —especificó—, por ahí llegarán a la cabaña de Pascal y él los pondrá a salvo —indicó Joseph, empujando a Erick para que ingresara y luego, sujetó a Agustín, haciendo que también se metiera a ese camino oscuro.
Reina empujó al león y al lobo para que siguieran a los hermanos también— cuídenlos, por favor —suplicó para los animales y corrió hacia la puerta.
—Pero, ¿y ustedes? —preguntó Erick, al ver que los ancianos no los seguirían.
—Les daremos tiempo —sentenció el hombre con nervios y cerró el pasaje, dejando a los niños y a los animales solos.
—¿Qué está pasando? —preguntó Agustín confundido, pues no entendía nada de lo que ocurría.
—No sé —Erick se sentía muy inquieto, pero solo tenía que obedecer lo que Joseph había dicho—. Hay que llegar con Pascal, tal vez, él nos pueda explicar.
Los hermanos iniciaron su andar, al lado de cada uno, sus mascotas parecían guiarlos, pues estaba tan oscuro, que ellos no miraban nada.
A medio camino, encontraron una extraña luz; era un lugar donde había un mechero encendido y había dos caminos, justo como Joseph dijo, por lo que tomaron el de la derecha. Minutos después, llegaron a lo que parecía una pequeña bóveda y al final, había una escalera que apenas pudieron notar, gracias a la luz que se colaba del techo de madera, mismo que parecía el piso de la cabaña de Pascal.
—Creo que llegamos… —musitó Erick.
El pelinegro estuvo a punto de subir las escaleras, cuando los ruidos se escucharon con fuerza.
—¡Sometan a este de aquí! —gritó una voz varonil.
—Pero, ¡¿qué hacen?! —Pascal también se escuchaba contrariado—. Sólo soy el que cuida los caballos.
Un quejido se escuchó y otra voz prosiguió— silencio anciano, si no quieres morir aquí, ¡es mejor que obedezcas!
Pisadas, gritos y cosas cayendo; algo buscaban esos sujetos en la cabaña.
—¡Aquí tampoco están! —anunció uno.
—¡¿Dónde están los hijos del rey?!
—Los jóvenes deben estar en la casona princi… —un ruido sordo interrumpió la voz de Pascal.
—No mientas anciano, ¡allá no están!
Agustín respiraba con agitación, estaba furioso y Erick lo abrazó, cubriendo la boca de su hermano, porque parecía querer gritar e interrumpir lo que estaba ocurriendo arriba; no entendía del todo, pero era obvio que los estaban buscando y seguramente no era para nada bueno, especialmente si los ancianos no querían que los encontraran.
—Debemos volver —indicó Erick en un susurro.
Agustín titubeó, pero finalmente asintió y regresaron los pasos, seguidos por sus mascotas, pero al llegar a la zona donde estaba la antorcha, Agustín detuvo a su hermano.
—No creo que podamos entrar a la casa, si Joseph abrió desde adentro —señaló en voz baja.
Erick titubeó; su hermano tenía razón, pero no sabía qué más hacer.
El lobo olfateó un poco, yendo hacia el camino de la izquierda y luego regresó, fijando su mirada ámbar en el felino. Alex se movió tras Erick y lo empujó con la cabeza, hacia ese camino.
—¿Qué pasa? —preguntó el ojiazul.
El león siguió empujándolo con su cabeza, de manera insistente y el lobo sujetó con su mandíbula, la manga del pijama de Agustín, tirando hacia ese camino.
—Creo que quieren que vayamos para allá.
—Pero Joseph dijo que tomáramos el de la derecha —señaló Erick con seriedad.
—Si, porque era para llegar con Pascal —objetó su hermano—, pero no podemos ir allá, a Pascal ya lo agarraron esos extraños.
Con esa respuesta, Erick entendió que no les quedaba otra opción, así que respiró profundo y se dirigió al camino de la izquierda, seguido de su hermano y las mascotas de ambos.
Por esa razón, los dos ancianos no estuvieron esos días en la Hacienda, ya que Pascal fue a recorrer el bosque y Joseph al pueblo a comprar todo lo necesario, regresando el día veinticuatro, con todo lo que se ocuparía para celebrar.
Erick y Agustín, junto con sus mascotas, se mantuvieron entretenidos en los patios interiores, para no molestar en los preparativos, pero notaban que los guardias estaban más huraños de lo normal, ya que les rehuían notablemente.
Esa noche, todos se fueron a dormir temprano; al día siguiente, sería un día ocupado, sin imaginar que, esa misma noche, las cosas se volverían un caos.
Erick estaba dormido en su cama y Alex estaba a su lado, pero un ruido de caballos en el exterior, hizo que el felino levantara la cabeza de inmediato; saltó de la cama y apresuró el paso hacia el balcón, encontrándose a Juls ahí, mirando con fiereza lo que ocurría.
En el patio exterior, un grupo de caballeros, todos vestidos de negro, llegaron a la hacienda, entrando con facilidad. Ambos animales se mirando entre sí y volvieron a las habitaciones de los jovencitos; al entrar, el felino observó al maestro del ojiazul, acercándose a la cama, aun en completa oscuridad.
—Joven, Erick, ¡despierte!
La voz ansiosa de Joseph se escuchó, al mover al chico por los hombros.
—¿Qué…? ¿Qué pasa? —preguntó el ojiazul, un tanto adormilado.
—¡Debe escapar! —añadió el anciano con preocupación—. ¡Los caballeros del rey vinieron por usted!
—¿Por mí?
—No hay tiempo para explicar, ¡levántese! —apresuró el canoso con nervios.
En ese momento, la puerta se abrió, Reina entró, llevando a Agustín de la mano, quien también tenía un gesto confundido, pues su abuela lo acababa de despertar y siguiéndolos de cerca, el lobo Juls estaba alerta.
—Tienen que salir de inmediato, ¡no tardan en entrar! —apresuró la mujer.
Joseph asintió y se encaminó a la chimenea de la habitación; jaló una palanca y la chimenea se movió, dejando al descubierto un pasadizo.
—Síganlo, cuando encuentren dos caminos, tomen el de la derecha —especificó—, por ahí llegarán a la cabaña de Pascal y él los pondrá a salvo —indicó Joseph, empujando a Erick para que ingresara y luego, sujetó a Agustín, haciendo que también se metiera a ese camino oscuro.
Reina empujó al león y al lobo para que siguieran a los hermanos también— cuídenlos, por favor —suplicó para los animales y corrió hacia la puerta.
—Pero, ¿y ustedes? —preguntó Erick, al ver que los ancianos no los seguirían.
—Les daremos tiempo —sentenció el hombre con nervios y cerró el pasaje, dejando a los niños y a los animales solos.
—¿Qué está pasando? —preguntó Agustín confundido, pues no entendía nada de lo que ocurría.
—No sé —Erick se sentía muy inquieto, pero solo tenía que obedecer lo que Joseph había dicho—. Hay que llegar con Pascal, tal vez, él nos pueda explicar.
Los hermanos iniciaron su andar, al lado de cada uno, sus mascotas parecían guiarlos, pues estaba tan oscuro, que ellos no miraban nada.
A medio camino, encontraron una extraña luz; era un lugar donde había un mechero encendido y había dos caminos, justo como Joseph dijo, por lo que tomaron el de la derecha. Minutos después, llegaron a lo que parecía una pequeña bóveda y al final, había una escalera que apenas pudieron notar, gracias a la luz que se colaba del techo de madera, mismo que parecía el piso de la cabaña de Pascal.
—Creo que llegamos… —musitó Erick.
El pelinegro estuvo a punto de subir las escaleras, cuando los ruidos se escucharon con fuerza.
—¡Sometan a este de aquí! —gritó una voz varonil.
—Pero, ¡¿qué hacen?! —Pascal también se escuchaba contrariado—. Sólo soy el que cuida los caballos.
Un quejido se escuchó y otra voz prosiguió— silencio anciano, si no quieres morir aquí, ¡es mejor que obedezcas!
Pisadas, gritos y cosas cayendo; algo buscaban esos sujetos en la cabaña.
—¡Aquí tampoco están! —anunció uno.
—¡¿Dónde están los hijos del rey?!
—Los jóvenes deben estar en la casona princi… —un ruido sordo interrumpió la voz de Pascal.
—No mientas anciano, ¡allá no están!
Agustín respiraba con agitación, estaba furioso y Erick lo abrazó, cubriendo la boca de su hermano, porque parecía querer gritar e interrumpir lo que estaba ocurriendo arriba; no entendía del todo, pero era obvio que los estaban buscando y seguramente no era para nada bueno, especialmente si los ancianos no querían que los encontraran.
—Debemos volver —indicó Erick en un susurro.
Agustín titubeó, pero finalmente asintió y regresaron los pasos, seguidos por sus mascotas, pero al llegar a la zona donde estaba la antorcha, Agustín detuvo a su hermano.
—No creo que podamos entrar a la casa, si Joseph abrió desde adentro —señaló en voz baja.
Erick titubeó; su hermano tenía razón, pero no sabía qué más hacer.
El lobo olfateó un poco, yendo hacia el camino de la izquierda y luego regresó, fijando su mirada ámbar en el felino. Alex se movió tras Erick y lo empujó con la cabeza, hacia ese camino.
—¿Qué pasa? —preguntó el ojiazul.
El león siguió empujándolo con su cabeza, de manera insistente y el lobo sujetó con su mandíbula, la manga del pijama de Agustín, tirando hacia ese camino.
—Creo que quieren que vayamos para allá.
—Pero Joseph dijo que tomáramos el de la derecha —señaló Erick con seriedad.
—Si, porque era para llegar con Pascal —objetó su hermano—, pero no podemos ir allá, a Pascal ya lo agarraron esos extraños.
Con esa respuesta, Erick entendió que no les quedaba otra opción, así que respiró profundo y se dirigió al camino de la izquierda, seguido de su hermano y las mascotas de ambos.
Los jóvenes siguieron el pasillo que se oscureció poco después, por lo que ambos, pusieron la mano en el lomo de sus mascotas, para poder caminar con mayor seguridad, porque ellos parecían ver sin problema.
Después de un largo camino, se detuvieron ante una puerta de madera y al otro lado, por medio de unas ventanillas en la misma, observaron algo de luz.
—Creo que es la mina cerrada, ¡la que está cerca de la hacienda! —comentó Erick con asombro.
—Una manera segura de escapar de la casa —Agustín respiró aliviado—, seguramente esta puerta es para que los animales no se metan a los pasadizos —comentó, tocando la superficie gruesa de madera.
—Espero que podamos abrirla.
Erick intentó abrir el cerrojo de metal y sintió que la palanca pesaba.
—Te ayudo —Agustín también quiso moverlo, pero parecía estar pegado.
—Seguramente tiene mucho que no se utiliza —Erick suspiró.
—¿Cómo saldremos de aquí? —el menor suspiró.
—Busquemos, es posible que haya algo aquí que nos sirva para abrir la puerta.
En esa zona, había varios objetos que parecían herramientas viejas, por lo que podían usar algo para abrir. Mientras ellos buscaban, el león se acercó a la puerta y gruñó débilmente, con ello, el cerrojo cedió y se abrió con rapidez.
El lobo gruñó, llamando la atención de Agustín, quien, al voltear, observó como la puerta era empujada por el león de su hermano.
—¡Ya se abrió! —comentó el jovencito con emoción.
—¡Que bien! —Erick sonrió aliviado—. ¡Vamos!
Ambos salieron, llegando a la entrada de la cueva, observando como la nieve ya cubría todo el terreno.
—Deberíamos pasar aquí la noche —Agustín se talló los brazos, hacía frío y ellos no estaban muy abrigados, ya que solo traían su ropa de cama.
—Y si los sujetos que nos buscan, ¿saben de esta mina? —Erick miró a su hermano con nervios—. No creo que sea bueno quedarnos por aquí o nos encontrarán, Agus.
—¿Qué hacemos entonces? —preguntó el menor, un tanto nervioso.
—Podríamos intentar llegar al pueblo —señaló el ojiazul—. Desde aquí, solo hay que llegar al camino y luego seguirlo.
—El pueblo está a casi un día de camino, Erick, es de noche y no sabemos qué podemos encontrar.
Mientras ellos pensaban y discutían qué hacer, sus mascotas escucharon ruidos y dieron un salto, uno hacia la entrada y otro hacia la puerta de madera, poniéndose ambos a la defensiva, gruñendo con ferocidad, alertando a sus dueños.
Erick y Agustín, observaron a los animales, antes de escuchar ruidos; en el túnel por el que acababan de salir, se escuchaban ecos de ladridos y por el acceso de la mina, se oían a lo lejos, unos caballos relinchar.
—¿Son perros? —preguntó el menor.
—¡Nos están buscando! —señaló el ojiazul, pero se dio cuenta que no tenían mucho tiempo—. ¡Hay que salir de aquí antes de que nos atrapen!
Los dos corrieron hacia la salida, seguidos de sus animales, tratando de alejarse de ese lugar, pero en poco, pudieron notar a unos hombres sobre caballos llegando a todo galope y a otros, saliendo de la cueva, sujetando a unos perros con correas.
Agustín observó a los hombres que bajaban de los caballos, sacando sus armas y supo que querían matarlos.
—¡Vete, Erick! —ordenó el menor, empujando a su hermano.
—¡No voy a dejarte!
—Eres el más importante de los dos —dijo el niño con seriedad—, ¡seguramente vienen buscando al heredero del Ducado!
Con esas palabras, el ojiazul entendió lo que su hermano le quería decir y una opresión en su pecho se hizo presente.
—Agus, no… —negó y sus ojos se humedecieron de inmediato, imaginando lo peor.
El menor no hizo caso, lo empujó y Erick casi cae, pero Alex lo detuvo, colocándose tras él.
—Estaré bien —sonrió Agustín—, Juls me protegerá, tranquilo.
—¡No voy a dejarte! —el gesto de Erick era de miedo— ¡No puedo! —su voz se quebró.
—Tienes qué hacerlo —sonrió Agustín y miró al león—. Alex, ¡llévatelo! —ordenó.
El león observó al niño y luego le dedicó una mirada al lobo, antes de sujetar entre sus fauces parte del pijama de Erick y subirlo sobre su lomo, emprendiendo el camino hacia el bosque.
—No creí que me fuera a hacer caso... —titubeó Agustín y luego agarró una rama que estaba cerca—. De acuerdo, puedo darles tiempo…
Los hombres soltaron a los perros y uno se apresuró a ir hacia el jovencito, siendo el más rápido, estuvo a punto de alcanzar a Agustín, pero Juls se interpuso en el camino y le mordió el cuello, matándolo al instante; cuando soltó el cadáver, el lobo gruñó hacia los otros dos, que se detuvieron de inmediato, alerta de la situación.
Un aullido del lobo, logró que los dos sabuesos dieran la vuelta y se alejaran corriendo, gimoteando con la cola entre las patas. Los entrenadores se sorprendieron, pero de inmediato cobraron la razón, molestándose por lo que acababan de ver.
—Nosotros iremos por el otro —uno de los que había llegado a caballo habló—, ustedes tres, encárguense de este —ordenó y con una señal, los otros cuatro hombres, junto con él, volvieron a montar a los caballos y galoparon hacia el bosque.
—Así que tienes un perro también —dijo el líder de los tres que habían perdido a sus canes y sacó su espada—, pues ahora será mío, como recompensa por el que acaba de matar.
Agustín vio al sujeto con molestia— no creo que Juls deje que un tipo como tú, le dé órdenes —aseguró con orgullo.
Los otros dos sujetos caminaron, intentando rodear a su presa y el menor tembló, no sabía qué hacer en realidad.
Cuando el dueño del perro que acababa de morir, se abalanzó sobre el jovencito, Agustín cerró los ojos y luego escuchó un grito de dolor.
—Ni sueñes que te voy a dejar tocarlo —anunció un joven de cabello castaño, quien había evitado que la espada del extraño alcanzara a Agustín.
El pelinegro se asustó, porque no entendía lo que había ocurrido, pero las palabras del hombre sobre la nieve, le sorprendieron.
—Tú… ¡¿cómo es posible que te hayas convertido en un humano?! ¡¿Eras un lobo?!
—Lobo o humano —Julián movió la mano y sus garras se extendieron, dio un paso y con ellas arrancó la mitad del cuello del sujeto—, no voy a dejar que toques un solo cabello de mi pareja —sentenció fríamente.
El hombre soltó la espada y llevó ambas manos a su cuello, tratando de evitar que la sangre brotara, pero era imposible; cayó de costado sobre la nieve, ahogándose con el líquido carmesí.
Los otros dos individuos temblaron, pero sujetaron sus espadas hacia enfrente, intentando intimidar al castaño.
—¡Quédate quieto! —dijo uno.
—¡Sólo queremos al niño! —sentenció el otro con nervios.
—No creo que él, quiera ir con ustedes, ¿no es así, Guti? —Julián miró a Agustín por encima de su hombro y sonrió.
Agustín sintió que su corazón se aceleraba y sus mejillas se tiñeron de rojo ante esas palabras y la mirada del otro— no —musitó—, no quiero —negó con lentitud.
—¿Lo ven? —Julián sonrió—. Así que, no pienso dejar que se acerquen.
El cuerpo del castaño se disolvió, convirtiéndose en una nube negra y se movió rápidamente hacia uno de los sujetos; la neblina lo envolvió y le aparecieron varias heridas, muy parecidas a las del hombre que yacía muerto en la nieve, logrando que cayera también, desangrándose lentamente.
Después fue hasta colocarse frente al otro, al cual intentó herirlo, agitando la espada contra la niebla, pero no logró nada; parte de la neblina se movió y pareció introducirse en el pecho del hombre, mismo que dejó de moverse y soltó el arma, justo en ese momento, el cuerpo de Julián se volvió tangible y era su mano la que estaba en el pecho del hombre, donde lo había atravesado y con un movimiento rápido, le sacó el corazón; el cuerpo cayó contra la nieve, convulsionándose, a la par que el castaño soltaba el órgano que dejaba de palpitar, lentamente.
—Demasiado débiles —sonrió y lamió su mano, llena de sangre.
Agustín estaba paralizado de miedo y cayó sentado sobre la nieve, mientras su mirada miel observaba al castaño.
Julián giró el rostro, se relamió los labios y sonrió para tranquilizar al niño, antes de caminar hasta él y ponerse de cuclillas— ¿estás bien? —preguntó con voz amable.
—Tú… Tú… —Agustín temblaba—. ¿De verdad eres… Juls? —terminó en un murmullo.
—Mi nombre es Julián —especificó el otro—, pero sí, soy ese lobo que durmió contigo todas las noches, desde hace casi un año —le guiñó el ojo.
Agustín escuchó eso y muchos recuerdos se agolparon en su mente, por lo que no pudo soportar las emociones que lo inundaron y terminó perdiendo el conocimiento. Antes de que el niño se desvaneciera contra la nieve, Julián lo sujetó y levantó con cuidado.
—Fueron demasiadas emociones para ti —suspiró—. Por ahora, debo ponerte a salvo, hasta que Alex decida qué hacer…
Después de un largo camino, se detuvieron ante una puerta de madera y al otro lado, por medio de unas ventanillas en la misma, observaron algo de luz.
—Creo que es la mina cerrada, ¡la que está cerca de la hacienda! —comentó Erick con asombro.
—Una manera segura de escapar de la casa —Agustín respiró aliviado—, seguramente esta puerta es para que los animales no se metan a los pasadizos —comentó, tocando la superficie gruesa de madera.
—Espero que podamos abrirla.
Erick intentó abrir el cerrojo de metal y sintió que la palanca pesaba.
—Te ayudo —Agustín también quiso moverlo, pero parecía estar pegado.
—Seguramente tiene mucho que no se utiliza —Erick suspiró.
—¿Cómo saldremos de aquí? —el menor suspiró.
—Busquemos, es posible que haya algo aquí que nos sirva para abrir la puerta.
En esa zona, había varios objetos que parecían herramientas viejas, por lo que podían usar algo para abrir. Mientras ellos buscaban, el león se acercó a la puerta y gruñó débilmente, con ello, el cerrojo cedió y se abrió con rapidez.
El lobo gruñó, llamando la atención de Agustín, quien, al voltear, observó como la puerta era empujada por el león de su hermano.
—¡Ya se abrió! —comentó el jovencito con emoción.
—¡Que bien! —Erick sonrió aliviado—. ¡Vamos!
Ambos salieron, llegando a la entrada de la cueva, observando como la nieve ya cubría todo el terreno.
—Deberíamos pasar aquí la noche —Agustín se talló los brazos, hacía frío y ellos no estaban muy abrigados, ya que solo traían su ropa de cama.
—Y si los sujetos que nos buscan, ¿saben de esta mina? —Erick miró a su hermano con nervios—. No creo que sea bueno quedarnos por aquí o nos encontrarán, Agus.
—¿Qué hacemos entonces? —preguntó el menor, un tanto nervioso.
—Podríamos intentar llegar al pueblo —señaló el ojiazul—. Desde aquí, solo hay que llegar al camino y luego seguirlo.
—El pueblo está a casi un día de camino, Erick, es de noche y no sabemos qué podemos encontrar.
Mientras ellos pensaban y discutían qué hacer, sus mascotas escucharon ruidos y dieron un salto, uno hacia la entrada y otro hacia la puerta de madera, poniéndose ambos a la defensiva, gruñendo con ferocidad, alertando a sus dueños.
Erick y Agustín, observaron a los animales, antes de escuchar ruidos; en el túnel por el que acababan de salir, se escuchaban ecos de ladridos y por el acceso de la mina, se oían a lo lejos, unos caballos relinchar.
—¿Son perros? —preguntó el menor.
—¡Nos están buscando! —señaló el ojiazul, pero se dio cuenta que no tenían mucho tiempo—. ¡Hay que salir de aquí antes de que nos atrapen!
Los dos corrieron hacia la salida, seguidos de sus animales, tratando de alejarse de ese lugar, pero en poco, pudieron notar a unos hombres sobre caballos llegando a todo galope y a otros, saliendo de la cueva, sujetando a unos perros con correas.
Agustín observó a los hombres que bajaban de los caballos, sacando sus armas y supo que querían matarlos.
—¡Vete, Erick! —ordenó el menor, empujando a su hermano.
—¡No voy a dejarte!
—Eres el más importante de los dos —dijo el niño con seriedad—, ¡seguramente vienen buscando al heredero del Ducado!
Con esas palabras, el ojiazul entendió lo que su hermano le quería decir y una opresión en su pecho se hizo presente.
—Agus, no… —negó y sus ojos se humedecieron de inmediato, imaginando lo peor.
El menor no hizo caso, lo empujó y Erick casi cae, pero Alex lo detuvo, colocándose tras él.
—Estaré bien —sonrió Agustín—, Juls me protegerá, tranquilo.
—¡No voy a dejarte! —el gesto de Erick era de miedo— ¡No puedo! —su voz se quebró.
—Tienes qué hacerlo —sonrió Agustín y miró al león—. Alex, ¡llévatelo! —ordenó.
El león observó al niño y luego le dedicó una mirada al lobo, antes de sujetar entre sus fauces parte del pijama de Erick y subirlo sobre su lomo, emprendiendo el camino hacia el bosque.
—No creí que me fuera a hacer caso... —titubeó Agustín y luego agarró una rama que estaba cerca—. De acuerdo, puedo darles tiempo…
Los hombres soltaron a los perros y uno se apresuró a ir hacia el jovencito, siendo el más rápido, estuvo a punto de alcanzar a Agustín, pero Juls se interpuso en el camino y le mordió el cuello, matándolo al instante; cuando soltó el cadáver, el lobo gruñó hacia los otros dos, que se detuvieron de inmediato, alerta de la situación.
Un aullido del lobo, logró que los dos sabuesos dieran la vuelta y se alejaran corriendo, gimoteando con la cola entre las patas. Los entrenadores se sorprendieron, pero de inmediato cobraron la razón, molestándose por lo que acababan de ver.
—Nosotros iremos por el otro —uno de los que había llegado a caballo habló—, ustedes tres, encárguense de este —ordenó y con una señal, los otros cuatro hombres, junto con él, volvieron a montar a los caballos y galoparon hacia el bosque.
—Así que tienes un perro también —dijo el líder de los tres que habían perdido a sus canes y sacó su espada—, pues ahora será mío, como recompensa por el que acaba de matar.
Agustín vio al sujeto con molestia— no creo que Juls deje que un tipo como tú, le dé órdenes —aseguró con orgullo.
Los otros dos sujetos caminaron, intentando rodear a su presa y el menor tembló, no sabía qué hacer en realidad.
Cuando el dueño del perro que acababa de morir, se abalanzó sobre el jovencito, Agustín cerró los ojos y luego escuchó un grito de dolor.
—Ni sueñes que te voy a dejar tocarlo —anunció un joven de cabello castaño, quien había evitado que la espada del extraño alcanzara a Agustín.
El pelinegro se asustó, porque no entendía lo que había ocurrido, pero las palabras del hombre sobre la nieve, le sorprendieron.
—Tú… ¡¿cómo es posible que te hayas convertido en un humano?! ¡¿Eras un lobo?!
—Lobo o humano —Julián movió la mano y sus garras se extendieron, dio un paso y con ellas arrancó la mitad del cuello del sujeto—, no voy a dejar que toques un solo cabello de mi pareja —sentenció fríamente.
El hombre soltó la espada y llevó ambas manos a su cuello, tratando de evitar que la sangre brotara, pero era imposible; cayó de costado sobre la nieve, ahogándose con el líquido carmesí.
Los otros dos individuos temblaron, pero sujetaron sus espadas hacia enfrente, intentando intimidar al castaño.
—¡Quédate quieto! —dijo uno.
—¡Sólo queremos al niño! —sentenció el otro con nervios.
—No creo que él, quiera ir con ustedes, ¿no es así, Guti? —Julián miró a Agustín por encima de su hombro y sonrió.
Agustín sintió que su corazón se aceleraba y sus mejillas se tiñeron de rojo ante esas palabras y la mirada del otro— no —musitó—, no quiero —negó con lentitud.
—¿Lo ven? —Julián sonrió—. Así que, no pienso dejar que se acerquen.
El cuerpo del castaño se disolvió, convirtiéndose en una nube negra y se movió rápidamente hacia uno de los sujetos; la neblina lo envolvió y le aparecieron varias heridas, muy parecidas a las del hombre que yacía muerto en la nieve, logrando que cayera también, desangrándose lentamente.
Después fue hasta colocarse frente al otro, al cual intentó herirlo, agitando la espada contra la niebla, pero no logró nada; parte de la neblina se movió y pareció introducirse en el pecho del hombre, mismo que dejó de moverse y soltó el arma, justo en ese momento, el cuerpo de Julián se volvió tangible y era su mano la que estaba en el pecho del hombre, donde lo había atravesado y con un movimiento rápido, le sacó el corazón; el cuerpo cayó contra la nieve, convulsionándose, a la par que el castaño soltaba el órgano que dejaba de palpitar, lentamente.
—Demasiado débiles —sonrió y lamió su mano, llena de sangre.
Agustín estaba paralizado de miedo y cayó sentado sobre la nieve, mientras su mirada miel observaba al castaño.
Julián giró el rostro, se relamió los labios y sonrió para tranquilizar al niño, antes de caminar hasta él y ponerse de cuclillas— ¿estás bien? —preguntó con voz amable.
—Tú… Tú… —Agustín temblaba—. ¿De verdad eres… Juls? —terminó en un murmullo.
—Mi nombre es Julián —especificó el otro—, pero sí, soy ese lobo que durmió contigo todas las noches, desde hace casi un año —le guiñó el ojo.
Agustín escuchó eso y muchos recuerdos se agolparon en su mente, por lo que no pudo soportar las emociones que lo inundaron y terminó perdiendo el conocimiento. Antes de que el niño se desvaneciera contra la nieve, Julián lo sujetó y levantó con cuidado.
—Fueron demasiadas emociones para ti —suspiró—. Por ahora, debo ponerte a salvo, hasta que Alex decida qué hacer…
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